CABALLEROS DE METAL. No hay una sola película de la serie de película Transformers que sea buena. Algunas son menos insoportables que otras, casi todas resultan eternas, pero a ninguna parece preocuparle en lo más mínimo alcanzar una buena calidad. Un estudio futuro podrá hacernos notar que entre todas ellas hay una mejor que otra o que incluso alguna lograr ser considerada tolerable, pero ojalá no me toque a mí hacer dicho estudio, la sola idea de volver a verlas ya me produce malestar. Pero acá estamos de nuevo, nada menos que con la quinta de las películas de este tumulto cinematográfico basado en unos juguetes muy populares. La trama empieza con los caballeros del Rey Arturo, esperando la ayuda de Merlín quien les ha prometido hacer su magia para permitirles una batalla desigual. Claro, acá aparecen los transformers, al igual que lo harán durante la Segunda guerra mundial. Hay que reconocer que los primeros minutos de cada película de los Transformers suelen ser los mejores, porque el cuerpo del espectador aun no está agotado, el interés está en su punto más alto y, seguramente, porque una vez sentados a ver una película uno hace lo posible para que le guste. El esfuerzo durará solo un rato, tal vez menos de media hora, y luego quedan dos horas más por tolerar, cada vez con más caos, ruido, escenas patéticas y un sinfín de absurdos que no resultan simpáticos o aceptables, aun dentro de la lógica del film. Los efectos especiales, por momentos memorables, también van agotando la paciencia hasta convertirse en un montón de basura en movimiento, sin que esto sea tomado como algo peyorativo, realmente parecen el producto de una compactadora. Pero nadie le podría decir a Michael Bay, uno de los mayores responsables –sino el más responsable- de los creadores de estas películas, que se ha equivocado, porque el éxito y la coherencia de los defectos de estos títulos indican que hay mucha convicción en estos mamotretos. Sé que no son pocos los que encuentran algo de humor autoconsciente en estos films y están convencidos de que Bay juega un juego más complejo del que se ve a primera vista. Yo entiendo que hay algunos excesos que parecen demostrar esto, pero son solo chispazos dentro de productos muy mediocres. El humor por momentos parece burlarse, incluso con enojo, de lo que las películas proponen, pero eso no parece ser una virtud. Cada exceso le juega a favor, eso está claro, pero no parece ser la apuesta real de cada relato. El mal gusto de Michael Bay a nivel estético, algo así como un Tony Scott sin gracia, invita por momentos a sonrojarse y sentir vergüenza, por eso el humor le funciona mucho mejor que la supuesta emoción que intenta explorar en otros pasajes de la historia. Transfomers: El último caballero es la quinta película y es posible que haya más. A diferencia de otras sagas, cuyo mejor ejemplo es Rápido y furioso, esta franquicia no parece reinventarse o encontrarle una vuelta de tuerca, por lo que es probable que siga la misma línea hasta que el público le de la espalda y todo termine.
OTRA VUELTA DE MÁS Trato de recordar que pasaba en Cars 2 y no logro hacerlo. Sí, claro, lo busco en Internet y listo, pero la sensación inicial es que esa segunda parte no tuvo ningún sentido y por eso esta nueva secuela intenta hacer caso omiso y meterse de lleno en el espíritu de la película original. Pero la película original, un film deportivo de manual, tampoco era de lo mejor de Pixar. Cars 3 es menos de lo mismo, o la mera repetición del esquema. Rayo McQueen está viejo, la tecnología ha avanzado y un recambio generacional se impone. Ese es el tema de la película, un tema interesante sin duda pero que la película solo anuncia sin profundizar nunca en él. Por momentos más parecida a las secuelas de Rocky que a la propia serie de Cars, la trama ofrece todo lo que buscan los fans pero sigue siendo repetición, no aporta nada nuevo, la rutina se apodera una vez más del cine de animación actual. La perfección de la mítica Pixar hace rato que quedó atrás y esta es una nueva prueba de ello.
