El regreso del peor costumbrismo Al enorme placer que resultó ser el primer film de Gustavo Taretto, Medianeras, se le opone la enorme decepción que significa su segundo largo, Las insoladas. Aquel primer film era divertido, original, lleno de ideas de guión y también visuales. Acá ese aprovechamiento del espacio deviene en una rutina difícil de llevar adelante, repitiéndose en un sinfín de planos feos, que no lograr pegar en el montaje, agotando las ideas en los primeros minutos del film. Seis amigas pasan un día en una terraza en el centro de la ciudad. Durante ese día charlan sobre diferentes temas, anticipan el concurso de salsa en el que participarán a la noche y planifican un viaje a Cuba para el año siguiente. Todo esto transcurre en la década de los noventa, y aunque son pocos los comentarios políticos tal vez se pueda intentar una mirada política sobre aquellos años. Mirada crítica, contraria, que muestra aquellos años como superficiales y tontos. Con sueños burgueses. Pero no sé si es lo más acertado exigirle una lectura política minuciosa de aquellos años a esta película. Y lo que vuelve difícil una mirada precisa es que la película no produce suficiente material para el análisis político. Y lo que la convierte en la década del noventa es su iconografía y los diálogos, no una lectura profunda. Una de las chicas nombra al presidente Menem y todas las demás se tocan un pecho porque dicen que trae mala suerte. Sin duda es un pensamiento mágico, banal, que las ubica a todas en un lugar de tontas. Y la verdad es que las seis protagonistas son, en esencia, un despliegue de idiotez que va de lo un poco idiota a lo inaceptablemente imbécil. Es difícil, casi intolerable, escuchar sus diálogos durante toda una película. Sin espacio, casi, para salir de esa terraza. La vergüenza ajena que producen desde el primer diálogo hasta el último es algo digno de mención. No es culpa de las actrices, sino más bien del guión y la dirección de actor. Una vez más el recuerdo de esa hermosa comedia romántica llamada Medianeras vuelve a aparecer y uno se pregunta porque no mantuvo ese tono. El más rancio de los costumbrismos cinematográfico argentinos aparece en todo su esplendor. El costumbrismo que en este caso se sumerge en lo grotesco, es anti cinematográfico. Los personajes son agotadores, los diálogos imposibles, la situaciones carecen de cualquier interés o complejidad. Y la manera geométrica y fragmentada de filmar de Taretto produce una combinación fatal con esa forma de construir diálogos, situaciones y actuaciones. La pregunta que me queda por hacer es si es intencional el retrato de los personajes o es simplemente un error de todo lo que las llevas a ser así. Creo que el cine argentino ya había superado estas cosas y mi reacción frente a la historia confirma que me había desacostumbrado a esta clase de cine. No es común que me resulta difícil soportar una película cuando voy al cine, pero seriamente se hace muy complicado lidiar con una película así. Las insoladas se hace por momentos eterna, sus seis actrices están encerradas en personajes terriblemente tontos y la película a duras penas consigue un mínimo de empatía hacia ellas. Un mínimo de empatía para un largometraje con solo seis personajes que ocupan la casi totalidad del film y que están todo el tiempo en pantalla es muy poco. Si el director las desprecia o las ama es difícil de saber, lo mismo con respecto a la década que retrata. A juzgar por el efecto que tuvo en mí, yo diría que desprecia a ambas cosas, pero no sé si esa fue la intención. Como nota optimista aconsejo saltearse ese film y ver de nuevo o por primera vez Medianeras, que es una gran comedia romántica urbana.
