Hay en “Hannah Arendt”(Alemania, 2012), de la genial directora Margarethe von Trotta, la construcción de un biopic tradicional y filmado de manera simple, pero que vuela por la excelente actuación y compenetración de Barbara Sukowa con el personaje. La película narra un momento particular de la filósofa y pensadora alemana, cuando escribió un reportaje para la prestigiosa revista The New Yorker, acerca del juicio a Adolf Eichmann, y que originó su trabajo y reflexión sobre la banalidad del mal. Arendt es mostrada siempre ocupada, leyendo, fumando, dando clases, hasta que una foto la retrotrae al pasado, y ahí recuerda su juventud y su romance con Heiddegger. Estas intervenciones disruptivas a modo de flashbacks seguirán a lo largo de todo el metraje sin interrumpir con la sucesión temporal. Cuando Arendt presenta su informe, en el que estuvo trabajando sobre la idea de la culpabilidad o no del pueblo alemán en el exterminio nazi, algunos la apoyan, pero la mayoría la comienza a odiar, principalmente el por sugerir la complicidad. Es curioso poder “ver” en acción a Hanna Arendt, y más cuando el interés de von Trotta radica en reflejar una Arendt en su cotidianeidad, amante eterna de su marido y de sus amigos, con los que charla horas y horas sobre diversos temas (más allá de la filosofía). Ahí está su principal virtud, la de poder armarnos una imagen radicalmente diferente a cuando la leemos en el papel. A Arendt la mirada de los demás nunca la afecta y por presiones decide dar un discurso en el cual aclara una vez más los conceptos que la lanzarían a la fama mundial y que esta pequeña biografía tomó como punto de partida
Hay en la adaptación a la pantalla grande de “R.I.P.D: Policía del más allá”(USA, 2013) de Peter Lenkov, por parte de Robert Schwentke un placer lúdico que se transmite no sólo a las imágenes (con una estética cómics casi fiel), sino, principalmente, a las actuaciones. Si bien Ryan Reynolds (Nick Walker) hace por enésima vez el mismo papel, racha que sólo quebró en “Enterrado” (España, 2010), Jeff Bridges (Roy Pulsipher), Mary-Louise Parker (Mildred Proctor) y Kevin Bacon (Bobby Hayes), se muestran divertidos y frescos, haciendo que esta película, que podría haber tenido un resultado fallido, eleven su calidad de producto. La historia que cuenta la película es simple, policía joven, enamorado de su mujer Julia (Stephanie Szostak) muerto en acción, es detenido antes de su juicio en el purgatorio por la agente Proctor para contarle los beneficios de trabajar en el departamento de descanse en paz de policía a cambio de buenas recomendaciones para su juicio. Su misión: encontrar en el mundo de los vivientes muertidos (seres muertos que insisten en esconderse entre los vivos) y exterminarlos. Nick aceptará, pero no trabajará sólo, porque en el departamento siempre se patrulla en conjunto, Proctor lo emparejará con Roy, un viejo alguacil del 1800 con costumbres muy arraigadas, fetiches (ama los tobillos de las personas) y una capacidad de intolerancia para trabajar en pareja increíble. En la tierra ambos tendrán otra apariencia –uno de los hallazgos del filme- (Roy una bestia rubia come hombres y Nick un anciano asiático) ya que una de las reglas (regla del universo) es que los miembros del departamento de descanse en paz, no pueden tener contacto con sus seres queridos. En plan buddy movie descubrirán casi sin quererlo un plan para hacer que los muertos, en vez de elevarse y tener un juicio celestial o infernal, regresen a la tierra a través de la creación de “El Bastón de Jericó” (destruido hace más de 300 años) y su inexplicable fuerza centrípeta. En la antinomia simpatía/rechazo de la pareja protagónica “R.I.P.D…” encuentra su potencial, porque además posee un discurso basado en otros filmes que licua y que toma como referentes: “Arma Mortal”, “48 horas”, “Gosth, la sombra del amor”, “Evolución” y “Hombres de Negro”, pero finalmente encontrando propia identidad. Escenas dinámicas, puesta en escena, el artificio del 3D, efectos especiales y una dirección de cámaras extraídas de videojuegos de tiros (la escena cuando van a buscar al narco es un claro ejemplo de esto), hacen de “R.I.P.D: del más allá” una grata sorpresa dentro del género fantástico y de ciencia ficción.
