Competir es la instancia donde el ser humano expone lo peor y lo mejor de si mismo, pero a la hora de expresarlo visualmente, pocos ámbitos son capaces de ilustrarlo de una forma tan sintética y dinámica como lo es en el deporte. Yo Soy Tonya se inscribe dentro de esta premisa. Vos no podés Yo Soy Tonya cuenta la historia de Tonya Harding, una patinadora que a pesar de sus humildes orígenes consigue consagrarse como una de las mejores en su deporte, teniendo que sobrellevar a un marido abusivo, una madre que vive denigrándola y una comunidad deportiva que niega su talento por no alcanzar el ideal de “chica sana norteamericana”. La narración también pone el acento en el rol que jugó en el ataque sufrido por su compañera, Nancy Kerrigan, en 1994, el cual que le costó su carrera. El guion de Yo Soy Tonya es uno prolijo y bastante ácido en cómo refleja la cara opuesta del sueño americano. La historia se divide claramente en dos mitades: una, la consagración de Harding como patinadora, y la otra, su descenso después del “incidente” (así lo describen ellos) de Nancy Kerrigan. La primera mitad es dinámica e intensa, tanto en la pista de patinaje como fuera de ella. Mas cuando abarca la segunda mitad es cuando pierde este ritmo que tan bien le sentaba. Si hay un principio motor que propone la película, es que el desaliento –brusco, indiferente, y hasta incluso ofensivo– puede producir mejores resultados que el apoyo. Tonya consigue sus triunfos solo cuando le dicen que no lo va a lograr, que no lo merece, o que ella no está a la altura de algo tan solemne como las olimpiadas. Este desaliento es lo que la empuja a ser más competitiva y demostrarle a todo el mundo que se equivoca. Desde luego, la narración se toma la molestia de ilustrar que cuando uno se toma este desaliento demasiado a pecho, las consecuencias pueden ser funestas. Otra cuestión a destacar es que es un desaliento tratado en forma de humor negro, en vez de abarcar una veta melodramática. Un curso de acción que a la película la beneficia y mucho, particularmente en los segmentos pseudo-documentados donde los personajes recuerdan los eventos. En materia actoral, Margot Robbie entrega un papel sólido. Consigue hacernos creer en todo momento lo que el patinaje significaba para Tonya Harding, pero particularmente la agresividad con la que enfrentaba cada competencia, dentro y fuera de la pista. Presten atención a una escena en particular donde ella se mira a un espejo mientras se maquilla. Un momento de soledad y emoción pura que confirman que la actriz australiana ha crecido muchísimo desde que la conocimos en El Lobo de Wall Street. Por otro lado, Sebastian Stan sorprende con una interpretación bastante eficiente como el mitad despistado-mitad agresivo marido de Tonya Harding. No obstante, la intérprete que se lleva las palmas desde el primer momento que aparece en pantalla es Allison Janney, quien da vida a la madre de Tonya. Un personaje y una interpretación que jamás claudica en su actitud. Ella es uno de los símbolos más potentes del tema que acarrea la película y es una de esas interpretaciones tan cautivantes que cada vez que se ausenta el espectador pide una escena suya. En materia técnica, la dirección de Craig Gillespie es un compendio de aciertos y desaciertos. Su trabajo de puesta en escena es de destacar, integrando la cámara como si fuera un intérprete más. Por desgracia, en las escenas de patinaje, aunque el trabajo de cámara es muy dinámico, salta a la vista que estamos viendo el rostro de Margot Robbie superpuesto digitalmente sobre una doble. Conclusión Yo soy Tonya es una narración prolija sobre las motivaciones de una competencia y el peligro que se corre cuando estas alcanzan los extremos. El elegir el humor negro como canal principal, sumado a buenas actuaciones y una puesta técnica mayoritariamente acertada, son los puntos que hacen de esta una propuesta disfrutable, incluso con los minúsculos tropiezos a los que se enfrenta.
