Con varios cortos en su haber, el realizador Misionero Maximiliano González impacta con su segundo filme “La Guayaba” (Argentina, 2013) de manera doble. Por un lado trabaja tangencialmente con la temática de la dictadura, y por otro lado, el eje central, sobre la trata y explotación de mujeres. Florencia (Nadia Ayelen Giménez) es una joven de 17 años que vive de manera humilde con su familia y pasa todas las tardes jugando con su pequeño hermano Joaquín (Álvaro Sacramento). Por las noches con el niño se escapan de la pequeña y atiborrada casa para encontrar imágenes formadas en el cielo por las estrellas. Mientras lo hacen comen el fruto del árbol que da nombre al filme. Un día es tentada por una mujer que con regalos y falsas promesas de un trabajo bien pago se la lleva casi a su pesar a la tierra prometida. Pero ese paraíso de perlas de plástico y dinero casi instantáneo termina transformándose en una cárcel con forma de cabaret de mala reputación perdido en algún lugar del litoral. Un plato de comida por un cliente le dice Raúl (Raúl Calandra) su dueño, su amo, su primer hombre forzado, y así Florencia comenzará a transitar en la prostitución de manera obligada y controlada por el Oso (Lorenzo Quinteros) y la pseudo madama Bárbara (Bárbara Peters). Ella pide ayuda a aquellos “clientes” que ve con ojos buenos. Pero lo que no se da cuenta es que todos están inmiscuidos dentro de una red que contiene al alicaído cabaret y que es sostenida por policías, gobernantes, profesionales y etc. “Lo lindo se termina rápido” le dice Bárbara, y ella espera que alguien la rescate. La visten, le dan tacos, la joven/niña intenta hacer lo que le piden, pero no puede. “Ningún trabajo es fácil” le escupen en la cara. Y ella lo sabe. Y llora y sufre. Y sueña con su hermano y las estrellas. Un día hay un accidente en la puerta del cabaret. Florencia aprovecha que todos están ayudando a las víctimas y sale afuera. Alguien la mira desde dentro de un vehículo. Le gritan y la obligan a volver. En ese gesto de acompañar aunque sea sólo con una mirada estará luego su posible salvación, porque sin adelantar mucho, en un momento alguien, gracias a Dios, finalmente le dará una mano a Florencia. González filma “La Guayaba”, que ya pasó por el Global Peace Film Fest 2013 y el Festival de Manheim-Heidelberg 2013, no tanto desde un lugar de suntuosidad o exageración, sino más bien desde la simpleza y lo básico de colocar la cámara expectante de las situaciones. Con grandes momentos de digresión, planos detalles, principalmente de los objetos y vestimenta de Florencia, como así también la utilización de algunas elipsis (pasos por escalera) hacen que el centro de la película sea lo que denuncia más allá de cómo lo hace. Casi al finalizar y luego de una reflexión de la protagonista que hace de esto de “sin clientes no hay trata” una declaración inobjetable, aparece la gran Marilú Marini en un papel que dará mucho que hablar y que la hace la portavoz del mensaje sobre la dictadura que mencioné al inicio de esta reseña. Honesta, simple, sin ambiciones más que la de contar y denunciar, “La Guayaba” cumple con las premisas que quiso contar y un poco más.
