Almodóvar por Almodóvar Desde que la teoría de autor se impuso como una de las lecturas posibles de un film, los directores considerados autores han tenido que lidiar con ella para bien o para mal. Pero peor aún, los críticos y los cinéfilos también. Un film de Pedro Almodóvar no es lo mismo que cualquier otro film. Quien ve un film dirigido por él, espera ciertas cosas, busca ciertas cosas y, para bien o para mal, sabe que verá. El gran conflicto es que se espera de un autor reconocido siempre lo mismo y siempre algo nuevo. Imaginemos a un director intentando algo nuevo y recibiendo como respuestas comentarios negativos diciendo que se traicionó a sí mismo. Luego imaginemos al mismo director repitiendo su antiguo juego y obteniendo como resultado que le reclamen el repetirse a sí mismo. Se puede analizar Los amantes pasajeros como un film que traiciona o que respeta la obra de Almodóvar, pero a la vez, y esto es lo que muchas veces cuesta más, se lo puede mirar como una película en sí misma sin compararla con otras anteriores de su realizador. Pensemos en la película como una película de Almodóvar. Elige algunos de los motivos recurrentes en su filmografía: drogas y sexo. Elige un género con el cual se hizo famoso: la comedia. Comedia de drogas y sexo, eso podría ser Los amantes pasajeros. Pero eso no estaría completo, porque la película también es una historia con historias de amor y desamor, también muy cercano al mundo del director. Las primeras comedias de Almodóvar eran primitivas y salvajes. Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón, Entre tinieblas y ¿Qué he hecho yo para merecer esto? lo atestiguan. Luego apareció Mujeres al borde de un ataque de nervios que le dio fama mundial y generó el malentendido de que el director era experto en comedias clásicas. De eso Almodóvar no volvió jamás. Ojo, hizo grandes películas, pero nunca recuperó la espontaneidad, la frescura y el desparpajo de sus primeros films. Su madurez como realizador funcionó mejor con el film noir y el drama. Sólo la comedia romántica Átame! rompía todas las reglas. Ahora vuelve a la comedia, y la mirada más superficial de lo que se supone es Almodóvar queda expuesta. Cómo película de Almodóvar falla, no es un Almodóvar menor, es un Almodóvar que no causa gracias, que no tiene encanto, que tiene una pereza narrativa contraria a las búsquedas del realizador. Pensemos ahora esta película como una película que no es de Almodóvar. En teoría es un festejo sin consecuencias de la sexualidad, las drogas, el amor y la música pop. En teoría es, claro, adorable. Pero en la práctica la película es aburrida, por momentos produce vergüenza ajena y sus personajes van mucho más allá de la repetición y la obviedad. Es una comedia y la comedia necesita timing. Y Los amantes pasajeros carece de timing. Su ritmo es malo, torpe, cuando sale del avión se derrumba, cuando un personaje dice algo está tan anunciado que da pena. En teoría podrá ser muchas cosas. En los papeles festejaría una película así. Pero cuando uno la está viendo es otra cosa. Si no fuera una película de Almodóvar sería exactamente lo que es siendo de él: Una comedia mala.