Al cine lo primero que se le pide es que no te aburra. Si lo que ves te hace pensar o es un producto meramente entretenido ya depende de cada propuesta. Como espectadores tenemos un alto nivel de exigencia para con lo primero, pero no le planteamos el mismo desafío a lo segundo, y por eso no faltan los realizadores que, conscientes de esta diferencia en las exigencias, entregan productos flojos. Noche de Juegos claramente se inscribe en el segundo grupo pero con un nivel de seriedad que no se observa con frecuencia en títulos de su naturaleza. Avanzamos diez casilleros Max y Annie son una pareja altamente competitiva que disfruta de organizar reuniones con sus amigos para jugar juegos de mesa. Una noche resultará ser distinta a las otras con la llegada del hermano de Max, quien propone un elaborado juego de misterio organizado por una compañía especializada: consiste en el “secuestro” de dicho hermano y que el resto de los participantes tengan que seguir una serie de pistas para rescatarlo. La cosa se complicará cuando descubran que fue secuestrado por verdaderos criminales y su vida esté en riesgo. Noche de Juegos funciona plenamente como comedia, y no hace otra cosa que tirarle obstáculos y pistas falsas a los protagonistas a cada paso del camino. Lo que contribuye, en partes iguales, a generar risas y mantener el esencial interés del espectador en saber cómo va a terminar la historia. Un logro que consiguen mantener a pesar de algunas situaciones medio tiradas de los pelos (como arrojarse un huevo Fabergé los unos a los otros por toda una casa a distancias imposibles y que no se rompa) y algún que otro agujerito narrativo (¿cómo puede sangrar tanto alguien por una herida y no desmayarse o morirse?) que no termina afectando a la película como un todo. También es de destacar cómo la película encara el tema de la competitividad como la piedra angular de la impostura masculina y cómo la seguridad del ego masculino tiene una gran base en ello. Un tema que inspira gran parte de los chistes, con la suficiente inteligencia para saber cuándo no bajar línea. En materia actoral tenemos trabajos eficientes de Jason Bateman, de probada experiencia en este rubro, y Rachel McAdams, quien consigue sobresalir un poco más e incluso con diferencia de otras experiencias similares que tuvo en el género. Sin embargo, la interpretación que destaca aquí es la de Jesse Plemons, como un policía desequilibrado vecino de los protagonistas. El rubro técnico es bastante prolijo, sin mucho que destacar salvo un pequeñísimo detalle: el acierto de los realizadores de tomar los planos generales y hacerlos parecer como si fueran el tablero de un juego de mesa. Conclusión Con base en un guion muy funcional e interpretaciones a la altura del desafío, Noche de Juegos consigue con suficientes méritos su meta de entretener. Comedia hecha y derecha que si la eligen, mal no la van a pasar.
Si bien el género de espionaje tiene más años en la historia del cine de los que realmente aparenta, fue precisamente durante la Guerra Fría que creó a sus arquetipos más identificables. Aunque basada en una novela de alguien con sendas vivencias de ese periodo, Red Sparrow toma el modelo, intentando darle un molde más dramático y no tan aventurero, incluso si las promesas que hace se vuelven difíciles de cumplir. El Cisne Rojo Dominika Egorova es la prima ballerina del Ballet Bolshoi, una vocación y un trabajo que le permiten mantener a su madre, quien se encuentra en un estado de salud delicado. Todo esto es puesto en riesgo cuando en plena función su compañero de baile le daña accidentalmente la pierna, impidiéndole permanentemente el poder bailar. Es aquí donde su tío, un