“Los mejores de Brooklyn” es un policial intenso que atrapa más que nada por el modo de narrar de su director, Antoine Fuqua. El mismo de “Día de entrenamiento” (2001) y “Lágrimas del sol” (2003), entre otras. Tres policías de Brooklyn, desconocidos entre si, pero con vidas igualmente insatisfactorias, son aplastados por el sistema al cual pertenecen. Eddie (Richard Gere) a punto de jubilarse, pasa sus últimos días de servicio, solitario, descreído de todo y autodestructivo. Sal (Ethan Hawke) vive con angustia la situación económica precaria de su familia, por lo que se ve forzado a cometer un par de delitos inconfesables. Por último, Tango (Don Cheadle) es un detective encubierto, encargado de infiltrarse en el mundo oscuro de las drogas; para salir de allí tendrá que debatirse en traicionar o no a su mejor amigo Caz (Wesley Snipes). Como mencionaba al comienzo, el punto fuerte de esta producción está en el trabajo de Fuqua, quien transita cómodamente por el género policial, pero asestándole a todo el film una atmósfera depresiva, por momentos casi asfixiante. Esto lo advertimos en la construcción de los personajes, en la fotografía y en los encuadres. Afortunadamente, el director decidió narrar tres historias que, aunque se desarrollan en la misma ciudad, no tienen lazos de conexión. Nos evitamos así de ver otro intrincado film coral, donde el trabajo de montaje (siempre que esté bien realizado) pase a ser la estrella principal. Yo no veo en esta realización una mirada moralizante, ni aleccionadora, como mucho se ha dicho (o escrito). Veo por sobre todas las cosas, una ardua critica a la institución policial. El destino de los tres policías no depende de sus correctas o incorrectas decisiones morales. Su destino, está marcado y remarcado, por la sola pertenencia a un organismo corrompido y descompuesto desde los años setenta, al menos en términos cinematográficos (sin contar con muchos de los títulos de la última etapa del cine noir americano). “Los mejores de Brooklyn” no peca de estetizante, pero se hace evidente su cuidadoso trabajo técnico. Los actores, todos de primera línea, no sorprenden ni perturban… sólo Ethan Hawke quien recrea a un hombre desesperado, que fluctúa entre dos escenarios bien diferenciados nos brinda una performance incuestionable y ampliamente creíble. Intensidad, buen ritmo narrativo y atractivo visual, son tres buenas razones para optar por este policial de Antoine Fuqua.
“Mi villano favorito” narra la historia de Gru, un villano que pese a su maldad, cuenta con una enorme cuota de carisma para perpetrar sus planes. Él, junto a la ayuda de su ejército de minions (unos simpáticos hombrecitos amarillos, algo similares a los muñequitos del juego pacman) busca realizar el robo más grande de todos los tiempos: apropiarse de la luna. Es a partir de ese momento que se desatan una infinidad de situaciones descabelladas y divertidas. Sin embargo, la aparición de un trío de huerfanitas que Gru adopta –como parte de su malvado plan- trastocarán bastante su vida, al punto de dejar de ser el villano que al comienzo conocimos. Dirigida por Pierre Coffin y Chris Renaud y producida por Universal, aparece en nuestro país en sus dos versiones: 2D y 3D. Si pudiéramos acceder a la versión original (aunque con subtítulos) podríamos disfrutar de las voces que Steve Carrel y Julie Andrews, les pusieron a los personajes de Gru y de la madre, respectivamente. Si en “Up” (2009) la audacia estaba en tener a un viejo cascarrabias como protagonista, “Mi villano…” transgrede como su título mismo lo indica, con un malo con mucha “onda”, que lejos de asustar, nos atrae. Aún así, la bajada política siempre está presente en las obras norteamericanas (también las orientadas al público infantil) aunque en este caso quizá de modo solapado. ¿En qué lo notamos? Gru no es norteamericano, y tiene un fuerte acento típico de algún país del este. En “Mi villano favorito” hay guiños y referencias a otras producciones, y es en esos momentos donde la realización pierde frescura y claro está, originalidad. Porque a medida que el conflicto avanza, la historia se hace más y más predecible, y el devenir del lado bueno y bondadoso del protagonista se vuelve ya inevitable. Si en un comienzo, parecía que Gru iba a llevar adelante su perverso plan, el cual se inscribía dentro de una trama compleja y curiosa, el ingreso en la historia de las tres niñitas huérfanas, hecha por tierra todo ello. Absolutamente alejada de la poética lograda por “Up” y especialmente por “Coraline”, en está producción, otra vez la técnica del 3D aparece vacía. ¿De qué? De una verdadera intención estética y por ende ética, utilizada en función a la acción dramática del film. El augurado futuro del cine en 3D, con este tipo de obras se presenta bastante endeble y poco ambicioso. Pero no abarquemos más de lo que esta película de animación puede dar de sí. “Mi villano favorito” es una propuesta apenas correcta y entretenida. Pero los niños desde hasta once o doce años, sin dudas deberían disfrutar más que la cuarta y última entrega de Shrek.