El demonio vuelve a golpear la puerta La particularidad de este film de terror es que está basado en un hecho real y juega con varios de los elementos que causan grandes miedos: muñecos, niños aterrados y posesiones. Buenos actores para un gran susto. No hay nada más divertido y ridículo que una película de terror basada en hechos reales. Aunque muchos espectadores puedan creer lo que la historia cuenta, está claro que siempre se trata de tramas disparatadas que asumen una enorme cantidad de hechos no probados. Tal es el caso de El conjuro, que toma a dos "demonólogos" de la vida real, Ed y Lorraine Warren, como punto de partida para la historia. Los Warren investigarán un caso en la casa de la familia Perron, un matrimonio con cinco hijas que sufre una presencia demoniaca en su casa. La película retoma esa década de esplendor para los fenómenos paranormales que fue la década del '70. No sólo porque los hechos que narra el film se ubican en esa época, sino porque remite también a toda una forma de entender el cine de terror a nivel estético y temático. Renunciando en gran parte al brutal género gore y apostando mucho al clima, la película asusta al viejo estilo. Tiene un poco de todo, juega mucho con las cosas que más asustan: muñecas, niños y posesiones. El director, nada menos que James Wan, es un conocedor del género. Su gran aporte ha sido haber fundado la serie de El juego del miedo (Saw), que en aquella primera entrega era una verdadera novedad. Wan permaneció en gran medida dentro del género y acá parece inaugurar una nueva franquicia, ya que el matrimonio Warren tiene en sus expedientes suficiente material para seguir haciendo películas para siempre. Tanto los Warren, como la familia Perron, han narrado esta historia, aun cuando el film preste más atención al punto de vista de los investigadores. Las licencias poéticas del film, por suerte, son las suficientes como para no considerarse tampoco una recreación realista de los supuestos eventos ocurridos en la casa. Wan no sólo crea grandes climas y produce grandes e impactantes sustos, también sabe cómo dosificar el drama para que los personajes nos importen. Y por eso, y a diferencia de lo que ocurre con el cine de terror actual, Wan apuesta a buenos actores. Vera Farmiga y Patrick Wilson como el matrimonio Warren, y Lili Taylor y Roy Livingstone como los Perron, aportan muchísimo más que oficio y hacen mucho más creíble la historia. En cuanto a los efectos especiales, brillan por ser sutiles y no tomar protagonismo. El espectador no atento ni verá que hay efectos, mérito de un director que sabe que un efecto especial de más puede dejar al espectador afuera. No es lo que ocurre acá, donde al entrar, será muy difícil que alguien logre salir sin pegarse un buen susto.
El negocio vs. la película En un nuevo exceso del cine industrial que sólo piensa en la taquilla, esta entrega con los famosos personajes de historieta falla en los chistes y la dirección de Raja Gosnell. Los Pitufos (Les Schtroumpfs en el original francés) son una creación del dibujante belga Peyo, que los colocó como personajes secundarios en una de sus historietas a fines de la década del '50. Tal fue el éxito de los personajes, que inmediatamente tuvieron sus propias historias y siguieron creciendo hasta llegar a estos dos largometrajes con actores hechos en Hollywood (no los primeros films con Los Pitufos, por cierto). En el medio, claro, Hanna-Barbera produjo la famosísima serie de dibujos animados de la cual se hicieron ocho temporadas, siendo uno de los dibujos más animados más exitosos de todos los tiempos. La tentación de una película no se hizo esperar, y los resultados fueron buenos para el negocio, malos para el cine. Peor aún, para esta secuela contrataron a Raja Gosnell, un obediente empleado de la industria que –salvo algún error– no ha sido capaz de hacer una película aceptable en toda su carrera. De lo peor que ofrece Hollywood, a Gosnell sólo lo respalda la idea de que no interrumpe el negocio haciendo películas buenas. Y eso se nota en Los Pitufos 2, donde ideas aisladas no logran nunca formar un todo con sentido. Sí, la voz de Katy Perry (en el original en inglés, claro) y la canción de Britney Spears (que se escucha sobre los créditos finales) sin duda sumarán puntos a las ventas, pero poco pueden lograr para mejorar esta película. Todo el cine industrial busca hacer negocios, no hay duda, pero hay títulos, como éste, que no se preocupan por hacer algo más para los espectadores. Los pitufos "de carne y hueso" de las películas son muy tiernos, pero su modernización urbana y su interacción con actores es por lo menos triste. Tanta desesperación por actualizarlos sólo conduce al aburrimiento. Aunque la tecnología de este film muestra un avance técnico en la animación y en los efectos, está la pereza de los chistes. Para quienes no hayan visto la primera, esta película podrá ser mediocre, pero para quienes ya han sufrido esta desafortunada adaptación a la pantalla, los chistes resultarán definitivamente agotadores. París de fondo le agrega sólo un poco de belleza y un montón de lugares comunes. La vigencia de los pequeños azules no está en duda, tan solo es una pena que no hagan con ellos algo simpático o entretenido.