jerarca del servicio de inteligencia ruso, le ofrece una solución a su problema: ser una Sparrow, alguien que se vale de su cuerpo como arma para obtener secretos de facciones extranjeras. No obstante, el entrenamiento y sobre todo su primera misión, probarán ser más desafiantes de lo que ella esperaba. Red Sparrow propone ideas interesantes tales como que “todos somos un rompecabezas de necesidad” o que esta es una historia de empoderamiento sobre cómo Dominika le hace frente a todos los hombres que tienen o desean tener poder sobre ella. Pero ese es el punto, son ideas; de ahí a una ejecución apropiada ya es harina de otro costal. Acá lo que tenemos son dos películas: una de 50 minutos que es el entrenamiento de Sparrow del personaje, y otra de 90 que es la misión de espionaje en si misma. La motivación del personaje es clara; el problema es cómo lo mueven de un punto a otro. El conflicto debe estar siempre presente, pero entre la longitud del metraje, el tedio con que se desarrolla, y el divague de los objetivos narrativos, terminan por convertir este conflicto válido en algo olvidado, cuando no una mera excusa. Como la gran mayoría de las películas de espionaje el tema es el de la confianza, aunque no consiguen ese clima de incertidumbre que le impida al espectador confiar en ningún personaje. Aparte de que intenta, con no muy buenos resultados, establecer giros sorpresivos, los cuales generan una completa indiferencia. Si bien se tiran tiros, esto es más una película de intrigas que de otra cosa. Son muy pocos los momentos de verdadera tensión y aún menos las escenas que le resultarán al espectador verdaderamente incómodas por su contenido. En particular una escena donde un hombre es despellejado con un aparato aplicado a dichos fines, y una escena de desnudo que tiene lugar en un aula repleta de personas. Red Sparrow se estuvo vendiendo prometiendo un coctel intenso de sexo y violencia. Una propuesta arriesgada para una película de estudio y protagonizada por una estrella de renombre, sobre todo considerando que estamos en tiempos donde algo así podría recibir un tamaño repudio. Pero los hechos concretos son otra cosa. Prometieron exceso y entregaron suficiencia. No significa que la película en ningún momento empuje los límites. Lo hace, pero ese es el punto: sólo en lo suficiente. Después de todo no es un film serie B, sexploitation o slasher. La sutileza nunca es un problema. El problema es vender una cosa por otra. En materia actoral, podemos decir con seguridad que este es uno de los papeles más jugados de la carrera de Jennifer Lawrence. La actriz puso el cuerpo como pocas veces lo hizo. Aunque en honor a la verdad, el endeble desarrollo de personaje que le otorga el guion lamentablemente no la ayuda, lo que sumado al forzado acento ruso acaba por echar por tierra las pocas buenas intenciones que su interpretación tenía para ofrecer. Joel Edgerton provee un acompañamiento apropiado, mientras que Jeremy Irons está en un piloto automático que no suscita muchas emociones. En materia técnica tenemos una prolija propuesta fotográfica y de diseño de producción. El realizador Francis Lawrence sabe cómo crear un clima, pero lamentablemente la falta de ritmo en el montaje no lo ayuda y consigue que sus 140 minutos de duración, aunque claramente segmentados, pesen y mucho en la paciencia del espectador. Conclusión Una propuesta de espionaje que apenas cumple con sus promesas de arriesgar en el tono, mientras que como narración repta y tropieza. Aunque tiene una protagonista que parece persistir con salirse de su zona de confort, por loables que sean sus intenciones, no bastan para salvar a Red Sparrow de la zozobra.