Tomando un caso real (y no el de la banda de los “chetos” que robaba ancianos), que leyó en una nota de la revista Vanity Fair, Sofía Copolla regresa al cine con “The Bling Ring”(USA, 2013), para hablar de un síntoma de esta época de relaciones 3.0, fama instantánea y vacío generacional. Un grupo de jóvenes de Beverly Hills se responde la pregunta “¿A quién no le gustaría conocer las casas de los famosos? Y la respuesta que se ofrecen ellos mismos es radical, porque no sólo van a “conocer” las casas de los famosos en plan NO TENGO NADA QUE HACER Y ME ABURRO, sino que además comienzan a llevarse “souvenires” que terminarán en un botín de más de 3 millones de dólares. Van a las casas con la premisa de “vamos de compra” y si bien hay una líder, Rebecca (Katie Chang) que toma como “mascota” a Marc (Israel Broussard) el nuevo de la prepa Indian Hills, y con él que comenzará todo, poco a poco se sumarán más integrantes al equipo, como Nicki (Emma “Harmione” Watson), Sam (Taissa “AHS” Farmiga) y Chloe (Claire Julien). Todos se sumarán y delirarán con estos robos flashmobs. El Pop celebrity trash (Paris, Lindsay, Audrina, etc.) es objeto de deseo y delito de estos jóvenes que encuentran un placer ontológico en el robar a los famosos. Obviamente que algunos esconden sus objetos, pero otros los exhiben impúdicamente en las redes sociales para buscar seguidores y me gusta. Y en esto de “exhibir” y de mostrar todo es en donde “The Bling Ring” o “Adoro a la Fama” encuentra su punto más fuerte, porque si bien Coppola utiliza música estridente y ralentis para generar la digresión necesaria, la trama y la acción avanza rápidamente, en la exhibición, reiteración y repetición de robos y de noches en boliches. No es la Coppola de “Somewhere”, “Lost in Traslation” ni mucho menos “Vírgenes Suicidas”, pero es una realización con una potencia basada en los hechos que cuenta que genera empatía por sí sola con los personajes y la historia. Estos jóvenes realizan todo con una filosofía de “hacemos lo que queremos”, “vamos a donde se nos antoje” y nos reventamos en el camino porque ya tenemos toda nuestra vida resuelta, y además hacemos todo eso arriba de unos Louboutines (zapatos de diseño), su fetiche. Pero ellos no saldrán impunes, y así rebecca justifica su accionar por culpa de su madre autoritaria, Marc culpa a su familia que lo ignora, y Nicki y Sam al karma (“quiero creer que esto pasó para que yo crezca” dice en un momento Nicki), porque éstas últimas son educadas en su casa por su madre (Leslie Man) una ultra fanática de las nuevas terapias y de “The Secret”. La noche/la fama/el dinero y la idea que toman de una de sus canciones preferidas que dice algo como “vive rápido, muere rápido, las chicas malas lo hacen bien” (himno de otro grupete que este año también llegó al cine en “Spring Breakers” de Harmony Korine) generan un círculo vicioso del cual no se podrán escapar. Y ahí comienza otra película, una en la que los jóvenes harán más frecuentes sus “visitas” a las megamillonarias mansiones. Y en ese “visitar” más recurrente terminarán dejando pistas por todos lados y por las que serán detenidos (no spoileo nada, el caso fue muy famoso). Película con una profunda mirada sobre el estado actual de la juventud, filmada con cámara en mano y planos frenéticos, pero con una economía de recursos y un ascetismo que por momentos contrasta con los lujos que en cada robo muestra, “The Bling Ring” es un acercamiento más al estado de las relaciones y los vínculos sociales en la era de la instantaneidad.
Cuando una película de terror ó ciencia ficción intenta, además de contar la clásica historia de miedo, hablar de un estado de época, ya, por el sólo hecho de sumar ese plus, sale ganando. En “Los elegidos” (USA, 2013) de Scott Stewart, vemos como el american way of life y el american dream se explota frente a la cara de los más vulnerables, y en el caso de los protagonistas de esta película, no sólo les tocará lidiar con el fin de la bonanza económica y sus consecuencias, sino con un hecho sobrenatural en el seno de su hogar que alterará todo aún más. La familia Barret la está pasando mal. MUY. Un padre sin trabajo (Josh Hamilton), una madre que intenta sumar algunos dólares con un emprendimiento inmobiliario (Keri Russel) y dos hijos (Dakota Goyo, Kadan Rockett) que apenas pueden manejarse solos. Pese a los inconvenientes siguen adelante, como todos, hasta que un día algo