MUERTOS DE ABURRIMIENTO. Cantantes en guerra es una nueva comedia protagonizada por Pedro Alfonso y José María Listorti, un dúo cómico que ya trabajó en Socios por accidente y Socios por accidente 2. El título que promete más de lo que pasa en la trama cuenta el distanciamiento que se produce en un dúo musical, catapultándose uno al éxito y el otro a una vida sin fama como profesor de música. Las vueltas de la vida y del muy pobre guión los enfrenta para que aquella distancia se transforme en una nueva competencia, aunque difícilmente una guerra. No hay guerra, no, pero lo malo es que tampoco hay comedia. Si Socios por accidente era una película mala pero bien intencionada, con esfuerzos por hacer un producto digno, su secuela mostraba agotamiento y apuro. Este nuevo film está notablemente por debajo de aquellos dos títulos y carece de simpatía, de timing, de buenos chistes. Incluso los actores parecen algo decepcionados en cada escena, donde una actuación por debajo de un mal programa televisión hace difícil pasar los minutos que dura la película. Para peor, una supuesta línea emotiva o dramática quiere darle vida a una trama sin gracia. También hay canciones, todas malas, pero dentro de ellas la mejor es la que se supone que es más berreta, son las otras las que producen vergüenza ajena. El cine argentino hecho para vacaciones no ha sido históricamente el mejor ni el más digno, pero aun dentro de ambiciones pequeñas se podría hacer algo más divertido y efectivo. Más que ausencia de talento es posible que haya falta de esfuerzo. Como sea, solo se puede juzgar el resultado y, en este caso, es verdaderamente pobre.
SIN CINE. Este éxito descomunal del cine italiano, ganadora de muchos premios en su país, se destaca básicamente por dos cosas: en primer lugar por su extraordinaria incapacidad por destacarse, ya que no hay un solo plano en la película que posea el más mínimo interés; y en segundo lugar por un ofensivo y nada pudoroso desprecio por el lenguaje del cine y su naturaleza. El grupo de amigos que se reúne a cenar remite sin ninguna vergüenza a las más obvias y mediocres obras de teatro de hace cuatro décadas atrás y hoy, aun en teatro, serían una acumulación de lugares comunes abrumadora por lo mala. El desafío que se plantean es dejar los teléfonos en la mesa y atender y hacer público todos los llamados y mensajes que reciban durante la cena. Con esta consigna la película se lanza al vacío de la verdad de Perogrullo y un campeonato mundial de obviedades. Todo lo que usted puede imaginar pero no creía que un film podría reunir a esta altura de la civilización se reúne acá para asombro del cinéfilo y perjuicio de su integridad estética. La inercia de aceptar sin objeciones cualquier cosa podrá hacer que algunos espectadores se dejen llevar, pero no puedo hablar en nombre de ellos, solo lo sospecho por el insólito éxito que tuvo en su país de origen. No, no faltan las obvias infidelidades, los embarazos y, porque no se privan de nada, el personaje gay, que ha sido sacado del arcón de los recuerdos para completar el cóctel más insoportable que nos toque ver en este año. Lo único rescatable: comen unos ñoquis que parecen estar muy chicos. Lástima que ni ellos ni nosotros podamos disfrutarlos.
LA MUERTE DE ARTURO Tal vez El Rey Arturo no sea la peor película del mundo, seguro no lo es, pero es un verdadero ejemplo de cómo se puede producir con mucho dinero y una enorme producción, una película vacía, tonta, carente de sentido y temas. Guy Ritchie no tiene la más remota idea de qué hacer con un material bueno, previamente creado por el talento de otras personas o por una larga tradición cultural. Las películas de época no son lo suyo y toda su fama de director se origina en películas que son puro movimiento, probablemente vacuo también, pero donde el movimiento en sí mismo y el esteticismo eran en sí mismo el sentido de sus films. La gracia de aquellos primeros títulos desaparece en sus nefastas adaptaciones de Sherlock Holmes y ahora con este mamotreto bobo construido en base al nombre del Rey Arturo. Juegos, trampas y dos armas humeantes, Snatch: cerdos y diamantes y, un paso atrás, Revolver y Rocknrolla pertenecen a un mundo cinematográfico que particularmente no me gusta pero al que reconozco como propio del director. En los dos films de Sherlock Holmes se busca conectar al personaje creado por Arthur Conan Doyle con ciertos aspectos estéticos de los films mencionados, y por breves instantes, aun disparatados, se logra. En El Rey Arturo todo es tan forzado, carente de coherencia y fuerza, que en los primeros minutos ya nos damos cuenta que todo el proyecto ha sido un desastre. La maldición del cine es que cuando las cosas salen mal hay que seguir adelante, vender y promover un monstruo sin cabeza por todo el mundo, aun cuando sea una vergüenza para todos los que participaron de ella. No es condenable, e incluso es saludable, que El rey Arturo: La leyenda de la espada no tenga la más mínima intención de respetar la Mitología Artúrica. De hecho, la propia mitología tiene contradicciones y diferentes versiones a lo largo de los siglos, desde la Vulgata en el Medioevo –que abrevó de una larga tradición oral- hasta el respetuoso Arturo de John