Las historias de maduración, también conocidas como coming-of-age, son una oferta más que frecuente en el cine independiente. Sin ir más lejos, sus logros más destacados han nacido no pocas veces dentro de este subgénero. No obstante, la oferta de estos títulos puede crecer a tal extremo que uno puede apreciar la madurez en la narración, pero sensorialmente terminan por no dejarte nada. Lady Bird afortunadamente reúne los suficientes méritos para separarse de este montón y no solo recordar la adolescencia, sino también sentir ese recuerdo. El Nido por Vaciar Christine McPherson, autoapodada Lady Bird, está atravesando su último año en el secundario. El cierre de esta etapa la encuentra atravesada por el deseo de dejar la Sacramento que la vio nacer en favor de un lugar más sofisticado, algo que solo podrá conseguir yendo a una buena Universidad. Por desgracia deberá enfrentar obstáculos en la forma de su bajo rendimiento académico, una antagónica relación con sus padres, y unos noviazgos que no pocas veces le alterarán la brújula. El guion de Lady Bird es sobresaliente. Se concentra sobre la construcción de una identidad basándose en su pasado (sus padres), su presente (sus historias amorosas) y su futuro (su deseo de entrar a una buena universidad). Obviamente cada estrato constituye un conflicto en sí mismo, y los tres tienen una igual prioridad. Podrá parecer desordenado pero hay una enorme lógica detrás de esta construcción. El camino que hace el personaje va de un enorme rechazo a una sutil aceptación (y revaloración) de todo aquelo que la hizo lo que es. Un recorrido que se vale, en partes iguales, tanto de la comedia como del drama. Esta es la historia de una adolescente que va en busca de su lugar en el mundo, que puede ser su lugar de nacimiento o un punto mucho más alejado de este, pero que tiene más que claro que si no se aventura a lo desconocido no lo averiguará jamás. Una búsqueda que tiene su obstáculo más esencial en los adultos que ya encontraron esa respuesta y están determinados a evitarle los mismos tropiezos, olvidando que si bien podrán protegerla de los errores viejos, siempre habrá errores nuevos donde la vivencia de la protagonista, y solo de la protagonista, proveerá la enseñanza necesaria. En materia actoral Saoirse Ronan sostiene bastante decentemente la película con su interpretación de esta adolescente. Laurie Metcalf también realiza un muy digno trabajo como su madre, pero en el tramo final, en una escena en específico, es donde notamos que destaca un poco más. En materia técnica, se debe destacar y admirar cuando una realizadora no tiene miedo de ser simple. Greta Gerwig cuenta con un guion sólido, actores capaces, y ella tiene la percepción necesaria para guiarlos hacia interpretaciones creíbles. Por lo tanto, un patrón de planos que rara vez se sale del plano general / plano medio / contra plano medio es todo lo que necesita para contar su historia. Conclusión Lady Bird es una narración que hará sentir identificado a más de uno, sean padres o hijos. Es un dilema de maduración que va por dos carriles: la necesidad de apreciar de los hijos, y la necesidad de dejar ir de los padres. Esa habilidad de no demonizar o santificar, sino mostrar las luces y las sombras que todos tenemos, es lo que hace de este título una propuesta disfrutable.
La adolescencia es una etapa de emociones intensas que observadas desde afuera, desde una óptica adulta, nos pueden parecer exageradas. Con este juego de puntos de vista somos introducidos a Un Viaje a la Luna. El Tero ha aterrizado Tomás tiene 14 años y las hormonas en estado de ebullición. Como si fuera poco, está a punto de repetir el año escolar (amenazando un inminente viaje de su familia), y se enamoró de una chica con un novio más grande que lo toma de punto. El único escape lo encuentra en la astronomía, lo que le da una idea para involucrar a toda la familia en su fantasía y traer a la luz un traumático episodio de su infancia. El guion de Un Viaje a la Luna goza de una narración prolija, con algunos momentos de humor y otros un tanto más dramáticos. Si bien tiene escenas típicas de películas indie previas que trataron el tema, el desarrollo del personaje es bastante coherente. Sin embargo, en la segunda mitad de la película el realizador se anima a más, con una trama de pseudo ciencia ficción donde plantea un interesante juego con el punto de vista. En materia actoral, el joven Ángelo Mutti Spinetta maneja con prolijidad el personaje depositado en él. Lo mismo se puede decir de Leticia Bredice, con una sutileza, medición y frescura que la encuentran completamente alejada del rol de femme fatale en donde se la suele ver. En el aspecto técnico tenemos una fotografía modesta, pero el apartado que se lleva los lauros es definitivamente la dirección de arte. En la primera mitad podrá no ser nada del otro mundo, pero esperen a ver lo que puede hacer cuando el protagonista arrastre la familia a su fantasía: un nivel de detalle que muestra que el cine argentino está en condiciones de volver a apostar con fuerza a la ciencia ficción. Me saco el sombrero ante Alejandra Isler, un nombre que los cineastas de género tienen que empezar a tener en cuenta. Conclusión Un Viaje a la Luna es un coming-of-age prolijo con base en una buena historia, correctísimas actuaciones, y un apartado visual que sabe cuándo duplicar la apuesta. Disfrutable.
