Amor imposible Muchas veces se han contado historias de amor y pasión en medio de conflictos bélicos, y muchas veces también, hemos podido asistir a narraciones que potenciaban el contexto por encima del romance que se gestaba silenciosamente. En Suite francesa (Suite Francaise, 2014), el director Saul Dibb, narra la historia de amor entre una joven francesa y un general Alemán que se conocen en medio de la ocupación de Francia, como una mera excusa para hablar de otras cuestiones como la lealtad, la obediencia debida y el irrefrenable deseo de dejar de un lado las diferencias externas para lograr una comunión con el otro. Lucille (Michelle Williams) vive tras la sombra de su suegra (Kristin Scott Thomas), una de las dueñas del pueblo y que, gracias a su posición acomodada, puede seguir manteniendo un nivel de vida excelente pese a las condiciones de pobreza y sangre en el que se encuentra el resto de los habitantes. Un día esa bonanza económica se ve trunca por la llegada al pueblo de un grupo de alemanes que ocuparán habitaciones en las viviendas del lugar, con el fin de hospedarse y hacer base para continuar con la conquista del continente. Lo que nunca imaginó Lucille, a quien la guerra le quitó a su marido, es que conocerá a Bruno (Matthias Schoenaerts), un ilustrado general que de a poco irá ganando su confianza desde la relación que ambos tendrán con la música, pero también desde la necesidad de pasión que poseen. Saul Dibb, apoyado en un guión que adapta literalmente del clásico de Irène Némirovsky, construye una historia que toma la guerra como parte circunstancial de la historia central, y que en el devenir del relato la ocupación alemana va perdiendo terreno frente a la épica amorosa que se gesta entre los protagonistas y su posible traición y descubrimiento. El personaje de Kristin Scott Thomas, además, sumará la tensión necesaria para que Lucille se obligue a solapar sus verdaderas intenciones, pero también funciona como contraste entre ella y el resto de la población con la que la joven se relaciona. Lucille se opone a la exhibición de los lujos y acumulación de provisiones mientras que el resto de los habitantes del lugar sufren miseria y hambre, y desde ese lugar la mujer podrá hacer la vista gorda y analizar aquellas situaciones en las que se vea involucrada circunstancialmente, y que la llevan a juzgar de manera virulenta algunas decisiones de sus amigas como las de Celine (Margot Robbie), una joven que no teme en dejarse llevar por el sexo casual con los soldados para conseguir cambiar su posición social. Una potente reconstrucción de época, impecables actuaciones del trío principal, y la posibilidad de recuperar el estilo narrativo del melodrama, hacen que Suite francesa pueda consolidar su propuesta con solidez narrativa, pero también con mucho amor al cine.
Jóvenes editados Con Ragazzi (2014) el director Raúl Perrone (Favula, P3ND3JO5) vuelve a construir un relato que toma la juventud como punto de partida para hablar de aquello que más le gusta hablar: el amor. En esta oportunidad se adentra, por un lado en las alucinaciones de un joven cegado por el sentimiento y, por el otro, en la libertad de un grupo de adolescentes, que disfrutando de un río “marginalmente” pasan las calurosas tardes de verano entre porros y cumbia. Para Perrone los jóvenes son la materia prima para una película que además abusa de excesos y herramientas en post-producción para darle aún más sentido a aquello que quiere narrar. No por nada el realizador ha sido uno de los directores que mejor ha trabajado el fresco de la sociedad del conurbano bonaerense y principalmente los códigos que manejan los jóvenes del lugar. Ragazzi es casi un aguafuerte en blanco y negro que bucea en lo más común de sus protagonistas, para contar dos historias ancladas en el amor, pero que en realidad intenta superar esta veta para ir más allá y hablar de un estado crítico de los protagonistas. Ragazzi como lo indica su nombre, bucea en la juventud para encontrar algunas respuestas o algún indicio que haga conocer aquello que mueve a los adolescentes y los hace disfrutar. El film está dividido en dos movimientos: uno que trabaja sobre la idea de un trío amoroso negado, y otro que ahonda en la rutina de verano de dos jóvenes que terminan conociendo a una misteriosa chica que los seduce. Pocos diálogos, frases reproducidas en reversa, subtítulos que trasponen diálogos filosóficos e imaginan algo que podría ser común entre jóvenes pero en el artificio sólo reafirman la innegable y poderosa afirmación escondida detrás de cada palabra dicha. La policía actúa como orden estamental para negarle, una vez más, al joven del primer movimiento la posibilidad de concretar su fantasía -que parece más un capricho que el deseo irrefrenable de un amor naciente-, para cerrar una historia que encuentra su razón de ser en la evocación a Pasolini. El segundo movimiento es más realista, al jugar con los cuerpos desnudos y mojados de un grupo de adolescentes que nada tienen que hacer más que retozar al sol, fumar porro, pensar en chicas y dejar que el día termine para comenzar otro. Dos de ellos caminan y charlan, hablan con la televisión ante la muerte en el río de un tercero, y esperan bajo un puente la llegada de una misteriosa mujer. Ragazzi recuerda a un novel director jugando con las herramientas que recién le han dado, y es en la experimentación de las imágenes -utiliza la pantalla como un lienzo con miles de posibilidades-, que Raúl Perrone termina por construir, una vez más, un discurso empático sobre la necesidad de completarse en el otro.