Una obra de doble contemplación “Policía, adjetivo” fue para mí, sin dudas, unas de las mejores producciones presentadas en el BAFICI de este año. A menudo aparecen realizaciones rumanas en la tradicional muestra anual de Buenos Aires que suelen no pasar desapercibidas. El año pasado, fue el caso de “Elevator” de George Dorobantu y, principalmente, de “Hooked” de Adrián Sitaru. Con “Policía, adjetivo” Corneliu Porumboiu (ganador en la Selección Oficial Internacional como mejor director) nos propone contarnos la historia de Cristi, un joven policía algo cansado y descreído del trabajo que realiza. Se trata de un film de contemplación, de doble contemplación. De la que realiza el protagonista siguiendo a un estudiante sospechoso de proveer drogas a sus compañeros, y de la que realizamos nosotros sobre Cristi a través de planos largos que evidencian su tedio. En su momento no resultó extraño que el actor Dragos Bucur, protagonista del film, se alzara con el premio a mejor actor en la muestra porteña de 2010. Alejada de todo imaginario, la función real de un policía aparece apática y minimizada, dentro de una estructura mayor, que casi lo cosifica. Y si aún así la obrfa logra mantener nuestra atención y curiosidad se debe al tratamiento escénico que propone Porumboiu, pero también a la performance desplegada por Bucur queien dota a Cristi del carisma suficiente para que su hastío no se torne una molestia. Muy por el contrario, motiva nuestro interés de cómo terminarán dándose las cosas. “Bucarest 12:08” fue la ópera prima de Corneliu Porumboiu - para algunos comedia-dramática y para otros sátira política- que recordaba la huída del dictador Nicolae Ceausescu, por parte del dueño de un pequeño canal de TV de Bucarest, quien conformaba junto a un jubilado y un profesor de historia un bizarro trío que debatía a cerca de los hechos ocurridos en 1989. Desde allí, el director rumano parece incluir diccionarios que sus personajes consultan. En este caso, uno de mitología, del cual uno de los protagonistas saca citas. En “Policía, adjetivo”, uno de palabras buscando la definición de entre otros términos, el de policía. Cuenta con un guión soberbio donde los diálogos de Cristi con sus compañeros, su esposa, y sus superiores, resaltan por sobre el resto. Propuesta altamente recomendable de Porumboiu, especialmente por tratarse de un policial que atrapa sin caer en obviedades, ni en el acto innecesario de remedar elementos propios del género.
Esta producción dirigida por Joe Johnston, no es más que otro remake hollywoodense del clásico de terror del mismo nombre que se estrenara en 1941. Aquella primera obra protagonizada por Claude Rains y Lon Chaney gozó de una enorme aceptación y éxito, cosas que a esta última versión parecen no ocurrirles (al menos no del modo que sus productores esperaban). “El hombre lobo” que cuenta con actores exquisitos, como Benicio Del Toro, Anthony Hopkins, Emily Blunt y Hugo Weaving, se adentra básicamente en los orígenes del mito a cerca de los licántropos. Lawrence Talbot, un actor consagrado pero melancólico, decide regresar al seno familiar tras la misteriosa muerte de su hermano. Junto a su padre, se dispone a investigar lo ocurrido sin sospechar que en el transcurso de dicha investigación no sólo descubrirá el amor en la prometida de su hermano, sino también una terrible maldición de la cual no podrá evitar formar parte. Siendo claros y directos, lo mejor de esta película son Benicio Del Toro y los efectos especiales y visuales. La historia ya sabemos que es genial, pero la película de Johnston se queda un poco a medias tintas. Sin Benicio perdería muchos de los buenos momentos que pese a su tibieza sabe alcanzar. Y de los efectos ¿Qué decir? Excelentes, materializan con sobrada destreza la tan mentada transformación de un hombre en lobo a la que morbosamente queremos asistir. Estamos en época victoriana y la agitación y la transformación fueron unas de sus más reconocidas características. Esperábamos algo de ello en el espíritu de los personajes secundarios; si no estaba en el guión al menos que apareciera en el trabajo de los actores. Pero nos quedamos con las ganas, y no hay que buscar culpas en ellos, sino mejor el propio Johnston. Por ejemplo, Anthony Hopkins aparece absolutamente desaprovechado y como muy bien me hicieran notar algunos de mis colegas, su personaje en “El hombre lobo” es una mezcla de interpretaciones anteriores, que van de “Leyendas