Una más de la mafia. Otra de gangsters. Mucho cine ha contado historias relacionadas a los vínculos entre el lado oscuro y las fuerzas policiales, pero ninguna lo hace desde un punto de vista tan libre y cuasi objetivo como "Pacto Criminal" (USA, 2015), de Scott Cooper, un filme que bucea en el seno de una familia irlandesa, en la que dos hermanos han optado por tomar caminos diferentes y eso ha marcado a fuego su relación. Mientras James "Whitey" Bulger (Johnny Deep) encontró en la extorsión, la muerte, el robo y las drogas una posibilidad para ascender en la escala social, por el otro lado, su hermano William "Billy" Burger (Benedict Cumberbatch) se ha transformado en un responsable senador, con, como única mancha en su legado, justamente, su hermano. Ambos se esfuerzan por lograr mantener las tradiciones foráneas, aquellas que con tanto sacrificio su familia les ha inculcado, y pese a no concebir estar separados el uno del otro saben que es necesaria cierta distancia entre ambos, porque si bien nunca uno habla de los "negocios" del otro, saben, que en el fondo, lo peor que les puede llegar a pasar es que una exigencia proveniente de lo más alto de la esfera política o policial le exija a Billy que entregue a Whitey. Cooper atrapa con un guión y un tempo de narración preciso, que refuerza el sentido de "cuento" con imágenes impactantes de algunas "actuaciones" del personaje de Deep, pero que también plasma la minuciosidad de ciertos rituales que hacen a estos hermanos. Y esta relación comenzará a deteriorarse cuando por la inexperiencia y torpeza de un agente del FBI llamado John Connoly (Joel Edgerton), que también es conocido del clan, dejando en evidencia muchos de los vínculos en el complejo entramado de relaciones, que excepto contados los casos, todos eran comprados por Whitey y sus secuaces. Lo histórico en "Pacto Criminal" deja su lugar a lo inmersivo de la suspicacia con la que Cooper va narrando cronológicamente el relato, hábilmente potenciado por una recreación de época impecable y que encuentra en ese contexto la fuerza para hablar de algo que pudo haber sido de otra manera y no como la ya conocida. Los Bulger dominaron la sociedad delictiva, y en la reflexión que se desprende del filme, hay también una crítica a las relaciones enmarcadas dentro de la normalidad de los hechos con los que a diario miles de personas convivían, una verdad marcada a fuego con sangre, balas y muerte, y en la que siempre primó la idea de supervivencia por encima de cualquier planteo o cuestionamiento ético, que nunca se hicieron, de los protagonistas. Para que un clan como el Bulger, y en particular el caso de Whitey, también habría que analizar la complicidad no ya de la fuerza policial, sino, principalmente, la de la sociedad, que en muchas oportunidades (y como siempre) ha hecho la vista gorda ante embates inexplicables y arrebatos de violencia que sólo reafirmaban la naturaleza siniestra de los protagonistas y mandamases de la historia. "Pacto Criminal" atrapa, no sólo por la dupla protagónica (Deep/Cumberbatch) sino, también, por una serie de secundarios que refuerzan las palabras con la impronta necesaria que se deriva del oficio, en mayor o menor medida, de acuerdo a la carrera, y que en la sutileza de tan solo un gesto, como el que Whitey le otorga a su pequeño hijo, la fuerza de obrar sin ser advertido por el resto, construyen una historia que del detalle hace una oda al relato policial clásico.
