Las responsabilidades adultas pueden agobiar incluso al más sensato de los seres. La cabeza puede llegar a explotar con los debates del adulto que aspirábamos a ser y el adulto que terminamos siendo. Esas explosiones mentales nos devuelven, aunque sea brevemente, a esa juventud despreocupada. Lo complejo es cuando esa brevedad amenace con dejar de serlo. En este marco se inscribe Recreo. Más clase que recreo Recreo cuenta la historia de tres parejas amigas que van con sus respectivos hijos a pasar un fin de semana a la casa de campo de una de ellas. A partir de este punto, esa convivencia los hace reflexionar sobre las virtudes y defectos de las responsabilidades. En materia actoral, el plantel entrega trabajos muy naturales, son convincentes como un consolidado grupo de amigos y, en los casos particulares, como parejas de años. La puesta en escena responde también a esa naturalidad (principalmente en una escena que tiene lugar durante una cena). En materia técnica, la fotografía y el montaje no entregan mayores artilugios que ser funcionales a la labor interpretativa. Infortunadamente, Recreo tiene un problema serio y es el de su guión. La premisa de la película es bastante clara: lo que estamos viendo es un recreo de las agobiantes responsabilidades que implica ser un adulto, y que hay una diferencia importante entre madurar y simplemente envejecer. No se puede negar que la idea resuena en más de uno, por lo que tiene su atractivo. No obstante, es su ejecución la que le impide progresar y resulta ser nada más que un compendio de viñetas sobre el tema propuesto, sin una progresión o estructura narrativa. El guion tiene dos oportunidades maravillosas de conflicto pero no son aprovechadas a su máximo potencial. Primero, en la historia del engaño entre los personajes de Martín Slipak y Jazmín Stuart; y segundo, en la historia del hijo del personaje de Carla Peterson. Una no se desarrolla todo lo que se debería, la otra lo poco que desarrolla lo hace de forma demasiado forzada. Hay personajes que son presentados de manera interesante, pero la mencionada falta de progresión narrativa contribuye a que tengan un desarrollo endeble que impide cualquier identificación posible. ¿El espectador puede tener algo en común con los personajes? Puede ser, pero si no le dan un conflicto sostenido, una situación extraordinaria donde ese tema sea desafiado, más que naturalidad le están mostrando algo que ya sabía antes de entrar a la sala; esa reflexión crítica a la que apuntan va a pasar como pretenciosa. Aparte entrega diálogos y reflexiones que si bien están a tono con su propuesta temática, los motivos ya mencionados reducen estas “sabias palabras” a declaraciones tan obvias como artificiales. Conclusión Incluso con la solidez de su apartado interpretativo y la sobriedad de su técnica, Recreo no llega a buen puerto por la falta de un hilo narrativo concreto. Se aprecian sus intenciones naturalistas y no se discute el poder de identificación de su premisa, pero si no hay un destino claro, la película termina porque empezó, nada más. Lo que nunca es una buena señal.
Acción, drama, romance, musical. Clint Eastwood lo ha probado casi todo en su carrera como director, casi siempre con resultados que van de lo decente a lo excelente. Si bien el riesgo es apreciable en cualquier instancia de una trayectoria artística, el que sea el siguiente paso lógico de una carrera de más de 40 años (arraigada en un modo clásico de narrar) se lo percibe como natural. Por eso cuando se anunció que rodaría la dramatización de un atentado terrorista frustrado, con los héroes del incidente haciendo de sí mismos, fue recibido con más expectativa que escepticismo. Tristemente, 15:17 Tren a Paris es un tropiezo y no precisamente por haber puesto a no-actores en los roles protagónicos.. America, F*ck Yeah! 15:17 Tren a Paris cuenta la historia real de tres soldados norteamericanos que, durante unas vacaciones en Europa, frustraron los avances de un hombre que tenía suficiente munición de AK 47 para matar a todos los pasajeros del tren en el que iban. La película oscila entre el incidente en particular y la formación de estos hombres para ser los héroes que terminaron siendo. Si bien hay retazos aquí y allá del incidente terrorista en cuestión para que no