Dwayne “La Roca” Johnson es el protagonista excluyente de “SNITCH” (USA, 2013) o como la conoceremos en Argentina “El infiltrado”. El título original de esta cinta dirigida por Ric Roman Waugh hace alusión a un soplón, más que a la infiltración. John Matthews (La Roca) intentará doblegar al destino luego que su hijo es acusado de contrabando y venta de drogas por parte de uno de sus mejores amigos. El padre hará lo imposible por sacarlo de la cárcel. El plan es sencillo, así como a su hijo un amigo lo obligó a recibir 300 dosis de extasis y lo delató para poder así reducir su condena, él hará lo mismo infiltrándose gracias a un “soplón” en el mundo de las drogas. Este trato, obtenido gracias a un arreglo con la fiscal de distrito Joanne Keeghan (Susan Sarandon, una dura mujer en un rol que le cae muy bien), permitirá que junto a “Cruzier” (Jon Bernthal), un ex convicto, puedan desnudar las redes de la venta y consumo de droga. Pero en el camino La Roca, se topará con el líder de un importante cartel mexicano (Benjamin Bratt) del quien terminará siendo una “mula” más y verá como su familia corre riesgos de perder la vida por sus acciones. En esta cinta son notables las ganas que tiene Dwayne Johnson de despegarse de sus papeles anteriores, en los que siempre el cuerpo mandaba. En “El infiltrado” la fuerza deja lugar al raciocinio y la docilidad. Si bien su actuación no es de las mejores, hay que reconocer que pone mucho esfuerzo por lograr interpretar a un padre desesperado por ayudar de la manera que sea a su hijo. Obviamente “La Roca” no es Sally Field, por nombrar sólo a alguien que desarrolló un papel similar en cintas como “Ojo por Ojo”(USA,1996 ) o “No sin mi hija”(USA,1991 ). Allí Field compuso a una mujer que iba hasta las últimas consecuencias para recuperar/vengar a su hija. Igual, más allá de la lejanía Johnson por momentos convence (hasta derrama lágrimas!). También por ser una cinta de este actor sorprende la escasa cantidad de escenas de acción, salvo una que otra persecución sobre ruedas todo acontece de manera líneal y simple en espacios cerrados y sin ampulosidad ni artefactos. Película dialogada, con algunos lugares comunes (el narco latino, el ex convicto conflictuado, diálogos afectados) y con un alto grado de misoginia (excepto el personaje de Sarandon, impecable, el resto de las mujeres de la película no tienen poder ni decisión), “Snitch” es una opción más para conocer los tejes y manejes del sistema judicial norteamericano, que gracias a recientes modificaciones, castiga con mayor peso a un narcotraficante que a un violador.
Siempre han dicho que hacer reír es mucho más difícil que hacer llorar, y Pedro Almodóvar es un realizador que siempre ha manejado con gran acierto los dos registros. Si bien en una primera etapa de su carrera, es explícitamente un ávido realizador de comedias, luego de “Mujeres al borde de un ataque de nervios” (España, 1988), construyó una línea discursiva mucho más melodramática. Con “Los Amantes Pasajeros” (España, 2013) el realizador intenta volver a la comedia y a la espontaneidad de sus primeras cintas. La película relata la historia de un grupo de personajes bien disímiles entre sí que intentarán en un vuelo a más de 10 mil metros de altura superar sus diferencias y, en algunos casos, explorar o reafirmar su sexualidad En el vuelo P259 de la aerolínea PENINSULA, la acción tendrá como protagonistas a tres “azafatos” bastante particulares (Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo) quienes intentarán que los pasajeros reciban