AL RESCATE DE LA BESTIA. Las remakes tienen, en parte merecidamente, mala fama. Búsquedas comerciales sin interés por la obra en sí mismo sumada a la facilidad de tener los derechos de los títulos muchas veces hace que los estudios se lancen a estos proyectos. No es raro que simplemente se revise el catálogo de películas y se elija hacer una remake en base a lo disponible. Pero más allá de las intenciones, las películas deben ser juzgadas por los resultados, por lo que aparece en la pantalla. Y algo que nadie dice de las remakes: Si son malas, pasan al olvido, si son buenas, se ganan su merecida fama. Hay casos muy distintos entre sí, ejemplos que se repiten y excepciones. Pero remakes de clásicos como La bella y la bestia no son moneda corriente. El riesgo artístico era muy grande porque se trata de una película muy famosa, muy prestigiosa y muy querida. Claro que también supo ser un éxito descomunal en teatro en todo el mundo. Si la película de animación de 1991 ya había sido adaptada al musical de Broadway que paseó por muchas ciudades y ahora vuelve en formato con actores, lo cierto es que aquella película tampoco era un guión original. La bella y la bestia es un cuento de hadas francés que ha tenido muchas versiones, aunque la más famosa y que ha sido tomada por el cine es la del siglo XVIII escrita por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. La historia también ha tenido varias versiones cinematográficas y televisivas previas al clásico de Disney, siendo la de Jean Cocteau, de 1946, la más importante de todas. Así que la puerta para aceptar nuevas versiones no estaba cerrada, aun con el alto riesgo que conllevaba meterse con ese título. El director de la nueva película, Bill Condon, no es un autor particularmente original o poseedor de una gran identidad, una remake dirigida por él era también un misterio. La comparación entre la maravillosa versión de 1991 y su remake –recordando que se trata de musicales- salta desde el comienzo y aunque la comparación no dice absolutamente nada sobre los valores artísticos de un film, es un juego de las diferencias que no podemos evitar hacer. La promesa es que será solo al comienzo de este texto, y no más allá. El prólogo de la nueva versión es largo, suntuoso, espectacular y lo peor de la nueva película. En unos minutos uno puede temer lo peor. Pero en cuanto arranca la primera canción esa angustia se transforma en un instante en euforia. Con los cambios incluso en las canciones, el primer tema hace que el personaje de Belle vuelva a ser tan querible como el del dibujo animado y Emma Watson gana su batalla desde ese momento y hasta el final. Pronto otros personajes, como Gastón, se sumarán a esa fascinación que el film produce. Pero el juego de las diferencias nos puede jugar una mala pasada si nos dejamos engañar por la idealización. Mientras miraba la película imaginaba que todo lo bueno se debía a su parecido con la historia original y que lo que se alejaba me distanciaba. Veía que los objetos encantados eran demasiado absurdos para una película con actores o que la bestia se transformaba demasiado rápido en un ser querible. Entonces decidí hacer lo que correspondía: volví a ver la versión de 1991. Y allí me llevé una gran sorpresa. La versión de 1991, entre otras cosas el primer film completamente de animación nominado al Oscar a mejor película, no es mejor que su remake. Hay personajes que no funcionan tan bien, momentos demasiado acelerados y, por supuesto, decisiones exclusivamente pensadas para el público infantil. Aun así sigue siendo extraordinaria y muy emocionante. Ambas películas lo son, ambas tienen muchísimos elementos en común, pero ambas merecen que no se les reclame nada en la comparación. Cada una tiene vida propia, merecida vida propia. Como todo relato universal, La bella y la bestia ha mutado a lo largo de los siglos, aun cuando en el fondo conserve las mismas ideas que anidan en el inconsciente colectivo. Pero las sociedades cambian, las ideas predominantes cambian y hasta el cine, de una década a otra en este último caso, cambia. Belle es una joven que no quiere resignarse a una vida de obligaciones, no acepta el rol normativo del lugar en el que vive y a través de los libros sueña con un mundo mejor. Es libre, inteligente, tiene capacidad inventiva y hasta piensa en un mundo de mayor libertad no solo para ella sino para la siguiente generación de mujeres. Vive con su padre viudo, ambos se quieren y ambos serían capaces de cualquier sacrificio por el otro. De hecho no faltarán pruebas de ello. Antes de conocer a Belle conocimos a la Bestia, un