los sorprende madrugada, algo que lentamente cambiará todo e iniciará una cadena de hechos infortunados que modificarán el ya desordenado mundo de esta familia. Esto se sumará a su larga lista de preocupaciones y así querrán saber qué o quiénes están molestándolos/acechándolos. Para poder descubrirlo, y luego de volverse todo insostenible, se acercarán a un “especialista” (un Fabio Zerpa yanqui) que los guiará en un camino de aceptación o descreimiento absoluto. El realizador, Stewart (con películas como “Pries” o “Legión” en su haber), logra generar suspenso sin caer en lugares comunes, desarrollando el misterio con maestría y manejando 2 mundos en paralelo casi antagónicos. Por un lado trabajará con el mundo de los adultos, un mundo oscuro, de colores fuertes, lleno de preocupaciones, mentiras y angustias, mientras que por el otro lado estará el mundo de los niños, cálido, alegre, un paraíso de ingenuidad y exploración. Justamente este mundo es al que primero atacará “eso” que acecha, porque es el mundo dócil, débil, casi sin explicaciones, un mundo que lleno de juegos y cuentos de medianoche a través de walkie talkies hará más llevadera la crisis económica y familiar que atraviesan. Los momentos de digresión, principalmente enfocados en el hijo mayor y sus habituales actos, generan la relajación obvia y necesaria para posteriores momentos de tensión y susto más clásico (un pájaro que choca contra una ventana, por ejemplo). Hay algunas resoluciones que atentan contra el buen clima desarrollado a lo largo del metraje de “Los Elegidos”, como por ejemplo cuando el padre de familia decide realizar la instalación de un sistema de cámaras de video para poder “controlar” qué pasa en su casa por las noches, si no tenían dinero, ¿de dónde lo saca para pagar ese caro sistema?(minutos antes le dice a su mujer que prescindirían de la TV Cable). Para los amantes de las películas de terror/ciencia ficción con un mensaje más allá de sus premisas básicas, esta mezcla de “Señales”(USA 2002), “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo” (USA, 1977) y “El Conjuro”(USA, 2013), cumple con sus premisas (sin detenernos en su precipitado final y algunos efectos especiales -muy truchos algunos-) y además cuenta con el aporte invaluable de la impecable actuación de “Felicity” Russel. Los Elegidos” es una opción más que interesante en su género.
Entrañables, así sentía uno a los personajes de Kick Ass,y con gran ansiedad augurábamos una secuela/precuela. Y acá estamos frente a “Kick Ass 2”(USA, 2013) con más preguntas y tristeza que resoluciones y entretenimiento. En esta secuela, dirigida por Jeff Wadlow (“Cry Wolf”, “Pearl Harbour”, etc.), el tono risueño y pasatista se cambia por reflexiones filosóficas que contradicen su lúdico espíritu original (tanto en la primera parte como en el cómic), y encuentra en esta oportunidad a nuestro héroe, interpretado por Aaron Johnson, en la disyuntiva de continuar salvando el mundo o no. Mientras reflexiona, piensa que lo mejor que puede hacer es aliarse a Hit Girl (la ascendente Chloë Grace Moretz) para convertirse en una letal pareja contra los villanos. Pero Hit es controlada obsesivamente por Marcus (Morris Chesnut), a cargo de la joven luego de la muerte de Big Daddy (Nicholas Cage). Para convertirse en los nuevos paladines de la justicia, la niña debe escaparse de la escuela para poder entrenar a Kick Ass hasta convertirlo en un héroe infalible. Pero como todo puede fallar (ya lo decía Tu Sam) Wadlow decide que la historia de la conversión de Hit Girl/Mindy en una mera mortal más, era mucho mas interesante que profundizar en ella y su vínculo con Kick Ass. Entonces hay que verla a ella expuesta por un par de porristas a las cursilerías más obvias y a grupos musicales del estilo de One Direction. Y Mindy/Hit no sabe qué hacer. O sí. Justo en el momento que le arman una emboscada en plan “Carrie”(que oh casualidad protagoniza). Ajeno a todo esto, Kick Ass quiere pertenecer a algún grupo o dupla, por lo que se une a “Justicia para Siempre”, una especie de “Liga de la Justicia” pero en plan patético, liderada por el Coronel Barras y Estrellas (un desaprovechadísimo Jim Carrey). Y todo es desconcierto. Brilla por momentos el villano de turno, Red Mist, ahora The Motherfucker (Christopher Mintz), con sus tonterías y desatinos, quien comenzará a esparcir por la ciudad, luego de asesinar accidentalmente a su madre, el