Viaje iniciático El personaje más ingenuo de toda la película, que no en vano se llama Faith (interpretado por la exchica Disney Selena Gómez) se repite una y otra vez que estas vacaciones que emprendió con sus amigas servirán para conocerse a sí mismas, para poder ser quienes son en realidad. Y algo de eso se cumple, aunque no en el sentido idílico, y hasta casi poético, en que ella lo planteaba. Faith y sus tres amigas son compañeras de universidad, en un pueblo chico, opaco. Su sueño es poder viajar y pasar el Spring Break (el receso de primavera) en el epicentro de la actividad vacacional estudiantil: Miami. Pero no tienen el dinero para costear el viaje, hasta que las amigas piensan una solución drástica, la ejecutan, y así es como el grupo termina de fiesta en el estado del sol. Conocen allí a Alien (James Franco, versátil como siempre, aunque no en una de sus mejores performances), un peculiar personaje, rapero y gángster, que las introducirá en su mundo. Lo primero que habría que aclarar, dada la confusa promoción que puede llegar a generar el afiche, y su casting de chicas-made-in-Disney es que ésta no es “otra tonta comedia americana”, sino todo lo contrario, llega a ser muy dramática. La falla es que apunta a ser cruda, y sin embargo se queda en el camino de la sordidez. Si bien se nutre de este clima de excesos de los universitarios, y le gusta mostrarlos sin disimulos, no llega a plantear una crítica coherente al “american dream”. Sucede que una de las debilidades del guión es que los personajes están apenas esbozados, no se ahonda en sus motivaciones, y sus conflictos (los que aparecen) son también ligeros. No se entiende por qué la religiosa Faith cree que encontrará algo con estas chicas tan distintas a ella, y en cuanto a las otras tres, son casi un combo uniforme, imposible de discernir la personalidad particular de cada una (excepto que Vanessa Hudgens, la de "High School Musical", es la que peor actúa). Tampoco qué es lo que buscaba Alien cuando las elige. Y son esas carencias las que le hacen perder profundidad a la película. Por último está la estructura narrativa, con secuencias y líneas que se repiten, flashbacks y flashforwards usados como si el editor estuviera sampleando un disco. Si bien en un comienzo resulta interesante, y los flashforwards logran generar algo de tensión en el relato: el espectador quiere saber qué es lo que le falta ver para llegar a ese momento; y a la larga, la excesiva repetición deja de tener sentido y sólo deja una estética algo clippera. Este quinto filme de Harmony Korine, director indie y guionista de la polémica "Kids", combina fallidamente grandes pretensiones, poca profundidad, y un casting engañoso.
Cuestiones de familia En una reunión con su hermana, su cuñado y un amigo, Vincent (Patrick Bruel) decide contar a todos el nombre que eligió para el hijo que espera con su esposa, Anna (Judith El Zein). El escándalo que desata el nombre elegido será sólo el comienzo de una serie de discusiones en las que saldrán a la luz otros temas que cada uno viene guardando desde hace años. El filme, que se desarrolla en el marco de esa reunión, plantea una puesta muy simple, sin esforzarse por hacerle olvidar al espectador que está frente a la adaptación de la obra teatral de Matthieu Delaporte (también coguionista y codirector). A excepción de algunos agregados de exteriores, la acción transcurre por completo en un mismo ambiente. Los diálogos, y por supuesto, las buenas actuaciones que los sostienen, es lo destacable de esta propuesta. Todos los actores mantienen un nivel parejo, naturales y correctos en sus papeles, logran el clima que una reunión de ese tipo tiene que tener. El tono general es de comedia, aunque no faltan los momentos dramáticos y conmovedores. No es tan divertida como puede parecer en un comienzo, ya que si bien propone líneas ingeniosas, el foco está puesto en la reflexión sobre las relaciones entre personas que se conocen de hace muchos años, y las cosas que se ocultan, siempre pensando en no dañar al otro. La falla que tiene es que en este paso de la pieza teatral a la obra cinematográfica se perdió algo de agilidad, y así las escenas y las charlas, si bien tienen planteos certeros e interesantes, terminan siendo algo largas y por momentos repetitivas.