Por obvio que pueda sonar, la originalidad no radica tanto en contar una historia que nunca se contó, sino en tomar lo que ya existe y buscarle una nueva vuelta. Llámame por tu Nombre no sólo lleva esto a cabo, sino que le encuentra una inusual universalidad. Amor de Verano Es 1983 y Elio pasa el verano con sus padres en el Norte de Italia. Un día, al llegar Oliver, un joven que se desempeña como asistente de su padre, se empieza a producir una lenta pero segura atracción entre ambos. El guion de Llamame por tu Nombre es clásico, con un conflicto tan claro y definido como lo es el del romance, pero la diferencia recae en las sutilezas de las que se vale su guionista, James Ivory, para desarrollar a los personajes y arrojarle obstáculos que requieren de un ojo muy afilado de parte del espectador para reconocerlos. Estamos hablando de la utilización de sendas metáforas visuales, códigos internos y resignificación de los objetos. Es necesario señalar que tiene una primera mitad a la que le cuesta arrancar, pero entrada la segunda es cuando los conflictos se empiezan a presentar uno detrás de otro con el modo en que los personajes niegan sus sentimientos. La negación para Elio tiene la forma de una aventura sexual con una vecina, en el caso de Oliver es la resistencia de sus propios impulsos. Aquí la cuestión de la orientación sexual no es tanto un inconveniente externo para los personajes en cuanto a lo difícil que puede ser abrirse como tal ante el mundo (si lo es, es una presencia apenas advertida), sino que es fundamentalmente interno, de autoaceptación. De reconocer un amor cuando se lo ve. Es precisamente en ese punto donde Llámame por tu Nombre atina con lo que se propone. Lo que se busca aquí es ilustrar un punto que trasciende cualquier orientación sexual: que esos amores (los cuales a lo mejor no duran más que una temporada) hacen su incursión simplemente para ilustrarnos cómo es tal sentimiento, para que lo reconozcamos más adelante cuando llegue ese alguien especial que sí se va a quedar. Y si no llega por lo menos podremos decir que lo hemos experimentado. Intenta expresar que no es una cuestión de buscar, sino de que te encuentre, y que cuando ocurra te permitas sentirlo lo que tenga que durar: sea la eternidad o apenas un momento. En materia técnica, la dirección de Luca Guadagnino es de una precisa sencillez en la puesta en escena, la contemplación absoluta (casi teatral) de todas las acciones de los personajes es prioridad, optando no pocas veces por resolver escenas en un solo plano. Aunque debe destacarse que su propuesta lumínica le suma puntos a la hora de retratar los paisajes italianos, no lo ayuda mucho en las escenas nocturnas y/o oscuras. En el apartado actoral tenemos actuaciones arriesgadas, comprometidas y frescas de parte de Timothee Chalamet y Armie Hammer. Michael Stuhlbarg, interpretando al padre de Elio, entrega una composición prolija que alcanza ribetes conmovedores en el último tramo de la película. Conclusión Aunque a su primera mitad le cueste arrancar, Llámame por tu Nombre llega a buen puerto gracias a una enorme sutileza a la hora de utilizar las herramientas de la narración, y a la cristalina claridad del tema que desea abarcar. Un amor de verano breve e intenso, visto y experimentado mil veces, pero ilustrado de forma diferente y con una fortaleza única para conmover.