el mejor trato durante el viaje (logradísima la escena coreográfica del tema “I’m So Excited” de Pointer Sisters de la que todos hablan) pero sin dejar de molestarse mutuamente para ver quien la pasa mejor (con todas las letras). Es que al enterarse el piloto (Antonio de la Torre) que uno de los trenes de aterrizaje no funciona, y que deben girar sin rumbo hasta que les den una pista en algún lugar de España, la tripulación y el pasaje se predisponen a todo. Claro, ante la perspectiva de un final feo (que el avión se desplome), los azafatos deciden: 1º dormir a toda la clase turista. 2º emborracharse y drogarse, 3° tener sexo desenfrenado con quien sea, 4° hacerles pasar una buena despedida a los que viajan en primera. En “primera” ó “business” tenemos: una “médium” cuarentona y virgen (Lola Dueñas) que “huele” la muerte, una pareja de recién casados muy ardiente (Miguel Ángel Silvestre y Laya Martí), una dominatriz con secretos (Cecilia Roth), un empresario corrupto (José Luis Torrijo), un hombre con doble vida (Guillermo Toledo) y un mexicano misterioso que lee a Bolaño (José María Yazpik). La cinta se divide en dos partes. Una primera más clásica y tranquila, en la que poco a poco nos vamos acercando a los protagonistas (y hasta conocemos detalles de las relaciones de algunos de los personajes en “tierra”), y esto obviamente lleva un tiempo porque es una película coral (las mejores películas de Almodóvar, excepto “Todo sobre mi madre” y “Atame!”, han sido corales). Luego de la noticia de los problemas en el tren de aterrizaje, comienza la segunda parte de la película, la del descontrol. Claramente, la mejor lograda. Si bien “Los amantes pasajeros” no es de las mejores comedias del director, es una buena oportunidad para acercarse a su universo pop y kitch, en el nuevo siglo, porque sosteniéndose en grandes actuaciones (Cámara, Areces, Roth, Dueñas, por nombras sólo a algunos) y haciendo partícipes una vez más a grandes protagonistas de filmes anteriores en pequeños cameos (Penélope Cruz y Antonio Banderas interpretando a unos maleteros en la escena que abre la cinta, Blanca Suárez), Almodóvar narra una vez más algunos momentos de la movida madrileña de los ochenta (mezcalina, agua de valencia, coreografías, etc.). Con esta película intenta darle algún respiro al cine español que, crisis mediante, ha marcado uno de los más bajos niveles de producción y asistencia. Dato curioso, las escenas del aeropuerto final han sido rodadas en “Ciudad Real”, un lugar actualmente en desuso y en concurso de acreedores, monstruoso ejemplo de la crisis que el país ibérico atravesó luego de la burbuja inmobiliaria. Y por qué ese lugar fue el escogido para finalizar la cinta? Porque más allá de la comedia, la música y el sexo, en “Los Amantes…” hay una denuncia, a los medios, a los gobernantes, a los dirigentes, a las clases que no reaccionan frente al desconcierto, el desempleo y demás. En ese avión imaginario (reconstruido especialmente para la filmación) hay una metáfora de un país que está luchando para “volar” nuevamente, con una clase baja “narcotizada” que nada entiende y compra un discurso conformista, una clase media que intenta desesperadamente cambiar su situación (tripulación) y una clase alta que sólo se queja de sus propios problemas sin ayudar al otro (businnes class). Para ir al cine sin prejuicios y buscar más allá del humor las pistas para entender el porqué se le hacia necesario a Almodóvar volver a la comedia, a sus títulos coloridos y a contar una vez más con sus actores fetiche.
