Humanismo ilustrado Un documental cálido y afectuoso sobre la figura del afamado y no merecidamente reconocido (al menos en nuestro país) Jorge Prelorán. Esta película tiene un carácter didáctico inestimable, ya que el propio Prelorán aparece haciendo una recorrida por su trayectoria, y enseñando al mismo Fermín Rivera la forma de grabar a los entrevistados. El creador de lo que se dio en llamar etnobiografías (retratar a individuos de distintas culturas y comunidades) cuenta además con una historia personal rica en sucesos y anécdotas que aparece en el film intercalada con los recuerdos de sus producciones más importantes: Hermógenes Cayo (1969), Medardo Pantoja (1969), Cochengo Miranda (1975) y Los hijos de Zerda (1978) entre otras tantas. Como bien resume Rivera: “Jorge fue un humanista empedernido que nunca perdió la fe en la condición humana”.
Madre no hay una sola Tener más de una mamá, puede significar para muchos algo ventajoso; para otros en cambio, podría resultar una verdadera pesadilla. Sin embargo, para los hermanos Joni y Laser, esto es algo completamente natural. Esta película de la directora Lisa Cholodenko, indaga sobre las distintas posibilidades que existen a la hora de conformar una familia. Nic (Annette Bening) y Jules (Julianne Moore) son dos mujeres que comparten su vida desde hace muchos años. Tienen dos hijos adolescentes, Joni (Mia Wasikowska) y Laser (Josh Hutcherson) a los cuales han concebido recurriendo a un banco de esperma. Un día los chicos deciden contactar con su padre biológico (Mark Ruffalo) y la química entre ellos es inmediata. Poco a poco, el ingreso de esa nueva e inesperada “figura paterna” pone en peligro la supuesta armonía de esa familia, más convencional de lo que uno en principio podría imaginar. A favor. Es indiscutible que lo mejor de esta producción, se encuentra en la naturalidad a la hora de abordar el tema de una pareja homosexual con hijos. Los personajes son retratados sin asomo de esteriotipos; Cholodenko los define de modo realista, y deja sus virtudes y defectos perfectamente visibles al espectador. Nic y Jules asumen en el film roles completamente claros: la primera ocupa el rol “paterno” (por eso es la primera que se siente amenazada ante la llegada de ese “otro” padre) quien se encarga económicamente de la familia, por lo que pone las reglas en la casa. Jules, es la verdadera figura materna (fue ella la inseminada en su momento, y es ella la que se termina sintiendo atraída por el personaje de Ruffalo). Además Jules, como en la más típica familia burguesa, es la que ha dejado de lado su profesión y proyectos personales, para estar más tiempo en la casa y hacerse cargo de los niños. Todas estas cuestiones demuestran- como indicaba más arriba- que en esta familia hay la misma cantidad de convenciones que puede haber en una familia con padres heterosexuales. Y esta premisa, se acentúa y se cristaliza cada vez más a medida que avanza la historia (quizá sea el final la muestra más evidente de ello). Otro punto interesante de MF es como se va desenvolviendo la trama. Aún con sus pequeñas irregularidades, la narración logra atraparnos y en casi ningún momento nos sentimos aburridos. Se trata de una comedia, que en algunas escenas sabe meterse en un melodrama para nada lacrimógeno. Y afortunadamente los golpes bajos quedan afuera de nuestra vista. Por último, entre los puntos fuertes de esta producción nos encontramos con dos actuaciones (las menos obvias) encantadoras: la de Mia Wasikowska y la de Mark Ruffalo. Ella como una dulce adolescente, que se nota es pieza fundamental del engranaje de la familia, y él como el padre canchero y comprensivo del que todo joven podría alardear como progenitor. En contra. Aunque en el guión interfiere también un hombre (Stuart Blumberg) Lisa Cholodenko se encarga en dejar a los personajes masculinos bastante desdibujados, o delinearlos con trazos débiles. De hecho, no es coincidencia que la mayoría de cabos sueltos provengan de su accionar o de sus historias particulares. Nunca sabemos a ciencia cierta que le ocurre (si es que le ocurre algo) a Laser, no sabemos por que el personaje de Mark Ruffalo es dejado de lado, sin chance de segundas oportunidades, y tampoco entendemos que tipo de relación une a Joni, con ese amigo al que hacia el final besa para luego abandonar. MF tiene además otro problema: cierta incontinencia verbal. Nos habla de un montón de cosas, pero no termina profundizando en ninguna de ellas. La complejidad que puede tener una relación lésbica, las consecuencias de donación de esperma, la infidelidad, la curiosidad ante la figura paterna, la necesidad de identidad, entre otros temas, quedan flotando en la superficie sin aportar ni respuestas ni reflexiones de interés. Para concluir- más ligado a las críticas que he podido leer o escuchar por ahí, que a la película- considero que los trabajos de Bening y Moore están sobrevalorados. Me encantan como actrices y sería ridículo decir algo en contra de sus performance. Sólo que en esta comedia no me muestran nada que ya no haya visto en papeles suyos anteriores.