joven superficial y egoísta castigado por sus acciones. Otro joven, Gastón, ama a Belle y quiere casarse con ella. Gastón es el machista por definición, pero muchas otras cosas. Es tan egoísta como la bestia y tiene características que van más allá del machismo. Es narcisista, intolerante, ignorante, agresivo y, solo para darle liviandad cómica al personaje, es un perfecto idiota. Pero no deja de ser siniestro, como demostrará una y otra vez. El representa la opresión de una sociedad que le teme al diferente, a lo desconocido, a lo que no puede explicar. Es el machismo pero también la intolerancia en general. Aunque más allá de los personajes y las características mencionadas, La bella y la bestia sigue siendo una gran historia de amor. Una historia que muestra que Belle no debe cambiar para encontrar el amor, sino el que debe cambiar es la Bestia. La Bestia se parece a Gastón, pero la Bestia aprende y cambia. Gastón no, Gastón insiste hasta las últimas consecuencias en su maldad. Se podría decir que es la película es más una lección sobre como los hombres deben cambiar que una película sobre la mujer. Bella no acepta a un machista, Belle elige, toma decisiones. Se sacrifica por su padre, educa a otras mujeres, descubre a partir de detalles que la Bestia es buena, aunque es una Bestia. No le repele la masculinidad, sino el machismo. Acepta que la Bestia como bruto, a lo sumo le da alguna solución para que no sea tan bruto. Esos pasos de comedia romántica son muy buenos pero también son reflexiones sobre la pareja hoy. La película se atreve a un tono un poco más adulto, se aleja del formato infantil, aunque los personajes de los objetos le dan simpatía y ligereza, aun cuando también encierren conflictos. La película, en total coherencia con su discurso central, hace también gala de diversidad étnica y sexual, sin vergüenza y con mucho sentido del humor. El amor es el amor dice la película, más allá de la superficie. ¿Cómo alguien podría festejar un cuento como La bella y la bestia que condena abiertamente los linchamientos y la intolerancia y luego enojarse con la diversidad que el film muestra? Como sea, la película lo hace con gracia y alegría. Y finalmente, claro, las canciones son espectaculares, algunas ya convertidas en clásicos de la historia del musical cinematográfico, y el despliegue de producción es enorme. Desprejuiciarse y disfrutar es lo mejor que se puede hacer. Y dejar de pensar que todo film pasado fue mejor. A veces lo son, a veces no y a veces, como en este caso, simplemente son una excelente película.
Una tragedia americana. La siguiente crítica cuenta la trama del film, aquellos que no lo hayan visto aun están avisados. El cine norteamericano, el más rico y sofisticado del mundo, ha sabido desde siempre tener una mirada crítica y descarnada de su propia sociedad. A lo largo de las décadas toda clase de cine ha convivido sin problemas y una parte de ese cine ha sido aquel que observaba las tragedias que en diferentes momentos se vivían en suelo norteamericano. No hablamos de esos pobres films que se caían de boca con sus protestas superficiales, sino de aquellas obras trascendentes que podían retratar la aldea y a la vez el mundo, que sabían mostrar un mundo en el cuál héroes y villanos convivían en un mismo personaje, en un mismo escenario, sin que hubiera ganadores y perdedores. Esas tragedias americanas han tenido diferentes estilos, pero se les reconoce un hilo que la une y confirma su solidez. Al ver Sin nada que perder se puede recordar film diferentes entre sí pero con puntos en común como Viñas de ira de John Ford, La última película de Peter Bogdanovich, Un mundo perfecto de Clint Eastwood y La pandilla Newton. La historia es la de dos hermanos tienen un plan para asaltar bancos. A medida que avanza la trama sabremos cual es el motivo de dicho plan y también conoceremos la forma en la que operan. No desean otra cosa más que pagar la deuda que pesa sobre la granja de la familia que han heredado. En ese terreno hay petróleo y si lo pierden también perderán la posibilidad de aprovecharlo. Los hermanos no son iguales, uno ha salido de la cárcel y ha estado siempre al margen de la ley, el otro no tiene antecedentes y solo busca lo mejor para sus hijos que viven con su ex mujer. El dinero es para ellos, la herencia es para ellos. El plan es no lastimar a nadie, la pelea es contra los bancos. El objetivo no es robar para siempre, tan solo llegar a una cifra. Pero desde las primeras escenas la desolación del lugar y el tono del film anuncian la tragedia. No hay que ser adivinos, la película nos anuncia a cada