En su regreso al cine, luego de un período de seis años, el realizador Gustavo Postiglione (“El asadito”, “El cumple”) se anima al género policial en “Brisas Heladas” (Argentina, 2015), con una historia de mafiosos que intentarán recuperar un bolso con dinero del capo de ellos (Norman Briski) que desapareció delante de sus narices. Lo que no saben estos mafiosos (estereotipados, divertidos, grotescos) es que detrás de esa desaparición está nada más ni nada menos que la mujer de él (Elli Medeiros) y Bruno, uno de los integrantes de la banda, que a partir de una relación clandestina, decidieron sustraer el dinero para poder conseguir un poco de libertad y espacio para sus sueños. El protagonista excluyente de “Brisas Heladas” es Bruno, un joven ambiciosos, que de tanto desear las cosas se termina envolviendo en un sinfín de actividades ilegales que lo llevarán a contraer deudas impagables. Justamente partiendo de este punto (su morosidad) el director pensó un gran gancho para que Bruno sea el vector narrativo a partir de sus inconvenientes económicos. Pero además, este personaje tendrá otros aditamentos que lo complicarán en su devenir del relato. A saber: alcoholismo, vínculos cercanos con el poder, relación amor/odio con su jefe y un vínculo bastante complicado con su hermana. Así, con este cocktail explosivo, Bruno se convertirá en una bomba de tiempo para todos aquellos que lo rodean, y más cuando el misterioso bolso desaparece y es obligado por el capo mafia a recuperarlo, porque en el fondo, este sabe que Bruno tiene mucho que ver con la desaparición, pero no que realmente él lo posee. La elección de Postiglione de comenzar el relato a partir de un presente que debe regresar al pasado constantemente, no como flashback, sino como raccontto, es uno de los puntos que dinamizan la narración y que posibilitan el fortalecimiento de las ideas principales del filme. La constante referencia al mundo del cine, con esa secuencia inicial de dos personajes filmados en plano secuencia dialogando sobre los inicios de películas en planos secuencias, además, brindan un estilo cinematográfico que acerca “Brisas Heladas” al mundo de aquellas películas sobre cine y que hablan de cine. Hay muchas referencias al séptimo arte, guiño que Postiglione suma a lo largo de todo el metraje, y que posibilita, además el refuerzo de la construcción de los personajes a partir de indicios sobre aquello que los ha identificado, y así, si Bruno ama a Steve McQueen, intentará darse índices de cómo el peso de sus acciones tienen algo de épico y de lucha. Pero Bruno no estará solo, y así como su hermana llega de imprevisto a su vida y su relación con la mujer del jefe lo complicará a cada paso que dé, también habrá un esfuerzo por parte del director para retratar el mundo al que se contrapone éste y en el que la mafia tan sólo será un trazo grueso de aquello que estamos acostumbrados a ver. Una correcta facturación y un nivel de producción adecuado a la propuesta, hacen que “Brisas Heladas” cumpla con aquello que promete, pero sin terminar de cuajar en un producto singular y “fresco” como los que Postiglione ha logrado en filmes anteriores.