SUPERANDO EL MURO La ciencia ficción y los universos distópicos al parecer están teniendo un renacer en las nuevas generaciones de lectores y espectadores. Siguiendo la línea de Los juegos del hambre (tanto el libro como las películas) Maze Runner: Correr o morir (2014), basado en el libro The Maze Runner (2009) escrito por James Dashner toma elementos de la ciencia ficción clásica para convertirse en un producto de las nuevas generaciones. Estos libros, muchas veces trilogías, y a veces series de muchos más ediciones, prueban la vigencia de los temas que angustiaban a los lectores desde antes del nacimiento del cine. El protagonista de Maze Runner despierta en una especie de montacargas junto con un montón de provisiones, asciende a toda velocidad hasta llegar a la luz, donde un grupo de jóvenes como él, lo están esperando. El lugar al que llega es un campamento. Su primera reacción es correr, pero pronto descubre que está rodeado de gigantescos muros de piedra. Una sola salida abierta es lo que hay, y dicha salida conduce al laberinto. Laberinto que abre una vez al día y que al anochecer se cierra, dejando sin esperanzas a quien no haya vuelto al campamento donde todos están prisioneros. Las reglas son claras y todos las cumplen. Pero la llegada del nuevo cambiará las cosas. Solo los corredores tienen derecho a salir y explorar el laberinto, pero Thomas –que ha recordado su nombre, aunque no más que eso- está dispuesto a ir más allá que ningún otro. Sin duda hay algo que, para bien o para mal, lo hace diferente. El gran mérito de esta buena película de ciencia ficción es que arranca rápido, que avanza sin problemas y establece todos los conflictos de forma veloz. No se sale ni un milímetro de la narración clásica, pero tampoco se distrae ni abandona al espectador. Desde el comienzo y hasta el final, la película ofrece novedades, sorpresas, no necesariamente vueltas de tuerca, solo cosas nuevas que ocurren y mantienen el interés de una punta a otra del relato. Toda la mirada paranoica y desencantada de la ciencia ficción aparece aquí como en los mejores exponentes del género. La condición de saga, sin embargo, no permitirá desarrollar al máximo todos los temas y como siempre quedará esa sensación de que falta algo propio de estas construcciones. Mientras esperamos más, queda claro que estamos frente a una gran historia, donde los que se quedan quietos, no sobreviven. Donde lo que está realmente a prueba es el espíritu humano para salir, o no, del laberinto.
Sacarle agua a las piedras Aunque Winter el delfín era una película relativamente pequeña, se convirtió en un inesperado éxito y, obligación de los tiempos que corren, derivó en una segunda parte. Pero queda claro que hay películas que no deberían tener secuelas, historias que, buenas o malas, no sirven para ser estiradas más. En lugar de inventar algo nuevo, intentan sacar más dinero de algo que terminan arruinando. Está bien, es posible que esta película pase al olvido rápido y ya no haya una tercera parte, pero igual esa costumbre de la secuela es dañina para el cine. Winter pierde a su madre adoptiva y a riesgo de que la soledad obligue a los integrantes del acuario a tener que sacarlo de ahí, buscan una nueva compañía para el delfín. Si en una película de acción, las secuelas suelen aumentar la cantidad de explosiones, si en una película de superhéroes las secuelas suelen agregar un villano más amenazante, bueno, acá lo único que queda es agregar más drama. Y ese drama que se agrega no encuentra un buen cause, se asoma de forma torpe, sin autenticidad, necesariamente ubicado dentro del golpe bajo. No es que haya especial maldad en el film, sino que no tienen de donde sacar material y ahí es donde las cosas se complican. El elenco sigue siendo lujoso: Ashley Judd, Morgan Freeman, Harry Connick Jr., y Kris Kristofferson sin duda ayudan a hacer más vistosa la historia, pero no tienen demasiado para elaborar a partir de las mencionadas limitaciones. El protagonista, Nathan Nelson, ya no es un niño sino un adolescente, eso cambia también la escala de los conflictos pero no alivia a la historia de sus muchos lugares comunes.