momento que el camino llevará más tarde o más temprano hacia un desastre. En paralelo conoceremos a un oficial de policía llamado Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y a su compañero Alberto Parker (Gil Birmingham), quienes terminarán a cargo de la investigación. Pronto descubrirán que los habitantes de los pueblos no sienten desprecio por los ladrones, al contrario. Lentamente el espectador vivirá lo mismo. La película acierta al hacer que nos identifiquemos tanto con los asaltantes como con los dos policías. Pero es obvio que no podrán salir todos felices de la historia. Es más, tal vez ninguno salga victorioso del enfrentamiento. Esa carga pesa sobre los espectadores que saben que alguno va a fracasar y no hay lugar para escaparse de eso. Aun en los bellos espacios abiertos que la película retrata, el clima es asfixiante. La tierra parece seca, la vida parece apagarse a cada instante, hay una indiscutible maestría en el director que es capaz de expresar tanto con imágenes y no depender tanto de los diálogos. Western moderno, tragedia, policial, Sin nada que perder esa una película que abreva en una larga tradición de narración clásica y está filmada y actuada con una solidez digna de un clásico. Su retrato social va más allá de Estados Unidos, sus personajes habitan y sobreviven en un mundo injusto. Combaten entre ellos mientras un enemigo mayor los supera. No están idealizados, ni son condenados. Si hay una victoria será a un precio enorme. El ladrón y el policía terminan condenados a vivir para siempre con ese peso, unidos por las muertes que pesan sobre ellos. Con las películas mencionadas anteriormente Sin nada que perder comparte espíritu, tono y género. Pero comparte sobre todo su extraordinaria calidad cinematográfica.
Mujeres de carrera espacial. Talentos ocultos es una de esas películas que se ganan al espectador desde la primera escena. No hay matices en la película, todo es ir para adelante y desearle a las tres protagonistas una victoria contundente y definitiva. Una película eufórica, para la alegría de los espectadores que acepten jugar el juego y un poquito de enojo para quienes la sospechen demagógica. Yo acepté el juego y la disfruté muchísimo, incluso el tráiler trasmitía esa alegría. La acción que cuenta la película comienza en Estados Unidos en 1961, durante la carrera espacial. La Unión Soviética estaba ganando la competencia con expediciones exitosas y Estados Unidos parecía que no llegaría a ponerse a la par jamás. En la sede de la NASA, en el estado racista de Virginia, necesitaban verificar la seguridad de las misiones a través de cálculos matemáticos y el equipo no estaba logrando el resultado deseado. El equipo principal, todos ingenieros hombres y blancos, necesita ayuda para salir del estancamiento. Lo que la película cuenta es la historia de tres mujeres negras que a través de su destacado trabajo lograron vencer prejuicios y ayudar a Estados Unidos a ganar finalmente la carrera espacial. Frente a las muchas discusiones sobre racismo que hay en la industria de Hollywood y las acusaciones que pesan sobre los premios Oscar, Talentos ocultos parece ser la película exacta para cumplir con la corrección política pero si caer en discursos pesados o acusatorios. La película es, como casi todos sus personajes, adorable. Es divertida, graciosa, tiene un gran ritmo y consigue su objetivo ideológico de punta a punta. El racismo y el machismo de aquella época hoy se ve como algo tan absurdo que no hay riesgo alguno en atacarlo y pasarle por encima. No hay polémicas en la película, todos estamos del mismo lado. Sí hay conflictos, angustia, pero que transcurra en el pasado ayuda a sentirse menos preocupado. Claro que funciona como una denuncia de la actualidad, pero jamás es agresiva y, tal vez por eso, muchísimo más efectiva. Es imposible no querer a las tres protagonistas, es complicado no lagrimear frente a los grandes momentos de la película, está fuera de discusión que cuando aparece Kevin Costner todos sabemos que es para hacer el bien y nada más que el bien. Esta no es la clase de películas que suele recibir premios porque el público es su gran objetivo. Pero si la coyuntura política le da nominaciones a Talentos ocultos y no a otros bodrios bajadores de línea de años anteriores, bienvenidos sean los premios. Gane o pierda, el objetivo político y cinematográfico lo logró con creces. Y sí, está basada en una historia real, lo que nos advierte con tiempo que debemos reservar nuestros pañuelos para el momento en el cual aparezcan los títulos del final con fotos y todo lo que uno imagina.