Identidad robada Consecuencias. De eso parece hablarnos constantemente esta opera prima de Miguel Cohan. Interesante entrecruce (temáticamente hablando) entre dos de los títulos argentinos más importantes de este año: Carancho y El Rati Horror Show. Sin Retorno narra la historia de un hombre acusado injustamente, por un crimen que no cometió. Una noche, un joven es atropellado por un automóvil y abandonado en la calle. A los pocos días muere; parece no haber pruebas ni indicios claros para encontrar al responsable. Pero la presión del padre de la víctima, la necesidad de la justicia de dar con un culpable, y la ambición insaciable de la prensa de construir una noticia, hacen que un sujeto inocente terminé siendo juzgado como el homicida. Mientras, el verdadero autor del hecho prosigue su vida sin aparentes consecuencias. Esta historia que transita por las oscuras aguas de la culpa y el más básico instinto de preservación, no apuesta a dejar, ni siquiera insinuar, sombra alguna de moraleja. Y ese es un punto fuerte que tiene la película; más interesada en narrar los efectos de nuestro accionar, no sólo en nosotros y en nuestro círculo más cercano, sino inclusive en personas que no conocemos. La perdida de identidad, o mejor dicho, la identidad robada remite a un doble mecanismo al que se ven forzados los personajes del film. Por un lado, está Matías (Martín Slipak) que decidió no asumir su responsabilidad sobre los hechos, aún a sabiendas de que estaba perjudicando a un tercero. Podemos llamarle a esto simple acto de supervivencia. Por otro lado, Federico (Leonardo Sbaraglia) acusado de un crimen que no cometió, pierde su libertad, y tras los años de cárcel su vida no vuelve jamás a ser la misma. Tal vez a esto podríamos llamarlo destino. Y en todo caso, ambos personajes voluntaria o involuntariamente ven robadas sus identidades, para asumir su otro yo: “ese otro que también me habita… ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel…” como decía el escritor colombiano Darío Jaramillo Agudelo en su más conocido poema. Producida por Haddock Films, esta película cuenta con un grupo importante de actores, entre los cuales destacaría a Leonardo Sbaraglia, Federico Luppi, Ana Celentano y Martín Slipak. Pero aún así, con Sin Retorno me ocurre lo que suele pasarme con otras películas de Haddock: las veo tan sólo como productos. No hay nada en ellas reprochable técnica, ni narrativamente. Sin embargo, como si fueran carentes de ángel o de alma, no logro enamorarme de ellas, aún cuando las obras tengan directores con personalidades y estilos tan diferentes. De todos modos, veo en Cohan una gran habilidad a la hora de narrar. Destaco la sutiliza con la que maniobra en varios momentos del film, y valoro la forma en que utiliza las elipsis (especialmente en la secuencia de la cárcel). Producción correcta, efectiva y hasta entretenida. Pero repito: desprovista de elementos que le otorguen una entidad fílmica difícil de olvidar.