se olvide lo que el espectador vino a ver, el mismo no es ilustrado concretamente sino hasta el tercer acto; había que rellenar toda una película para llegar a esa instancia. La idea, salta a la vista, era mostrar cómo fue moldeada la vida y la camaradería de estos hombres, que resultó crucial para resolver el incidente que dramatizan. No obstante, carece de un hilo narrativo concreto: no es otra cosa más que viñetas de la cotidianeidad de estos hombres. La sucesión arbitraria de escenas hace que los 94 minutos que dura la cinta se hagan densos. El primer acto contiene un compendio de los diálogos más carentes de subtexto escuchados en mucho tiempo, mientras que el segundo acto es un video de vacaciones europeas, pero filmado de una manera profesional. Decir que el cine de Clint Eastwood puede llegar a ser de pronunciados ribetes patrioteros es tan obvio como decir que todos los leones rugen, pero acá lo exagera de una manera tan descomunal, desvergonzada y, nuevamente, tan carente de subtexto, que los públicos afuera de Estados Unidos se lo van a echar en contra. Cuestiones que también se pueden atribuir a cómo trató el guion a la vida religiosa de los protagonistas. Cabe señalar que el experimento de Clint Eastwood de hacer que los verdaderos héroes hagan de sí mismos fue un éxito. Son interpretaciones naturales y en absoluto forzadas. Curiosamente, se trata de lo mejor de la película a nivel interpretativo, ya que los profesionales que integran el reparto no ofrecen lo que se dice los mejores trabajos de sus carreras, y los niños de la primera parte tampoco son lo que se dice prodigios de la interpretación. Da para pensar si este bajo desempeño fue deliberado para no opacar a los cuatro protagonistas. Por otro lado, cuesta imaginar a un director de actores tan capaz como Eastwood desempeñarse mal a propósito. Conclusión 15:17 Tren a Paris es un experimento exitoso desde lo actoral. Sea lo que sea que Eastwood quiso demostrar poniendo a estos muchachos, lo consiguió. Pero la narración como un todo es demasiado endeble, densa de ritmo, y de un proselitismo tan grande que reduce la apuesta a un truco publicitario, logrado (por panfletario que sea su propóstio), pero truco al fin.
Todo el Dinero del Mundo parecía ser una de esas películas que podían tener una convocatoria por lo menos moderada considerando quiénes son su director y sus actores. No obstante, esa moderación se convirtió en una gran expectativa cuando uno de sus intérpretes, Kevin Spacey, fue acusado de agresión sexual y Ridley Scott, temiendo el rechazo del público, refilmó en tiempo récord las escenas de Spacey reemplazándolo por Christopher Plummer. El hecho concreto es que, con escándalos o sin ellos, esta es una propuesta de destacados valores narrativos. Todo por la Pasta Todo el Dinero del Mundo cuenta la historia del secuestro de John Paul Getty III, nieto del magnate del petróleo J. Paul Getty, y los desesperados intentos de su madre (y un especialista en seguridad) de negociar tanto con los secuestradores como con su ex-suegro, quien se rehúsa a pagar el rescate. En materia guion, fluye con gracia entre trama (cómo lidian con el secuestro) y subtrama (cómo lo experimenta el secuestrado), planteando sendos obstáculos en ambas instancias. En todo momento se duplica la apuesta y se complican las cosas para los protagonistas a cada paso del camino, lo que conduce a un tercer acto donde juegan ambos elementos a la vez, haciendo un notable uso de la tensión. También es de destacar que tiene un sólido desarrollo de personajes. En el progreso de la trama, todos cambian de alguna manera u otra. Para bien o para mal. Manteniéndose fiel a sus principios o, nunca mejor dicho, negociándolos. Cabe destacar que la película no se limita sólo a ser un thriller eficiente, sino que desarrolla el tema del valor que nosotros le damos a las cosas e incluso a los seres humanos. La actitud que tenemos ante el dinero y los límites de la misma en cuanto a la prioridad que se le da. Claro ejemplo de esto es una escena donde Getty conoce a su nuera y a sus nietos por primera vez. Una escena plagada de detalles importantes en cuanto a puesta en escena, sobre quién es Getty y cuál es su actitud ante la vida. Te ilustra a Getty como alguien que sinceramente quiere a