Simpatía forzada Red 2 está construida sobre el éxito de Red, el film basado en un cómic que tuvo gran respuesta de taquilla tres años atrás. En algún sentido, esta secuela no podrá ser entendida sin el film anterior, donde el centro de la trama estaba en la idea de que un grupo de agentes en edad de jubilarse demostraban tener la habilidad y la vitalidad para llevar adelante con éxito misiones imposibles. Pero esta secuela no insiste tanto sobre este punto, sino que asume que el espectador ya lo conoce. Gran error, por cierto, ya que será bastante difícil que alguien se enganche con este relato sin conocer el anterior. Frank Moses (Bruce Willis) es el agente de la CIA retirado alrededor del cual se arma la trama. El está casado con Sarah (Mary Louise Parker) quien desea ansiosamente abandonar la rutina matrimonial y que su esposo la lleve a vivir las peligrosas aventuras que solía tener. Las aventuras no tardarán en llegar, por supuesto. Como coletazo de la Guerra fría ha quedado un dispositivo nuclear escondido hace décadas que podría ser utilizado. Una serie de personajes se sumarán para sumar intrigas y vueltas de tuerca, siempre manteniendo el tono de comedia de acción que caracteriza a ambos films. El problema es que el guión es pobre, las sorpresas son todas irrelevantes, y que el verdadero doble sostén de este relato es el tema y el tono. El tema –o uno de ellos- es reivindicar a las personas que por su edad la sociedad –y el cine comercial- desprecia. Cómo ya fue dicho, esto quedaba más claro en el film anterior. En cuanto al tono, la idea es que estos actores de primer nivel (súmenle a John Malkovich, Helen Mirren, Anthony Hopkins, Catherine Zeta-Jones) jueguen con ligereza y simpatía absoluta sus roles. Pero lo hacen con tan poca convicción que consigue el efecto contrario. No sé cuál es el concepto que maneja John Malkovich pero a juzgar por lo que hace acá, simplemente no entiende nada. Fuerza la comedia poniendo cara de comediante, algo imperdonable que lo convierte en un personaje insufrible. Lo mismo hacen todos los demás, excepto Helen Mirren, quien no hace comedia ni por un momento y por lo tanto resulta graciosa. De las docenas de chistes tontos que el film tiene, tres funcionan perfecto, los demás son una rutina televisiva de esas que los actores improvisan cuando caen de invitados en algún programa de segunda. No está mal recordar que Sylvester Stallone, un actor mucho menos prestigioso que los que aquí aparecen, encaró hace unos años la serie de films The Expendables (inexplicablemente llamados en Argentina Los indestructibles), donde junto con varios veteranos del cine de acción, incluido Bruce Willis, hizo dos enormes películas que funcionaban a todo nivel. ¿Cuál es la diferencia entre la saga de Los indestructibles y la de Red? La respuesta parece simple: Convicción. Stallone cree en lo que hace, lo hace porque lo ama. Acá los actores sólo parece que están para ganar plata sin importa el medio. No importan las intenciones, se podrá decir, sino el resultado. Y eso es lo que estamos juzgando: el resultado es forzado y carece de cualquier asomo de convicción.