El orden no altera el producto Esta ultima película de Ryan Murphy, tenía todos los elementos para convertirse en uno de los estrenos más importantes de la semana. Sin embargo, esta producción de Brad Pitt, basada en la autobiografía de Elizabeth Gilbert, terminó quedando a medio camino entre la abulia y la incomprensión de intereses- del personaje protagónico y del director mismo-. La heroína es Liz Gilbert (Julia Roberts) una periodista exitosa y de vida acomodada, que no logra llegar a la felicidad en su matrimonio. Es así, que decide separarse de su marido (Billy Crudup) para encontrarse prontamente, en otra relación amorosa con un joven actor de teatro (James Franco). No pasa mucho tiempo para que Liz descubra que tampoco con él es feliz, entonces inicia un viaje por Italia, India e Indonesia. La intención del mismo, no es tanto turística sino espiritual. Encontrarse a sí misma, para así poder encontrar el verdadero amor (Javier Bardem). Hasta aquí se nos presenta una historia prometedora, pero a lo largo de sus extensos 132 minutos, la supuesta comedia romántica de pretensiones místicas, termina por convertirse en un confuso ir y venir de sentimientos encontrados con bellas locaciones de fondo. El título procura sintetizar las etapas por las que la protagonista atraviesa a lo largo del film; pero si mal no recuerdo, una de las primeras cosas que hace Liz cuando le cae la ficha de lo mal que está en su matrimonio, es ponerse a rezar en el baño de su casa a la espera de una señal divina. Igualmente, entre nosotros, el orden no altera el producto. Lo mismo sería si se llamase Rezar Comer Amar o Amar Rezar Comer… porque para mi entender el título exacto debería de ser: Ver Aburrir Maldecir. Y paso a explicar porque: Ver. En esta parte nos encontramos con lo mejor de toda la película. Entre los primeros 15 y hasta 30 minutos, podemos ver consistencia dramática, buenas actuaciones, humor, amor, desamor y hasta una frase brillante y desgarradora que viene de la boca de James Franco (bello, bello, bello). Después Liz Gilbert, emprende su viaje a Roma, y aquí poco a poco, casi imperceptiblemente, la historia comienza a volcar. Sus vivencias en Italia son encantadoras, pero el hilo conductor con lo primero que habíamos visto se empieza a perder. Pero claro, como la ciudad aparece en su esplendor, repleta de los más pintorescos personajes romanos, uno no se entera- o no se quiere enterar- y sigue mirando a la protagonista deglutir todo con lo que se encuentra a su paso, a falta de un amor. Para este momento los espectadores comienzan a preguntarse: ¿Y Bardem, cuándo aparece? Aburrir. Liz decide marcharse a la India. No la estaba pasando mal en Roma, pero quiere respetar el itinerario y se va. Se encierra en un centro hindú de meditación- más parecido a un spa oriental que a otra cosa- y se pone las pilas para aprender a rezar. En las primeras sesiones de meditación se queda dormida, y nosotros la entendemos porque nos está pasando lo mismo. Nos empezamos a aburrir (y a dormir) indefectiblemente; ya no hay más galanes. Otra vez: ¿Y Bardem? ¿No era una comedia romántica? Entonces aparece Richard Jenkins. Es obvio que no será su galán, pero ya no hay dudas: algo va a pasar, algo le dará el personaje de Jenkins que haga encausar la historia que para ese entonces viene de capa caída. No ocurre nada. Liz aprende a rezar finalmente y cuando se siente mejor se encamina para Bali. Maldecir. Ya no queda mucho de película (o al menos eso es lo que queremos creer) y ahora sí aparece Javier. Aunque no como uno esperaba… Liz no se enamora a primera vista como de Franco- en el fondo yo la comprendo- sino que se deja seducir por un rubiecito desabrido que encuentra en una fiesta. Encima Barden hace de brasileño, y no se lo creemos. Liz se empecina en seguir meditando, y ahora peor que se reencontró con su gurú. Todo es tan superficial, que nada de esa falsa espiritualidad nos toca, y maldecimos a Liz, al gurú, al trucho brasilero y por sobre todo a Ryan Murphy. ¿Cuánto falta para que termine la película? ¡Finalmente Roberts y Bardem se enamoran(o no), porque ella da tantas vueltas! Pero ya no importa que cosas pasen o como pasen, ya estamos hastiados de tanto enrosque seudo espiritual.