su familia tanto como a su imperio, pero que si tuviera que elegir, sería a lo segundo. Entender la lógica que mueve a este personaje es un componente fundamental que contribuye a la tensión de la película. Esa simple pregunta de si salvará a su nieto o no. En materia actoral, es necesario hablar del gran elefante en la habitación y es la interpretación de Christopher Plummer como J. Paul Getty, no tanto por reemplazar a Kevin Spacey sino por competir, en el momento de este escrito, por el Oscar al Mejor Actor de Reparto. Su labor es adecuada, eficiente y creíble. Es un testimonio a la lucidez y profesionalismo de este actor que tuvo que preparar el personaje con muy poco tiempo de antelación. Hay instantes donde su talento consigue que lo veamos como el personaje que interpreta, pero hay otros donde el espectador no va a poder evitar pensar lo que hubiera sido esa escena con Spacey. Cuando se ven unos flashbacks durante el establecimiento del personaje de Getty, que datan de 25 años antes de los eventos del film, salta a la vista el por qué, inicialmente, eligieron maquillar de octogenario a un actor en vez de conseguir a uno que lo sea. Porque en estos flashbacks, por mucho maquillaje o labor de efectos visuales que haya, es como si el Getty de 1973 hubiese viajado en el tiempo a 1948. Dicho esto es necesario dejar en claro que si bien Plummer entrega un buen papel, el punto alto de Todo el Dinero del Mundo a nivel interpretativo es Michelle Williams, en su papel de la sufrida a la vez que determinada madre del secuestrado.Mark Wahlberg no se queda atrás, si bien no se aleja del rol de muchacho rudo y contestatario en el que se lo acostumbra a ver, consigue bordar con naturalidad las instancias más emocionales del guion, que le demandan alejarse de ese molde. Mención especial para Romain Duris, en el papel de uno de los secuestradores, planteando interesantes capas de gris para un personaje que por su sola definición no da lugar alguno para empatizar. En el apartado técnico, la película es sobria en cuanto a fotografía y dirección de arte, lo que es mucho decir para un realizador propenso a engolosinarse con lo visual como lo es Ridley Scott. Cuenta con un montaje digno, considerando que tuvo la difícil tarea de empatar el material refilmado con el que ya estaba producido. Si el espectador afila el ojo en repetidos visionados hallará las diferencias, particularmente en las escenas con Mark Wahlberg. Sin embargo los cortes consiguen evocar la emoción. Conclusión Más allá de la controversia que rodea a su realización, Todo el Dinero del Mundo es una narración más que eficiente sostenida por notables interpretaciones. Es uno de esos trabajos donde Ridley Scott demuestra que, cuando se lo propone, es un jugador de toda la cancha, cinematográficamente hablando, y no sólo un mero visualista. Un título recomendable.
Cuando se hace una película sobre periodismo, y particularmente cuando el mismo se enfoca en la política, es menester la claridad de ideas y la sencillez narrativa para que el tema que esta propone no solo se entienda, sino que cale hondo y pueda emocionar. Eso es lo que Liz Hannah, Josh Singer y Steven Spielberg se proponen con The Post y lo logran. Fight da Powa’ Tras experimentar el horror del campo de batalla en Vietnam, un empleado gubernamental decide sacar a la luz una serie de documentos que revelan la determinación de la Casa Blanca en seguir mandando tropas, aun sabiendo que esa guerra no se podía ganar. Estos documentos llegan a las oficinas del Washington Post, en los cuales el editor Ben Bradlee (Tom Hanks) ve la noticia del siglo, pero que para su dueña, Katherine Graham (Meryl Streep), representa una encrucijada: de elegir el camino equivocado, le puede costar la desaparición del diario fundado por su padre. The Post es un guion clásico, sólidamente estructurado, con un objetivo claro y un conflicto sostenido. Más que conflicto debería decirse “dilema”, ya que es este el motor del interés que pueda tener el espectador por la propuesta: entre no publicar, quedar bien con el gobierno y callar, o hacerlo y enfrentar duras represalias por el bien común. Es una película sobre arriesgarlo todo, incluso la libertad, en orden de hacer responsables a aquellos en el poder, de dejarles bien claro que