Un film que se hunde en su propio exceso La película dirigida por Miller tiene un reparto multiestelar con caras famosas, en muchos casos irreconocibles por la estética cómic. Las diferentes historias del relato son desparejas y tienen diferente nivel de interés. Del crecimiento de la historieta en el mundo del cine no hay nada nuevo para decir. Año tras año son más los films que adaptan comics, historias gráficas y la influencia del género se ve en muchos títulos. Sin City (2005) y Sin City 2: una mujer para matar o morir (2014) son dos películas que adaptan el trabajo del autor de comics Frank Miller que, junto a Robert Rodriguez, se encargó también de la dirección de ambos films (el primero contaba también con la presencia de Quentin Tarantino). Sin duda, el elemento estético es primordial y en esta nueva entrega se nota desde el comienzo que la película es un cómic que cobra vida frente a nuestros ojos. Pero mientras que cada plano en sí mismo puede ser de una gran belleza y un enorme impacto visual, la suma de estos cuadros no produce el mismo efecto de deslumbramiento. Al contrario, en los primeros minutos el asombro y la maravilla abren paso a un relato que se estanca en su exceso de esteticismo y, aunque parezca insólito, su falta de ideas visuales más allá del recurso ingenioso. Nuevamente estamos frente a una versión exacerbada del film noir, llevada tan al exceso que es casi una comedia. Pero no lo es. Cada personaje es un estereotipo de un estereotipo, a punto tal que produce agotamiento tanto subrayado autoconsciente. Las diferentes historias que conforman el relato se van cruzando en mayor o menor medida y son desparejas y poseen diferente nivel de interés. Femmes fatales, policías corruptos, alcohólicos, perdedores, personajes del policial negro. Siendo el film noir un género tan rico e interesante, Sin City lo arruina al gritar a los cuatro vientos las sutilezas de un género maravilloso y lleno de matices. El elenco multiestelar en el que se destacan Mickey Rourke y Bruce Willis, llena de caras famosas cada escena, pero en muchos casos son rostros casi irreconocibles por la estética mitad cómic y mitad cine que tiene la película. Algunas apariciones especiales, como por ejemplo Lady Gaga, agregan algo de curiosidad pero no mejoran sustancialmente la película. Esta nueva entrega es también en 3D, pero eso tampoco suma y no vale la pena el gasto extra. Quienes se sientan atraídos por el film noir, tienen docenas de ejemplos que valen la pena y que puede remplazar a esta experiencia tan ambiciosa en la teoría y tan poco interesante en la práctica. El cómic tiene mucho potencial para el cine, pero este aun no lo ha aprovechado como corresponde. Veremos si en el futuro alguien da un paso más allá o si sigue flotando en la superficie.
Golpes bajos a la orden del día Esta novela para adolescentes narra la historia de Mia, una joven que deberá decidir entre perseguir sus sueños con la música clásica o ir tras el amor de su vida, hasta que un día el destino la deja al borde de la muerte. Con cierta resignación parece que se acepta que las novelas para jóvenes adolescentes se conviertan más tarde o más temprano en películas mediocres o sin vuelo cinematográfico. Bastaría revisar muchas obras literarias de otras épocas enfocadas a ese público para ver que esto no siempre ha sido así. En esta nueva ola de adaptaciones, ahora llega el turno de Si decido quedarme (If a Stay, 2014), basada en la novela de Gayle Forman, que aquí también es la productora ejecutiva, lo que no suele ser un buen indicio a la hora de llevar un libro a la pantalla. Lo que cuenta la película es la historia de Mia (Chloë Grace Moretz, esforzándose al máximo), quien enfrenta la encrucijada de su vida al tener que elegir entre sus sueños con la música clásica o ir tras el amor de su vida, Adam (Jamie Blackley), cuyos intereses musicales van en línea contraria al conservatorio. El conflicto pasa a un nivel completamente distinto cuando ella sufre un accidente junto con su familia y, estando en el limbo entre la vida y la muerte, es capaz de ver todo lo que pasa, incluso a sí misma en el hospital, luchando por sobrevivir. Esa historia y la que se va enterando a lo largo del relato van haciendo que Mia entienda mucho más sobre ella y su familia. Con recursos de dudoso gusto, con toques melodramáticos muy livianos y de escasa complejidad, la película no ahorra lugares comunes ni evita buscar el llanto fácil de los espectadores. Dependerá de la entrega que tengan el que lloren o no en cada golpe bajo. Dos decisiones son las que Mia debe tomar: si va a vivir a pesar de la tragedia familiar y, en caso de hacerlo, qué rumbo elegirá para su vida. Que Gayle Forman haya escrito una secuela de esta novela no es indicador de cuál es el final del relato, pero sí de que las decisiones no son irrevocables. Demasiada manipulación a la vista hay como para hacer de Si decido quedarme una película memorable. No hay todavía secuela a la vista, pero nunca se sabe qué puede pasar.