Tres veces Chiron. Tres etapas en la vida de un hombre. Su infancia, su adolescencia y su adultez. Tres espacios delimitados por claros carteles que dividen a la historia en los mismos tres actos de cualquier relato clásico. En un comienzo el pequeño protagonista, apodado Little, sufre la ausencia de su padre y una madre adicta. Sobrevive porque encuentra en un vendedor de drogas, Juan, y a la novia de este, Teresa, quienes se ocupan de él y lo protegen, brindándole amor y cuidado en un mundo hostil. Solo tiene un amigo, llamado Kevin. El nudo del film es la adolescencia, donde la figura de la madre aun sigue siendo un problema por la profundización de sus adicciones, pero Chiron –el nombre que ahora tiene Little- ya no es tan vulnerable a ella. Tiene problemas de bullying en el colegio, lo que desencadenara el desenlace de esta segunda parte que incluye el despertar sexual de Chiron junto con su amigo Kevin. La tercera parte es la adultez, donde Chiron, ya más fuerte pero igualmente retraído, recibe un llamado de Kevin que hace mucho tiempo que no ve. Los méritos de la película son más por lo que no hace por lo que hace, aun cuando detrás de su simpleza despliegue un abanico de lugares comunes y prejuicios. El tono sobrio y por momentos lírico se sostiene, manteniendo algo de melancolía a lo largo de toda la película. También es destacable la ausencia de explicaciones y cierres, para que sigamos centrados en la figura del protagonista. La apuesta es fuerte y algo de distracción puede producir. La sobriedad mencionada por momentos resulta ser una meseta sin interés, como si el exceso de delicadeza significara no ir un poco más allá en los temas. Algunas actuaciones son brillantes y otras son un lugar común de la vieja escuela, en particular la madre adicta como era de esperarse. No tiene mayor importancia hablar de las nominaciones y los premios a la hora de analizar la película pero sin duda quedar claro que la única posibilidad de estreno que tenía Luz de luna estaba directamente vinculada con el Oscar. No dice nada de la película, así que no sería justo preguntarle a un film tan pequeño que intenciones o que agenda oculta tiene. No las tiene a la hora de disfrutarla o sufrirla, evitemos esa lectura. Que de eso se encarguen los que se dedican a las estadísticas.
Disparate internacional. Desde la época más folletinesca de Fritz Lang y su heredero en materia de acción que fue Alfred Hitchcock, la películas tomaron el cetro de la literatura por entregas del siglo XIX y fueron creando un género amplío e impreciso que actualmente se llama de forma poco rigurosa cine de acción. Parece más un término de videoclub que académico y en algún aspecto lo es, pero eso no significa que no sepamos de que hablamos cuando hablamos de una película de acción. De James Bond en adelante las películas han combinado una serie de elementos que de forma apresurada pero práctica se engloban dentro del género. Triple XXX (2002), protagonizado por Vin Diesel, y xXx: Estado de emergencia (2005), con el rol principal a cargo Ice Cube, fueron dos películas de acción de poco vuelo pero éxito comercial y de forma tardía llega ahora una tercera parte. Con un elenco internacional enorme, y con todas las locaciones e idiomas posibles, la película intenta ser la apuesta más poderosa de la serie y reavivarla para posibles secuelas claramente anunciadas al final del film. Pero como aquellos otros films, la película no logra funcionar y le queda muy grande el nombre de clásico del cine de acción. Tal vez lo más interesante es como en la pantalla se ve la diversidad y la internacionalidad de esta clase de films. Actores y actrices de todo el mundo se dan cita para conformar el raro y forzadamente excéntrico elenco de la película. Desde una Miss Colombia hasta Neymar haciendo de él mismo, todos se dan cita en xXx recargado. No falta por supuesto Samuel L. Jackson y también está la actriz australiana Toni Colette. También hay un popular cantante chino y las artes marciales están presentes con el protagonista de la saga tailandesa Ong-Bak, Tony Jaa y el actor de la saga Ip Man, el chino Donnie Yen. Hay muchos más, pero lo más destacable de este elenco es la estrella india Deepika Padukone, que hace su debut en el cine norteamericano y que demuestra el mismo carisma arrollador que la convirtió en una gigante de la gigantesca industria del cine de la India. Fuera de lo mencionado, la película sigue sin convertir a la saga en algo valioso. Las escenas de acción más cómicas y absurdas funcionan y entretienen, pero cuando la película busca convertirse en un relato de acción más serio o tradicional, la rutina inunda todo y con eso se pierde el interés. Apuntando a un público nuevo, buscando estar cerca de los usos y costumbres de las nuevas generaciones, no es esta la película para los viejos amantes de las películas de acción, pero tampoco es una renovación que se vea relevante o definitiva. Las buenas escenas son buenas pero son pocas y las mediocres suman demasiado