el gobernante es un empleado y los gobernados son jefes, no al revés. Y sobre cómo, tristemente, hay mandatarios que además de no querer entender el mensaje, quieren silenciarlo y ensuciar al mensajero más allá de todo arreglo. Otra cuestión que abarca The Post es lo riesgoso, éticamente hablando, que puede ser que los miembros de la prensa tengan amigos en las altas esferas del poder. Este es el detalle que humaniza a cada uno de los personajes de la película. Es un dilema que percibimos en el personaje de Hanks cuando habla con añoranza de su amistad con Kennedy, aunque le cause más tristeza no poder haber escrito nada porque Jackie Kennedy se lo pidió. Lo percibimos en el personaje de Meryl Streep por la amistad y solidaridad que tiene hacia Robert McNamara (secretario de defensa de las presidencias de Kennedy y Johnson). Lo percibimos en el personaje de Bob Odenkirk y su oscura conexión gubernamental, que le permite al diario acceder a toda la información. Pero a la larga (no es spoiler ya que es un hecho histórico), ilustra que todo amiguismo o fidelidad partidaria debe hacerse a un lado en nombre de lo que es correcto, lo que es justo, lo que el pueblo merece saber. Una de las razones por la cual esta película sobre el periodismo y la política puede llegar al corazón del espectador, es precisamente por la evolución del personaje de Meryl Streep. Decir que ella enfrenta sendos obstáculos por ser mujer es tan acertado como obvio, pero también sería quedarse corto. El principal obstáculo que enfrenta, haciéndola querible (y por lo tanto también a la película), es cómo superar la subestimación ajena y cómo combate el “qué dirán”. Ella es una heredera, una mujer de sociedad, que si bien vio crecer al diario, nunca entendió hasta ahora lo que realmente significa manejar uno. No toma decisiones rápido y con frialdad como una mandataria; le cuestan horrores y no pocas veces le sacan lágrimas por el bombardeo de voces exteriores que ahogan a su conciencia y su propia voz. A todos nos gustaría decir que nos identificamos con el Ben Bradlee de Tom Hanks, periodista aguerrido que no le tiene miedo a nada, pero no habrá pocos que se sientan más identificados con el personaje de Streep. En materia actoral, Tom Hanksentrega una interpretación muy inusual en el papel de este editor sin pelos en la lengua. Bob Odenkirk es el más destacado de los intérpretes secundarios (y el centro de unaSpielberg Face en esta película que cautiva). Pero quien verdaderamente destaca es Meryl Streep, no tanto por su elegancia, no tanto por su seguridad, sino por su sensibilidad. La manera en que la actriz comunica la vulnerabilidad que experimentaba Katherine Graham, es tan poderosa que no pocas veces van a tener la sensación de estar viendo en su rostro nervioso a una niña asustada, la cual tiene que poner su mejor cara y todo su valor para salir adelante, por mucho que la supere esa situación. En materia técnica, el film goza de una paleta de colores fría en todo lo que es el mundo periodístico, salvo las escenas donde aparece Katherine Graham que son de un color más cálido. La fotografía no solo sigue este mandato visual, sino que -como en todas las buenas películas- el vestuario y la dirección de arte se alinean con este. La dirección de Steven Spielberg pocas veces ha sido tan afilada; que sea uno de los pocos directores vivos de la tradición de los ’70 salta a la vista. Es un director que no corta a lo pavote, es un director que realiza tomas largas, guiando (y confiando en) el talento de sus actores, metiendo otro plano solo donde hace falta. Atención con el plano final, no tanto porque el público cinéfilo vaya a entender la referencia a otra célebre película que también tuvo lugar en la redacción del Washington Post, sino porque quien tenga el ojo muy atento va a notar la señora mojada de oreja de parte de Spielberg al actual presidente norteamericano Donald Trump, como quien dice “Ahora, macho, seguís vos”. Conclusión The Post es una narración extraordinaria sobre un derecho que jamás debe perderse de vista, y el coraje necesario para ejercerlo. Apoyado por actuaciones sobresalientes de Streep, Hanks y Odenkirk, sumado a una puesta en escena de Spielberg tan sentida como afilada y desafiante, es un titulo altamente recomendable.