LLEGA UN DESCONOCIDO “El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.” Horacio Quiroga De los más de cien estrenos nacionales del año 2014, sin duda El ardor es la mejor. Pensemos en que cientos de películas se cruzan en nuestro camino año tras año, otras miles no se nos cruzan pero están ahí, esperando una oportunidad para que las veamos. Cada día se hace más necesario ser generoso con el espectador, ofrecerle algo que haga la diferencia, que tenga identidad, fuerza, interés de algún tipo y que eso cautive a quien ha decidido pasar dos horas de su vida dedicadas a ver la obra de otra persona. El cine argentino en general suele descuidar al espectador, lo ignora, cree que no existe. Pero quien se siente a ver El ardor tendrá ya al comienzo la certeza de que está viendo esa clase de films que marca la diferencia. La vegetación que arde e ilumina la pantalla con esa ambigua fascinación que produce el fuego, abren el apetito por ver que hay en cualquiera que ame el cine. Estamos adentro, la película ya nos ganó, queremos ver más. Ese encanto inicial es seguido por un film fuera de serie. Una historia atrapante que combina una potente narración clásica con elementos modernos que generan clima en cada escena. El ardor es un film de acción, pero también es un film de silencios, de climas sugestivos que dotan a la película de una identidad poco común. No hay duda alguna de que El ardor es un western. Un desconocido, un solitario, llega a un lugar donde ocurre una injusticia y es el único con la capacidad de cambiar las cosas. Desde westerns puros con Shane el desconocido a El jinete pálido, como derivados del western como Testigo en peligro o Un lugar en el mundo, pasando por otros cientos de historias, este es un tópico tan recurrente como atractivo. De El jinete pálido (The Pale Rider, 1985) de Clint Eastwood posee ese revisionismo respetuoso del género, que abre el juego pero siempre dentro de las reglas esenciales. El misterioso protagonista Kai (Gael García Bernal en el mejor papel de su carrera) llega a una finca tabacalera donde sus propietarios son amenazados para que entreguen sus tierras. Unos hermanos que representan intereses económicos mayores operan como pistoleros que buscan con violencia adueñarse de las tierras. En esa posición ideológica la película se pone del lado del débil, como ocurre en la mencionada El jinete pálido o en Rio Bravo (1959) de Howard Hawks. Kai es el único que puede ayudar a quienes viven en esa finca. Pero este western con elementos modernos no transcurre en un desierto, sino en la selva Misionera, que el director con gran maestría convierte en un personaje más. La tierra en llamada del comienzo es el anuncio de una naturaleza amenazada. Como en un relato del escritor rioplatense Horacio Quiroga, la selva tiene identidad, los animales forman parte del relato. La selva por momentos recuerda también a Apocalypse Now, por nombrar un film bélico ambientado en Viet Nam donde el laberinto verde cobra protagonismo y donde las acciones remiten a un elemento casi místico. Personal, bella y apasionante, esta película tiene grandes momentos de acción así como muchos otros de gran clima y belleza. Extraordinarios y temibles villanos (lo de Tolcachir y Sesán es antológico), un héroe clásico y una historia atrapante. Una verdadera maravilla que merece ser vista en la pantalla grande. Uno de esos films llamados a quedar para siempre en la memoria de los espectadores. Desde ahora, un clásico.
Aburrido viaje en el tiempo El cine de animación domina la taquilla la mayor parte del tiempo, por eso cada vez más aparecen películas de este tipo para buscar una porción de dicha torta. Esta cantidad no se corresponde con la calidad. Dinosaurios (Dino Time, 2012) no debe ser confundido con Dinosaurio el gran film de los estudios Disney. Acá la animación es muy inferior a la media actual y el nivel general deja mucho que desear. La historia es la de tres chicos que terminan viajando en el tiempo luego de estar jugando en el taller del padre de uno de ellos. Pero la aventura se vuelve disparatada porque la nave en la que viajan tiene forma de huevo y una simpaticona hembra de dinosaurio confunde a los tres pequeños viajeros con su propia cría, que a su vez ha quedado en el tiempo presente. Lejos de cualquier mirada dramática, todo en la película es intencionalmente disparatado, pero aun con buenas intenciones el humor y la diversión no llegan nunca a conseguir un resultado efectivo. No es fácil hacer buen cine de animación. Ni en lo técnico es sencillo, ni en lo artístico tampoco. Tampoco los personajes consiguen ser simpáticos, ni la aventura se vuelve apasionante. Pocas cosas resultan más frustrantes que un film de animación visualmente pobre y cinematográficamente carente de encanto. No vale la pena detenerse en esta producción realizada entre Estados Unidos y Corea del Sur. Hay muchos otros films de animación y muchas películas con dinosaurios para ver antes que Dinosaurios.