Hay oportunidades en que los títulos locales no tienen ninguna referencia al original y que, además, pueden llegar a repeler a la gente que por curiosidad se acerca a los cines y lee el nombre de un filme. Nada más preciso que aquello que sucede con “Sentimientos que Curan” (USA, 2014), el almibarado nombre de telefilme que presentado por Virginia Lago con el que la distribuidora local rebautizó a “Infinitely Polar Bear”, una expresión que una de las protagonistas más pequeñas del filme utiliza para referirse a su padre, un enfermo maníaco depresivo llamado Cam (Mark Ruffalo) y a quien también con el correr de los años le han endilgado diferentes diagnósticos para clarificar lo que le pasa. Cam vive con su mujer Maggie (Zoe Saldana) y sus dos pequeñas hijas (Imogene Wolodarsky y Ashley Aufderheide), y a pesar de provenir de una de las familias más ricas de los Estados Unidos, no recibe ayuda, por lo que deberán subsistir con el poco dinero que Maggie consigue en sus trabajos temporales mal pagos. Pero mientras Cam sufre algunos episodios que los enfrentarán a la cruda realidad de darse cuenta que psicológicamente no está preparado para afrontar la realidad, a Maggie también se le revela la posibilidad de saber que otra vida es posible si ella toma la decisión de perfeccionarse en sus estudios, alejada de la familia, para así poder conseguir una fuente de dinero más grande y estable y que permita, además, que las niñas puedan acceder a una educación de calidad. La directora Maya Forbes, debuta en el cine con una historia autobiográfica, en la que la increíble, sólida y potente propuesta, se despega de los convencionalismos narrativos con una puesta despojada de fórmulas y que privilegia las emociones a partir de la imagen (con una lograda reconstrucción de época) y de la música (la banda sonora será clave para enfatizar emociones y sentimientos de los protagonistas). Cuando Maggie se aleja de sus hijas, y deja a Cam a cargo de todo, sabe que de esa decisión se desprenderá el futuro de la familia. Una prueba que deberán sortear sabiendo la importancia de la educación como meta para poder lograr obtener en el plano material cierta estabilidad, pero también en lo emocional. Cam se pone a prueba a sí mismo, y logra establecerse con su rol de padre disfuncional, brindándoles a sus hijas lo necesario para que puedan crecer de una manera creativa y mucho más libre. Con el correr de los minutos “Sentimientos que curan” pasa del biopic tradicional con protagonista con algunos problemas a una película que bucea en la relación y vínculo entre padres e hijos para elevar su propuesta hacia un plano en el que los obstáculos tan sólo son parte de la vida y se superan a fuerza de perseverancia y creatividad. Maggie regresa de tanto en tanto al universo de Cam, Faith y Amelia, y en el que a pesar de los reclamos e inconsistencias que encuentra en él, sabe, en lo profundo, que es lo mejor que sus hijas pueden tener. “Sentimientos que curan” es una agradable sorpresa, con una increíble interpretación de Ruffalo como este hombre bipolar que debe superarse para poder recuperar a su familia, pero que también encuentra en las jóvenes intérpretes (revelación y también descubrimiento) el apoyo necesario para que Forbes pueda hablar de su historia desde un lugar luminoso sin victimizarse.
Una abeja que no pica En el último tiempo varias producciones cinematográficas buscaron en el arcón de los recuerdos objetos de culto que pudieran ser reflotados con una mirada nueva, con la clara intención de generar una franquicia para reforzar el negocio. En el caso de La abeja Maya, La Película (Maya the bee, The Movie, 2014) producción de los alemanes Studio 100, retoma de manera literal aquella mítica serie de los años setenta al bucear en la obra literaria de Waldemar Bonsels, un clásico que supo conectar a los niños con la teoría progresista en la que el esfuerzo permitía cierto ascenso social y la posibilidad de cambio. La animación ha avanzado y los directores Alexs Stadermann y Glenn Fraser intentan reflotar el producto con una historia simple y lineal que seguramente pensaron para espectadores más pequeños. Ahí está la principal falla de una película que no termina de convencer ni a grandes nostálgicos ni a chicos curiosos. En los films animados es importante tener en claro cuál es el conflicto y el público. Este se confunde porque justamente Bonsels nunca imaginó una trama de hora y media para Maya. Como pasa con otra serie literaria, la de Thomas y sus Amigos, clásico inglés del padre Wilbert Vere Awdry, la anécdota sirve para aleccionar en pocos minutos a los niños sobre el bien y el mal sin posibilidad de tomar partido o rebelarse ante lo que se dice. La abeja Maya de los años setenta fue un suceso porque complementó a otros dibujos como Heidi y Marco que aportaban la cuota “realista” a la TV mundial, y a Astroboy y Mazinger Z ejemplos de la imaginación y especulación sobre el futuro deseado. La abeja Maya dotaba de la cuota de “naturaleza” necesaria para equiparar los contenidos y nutrir a los más pequeños de conocimientos sobre biología y ciencias naturales. Pero en a actualidad este mismo tipo de información circula por otro lado, y la débil curva narrativa que se plantea desde el guión no permite conocer más de un personaje que merecía un mejor trato y acercamiento. Maya sale al mundo y descubre un siniestro plan para robar la “jalea real”, el alimento que permite seguir con vida a la reina por parte de dos asistentes. Al ser detectada con esta información es echada de la colmena y, sumando amigos nuevos (la cigarra, el abejorro, la avispa, etc.), intenta advertir de alguna manera a los súbditos y así proteger a la reina. Esta línea se desarrolla a lo largo de una hora y media sin ningún tipo de empatía por el personaje y la historia que presenta, y así cualquier anécdota o moraleja que se quiera impartir termina por disolverse en el total de la película. La abeja Maya, La Película es un film animado que apela a su base retro, sabiendo que un público específico asistirá a las salas para recuperar al entrañable personaje, pero quizás termine rechazando la propuesta por no respetar su origen y mucho menos su espíritu libre y lúdico de la animación original japonesa.