En la importante producción de Fernando Trueba, El Baile de la Victoria no se encontrará entre sus mejores películas, aún cuando su protagonista sea uno de los actores del año: Ricardo Darín. Basada en la novela de Antonio Skármetea, el guión realizado por Jonás y Fernando Trueba, con la participación del propio novelista chileno, expone falencias en su estructura dramática que hacen de la historia algo inconsistente. Cuando Chile vuelve a la democracia, se firma una amnistía por la cual se libera a los presos que no hayan cometido crímenes de sangre. Es así, que se conocen Ángel Santiago (Abel Ayala) y Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín). El primero, un joven ladrón deseoso de llevar a cabo un robo perfecto que lo lleve a cambiar su destino. El segundo, un consagrado experto en abrir cajas fuertes, en principio obsesionado en recuperar a su familia. Pero al descubrir que la misma ya casi de ha olvidado de él, se deja convencer por el entusiasmo de Ángel y decide dar el gran golpe. Además, la pasión de este por Victoria (Miranda Bodenhöfer) -de allí el título de la película- una enigmática bailarina, traumada por la desaparición de sus padres en la dictadura, termina siendo para el personaje de Darín el modo de canalizar el amor que no pudo concretar con su ex esposa (Ariadna Gil). En más de una entrevista, Trueba reconoce la necesidad de amar a sus protagonistas. Eso suele verse de forma patente en todas sus películas, especialmente en el cuidado que pone en retratar a sus heroínas. Esta no es la excepción; ahora la niña de sus ojos (parafraseando el título de uno de sus films de 1998) es la misteriosa Victoria, cuya presencia inyecta a la historia lirismo- si bien no siempre funcional para el desarrollo de los acontecimientos-. Sin embargo, el alma de la película se encuentra sin duda alguna en Ángel. No sólo porque es el personaje que lleva adelante la historia, sino básicamente por la magnífica actuación de Abel Ayala. La dupla que compone con Darín es muy buena, y no podemos evitar recordar, cuando ambos caminan por las calles de Santiago, a la pareja de Nueva Reinas, aunque obviamente, mucho más cándida y hasta romántica si se quiere. Pues ahora se trata de dos ladrones, que pese a su actividad delictiva, tienen códigos y están atravesados por el honor. También, si queremos podemos encontrar cierta relación con El Polaquito, obra del 2003 dirigida por Juan Carlos Desanzo. No solamente porque esta fuera protagonizada por Ayala (de hecho fue su debut como actor) sino porque su personaje, también se enamoraba perdidamente de un joven prostituta, a la cual trataba de proteger y redimir. Estas conexiones con otras películas, no es pura casualidad. El cine de Fernando Trueba, está lleno de referencias, homenajes y alusiones. No digo que haya pensado directa o indirectamente en las mencionadas producciones. Pero su filmografía, empuja al espectador a suponer vínculos cinematográficos, extra cinematográficos y hasta metacinematográficos. Como fiel exponente de un cine postmoderno, los trabajos de Trueba apelan al reciclaje y al pastiche. Combina diferentes géneros (de modo poético), y a partir de una historia que se inscribe en un claro marco político y social, va generando otras subtramas tanto o más interesantes que la principal, que en principio pudieran parecer inconexas. En El Baile de la Victoria, se entrecruzan el melodrama, el cine negro, la comedia, el thriller y hasta el western. Todo ello presentado bajo el halo de cuento, o como dicen sus guionistas de épica. Sus referencias espaciales y temporales, bien definidas en el comienzo, va perdiendo relevancia. Porque a medida que avanza la historia, la misma se hace menos realista. Tiempo y espacio se tornan anecdóticos, cosa que suele ocurrir cuando el destino parece ya inexorable. El problema, es que esa suerte de realismo mágico no del todo asumido, termina pasándole factura a la estructura del film. No son pocas las escenas- cuando no las secuencias- que nos dejan con más dudas que certezas de aquello que nos quieren contar. La secuencia en la que Victoria baila en el teatro Municipal, es por demás desconcertante. Pese a las inmejorables actuaciones, y no sólo de los protagonistas, sino de un cuerpo de actores chilenos de primera línea en los papeles secundarios- destaco a Catalina Saavedra, quien fuera la protagonista de La Nana, película altamente recomendable de Sebastián Silva- y al excelente trabajo de fotografía de Julián Ledesma, El Baile de la Victoria falla tal vez, en lo menos imaginado: su guión. Una vez más, surge la conciencia de las dificultades de adaptar una novela a la pantalla grande, incluso para gente consagrada como Trueba y Skármetea.