de pasión” (1995) a “La máscara del zorro” (1998) o de “Misión imposible 2” (2000) a “Hannibal” (2001) por citar sólo algunos trabajos. Para no ser injustos, hay otro punto muy a favor que tiene la película que es la banda de sonido, más precisamente el aullido de la criatura en cuestión. Está muy bien logrado y, por lo espeluznante, se torna sin lugar a dudas en la marca sonora distintiva del film. El realizador contó en una entrevista que fue Howell Gibbens, uno de sus diseñadores de sonido, quien tuvo la idea de sacar ese aullido grabando a un cantante de ópera. En el resto de la producción hay poco más para destacar. Con una estética similar a la de “El jinete sin cabeza” (1999), locaciones, decorados, vestuario, maquillaje, planos y montaje aparecen precisos para relatarnos una historia harto conocida de forma entretenida. Por mi parte lo consiguieron, pero no me arriesgaría a decir que lo harán en todo aquel que vea la película.
Colgar chaqueta, descolgar chaqueta… En los años `80, John G. Avildsen estrenaba Karate Kid. Protagonizada por Ralph Maccio y Pat Morita, la película marcó a toda una generación. La frase: “encerar, pulir” del Señor Miyagui (Morita) y la grulla de Daniel Larusso (Maccio) formaron inmediatamente parte de las escenas ineludibles, a la hora de recordar la cinematografía de aquella década. Existieron tres entregas más, pero sólo Karate Kid II y Karate Kid III fueron protagonizadas por la misma dupla y el mismo director. Pese a que cada una de estas películas iba perdiendo fuerza y encanto, se mantenía el atractivo de la historia. Sin embargo, para 1994 cuando se estrenó El Nuevo Karate Kid -con Morita, pero ahora aleccionando a Hilary Swank- ya no quedaba nada de la esencia de la original. Christopher Cain, su ahora director, le daba un cariz completamente diferente. El relato parecía obsoleto, y no se condescendía con los tiempos que corrían. Llegamos al 2010, y un nuevo niño se ve obligado a mudarse, ya que su mamá ha sido transferida por la fábrica en la cual trabaja. Sin amigos y en una nueva escuela, debe adaptarse forzosamente a un contexto que le es adverso. Para colmo de males, un grupo de niños lo hostiga a patada limpia. Y ahí es, donde el señor de mantenimiento de su edificio entra en juego. Seguro que hasta aquí la sinopsis les resulta conocida ¿verdad? Recapitulemos: a partir de ahora, vamos a hablar de Karate Kid, la última versión. Dirigida por Harald Zwart, esta nueva película es protagonizada por Jaden Smith y Jackie Chan. El otrora Señor Miyagui, es reemplazado por el Señor Han, y el niño conflictuado, ya no es Daniel Larusso, sino Dre Parker. La historia ya no se desarrolla en California (EEUU), ni tampoco en Okinawa (Japón). Dre viaja con su madre a la mismísima Beijing (China). Los golpes y patadas que recibe de los chicos malos del colegio, son de kung fu y no de karate. Y cuando el Señor Han le enseña a luchar, para poder defenderse y tener confianza en sí mismo, ya no utiliza la técnica de encerar/pulir, sino la de colgar/descolgar chaqueta. Karate Kid, es una de las remakes más interesantes que he visto en los últimos años. Sabe muy inteligentemente, adueñarse de ciertas escenas y elementos de la primera versión. Pero cuando introduce secuencias y giros de su propia cosecha, lo hace de forma tal, que enriquece su relato y construye una estructura dramática casi perfecta. Oscila constantemente, entre parecerse y diferenciarse de la original. La relación entre Dre y el Señor Han, se percibe diferente. Igual de afectuosa que la de Miyagui/ Larusso, pero menos mística si se quiere. Y esto tiene mucho sentido, porque las características de los personajes son muy distintas también. Zwart, conciente del peso que debía afrontar Jackie Chan, optó de entrada en mostrar las diferencias. Si el Señor Miyagui procuraba atrapar una mosca con dos palillos, el Señor Han la mata directamente con un matamoscas. En esta escena- de presentación del personaje- con esa simple acción, se marcan las disparidades entre uno y otro. Dre, también es bastante diferente a Daniel san. Por un lado, tiene una personalidad más inquieta, más carismática. Juega al básquet, baila, rapea. Larusso era absolutamente querible (confieso que durante muchos años estuve enamorada de él), pero era más bien torpe, tanto física como intelectualmente. De esta diferencia, hecha mano el director para exaltar las habilidades atléticas de Jaden Smith. Karate Kid (2010) cuenta con