Un brusco cambio de rutina Esta comedia sexual es una de las pocas entregas del género que se acerca a un público adulto planteando un conflicto acorde a los tiempos que corren. Y con sorpresas extra. Las comedias románticas suelen terminar históricamente con el matrimonio o la conformación de la pareja. Esa solía ser siempre la escena final de estas películas, ya sea con un beso romántico o en el altar, o ambas cosas. Eso es lo que se conoce como el "final feliz". Pero claro, casi nadie contaba lo que pasaba después. La screwball comedy –la variable más divertida y menos sentimental del género– podía incluir el rematrimonio como eje central de la trama. En estas comedias, la pareja ya empezaba casada pero debía recuperar algo que se había perdido en el camino. En Nuestro video prohibido (Sex Tape, 2014) la pareja protagónica se encuentra en una crisis. Jay (Jason Segel) y Annie (Cameron Diaz) tenían una intensa vida sexual durante todo su noviazgo y el comienzo de su matrimonio, pero con los hijos y la rutina la llama se fue apagando gradualmente. Con la esperanza de recuperar ese fuego perdido, deciden grabar un video sexual. Todo marcha bien, hasta que por error, Jay deja el video en la nube, compartiéndolo con todos los contactos a los que él le ha dado un iPad. La pareja no sabe cuántos de esos contactos han visto el video o lo han compartido, por lo que deberán salir a buscar uno por uno y cada iPad para borrar el archivo. La aventura comienza con la disparatada búsqueda y la diversión se combina con los chistes y el suspenso. Esa mezcla hace que la película sea muy graciosa, más entretenida que el promedio de este género. El gran dilema de las comedias de pareja actuales es quedar atrapadas en una fórmula sin poder aportar nada nuevo. Nuestro video prohibido tiene los ingredientes modernos de la comedia romántica, el sexo presentado de forma más frontal, drogas y humor políticamente incorrecto. Las situaciones no se repiten, las escenas sorprenden y en el medio de todo esto avanza la historia de pareja de los protagonistas. En un cine abocado principalmente al público adolescente, Nuestro video prohibido es una de las pocas películas que se acerca a un público más adulto. Y aunque esto no dice nada por sí solo de la calidad de la película, al menos consigue diferenciarse de la mayoría. El talento de Segel y Diaz para la comedia es indiscutible, son ellos los que le dan un toque extra a esta cinta para que funcione. Algunas sorpresas extras hacen aun más divertida la experiencia.
Mucho cine Teniendo en cuenta que para analizar la película se cuentan muchos elementos de la trama, se aconseja no leer este texto hasta después de haber visto la película. Cine. Cuando uno ve Relatos salvajes lo que uno ve es cine. Mucho cine. Relatos salvajes es una película llena de cine. Generosamente repleta de cine. Puede parecer una redundancia decir que una película tiene cine, casi una broma. Pero no lo es. No lo es en el cine argentino, definitivamente. De los más de cien estrenos locales del 2014, son pocos los que realmente apuestan al poder del lenguaje cinematográfico. Relatos salvajes es uno de esos títulos. Lo hace de una forma muy particular, lo hace con una fuerza y una alegría que es lo que sin duda ha llevado a que la película atraiga espectadores de forma insólita, descomunal, histórica. La triste sensación de pagar toda una entrada de cine para ver, como decía Billy Wilder “una película que cuesta doscientos doce dólares” no es una amenaza aquí. Fui hasta el cine, me senté en una sala y me entregan una obra inolvidable, llena de ideas, llenas de elementos para sorprender, maravillar, impactar. Eso es, entre otras cosas, Relatos salvajes. Seis episodios constituyen esta película de más de dos horas. Nota: ¿Cuántas películas argentinas tienen para contar o pueden contar cosas durante dos horas? Pocas en verdad. Esos seis episodios tienen elementos en común, pero no estamos frente a un film fácil de encasillar. Las historias se pueden asociar, pero también tienen muchas cosas que las diferencian. Algo caótico e incontrolable hay en la película, como bien lo demuestra la historia final, la del casamiento. “La vida se abre paso” decían en Jurassic Park. Y así es, entre la violencia, la maldad, la miseria y la oscuridad, la vida se abre paso, la vida sigue, la especie sobrevive. Y decir especie no es anecdótico. Tanto el título de la película como la fantástica secuencia de títulos inicial nos indica que la asociación pasa por ahí. Pero una vez más: no hay forma de