Desprotegida. Frágil. Endeble. Dolida. Abrumada. Así comienza a desandar los pasos de Sandra la actriz Marion Cotillard en “Dos días, una noche” (Francia, Bélgica, Italia, 2014) un sentido filme de los realizadores Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, y que pese a cierta demora en su estreno local, el mismo celebra la decisión de la distribuidora de no cancelarlo y acercarlo a los espectadores con aún más urgencia que en su momento lo hubiese hecho. En “Dos días, una noche” Sandra quiere volver a trabajar luego de una licencia relacionada a depresión y algún otro mal posmoderno y que un par de pastillas, previa consulta al psiquiatra, tan solo terminan por alivianar alguno que otro síntoma. A su regreso a la empresa se encuentra ante una disyuntiva planteada por sus empleadores, sabiendo de su potenciales “problemas” a futuro se han adelantado a la vuelta ofreciéndole a sus compañeros un “bono” de fin de año sólo si ella finalmente no es reincorporada. Tiránica lógica la que plantea la situación, que ubica a los proletarios en un lugar de decisión y toma de postura ante el hecho de una mujer, casada, con hijos, que tuvo que preservar su salud mental y no puede regresar a su trabajo tal como lo quería hacer. Allí los Dardenne desbordan poética, y también ética, con límites claros y específicos que no hacen otra cosa que desnudar el descarnado sistema económico y laboral, que termina enfrentando a los compañeros de trabajo en vez de unirlos ante los embates que sufren. Formalmente “Dos días, una noche” es una película pedestre, austera, que potencia el recurso de la palabra por sobre la puesta en escena, que la hay, pero que claramente no termina por manifestarse de manera artificiosa, sino, todo lo contrario. En la interpretación de Cotillard (sublime), de esa mujer que debe hablar con cada uno de los involucrados, incluyendo a los empleados, empleadores y sindicatos, la crudeza y el efecto de “naturalidad” del registro fílmico, hay una línea lábil que la emparenta con el documental social, aquel que contempla pasivamente, pero que en este caso, claro está, se toma partido por una de las partes en conflicto, un conflicto tan artificial como la explotación y los atropellos de la economía liberal. “Dos días, una noche” duele, porque habla de la falta de compasión y comprensión con la que a diario nos movemos sin reparar en la presencia del otro, y justamente en ese mostrar nuestro comportamiento es en donde más fluye el cine. Cuando Sandra comienza a percibir cada vez más lejos su meta. Cuando en la cara a los gritos le hablan de una realidad que no podrá cambiar y que la podría ayudar a sanar rápidamente de sus dolencias espirituales, es cuando los Dardenne construyen el punto más alto de la película. Y cuando la solidaridad aparece, como en el caso de esa compañera que decide abandonar a su marido para ponerse a su lado y ayudarla en la difícil tarea de convencer con argumentos sólidos y no mentiras infundadas a los otros compañeros, la esperanza en que todo se puede llegar a cambiar florece.
Audrey Dana es una joven actriz francesa que debuta en la dirección con “Ellas saben lo que quieren” (Francia, 2014), una comedia coral en la que se bucea sobre el universo femenino a través de once personajes, aparentemente representativos de la sociedad francesa actual, que, perdidos en sus rutinas, encontrarán un vínculo con el que se relacionarán y liberarán de las presiones y opresiones con las que conviven a diario. La directora decide construir el relato a partir de situaciones particulares y durante la primera hora del filme los personajes desfilan construyéndose de una manera, para luego, cada uno, atravesar una situación que los coloque de manera distinta ante su entorno. Así una mujer verá como su libido explota ante el tedio de su sexo matrimonial, una joven sale del clóset al sentirse irrefrenablemente atraída por la niñera de sus hijos, una señora no puede aceptar que su hija adolescente se acerque al sexo opuesto, y una exitosa profesional verá cómo su suceso no sirve de nada al encontrarse sola y abandonada en la vida real. Estas son sólo algunas de las historias que Dana plantea en