Steinbeck o la versión feminista de Marion Bradley y Las nieblas de Avalon. La versión libre no tiene ninguna consecuencia en los resultados artísticos, esto, simplemente da cuenta de que no hay intención de adaptación fiel o cercana. La batalla del inicio, fea en todo aspecto, con efectos especiales muy poco auténticos, se nota que la desmesura absurda e inverosímil (aun para el género, aclaremos) busca acercarse a films como El señor de los anillos pero sin pie estético o moral alguno. Queda claro que nunca se sabe hacia dónde va el film. Ni la posible raíz histórica oculta detrás de las leyendas de Vortigern y Arturo es utilizada o explorada. Luego veremos a un Arturo criado “en las “calles”, un pícaro, un autodidacta, un marginal que podría haber salido del mundo contemporáneo. Ritchie busca emparentar al personaje con el de sus films, no hay duda y no es en sí mismo algo malo. El problema es que no funciona. El Rey Arturo no es el personaje para que esto sirva, este pastiche no logra obtener identidad ni vida propia. El afán de modernizar la historia y volverla anacrónica no se consigue. Un buen ejemplo de cómo hacer esto bien sería Corazón de caballero de Brian Helgeland, comparar El Rey Arturo con este film es la mejor manera de ver que sí se puede hacer algo creativo, moderno y con buenos resultados. Aunque quiera poner algún chiste, la película de Ritchie está llena de solemnidad en su afán de ser explicativa y llevar a Arturo a terapia más que al mundo de la épica. Las explicaciones son tan tristes y pobres que se vuelven patéticas. Lo que si respetaron fue la presencia de la espada Excalibur, aunque que, mal de males, el momento de la espada en la piedra es posiblemente el menos logrado de toda la película. Hacés un film del Rey Arturo y no podés resolver el momento de la espada en la piedra… no se diga más, la historia no tiene arreglo a partir de ese instante. Y finalmente la catástrofe estética de toda la película es el uso bobo de flashbacks, flashfordwards, cuya utilidad es nula y solo consigue que sean gags narrativos. Las secuencias de montaje, también son torpes, televisivas, y en un momento vale la pena preguntarse si no le hubiera quedado mejor a esto ser una serie de televisión, tal vez algún día lo sea. Dicen que el plan era hacer seis películas. Es mi esperanza que no pase, pero eso está solo en manos de la taquilla, no depende de opiniones. A veces simplemente las películas salen mal, incluso para sus propios planes, El Rey Arturo es una catástrofe cara, fea, torpe, veremos qué lugar ocupa en la historia.
Conoce a tus parientes. La historia de Huye podría ser la de una comedia dramática con comentario social si la premisa del comienzo no comenzara a torcerse en otra dirección. Como ocurría en la legendaria ¿Adivina quién viene a cenar? un joven negro debe conocer a la familia de su novia blanca. En aquella comedia brillante todos los prejuicios de un lado y del otro se exponían para finalmente cerrar con un discurso optimista contra el racismo. Pero claro, esta película se llama Huye y obviamente el clima no será el de la comedia, aun cuando la película tenga sus toques de humor. Cuando la joven pareja viaja a la finca que tienen lejos de la ciudad los padres de ella, un incidente menor pero sangriento con un animal en la ruta es el primer indicio ominoso del peligro que se avecina. Cuando conozca finalmente a los padres, el protagonista tendrá la tensión propia de conocer a una nueva familia, pero también elementos inquietantes que la rodean. Los empleados que trabajan para ellos, todos negros, son el primer comentario que la película lanza al mismo tiempo que algo que incomodará al joven protagonista. Quien no quiera saber nada de la trama puede dejar de leer acá. Luego de las primeras escenas, todavía dentro del terreno del realismo, se comienza a develar una trama siniestra y una conspiración que no se sabe hasta dónde llega. El terror y la ciencia ficción se unen en un guión muy sólido, no solo porque logra que lo inverosímil se vuelve creíble, sino porque cambia de género con una efectividad absoluta. Para cuando el juego haya sido desplegado del todo, el espectador ya comprará todo lo que la película le propone. Pero también el guionista y director pone especial énfasis en una puesta en escena, en un tiempo para el relato que muestra un excelente pulso para el género. Escenas que no tienen en un comienzo explicación logran perturbar y generar el clima adecuado, ya no solo para el perfecto entretenimiento sino también para el cuestionamiento de una sociedad racista en general. Como en muchos otros films del género, esa sociedad cerrada a la que accede el protagonista, es la metáfora de la ideología de ciertos grupos que forman parte de la sociedad en la que vivimos. El encierro en el cual transcurre la trama es una metáfora del mundo y los planes del grupo no son otra cosa que un cuestionamiento de una ideología imperante durante muchos tiempos que aún subsiste en muchos lugares. La combinación género con lectura social le queda muy bien a la película, que bien podría pertenecer a aquellos films paranoicos de fines de los 60 y primera mitad de la década del setenta. En todos los aspectos, Huye es una gran película.