miedo. Y algunas incorporaciones como Mother Russia, una implacable asesina rusa que se parece mucho a Brigitte Nielsen, pero tuerta. Nuevamente está el exponer el cuerpo para afirmarse como héroes, los trazos gráficos para indicar que esta película es la más COMIC de todas las historias de seres comunes convertidos en titanes y las torpes peleas al estilo serial televisivo Batman de los años sesenta. Pero hay en la industrialización del producto una gran pérdida, la de la fidelidad a la historieta creada por Mark Millar y John Romita Jr., la de la inocencia de los nuevos héroes y el intento, imperdonable, de transformación de Hit Girl en una Barbie sentimentaloide más. “Esto no es un comic, gente real va a morir hoy” dice en una de las secuencias finales uno de los personajes, y en vez de divertirnos, pensamos, quiero que el espíritu de comic vuelva, quiero que lo absurdo y entrañable se plasme nuevamente en la pantalla. Pero claro está, para ese momento, la película ha terminado
Que misterio la vida de los conductores o choferes de micros de larga distancia en Argentina!, ¿no?, porque mientras en otros países nos los venden de una manera simpática, agradable en películas como “Máxima Velocidad”(elijan ustedes si quieren ser “conducidos” por Keanu o por Sandra) o hasta en dibujos animados: Otto de “Los Simpsons” , el cine nacional elige mostrarlos como seres grises, tímidos, aburridos y atrapados en sus rutinas, sino me creen chequeen “El Frasco”(Argentina, 2008) de Alberto Lecchi y ahora “Destino Anunciado”(Argentina, 2013) de Juan Dickinson. En “Destino…” Luís Machín (enorme intérprete, generoso) es Luis Furno, un cincuentón chofer que diariamente realiza viajes al norte del país junto a Oiva (Manuel Vicente), un mujeriego que contrasta y se diferencia en todo con él (que es estricto, incorruptible, controlador y obsesivo). A Luis en un momento Oliva lo define como un “tipo sin proyectos y esclavo de sus reglamentos”. Su antítesis. Viaje va, viaje viene, conoce a Clara (Celeste Gerez), moza de un desolado parador. Con ella creará un vínculo de acercamiento hasta donde su moral, timidez y estructuración le permiten. Un día Clara no está más en el parador y decide tomarse vacaciones (¡osadía!) porque cuando comienza a preguntar si alguien sabe de ella, las respuestas no lo satisfacen o no son de su agrado. Se sube a un micro, pero ahora para ser pasajero, y llega a “El Fraile”, una pequeña colonia quedada en el tiempo y con pocos habitantes (que se nutre más que nada de los peones golondrinas que trabajan en las cosechas) en la que sabe que Clara vivía. Allí no encontrará muchos amigos, “acá nadie quiere que esté acá” le dicen, y mucho menos rastros sobre la joven. Pero aguerrido, continuará conociendo el lugar y a la vez tratando de obtener más información sobre su “amor” que nunca fue, para toparse con una red de prostitución encubierta por todo el pueblo. Verdes apagados/aridez/cactus, polvo mucho polvo, para mostrar la intimidad del lejano lugar, estático (excepto por unos niños que lo rodean con sus bicicletas) y azules y grises para las secuencias oníricas, hipnóticas, intrigantes. Secuencias que irán de a poco dar a entender el porqué de la decisión de Luis de viajar a la intimidad del pequeño pueblo y conocer el paradero de Clara. Desea cerrar cuentas pendientes. Porque en la superficialidad del relato de este “sherlock holmes”, que tratará de rearmar los últimos días de una joven desaparecida se esconde la profundidad de una denuncia (trata de mujeres) y también un pasado que sigue doliendo (dictadura).En ese pueblo, está la metáfora de una sociedad que cuando pudo decir algo no lo hizo porque decidió no hacerlo. Y “El Fraile” está lleno de gente que tiene ganas de hablar pero no dicen nada. Y Dickinson lo cuenta con cámara por momentos fija, presentando, sin tener injerencia sobre los hechos las imágenes que plasma, dejando la interpretación para el espectador. “Destino Anunciado” retoma la línea del clásico de Jorge Luis Borges “El Sur” principalmente en la impronta de decidir hacer algo que seguramente terminará no en el mejor de los finales, o el deseado, porque acá Luis es otro Juan Dahlmann, a quien un impulso lo hará tomar una decisión que cambiará su vida y torcerá su suerte. Gran realización que principalmente se apoya en las notables actuaciones de esos eternos secundarios en TV y cine, Machín y Vicente. Altamente recomendable.