el filme, para luego comenzar a interrelacionarlas, de manera muy arbitraria (un paraguas, la lluvia, una feria de ropas, etc.), y hacer convivir a todas las generaciones de mujeres en un espacio, luego, claro está, de la revelación y transformación de cada una. Lo que comienza como una comedia de situaciones, con el correr de los minutos atraviesa un tamiz que potencia las posibilidades actorales, en mayor o menor medida, pero Dana no es Nora Ephron, o, alguien más cercano a la idiosincrasia francesa como Pedro Almódovar, y todo aquello que estos grandes del cine pudieron hacer con historias protagonizadas por mujeres, termina por conformar un fresco o pastiche en el que los estereotipos construyen una larga lista de irregularidades que afectan a la narración. Si desde los títulos una voz en off nos quería introducir en el filme como una pequeña muestra de los cambios de roles y lugares en los que las mujeres han logrado conquistas inevitables y necesarias para su sexo, con el correr del metraje todo el esfuerzo por mostrar esto se desdibuja en pinceladas y trazos gruesos que no acompañan su afirmación, al contrario, la ridiculiza Tampoco ayuda el esquematismo de la puesta en escena y dirección, cuasi teatral, y que pese al vuelo con el que al inicio se intentó mostrar someramente cada uno de los universos habitados por cada una de los once personajes, termina en un convencionalismo del que no puede recuperarse más. “Ellas saben lo que quieren” cuenta con un elenco importante, con figuras que hace tiempo no engalanan las pantallas como Isabelle Adjani o Vanessa Paradis, pero desaprovecha la oportunidad al no poder dotarlas de palabras inteligentes o diálogos actuales y ocurrentes a cada intervención que tienen. Podría haber sido un fresco coral sobre la mujer francesa actual, pero “Ellas saben lo que quieren” termina por transformarse en una mala copia de aquellas publicidades de los cigarrillos Virginia Slim’s, en los que se afirmaba el “largo camino” recorrido por las “muchachas” para lograr varios objetivos y que en este caso sólo refiere al sexo y la cama. Mientras en la cartelera, el cine argentino mantiene propuestas sólidas que hablan del corrimiento del rol de la mujer en la vida como “Mi amiga del parque” ó “La mujer de los perros”, propuestas lúcidas, concretas y efectivas, y actuales, desde Francia nos llega este híbrido que no termina nunca por decidirse y defender, al menos, a alguno de los estereotipos femeninos con los que intenta representar a la mujer francesa, y que sólo enumera de una manera grosera y burda. Fallida.
Al protagonista de “Pájaros Negros” (Argentina, 2015) de Fercks Castellani le pasan muchas cosas en su cotidianeidad, todo como resultado de una realidad que lo agobia y lo presiona, pese a mostrarse como un exitoso empresario de la construcción y un dedicado padre y cabeza de familia. A Víctor (Luciano Cazaux), tal es el nombre del personaje, le pesa la depresión de su mujer (Martina Perret), el poco contacto que ésta tiene con su hija, y principalmente el no saber cómo acercarse íntimamente sin que el rechazo sea la única posibilidad de vinculación y declamación. Pero un día esta rutina agobiante cambia, porque percibe que ella algo le oculta, y aconsejado, mal, por algunos de sus compañeros del trabajo, mucho más jóvenes y experimentados que él, comienza a elucubrar un plan en el que la única posibilidad de escapatoria o respuesta a sus preguntas es que ella lo está engañando con otro hombre. Las certezas no llegan, y el agobio se transforma en obsesión, en maltrato, en situaciones inexplicables que tienen el seno familiar como punto de ebullición y también como lugar de reparo, vaya paradoja, para suavizar algún daño que en ambos suceda. Pero a Víctor no le basta la constatación o no de la infidelidad, quiere ir más allá, y mientras por momentos Castellani utiliza el recurso del flashback como manera de apelar a cierta luminosidad de un pasado no tan lejano, lo ominoso, que se traduce en esos “pájaros negros” que se acercan continuamente a verlo y a acecharlo van pesando cada vez más como estrategia narrativa. La tensión silenciosa que avanza, refuerzan la propuesta de