Fundando su discurso en el absurdo y el ridículo, y encontrando en Catherine Frot a la actriz ideal para superar la ausencia de un plot narrativo con sorpresas (hecho difícil para los 140 minutos que dura el filme), el realizador Xavier Giannolli nos trae con “Marguerite” (Francia, 2015) una de las historias más interesantes y atrapantes de la temporada. Enfocándose de manera excluyente en Marguerite, una acaudalada baronesa, ingenua, fresca, divertida, feliz y amorosa, que intenta sorprender a la clase alta con sus performances líricas, la película se acerca a la obra “Souvenir”, uno de los éxitos del off Broadway (que tuvo su versión local interpretada por Karina K) de hace unos años, y que encontró en el relato de la vida de Florence Foster Jenkins, la peor cantante de la historia, tela para narrar. Una vez aceptado el hecho que Marguerite no canta, o que lo hace pero rozando el ridículo y las notas más desafinadas que uno pueda imaginar, y que éste será la historia central de una película que luego tocará temas como la fidelidad, el engaño, la verdad como director de los sucesos, y la esperanza en un cambio como posibilidad de crecimiento, pero que en el carisma de la no cantante y la gran interpretación de Frot todo se terminará por fagocitar y llevar a un segundo plano para destacar la imposibilidad de la mujer por lograr su sueño, y con éste, ser amada por todos. En la acción la historia se desencadenará cuando Marguerite, luego de dar un concierto a beneficio en su casa, uno de los tantos que ha hecho con el objetivo de hacerse conocida y que la prensa le haga buena difusión a su voz, es observada con detenimiento por un joven periodista sin escrúpulos y su amigo poeta, quienes ven en la mujer la posibilidad de alcanzar sus metas sacándole algo del mucho dinero que posee. Marguerite, incauta, caerá en las redes de ambos, seducida no por la juventud y belleza de éstos, sino por la favorable nota del periódico que con habilidad destaca su capacidad como soprano y la belleza (inexistente) de su voz. Cegada por las palabras, desatiende a su asistente Madelbos, y se brinda totalmente a los jóvenes financiando performances en las que la poesía, el discurso de izquierda y su canto, terminarán por envolverla en una serie de desafortunados hechos que la correrán de la posición que hace años ocupaba en la clase alta. Pero a Marguerite esto no le importa, sólo quiere reconocimiento y que su marido (André Marcon) la quiera y alguna vez la pueda escuchar cantando. Pero la mujer no sabe que su esposo hace años que tiene una doble vida y una amante, y que si nunca llega a ver alguna de sus actuaciones es porque a propósito o desarma su automóvil o siempre llega tarde con excusas. Porque cuando anteriormente se mencionó a la verdad como uno de los temas de la historia, éste sea, quizás con los sueños de la protagonista, el eje central de “Marguerite”, un filme que detalla en su guión cómo se le escondió a la cantante el hecho que no cante bien. Su asistente elimina de los periódicos aquellas hojas en las que la crítica se ensaña con Marguerite, con titulares como “La causa es buena, pero la voz no” ó “El berrido de la baronesa”, o su marido, quien no se anima a enfrentar a la mujer con palabras claras y precisas. Y entre esa tensión entre lo dicho, lo que se debe decir, y lo que nunca se dijo, es en donde Giannolli funda su narración, haciéndonos empatizar con la protagonista desde la primera escena, contando además con un nivel de producción y de época impecable. “Marguerite” es un filme que se disfruta de principio a fin, pero también se lo padece, porque en el entender la luz de la cantante y su imposibilidad de seducir realmente a sus espectadores con una voz que no la acompaña, es en donde la empatía del espectador se tensiona, queriendo buscar una salida al inevitable callejón sin salida que la propia Marguerite se construye.