¿En qué consiste el espectáculo del cine? Esa es una pregunta que siempre me hago cuando estoy viendo una película. Creo que si un filme logra borrar las fronteras y dimensiones de la pantalla, en parte, cumplió con uno de sus objetivos. Obviamente después hay que ver otras cuestiones, tipo de estructura narrativa, elección de planos, musicalización, etc., pero si cumplió con esto de hacernos entrar de lleno en la pantalla, y borrar nuestra mortal existencia de la sala, todo lo demás puede ser muy secundario. Cuando un director logra transmitir TANTO, como en esta oportunidad, y hace CREER que su historia, más allá que transcurra en el espacio, en el agua o en la tierra, es tan vívida podemos decir que estamos frente a una película magistral y que cualquier detalle menor (por ejemplo exceso de música) pasará inadvertido. Estas reflexiones me surgen luego de ver “Gravedad”(USA, 2013) de Alfonso Cuarón (“Y tu mamá también”, “Grandes Esperanzas”, etc.), un espectáculo que sólo puede ser visto en el cine y en 3D, en una de las mejores utilizaciones de esta tecnología (destaco también la escena inicial de “Star Trek Into Darkness”). En “Gravedad” hay un astronauta, Matt Kowalsky, canchero, ganador, interpretado por, quién sino, George Clooney, que lidera una misión de reparación de una plataforma espacial. Junto a él está Ryan Stone (Sandra Bullock), una doctora rígida, estructurada y que se ubica en sus antípodas. Mientras están reparando un panel de comunicación una serie de deshechos de un satélite ruso se dirige de manera imprevista hacia a ellos, y pese a tratar de hacer lo imposible para esquivarlos, son duramente impactados. Sólo sobreviven Kowalsky y Stone, quienes deberán encontrar en el medio de la nada, NADA literal, las decisiones que los lleven a un pronto camino a CASA (Tierra). Esta simple historia de supervivencia, superación y pasión, le sirven a Cuarón para reflexionar una vez más sobre preguntas existenciales que acechan al hombre: ¿Qué es el hombre? ¿Para qué vivimos? ¿Qué somos frente a la inmense”, pero que en esta película, además, funcionan como vectores del personaje de Bullock, quien intenta encontrar un sentido a su vida, alguien que quiere rezar frente a la adversidad, pero descubre que nadie nunca le enseñó cómo. El 3D hace inmenso ese espacio agobiante y hasta claustrofóbico y explota en la pantalla. Hay una idad del espacio? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Cómo sobrellevar la pérdida de un ser querido? Entre otras, y con las que ya había trabajado en “Niños del Hombrescena de una belleza extrema en la que Ryan ingresa a una de las cápsulas de una de las plataformas espaciales, se desnuda y reposa en posición cuasi fetal. Erizante. Desoladora. Cuarón elige arrancar la película en silencio, con planos de la tierra vista desde el cielo para introducirnos en lo que será una de las principales virtudes de esta película, la inmensidad. Porque no hace falta que esté Buzz Lightyear gritándonos “Al infinito y más allá”, estamos en el más allá, estamos en la nada, en el no espacio, y gravitamos con Bullock y Clooney y junto a ellos palpitamos todas sus sensaciones. Mareo/Paranoia/Adrenalina/Angustia son algunas de las emociones que uno atraviesa durante los 90 minutos que dura “Gravedad” y que apoyándose en planos circulares, subjetivos y objetivos, potencian la idea de estar en el espacio, solos, aislados. Además de las imágenes símil National Geographic, las impecables actuaciones (Bullock a ¿por el Oscar?) hay otro importante actor: el silencio, que genera sentido todo el tiempo, contrastando con la magnitud de la noche. Trama casi aristotélica, con puntos de giro bien marcados y a su vez esperados, y que pese a algunos lugares comunes y un exceso, por momentos, de la estridencia de la B.S.O.y claras referencias a clásicos como “2001”, esta mezcla de “COSMOS” de Carl Sagan con “Naúfrago” es un espectáculo visual de una belleza y consistencia increíbles.