Un poco de comedia Esta comedia espacial sin mucha intensidad, que apuesta siempre a la ligereza, se mete en problemas cuando quiere avanzar en los plagios a mejores películas. Su simpatía es limitada y podría, con suerte, ser una serie de televisión de esas que pasan sin pena ni gloria. No significa que la película sea indignante o molesta, simplemente se regodea demasiado en la autoconciencia y su ligereza no es tanto una idea del mundo como un distanciamiento cínico para no tener que ocuparse de algún tema en serio o tratar de construir algo. En esta secuela la comedia se le da importancia a la comedia y la acción pasa a un plano menos protagónico, aun cuando hay varias escenas de esas que aburren en su confusión y exceso de efectos visuales. Efectos visuales que permiten construir personajes como Baby Groot y que podrían ayudar al relato, pero son tan feos que terminan por agotar. El universo Marvel, cuya excesiva presencia hace rato que agotó sus posibilidades, sigue con su gran plan de muchas películas que durante todo el año sean las reinas de la taquilla. Algunas son buenas, otras son malas, definitivamente son demasiadas. Guardianes de la galaxia tiene muchos admiradores y goza incluso de prestigio crítico, por lo cual nos dejan en claro que habrá una tercera y, por supuesto, es deseable que sea un poco mejor que sus dos predecesoras. Las canciones muy lindas, sí, pero se pueden escuchar sin necesidad de pasar dos horas viendo esta película.
La Santísima trinidad Hay películas malas, hay películas que son tan malas que asombran. Pero también hay películas que no son otra cosa más que el vehículo para un film de propaganda religiosa. Para quienes no formen parte de ese fervor religioso, un film como La cabaña es simplemente una película imposible. Imposible de tolerar, con alegorías de grueso calibre y golpes bajos que asombrarían al más vulgar de los guionistas televisivos. Como ya fue dicho, este film de inspiración cristiana tiene un público concreto al que va destinado y para el cual fue producido. No es esto algo malo ni mucho menos, simplemente es el resultado lo que inquieta. Los católicos acusan al film de ser demasiado evangélico, al menos eso se lee en algunos comentarios. Un film malo es malo más allá de su mirada del mundo. La tragedia que atraviesa el protagonista, la desaparición de su hija más pequeña y la sospecha de que ha sido brutalmente asesinada, es el comienzo del relato. Años más tarde, aun con su vida destrozada, él recibe una carta para ir a la cabaña del título del film. Allí se encuentra con Dios, o más exactamente con la santísima trinidad. De ese encuentro saldrán las reflexiones más importantes de la película. Para decirlo de forma simple y abreviada: nada de lo que pasa allí tiene la altura o la sutileza como para que valga la pena sumergirse en un film de esta clase. La religión no es enemiga del buen cine, quien diga lo contrario está equivocado. Pero no hay manera de que sea la religión el argumento para defender un bochorno de estas características.