El vino es el McGuffin En una escena de Vino para robar la protagonista lleva puesta una remera del film North By Northwest (1959) de Alfred Hitchcock que acá en Argentina se conoció como Intriga internacional. El 99% de los espectadores no registrará este detalle inocuo pero no gratuito. Algunos le reclamarán al director Ariel Winograd (bastante cinéfilo, como ya demostró en Mi primera boda) esa cita pero no tiene nada de malo. Winograd no lo hace para fanfarronear y la remera no afecta en nada a la película. Ahora bien, tampoco es casual. Digo, no tiene una remera de Psicosis o de Frenesí. Hay algo en Vino para robar que está completamente conectado con el director inglés. A los largo de las varias décadas que se extendió la carrera de Alfred Hitchcock, el director mantuvo muchas constantes, variados temas y obsesiones que son el centro de su cine. Uno de los temas favoritos de Hitchcock es la pareja. La pareja vista de dos formas distintas. La pareja en aventura y el matrimonio. En la pareja en aventura, en plena seducción, dos desconocidos se encuentran, uno de los dos es sospechoso de asesinato, es acusado de algo o parece estas chiflado, y sin embargo, la otra persona se enamora perdidamente. En el matrimonio, nadie es asesino, pero la desconfianza es absoluta. Vino para robar suscribe a la categoría pareja de desconocidos al estilo Hitchcock. Por supuesto que estas historias, generalmente policiales, relatos con suspenso y sorpresas, son prácticamente comedias. Comedias de suspenso, aventuras románticas, policiales juguetones. Es decir: Hitchcock. Pero este no es un ejercicio cinéfilo, sino que se trata de explicar cuál es el encanto de la película de Winograd. Porque el guión podrá ser imperfecto, la ejecución no siempre impecable, y sin embargo a medida que pasan las escenas Vino para robar se vuelve encantadora. Claro que no es verosímil, claro que no todo cierra, pero lo que importa no es eso. Lo que importa es la aventura, la chispa, la gracia. Lo divertido que es para el espectador y para los personajes este juego de idas y vueltas. La simpatía genuina y bien lograda. Claro que del guión no hay que contar nada, porque desde el comienzo la película empieza a plantearle al espectador sus juegos. Sí hay que decir que no son pocos los hallazgos. Que los actores secundarios están todos bien –el número de secundarios es menor que en los films anteriores de Winograd- y que el final está muy bien. En cuanto al vino, sin duda se trata de lo que Hitchcock llamaba McGuffin. Es decir: Una excusa argumental para hacer avanzar la trama. El vino no importa, no hay que concentrarse en eso. De hecho la película se guarda una humorada final con respecto a la tan ansiada botella.
El sueño de la vida no eterna Hugh Jackman vuelve a ponerse en la piel del superhéroe de X- Men en la segunda entrega de esta saga. La historia lo reconecta con su pasado, cuando sobrevive junto a un soldado japonés a la bomba de Hiroshima. Marvel Comics encontró en los X Men (creados en la década del sesenta) una franquicia que no parece tener límites. Prueba de ello es la saga independiente que protagoniza el más popular de sus héroes: Wolverine. Hugh Jackman vuelve a interpretarlo aquí, en una historia que explora los fantasmas del personaje, sus dudas, su amarga condición de inmortal. En esta nueva película la historia lo vuelve a conectar con su pasado, cuando sobrevive junto con un soldado japonés a la bomba atómica de Hiroshima. Años más tarde, ese soldado ya anciano, convertido en un multimillonario pero a punto de morir, lo convoca una vez más para expresarle su última voluntad. Así que esta vez la historia transcurre en Japón, con yakuzas, ninjas y tren bala incluido. No es un disparate esta rama japonesa del personaje, existente previamente a la llegada de Wolverine al cine. Pero mucho más allá de las conexiones con el cómic, esta película tiene vida propia. Hugh Jackman sostiene sobre sus hombros una trama donde no hay estrellas, más allá de un par de rostros orientales conocidos (nacidos en Estados Unidos o no). Lo mejor de la película es la manera en la que elige su tono y lo sostiene. Con un buen uso del 3D, muy expresivo y funcional al relato, el director James Mangold le da a la película coherencia y estilo. En épocas de films taquilleros que intentan ser muchas películas a la vez, Wolverine decide ser una sola, apuesta a algo, arriesga y gana. No todo funciona y hay algunos personajes flojos, pero en promedio sale airosa. También se da el lujo de jugar con ideas más complejas, como la relación Japón-Estados Unidos, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. La película muestra, después de todo, las consecuencias de la guerra. No nos olvidemos que las historietas son un medio de consumo juvenil, pero también son una forma de arte que hace una lectura del mundo. Dos o tres escenas de acción muestran que la película también sabe entretener e impactar como espectáculo y que Jackman es un buen héroe de acción, a pesar de haber probado muchos otros registros en otras películas. Para quienes admiren al actor y a su interpretación de Wolverine, les tengo una buena noticia: habrá más. No hay que levantarse de la butaca, en mitad de los títulos hay una escena muy importante que da información adicional.