Una buena y una mala. El progreso que muestra la realizadora entre su film anterior y este es notable, aunque también se ven varios puntos en común entre El hada buena: Una fábula peronista y La valija de Benavídez. Lo primero que une a ambos films es algo tal vez menor para muchos pero que vale la pena destacar: ambos films tienen escenas de títulos bellas y originales, por encima del promedio del cine argentino. Lamentablemente el estilo grotesco (no accidental, sino intencional) de aquella primera sátira política se repite en parte en este nuevo film. La valija de Benavídez es una sátira sobre el mundo del arte y todo ese costado del film está subrayado y sobreactuado (al menos para cine) quitándole fuerza la película. Benavidez (Guillermo Pfening) es un artista que ha crecido a la sombra de su padre, sabiendo que todos creen que no llega ni a merecer una comparación. También su pareja (Paula Brasca) parece ser una artista con mayor futuro. Preso de un ataque de nervios, en plena crisis, Benavidez se va de su casa cargando una valija para refugiarse en una clínica psiquiátrica. No es el único artista que va ese lugar y no se tardará mucho en adivinar que hay algo raro entre ese clínica con artistas, donde su director (Jorge Marrale) y una marchant (Norma Aleandro) parecen tener un plan siniestro. La trama de corte fantástico, el cuento negro que la película narra, es lo mejor que tiene la historia y el protagonista actúa muy bien ese rol, su trabajo es tan bueno como el suspenso y el horror que lo rodea. Pero la sátira del mundo del arte es muy pobre, sobreactuada, más cercana al film anterior de Casabé (donde todo era así, logrando más coherencia) que a la necesidad de esta historia. Si Pfening está perfecto, Norma Aleandro es todo lo contrario. La actriz que aquí intenta hacer humor, consigue solo distraer e irritar, haciendo de cada una de sus escenas una distracción permanente del centro de la historia. Es posible que sin esa sátira la película fuera más corta, como un cuento de Edgar Allan Poe o un capítulo de La dimensión desconocida. Pero con esa sátira el resultado se empobrece. Distraer puede servir para que el espectador no adivina como seguirá la trama, pero acá tiende más a expulsar que a entretener. Hay talento en la película y en la realizadora, así como muchos aciertos en este film, lamentablemente los aciertos nos obligan a no conformarnos y esperar que la próxima película sea un nuevo salto hacia adelante.
Brindis de amor. La La land es la película del momento, sus premios y nominaciones la han vuelto una cita obligatoria para espectadores, críticos, comentaristas, gente de los medios y, si la rueda sigue avanzando, cientos de otras personas que desde sus disciplinas se acercarán a opinar, como suele pasar cuando una película se transforma en un fenómeno que la excede. Es la candidata ideal para la insufrible e intolerable pregunta anual de ¿Era para tanto? Pregunta que no tiene respuesta, pregunta que surge cada vez que entra en el radar una película que no suele aparecer frente a los ojos de tantos espectadores. Todo esto no es la película sí mismo, todo esto es lo que la rodea. Así que pasemos a lo que sí es, a lo que se está en la pantalla. La La land es una película conectada con el cine y con la música. Es un film musical, no es un musical clásico porque hay demasiadas referencias al mundo exterior, hay demasiadas opiniones sobre ese mundo y los artistas. Tal vez a nadie le importe en lo más mínimo si es clásico o moderno. ¿Por qué habría de importarle a la gente que la protagonista hable de La adorable revoltosa o Tuyo es mi corazón, dos películas que fuera de la cinefilia nadie recuerda? Ahí está Casablanca, por si acaso, la cita más fácil posible de la cinefilia mundial. Si conocen una película del Hollywood clásico, probablemente sea Casablanca. Hay que admitir que la elección de Rebelde sin causa también es buena, porque es uno de esos films cuyo título la gente le gusta usar y su poster adorna paredes por todo el mundo, aun cuando hoy por hoy prácticamente nadie la haya visto o sepa algo de la película. La más perfecta de las estructuras es la base del guión de La La land. Ella es una aspirante a estrella de Hollywood que trabaja en una cafetería, él es un músico de jazz que sueña con tener su local propio para tocar y difundir la música que más le gusta. Se van a conocer y se van a enamorar, a pesar de algunos conflictos iniciales, como también corresponde a la más básica de las estructuras. Alrededor hay gente mala que no los valora ni los respeta, el mundo de sus sueños parece desmoronarse, pero ellos no se rinden. Más clásico imposible, más básico no podría ser. Todo eso funciona a la perfección en la película, todo es luminoso, emocionante, brillante, bello. Por qué así era el Hollywood clásico y todas las cinematografías