El matrimonio Warren se autodefine como “investigadores de lo paranormal” y se ríen de aquellos que los tildan como “cazafantasmas” o “embaucadores”. Hace años que se dedican a ayudar a aquellos que sienten que sus vidas cotidianas son amenzadas por la presencia de “seres” que alteran sus descansos y rutinas. El matrimonio Warren se autodefine como “investigadores de lo paranormal” y se ríen de aquellos que los tildan como “cazafantasmas” o “embaucadores”. Hace años que se dedican a ayudar a aquellos que sienten que sus vidas cotidianas son amenzadas por la presencia de “seres” que alteran sus descansos y rutinas. Ed (Patrick Wilson) es muy precavido con la elección de casos para investigar desde que Lorraine (Vera Farmiga), en medio de un exorcismo, quedó muy impresionada por algo que vio y dejó de comer y levantarse de la cama por ocho días. Así es como en medio de una presentación, en 1971, los aborda Carolyn Perron (Lily Taylor –recuperada para la pantalla grande, ¡gracias!-) para que vayan a su casa de Rhode Island, para analizar, según la mujer, algo o alguien que está haciéndoles la vida imposible a sus cinco hijas y marido (Ron Livingston). El matrimonio acepta sin saber que su propias vidas y la de su pequeña hija será amenazada. “El Conjuro” (USA, 2013) de James Wan (“Saw” e “Insidious”) retoma la narrativa de las clásicas películas de terror (espacios, planos, música, colores, texturas) de los años setenta y ochenta del siglo pasado (“The Omen”, “The Fury”, “The Exorcist”, “The Entity”, entre otras) y hasta los trazos gráficos de los títulos. Pero también tiene mucho de la primera temporada de “AHS”, esto de una vivienda con un oscuro secreto. Wan nos cuenta esta historia de casa “embrujada” de manera pausada, con momentos laxos que van generando familiaridad con la historia y con lo visible de la pantalla. El suspenso puede detonarse por un ruido o una “presencia” y hasta el último minuto de su duración nos logra mantener en vilo. Es que ¿hay algo más amenazante que los ruidos de una casa desconocida en medio de la madrugada?ux Uno de los grandes aciertos del director es la elección del casting, desde los adultos a los niños. Cada uno de ellos se ofrece a la interpretación con sobriedad y profesionalismo y llevan el tema del filme, que ya se ha versionado en cientos de oportunidades, como si fuera la primera vez. La casona de los Perron, inmensa, casi abandonada, recibe a la familia con los brazos abiertos (menos a Sadie, la perra que no quiere entrar), hasta que jugando, las niñas descubren un sótano (infaltable en una película de género) y ahí empiezan a suceder cosas raras. A las 3.07 AM los relojes se paran y el frío y el hedor comienza a circular por la propiedad. Moretones, manos que agarran brazos y piernas mientras descansan, y, principalmente, ruidos, muchos, hacen que la familia no pueda continuar con su vida. Por eso contactan a los Warren, quienes con sus técnicas y equipamiento podrán descifrar qué está pasando en realidad en esa vieja casa. “El miedo se define como la sensación que proviene de la inminencia del peligro” dice el personaje Ed en un momento, y en ese esperar el impacto, es en lo que Wan logra su mayor punto en el filme. Nunca sabemos qué pasará, qué imagen horrenda nos asustará, o sí, pero ahí está el disfrute de este tipo de películas. Multiplicidad de estrategias discursivas (cámara en mano, planos secuencias, travellings), una excelente reconstrucción de época (en la vestimenta, automóviles –Rambler Ambassador-, música, programas televisivos –La tribu Brady, en un juego de diferencias y semejanzas con los protagonistas-, en la vivienda-empapelados, amplitud-, etc.) y un guión que con solvencia retoma mitos y clásicos del género (“Las brujas de Salem”, muñecos endemoniados, Batsheba, insultos a la santísima trinidad, exorcismos, etc.) hacen de “El Conjuro” una de las mejores propuestas del género de los últimos tiempos.