Hay en el cine de Lucia Puenzo (Argentina, 1975) una notoria y marcada preocupación por el cuerpo y sus transformaciones. Si en “XXY”(Argentina, 2007) estaba Alex, una mujer/hombre en proceso de definición, y en “El niño Pez” (Argentina, 2009) nos contaba cómo los cuerpos dionisíacos de Lala y la Guayi se entregaban a los placeres, en su nueva realización “Wakolda” (Argentina, 2013) hay un cuerpo, el de Lilith (Florencia Bado), que se lo fuerza a transformar, pero esto es sólo una excusa para acercarse a un pasado oscuro de la historia política mundial, el nazismo. El Sur argentino, precisamente Peumayén, es el marco que elige Puenzo para adaptar su novela homónima en la que una joven inicia su paso hacia la pubertad y el despertar sexual plagada de dudas y de miedos en un ambiente nuevo. Sus padres Enzo y Eva (Diego Peretti y Natalia Oreiro) deciden ir a regentear una hostería familiar en las afueras de Bariloche y en el trayecto, un largo viaje por caminos inhóspitos, se encuentran con Josef, un médico de origen alemán (Alex Brendemul) que supuestamente está perdido y deciden ayudarlo. Cuando llegan al lugar, el misterioso médico decide ser uno de los primeros huéspedes del hotel, porque detrás de su actitud bondadosa hay algo más, existe un interés oculto por Lilith y su madre (embarazadísima de mellizos), por lo que intentará además capturar a Enzo con inesperadas inversiones en su proyecto de fabricar muñecas en serie(VER DETALLE MUÑECAS). Es que Lilith tiene un problema de crecimiento (genes recesivos) que la hace verse mucho más pequeña de edad ante los otros, y este científico es un experto en tratamientos genéticos. Con Eva deciden aceptar la propuesta de empezar a inyectar a la niña para que crezca. El cuerpo de Lilith empieza a responder, de manera lenta, pero violenta. Los efectos secundarios llegan (fiebre, urticaria, dolor, mucho…) y Enzo quiere agarrársela con Josef por haber tocado a su hija. Pero cuando se entera que Eva lo había autorizado y el parto de los mellizos se adelanta, se queda perplejo. Obviamente hasta ese momento nunca siquiera sospecharon sobre la verdadera identidad del médico. Pero sí lo hicieron otros como Nora (Elena Roger) una fotógrafa y bibliotecaria que está buscando a los jerarcas nazis escondidos en el lugar. En la película hay un trabajo sobre la otredad radicado principalmente en la mirada. Si bien los ojos denotan desconfianza (entre ellos) es curioso que justamente nunca sospechen del misterioso médico Alemán y sus verdaderas intenciones. También hay una preocupación por trabajar el paso a la adultez y el fin de la inocencia (primer beso, menstruación), marcado por las pérdidas que deberá sufrir Lilith, que aún juega con sus muñecas, y particularmente con una (WAKOLDA) que iba a tener un corazón pero nunca la terminaron. Paisajes desolados, abiertos, áridos, con una puesta cuidada y pensada de antemano, y una gran reconstrucción de época (vestuario, mobiliario, automóviles, etc…) “Wakolda” sigue afirmando a Lucía Puenzo como una de las noveles directoras con una impronta y poética propia. Además se afianza con esta cinta en la creación de atmósferas y climas, generalmente opresivos, que logran en momentos de revelación (como cuando acá se descubre la identidad de Mengele) generar una tensión única y propaladora. Si bien puede tildarse a la película por momentos de lenta, ese ralentie es necesario para poder ir creando el verosímil y la curva dramática hasta la secuencia final. “Wakolda” es una película necesaria para poder seguir reflexionando sobre la maldad en una de sus versiones más oscuras y la posiblidad de “humanizarlo”.