¡La nueva de Woody!, vamos al cine felices cada vez que el director neoyorkino estrena película y con “Blue Jasmine”(USA,2013) la felicidad es potenciada porque, sin querer desmerecer sus anteriores y reciente realizaciones, vuelve a sus clásicas películas de diálogos y situaciones fuera de su propia neurosis y auto referencialidad. En “Blue…” está Jasmine (Cate Blanchett) una mujer de la high society de Nueva York que ve como su mundo se desploma al quedar en bancarrota después que se descubre que Hal (Alec Baldwin), su marido, realizaba desfalcos financieros, alguien que recomendaba a quien tenía dinero “lo primero que deben saber es cómo eludir al Gobierno”. Allen cuenta con maestría cómo esta mujer debe adaptarse a una situación completamente diferente hasta hace minutos, a compartir con su hermana adoptiva Ginger (Sally Hawkins) y sus dos hijos un pequeño departamento en San Francisco y a ver de qué manera puede sobrellevar las consecuencias del colapso nervioso que sufrió. Pero Ginger está con Chilli (Bobby Cannavale) un misógino y desagradable mecánico que intentará: 1- Conseguirle pareja a Jasmine 2- Ayudarla a encontrar un trabajo (“podés ser enfermera, porque las enfermeras son buenas en la cama porque conocen bien el cuerpo humano”)3- Hacerle ver a Ginger que su hermana la está usando y que cuando tenía dinero nunca la llamaba para ver cómo estaba. Y ahí está una de las dinámicas de “Blue Jasmine” la racionalidad (que le queda) a Jasmine frente a la impulsividad de su hermana y novio, que obviamente terminará en peleas y discusiones que en la pluma del Allen guionista tienen el tono que ningún otro realizador puede lograr. Además Jasmine impulsará a Ginger a realizar cambios en su vida. Porque en esta película (la número 43 de Woody Allen como realizador) las transformaciones son uno de los tópicos principales. Ninguno de los personajes pasará por Blue Jasmine sin haber al menos cambiado/evolucionado en su totalidad o en parte para bien o para mal. Desde el primer momento que aparece Jasmine (Blanchett) la cámara de Allen se enamora de ella y le otorga presencia y diálogos increíbles en casi todas las secuencias de la película. Con primeros planos de ella interactuando con su nuevo entorno la narración avanza sin darnos cuenta. Jasmine necesita cambiar de aire y decide ir a una fiesta de una compañera de un curso de computación que está realizando en la que conoce a Dwight (Peter Sarsgaard), un ascendente político del que termina enamorándose y al que decide omitir contarle su pasado. Ay Jasmine! La mentira tiene patas cortas!!! ¿no sabés eso? Esta es una película dentro de “Blue Jasmine”, la otra es la de la vida opulenta de su pasado, que disruptivamente y a través de flashbacks van completando su matrimonio con Hal. Este es el mundo de las casas en los Hamptons, las fiestas de vestidos largos y smokings, las mansiones en las afueras de Nueva York, los departamentos en la quinta Avenida, las tiendas lujosas, las botellas de MOET. Una vida ¿feliz? Mientras ella miraba hacia otro lado ante los “engaños” económicos y amorosos de su marido. Allen reflexiona sobre elecciones (para bien o mal) y la importancia de poder superar algunas situaciones y de cómo algunos no lo pueden hacer. “Blue Jasmine” es una película que retoma la verborragia de “Hannah y sus hermanas” y la profundidad de “Interiores” y “La otra mujer”, además de darle el protagónico a una mujer nuevamente, y que aquí Cate Blanchett (¡alarma de Oscar!) logra componer una increíble Jasmine que nos hace empatizar con ella desde el segundo uno que aparece en la pantalla. Enorme. Hermosa. Gran película.