Desde el estreno de El Exorcista, la relación del catolicismo con la posesión demoníaca ha sido moneda corriente en el cine de terror. No obstante, en los últimos años este subgénero ha estado sufriendo de dos carencias específicas. Primero, la falta de un tema distinto al de la fe (o por lo menos una forma innovadora de encararlo), y segundo, la falta de estrategia en el uso de los sobresaltos, aunque este último detalle ya afecta al género de terror en general, claro está, con sus honrosas excepciones. Dicho esto, la frecuencia de ciertas exageraciones y descuidos narrativos dan la pauta de que en La Crucifixión el “Basado en una historia real” es tanto una declaración inicial como una justificación. Ver para creer Nicole Rawlins, una periodista neoyorkina, descubre la historia de una mujer en Rumania que murió crucificada a manos de un sacerdote y su séquito de monjas. Ella viajará hacia allí para indagar en profundidad el asunto: descubrirá lentamente que esto se aleja de ser un típico caso de asesinato y que está más cerca de una posesión sobrenatural. En materia guion, la historia de La Crucifixión se plantea bien estructurada, con una protagonista fuertemente escéptica en cuestiones religiosas, factor que se volverá determinante en el desarrollo de la trama. De ese último tema, como un todo, debe decirse que empieza con ritmo y sabe detonar la curiosidad del espectador, pero pasada la mitad de la película no consigue sostener el mismo interés. Un error bastante concreto es haber querido convertir a la protagonista paulatinamente en la víctima de una nueva posesión, si bien esto puede ser atractivo en materia de punto de vista y desarrollo de personaje, el riesgo que se corre es que el desenlace no nazca de una acción directa de ella. Toda buena historia es sobre una transformación, pero esta debe venir de la protagonista, caso contrario, y por más arraigado que esté en la realidad, es hacer trampa narrativamente hablando. En materia técnica, si bien la dirección sucumbe bastante seguido a extravagancias visuales y sobresaltos típicos (lo que no quiere decir efectivos) del género, no se puede negar que cuenta con algunas propuestas peculiares. Por ejemplo, las escenas de entrevistas están bastante bien trabajadas, como si lo viéramos todo literalmente a través de los ojos de la protagonista. También es de destacar el uso de los insectos como simbolismo y generador de tensión (por breve que esta sea). Lamentablemente, dichas propuestas también se pierden pasada la primera mitad del film. Conclusión Aunque prolija en lo actoral y con suficientes propuestas interesantes desde lo visual, La Crucifixión no consigue los mismos resultados desde el punto de vista narrativo. Presenta curiosidad, pero no tensión. Presenta identificación de personaje, pero no crecimiento. Apunta a ser diferente y, tristemente, resulta ser una más. Es una “realidad” que el espectador va a apreciar, pero no se va a sentir atemorizado por ella.
No hay mayor soledad y desesperación que la de un extranjero en tierra ajena, y cuando ocurre una desgracia, peor todavía. Con esta premisa, nos metemos en el mundo, el microuniverso, de Vergel. Una selva de concreto Durante un viaje a la Argentina, una mujer de origen brasileño pierde a su marido en un accidente. Los trámites burocráticos que implican la repatriación del cuerpo la obligan a quedarse en el país más tiempo del planeado y la soledad comienza a hacer mella en ella, hasta que conoce a la vecina del piso de abajo. El guion de Vergel es uno poblado de pequeñas sutilezas, tanto en el subtexto a la hora de narrar, como en el universo que puebla y rodea a la protagonista. El conflicto y los obstáculos que le impiden cumplirlo la afectan tremendamente. No solo por la impotencia, sino por el recuerdo constante de su marido, a quien ve incluso en un pianista que vive en un edificio cercano al suyo. Este recuerdo es una jungla que la protagonista debe atravesar literal (las miles de plantas en el departamento ayudan a crear esta imagen) y metafóricamente. Su relación con la vecina es la de una aliada que le ayuda a atravesar dicha jungla; primero de forma casual, luego de forma amistosa, y finalmente, a través del sexo, de forma intima. Las dos actrices sostienen la película con tremenda solidez y sensibilidad. Camila Morgado lleva una gran mayoría del peso de la película en su rostro y en sus acciones. Cautiva su expresividad, sus lágrimas, su histeria ante la impotencia que experimenta. Maricel Alvarez tampoco se queda atrás, probando ser un co-protagónico más que efectivo con la naturalidad, humanidad y gracia de movimiento que le imprime a su personaje. Vergel tiene delicadamente construidas composiciones de cuadro y se las ingenia, para efectuar movimientos de cámara fluidos. Pero si hay un aspecto que merece destacar es el de la dirección de arte, porque entre las plantas que ayudan a crear esa imagen de jungla, sumado a los colores chillones del interior (naranja y rojo, primordialmente) que reflejan el estado de animo de la protagonista, se crea un mundo mucho más grande (y amenazante) que el de sus verdaderas (y reducidas) limitaciones. Conclusión Valida de un guion sutil, revalorizado por fuertes apartados actorales y técnicos, Vergel logra rotundamente su objetivo de comunicarnos una obra sobre la travesía descomunal que implica el duelo a la hora de perder a un ser querido, así como de las pequeñas soluciones que pueden encontrarse en el camino. Una historia que transcurre en un departamento puede ser solo eso, pero requiere de un enorme talento en la dirección para mostrarnos que ese pequeño ambiente puede ser todo un mundo, y esta película lo tiene de sobra.