Otra adaptación de comic. Otra película de Denzel Washington que inicia mostrándonos lo seductor que en escena entre las sábanas con una dama. Otra película de acción que intenta buscar una identidad propia. Pero se queda a medio camino y sólo logra volverse convencional, dentro del género que transita. Es que el realizador hispano/islandés Baltasar Kormákur sabe que lo mejor de “Dos Armas Letales” (USA, 2013) no la historia, es su habilidad para dirigir o plasmar en la pantalla las imágenes, sino, sus protagonistas, por un lado Washington y por el otro Mark Wahlberg (en una nueva colaboración entre el director y el actor luego de “Contrabando”). “Dos armas…” narra las peripecias de Bobby (Wahington) y Stig (Wahlberg), dos compañeros infiltrados durante largo tiempo en un cartel de drogas manejado por el hiperbolizado Papi Greco (Edward James Olmos). Pero en realidad tienen otra identidad, uno es agente de la DEA (Bobby) y el otro es una oficial de inteligencia de la marina (Stig). Hasta acá tenemos el clásico relato policial en el que un giro expondrá los verdaderos intereses de cada uno. Pero esta pareja infiltrada, se tienen aprecio, entonces, cuando comience el juego por intentar salirse con la suya (todo explotará luego del robo a un banco) y salvarse el pellejo mientras todos los bandos (mexicanos, DEA, marines), y hasta la CIA! intenten asesinarlos para recuperar su botín, se verán forzados a ayudarse mutuamente. Además, en el medio hay un romance entre Bobby y Deb (Paula Patton), una inspectora de la DEA, que le otorgarán aún más tensión a la historia. Wahlberg construye su Stig apoyándose en la reciente comicidad que adquirió tras su colaboración con Seth McFarlane en “Ted”(USA, 2012), o así parece. Es el gigoló que con su facha (y su guiño de ojo) logrará conseguir los beneficios de todas las mujeres que se le crucen (excepto una, sobre la cual no se profundiza). Washington crea su Bobby de manera desestructurada, risueña y despreocupada para lograr un tono cercano al de Wahlberg, y acercarse así entre ambos al universo creado en la novela gráfica de 2008 de Steven Grant. Y es en las actuaciones en donde “Dos armas letales” (horrible traducción) tiene su fuerte, porque la historia está filmada de manera tradicional, excepto por algún plano cenital por encima de un ventilador de techo o ralentíes. También otro gran protagonista de la película, además de los actores, es la música, estridente, símil filmes de acción de los años setenta, que le otorgará dinamismo a la chatura y mesura de las imágenes. El resto de los personajes están trabajados desde la exageración, los malos son muy malos (Bill Paxton, Fred Ward, Robert John Burke) y ellos dos (Washington y Wahlberg) manejan un poco más de grises (son buenos, pero son timadores). Algunos momentos logrados, el “duelo” cual western entre camionetas, alguna pelea entre Bobby y Stig, y otros no tanto (cuando los hacen pasar como “espaldas mojadas” por la frontera) y no mucho más, hacen de “Dos Armas Letales” una buddy movie clásica, filmada de manera tradicional y sin un nuevo aporte al género que sólo se rescata por la actuación de sus dos protagonistas.
Basada en la experiencia personal de la realizadora Valérie Donzelli y Jerémie Elkaim, hay en “Declaración de vida” (Francia, 2011) un intento por construir un relato diferente, desestructurado y dinámico, lleno de excesos, para quitarle peso al fuerte dramatismo de la historia que cuenta. Por momentos uno parece que estuviera viendo un nuevo fresco generacional, como en su momento fue “Reality Bites” (USA, 1994) ó “Trainspotting” (UK, 1996), con corridas, una cámara vertiginosa, afirmaciones existenciales y mucho alcohol y drogas. La cinta, que llega con un gran atraso a los cines argentinos, se focaliza en la lucha real (ó GUERRA como dice el acertado título original) de una pareja durante años contra un cáncer que padeció, desde pequeño, su hijo y ¿qué mejor manera de hacer catarsis colectiva, de una historia tan dolorosa, personal e intransferible, que a través de las imágenes reflejadas en una pantalla? El arranque de la película es así: una mujer ve cómo su hijo pequeño es introducido en una camilla para realizarse una resonancia magnética. El golpeteo hipnótico del artefacto la retrotrae al pasado. Vemos a Romeo (Elkaim) conociendo a Julieta (Donzelli) en una fiesta. Ella está en un rincón, esperando a su pareja mientras bebe sutilmente una