escenas de kung fu espléndidas, muy bien filmadas. Las coreografías del campeonato se ven súper reales. Como mencionaba antes, la relación de los personajes principales sienta sus bases no tanto en lo espiritual, sino en el arte del kung fu. Además, no debemos perder de vista, que aunque a los occidentales nos parezca lo mismo, alguien de China es muy distinto a alguien de Japón. Y tampoco es lo mismo, un adolescente italo-americano que un niño de doce años afroamericano. Tres últimos comentarios: la locación no es mera anécdota; China aparece en su riqueza, y la película se encarga de mostrar su geografía y costumbres. Lo segundo, se refiere a las actuaciones de todos los intervinientes. Cada una de ellas logra convencer. Pero por supuesto, Jackie Chan y Jaden Smith se llevan las palmas. Este último, además de mostrar su destreza física, hace gala de un performance de alto calibre. Tercero, ¿Qué sucede con la grulla? Ya no se trata de karate, por lo tanto ya no está. Pero les aseguro que la técnica que la reemplaza, es igual de imperdible. Quizá, el defecto de Karate Kid sea que en una sola película, quiere abordar tanto la iniciación del protagonista en el kung fu, como su primera experiencia amorosa, con la misma intensidad. De allí que tenga una duración de más de dos horas. Aún así, es absolutamente recomendable, incluso para aquellos que ya no somos tan niños.
Maldito Glam Esta segunda parte, cuenta como la anterior con el mismo equipo de trabajo (director, guionista, productores, actores y vestuaristas) por lo que se logran mantener y resaltar la misma estética, ambiente y esencia que en la saga televisiva. Una vez más, poco importa aquí haber seguido o no la serie, o haber visto o no, Sex and the City I. La película se entiende sin mayor dificultad; tal vez hacía el final, la aparición inesperada de Ethan (no precisamente un ex novio cualquiera) alcanzaría otro impacto, si se supiera con anterioridad el historial amoroso que compartió con la protagonista. Carrie (Sarah Jessica Parker), Samantha (Kim Cattrall), Miranda (Cynthia Nixon) y Charlotte (Kristin Davis) se alejan de sus ajetreadas vidas laborales y amorosas de Nueva York, para dirigirse a un destino, en apariencia menos convulsionado: Abu Dahbi, el Nuevo Medio Oriente. En este lugar de ensueño, lleno de lujos, ostentación y riquezas, dan rienda suelta a sus aventuras y enredos, donde una vez más, Samantha se convierte en la protagonista de casi todas las situaciones. Sex and the City (I, II y versión televisiva) tiene su origen en el libro de Cadance Bushnell perteneciente a lo que suele llamarse Chick Lit. Definido como subgénero dentro de la novela romántica, sus protagonistas son mujeres de treinta o más años, posfeministas, glamorosas y generalmente solteras, en cuyas vidas el trabajo tiene un papel fundamental. Estas historias, tienen como lugar idóneo para desarrollarse, ciudades cosmopolitas como Londres o Nueva York. Las grandes marcas, especialmente de ropa, zapatos y carteras, son casi un personaje más. El Chick Lit, procura abarcar y mostrar las diferentes experiencias por las que atraviesa la mujer actual en su vida cotidiana, haciendo hincapié en el amor, las relaciones de pareja y el sexo. Redefine así constantemente los vínculos tradicionales. La crítica literaria, aún lo considera un género menor y lo mira con desdén, pero no habría que esperar de él virtuosismo, sino más bien puro entretenimiento. Lo mismo que habría que esperarse de las propuestas cinematográficas que en él se basan. En más de una ocasión, me pregunté que le veían mi novio o mis amigos a las películas de Vin Diesel o de Jason Statham. Cómo era posible que pese a considerar que eran muy malas, no podían dejar de verlas. A partir del jueves pasado esa pregunta quedó obsoleta, al descubrirme sentada por más de dos horas, y disfrutar más de la cuenta, de una película que no era más que un producto netamente comercial, y donde el concepto artístico, quedaba bastante lejos de ser mínimamente rozado. Si el colectivo masculino, se dejaba engatusar ante la seducción de la violencia, los efectos y la adrenalina de las películas de acción, yo me dejaba seducir por la moda, el romance y las aventuras femeninas menos verosímiles de la comedia romántica. El maldito glam hacía mella en mí, y ya no podía dejar de pensar en cual sería mi próxima compra. Sex and the City 2, no pasa de ser una simpática comedia para ver, quizá sólo, entre amigas.