(Anexo de crítica) Pocos directores argentinos “industriales han logrado darle perfil definido en poco tiempo a su obra. Podríamos hablar de Lucía Puenzo y más en el borde Lucrecia Martel, pero Ariel Winograd con sólo tres films en su haber, es uno de los realizadores más frescos del panorama cinematográfico actual. En “Cara de queso, mi primer ghetto” (Argentina, 2006), el despertar sexual de un grupo de adolescentes judíos criados en un country le servía para sorprender al público. Con “Mi primera Boda” (Argentina, 2011) intentó emular, con estilo local, las rom com con situaciones de bodas norteamericanas. En su nuevo filme, “Vino para Robar” (Argentina, 2013), Winograd incursiona en el género de estafadores y coquetea con el suspenso, sin dejar de girar sobre el clásico formato comedia , algo que maneja muy bien En “Vino…” hay un ladrón de guante blanco, Sebastián, interpretado por Daniel Hendler (con un registro diferente al que nos tenía acostumbrados y con un look alejadísimo del Andy de “Graduados”) que se verá enredado por la bella Natalia (Valeria Bertuccelli), una colega del rubro. Natalia engaña a Sebastián, Sebastián engaña a Natalia, y en el medio aparece un siniestro multimillonario llamado Segundo (Juan Leyrado en plan Lex Luthor), quien tiene muchas sopresas para la pareja protagónica. Una máscara de oro azteca, un vino añejo (Chatteau Bardón 1895) con un extraño sortilegio (el que lo beba con su ser amado vivirá con él feliz para siempre), no importa cuál es el botín, porque en el fondo “Vino para Robar” cuenta la historia de dos seres solitarios buscando afecto, pero cuando dan con él, no saben como resolverlo. La película pasa de escenarios cerrados (museos, departamentos) a la amplitud de paisajes naturales (rodados en Mendoza y en Florencia, Italia) otorgándole características de producción destacada para los parámetros locales. Winograd utiliza todos los recursos disponibles (trazos gráficos, ralentíes, planos aéreos, helicópteros) para que la tensión no baje y el relato conserve frescural. Tenemos en los prestigiosos secundarios a Martín Piroyansky, interpretando a Chucho, nerd experto en computadoras y políglota (le queda bien el acento alemán!), a Pablo Rago como Mario Santos, un investigador privado que le pisa los talones a Sebastián, y al simpático Alan Sabbagh, quien no para de crecer en cualquier rol que juegue en este tiempo. También se destaca una pequeña participación de Iair Said como una guardia de seguridad obsesionado con el Sudoku. Más que interesante propuesta para renovar cartelera, en el regreso del público adulto a salas. No se la pierdan.
El realizador Seth Gordon sabía que más allá de la simple idea disparadora sobre una persona que roba identidades por medio de un simple llamado telefónico, contaba con la estrella del momento Melissa McCarthy (acostúmbrense a este nombre porque nos viene un aluvión de películas protagonizadas por ella) para darle algo de “entidad” y fuerza a la cinta y a la idea. También tenía de su lado a Jason Bateman, el protagonista de la nuevamente exitosa “Arrested Development” (que se puede ver por Netflix en su nueva temporada) y algunos gags que funcionarían. Pero en “Ladrona de Identidades” (USA, 2013) no hay mucho más que eso. “Identity Thief” (título original) es una pqueña comedia con muchas más intenciones que logros. Filmada de manera casi anacrónica, líneal y en escenarios naturales,la película cuenta la historia de Sandy Bigelow (Bateman) un agente comercial que un día descubre que al otro lado del país hay alguien que está haciendo compras de manera compulsiva con los datos de su tarjeta de crédito y que además se lo acusa de crímenes que no cometió. Para poder recuperar su identidad y su trabajo decide viajar por el país en busca de Diana (McCarthy), una experta en timos y negocios turbios, que además está envuelta en una red de contrabando de datos personales y es perseguida por una pareja de latinos (estereotipados al máximo). Cuando se encuentran cara a cara Sandy con la Sandy usurpadora (en una de las escenas más divertidas del filme) comienza el desastre, porque Diana es una mujer que intentará a todo o nada seguir manteniendo su excéntrico modo de vida (una casa llena de porquerías inservibles, todo por triplicado y muchas de ellas provenientes de los programas de “LLAME YA!”). Intenta escaparse, aplicando su golpe de la muerte (una trompada en la garganta) pero Sandy es mucho más rápido y con mucho mejor estado físico que ella y la atrapa. Así es media película, te atrapo, no te atrapo, te atrapo, no te atrapo, para finalmente dar un giro de 180 grados y convertirse en una buddy movie que mucho tiene de “Mejor sólo que mal acompañado” (USA, 1987) pero no tiene ni a Steve Martin ni a John Candy ni mucho menos a su director John Hughes. En ese giro veremos cómo Sandy termina justificando el comportamiento delictivo de Diana y empatiza con ella. No esperen encontrar la comedia del año, pero si quieren igualmente acercarse a las salas, háganlo por McCarthy, sólo por ella vale la pena el esfuerzo.