Es curioso que en “El almuerzo” (Argentina, 2015) la facturación del filme es una de las primeras cuestiones que llama la atención y para mal. Javier Torre ha producido una serie de filmes de índole histórica o que han adaptado clásicos de la literatura, siempre con una buena impronta y con un cuidado estético en sus productos. Pero en esta oportunidad, en la que se apoya en un hecho que ha sido falseado, imaginado, y hasta convertido en un “mito urbano”, le brinda la posibilidad de crear un filme con buenas intenciones pero que no termina por cerrar del todo los planteos que desde el inicio ofrece y, justamente, en esto y en la falta de realismo a la historia es en donde todo queda a medio camino. Tomando el secuestro y tortura de Haroldo Conti, y el almuerzo que Videla realizó con personalidades de la literatura y cultura nacional de ese momento, Torre imagina una película de índole histórico y dramático, en la que la oscura dictadura cívico militar, una vez más, será el eje para hablar de la nefasta época liderada por los castrenses, pero no trabaja con nada nuevo. Así, mientras en el inicio vemos cómo operaban los militares arrasando en los hogares de las futuras víctimas, luego, el almuerzo, será la bisagra para reforzar puntos relacionados al apoyo o no, a la obediencia debida, de un grupo de ilustrados que debieron anteponer sus anhelos y sueños literarios ante la presión del ejército y otros que decidieron darlo sin chistar. Pero Torre, en vez de concentrar allí su mirada, en esa comida en la que mucho seguramente se podría haber imaginado y soñado desde la solidez de un guión rico en datos y diálogos, de la totalidad de la narración sería sólo un instante en el que nuevamente se pierde la posibilidad de crear una historia atractiva para el espectador. En el almuerzo, del que participaron personalidades como Borges (Jean Pierre Noher), Leoni (Pompeyo Audivert), Sabato (Lorenzo Quinteros) y Ratti (Roberto Carnaghi), Torre otorga de frases afectadas y grandilocuentes a los comensales, quizás para cumplir con un imaginario ilustrado que atenta contra cada palabra que dicen, como así también las que Videla (Alejandro Awada) indica luego de dejar participar a cada uno de ellos de la charla. La narración, que comienza con el secuestro, va generando cierta intriga por el momento anhelado y deseado de poder conocer qué pasó dentro las cuatro paredes en las que se sirvió la comida, pero rápidamente esta sensación se disipa, y genera un fuerte rechazo por lo que se muestra. Tampoco ayuda la puesta escénica, teatral, con un plano y contraplano que termina por homogeneizar el relato y potenciando una monotonía en la narración que es imposible de levantar luego que la comida finalice. Nada más forzado que la ubicación dentro de la totalidad de la película del hecho. Hay cierto vuelo en algunas escenas que cuentan la huida de la mujer de Conti hacia otras latitudes, con una excelente interpretación por parte de Mausí Martinez, una de las mejores actrices del país, quien otorga su desgarradora situación ante la inevitabilidad de quedarse sola sin su compañero. A “El Almuerzo” se le nota mucho el encargo y la imposibilidad de brindarle al realizador mayor libertad en la narración e historia, quedando a medio camino entre el telefilme y una película que pueda brindar algo de luz a la oscura etapa dictatorial del país (que no lo hace). Mención aparte para Noher y una vez más su lograda performance como Jorge Luis Borges.