Invadida de clichés y lugares comunes, se presenta esta nueva comedia romántica de Nanette Burstein. Protagonizada por Drew Barrymore y Justin Long- quienes en pareja (¿o ya no?) en la vida real- no logran esquivar los altibajos del guión, pese a su buena química. “Amor a Distancia” cuenta la historia de Garret y Erin, cuando una noche cualquiera se conocen en Manhattan, y entre copa y copa terminan enamorándose. El problema es que ella, está a punto de terminar una pasantía de periodismo y en unas pocas semanas, vuela de regreso a San Francisco. Mantener una relación a distancia se hace una necesidad y única posibilidad, pero obviamente no será nada sencillo. Aunque goza de buenos momentos (casi todos ellos ligados al trabajo de Barrymore) la historia vacila constantemente en aquello que en verdad nos quiere contar. El guión de Geoff LaTulippe, es efectivo al mostrar el contexto (social y económico) en el que se encuentran los protagonistas: un mercado laboral poco favorable, que los obliga a aceptar empleos para nada gratificantes, ya sea como oficinistas o practicantes. Esa inestabilidad, y el deseo por encontrar un equilibrio laboral, es la que posibilita que se planteen una relación a distancia. Lo que no queda claro, es el verdadero motor de dicha relación. Al comienzo y al final, parece que es el amor. Sin embargo, en el transcurso de la historia el sexo ocupa un lugar claramente predominante, que termina por contaminar la película con chistes y situaciones de dudoso buen gusto. Observo que en los últimos años, algunas comedias románticas creen que escaparse de las trivialidades y obviedades propias del género, es mostrar el lado menos atractivo de sus personajes. Como si está decisión tornara más sincera y cruda a la historia de amor. No creo que esto de siempre buenos resultados. “Amor a Distancia” puede ser una de esas comedias. Aunque sería justo rescatar, que quienes hemos vivido la experiencia de un amor a distancia, veremos reflejadas muchas situaciones típicas de esa clase de relación.
Luego de la excelente e imperdible El artista esta dupla de directores soportaban todas las miradas encima. Su próximo trabajo tenía la difícil tarea de estar a la altura de su última producción. Bueno, El Hombre de al Lado logra ese cometido, aunque reiterando ciertas falencias en la última etapa de su estructura narrativa, o sea en el final. Unos vecinos muy diferentes divididos por una medianera, que terminará representando mucho más que una simple pared. Cuando Víctor, el vecino grasa, gritón y mal hablado decide construir una ventana, el mundo supuestamente perfecto de Leonardo, el vecino snob, creído y políglota entra en conflicto, poniendo en evidencia la bajeza y soledad de su existencia. Ácida, audaz, hasta por momentos cruel, esta historia con mucho de comedia encierra subtramas que muestran la sordidez de nuestros vacíos emocionales. Sí, estamos otra vez ante un excelente film de Duprat/ Cohn pero que como decía al principio falla en su desenlace. Ocurría lo mismo en El Artista, pero allí sabía que sus innecesarios diez minutos finales tenían que ver con un tema de co-producción. En El Hombre de al Lado me encuentro ante un final inesperado y discordante con lo que se me venía proponiendo. La sorpresa le gana la pulseada al suspenso y la película termina absorbiendo un golpe sin el que podría ser una obra mucho más redonda.