(Anexo de crítica) “Algunas Horas de Primavera” (Francia 2012) de Stéphane Brizé es una película reflexiva sobre algunas problemáticas actuales como las relaciones parentales, la soledad y la muerte. Filmada de manera natural, con planos estáticos, muy pocos diálogos y algunas escenas minimalistas que sólo reflejan rutinas y mínimos gestos en las duras caras de Alain (Vincent Lindon) e Yvette (Hélène Vincent), su madre, los protagonistas excluyentes de la propuesta. Alain tiene casi 50 años y luego de salir de la cárcel por una falta menor (contrabando) vuelve a vivir a con su madre, una anciana estricta y llena de TOC’s y mucho odio contenido. La tensión entre ambos no se hace esperar y es así como un olor (el del tabaco que fuma a escondidas en su cuarto Alain) puede ser el detonante de una catástrofe. Entre ellos no dialogan, porque ninguno de los dos sabe cómo relacionarse con el otro, ni con nadie, pero sí le muestran afecto a su perro, que con el transcurso de los días será el botín de guerra. Alain es solitario, pero tiene un amigo (Ludovic Berthillot desempleado como él y hace un tiempo “amo de casa”), con el que juega en algunas oportunidades al bowling. En uno de los partidos conoce a Clémence (Emmanuelle Seigner) y pasan la noche juntos. Y nada más que eso, porque no sólo no puede hablar con su madre, en realidad Alain no puede hablar con nadie. Un día discute fuertemente con Yvette y se va de la casa. Se refugia en lo de un vecino que curiosamente mantiene una cuasi relación amorosa con su madre. El extremo de la incomunicación se potencia cuando la madre decide envenenar al perro. Alain un día buscando alguna pastilla para dormir en un cajón de la madre encuentra una solicitud de suicidio asistido y ahí la película, que gracias a la maestría de Brizé, venía son un ritmo acompasado y lento vira a una segunda película en la que la dura verdad de Yvette (enferma con un cáncer irreversible) nos duele a todos. Alain no entiende qué pasa con su madre, o mejor dicho, no lo quiere saber, y mucho menos preguntar (algunas respuestas pueden ser muy incómodas). Todo sigue su camino natural. Hasta que se acerca ese momento duro de la revelación y de acompañar hasta el último momento a Yvette. “Algunas Horas de Primavera” es una película dura, cruda, real, impactante, que construye en sus silencios y agonías una increíble reflexión sobre el amor, ese sentimiento que ni al más solitario y parco de los seres humanos debe faltarle.