que lo imitaron. No faltan las canciones, la magia, los colores, el Cinemascope, la ilusión, el artificio, la felicidad. Pero entonces cuando ellos van a besarse en la oscuridad de la sala donde ven Rebelde sin causa la película se corta. Es un anticipo de lo que está por venir, pero solo eso. La escena que sigue es más grande que la vida. La belleza alcanza su punto más alto. Es el momento en el que uno espectador que sabe de cine empieza a preocuparse, porque la película aun no hay desplegado todo su juego, aun cuando lo haya anunciado. No por error, sino a propósito, la película describe enamoramiento y llega a su clímax en la mitad de su relato. Pone en imágenes la belleza del amor. Es obvio que tiene que surgir un conflicto. El tráiler de la película era tan maravilloso y feliz que la tercera vez que lo vi pensé que había algo escondido, que los premios no podrían llegar en manada sino hubiera una vuelta de tuerca amarga. No me equivoqué. La La land era desde el comienzo una película que buscaba ir por el camino no del musical clásico, sino del musical moderno que homenajea al clásico. El ejemplo más cercano, el más claro, el que casi ubica a La La land como una remake, es el cine de Jacques Demy. Entiendo que los críticos somos excesivamente puntillosos con la película, pero es la película la que primero invitó a reflexionar y cuestionar todas sus formas. No es un buen camino –en este caso- enredarse con interpretaciones rebuscadas y pasar por alto lo que disfrutamos al verla. Como musical La La land está bien, porque no buscar ser una de esas monstruosidades europeas que utilizan el musical para cosas horribles. En ese sentido, la película se ubica cerca de Jacques Demy pero también –y aunque apenas hizo musical- de Woody Allen, el cineasta que ama tanto a Hollywood clásico como al cine europeo. Pero acá les paso un dato: Los que se dicen fanáticos de Woody Allen ignoran casi siempre las raíces hollywoodenses del director de Todos dicen te quiero. Y la sensación que uno tiene viendo La La land es que a Chazelle no le alcanza con amar a Vincente Minnelli, Stanley Donen, Gene Kelly, Fred Astaire y Ginger Rogers. Nuevamente estamos hilando fino, lo sé. ¿Cuántos espectadores que irán a ver La La Land han visto alguna película de ellos o protagonizada por ellos? Tampoco importa, pero igual no puedo evitar hacerme la pregunta. Los musicales son históricamente el territorio de la felicidad, de la fantasía, del sueño, son históricamente el género en el cual los espectadores se refugian de una realidad gris, triste, peligrosa. Hay varios musicales que saben es así y lo explotan al máximo. Los paraguas de Cherburgo de Jacques Demy (La La land es muy parecida) es la respuesta a cómo hacer un musical clásico y un melodrama y que funcione, la combinación de luz y sombra en un perfecto mundo de color. Podríamos citar otros casos, pero no vale la pena, quien conoce de musicales, sabe que los hay. Sin embargo, acusar a La La land de tantas cosas es caer en la cinefilia enojada con las películas que hablan sobre cine. La única objeción que quisiera destacar es cierta autoindulgencia y demagogia que la película tiene con la industria del cine. Entre muchas otras cosas, La La land parece hecha para la industria del cine, para que todos los que hacen cine y eligen premios de cine se sientan endulzados por la película. Si una cosa amorfa y horrible como El artista pudo ganar el Oscar, ¿Por qué no habría de hacerlo una gran película como La La land? Aun con sus defectos la película funciona, avanza, se impone. Y lo que importa no es su agenda, sino los resultados en la pantalla. Cómo postura de vida yo pienso que no hay que tener conversaciones con gente que dice que no le gusta el cine musical o cualquier otro género cinematográfico. Quien ama el cine ama los géneros, si no es así, tal vez se equivocó de arte. La La land es un musical hecho y derecho, con vida propia. Con una primera parte arrebatadora, luego un paseo por un camino más triste y gris y luego la recuperación de todo lo hecho al comienzo, aunque ya sabiendo más cosas sobre los personajes y su vida. A diferencia de la citada Los paraguas de Cherburgo, acá los protagonistas finalmente reconocen que su amor terminó, pero ambos consiguieron exactamente lo que estaban buscando al comienzo de la historia. El final es agridulce, pero no amargo, no es deprimente, es melancólico. La película del momento siempre nos empuja a la sobre interpretación. Frente a la duda yo elijo admitir lo que me pareció de primera mano, sin sospechas. Lo que me dice es lo que acepto, y no lo que yo creo que secretamente. No conforme con esto, la vi por segunda vez y, como suele pasar, me pareció exactamente lo mismo. Es un bello musical, dulce y melancólico, donde dos opuestos se conocen, se aman, se ayudan a cumplir sus sueños y se separan. Lo agridulce a veces funciona bien, como es el caso de La La land.