un guión que sabe de su gusto por el género y que a partir de elementos claves y necesarios, como la música incidental o la configuración de primeros planos para enfatizar emociones, van conformando un intento de repetición de fórmulas y esquemas, cine que encuentra adeptos en espectadores específicos y únicos. Pero en esta historia todo se complica aún más, porque cuando los indicios del engaño también se van transformando en verdades y realidades, Víctor, su protagonista, deberá asumir el dolor con el que la traición se muestra en el cuerpo de su mujer, quien, más perdida que nunca, no encuentra la manera de poder refutar las consecuencias de la infidelidad y ser el objeto de los reproches de su marido. “Pájaros Negros” bucea en los arquetipos de los filmes y la literatura policial más clásica, y que desde una sospecha sobre una posible infidelidad o engaño, tejen una compleja trama de situaciones, en las que el tormento del protagonista y la empatía que se logra con él serán esenciales para continuar con la visión del filme. Castellani logra con holgura una aproximación a los miedos y obsesiones de una pareja dividida por la enfermedad y la depresión, y apela a un relato digresivo que termina por potenciar su climax con una resolución final que sorprende. Mención necesaria para que el relato funcione es la impecable actuación de Cazaux, quien con una economía de gestos, y a veces tan sólo una mirada, compone el complejo mundo de Víctor ante la inseguridad de sus vínculos.
La primera advertencia para aquellos que se acerquen a “La Cumbre Escarlata” (USA, 2015) es necesaria, no es esta una película de terror, sino lo contrario, es una épica tragedia romántica enmarcada en un una trama gótica que apela a la intriga más que al susto. Guillermo Del Toro se obsesiona una vez más con la imagen y la muerte, en una película que, gracias a la dedicación en la puesta, potencia una trama clásica de amor, pasión, traición y una sexualidad latente gracias al trío protagónico, poseedores de una belleza y una fuerza en la pantalla como nunca antes el director trabajó con otros protagonistas. En “La Cumbre Escarlata” hay que viajar al pasado para comprender su misterio, a un período en el que la revolución industrial, el progreso y las primeras maquinarias, facilitaban la concreción de sueños, pero también el “aplastamiento” de otros, para poder conocer a Edith Cushing (Mia Wasikowska), una joven feminista, descreída de lo establecido, y niña mimada de su padre (Jim Beaver), un acaudalado empresario de la construcción, que la deja dedicarse, al menos hasta que consiga pareja, en el mundo de la literatura. Edith ama escribir relatos con fantasmas, pasa horas y horas escribiendo y leyendo viejos ejemplares de la biblioteca paterna, y ¿por qué ama a los espectros? porque justamente son los que desde pequeña, y luego de perder a su madre, la aconsejan y acompañan. Conviviendo con sus miedos más profundos, la joven ve como rápidamente sus anhelos de triunfar en el mundo editorial se truncan, porque supuestamente su “estilo” y “tema” no se ajustan a aquello que la gente está consumiendo masivamente, historias de amor. Pero cómo ella puede escribir algo así, si nunca pudo, todavía, compartir con alguien del sexo opuesto siquiera un inocente beso, aquel que la transforme de niña a mujer y le dé la sabiduría para relatar en palabras otro tipo de aventuras. Ella sabe de fantasmas, y sobre eso escribe. Un día, intempestivamente conoce a Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), un emprendedor que intentará seducir al padre de Edith con sus sueños de progreso y materia prima novedosa, una arcilla escarlata, un material tan noble como misterioso, que podrá ser extraído fácilmente con una maquinaria específica, creada por el, y para la cual deberá conseguir dinero para terminarla de construir. Al negarle la financiación, Sharpe intentará acercarse a Edith de otra manera, enamorarla, para ver si tal vez así pueda inducir al padre a otorgarle el dinero necesario para terminar con su proyecto. Pero el joven no contará con que el Sr. Cushing lo hará investigar y al descubrir un siniestro plan de seducción de mujeres en