Un futuro lejos de casa Shun Li (Zhao Tao) es china, pero trabaja como costurera en una fábrica en Roma. Hasta que un día, sin explicaciones mediante, sus jefes la trasladan a Chioggia, un pueblo pesquero de Italia para trabajar en un bar. Los viáticos y demás gastos se sumarán a la deuda que ella ya les está pagando con su trabajo. En Chioggia, conocerá a los pueblerinos que desde siempre frecuentaban ese bar, y formará una amistad con Bepi (Rade Sherbedgia), un pescador yugoslavo radicado allí hace más de treinta años. Andrea Segre, un director con experiencia en documentales, elige la ficción para abordar la problemática de las migraciones en pleno siglo XXI. El resultado es una película sencilla, que logra contrastar el clima de calidez que se genera entre estos dos extraños con los fríos y húmedos días de la costa italiana en invierno. Sobrio en cuanto a los escenarios, y con un bello trabajo de fotografía que se aprecia en los paisajes marinos, el filme abarca el tema de la inmigración desde varios puntos de vista. La distancia del hogar natal, los afectos que quedan atrás, la soledad, pero también, y no a modo panfletario, aunque sí se percibe como denuncia, el perverso sistema que encubre la esclavitud bajo la figura del “trabajo como pago de deudas” (que pueden volver a foja cero según sea el capricho del jefe). Con diálogos escuetos, en parte justificados por las complicaciones idiomáticas, y actuaciones que no maravillan, pero que resultan exactas para lo que se pretende mostrar, Segre logra un interesante clima en un filme en el que vale la pena apreciar hasta las pequeñas participaciones de los personajes secundarios.
La edad de las crisis En esta nueva comedia, Judd Apatow continúa la historia de una de las parejas de su filme “Ligeramente embarazada”: Pete (Paul Rudd) y Debbie (Leslie Mann). Los años pasaron desde que se los vio por última vez en aquella película, y ambos están cumpliendo 40 años. El filme recorre los días entre el cumpleaños de uno y otro (son apenas días de diferencia), en los que se enfrentarán no sólo a la crisis de la edad, sino a los problemas económicos y familiares. El humor de Apatow suele tener gran lucidez a la hora de tratar temas que hacen a los hombres y mujeres de su generación. Su estilo son las comedias largas, de hecho ésta en particular dura más de dos horas, algo que las fuerza a apartarse de lo estrictamente gracioso. El problema está en las múltiples historias que se van desgranando de la principal, muchas innecesarias y que se van resolviendo como para salir del paso. La situación con un compañerito del colegio de la hija, el problema del negocio de ella, hasta una escapada de cumpleaños, se perciben como elecciones para rellenar un tiempo que no le hacía falta a nadie, cuestiones que no hacen al conflicto que se supone quiere plantear la película. Como otros de los trabajos de Apatow, “Bienvenido a los 40” atraviesa momentos más emotivos, otros algo dramáticos, e incluso cuando sí aparece el humor, está muy lejos de ser hilarante. No deja de ser simpática, es una comedia que se verá con una sonrisa, y asentimientos en quienes viven una etapa similar a la de los protagonistas, pero que está muy lejos de ser divertida y justificar su metraje.
Un día más contigo Una melodía inconclusa, una campaña publicitaria que se quedó sin ideas, un matrimonio en crisis. Molly (Cecilia Roth), y Esteban (Darío Grandinetti) son este matrimonio en cuestión. Una pareja de más de veinte años, con una hija brillante haciendo carrera en el exterior, y hasta lo que la familia y amigos consideran ya un slogan “Esteban y Molly”, ese ente autárquico en el que se fusionan las dos personas, al menos ante los ojos de los demás, aunque sus miembros sienten que se ahogan en la pérdida de individualidades. El filme se detiene en un día en particular en la vida de estos dos personajes centrales. La narración presenta primero el punto de vista de él, y luego el de ella. Así, algunos hechos se van entrelazando y los personajes se mueven desencontrados aunque compartiendo el mismo escenario. Surgirán los planteos con respecto a sus vidas, y en especial, a la vida del matrimonio. La separación, los amantes, la edad madura, y la gran pregunta: si queda algo por rescatar entre ellos. El director Carlos Jaureguialzo logra un filme intimista, sencillo, de ritmo un tanto lento, especialmente el segmento de Esteban, en el que abundan las reflexiones internas del personaje en voz en off. El pilar son las excelentes actuaciones de Roth y Grandinetti y un buen trabajo técnico, por sobre todo el de fotografía. Si bien no lo aborda con gran profundidad, la película desarrolla un tema con el que es fácil identificarse, en todo o en parte, ya que hay pocas cosas tan universales como las relaciones de pareja.