SENDAS TORCIDAS. Hay alguno único y movilizador en la filmografía de Ben Affleck. La potencia moral de su cine se mueve en carriles no habituales para la producción cinematográfica actual. Sus personajes protagónicos -en tres casos interpretados por él, pero en su primera película por su hermano Casey- se enfrentan a dilemas morales y a decisiones que más tarde o más temprano tienen un precio. Salgan victoriosos o no tanto, ninguno puede salir indemne. Sin duda el más feliz de todos sea el de Argo, su película menos melancólica y oscura. Pero en su cine la vida siempre enfrenta a las personas a las decisiones que lo definen todo. Por supuesto que es cine y por lo tanto esas decisiones morales son notables e incluyen drama, violencia y muerte. Acá estamos lejos de la ambigua simpatía que sienten por los gángsters o los violentos otros cineastas. Joe Coughlin (Ben Affleck) va mucho más allá de los personajes, en él el realizador transmite su mirada del mundo, su idea del mundo. Como siempre en Affleck, nada es gratuito, ningún acto carece de consecuencias. Cuando la nobleza es recta, el triunfo es grande, pero cuando en el camino el personaje antes de decidir lo correcto atraviesa un infierno, el precio finalmente lo pago. En Gone Baby Gone, The Town y Live By Night el protagonista debe vivir con las consecuencias. En The Town una frase define al personaje protagónico: “No importa cuánto cambies, todavía debes pagar el precio por las cosas que hiciste. Así que es un largo camino. Pero sé que nos veremos nuevamente, de este lado o del otro”. Esta mirada de una segunda oportunidad tiene clara connotaciones religiosas, pero acá el camino de la redención debe completarse en esta vida. “Este es el paraíso, aquí mismo. Estamos en él ahora.” dice el personaje de una actriz frustrada devenida en poderosa oradora religiosa que termina admitiendo que no sabe si existe Dios, que ojalá exista. Sin duda se ven elementos en común entre los cuatro films de Affleck pero también en el material que da origen a Gone Baby Gone y Live By Night, que son dos libros de Dennis Lehane. Se parecen mucho –más allá de las muchas diferencias, claro- los desenlaces de ambos films. La frase de The Town se podría aplicar a ambos films, podría cerrar ambas películas, aunque la marcada diferencia religiosa saltaría a la vista. Como director Affleck prefiere contar historias intensas con un estilo completamente clásico. No asoma ni el más mínimo vestigio de cinismo en su cine, no hay un humor burlón que permita distanciarse emocionalmente. Hay una fuerte moral y convicciones que podrían ser consideradas fuera de moda. Sus películas son sobre la decencia y hacer lo correcto. Bajo el amparo de los géneros la historia conduce por caminos que obviamente no pueden ser tomados literalmente. Live By Night no es un film sobre gángsters, sino con gángsters. Gángsters es el género, los temas son universales y no pueden dejar indiferente a los espectadores. Quien prefiera no verse reflejado en nada, podrá escudarse en el género, pero lo más enriquecedor es buscarse en los dilemas del personaje principal. Lo mismo que ocurría en los tres films anteriores dirigidos por Ben Affleck. Tan sobrio y tan sólido es el trabajo de Ben Affleck como actor y aun más como director que podría cualquiera caer en el error de no resaltarlo. Como actor ha logrado un estilo al que años atrás parecía no llegaría jamás. Como director es de un clasicismo impecable, a la altura de los maestros del cine clásico de las últimas décadas y claramente por encima de todos los demás directores de narración clásica surgidos en el siglo XXI. La firmeza con la que resuelve cada escena, desde los diálogos a los momentos de acción, lo hacen ver como un director veterano que hace décadas que filma. Aun en su cuarta película me sigue resultando admirable. Y aunque las varias conexiones con cineastas clásicos como John Ford aparezcan, Affleck no permite jamás que estas le ocupen un espacio central, son solo las conexiones subterráneas que le dan más solidez a su cine. El cine es cine por maestros como Ben Affleck.