encasillar o reducir Relatos salvajes. El primer cuento de este sexteto de historias es el más absurdo y el más ingenioso en el sentido juguetón del término. Muy gracioso, muy divertido y también muy breve, es la puerta de entrada a una montaña rusa de historias grotescas, brutales, animales. Pero ojo, el primer relato no es la historia de un acto animal, sino de una muy premeditada venganza que el mismísimo Edgar Allan Poe hubiera escrito si en el siglo XIX hubieran existido los aviones. Si quisiéramos forzar una lectura animal, diríamos que Pasternak elimina todos los miembros de su especie que han atentado contra su posibilidad de ascenso o desarrollo en la sociedad. No lo hace como un animal, ni tampoco busca sobrevivir. Su acto es salvaje, pero enfermizamente humano. Igual, volviendo a Poe, es una divertida y graciosa historia de humor negro. La película ha comenzado, conceptos como verosimilitud o realismo ya no podrán ser tomados como se los suele tomar en el cine argentino, enfermo de un naturalismo agotador. Naturalismo insufrible que lamentablemente incluye a una gran parte del cine independiente de los últimos años. Relatos salvajes es una patada a ese naturalismo, una generosa, alegre y poderosa pateada de tablero. Bienvenida sea. Relatos salvajes podría convertirse en el film más taquillero del 2014 y veremos hasta donde llega en la historia de la taquilla nacional. Lo curioso es que este film tan atractivo para el público no es un film tan agradable en su contenido. Su forma es incomparable pero su contenido no es tan simpático para el espectador como la forma en que la película está narrada. Esto puede hacer que para muchos espectadores que no están interesados en el virtuosismo del director, la película sea un despliegue de sordidez, maldad, violencia y sangre. A ellos les repito: Vean el primer episodio, ahí está anunciado un tono juguetón, no una bajada de línea literal. Con los años será difícil establecer de forma clara si la película captó algo de la violencia puntual de la coyuntura de un país. Lo mejor que se puede decir de una película es que podrá pintar su aldea y su época, pero que con soltura los trasciende y se vuelve universal y atemporal. El ser humano civilizado sostiene una vida en la que convive con el prójimo. Qué pasaría si ese hilo que sostiene al ser que aprendió a vivir en sociedad se corta y se la lanza a un punto de no retorno. Los personajes de estos episodios asumen en varios casos ese riesgo, sin saberlo o sabiéndolo, pero pasan una barrera. Lo maravilloso de Relatos salvajes es que no hay coherencia, en algunos caso deciden inmolarse junto con sus enemigos, en otros se sacrifican por los enemigos de otros, en otros mueren de forma ridícula porque se metieron en una pelea sin calcular bien las consecuencias. También están los que encuentran la forma de sobrevivir con dinero y poder, no con violencia física ni exponiendo el cuerpo. También está el se sale del sistema y el sistema, curiosamente, lo termina considerando un héroe. Y finalmente, y una vez más por eso está al final, la historia de una pareja que se sale de la civilización pero sobrevive. Salvajemente, pero sobrevive. Algo hace que la humanidad no desaparezca, eso es el último episodio, caótico, sorpresivo, lleno de vueltas de tuerca. Relatos salvajes es, por todo lo dicho, una película imperfecta. Despareja en muchos aspectos, pero no creo que sea accidentalmente despareja, creo que es su retrato del mundo lo que la lleva a ser así. No me atrevería a hacer una lectura política o social del film inequívoca. Si el primer episodio es simpático y siniestro, el del bar con el político es el más heroico de todos. De hecho en un mundo de gente miserable, la cocinera del episodio Las ratas se sacrifica por la moza. Sabe que la moza ha sufrido una injusticia que jamás será corregida. Pero la moza no puede terminar de arruinar su vida por un personaje horrible, entonces la cocinera toma la iniciativa y tiene un gesto heroico. En una película donde nadie es héroe, ella marca una diferencia. El resto de los personajes son egoístas, corruptos, miserables. Pero no es tan sencillo tampoco. No es todo una mirada lineal. Varios personajes son vengadores, la cocinera es uno, el loco Bombita es otro, la novia del final no acepta callarse la injusticia y la hipocresía y arremete contra la falsedad de la fiesta de casamiento. Bombita es un personaje demagógico, de esos que hacen saltar a la platea. El que se harta del sistema y lo hace, literalmente, volar. ¿Dónde se posiciona la película