Relaciones alienantes Raquel (Catalina Saavedra) hace más de veinte años que trabaja como “nana” en una casa de familia adinerada chilena. La mitad de su vida. Su trabajo consiste en hacer las tareas domésticas y criar a los niños del matrimonio que la emplea. Sin embargo, aunque ellos la tratan bien, Raquel es amarga, malhumorada, casi mala persona, y muy celosa de la familia a la que ella quiere creer pertenecer. El filme consiste en una descripción de la rutina de trabajo de esta mujer que apenas pasó los cuarenta años de edad, y algunas situaciones de quiebre, que la llevan a ver que toda la familia que tiene en realidad no es suya. La película busca analizar la alienación que generan estas relaciones entre personas de diferentes clases sociales que además, conviven. Esta convivencia con alguien que es “más o menos” de la familia, como reza el slogan de la película implica que Raquel participe de las intimidades, los afectos de su grupo de gente, pero que en realidad no comparta nada real con ellos. Porque a pesar de su ilusión de pertenencia, no deja de ser la empleada. El guión del director Sebastián Silva junto a Pedro Peirano hace hincapié en cómo Raquel fue perdiendo la posibilidad de hacer su vida propia al relegar todo a su trabajo. Con un trabajo de cámaras muy simple, sin salir casi de la casa excepto en un par de ocasiones (como le ocurre a Raquel en su vida diaria), Silva muestra las posibilidades que una mujer como Raquel tienen aún en la vida, y si es capaz, o no, de verlas y aprovecharlas. Se destaca la actuación de Saavedra, que compone a este agrio e infeliz personaje con gran naturalidad. Un filme interesante, que trata de explorar una de las relaciones humanas más complejas: la de la convivencia con alguien ajeno, que sin embargo se siente parte, y con quien se establece también una situación de “lucha” poderes (quién “manda” en la casa, por ejemplo). El único defecto del guión es dejar un par de puntas abiertas sin demasiada explicación, como qué le sucede a la protagonista con la hija mayor de la casa, o su relación con su madre.
Crecer sin mamá Micaela y Martina son gemelas, rondan los nueve años, viven con sus papás, y su mamá las cuida mientras el padre trabaja como remisero. Pero, por discusiones con la dueña de la agencia, el padre pierde ese trabajo, y comienza a trabajar con su mujer, que deberá dejar a las nenas solas casi todo el día. En una película filmada con un estilo semi-documental, con una cámara que se ubica como mera espectadora de lo que sucede, el guionista y director Ezequiel Yanco intenta dar cuenta del gran cambio en la rutina de esta familia. De forma monótona y sin variaciones, nos muestra básicamente cómo transcurren los días; en principio de las nenas con la madre, y luego, de las nenas solas. Sin otro sonido que el ambiente (no hay música), con planos cortos y muchas veces imprecisos, a veces parece que la cámara hubiera sido abandonada en un punto sólo para registrar lo que pasa delante de la lente, hasta que un zoom recuerda que en realidad hay alguien operándola. El filme es un continuo de imágenes cotidianas, denso, sin brillo, sin fluctuaciones en el ritmo, que se limita a reproducir lo que sucede sin involucrarse. No profundiza lo que les sucede a estos personajes, no intenta acceder a su mundo interno. Las actuaciones tampoco ayudan, no hay un trabajo de composición. Apenas la ropa tirada, la desprolijidad de la casa y las nenas estudiando solas hablarán de la ausencia de la madre. Y sin bien el cambio es clave en la vida de estas criaturas, lo que genera quedará solo en la imaginación del espectador, ya que las imágenes no transmiten conflicto alguno. No hay angustias, no hay miedos, no hay reclamos, sólo la nueva realidad de las niñas, y su adaptación, carente de cuestionamientos, a ella.