La visita. Connor (Lewis MacDougall) es un niño de tan solo doce años que atraviesa toda clase de angustias y dolores. Sus padres se han separado, él es el gran aliado de su madre en la casa, pero ella tiene un cáncer terminal y día a día se deteriora su cuerpo. Su padre distante y frío, su abuela estricta y enojada con la vida por la enfermedad de su hija, un colegio donde Connor sufre bullyng, todo hace que la vida del niño sea agobiante. Hasta que el monstruo del título comienza a visitarlo. Amenazante en un principio, el gigantesco personaje promete contarle a Connor historias que prometen dejarle una enseñanza. La película transcurre entre ese universo de fantasía y la más cruda y triste de las realidades. En esta nueva película del director español Juan Antonio Bayona se combinan sus dos características principales: Un refinado estilo visual de aires gótico como los de su obra maestra El orfanato y el gusto por el melodrama sin mucho pudor, como en su siguiente película Lo imposible. En aquellos dos films y en este, la relación de la madre con su hijo es el eje alrededor del cual giran los conflictos del film, más allá de las diferencias entre cada una de las películas. En Cuando un monstruo viene a verme lo principal es la madurez del niño que necesita despedirse de su madre. Aunque la separación de los niños de su madre es el tema principal de muchos cuentos de hadas, acá la separación es obligada por la enfermedad de ella. Cuando un monstruo viene a verme es de una belleza visual que impacta. Bayona y su equipo consiguen conmover estéticamente. Cada uno de los relatos del monstruo así como también cada una de sus apariciones es algo memorable. Las otras escenas, las realistas, tienen una delicadeza visual también digna de ser mencionada. El problema de la película es que cuando abandona la protección del género cinematográfico fantástico y pasa al melodrama el tono es excesivo y cargado de crueldad cinematográfica. No es lo que le pasa al protagonista, es como lo muestra. En El orfanato el género cubría a todo el relato y dentro de sus reglas el pudor del espectador no se veía atacado. Acá, al separar la historia en dos niveles (tres en realidad, si contamos los cuentos) deja desamparado un sector del relato y esto manifiesta trucos y recursos menos nobles y sofisticados. A pesar de esta objeción, que no es menor, como comprobarán los que vean la película, la película se impone desde lo visual. Conmueve en imagen y hace llorar con los golpes bajos. Son dos emociones distintas que tal vez no podamos separar por momentos, pero desequilibran todo este bello y triste relato.
Fuera de campo. Cuatro amigos se reúnen para ver la final del Mundial de fútbol Brasil 2014, disputada por Alemania y Argentina. Más que un encuentro es un reencuentro, ya que por circunstancias que se irán conociendo poco a poco, los cuatro amigos no se habían visto por un buen tiempo. El partido que deja a una ciudad desierta es el marco en el cual los cuatro personajes comenzarán a charlar y enfrentarse con cuentas pendientes propias y ajenas. La duración del partido, entretiempo incluido es lo que dura la historia. A medida que pasan los minutos y mientras fuera de cuadro ocurren los momentos más importantes de la final, surgen conflictos cada vez más fuertes, dejando atrás la charla relajada del comienzo. Los guionistas y directores Diego Bliffeld y Nicolás Diodovich hicieron esta película donde todas las acciones principales ocurren en un solo escenario y donde la tensión no decae en ningún momento. Lejos de la perezosa lectura de teatralidad que suelen atribuirle a estos films los espectadores y críticos, Línea de cuatro aprovecha al máximo las posibilidades cinematográficas. El guión podría transformarse eventualmente en una obra de teatro, pero la película no. El trabajo de cámara y el montaje muestran habilidad para contar con cine, para que las expresiones se vean a través del lenguaje del cine. No hay primeros planos en el teatro ni la fragmentación de que da el montaje cinematográfico, esto es cine. El fuera de campo es clave no solo por el partido, sino también por los llamados telefónicos que reciben y hacen y un quinto amigo que no está pero su presencia es en definitiva lo que hace que toda la tensión estalle. Línea de cuatro no se desvía de su objetivo ni contradice su planteo, no traiciona tampoco el lenguaje del cine y finalmente consigue que nos interese lo que le ocurre a sus personajes y las consecuencias de cada una de las palabras que dicen.