El nuevo sueño de los campeones Un caracol que adquiere poderes sobrenaturales es el eje de este nuevo film de animación con producción de los estudios DreamWorks, que para la versión original convocaron a estrellas como Ryan Reynolds y Paul Giamatti. Turbo se suma a la pelea del cine de animación del año 2013. No es cualquier pelea: quien la gane, o quienes salgan airosos de la misma, se quedarán con la taquilla anual. El cine de animación ha ido tomando el mercado mundial y en la Argentina suele estar en la cima. Hoy jueves, son cuatro los títulos que buscan quedar primeros en la carrera: las ya estrenadas Monsters University y Mi villano favorito 2, y junto con Turbo la película de animación argentina Metegol. Aunque está producida por DreamWorks, Turbo es la tapada de las cuatro, ya que tiene a priori el menor número de público cautivo. Es la historia es la de un caracol con sueños de grandeza. O mejor dicho, con sueños de velocidad. Sí, claro, ese es el gran chiste. El animal famoso por su lentitud, quiere ser piloto de carreras. Bah, quiere ser piloto y auto de carreras al mismo tiempo. La vida proletaria, sacrificada y gris, donde todo puede terminar con la simple aparición de un cuervo, no es para él. Los demás aceptan con amarga resignación, esta rutina y no gritan, ni se desesperan cuando en mitad de la jornada, mientras hablan, uno de ellos es capturado. Turbo cuenta la historia de un soñador, de un osado, de alguien que no se resigna. Es esa osadía, la que lo pondrá al borde de un accidente que lejos de matarlo, lo hará renacer convertido en otro. Como un superhéroe, Turbo sufre una transformación física y se convierte ya no sólo en un caracol rápido, sino en uno tan rápido que incluso podría participar en carreras de autos. El guión es muy simple, más simple imposible. Todas las costuras y los lugares comunes están a la vista. Quienes hemos visto ya este casi una docena de films de animación, no nos vemos muy sorprendidos por lo visual tampoco. Pero aun así, Turbo termina ganando un poco hacia el final, cuando logra dejar al espectador más indiferente al borde de la butaca. Para llegar a ese final pasa tal vez demasiado, pero finalmente llega. Evitar metáforas acerca de esto y el caracol es un lujo que es mejor darse. Como dato extra más, hay que decir que el juego de voces latinas en una película en inglés se pierde por completo en la versión doblada de la película. Turbo es la opción más simple y directa de las que están en cartel. No hay nada que objetarle en sus ideas, no hay mucho para agregarle tampoco.
Un chiste que ya se agotó Mi villano favorito (Despicable Me, 2010) era un fallido film de animación que buscaba sumarse a la gran pelea de esta clase de cine por el mercado internacional. No tenía muchas ideas interesantes, e incluso algunas cosas parecían directamente plagiadas de otras películas anteriores como Monsters Inc. El cambio de sentido del inocente villano devenido en bueno, era también un recurso propio de los nuevos tiempos. Y para delicia del merchandising y buscando encontrar algo efectivo como la ardilla de La Era del Hielo, estaban los Minions, qué también parecían ser primos de los aliens de la máquina de Toy Story. La secuela de aquel film llega ahora a la pantalla para recuperar el éxito a la vez que darle una nueva vuelta de tuerca. Aquel villano, ya dedicado a la crianza de sus tres hijas, y con sus inefables Minions con algo más de tiempo libre y todos los chistes fáciles habidos y por haber están fuera de los conflictos del primer film. Pero un conflicto debe aparecer y Gru (recordemos que quienes la vean en inglés disfrutarán de la voz de Steve Carell) es convocado por una liga antivillanos para combatir al nuevo villano de turno. Esto permite incorporar personajes, escenarios y situaciones nuevas. Los Minions tienen muchas más escenas delirantes, y no siempre muy justificadas, pero apuestan a la risa fácil del espectador y alguna que otra vez seguro lo obtendrán. Y obviamente la incorporación más importante es el personaje de Lucy (Kristin Wiig en la voz original), la agente antivillana que trae todos los nuevos y chistes y los cambios en el mundo de Gru. Con un poco más de ritmo y con mayor variedad de situaciones que Mi villano favorito esta segunda parte resulta algo mejor, pero está muy lejos de ser una gran película y no llega tampoco a ser una película recomendable. Y por cierto, debo decir algo: no me gustan los Minions. «