Tuve la oportunidad de asistir a una de las funciones de “Romper el Huevo” (Argentina, 2013) con una charla previa de su director Roberto Maiocco. En la misma contó que allá por el año 2005, leyó una noticia en el diario (nota que tenía en sus manos mientras dialogaba con los espectadores) sobre la adopción y la cantidad de niños que esperan poder conseguir un lugar en algún lugar argentino. En 2005 el número era de 3500, en la actualidad esa cifra ronda los 14.500 a nivel nacional. Con esta charla introductoria, la noticia y la expectativa por ver a Hugo Varela en un papel completamente diferente al que nos tiene acostumbrados, asistí a la proyección. Lo que logra Maiocco en “Romper…” es bastante dispar, e independientemente de cuestiones técnicas que fallan por varios frentes (saltos de ejes, planos contrapicados, mala iluminación, elementos de utilería, etc.) y una dirección de actores que por momentos provoca risa, buscándole el lado positivo a todo (porque es ideal hacerlo) lo que cuenta “Romper el Huevo” es una historia distinta a la que viene contando el cine argentino. Hay un relojero viudo ermitaño llamado Manso (Hugo Varela en plan Jack Nicholson de “About Schmidt”) que hace años intenta cumplir una promesa que le hizo a su difunta esposa, adoptar un niño/a. En su humilde morada (con una tele en penitencia, que mira al rincón, vaya a saber uno porque, y muchos relojes por todos lados) tiene una habitación llena de objetos y regalos para el posible niño/a que finalmente el Estado le brindará en custodia legal. Todos los días llega a su casa y escucha los mensajes de su contestador y siempre le piden un papel más (los diálogos con los funcionarios parecen los que pronunciaba Soledad Silveyra en “La clínica del Dr. Cureta”) Una tarde le dejan unos análisis (muy básico el procedimiento de cómo se entera) por debajo de su puerta que confirman una enfermedad terminal. Se desespera, pero al no haber podido cumplir la promesa a su mujer, decide que es lo mejor que le puede pasar, morirse él también. Pero un día le golpean a su puerta y le presentan a Pollo (Conrado Valenzuela) un niño de unos 10 años para que lo custodie legalmente. Pero Manso ahora no quiere saber nada, porque está por morir y no quiere arruinarle la vida al chico. Va al ministerio y dice literal: “quiero devolver a Pollo”. Le ponen trabas y plazos. Y en ese esperar a ver si puede devolver o no al joven comienzan a entablar un vínculo entrañable entre ambos. A los dos se sumará una vecina, Cecilia (la española Agatha Fresco), que a cambio del préstamo de libros le cocina a Manso, que los unirá y además terminará devolviéndole algo de vida y pasión a ese “muerto en vida”, ese hombre gris, encorvado, que arrastra los pies, que personifica Varela. Hay algunas ideas divertidas, como la locución de los números perdedores de la quiniela (una larga secuencia) o cuando Manso comienza a “organizar” su entierro “ese no viene y no lleva la manija del cajón porque no lo banco”, que se opacan por el enorme esfuerzo de Varela por tratar de no parecer gracioso y mostrarse lo más huraño posible (quizás con otro tono de actuación la película se hubiera favorecido) y algunos diálogos con palabras en desuso (profiláctico, por ejemplo). Con una estructura simple y planteamientos narrativos básicos, “Romper el huevo” es un intento por hablar de una problemática surgida de un disparador noticioso (la nota de La Nación) que en el fondo termina por desdibujarse por la desprolijidad que presenta en la pantalla grande.
Eluana Englaro era una joven italiana que tuvo un terrible accidente automovilístico que la dejo en estado vegetativo de 1992 a 2009. El caso reavivó en la opinión pública el debate sobre la eutanasia, radicalizándolo para ambas posiciones. “Bella Addormentata” (Italia, 2012) de Marco Bellocchio (“Vincere”, “La Balia”, etc.), toma como punto de partida el momento en el que el parlamento italiano debatió qué hacer con la joven, frente al pedido de familiares y organizaciones que la desconectaran, para narrar varias historias entrelazadas. Por un lado está Toni Servillo (Uliano Beffardi) un estricto y convencional político que debe tomar una posición frente a Eluana y es perseguido por sus propios fantasmas del pasado y su hija (ayudó a alguien a desconectarse), María (Alba Rochrwacher), una ultraconservadora católica. Por otro lado está la Divina Madre (Isabelle Huppert), una millonaria que se mantiene cuerda quién sabe cómo y que tiene en su lujoso domicilio a su hija (Maya Sansa) en una habitación símil hospital y que está atravesando lo mismo que Eluana. Y finalmente está Rossa (Maya Sansa) una “perdida” suicida que será “salvada” reiteradamente por el médico Pallido (Pier Giorgio Bellocchio). Todas estas historias se irán tocando en los días previos a la toma de decisión sobre el fallo de Eluana. “Bella…” vuelve a tomar un tópico ya trabajado en el cine pero lo hace desde un lugar que no aporta nada nuevo. Quizás en lo disruptivo de algunos flashbacks o en algunas de las imágenes digresivas de Huppert (que gran actriz, por cierto), porque más allá de un intento de actualizar el drama lo único que termina haciendo es construir un discurso sobre la violencia que diariamente se ejerce sobre el otro y que ya vimos muchas veces. Bellocchio termina hablando sobre esa violencia que hasta puede ser verbal, y que puede estar en un gesto o directamente en la completa ignorancia (como la que sufre el hijo de la Divina madre, quien está únicamente dedicada a su hija dormida y lo hace tomar la decisión de desconectar a su hermana del respirador por un rato para llamar su atención). Pero también hay violencia cuando se pretende que el otro piense lo mismo que uno, y principalmente cuando condicionamos a los que nos rodean con miedo (ejemplificado en los hermanos Roberto y Pipino – Michele Riondino y Fabrizio Falco, respectivamente) a que ejerzan su libertad. La película es larga, y si bien por momentos uno puede empatizar con alguno de los personajes hay algunas situaciones que rozan lo ridículo, por ejemplo: cómo puede ser que en un sistema sanitario público colapsado, como se lo muestra al inicio del filme, luego un médico pueda dedicarse las 24 horas a un paciente por afinidad? Más allá de alguna preguntas sin respuesta “Bella…” es más un disparador de información y premisas que una tesis sobre una problemática que aún permanece sin ser tratada ni en el cine ni en la vida real como se merece. Gran actuación, como siempre, de Huppert.
El terror viene de Canadá. Con una simple idea “Fenómenos Paranormales” (Canadá, 2011) logró en su momento (y con un presupuesto muy pequeño) llamar la atención del público fanático del género (tuvo lanzamientos On Demand y salas limitadas en USA, aquí fue directamente a doméstico). Obviamente la fórmula era repetida y trillada y hasta parecía salida de un cóctel entre “The Blair Witch Project”, “Saw” y “Paranormal Activity”. La vuelta de tuerca la encontraron sus realizadores (The Vicious Brothers), en mostrar la historia de una reality serie (Grave Encounters, la que da título a los dos filmes) maldita en la pantalla grande. En “Fenómenos Paranormales 2” (Canadá, 2012) los hermanos (que en realidad, son amigos, ya saben) dejan su lugar en la dirección a John Poliquin, quien tomará una vez más los sucesos de la primera pero desde la curiosidad de Alex Wright, estudiante de cine que comienza a investigar qué pasó realmente con los protagonistas del programa a partir de la recepción de mensajes amenazantes y videos en su canal de youtube por alguien que se esconde detrás del pseudónimo DeathAwaits666. Junto con un grupo de amigos Alex decide acercarse al hospital psiquiátrico en donde se filmaba Grave Encounters para encontrarse con el stalker y ver qué hay de cierto y qué de mito en la historia de la serie. Cada uno dotado de una cámara irá registrando lo que sucederá dentro del tenebroso nosocomio. Y obviamente, al igual que en la primera entrega de la saga, lucharán por salir con vida del mismo. Y ahí empieza la película realmente, porque antes vimos una espasmódica sucesión de videos de youtube y otras redes sociales casi sin sentido. El efecto producido es desconcertante por momentos (¿estoy en mi casa viendo videos en la PC o estoy en la sala de cine?). Todos los clichés están en “Fenómenos….”, pero también estuvieron en sagas como “Scream” o “Sé lo que hicieron el verano pasado” y salieron airosas. Cuando se utiliza información básica sobre la construcción del género y el contrato de lectura del mismo se puede ser muy sutil o brindar información para que el espectador complete el relato. “Fenómenos…” intenta algo que no logra terminar de cerrar del todo. En muchas oportunidades, la apuesta viene por este lado y es ahí cuando el resultado puede ser glorioso o desastroso. Aquí, las imágenes vertiginosas que se desprenden del temblor de la cámara en mano, como también la multiplicidad de texturas (imágenes granuladas, pics con cámaras nocturnas y calóricas) y los cortes por momentos dotan de verosimilitud al “falso” documental. Pero el recurso luce lejos de su mejor forma. Seguramente esta película encontrará en el público más joven a sus adeptos. El público adulto y conocedor del género seguramente deberá aguardar otra propuesta si su paladar está acostumbrado a exponentes más convincentes.