(Anexo de Crítica) Hace tiempo que Juan José Campanella se transformó en el director más reconocido del país en el mundo, y esto no sólo por el arrollador éxito de premios y taquilla que significó “El secreto de sus ojos”(Argentina, 2010), sino por sus primeros filmes “The boy who cried bitch” (USA, 1991) y “Ni el tiro del final”(USA, 1997). No es raro que en el proyecto sucesor a la película ganadora del Oscar, otra major norteamericana (ya la Warner lo había bancado en “El mismo amor, la misma lluvia”) y capitales internacionales permitieran cumplir uno de sus sueños, realizar animación. Con el disparador de un breve relato del escritor Roberto Fontanarrosa como inspiración (“Memorias de un wing derecho”) es que nace la megaproducción 3D “Metegol” (Argentina, 2013). La película cuenta la historia de Amadeo (David Masajnik), un niño que trabaja en un viejo bar de pueblo y que está secretamente enamorado de Laurita (Lucía Maciel), una joven con aspiraciones más allá del tedio del pequeño lugar. Un día Amadeo es desafiado por Ezequiel (Diego Ramos, un joven popular) a ganarle un partido del juego que da nombre a la cinta. En un primer momento Amadeo no hace nada, pero luego, y gracias al entusiasmo que ve en Laurita hacia él, decide terminar el partido humillando con varios “goles” a su contendiente. Años después la rivalidad entre Amadeo y Ezequiel renacerá cuando éste último regresa al pueblo como una megaestrella/metrosexual del fútbol e intenta modificarlo transformándolo en un parque temático de la pelota redonda. Amadeo deberá afrontar el desafío de encarar el presente y dejar el pasado de lado para poder así ahora en un partido de fútbol real ganar la independencia de su pueblo (Ezequiel lo compró de manera inescrupulosa al gobernador). Y en el medio de la historia de estos archirrivales que se miden para ver quién es más poderoso que el otro, está la sorpresa de la película, los muñecos del metegol de Amadeo toman vida (uno más entrañable y querible que el otro, con las voces de Pablo Rago, Fabián Gianola, Horacio Fontova y Miguel Ángel Rodriguez, entre otros) y lo ayudarán a cumplir con sus sueños (recuperar el pueblo y conquistar a Laura). “Metegol” es una gran película de animación, a la altura y el nivel de las producciones del primer mundo, pero su principal diferencia con éstas es la naturalidad con la que toca temas tan inherentes al pueblo argentino (el fútbol, la competencia, el pueblo, el bar, la plaza, la cotidianeidad, la rutina) que a su vez, con la puesta en pantalla en dibujos, los universaliza. Si esta película no fuera animada quizás la exportación del producto (algo a lo que desde un primer momento se apostó y de ahí su inversión de casi 20 millones de u$d) sería más complicada, pero animación mediante esta cruza de “Toy Story” y “Luna de Avellaneda” encontrará público en cada país y lugar donde se estrene (lo que nos une es más que lo que nos separa, y el fútbol es universal). Múltiples referencias a la cultura popular (Llanero Solitario, 2001:Odisea del Espacio –en una increíble escena inicial en la que muestran el descubrimiento del fútbol por parte de los cavernícolas-, por citar sólo algunas), a la política nacional (escapada vía helicóptero del intendente del pueblo en plan De La Rúa, corrupción) y a la espectacularización del juego (Ezequiel es igualito a Cristiano Ronaldo y un manager inescrupuloso-que bien podría ser también el director del reality de “The Truman Show”-), potencian la identificación con la película. Historia de superación (“El partido se puede dar vuelta”), de amistad, de lucha, de amor, de pasión, con suspenso y humor, más allá de la temática futbolera (excelente utilización del lenguaje, filosofía y jerga), el producto final, de impecable y cuidada facturación (atentos a la hermosa B.O.S) encontrará en niños a partir de ocho años y padres acompañantes en general, su público perfecto.