diferentes capitales del mundo, sin rédito, y que terminaron con la desaparición de éstas, lo encarará para pedirle que deje de ver a su hija. Pero Thomas no está solo en la aventura de engañar mujeres, lo acompaña su hermana Lucille (Jessica Chastain), tan bella como él, y tan siniestra y oscura que a pesar de sus denodados esfuerzos por mostrarse pura hacia el afuera, lo único que termina por reforzar es su temple frío y distante y lo ayudará para terminar con la amenaza del Sr. Cushing. Desesperados, lograrán engañar a Edith y la llevarán a vivir con ellos a una oscura mansión llena de secretos y misterios que terminarán por llevar al borde de la locura y la muerte a la joven, sin poder hacer nada para evitarlo, o sí, porque siempre se puede contar con una resolución deus ex machina en la ficción y que termine el tormento en un lugar alejado de la traición y el dolor. Del Toro construye un melodrama clásico, gótico, ominoso, siniestro, digresivo, poderoso, que se potencia con las impecables actuaciones del trio protagónico y una puesta en escena única, que recrea a la perfección la obsesión de los emprendedores de inicio del siglo pasado que buscaban a toda costa concretar sus deseos, sin importarles a quién o qué debían eliminar y arrastrar hacia la pendiente de la cumbre escarlata.
Naúfragos Bien por los alemanes que se animan a seguir produciendo historias animadas que enfrenten al gigantesco monstruo productor americano y asiático, en materia de dibujos generados por ordenador. Ellos siguen realizando a pesar de que en muchas oportunidades, como en El séptimo enanito (Der 7bte Zwerg, 2014) recientemente estrenada en Argentina, el resultado no haya sido el óptimo y esperado. En esta oportunidad la prueba se supera con la historia más universal y clásica de todas, tomada de La Biblia, el diluvio y la construcción del arca de Noé en Uyyy! Dónde está el arca? (Ooops! Noah is Gone..., 2015) dirigida por Sean McCormack y Toby Genkel. En el film todo comienza cuando dos Nestrians, unos simpáticos animales indescriptibles aún para ellos, obtienen el rechazo para ingresar al arca de Noé y así salvarse de la terrible tormenta e inundación que se avecina. Decididos a subir toda costa, y pese a la prohibición, se disfrazan de Grymps, otra especie que habitaba el lugar por ese entonces, feroces, pequeños y con mucho empeño en conseguir sus objetivos. Logran ingresar al arca, pero a los pocos minutos el más pequeño de los Nestrians, Finn y la cría de la feroz Grymp, Leah, terminan cayendo del arca debiendo llegar a tierra firme (la poca que queda) para sobrevivir y conseguir aliados que los ayuden a regresar al arca con sus padres. El guión bucea en dos claras líneas, una relacionada a los lazos filiales, y otra en la que la amistad y la confrontación de los seres opuestos buscarán lograr conflictos disparadores para sostener el relato más allá de lo que ya se conoce sobre el diluvio y el arca. Allí Uyyy! Dónde está el arca? vuela y se permite un trabajo sobre la imaginación con el que construye los trazos de cada uno de los personajes secundarios, que si bien muchos de ellos poseen características similares a muchos otros de films de los estudios Disney, marcan un camino diferente sobre aquello que quieren relatar y destacar. Uyyy! Dónde está el arca? posee momentos muy divertidos, y otros que hacen tambalear su historia por una endeble estructura narrativa y una animación básica, que no logra empatizar al espectador con cada una de las peripecias, travesuras y aventuras en las que Leah y Finn se meten. Del otro lado estará la desesperada historia de los padres buscando a sus hijos desaparecidos, que no por agregarle humor, deja de ser también uno de los conflictos centrales de esta historia, una síntesis ajustada del arca y el diluvio que no termina de encontrar o definir dentro de su estructura al espectador al cual quiere llegar y que termina por erigir una narración sobre las diferencias y el encuentro con el otro. Esto mismo le pasaba a otras animaciones del mismo origen, que queriendo sorprender olvidaban cuál es el verdadero objetivo de su relato, haciendo debilitar su verosímil y su fuerza en la pantalla.