con respecto a él? ¿Es un héroe o es un villano? ¿Está cerca o está lejos de cualquier ciudadano? Es verdad que al ser en episodios, la película no se toma el tiempo para desarrollar de forma minuciosa a cada uno de los personajes. Pero a Bombita el guión lo protege, el personaje no lastima a ningún inocente, eso queda claro. Me genera cierta pereza analizar qué lugar tiene en esa cárcel y porque los demás presos lo idolatran. Por última vez, las lecturas ideológicas de Relatos salvajes la vuelven pequeña, no más grande. Aun así, creo que, a diferencia de la mayoría de las películas argentinas, acá hay tela para cortar en cantidades. Por algo también la gente elige verla y discutirla. La opinión política más clara está en el episodio La propuesta pero aunque queda claro que hay clases privilegiadas al final, todos los estratos sociales parecen estar atravesados por la misma ambición corrupta. Hace pocos días se estrenó Relatos salvajes y ya ha entrado en la historia del cine argentino. No es una mala noticia. No es un éxito forzado ni un invento sin sustancia. Habrá mucho para debatir pero queda fuera de toda discusión que se trata de una película enamorada del cine. Qué busca sorprender y dar al espectador algo notable. Las conexiones y citas cinéfilas son muchas, no mencionar ninguna acá es respetar la vida propia que tiene el film de Damián Szifrón. El gran mérito es de él y de una gran producción y un enorme elenco que suma para el director guionista pueda conseguir esta película. En tiempos en los que se reivindica cada vez un cine minimalista, ascético y bordeando lo documental, Relatos salvajes va eufóricamente en dirección contraria. Ir al cine a verla es una manera de reconciliarse con la pantalla. Acá hay una apuesta fuerte, un riesgo, una ambición. No es una película para pocos, es una película para muchos. Si al final del 2014 resulta ser el film más taquillero del año, será una gran noticia, será la muestra de que el cine sigue estando vivo y bien. Más allá del gusto de cada uno, en Relatos salvajes hay mucho cine.
Más músculos y poca pizza Donatello, Raphael, Michelangelo y Leonardo vuelven a contar su historia, esta vez desde el comienzo, en una nueva película en 3D donde lo que predomina es la confusión. Las Tortugas Ninja nacieron como una historieta paródica. Su éxito las llevó a convertirse en una serie de televisión a finales de los '80 y otras tres series diferentes se inspiraron también en estos personajes. En 1990 se realizó una extraña, algo absurda pero finalmente simpática adaptación cinematográfica. Tuvo dos secuelas olvidables y en el 2007 apareció una nueva adaptación, pero en lugar de muñecos, con un regreso a la animación. Tampoco esa versión estaba tan mal, era aceptable y fiel a las series de TV en muchos aspectos. No faltaron videojuegos, claro, e incluso juegos de rol. Lo que se estrena ahora es un nuevo comienzo, donde nos cuentan –o calamidad– el origen de toda la historia de las Tortugas Ninja. Sí, desde el comienzo. Bastaría saber que el nombre original es Tortugas Ninja Adolescentes Mutantes para saber que no hay que tomarse las cosas muy en serio. Las referencias renacentistas en los nombres de los cuatro héroes y su mentor rata también le agregan algo de excéntrico absurdo. Pero las noticias para esta nueva aparición de los personajes son malas. El tono de la película no logra definirse bien y la historia carece de cualquier interés. La simpleza casi infantil no logra encajar con estas tortugas ninja más realistas, más musculosas y más oscuras. Es verdad que tienen un humor pueril y que siguen siendo ridículas pero –maldición del doblaje mediante– los chistes no funcionan a ningún nivel, ni como simples ni como irónicos, ni con citas cinematográficas o televisivas. Hasta duele escucharlas. ¿Y los actores? Megan Fox como April O'Neill tampoco encaja, no da para el personaje en ningún momento y su escasa simpatía o talento no ayudan a que nos caiga bien. Elegida por ser un sex symbol poco tiene que hacer en este contexto. Su elección es parte de la confusión que reina en este proyecto. Como film infantil divertido, no funciona, como película de acción, aun menos, no tiene un solo tema interesante ni plantea subtramas que le aporten complejidad. El éxito de la película se sostiene solamente por el público cautivo que los personajes han conseguido a lo largo de los años. Lo peor es que ese éxito con el que arrancó en la taquilla de Estados Unidos amenaza una segunda parte. El único consuelo es que no podrá ser peor que esta película.