Hace unas semanas me disponía a ver Caso 39, pero una equivocación me llevó a otra sala donde proyectaban Carancho. A medida que transcurría la película iba dándome cuenta que con ese error de sala, había salido claramente favorecida. Esta última producción de Trapero consiste en un trepidante policial negro que capta nuestra atención (narrativa y visualmente) desde su mismo comienzo. Protagonizada por Ricardo Darín y Martina Guzmán, Carancho cuenta la historia de un abogado “carroñero/ carancho” llamado Sosa, que se dedica a brindarles interesada ayuda a las víctimas de accidentes automovilísticos. Los asesora legalmente y tras hacerle firmar varios documentos, él y la agencia para la cual trabaja terminan quedándose con la mayor parte del dinero que cobran de las aseguradoras. Pero como en toda historia, las cosas se complican y mucho a partir de la relación amorosa que surge entre Sosa y Luján, una joven médica de emergencias. Lo marginal, y la subjetividad sobre la marginalidad, siguen estando presentes como en los anteriores trabajos de Trapero. Sin embargo, se trata de una súper producción, por lo que ahora sí necesita resaltar elementos estilísticos que indiscutiblemente se justifican por la elección del género. De todos modos los seguidores del director pueden quedarse tranquilos porque sigue manteniendo su personal forma de narrar: primerísimos planos, encuadres poco tradicionales, cámaras agitadas… y todo en función de lograr un relato sólido que aparente contarse por sí solo. Al tratarse de un policial negro se necesita de un gran trabajo corporal por parte de los actores. Esto se observa claramente en las escenas de acción y más que nada en las peleas (fuertes golpizas que no solo recibe Sosa sino también Luján) y además en las escenas de sexo (tanto las concretadas como en las truncas). La dupla protagónica salió airosa en ambas, demostrando una química y complementación quizá inesperadas. Su historia de amor se aleja de cualquier lugar común, ya que la misma se inicia y se desarrolla en una geografía y un contexto oscuros. Filmada íntegramente en escenarios reales, como calles y rutas del conurbano bonaerense, hospitales públicos y cementerios, esta historia es de ficción pero apoyada fuertemente en la realidad. Si en los años `60 Glauber Rocha hablando sobre el Cine Novo brasileño decía: “nuestra originalidad es nuestro hambre”, la originalidad de esta producción son nuestras muertes: en una década mueren 100.000 personas por accidentes de tránsito. De esta estadística parte Trapero para configurar su film, y declara muy acertadamente que se trata de una mafia que no se quiere ver y que lleva a un genocidio silencioso. Carancho es la primera película del director argentino que se estrena primero en las salas de nuestro país antes que en algún festival. Aunque viajará próximamente a Cannes, compitiendo en la sección “Una Cierta Mirada”. Espero que en ambos lugares (taquilla y festival) consiga su merecido reconocimiento. No tengo dudas que se trata de una de las mejores películas estrenadas hasta el momento en lo que va del año.