Prometía mucho. Era la primera vez que Alan Koninsberg, más conocido como Woody Allen, accedía a compartir detalles de su intimidad y su vida cotidiana con otro realizador. Mucha ansiedad por ver qué plasmaba de sus diarios encuentros durante dos años Robert B. Weide en la pantalla… El resultado ya está en los cines: “Woody Allen: El documental” (USA, 2012), película que intenta con testimonios de pares, familiares y actores, armar el puzzle de la vida de este emblemático y obsesivo director. Narrada de manera simple, apoyándose en testimonios de estrellas como Larry David, Scarlett Johansson, Diane Keaton, Mira Sorvino y Dianne Wiest, entre otros, registrados con primeros planos en tres cuartos hacia cámara, algunos separadores y trazos gráficos e imágenes de Allen en su vida diaria (caminando con su clásico sombrero piluso, en su casa trabajando, escribiendo en su vieja Olympia alemana, en la sala de edición con su asistente), la cinta deambula entre el clásico documental y la cercanía con los “extras” de alguna edición especial en DVD de una de sus películas. “Woody Allen: El documental” tiene en algunas ocasiones (contadas) definiciones de testimonios directos de terceros, la gran oportunidad de aportar luz sobre la vida del director. Porque el neoyorkino de anteojos gruesos es un escritor/director con muchas mañas, y algunas de ellas son fáciles de descubrir en sus obras, otras, simplemente, no (su fobia a volar, para citar sólo una). Sí lo que queda claro es que toda su carrera cinematográfica y su vida personal fueron regidas por dos preguntas existenciales disparadas desde la incorporación de la idea de mortalidad: ¿Existe Dios?, ¿Hay vida después de la muerte? Las respuestas a estas dos cuestiones las trataremos de ir recolectando a través de un repaso por su vida. Su infancia en Brooklyn, la reticencia de sus padres a su ingreso al mundo del show business, su comienzo como escritor de chistes (le pagaban 25 dólares por semana por escribir líneas cómicas para terceros) y haciendo Stand Up (en el “The Bitter En” de Bleecker Street, cuna del humor), sus inicios en el mundo de la TV (con un interesante material de archivo de emblemátivos TV programs como “Tonight Show Starring Johnny Carson” –memorable la pelea con un canguro-), sus obsesiones (inconformidad, rebeldía) , sus amores (los que terminaron bien y los que no), sus películas (un repaso por toda su carrera hasta “Medianoche en París”), sus éxitos (“Annie Hall”, “Hannah y sus hermanas”), sus fracasos (“Stardust Memories”, todas sus películas de los noventa), sus escándalos (la llegada a los tabloides amarillistas por su separación con Mia Farrow). Todo esto pasa por la pantalla a lo largo de casi dos horas. El tono del filme ideal es cuando vemos a Allen escribiendo (la técnica de “engrampar” papeles, el cajón de las ideas, etc) o cuando alguno de los testimonios, como el de Martin Scorsese (“no existe otro cineasta que haya vivido su vida a través de sus películas como Woody Allen”) definen en pocas palabras al director. La magnitud de la obra del realizador (más de 40 filmes) y la complejidad de su personalidad dificultan a Robert B. Weide a realizar una película contundente con material nuevo sobre el director. Uno sale del cine con la idea que pasó un rato agradable con alguien conocido, pero sin haber sido sorprendido con algo nuevo. Esta cinta es ideal para aquellos que no han seguido la carrera del director y quieren tener un acercamiento inicial con él más allá de sus películas.
(anexo de crítica) No es “Ratatouille”(USA, 2007) ni “Sin reservas”(USA, 2007), pero “El Chef”(Francia 2012), filme galo por excelencia, dirigido por Daniel Cohen, nos introduce en un tema de moda: la adrenalina y competencia que existe en las “cocinas” de los afamados restaurantes. En “El Chef” la historia es sencilla, Alexandre, un afamado cocinero de moda (Jean Reno, mejor que nunca), divorciado, con una hija a punto de presentar una tesis de doctorado, debe conservar las estrellas de su restaurante “Cargo Lagarde” luego de la visita de un grupo de estrictos y exigentes críticos. Si el grupo que lo visita mantiene la cantidad de estrellas para el restaurante, entonces el continuará con su puesto de trabajo, caso contrario, a la calle, ya que la renovación gastronómica de la “comida molecular” hacen que la estabilidad y prestigio de Alexandre tambaleen. El malvado dueño del restaurante quiere ir por el camino novedoso en vez del seguro. El tiempo, las presiones, la apatía le han