Siempre se ha dicho que el cine es un pasaje a otro mundo, un mundo que no en pocas ocasiones tiene las características de nuestro día a día. Se requiere verdadero oficio e imaginación para convencernos de que bajo la superficie de dicha cotidianeidad existe otro mundo, poblado por hadas, faunos, insectos, monstruos que no son más que representaciones subtextuales de lo que la humanidad es por dentro. Lo que quiere ser, lo que puede ser, y lo que no debería ser jamás. El mejor Cine Fantástico, o al menos el que perdura en la memoria, es aquel que opera dentro de esas características. A este grupo pertenece la última película de Guillermo del Toro, La Forma del Agua. Verde, que te quiero Verde Corren los años 60 y Elisa, una mujer muda, trabaja como empleada de limpieza en un laboratorio gubernamental de alta seguridad. Si bien tiene como amigos a un vecino artista y a una compañera de trabajo, su vida es solitaria. No obstante, todo esto cambia cuando llega al laboratorio lo que sus superiores llaman “el activo”, que es en realidad una criatura marina antropomorfa que le empieza a despertar afecto. El guion de La Forma del Agua no podría ser más sólido. Su estructura narrativa es impecable y su ritmo es fluido. Todos y cada uno de los personajes están desarrollados al dedillo, cada uno con un objetivo concreto, al igual que una personalidad claramente definida y sostenida a lo largo del metraje. Estamos hablando de una multidimensionalidad tan bien aplicada, que el espectador los va a percibir más como seres humanos en vez de personajes. Como si estar apoyada en una historia sólida y en personajes profundos no fuera suficiente, es dueña de una gran riqueza temática. El abanico es amplio: el temor a la soledad, la discriminación por el hecho de ser diferente, el miedo a lo desconocido, el amor como un motor de comunicación que va más allá de las palabras. Todo esto tratado con sutileza y, lo más importante, siempre como complemento al desarrollo de la historia y los personajes. En materia visual, La Forma del Agua resulta inmersiva en cómo utiliza el color. El uso prácticamente absoluto de los verdes, tiene al espectador en una constante sensación de estar debajo del agua, incluso (y más enfáticamente) cuando no hay una gota de agua en escena. Aparte, es utilizado en sendas ocasiones como un marcador del estado de ánimo de los personajes; la marca distintiva de alguien con trayectoria y talento a la hora de contar historias con imágenes. El apartado actoral es sobresaliente. Sally Hawkins es dueña de una poderosa expresividad y una tremenda riqueza en su lenguaje corporal. Este último adjetivo es también aplicable a su contraparte masculina, el siempre eficiente intérprete de criaturas Doug Jones. Los secundarios no podrían ser más entrañables. Octavia Spencer da vida con tremendo carisma a la compañera de trabajo de Hawkins, Michael Stuhlbarg compone con gran variedad de matices a un científico con muchos secretos, Michael Shannon encarna a un villano tan perturbador como atormentado. Entre un plantel tan sólido, igualmente siempre hay alguien que destaca un poco más que el resto, y en el caso de La Forma del Agua es la intensa humanidad y sensibilidad que se puede encontrar en la interpretación de Richard Jenkins. Conclusión Una fábula adulta en su contenido y proceder. Repleta de amor por el cine, tanto históricamente al igual que como oficio. Un pasaje a otro mundo hecho posible a través de una enorme riqueza narrativa, visual e interpretativa. Una experiencia altamente recomendable.
El cine chileno y su excelente calidad vuelven a decir presente de la mano de su representante en los Premios Oscar a Mejor Película Extranjera. Una Mujer Fantástica no es solo el título de esta película, sino un adjetivo que aplica a varios de los logros del film. Odisea de una Mujer Natural Marina es una mujer transgénero que vive en pareja con Orlando, un hombre mucho mayor que ella. Una noche Orlando se despierta sintiéndose mal y Marina lo lleva al hospital donde termina muriendo de un aneurisma. Las cosas se empezarán a complicar cuando la policía empiece a investigar a Marina por los incidentes de aquella noche y la familia de Orlando le impida poder asistir al entierro. El guion de Una Mujer Fantástica es uno sólido y rebosante de conflictos. La protagonista no lo tiene fácil en ningún momento, siendo discriminada, sospechada y condescendida a cada paso de su odisea. Es una historia que toma la problemática de género y la convierte en un conflicto dramático sostenido e interesante en vez de ser un golpe bajo. Mucho de esto se debe a que la protagonista está desarrollada como un ser activo que no se victimiza, un ser que lucha, y eso le permite ganarse al espectador. Es de aplaudir el ingenio de los guionistas para introducirnos a la historia a través del punto de vista de Orlando en vez de hacerlo a través del de su protagonista. De este modo, su condición de transgénero es solo un detalle más de su personaje y no algo que acapara la atención. En materia visual es de admirar el uso del color y la enorme delicadeza de la puesta en escena donde cada encuadre, cada movimiento de cámara, cada corte, cada selección musical, contribuye a detalles fundamentales para el desarrollo de la historia y de su protagonista. En materia actoral, la película descansa en los hombros de Daniela Vega, una mujer que trasmite seguridad en una labor interpretativa que arrasa con todos los enormes desafíos que el guion le pone adelante. Conclusión Una Mujer Fantástica es una odisea única sobre una problemática actual que escapa en todo momento al golpe bajo. Una narración sólida, con una puesta en escena elegante y una protagonista poderosa, hacen que la propuesta sea altamente recomendable.