Perdidos en el mundo del espionaje Generación Z, o la generación que se les ocurra con las últimas letras del abecedario y sus posibles combinaciones. Un rango etario inasible, volátil, incapaz de concentrarse en objetivos y amante del descanso, la procrastinación y el ocio como manera de vida. Imaginar una historia de espionaje protagonizada por personajes con estas características y sumar además, cierta reminiscencia a Escape salvaje (True Romance, 1993) es lo que se puede ver en Operación Ultra (American Ultra, 2015), algo que claramente se le puede ocurrir sólo a Nima Nourizadeh, que se regodea de su inverosímil generando una propuesta corrosiva y original, como ya lo hizo en su película anterior (Proyecto X). En Operación Ultra Mike Howell (Jesse Eisenberg verborrágico y esquizofrénico como siempre) ve como su tranquila rutina como empleado en un comercio y sus días entre televisión y drogas son alterados, cuando recibe la inesperada visita de una mujer (Connie Britton) que le “activa” cierta parte dormida en su inconsciente para salvarlo. Y esta “parte” no es otra cosa que la cristalización de un largo proceso de entrenamiento físico y militar por el cual fue convertido (en algún momento del pasado) en un arma mortal capaz de derrotar a ejércitos enteros a partir de elementos simples de la vida cotidiana, herramientas que le servirán nuevamente para sobrevivir, y que de alguna manera terminaron por esconder para evitar complicarlo. Incapaz de entender qué es lo que pasa con él y su entorno, comenzará una carrera contrarreloj en la que no sólo él será expuesto a un sinfín de situaciones arriesgadas, sino que verá cómo su novia (Kristen Stewart) también será arrastrada hacia lugares insospechados en los que la otrora tranquilidad con la que convivían y lidiaban, será la nueva meta a conseguir luego del terremoto de asesinos que se acerquen a querer liquidarlos. Fundando su verosímil en justamente lo inverosímil, el realizador propone una historia en la que es inevitable la empatía con sus protagonistas, a quienes queremos ver salir ilesos de cada una de las trampas en las que caerán por obra de Adrian Yates (Topher Grace), un siniestro jefe de la CIA a quien anteriormente la misteriosa mujer (Britton) tenía a su cargo. La decisión de eliminar a cada uno de los miembros del proyecto American Ultra (de donde provino Mike), para esconder así la vulnerabilidad de USA ante posibles ataques de espías extranjeros, convierte al pequeño pueblo del que forma parte Mike en una distopía momentánea en la que nada tendrá sentido para nadie. Nima Nourizadeh se nutre de un guión sólido para fortalecer el desparpajo con el que los actores interpretan a sus personajes, y con el que también se toman la propuesta, corrosiva y políticamente incorrecta, como hace tiempo no se veía en la pantalla. El mundo del espionaje narrado con fuertes dosis de ácido humor, mucha acción y exageraciones y la clara intención de no tomarse en serio nada de nada para terminar construyendo uno de los films más divertidos de la cosecha 2015 y también uno de los más irreverentes y entretenidos.