Masacre en el Puticlub Ricky (Mario Casas) espera que su madre, prostituta, salga de la cárcel. Y la espera con una gran sorpresa: estuvo ahorrando todos esos años para poder abrir un club, un prostíbulo, y así sacarla de la calle, el lugar que lo vio nacer y crecer. Se suman al proyecto dos peculiares socios: el proxeneta callejero Angelito (Vicente Romero), y su custodio incondicional, el no muy avispado Niño (Luciano Cáceres). El problema es que ninguno de los tres sabe realmente en qué se está metiendo, y poco a poco diferentes obstáculos irán complicando lo que parecía un sueño hecho realidad. El guionista y director Paco Cabezas utiliza un lenguaje de gran violencia y humor para narrar esta historia dura, meterse con temas como la trata de personas, la esclavitud sexual e incluso el comercio de niños, las mafias y la corrupción policial, y logra salir airoso. Si bien el guión tiene un par de vueltas que, considerando la temática podrían considerarse ingenuas, no dejan por eso de ser coherentes, graciosas, y un poco liberadoras ya que la idea no es hacer un film de denuncia. Habitantes de una ciudad costera española que nunca se nombra, estos personajes, algunos bastante almodovarianos, como el travesti Infantita (Dámaso Conde), logran ganarse al espectador porque, si bien son marginales, Cabezas nunca los juzga, destaca su lado más humano, y los muestra como lo que son: víctimas de sus circunstancias. Así resultan torpes, quieren ser “malos”, pero no pueden evitar compadecerse, y eso es lo que les juega en contra en un mundo manejado por personas mucho más frías y calculadoras. Enmarcado en una estética de videoclip, con mucha acción, y violencia explícita (infaliblemente recuerda al Tarantino de "Perros de la Calle" o "Pulp Fiction") pero a la vez mucho humor, "Carne de Neón" es un film interesante y bien logrado.
El dinero todo lo puede La vida de Robert Miller (Richard Gere) parece ideal. Es un empresario multimillonario, tiene una hermosa familia, una hija brillante que sigue sus pasos, y está a punto de vender su empresa a un gran banco para retirarse a disfrutar de la vida. Sin embargo, no todo es tan perfecto una vez que se mira un poco más de cerca: las finanzas de su imperio no cierran, y su joven amante (Laetitia Casta) le reclama tiempo. Acorralado por las presiones, no tiene mejor idea que escaparse con ella por unos días a su casa de veraneo, pero un trágico accidente alterará sus planes, y pondrá en peligro la millonaria transacción. Este thriller escrito y dirigido por Nicholas Jarecki, comienza atrapando al espectador, sin embargo a medida que avanza, empieza a dilatarse mucho la resolución y el filme se hace un poco largo, ya que vuelve continuamente y a paso lento, sobre los dos ejes narrativos (el accidente, y la venta de la empresa). Y no es que el ritmo sea lento, algo que puede ser una elección del director, sino que lo que en un principio resultaba interesante, se va haciendo repetitivo, el suspenso que había se va desdibujando, y la verdad es que la película se podría haber terminado unos veinte minutos antes. Con el foco puesto en demostrar cómo los ricos pueden evadir la justicia ya que tienen dinero para ofrecer a cambio de cualquiera de sus errores, Jarecki muestra la frialdad de un magnate a quien no le importa sacrificar a personas que considera más pequeñas que su causa, incluyendo a su hija. Richard Gere está muy bien en esta interpretación que le valió una nominación a los próximos Globos de Oro, aunque no sea una actuación de antología. Su perseguidor es el detective Michael Bryer (Tim Roth), un excelente actor a quien se le ha pegado bastante, al menos en este papel, su personaje de la serie Lie to me. Así y todo, es de lo más refrescante del filme.
Volver a empezar El matrimonio de Nathalie (Audrey Tautou) y Francois (Pio MarmaÏ) es idílico. Son jóvenes, se entienden con sólo mirarse, comparten todo, se aman profundamente. Como complemento, ella consigue trabajo en la filial francesa de una importante empresa sueca. Todo parece brillar de felicidad hasta que ocurre lo impensado: Francois muere en un accidente, y Nathalie debe replantearse su vida sin él. Basada en la novela homónima de David Foenkinos, y codirigida por él y su hermano, Stéphane, La delicadeza lleva al espectador en este viaje interno de Nathalie, que en un principio reacciona a la situación cual autómata. Justamente esta frialdad es lo que dificulta la conexión del espectador con el sufrimiento del personaje: ella se encierra en sí misma y casi no expresa sentimientos. Es clave en el filme la aparición del personaje de Markus (Francois Damiens), su compañero de trabajo. Su presencia funciona tanto en la ficción como bisagra en el duelo de Nathalie, como a nivel argumental como elemento fundamental para cambiar el ritmo de la historia e incorporarle también tímidos esbozos de humor. La historia en sí es simple, y no demasiado novedosa. No existen en ella factores del pasado del muerto que pudieran complicar la situación (como en "Bleu", de Kieslowski, por ejemplo), sino que apenas muestra el simple dolor de perder a alguien amado, en un camino llano, sin vueltas ni recovecos. Correctamente actuada, de factura sencilla y sin grandes pretensiones, esta película, como su nombre lo indica, trata sobre el dolor, las pérdidas y los encuentros, desde una distancia prudencial y sin golpes bajos.