Pocas cosas pueden llamar más la atención de un potencial espectador que la fórmula actor famoso + personaje histórico. Las Horas Más Oscuras descansa tanto en ello que descuidó y desorganizó no sólo el potencial dramático de los eventos que retrata, sino también al personaje que pusieron como cabeza de lanza de su narración. Oh, Winston, apenas si te conocimos… Las Horas Más Oscuras tiene lugar en 1940. Con Hitler comiéndose Europa a un paso arrasante, el Reino Unido necesita un Primer Ministro que pueda hacerle frente. Winston Churchill es ese hombre. Su primera prueba es rescatar a cientos de miles de hombres de la Isla de Dunkerque antes de que la arrasen los Nazis. Todo esto mientras debe ganarse la confianza de un Rey y unos Ministros que no creen que sea el más indicado para el trabajo. Una película basada en hechos históricos corre con la enorme desventaja de que se sepa de antemano cómo los eventos terminaron resultando, por lo que es menester que el segundo acto sea de mucha tensión. Algo que Las Horas Más Oscuras no tiene, o al menos no tanto como debería. Es un guión con una enorme indecisión. Los arcos que Churchill tiene con el resto de los personajes son establecidos, desarrollados y resueltos de una forma arbitraria. Se entiende la situación de riesgo en donde se enmarca la narración, pero esta no llega a conmover. No encuentra la manera de que lo bélico se entrelace con lo íntimo, que es al fin y al cabo lo que hace atractiva a la propuesta. No pesa la desventaja, no pesa el obstáculo. A la postre, todo esto contribuye a que el ritmo de la película también se vuelva tedioso. Se sabe que Churchill tenía un sentido del humor muy ácido e irónico, cosa que la película retrata muy bien, siendo los momentos más logrados de una narrativa bastante floja. Aunque debe señalarse que no pocas veces esos momentos sean puestos al voleo. Las horas más oscuras Aquí la pregunta del millón es siGary Oldman es merecedor de tantos reconocimientos por su interpretación de Churchill. La respuesta sería un sí rotundo: no solo aborda al legendario primer ministro con grandísima riqueza expresiva y corporal, sino que lo hace teniendo que superar un guion que no lo ayuda en lo más mínimo, ni argumental ni emocionalmente. En un distante segundo lugar está Kristin Scott Thomas como la esposa de Churchill, más apropiados acompañamientos de Lily James como su secretaria, BenMendelsohn como el Rey Jorge VI, y Stephen Dillane como el Vizconde Halifax, uno de los ministros del gabinete de Churchill. El estilo visual de Joe Wright, que en el pasado le ha permitido sacar lo mejor de cualquier narrativa, en Las Horas Más Oscuras le juega en contra. No son pocas las secuencias donde el preciosismo visual le gana la partida a lo narrativo. Su uso del montaje paralelo a la hora de redactar los discursos es un recurso interesante, pero no suma nada dramático a la historia más allá de la anécdota del cómo pensaba Churchill. Conclusión Si lo que se busca es una gran interpretación de Gary Oldman, Las Horas Más Oscuras puede que sea de su agrado. No obstante, la narración como un todo no consigue llegar a buen puerto más allá de la hazaña interpretativa de su actor principal.