cerveza. Cruzan miradas. Él le tira una pastilla. Ella la atrapa con su boca. Se escapan de la fiesta juntos luego que el ahora ex de Julieta la abofetee y se hacen inseparables. Viven un tórrido romance en París y la recorren (con un homenaje a grandes realizadores franceses). La aman y se aman. Charlan. Comen. Se ríen. Mucho (quizás como una abundancia que luego terminará en sequía). Julieta queda embarazada y deciden irse a vivir juntos. Nace Adán (atentos al peso de los nombres de los protagonistas eh!). Y ahí comienza otra película. Una que refleja, por momentos con crudeza, la realidad de los padres primerizos (falta de sueño, peleas y mal humor; Romeo define a su hijo como un “tirano”) y principalmente sus miedos. Miedos que terminarán en el descubrimiento de un tumor maligno en el hijo (rabdoide) luego de haber recurrido a varios pediatras y especialistas. Hay un narrador omnisciente que nos va relatando la historia. Por momentos es Julieta. En otras oportunidades es Romeo. Entre ambos irán hilando uno a uno los acontecimientos que atravesaron. Pero hay otro narrador, también omnipresente. Porque en “Declaración…” hay pocos diálogos. La música es el otro relator. Refleja estados de ánimos y decisiones. Donzelli dice mucho más con una canción que con los diálogos. Hay una escena, la más lograda, en la que Julieta mira por el vidrio de un auto y en la ventanilla se refleja Romeo sobre su rostro, y se cantan. Y uno podría pensar, ¿y estos encima se ponen a cantar? ¿No saben si el hijo va a sobrevivir una operación de nueve horas y se cantan? Es que en esa canción hacen su declaración de vida, la de luchar contra el cáncer, la de no contar ni buscar información más allá de la que los médicos les ofrezcan (“no tenemos que saber más que el médico, nada de internet”) y la de amarse durante toda su vida. En “Declaración…” el dolor se refleja de una manera poética, onírica, en un gesto, una caricia, un abrazo materno... En la reiteración de acciones y de las imágenes, planos de puertas que se cierran, de eternos y asépticos pasillos, de cigarrillos fumados frenéticamente, porque ellos mismos decidieron ser fuertes frente a la tragedia y pasar a otro nivel, hasta salen a correr y entrenar para liberar tensiones, sin un objetivo, o quizás sí, pero aún no lo saben. Es en esta historia de amor de pareja y de amor filial es casi imposible determinar cuál de los amores es más grande, porque Donzelli quiere que nos sumerjamos en sus dos historias. Una es inseparable de la otra. Ambas permanecerán unidas en esta gran película sobre la resistencia y las ganas de seguir creyendo.
Al igual que en la presentación de un programa de TV que recién comienza con tomas aéreas y una música que inspira, en “Reality”(Italia, 2012) de Matteo Garrone (Gomorra), entramos en esta particular historia a través de tomas de un carruaje, barroco por donde se lo mire, tirado por caballos. El carro ingresa a “La Sonrisa”, un lugar de eventos en el que se desarrollará la boda de una pareja de la que participarán los personajes de la película. Un evento con la misma desmesura y exageración presente en los reality shows, que desde hace un tiempo han marcado el pulso de la televisión mundial. Dentro de esta tipo de programas, hay uno que dio el puntapié y hasta la fecha se mantiene liderando los ratings en los países que aún se lo re versiona. Obviamente estoy hablando de Gran Hermano, el megasuceso de la productora holandesa Endemol, que en Italia se lo conoce como Grande Fratello. Justamente en la boda del inicio hay un ex integrante de la casa (que pasó según dicen, 116 días encerrado) que deslumbra a Luciano (Aniello Arena), vendedor de pescado de una feria y lo hace pensar en participar en el casting del programa. Sus hijos lo convencen y habiendo pasado dos pruebas se transforma en el héroe de su pueblo. Pero más allá de los castings, la fecha de inicio de la nueva versión se acerca, y el teléfono de Luciano no suena. NUNCA. O sí. Pero no para lo que él quiere. Y así el protagonista creerá que cada sujeto que se le acerca es alguien de la producción del envío que lo está evaluando para ver si lo hacen ingresar o no (brillante la escena en la que un mendigo le pide unas almejas, se las niega y cree que no lo llamarán por eso). Paranoia. Se lo comparte a su amigo Miguel que le dice “a todos nos miran y vigilan, el señor nos vigila”. Locura. Tristeza. Soledad. La cámara sigue a Luciano por