Bienvenida esta historia que recupera el mejor relato de suspenso/terror con claras reminisencias a la obra de uno de los maestros del género como Stephen King. Es inevitable que “El regalo” (USA, 2015) no sea comparado con alguno de los cuentos de este autor, ya que el filme de Joel Edgerton (que por cierto debuta con este relato en el séptimo arte) intenta a lo largo de dos horas, construir una película con una tensión in crescendo que sorprende con mínimos gestos y un registro casi minimalista de producción. Además, la proliferación de planos detalles y primeros planos, pone en evidencia que lo suyo es respetar las leyes del género para así responder a los amantes del terror y claro está, fundar su verosímil. En “El regalo” una pareja (Jason Bateman, Rebecca Hall) deciden alquilar una ampulosa y solemne casa en la que intentarán empezar una nueva vida. Trabajo nuevo, vida nueva, es el lema de ambos, quienes se trasladan a la vivienda para poder cada uno cumplir con algunas de sus metas. Él buscará rápidamente ascender en una empresa de venta de sistemas de seguridad y ella buscará poder nuevamente lograr escribir relatos, y, si puede, relajarse para lograr un embarazo seguro y que termine en buen puerto. Esto es lo que se deduce de algunos índices que Edgerton va dejando a lo largo de la narración pero que nunca termina de confirmar. Un día mientras escogen algunos adornos y muebles para la casa un misterioso caballero se acerca a ambos e intenta que Simon (Bateman) lo recuerde de su pasado. Aparentemente Gordon (el propio Edgerton) era un ex compañero de secundaria con el que Simon comparte algún misterioso secreto que no conoceremos hasta finalizar el relato. Desde ese momento Gordon comenzará a visitarlos y a hacerles obsequios sin poder impedirlo, y a pesar que Simon le deja en claro que de alguna manera no desea que se acerque a él o a su mujer, el hombre persiste en su idea de recuperar un vínculo que el solo desea mantener. “El regalo” avanza con habilidad y con un registro tan lábil entre el terror, el suspenso y el drama, que pese a ciertos convencionalismos, termina por consolidar su propuesta a partir de una intriga que no cesa en ningún momento. Edgerton delante y detrás de cámara hipnotiza, y sabe que en lo recurrente de la trama y en lo potente de una idea simple como la de alguien acechando a otro, hay escondido un relato que habla de el estado de las relaciones actuales a partir de la casi nula interacción o de la falsedad de ciertos vínculos. Simon intentará eliminar de su vida a Gordon, porque sabe que, tarde o temprano, las cosas se complicarán con su mujer, sabiendo que ese secreto que cementa la relación y el vínculo terminará por complicarlo cuando ésta comience a investigar qué es lo que realmente paso con ambos en el pasado. Interesante propuesta que busca el efecto y la sorpresa para poder afianzar su disparador, “El regalo” cumple con lo que promete y avanza un poco más para consolidar su idea aterradora del pasado como regalo y lugar recurrente fundador de miedo.
Es curioso que antes de ver “Sin escape” (USA, 2015) el tráiler que meses antes anticipaba la trepidante acción del filme dirigido por John Erick Dowdle, y con Owen Wilson a la cabeza del reparto, condensaba en escasos minutos todo el arco narrativo del filme. Entonces, la sorpresa fue descubrir los giros y conflictos que por fuera de éste se planteaban y que servirían para mantenerse al vilo de los hechos sin importar cualquier convencionalismo industrial que el director le impregnó a la historia. En “Sin Escape” Owen Wilson es Jack, un vendedor de una empresa norteamericana que es trasladado hacia un remoto país del sur de Asia para lograr acuerdos con los que su empresa terminara por recuperar el posicionamiento que anteriormente poseía. Pese a que su familia lo acompaña (mujer y dos hijas), Jack sabe que no será fácil encontrarse con una cultura completamente diferente a la suya y mucho menos poder lidiar con las costumbres que este nuevo mundo le depara. Pero así y todo decide embarcarse en tamaña aventura, sin saber que desde el día uno, una épica de sangre y huída lo marcará a fuego, ya que después de que un grupo revolucionario asesina al emperador del lugar por un supuesto caso de fraude relacionado al control del agua por parte de la empresa en la que Jack vive, el caos y la muerte se apoderarán del lugar sin tregua alguna para nadie. Y mucho menos para él, quien es visto como uno de los hacedores del siniestro soborno con el que el “pueblo” perdió la soberanía sobre un bien tan preciado y necesario como lo es el agua. Pero Jack, no contará con que imprevistamente otro extranjero, Hammond (Pierce Brosnan), lo asistirá para que, arreglos mediante, pueda escapar de ese lugar con vida y contar el “cuento” como una anécdota más de las tantas que podría narrar sobre su estadía en Asia. “Sin escape” recupera el cine de acción clase B que durante los años ochenta los estudios Cannon y Carolco tan bien supieron crear, y que en las diferencias y choques de cultura, pudieron construir relatos llenos de adrenalina, suspenso y emoción. A pesar de trazos gruesos y algunos obvios clichés, que potencian el extrañamiento y la creación de la dicotomía civilización/barbarie para potenciar la acción, “Sin Escape” devuelve un tipo de relato clásico, que no por no ser novedoso, no termina por generar placer de género. “Sin Escape” es una película llena de emociones que abusa de algunos convencionalismos, pero que en el carisma de sus protagonistas masculinos (impecables Wilson y Brosnan) puede afirmar su propuesta sin pretender otra cosa que entretener al público.