Ganadora del Premio al Mejor Guion en el pasado Festival de Cannes, llega a las pantallas argentinas El Sacrificio del Ciervo Sagrado, del realizador Yorgos Lanthimos, responsable de The Lobster, una de las nominadas al Oscar por Mejor Guion Original del año pasado a quien mejor le sienta ese término. En esta oportunidad, Lanthimos se inclina por un contexto más realista, sin dejar del todo las inclinaciones fantásticas de su anterior obra. Matar a un Ruiseñor… Steven, un cirujano, tiene una amistad bastante particular con un joven llamado Martin, quien ha perdido recientemente a su padre. Paralelamente, la familia de Steven comienza a tener problemas de salud severos, cuya explicación tendría mucho que ver con el origen de la relación que tiene con Martin. La estructura narrativa que propone El Sacrificio del Ciervo Sagrado es sólida, pero es el cómo se desarrolla lo que generará no pocos debates, ya que el guion es un ejercicio de cocción lenta y perturbadora. La primera mitad tiene al espectador preguntándose en todo momento cuál es la relación entre estos dos personajes y de dónde se conocen. La segunda, cuando todo está aclarado, es donde empieza a acelerar el verdadero conflicto. Es comprensible que algunos puedan ver esta distribución del conflicto como un tropiezo, pero Yorgos Lanthimos y su co-guionista Efthymis Filippou lo hacen con una razón muy clara: no tanto por conocer en profundidad a los personajes, sino para manipular la percepción moral que el espectador tiene de ellos. La película empieza con el medidor de empatía bien en lo alto, para luego, conforme progresa la trama, empezar a descender a niveles alarmantes, llegando a un extremo tal que el único personaje por el cual se termina sintiendo algo de empatía es el hijo pequeño de Steven. Respecto a lo perturbador del guion, es un término planteado en el sentido más categórico de la palabra: la imagen que abre el film es un corazón latiendo en primerísimo plano y sostenido durante varios minutos con un lentísimo movimiento de cámara. A menos que el espectador sea médico, esta es una imagen que va a ser difícil de ver, y sobre todo con el ritmo que le imprime Lanthimos. Luego tenemos a Steven hablando, sin ningún pudor ni vergüenza, de masturbaciones paternas a su hijo pequeño. Después, veremos al personaje de su esposa, que cuando no simula una parálisis absoluta a modo de role playing sexual en el lecho matrimonial, masturba a otro hombre a cambio de información. Seguidamente tendremos a una hermana que intimida a su hermano a aceptar su muerte, por motivos tan emocionales como materialistas. Aunque las palmas se las lleva uno de los más elaborados juegos de ruleta rusa con un enorme sentido del humor negro. Esto no es el shock por el shock mismo, cada uno de estas perturbadoras escenas contribuye a la progresión narrativa de El Sacrificio del Ciervo Sagrado y a la evolución de los personajes (aunque no sería errado utilizar el término “involución”). Dicho todo esto, la única contra que se le podría achacar son los diálogos obvios y repentinos, más propios de un robot o de un personaje de una utopía de ciencia ficción que de un ser humano real. En materia actoral Colin Farrell yNicole Kidman entregan dignos trabajos a la altura del complejo desafío que propone esta cinta. No obstante quien destaca es Barry Keoghan, llevando con eficiencia al espectador de la lástima al odio más ardiente. Por el costado técnico hay una propuesta visual que no tiene medias tintas, oscila entre los más pronunciados planos amplios y los más extremos acercamientos. Su propuesta sonora se dedica a en todo momento incomodar al espectador con lo turbio de su atmósfera, y sostiene este malestar incluso en los títulos finales. Conclusión El Sacrificio del Ciervo Sagrado es una propuesta densa y shockeante, pero con meritorias justificaciones para ostentar esos adjetivos narrativamente hablando. Una decadencia moral en caída libre a nivel personaje. A lo mejor no será para el paladar del público general, pero aquel predispuesto a este tipo de cine encontrará difícil alejar la mirada de la pantalla.