Psicoanalista y detective El psicoanalista que lleva adelante la trama de Los padecientes funciona como el detective privado de una novela negra. Le ofrecen que ayude en un caso, pero ese caso se transforma luego en algo mucho más complejo que lo supera. Lo que su “clienta” le pide es que evalúe la salud mental de su hermano. El padre de ambos ha sido asesinado y de encontrarse inimputable al joven, todo terminará ahí. Pero no es una sorpresa que el psicoanalista descubre que tal vez haya algo más que eso. La primera parte de la película muestra prolijidad estética, actuaciones algo acartonadas y diálogos poco verosímiles. No es el policial negro un género que se caracterice por el realismo, así que no tiene que ser este conjunto de detalles algo molestos lo que afecte a la película. La falta de humor y falta de chispa en diálogos y situaciones sí que es algo que va volviendo a cada minuto más pesado el relato. No es necesario ser solemne para contar una historia muy dramática. Tampoco es obligatorio serlo, pero cuando el espectador tiene tiempo para pensar en diálogos, verosimilitud y demás elementos de una película, entonces algo no está funcionando. La pesadez y la solemnidad crecen en la segunda parte del relato. La trama policial no ofrece sorpresa alguna, si hay algo que se puede decir de dicha trama es que es absolutamente previsible. Cuando el drama crece las actuaciones, casi todas ellas, muestras sus limitaciones y pasan de ser acartonadas a ser imposibles. Son los diálogos los que comienzan a tomar un protagonismo que no ayuda. Las frases que dicen los personajes no suenan a cine, son imposibles por lo desubicadas, por lo carentes de autenticidad cinematográfica. Todo empieza a hacer ruido. Entonces los actores, llevados a un esfuerzo más allá de sus posibilidades, deben cargar el peso de un guión poco inspirado como policial y unos diálogos que no ayudan a nadie. Se necesita mucha paciencia y una gran complicidad para hacer caso omiso de todo lo que Los padecientes hace mal. Ni con la mejor buena voluntad se logra sobrellevar la vergüenza ajena no intencional que se produce hacia el final. Las películas no empiezan en el rodaje, empiezan mucho antes, con la realización del guión. Una vez que eso no funciona, no hay director o montajista que pueda hacer algo por salvarlas. Este es un claro ejemplo de ello.
El maratón de Boston. El problema de las películas basadas en hechos reales, más aun cuando se trata de hechos trágicos y recientes, es como esos hechos, conocidos por todos, pueden afectar el resultado artístico de la obra. Día del atentado cuenta lo ocurrido durante el maratón de Boston en el año 2013, cuando dos hombres hicieron explotar dos bombas caseras al costado del último kilómetro de la carrera. El maratón de Boston, que se corre en lunes feriado de Patriot´s Day, es el maratón más antiguo en actividad que hay en el mundo y uno de los eventos de dicha disciplina más importantes que existen. Atletas de todo el mundo participan de esta carrera a la que solo se puede ir clasificando por tiempo o por invitación. El atentado, que costó varias vidas, desató una búsqueda veloz de los culpables que también se convirtió en parte de la historia. ¿Pero había en este evento una película que valiera la pena contar en forma de ficción? La respuesta que da Día del atentado es que sí. Por supuesto que la historia es interesante, dolorosa, impactante, pero el cine de ficción tiene reglas y no todos los eventos, por más importantes que sean, se convierten en un gran film. De hecho, hay cientos de ejemplos de cómo se hacen malas películas con grandes historias. Peter Berg, un director con algunos buenos films en su haber, tuvo que aunar dos guiones: por un lado el lado dramático de la historia y por el otro la trama policial. Para completar la efectividad, el personaje protagónico de Tommy Saunders (Mark Wahlberg) es un personaje de ficción que reúne a varios policías de la vida real que formaron parte de los eventos. Esa decisión demuestra cuanta importancia le han dado a la construcción cinematográfica sin traicionar el espíritu de la historia. El drama es intenso, impactante, y Berg no es pudoroso a la hora de describir la dureza del momento del atentado. Pero la trama policial es la que hace la diferencia. La película no tiene una o dos escenas de suspenso, sino muchas, y todas son de una tensión muy alta. Sepa el espectador algo sobre la historia o la ignore por completo, el relato es apasionante. No hay manera de distraerse, el ritmo del film no le impide ser muy dramático, al contrario, pero está claro que es lenguaje del cine de género lo que le permite cumplir con objetivo de hacer una gran película. Pasó muy poco tiempo desde aquel día trágico, pero la respuesta de la ciudad de Boston fue tan contundente que ya se pudo hacer una película (más de una en realidad, porque Stronger, otro film sobre el atentado ya fue filmada) sin que sea una herida abierta. La solidez de los actores, la habilidad para reconstruir aquellos eventos, el pulso para el drama y la acción policial hacen de Día del atentado una película impecable, sin fisuras. Si Día del atentado no fuera tan buen policial, seguramente sería una película pesada, solemne, sentenciosa. Pero si no fuera tan dramática, tan contundente y tan clara en los eventos que toma, sería una película de acción algo irresponsable. Es saludable que la película elija la fusión de ambas cosas, porque consigue con creces que ambos aspectos se potencien mutuamente.