sus lugares habituales. Siempre espiando. Con su familia. Su mujer. Sus hijos. Todo se comienza a deteriorar. Si no es convocado al programa, debe generarlo. Vende la pescadería. Regala sus pertenencias. Busca en la religión y hasta en la misma TV alguna respuesta. No la encuentra. Garrone construye la cinta con algunos momentos de cámara en mano y en constante movimiento. Somos voyeurs toda la película. Espectadores de la terrible ansiedad de un sujeto que quiere triunfar en medio de un país que está inmerso en una crisis económica profunda. Porque en las largas filas para ingresar a Grande Fratello, hay un síntoma de época, que se refleja en las larga lista de desempleados que aún creen en la vía rápida que consisten los reality para conseguir dinero y fama. Quieren de manera fácil cambiar su destino. Nada tiene que ver con lo que pasa en Argentina con los menos de 15 minutos de éxito que predijo Andy Warhol para cada persona. Aquí cuando termina una edición de GH todo psa al olvido. Hay un impecable plano secuencia en el que Garrone con su cámara circula por todas las habitaciones del conventillo (post fiesta de casamiento) y todos se desnudan. Ahí nos dice: van a ver una película, pero si vieron Gran Hermano, podrían estar viendo el canal de 24 horas de transmisión. Metadiscurso. El cine dentro de la TV. La TV dentro del cine (el casting que realiza Luciano se desarrolla en Cinecittá). “Reality” es una película que deambula entre la mera exhibición de lo que muestra y la imposibilidad de separarse de su protagonista, omnipresente en todo el filme, con el que generamos una empatía desde el primer plano para luego ir de a poco separándonos de él. Hay un dejo nostálgico desde la mitad del metraje en adelante, que opaca algunas observaciones del director. Cruda. Dura. Triste. Real. Como la vida misma.
Encontrar una nueva saga teen para llevar a la pantalla grande, eso es lo que en Hollywood intentan día a día desde que fenómenos como “Crepúsculo” o “Los juegos del hambre” llenaron los bolsillos de productores y convirtieron en estrellas mundiales a sus protagonistas (leáse Jeniffer Lawrence, Kristen Stewart, Robert Pattison y Taylor Lautner, etc.). “Cazadores de Sombras: Ciudad de Hueso” (USA, 2013) de Haral Zwart, toma como punto de partida la novela del mismo nombre de la escritora iraní Cassandra Clare y que ya ha vendido más de 12 millones de ejemplares en todo el mundo. En la saga se conjugan todos los seres de la mitología del terror que se puedan imaginar y más (vampiros, licántropos, zombies, monstruos, etc.), todo en medio de una historia que repasará una dinastía ancestral de cazadores de sombras (léase especímenes asesinos) y los amores de éstos. Si bien la saga de Clare arranca narrada por Jace Wayland, uno de los cazadores (interpretado en la película por Jamie Campbell Bower), los guionistas de la cinta decidieron utilizar a Clary Fray (la ascendente Lily Collins) como guía. cazadores-de-sombras-_4 Clary vive con su madre (Lena Heady), una artista plástica y entre ambas poseen una relación muy dinámica y de compinches que se verá opacada cuando Clary comience a dibujar automáticamente un misterioso símbolo. Ese símbolo será el que le abrirá a la joven las puertas del mundo oculto tras las fachadas y mentiras que intentan mantener el orden entre los universos (misteriosamente verá cosas que los demás no pueden, de hecho, así conocerá a Jace). Revelaciones mediante y atracción con Jace (la tensión sexual entre ambos será el motor del relato) harán que, luego que su madre desaparezca, Clary decida finalmente aceptar su destino de convertirse en una cazadora de sombras. cazadores-de-sombras-ciudad-de-hueso-173 Hay una copa con un misterio que devela la vida eterna (sería como el Santo Grial de la saga) y que solo Clary podrá encontrar y en ese viaje iniciático, y como en toda travesía, ella comenzará en un estado en la cinta y terminará de otra manera (la joven irá descubriendo una a una las habilidades que poseía y que, conjuro mediante, se mantuvieron ocultas y latentes). Narrada de manera tradicional, con algunos clichés que parecen extraídos de telenovela latinoamericana (incesto, atracción entre opuestos, etc.), pero con buenos efectos especiales, y con una línea de actores secundarios encabezada por Jonathan Rhys Meyers, hacen de esta cruza de “Blade”, “Crepúsculo” y “Underworld” una propuesta interesante dentro del género que se inscribe.