En “Una segunda oportunidad” (Suecia, Dinamarca, 2014) el contraste entre la realidad y la naturaleza de los hechos que se cuentan serán esenciales para poder construir un relato que necesitará de un esfuerzo por parte del espectador para ir asumiendo los giros que se presentarán en la pantalla. Además habrá otra contraposición, entre ciudad versus suburbios, que, también, serán clave para poder mantener el verosímil de la dura historia en la que la segunda oportunidad a la que se refiere el título local será la clave para comprender su intencionalidad y temática. Similar a “Melbourne” de Nima Javidi, en cuanto a tomar a la muerte de un niño pequeño como disparador de la trama, aquí este hecho es aprovechado por la prestigiosa directora Susanne Bier para construir una pequeña estructura de muñecas rusas en las que se irá complejizando la narración y se potenciarán las particularidades psicológicas de los involucrados. Andreas (Nikolaj Coster-Waldau) y Anne (Maria Bonnevie) son una pareja de padres recientes que deben lidiar con el llanto nocturno de su hijo, y pese a tener la mayor de las paciencias, la falta de sueño les va dejando cierto malhumor y cansancio acumulado que se nota en sus actividades. De hecho Andreas se enoja por demás en una redada junto a un compañero, al ver cómo una pareja de adictos mantiene en condiciones infrahumanas a su pequeño bebé, y pese a los esfuerzos que hace para poder lograr que le retiren la custodia del mismo, judicialmente nada puede hacer. Una de las eternas noches en las que Alexander, su hijo, llora, se levanta Anne automáticamente para asistirlo y se da cuenta que el niño no respira, desesperada y en medio de una crisis de nervios habla con Andreas y entre ambos confirman lo inconfirmable, la peor noticia que podrían recibir, aquella que demuestra que toda la esperanza que podían poner en el devenir de su hijo y en su progreso queda trunco. En medio de la noche Andreas tomará una decisión, no la más acertada, pero si la comprensible para él para lograr, de alguna manera, suplir el dolor y la ausencia con una presencia que complete a su mujer, a quien ve vulnerable y destrozada por la tragedia. Bier avanza a paso lento con la historia, porque sabe que hay mucho por asimilar y mucho para tratar de digerir. El golpe bajo está, y la tensión por el drama ajeno también, pero suma la posibilidad de la compasión, un sentimiento cada vez más ausente en la pantalla y en las produccione, que se vislumbra en cada plano que le otorga a Coster-Waldau, un intérprete inmenso y de una entrega que sorprende en cada película en la que participa. “Una segunda oportunidad” por momentos deviene en policial de procedimientos, pero dejando en claro que esa fase será tan sólo una pequeña instancia para complejizar aún más la abigarrada trama que, llena de giros, irá atrapando hasta al más incauto de los espectadores. Para reflexionar sobre la ética y la moral de los hombres en momentos claves de su existencia, o mejor dicho, en aquellas instancias en las que la muerte los enfrenta a decisiones apresuradas sin pensar las consecuencias, este filme ilumina en parte algunas cuestiones que nunca está de más pensar y dialogar.
Tomando a la guerra fría, aquella que enfrentó a las dos potencias nucleares y armamentísticas más importantes del siglo XX, “Puente de Espías” (USA, 2015) la última producción de Steven Spielberg trabaja con el imaginario relacionado a los agentes infiltrados que posibilitaron la trasmisión de información entre países de una manera sutil y controlada y que, justamente, fueron las claves para poder realizar la tarea de “hormiga” en relación a la venta y control de “secretos” en el mercad internacional. La acción del filme comienza bien arriba, con Abel (Mark Rylance) un hombre mayor que dedica sus horas a la pintura, pero que aparentemente esconde algo, mientras es seguido de cerca por la CIA para descubrir sus verdaderas intenciones. El seguimiento de Abel por parte de los “buenos” del filme, genera una dinámica impecable, para un primer momento de “Puente de Espías” en el que no hay diálogos, sólo imágenes y una música incidental que acompaña la persecución a pie del anciano. Cuando finalmente Abel es apresado, pero no del todo confirmada su participación como espía ruso en los Estados Unidos (porque con habilidad, esmero, y mucha paciencia, ha eliminado las pruebas), tocan a la puerta del despacho del abogado James Donovan (Tom Hanks) para que sea el encargado de la defensa del hombre, con la clara intención de no ser visto el país como unos bárbaros que no le otorgan la posibilidad de un juicio transparente para el traidor. A regañadientes acepta la tarea, con la clara convicción que el caso será una bisagra en su carrera y vida personal, pero sin saber del todo los alcances de estar defendiendo a un espía ruso en su propio país. Pero mientras avanza en la tarea, y cada vez más miradas se posan sobre él y su familia, juzgándolos, amenazándolos y dejando en evidencia la poca empatía y compasión sobre ellos, algunos sucesos internacionales desencadenan que detrás de esa defensa, que en principio era más una cuestión de deber moral ante los ojos del mundo, sea, gracias al trabajo y esfuerzo de Donovan (impecable Hanks), la posibilidad de poder recuperar con vida a dos ciudadanos (un piloto y un estudiante) norteamericanos del extranjero. En “Puente de Espías” la trama se va complejizando a medida que la narración de los hechos reales, y que encontraron en ese puente la resolución a una de las muchas contiendas más políticas que bélicas y que enfrentaron a países durante varios años. Spielberg cuenta la historia apoyado en una reconstrucción de época única y en la que la imagen, con una clara reminiscencia al film noir (algunos planos son cuadros e ilustraciones de este tipo de género, y poseen una belleza sublime), va desandando los pasos de un abogado que supo relegar a su familia para cumplir, al 100 por ciento con una tarea que sabía que iba a terminar en colocarlo en un lugar que esperaba. “Puente de Espías” es una película histórica, que sabe que entretener suma, razón por la cual deja este punto en un primer plano, logrando una tensión y un suspenso increíbles y necesarios para mantener en vilo al espectador a lo largo de los 141 minutos de duración. Spielberg lo hizo de nuevo.