Desde Vivir al Límite, labor que le dio un Oscar a la Mejor Dirección, Kathryn Bigelow desarrolló un gusto por caminar la cuerda floja entre el documental y la ficción. Un camino que ratificó con La Noche Más Oscura y no hace más que solidificar con Detroit: Zona de Conflicto Maldita Policía Es 1967 y la policía de Detroit no para de atacar a miembros de la comunidad afroamericana. Una noche, alguien de dicha comunidad decide disparar un tiro al aire, no muy lejos de donde están estacionados unos oficiales del ejército. En respuesta al incidente, la policía toma cartas en el asunto, reteniendo en una habitación de hotel a un grupo de personas entre las cuales creen se puede encontrar el perpetrador del disparo. Las complicaciones surgirán cuando se devele que estos oficiales no están interesados en buscar al verdadero culpable, sino a cualquiera que le quede bien ese papel y lo admita bajo la presión de sus abusos. Detroit: Zona de Conflicto es una película cumplidora en materia temática y en desarrollo de personajes. Por el costado del tema, cuenta con enorme rigor la brutalidad policíaca, así como los abusos y coacciones de dicha institución hacia la comunidad afroamericana. Los arcos que atraviesan los personajes varían en su profundidad, y estos son dotados de cierta multidimensionalidad. No obstante, el guion tiene un problema serio de ritmo: estira y desordena el desarrollo narrativo constantemente. En un principio uno lo deja pasar porque la película apunta a construir tensión (consiguiéndolo en muchas ocasiones), pero lamentablemente llega un tiempo en donde se rompe la concentración, la paciencia del espectador comienza a ser desafiada y uno empieza a mirar el reloj. Aparte, cabe aclarar que la película se excede en el uso de textos sobreimpresos. Por un lado se entiende que es un conflicto demasiado autóctono y pueden tener su razón de ser. Sin embargo, las acciones son de una claridad tan grande que uno no puede evitar sentir que esos textos necesitaban omisiones o recortes. En materia actoral tenemos una sólida labor de John Boyega, quien con esta película demuestra que es algo más que Finn de Star Wars. Will Poulter tampoco se queda atrás como el cabecilla del grupo de policías abusadores. John Krasinski, en un poco frecuente rol dramático, entrega un trabajo eficiente como el despiadado fiscal de distrito. En cuanto a lo técnico, Bigelow y su equipo optaron por un acercamiento puramente documental, con un extenso uso de la cámara en mano y un montaje que en no pocas ocasiones cede lugar al material de archivo. El problema aparece cuando los planos se presentan demasiado agitados incluso para el criterio estético al que apuntan, atrayendo una atención a si mismos que no benefician al producto como un todo. El trabajo de arte es prolijo, consiguiendo sumergir eficientemente en la atmósfera de los ’60 donde se desenvuelve la trama. Conclusión Aunque dueña de un fuerte rigor histórico y una metodología documental, Detroit: Zona de Conflicto tiene problemas de fluidez y la extensión de su metraje poco ayuda a arreglar la situación. Las actuaciones compensan pero uno no puede evitar sentir que el resultado final es, cuanto menos, denso.