“JOBS” (USA, 2013), de Joshua Michael Stern, biopic sobre la vida de uno de las mentes revolucionarias más importantes de los últimos tiempos, Steve Jobs, destaca por la soberbia actuación de Ashton Kutcher en la piel del genio rebelde. La cinta arranca en una asamblea de empleados de Apple (del año 2001) en la que se presenta el revolucionario iPod. Cámara en mano y registrando la espalda de Jobs, conoceremos las oficinas de la empresa que en el año 2012 se convirtió en la más valiosa del mundo entero. Luego la acción se retrotrae a la década del 70 del siglo pasado, una década en la que conoceremos a un Jobs libre de prejuicios, impregnado del flower power y el hipismo y drogas duras. Esa libertad con la que se manejaba será la que luego intentará mantener en toda su vida, chocando con todo aquel que se oponga a, por ejemplo, sus ganas de no utilizar calzado o falta de higiene. Jobs es rebelde, o eso cree, y no desea que nada ni nadie lo ate a nada, así, en una película condescendiente con él, que continúa con la construcción de un mito de bronce intocable, no veremos profundizar sobre sus problemas psicológicos, su misoginia, y mucho menos su abandono para con su primera hija, ni hablar de su deterioro y enfermedad. Estos claroscuros son apenas enumerados. La película se enfoca, más que nada, en la construcción de Apple. En cómo de un pequeño garage, un grupo de inadaptados (nerds, solitarios) empezó a erigir tras la visión y manipulación de Jobs uno de los proyectos más influyentes e inspiradores de la historia. El proceso obviamente no será fácil, y mucho menos cuando las decisiones que se tomarán para avanzar casi siempre dejan de lado a alguno de los miembros originales del proyecto (algo que deja muy claro “JOBS” es que para triunfar y avanzar se debe traicionar a todo el mundo y en la cinta dejan en claro que Jobs siempre fue su peor enemigo). Si bien la película posee una estructura y narración líneal y tradicional, es en la reconstrucción de época (vestuario, viviendas, movilidad) y en una efectiva banda de sonido en que destaca. Vaticino una nominación en la temporada de premiación para Kutcher por su gran labor (excepto en dos escenas en la que se escapan alguno de sus tics tradicionales, en casi todo el metraje compone con exactitud la impronta de Jobs). Si me equivoco, al menos acérquense al cine para ver si podría o no estar errado.
Un clásico en las manos de Dario Argento prometía mucho, mucho. Además, si contaba con la participación de su rebelde hija Asia y el regreso a las pantallas de Rutger Hauer (gracias por tanto cine clase B), la espera por su estreno (luego de varias postergaciones) se hizo demasiado larga. “DRACULA 3D”(España, Francia, Italia, 2012) es una película que intenta recuperar el espíritu gótico de la novela de Bram Stoker, pero al contar con referentes tan importantes como el de la versión de Copolla o Bela Lugosi, las comparaciones son inevitables, y en esta oportunidad el maestro del horror sale perdiendo. Porque si bien ha intentado reflejar la esencia de Drácula el resultado no es el mejor. La historia del Nosferatu en busca de un reemplazo para su amor eterno y aquellos que lucharán a toda costa por evitar que logre capturar a Mina no alcanza. El director decide incorporar la tecnología del 3D para enfatizar algunas escenas con efectos muy básicos, pero el resultado no es el mejor, ya que, además, hay una serie de decisiones equivocadas que atentan contra la integridad del producto, por ejemplo el conde no se transforma en murciélago y sí en otros animales e insectos (mosca, lechuza, etc.). Filmada con planos cortos y detalles, y dentro de espacios muy cerrados y pequeños, además de poseer algunos cortes y saltos de eje, las buenas intenciones de Argento terminan por echar por borda la verosimilitud del filme. Hay un trabajo sí muy logrado con los colores. Las imágenes poseen una paleta de tonalidades y textura similar a aquellas películas que en los años noventa del siglo década pasado se encargó de colorear Ted Turner para emitir en las cadenas TBS o TNT. Así, la noche, cuando Drácula ataca y se alimenta de sus víctimas, es negra, azul y verde. Por otro lado en las mujeres priman los rojos, rosas y blancos. Para los hombres, reservó verdes, marrones y negros. Pero sólo con el color no alcanza. Viendo el filme recordé un sketch de “The Benny Hill Show” en el que tomaban a Drácula como punto de partida para mostrar, ¡cuándo no!, mujeres casi desnudas. Acá pasa algo similar, pero en el caso del programa cómico la risa era esperable. Aquí no. Y la risa llega igual. Como en esa escena en la que Drácula se transforma en una mantis gigante, verde, que come cabezas y asesina. Tomar un clásico de la literatura, imponerle las relgas del gore y el trash terror, eso es lo que quiso hacer Dario Argento, en esta poco afortunada versión de Drácula, en la que ni el 3D lo salva.