Muy pocas veces una película como "Música, amigos y fiesta" (USA, 2015) puede desconcertar tanto desde su título. ¿Qué es lo que voy a ver si entro a la sala? Está Zac Efron, hay una estrella de la moda y los videos como Emily Ratajkowski, será un eterno videoclip o su director, el debutante Max Joseph podrá narrar una épica sobre la amistad y la profesión en medio de un contexto violento y que expele a los más vulnerables. Si la respuesta que eligió es la última, nada más acertado, porque detrás de ese título equivocado, confuso, vago e impreciso como "Música, amigos y fiesta", no hay un ápice de la interesante propuesta en la que nos sumergiremos por dos horas. La historia es clásica, chico (Efron) conoce a chica (Ratajkowski) mientras hace sus primeras armas en el mundo profesional de la música. Ella "pertenece" a otro (Wes Bentley) un DJ en decadencia que intentará acercarse a jóvenes para nutrirse de ideas frescas y novedades, a quien asiste pero suele también acompañarlo por las noches. Cole (Efron) pasa su tiempo durmiendo en la casa de uno de sus amigos mientras sueña con hacer delirar en algún Festival a hordas de jóvenes con sus ritmos, pero sabe que para lograrlo no solo se deberá acercar a James (Bentley), sino que deberá dejar de frecuentar a sus conocidos, quienes con un carácter bárbaro y cuasi "prehistórico" terminan por alejarlo de cada oportunidad en la que puede mostrar su talento hacia los demás. Si hace unas semanas "Eden" de Mia Hansen-Love nos hablaba de manera cruda y realista sobre la imposibilidad de continuar con una profesión que repele a los más viejos, en esta oportunidad el mundo del DJ se muestra desde su contracara, desde la juventud, narrando los pormenores que debe atravesar Cole para lograr una oportunidad en el mundo de la música. Joseph utiliza muchos artificios para capturar la atención de los espectadores, y cuando no estamos en una inmensa fiesta electrónica, el sincopado de las imágenes, las elipsis que utiliza, como así también la exploración de la pantalla desde los sonidos que los protagonistas generan y consumen, todo remite a un inmenso videoclip del que no se puede escapar fácilmente. Si bien hay algunos momentos en los que el dinamismo se resiente, durante las casi dos horas de filme hay una exploración sobre las relaciones tan intensa que permite evitar perder la atención en la historia. Puede que algunas escenas remitan también a ciertos frescos generacionales claves que el cine nos ha ofrecido, tales como "Trainspotting" o más reciente "Victoria", pero lo que sin dudas prima en esta propuesta es su intento por evitar caer en lugares comunes y sumar tramas paralelas, como la relacionada al trabajo de telemarketing en una empresa de bienes raíces, que no hacen otra cosa que reafirmar ciertas características que evidencian la línea ética de Cole. Efron entra rápidamente en sintonía con sus personajes, al igual que Ratajkowski y Bentley, pero también el elenco secundario, que se pone a la altura de una película que toma a los millenials, aquellos jóvenes apáticos, perdidos, que sólo buscan el placer como manera de supervivencia en el mundo.