¿Podemos afirmar ya con este filme que Denis Villeneuve es uno de los directores más creativos y talentosos que el último cine internacional ha ofrecido? Porque en la habilidad con la que construye lentamente el contexto y las escenas para que los protagonistas de “Sicario” (USA, 2015) jueguen la sangrienta epopeya en la que se ven inmersos, está la mano de un artista que, además, ama el cine como expresión cultural. “Sicario” posee una trama simple que dispara un conflicto también clásico, buceando en el trabajo de un equipo multidisciplinario para combatir el narcotráfico en la frontera USA/México, Villeneuve habla de cuestiones como la lealtad, la pasión por las tareas y, principalmente, de los egos que devoran la posibilidad de construir esfuerzos mancomunados para terminar con los objetivos, y en el fondo, muy en el fondo, de poder clarificar posiciones fundamentalistas sobre la inmigración y sus derivados. “Sicario” arranca con una movilizante secuencia en la que vemos como un grupo de elite, comandado por una agente del FBI llamada Kate (Emily Blunt), desenmascara, de manera imprevista, miles de asesinatos realizados hace tiempo dentro de una vivienda en la que se creía que se iba a encontrar un laboratorio ilegal de drogas. El horror que habita el lugar es explorado no sólo con primerísimos primeros planos, sino que, además, se lo refuerza con cada uno de los vómitos del miembro del equipo que asistió a tamaña atrocidad. Villeneuve nos introduce en ese siniestro hogar para contextualizar una historia en la que lentamente, y a medida que se incorporen otros personajes oscuros como los que interpretan Josh Brolin o Benicio del Toro, tan necesarios para esta tragedia como lo es Kate. Luego de superar esa primera prueba, la mujer acepta un ofrecimiento para desenmascarar el cartel que detrás de la matanza se encuentra, y que sigue asesinando a miles diariamente a través de las drogas que reparte en la ciudad. La aridez del paisaje, además, suma un factor importante al relato, con imponentes espacios abiertos que no hacen otra cosa que remarcar la soledad de los protagonistas, tan pequeños frente a la aventura que emprendieron como ante sus particularidades y miedos y deseos personales. El relato avanzará a fuerza de idas y venidas entre el trío, con una hiperbolización de las características de cada uno y pensando por momentos en un cuento del que emana una poesía tan única como inexplicable. “Sicario” funda su historia en la muerte, se regodea en ella y a pesar de intentar escaparse, como su protagonista femenina de ella, termina por encerrarse en un laberinto del cual no puede nunca más salir, hasta claro, la revelación final. Hermana de “Trash”, pariente cercana de “Heat” y con una narración que abruma en detalles e información sobre el conocimiento de la droga y el sórdido mundo que la habita, “Sicario” es una de las películas de la temporada, y que a pesar de esto, puede pasar desapercibida para los espectadores por su imposibilidad de capturar su esencia en una mera sinopsis descriptiva.