Había una vez una película de Federico Fellini llamada 8 ½ , producida en el año 1963. La misma se inscribía como una obra desdoblada, en donde el film aparecía en el film, que se reflejaba sobre si mismo. Ya desde su título nos encontrábamos ante una clara referencia al cineasta: 8 ½ , la obra que se situaba entre la octava y la novena realización de Fellini. A lo largo de toda la película había una sucesiva deconstrucción de la realidad que sumada al desplazamiento de la mirada distanciaba al espectador de los personajes. Porque la obra estaba conformada por fragmentos, recuerdos, proyecciones internas, etc. No había continuidad narrativa, o al menos era asiduamente interrumpida por los sentimientos de los protagonistas. Fue así como 8 ½ se convirtió en una de las películas más impresionantes y apabullantes de la toda la historia y metáfora absoluta sobre lo que el cine es. Por ello, no fue para nada extraño que en 1982 se estrenara en Broadway la versión teatral, con libro de Arthur L. Kopit y música de Maury Yeston titulada Nine y protagonizada por el actor Raúl Julia. El éxito de esta producción devenida en musical provocó a su vez una nueva versión, ahora cinematográfica, que nos llega de la mano de Rob Marshall, director de Chicago y Memorias de una Geisha. Nine nos cuenta a cerca de Guido, un director de cine angustiado y bloqueado ante la presión de crear una nueva obra que lo aleje de sus últimos fracasos y vuelva a consagrarlo como artista. Perseguido por productores, guionistas, actrices y periodistas debe lidiar también con sus crisis personales. Su debilidad por las mujeres será a su vez, problema y solución a su bloqueo creativo. Protagonizada por Daniel Day Lewis este musical es impactante, no solo por la ostentación del vestuario, de la escenografía, de las luces, de las locaciones, sino también por el desfile de primeras figuras femeninas que dan vida a las “mujeres de Guido” que van desde Nicole Kidman hasta la cantante Fergie, o de Penélope Cruz a la mismísima Sofía Loren. Como en todo buen musical, los momentos dramáticos más importantes se resuelven mediante cuadros musicales, y aunque si bien es cierto que todos son visualmente soberbios algunas canciones se notan bastante impuestas, como forzadas a dar sentido a una obra que se pretende caótica y desordenada. Por supuesto que mucho menos confusa de lo que fue 8 ½ , Nine posee una estructura más clara, despojada ya de sus elementos surrealistas, por lo que resulta mucho más accesible al espectador tipo. Day Lewis es lo suficientemente brillante no solo para crear a un Guido convincente, de quien cualquiera de nosotras podría enamorarse, sino que también lo es para no caer en torpes imitaciones de aquel primer e inolvidable Guido que interpretara nada más ni nada menos que Marcelo Mastroianni. Rob Marshall homenajea implícita y explícitamente a Fellini en muchas de sus escenas, y aunque ciertos aires felinescos se pueden respirar a lo largo de su película, aunque en ciertos momentos los personajes hablen un poco de italiano, aunque se intenten rescatar el glamour y el estilo romano -creados a fuerza de creaciones cinematográficas de los años `50 y `60 principalmente- un viento seco y cálido, tal vez semejante al Siroco, pero proveniente de las colinas de Hollywood termina invadiéndolo todo. No al punto de ya no poder respirar y caer en el sopor, pero si de añorar una y otra vez a los verdaderos maestros italianos: Federico, Marcelo…
Este es el primer largometraje que tiene a Boy Olmi como guionista, director y productor. Sangre del Pacífico narra la historia de Charito, una joven de origen peruano que viene a nuestro país a trabajar como doméstica, y de Jorge, un viejo artista obsesionado con la idea de filmar su última película sobre las Guerras de Independencia Latinoamericana. Sus vidas se entrecruzan y se despierta en Jorge una obsesión por Charito que lo remonta al pasado, a los recuerdos y a las nostalgias nunca superadas. Se trata en definitiva de una obra poco usual, donde se conjugan la realidad de los personajes con la sus fantasías, ensoñaciones y fantasmas. Por ello la estética empleada hace uso de diferentes recursos como el de la fotografía (en varias escenas blanco y negro), elemento fundamental para establecer diferencias espacio-temporales dentro del film. Temas como la desigualdad social, la falta de oportunidad y el racismo aparecen de fondo, reflejados en las trabajadoras domésticas (mayoritariamente extranjeras), exponentes de una nueva forma de esclavitud que se remonta a la época de las colonias y que sigue encontrando en los inicios del siglo XXI sociedades dispuestas a sostenerla solapadamente. La actuación es sin dudarlo lo más destacado: China Zorrilla, Delfi Galbiatti, Ana Celentano son algunos de los importantes nombres que se dan cita en esta película. Sin embargo, la presentación de Emilia Paino (conocida como “Piqui” en la primera edición del reallity Expedición Robinson) como Charito, es toda una revelación. Con Sangre del Pacífico Boy Olmi logra a las claras no pasar desapercibido, y pese a cierta inestabilidad narrativa, donde muchas líneas argumentales quedan sueltas y sin resolución aparente, este trabajo logra seducirnos y quedar a la espera de sus futuros proyectos.