Gay Friendly Film. Documental que muestra la vida de al menos cuatro integrantes gays de la comunidad judía de Argentina, la más numerosa de Latinoamérica, que decidieron enfrentarse a cámara y desnudar sus vidas. Una Pareja Despareja, película dirigida por Glenn Ficarra y John Requa logra estrenarse en cantidad de países, sin embargo lleva más de dos años sin poder hacerlo en los EEUU. Esta comedia dramática, protagonizada por Ewan McGregor y Jim Carrey, cuya temática es abiertamente gay, parece demasiado incómoda para los productores y distribuidores americanos. Al punto que, las especulaciones homofóbicas no se hicieron esperar y con el correr del tiempo se intensifican más. Aparentemente, el problema con la película no radica en exponer una historia de amor carcelaria entre dos hombres, sino más bien en su incorrección política. Como muy bien señalara Román Gubern en el diario El País, la caricatura y los chistes pueden resultar social y comercialmente peligrosos. En nuestro país, alejados de esas atmósferas enrarecidas, nos entregamos a un clima festivo donde la gran mayoría celebramos la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo. Y es en ese contexto social (y mediático) absolutamente favorable, en el que los homosexuales recuperan a zancadas los años de incomprensión y segregación, donde se inscribe el documental de Maximiliano Pelosi, Otro entre Otros. Una película que habla explícitamente de amor, religión y alteridad. Gustavo, Daniel, Dan y Diego, son cuatro integrantes gay de la comunidad judía, que deciden contar sus experiencias de vida. En ellas, descubriremos el rechazo familiar, la complicada aceptación de los amigos, el miedo a la paternidad, el alto nivel de discriminación dentro de la misma colectividad, y el deseo de construir en ella un espacio para los gays. Otro entre Otros es un documental franco y directo, desprovisto de segundas intenciones moralizantes y aleccionadoras, de esas que pretenden empujar al espectador a encontrar en las imágenes ofrecidas mensajes seguros y confortables. Por el contrario, con una narración pausada y entretenida Pelosi se anima a plasmar, mediante el testimonio de sus entrevistados, que a través de dos elementos que se creen desencontrados (homosexualidad//judaísmo) se puede generar un encuentro. Reportajes donde los protagonistas hablan directamente a cámara, fotografías, cámara en mano, videos caseros, música y un montaje con muchas reminiscencias a los videoclips ochentosos, seguramente no se encuentren entre los mayores logros de esta producción. Pero pueden servir para retomar el viejo tema de la existencia -o no- de una estética cinematográfica gay (cuestión que según Gubern, se iniciara en Europa con ciertas obras de Visconti). Maximiliano Pelosi logra imprimir a su documental, ese tono de primera persona activa, es decir, logra transmitirnos que aquello que procura contarnos, es algo completamente cercano, vivido y seguramente sufrido.
Este curioso road movie protagonizado por Robert De Niro no debería llevarnos a confusión. Aunque a primera vista pueda parecer una simple y cálida comedia de enredos familiares, no lo es, aún pese a los intentos de su guionista y realizador Kirk Jones de adecuarla al estilo americano del happy end. Frank Goode espera en vano la llegada de sus cuatro hijos para pasar un fin de semana juntos. Uno a uno van cancelando la visita por lo que decide no quedarse solo en su casa, y se aventura a cruzar todo el país con tal de sorprender y ver a cada uno de ellos. Ese viaje será para Frank todo un descubrimiento sobre quienes son sus hijos y cuál es la verdadera relación que supo forjar con ellos a través de los años. “Están todos bien” se basa en la película italiana de Giuseppe Tornatore “Stanno tutti bene” de 1990, protagonizada por el insuperable Marcelo Mastroianni. La misma se caracterizaba por una tristeza e ironía que lo invadían todo, sin dejar de lado cierta atmósfera de ensueño. En la nueva versión vislumbramos en parte estos elementos aunque de forma menos precisa y dramática. Pero aún así, Jones llega a tocar esas íntimas fibras que nos llevan a la emoción y a la reflexión, identificándonos en más de un momento con la soledad del protagonista. Drew Barrymore, Kate Beckinsale y Sam Rockwell, que interpretan a los hijos de De Niro, se debaten entre separaciones, hijos, elecciones sexuales y profesiones que por todos los medios intentan ocultar a su padre para no defraudarlo. Aunque su real objetivo a lo largo de casi toda la narración sea encontrar a su hermano menor -misteriosamente desaparecido- y dilatar lo más posible ese disgusto a Frank. Y es justamente en el desenlace final, referido al hijo desaparecido, donde la obra pierde fuerza y credibilidad. Es como si el realizador se propusiera no hacernos sentir tan apenados, y a golpe de escenas previsibles y poco arriesgadas dramáticamente, nos empujara al final tranquilizador y si no feliz, al menos alegre. Una de las mejores escenas es sin duda la del sueño de Frank, donde almuerza rodeado de sus cuatro hijos quienes aparecen como niños, pero mantienen con él una conversación de adultos. Se trata de un momento decisivo, en el cual el protagonista puede atar los cabos sueltos y entender de una vez que sienten sus hijos respecto a él y sus exigencias. “Están todos bien” es una buena realización, que con aciertos y desaciertos hereda de su predecesora italiana aquello de que lo primero es la familia.