En el 2010, el público argentino conoció la oscurísima comedia El Hombre de al lado, donde dos hombres (que no podían ser más distintos) tratan de coexistir como vecinos teniendo como escenario a la Casa Curutchet, la única que el célebre arquitecto Le Corbusier construyó en Sudamérica. La misma es como un tercer personaje de la película, e incluso es un símbolo de los temas que trata. Es un personaje que al parecer tenía más tela para cortar: sus realizadores regresan siete años más tarde, contando en La Obra Secreta la historia de otro personaje y su orgullo fanático y elitista por habitar un pedazo tan relevante de la arquitectura moderna. Una casa, dos sueños El arquitecto Elio Montes es un fanático de la obra de Le Corbusier. Mientras se desempeña como guía de la Casa Curutchet, reflexiona sobre la influencia que tuvo el célebre arquitecto en su vida. Paralelamente, Le Corbusier parece haber vuelto de entre los muertos y deambula por las calles de La Plata camino a visitar su única creación hecha de este lado del mundo. El guion de La Obra Secreta se propone moverse en tres frentes: la ficción, el documental y el videoarte. Si la película consigue resultados interesantes es por cómo logra que los tres formatos narrativos convivan entre sí y se nutran el uno del otro. Montes y sus actitudes fanáticas, que no pocas veces sacan risas, comprenden el tramo ficcional del film; la subtrama con el regreso de Le Corbusier, pixelado, bizarro y multicolor, es el tramo videoartístico; la historia en sí misma del arquitecto, sea en forma de entrevistas grabadas o con la información que transmite Montes, es el nexo documental entre aquellas dos. El ritmo de su narración es fluido, lo que hace que su duración de 66 minutos casi ni se sienta. En materia técnica, La Obra Secreta no presenta mucho rebusque ya que la idea es mostrar a la casa tal cual es. No obstante, los segmentos videoartísticos con Le Corbusier son un poco más elaborados y, debe decirse, un acierto notable para hacer creíble su “regreso” dentro de un verosímil tan arraigado en la realidad como el que propone la película. En materia actoral, Daniel Hendler sale lo suficientemente intacto del nada fácil desafío de ser a la vez personaje y narrador de la historia. El actor salta con gracia de un punto de vista al otro consiguiendo inspirar en el espectador el balance, por un lado, de respeto por su saber, y por el otro, cierto grado de patetismo por el exagerado papel que le concede a la vida y obra del arquitecto en su hacer personal. Conclusión La Obra Secreta es un experimento narrativo de muy dignos resultados. Una propuesta peculiarmente distinta que consigue lo que se propone. Si el espectador tiene inclinación por la arquitectura o desea ver una pieza complementaria a El Hombre de al Lado, le puede resultar interesante. Eso sí, lo que no hay que perder de vista es que aun siendo un experimento (y uno muy ambicioso en su propuesta), La Obra Secreta prioriza su guion. No lo descuida o desecha en pos de la “espontaneidad”, un pozo en el que muchas obras de su tipo caen inevitablemente y que esta película esquiva con mucha sutileza.
Aaron Sorkin es uno de los nombres más consagrados de la ficción. Basta mencionar sus créditos: Cuestión de Honor, Mi Querido Presidente, Red Social, Steve Jobs, y desde luego las series The West Wing y The Newsroom. Tomando en consideración su formación como hombre de teatro (Cuestión de Honor adapta una obra teatral de su autoría) y ser uno de los precursores del recurso de puesta en escena llamado “Walk and Talk” (dos personajes hablando seguidos por una steadicam), sorprende que su debut en la dirección haya tomado tanto tiempo. Apuesta Maestra, aunque no se aleja del molde “basado en hechos reales” de sus labores más consagradas, si es su prueba de fuego en el terreno de la dirección, donde debe decirse tiene tanto aciertos como errores en un modesto balance. Poker Face Apuesta Maestra cuenta la historia de Molly Bloom, una esquiadora olímpica que ve frustrados sus sueños de gloria al tener un accidente poco antes de alcanzar el título. La señorita decide irse de su Colorado natal (lejos de su estricto padre) para empezar de nuevo en Los Ángeles. Una vez allí, consigue trabajo como asistente de un inversionista de poca monta. Entre sus muchas responsabilidades está la de agendar a los participantes de un juego de Poker de alto nivel, donde participan figuras clave de la farándula. Las cosas se complicarán cuando Molly empiece a entender mejor las reglas del juego, arme su propio lugar, y empiece a flirtear con el límite de lo legal en cada partida. La narración en Apuesta Maestra empieza con un ritmo veloz y claro en sus ideas, pero llegada la segunda mitad el ritmo se ralenta y pierde esa claridad. Aunque sabe cómo meter al espectador de lleno en su