agotado las ideas a Alexandre, por lo que luego de ser abandonado por sus dos asistentes, decide contratar temporalmente a Jacky (Michaël Youn) un aficionado al arte culinario que lo ayudará a mantener su reputación y trabajo. ¿Cómo conoce Alexandre a su nuevo segundo al mando? Jacky ama la cocina, pero a punto de ser padre y luego de ser expulsado de varios restaurantes de medio pelo por innovador, deberá trabajar de otra cosa (pintor) para poder encarar la paternidad con solvencia. En un lujoso geriátrico parisino además de pintar, conoce al grupo de cocineros a quienes de a poco comenzará a realizar sugerencias. Alexandre asiste un día y prueba una de sus especialidades y decide contratarlo de manera temporaria. Desde ese momento la mentira regirá el destino de Jacky ya que deberá asumir su nueva tarea sin decirle nada a su mujer para evitar que tenga complicaciones en el embarazo. Allí la película dará un giro para pasar de una comedia costumbrista clásica francesa a una “buddy movie” en la que Alexandre y su nuevo asistente Jacky harán lo imposible para poder mantener el “Cargo Lagarde” en lo más alto de la gastronomía mundial. Narrada de manera lineal, con algunos acordes musicales para marcar los tiempos de comedia (innecesarios por cierto) que recuerdan a viejas películas argentinas de Olmedo y Porcel de los años ochenta del siglo pasado, “El Chef” se sostiene por el increíble histrionismo y oficio del gran Reno y por intentar en tiempos de egoísmo e individualismo, destacar el trabajo en equipo y la lealtad entre compañeros como valores esenciales para la vida. Sobresale una pequeña participación de Santiago Segura como un experto en cocina molecular. Para salir del cine con ganas de ir a comer.
Enfrentarse al universo de Carlos Reygadas no es tarea fácil. El director mexicano siempre va más allá con cada una de sus propuestas. Luego de narrar historias bellísimas y crudas “Japón”, “Batalla en el cielo”, “Luz silenciosa”, llega la hora de contar qué pasa con los claroscuros y la dualidad humana. Porque de eso trata “Post Tenebras Lux” (México/Francia/Noruega, 2012), de plasmar de una manera hipnótica (utilizando un lente convexo que hace que se focalice la visión en el centro de la pantalla y se distorsionen los bordes) la doble moral que vive en todos los hombres. Doble moral regida por un “demonio” que visitará a un niño y que al finalizar el filme cerrará el círculo. Juan (Adolfo Jiménez Castro) y Natalia (Nathalia Acevedo) son un matrimonio acomodado de la clase alta mexicana que decide ir a vivir en las afueras del DF para que sus hijos crezcan en contacto con la naturaleza (interpretados por los hijos del director). La pareja está desgastada. Se aman y se odian. En el medio de ese oasis, donde asistimos a las rutinas de hombres/niños/animales, los conflictos dentro y fuera del hogar no se harán esperar. Desde un estallido de violencia con un animal a la necesidad de hacer participar al otro en una orgía, esa es la controversial línea elegida por Reygadas para enfrentarnos con su historia de manera visceral. Silenciosos, expectantes, cada participante de la película tendrá algo que ver con el otro y determinará el futuro de todos. Un futuro que debemos ir completando a medida que avanza el metraje, ya que Reygadas no cuenta la historia de manera lineal, sino que va desagregando indicios que deberán ser hilvanados en un proceso artesanal por parte del espectador. ¿Es un sueño lo que estamos asistiendo? ¿Es la vida de los protagonistas? ¿Es ese Belcebú visitante el que dirige la vida Juan? ¿En algún momento llegará la luz después de la oscuridad a la que refiere el título? Travellings, pocos diálogos, algunas palabras afectadas y la cámara fija “narrando” un personaje (dejando fuera de campo al resto, con la violencia y la ignorancia que eso genera). En el fondo hay también una crítica a la clásica lucha de clases. En el conflicto latente de pobres versus ricos, que se intenta polarizar con escenas compartidas por el protagonista y su familia en los espacios comunes con la clase popular, es en donde está una de las respuestas a esta compleja y difícil cinta. La fotografía de Alexis Zabe, propone encuadres y planos secuencia hermosos, que además, en el silencio de la acción, generan, junto con la distorsión de los contornos un efecto de extrañamiento y atracción. Película para ver sin prejuicios, dejándose llevar por una propuesta diferente e innovadora. Reygadas obtuvo por este filme el premio al mejor director Cannes 2012.