(Anexo de crítica) Las relaciones familiares siempre son complicadas. El que tiene la dicha de poder vincularse con los suyos de una manera amable y pacífica es un afortunado. Sino pregúntenle a Pierre Auguste Renoir (Michel Bouquet), el célebre pintor impresionista francés, que en su vejez, además de enfrentar un terrible reumatismo deformante, tuvo que una vez más lidiar con problemas en su hogar por una mujer que le revolucionó la vida. Esa es la trama de “Renoir” (Francia, 2012), de Gilles Bordous, que narra el proceso que atravesó en 1915 el pintor, ya en plena decadencia, desolado por la muerte de su última mujer, y atormentado por la noticia de la baja de la guerra (por una herida) de uno de sus tantos hijos (Jean- interpretado por Vincent Rottiers), en el que todos sus fantasmas se potencian. Fantasmas que se disiparán con la llegada de Dedee (Christa Theret), una modelo “vivo”, que revolucionará la apacible vida del anciano y su entorno. Renoir (pintor) vive con su pequeño hijo Coco (Thomas Doret) y depende de un grupo de mujeres que no sólo se dedican a su higiene y alimentación, sino que en algún momento le han brindado otro tipo de servicios. Dedee es la extraña que viene a invadir ese intocable matriarcado y sus espacios (la cocina, el patio en donde se cuelga la ropa recién lavada, el comedor), lleno de rutinas y de celos. La joven, con su actitud libertina y espíritu desprejuiciado hará que el viejo rejuvenezca. “Llegaste muy tarde” le dice él en una hermosa escena. Y Dedee llora. Al tiempo llega al hogar Jean, con toda su cabeza llena de dolor, de orgullo, de pasión y de cine. Dedee lo atrae desde el primer momento. Se aman. Se odian. Tal como pasó en la vida de esta pareja. La relación entre la modelo y el pintor se deteriora. Se enojan. Se insultan. Sacan cada uno la peor parte del otro (Dedee no puede entender cómo su padre en el estado en el que se encuentra continua pintando y Jean afirma no tener ambiciones). Bordous nos muestra la Costa Azul en toda su grandiosidad con planos largos y amplios, y el trabajo de Renoir con detalles de los colores, de las pinceladas, de los trazos, de los cuerpos, y del proceso de creación de la serie de cuadros “las bañistas” y otras obras que con el campo y el río enaltecieron su obra. Por momentos en silencio acompañamos al creador. En otras oportunidades los gritos y los cantos en conjunto de las sirvientas rompen con el tedio y la pasividad de la vida del anciano. “Renoir” es un filme que habla de pasiones, de las humanas, las pulsionales, las irrefrenables, y otras que se pueden adquirir, como el amor por el arte, la pintura, la belleza, el color, y el cine. También habla de los sueños, de alcanzar metas, de perseverar en el camino, de no cumplir mandatos (le dicen las mucamas de Renoir en un momento a Dedee: “vos vas a terminar de mucama”, y ella se enoja y rompe unos platos, porque ella quiere ser actriz, aunque por momentos se confunda y termine en un burdel trabajando de prostituta). Pero “Renoir” principalmente es una historia que muestra cómo a pesar del sufrimiento y el dolor se puede continuar haciendo lo que a uno le gusta. Jean le dice a su padre en un momento clave del film, al quien ve con sus manos entumecidas y deformadas, pasado de antipirina, pintando “Ya pintaste todo”. Renoir le contesta “Quiero seguir hasta el final”. Y nosotros aplaudimos y nos emocionamos. Gran película con una lograda actuación y caracterización de Michel Bouquet como Renoir.