conflicto principal y hace intentos notables para que este no se pierda de vista, le resulta complicado la conexión emocional con la protagonista. Esto se debe a que la narración dedica gran parte de su tiempo en establecer los tecnicismos del póker, a un extremo tal que cuando llega el momento de trabajar en lo más emocional de las escenas, se nota que están trabajando con la poca energía que les quedó después de desarrollar el intenso juego de cartas. Este detalle es el que le impide levantar vuelo a dos cuestiones importantes que parecían ser carne central del relato: la relación de la protagonista con su padre y la razón por la cual ella no delata a los jugadores. Ambos terminan siendo más el flojo atado de dos cabos sueltos, que dos tramas adecuadamente trabajadas. En materia dirección, Aaron Sorkin se luce como director de actores y tiene una idea muy clara de la puesta en escena. No obstante, un guion tan explicativo trae sus consecuencias en el montaje: de los 140 minutos de película sobran por lo menos 20, y la mayoría son de explicaciones que si bien denotan un alto nivel de investigación (y por ende de realismo) acaban por poner en el límite tanto a la atención como a la paciencia del espectador. En lo actoral tenemos a una Jessica Chastain tan carismática como sobria, acompañada muy dignamente por un Idris Elba que apoya y desafía. Pero quien destaca es Kevin Costner: si bien otorga una interpretación parca como el padre de la protagonista, sabe cuándo ceder a los matices de gris que le permiten ir más allá del arquetipo de “soy duro con vos porque te quiero”. Conclusión Aunque decente en el apartado actoral, Apuesta Maestra queda un poco a mitad de camino, principalmente por la dificultad de sostener una primera mitad muy dinámica. Aunque el conflicto nunca es perdido de vista y entiende (y aplica) la necesidad de una resolución clara, el saldo final es inevitablemente tedioso.
Una frase hecha dicta que el destino no importa, sino el viaje que se hace para llegar a él. Casi siempre esto es dicho en el contexto del aprendizaje, la maduración que uno tiene gracias a la experiencia. El Último Traje se desvía de esta premisa como una oportunidad de conocer mejor a un personaje. El espacio como detonante del recuerdo y como desafío. De punta en blanco Abraham es un sastre jubilado cuyos hijos vendieron su casa y deciden enviarlo a un geriátrico. Concretando los detalles de la mudanza, él se cruza con un traje que está todavía en su funda. Con la intención de hacerle llegar el traje a su dueño, Abraham emprenderá un largo viaje desde la Argentina hasta Polonia. Por el costado del guión, El Último Traje es una narración bien armada que consigue sostener el interés del espectador, y eso se debe a un segundo acto prolijo y de sendos obstáculos, tanto a nivel externo como interno. Un espectador paga una entrada para ver a un protagonista enfrentarse a diversos abismos, y observar cómo su personalidad responde al desafío de cerrarlos, lo que está dispuesto a hacer o no. En definitiva: que el espectador se pregunte “¿Y ahora cómo va a hacer?” Por obvio que pueda sonar, esto es algo que la película se propone en cada secuencia y lo logra. No obstante, si hay una desventaja a señalar es que, entrado su desenlace, incurre en algunas contradicciones con la lógica propuesta y situaciones forzadas que le quitan más lustre del que pudo haber tenido. Otro punto a destacar es cómo se abarca el rol del Holocausto en la vida del protagonista, una cuestión que la película desarrolla paulatinamente. Empiezan como gestos físicos, luego como anécdotas y terminan en el flashback hecho y derecho. En materia actoral, Miguel Ángel Solá entrega una interpretación notable de este anciano sobreviviente del holocausto. Una cara conocida que desaparece bajo la de su personaje, con la ayuda de la voz y los movimientos que le aporta. Entre los secundarios, tenemos labores funcionales a las necesidades del protagonista, pero quien verdaderamente destaca esAngela Molina con su carismática interpretación de la tierna dueña de un hotel aunque sin pelos en la lengua. En materia técnica, la fotografía y el montaje responden netamente a las necesidades interpretativas. Estas son apoyadas por una sobria labor de dirección de arte y un sutil pero detallista diseño de vestuario, que toma fuertemente en cuenta el pasado de sastre del personaje. A todo esto, no podemos olvidar la notable labor de efectos prostéticos: elemento crucial para hacer creíble a Solá como un hombre de 80 y pico de años. Conclusión A pesar de un desenlace que pudo ser mejor, El Último Traje consigue llegar a buen puerto como un todo, gracias a un segundo acto funcional en su desarrollo y a la labor consumada de su protagonista. Se propone ser un cuento bien contado dentro de sus posibilidades, y lo logra.