Una obra significativa más allá de los altibajos narrativos Una realización imperdible, con guión del conocido Nick Hornby (adaptado de la autobiografía de la periodista Lynn Barber) y dirigida por Lone Scherfig. Scherfig, a diferencia de lo que muchos creen, es una MUJER, ha realizado numerosos cortometrajes, seriales para la radio y series de televisión. Además, esta directora danesa supo cosechar muchísimos premios por sus largometrajes, especialmente por “Italiano para principiantes” (“Italiensk for Begyndere”, 2001), quinta película perteneciente al movimiento Dogma `95. “Enseñanza de vida”, nominada al Oscar en los runros mejor película y mejor actriz (Carey Mulligan), cuenta como Jenny, una jovencita de casi 17 años, ve “maravillosamente” trastocada su aburrida vida de estudios en los suburbios de Londres a partir de la llegada de David, un excéntrico y sofisticado treintañero que consigue no sólo seducirla a ella sino también a sus padres. El inminente futuro de Jenny en la Universidad de Oxford comienza a tambalear y sólo sus profesoras de escuela parecen preocuparse por ello. La historia es excelente y aún más el elenco que le da vida a los personajes. Mulligan es toda una revelación, su trabajo es impecable… ¿Y que decir de Alfred Molina? Soberbio. También la pequeña participación de Emma Thompson es contundente, como nos tiene siempre acostumbrados. Sin embargo, la producción cuenta con varios puntitos flojos y los mismos radican en cierta inconsistencia o contradicciones que se hacen presentes en diversos momentos, ya sea en los diálogos, en el actuar de los personajes, o en la mismísima lógica interna que se supone debería tener todo film. No creo que la “magia” de una obra descanse en la perfección, nada más lejos de ello. Pero cuesta entender cómo los padres de Jenny pasan del control absoluto sobre su hija, a dejarla viajar a París con un casi desconocido. O por qué una jovencita de 16 años, criada a la vieja usanza, a penas si se espanta un poquito al descubrir la verdadera profesión de su galán… A lo largo de la narración no sabemos si estamos ante protagonistas hipócritas, ignorantes, egoístas o inocentes de espíritu. Quizá sean algo de todo ello a la vez, lo cual no estaría nada mal, se parecería mucho a la realidad, incluso a la de los años `60 en donde se desarrolla la historia. Pero como decía antes, Scherfig y Hornby nos dejan muchos cabos sin atar, y no sólo no terminamos de saber que pasa con un personaje menor como el noviecito del comienzo, sino que mucho más grave, no logramos enterarnos si nuestra Jenny alguna vez se enamoró de David o si estuvo solamente interesada en la diversión y snobismo que él le proporcionaba. Hacia el final, en una escena memorable la protagonista pone en jaque el discurso de la directora de la escuela, sus argumentos son brillantes, la directora queda sin respuesta y nosotros espectadores quedamos suspendidos ante semejante alegato, metidos aún en la historia, pero muy probablemente pensando en nuestra “propia historia”. Son de esos momentos geniales que nos permiten obras que, si al menos no son geniales, poseen escenas que sí lo son. Lamentablemente el efecto dura poco, porque unas escenas después Jenny, como si se tratara de una persona diferente, adhiere desesperadamente al pensamiento de la docente. Las cosas cambian… ¿¿¿Pero tanto??? En fin, repito: aún con las inconsistencias marcadas y algunas más que ustedes mismos podrán encontrar, “Enseñanza de vida” es una muy buena película que debería perfilarse- más allá del resultado en los premios de la Academia- como una de las mejores producciones conocidas en lo que va del año.