EL DESASTRE MILLONARIO La primera aparición radial de El llanero solitario data de 1933 y su origen tal vez esté en un personaje de la vida real del siglo XIX, un oficial federal llamado Bass Reeves. No se sabe si esto es realmente así, pero como sea el personaje tiene suficiente material de ficción. La radio fue el lugar donde se volvió famoso y se convirtió en un ícono cultural del siglo XX. Su “Hi-yo, Silver” supo marcar a muchas generaciones, su emblemática bala de plata y su antifaz eran sus marcas reconocibles. Su compañero Toro fue también un fuerte ícono del western pro indio y el más reconocible héroe indio de aquellos años. Toro era llamado Tonto en la versión original, pero como para los países hispanoparlantes esto no significaba lo mismo (Tonto significa salvaje en lengua aborigen) le tuvieron que cambiar el nombre. Lo que si permaneció y fue famoso fue el “Kimosabi” con que Toro llamaba al Llanero. John Reid se llamaba el Llanero cuando no estaba tras su antifaz. Pero de toda la iconografía de aquel héroe, la que más pegó durante décadas fue la música que acompañó al personaje. La obertura de Guillermo Tell, de Rossini, es conocida por muchos como “la música del Llanero solitario”. Así de fuerte fue el personaje, así de famoso. El punto mayor de fama lo alcanzó cuando llegó a la TV en la serie que se realizó entre 1949 y 1957. Clayton Moore interpretó al Llanero (excepto en un período donde fue reemplazado) y Jay Silverheels interpretó a Toro a lo largo de toda la serie. El éxito de la serie permitió que se recuperara el programa de radio y que se escribieran libros y también historietas del personaje. Las ramificaciones del éxito fueron enormes. En 1956 y 1958 se hicieron dos películas con los actores de la serie. Son dos films interesantes, claramente pro indios, donde El llanero muestra su gran vínculo con ellos. En el primero, los hombres blancos intentan producir una guerra contra los indios, disfrazándose como tales, cosa que vuelve a aparecer en la película del 2013. Toro es un personaje fuerte, heroico y noble, un verdadero héroe. En El llanero solitario y la ciudad perdida de oro del oro el tono es más de melodrama. Dicho melodrama incluye un discurso de orgullo indio muy moderno y emocionante. El tono es más dramático que en el film anterior, Toro golpea a un hombre blanco en la calle para defender una india y recibe un tiro, por ejemplo. También vemos acá el origen del héroe, la matanza a la que sobrevive y el origen de su condición de personaje enmascarado. Pero esto es narrado con una canción en los primeros minutos, breves, del film. Ambas películas son westerns clase B sin demasiado despliegue, más bien básicos, y ninguno, salvo por los detalles mencionados, es memorable. Muchos elementos igual parecen haber sido la inspiración para las siguientes películas. En 1981 William A. Fraker dirige La leyenda del Llanero solitario. El resultado es lamentable. Una película sin encanto alguno, un híbrido sin fuerzas. En el mismo año en que se estrenaba Los cazadores del arca perdida este western de aventuras parecía ir en cámara lenta. Tampoco generaba complejidad o interés. Contaba, eso sí, el origen del héroe y le llevaba mucho tiempo, tanto como le lleva al film del 2013. A eso le sumaba una amistad de infancia que quedó trunca con Tonto. Pequeños momentos de farsa y otros de violencia podrían ser un borrador del nuevo film, pero son pocos, y solo coinciden con la nueva película en que son fallidos. Por motivos incomprensibles, los dos protagonistas del film eran debutantes. El actor que interpretó al Llanero no volvió a actuar nunca más en su vida. Algo raro tenía el personaje, algo complicado, algo difícil de encuadrar en un género y una época. Pero no es el único, El Zorro también tenía problemas parecidos y a juzgar por los dos bodrios que protagonizó Antonio Banderas, no ha podido salir de esa grieta entre el western de aventuras clásico y el cine contemporáneo. El mejor Llanero es el de la serie de TV, aunque esta sería, aclaremos, no está a la altura de la serie de El Zorro. Y llegamos al 2013 y una nueva versión de El llanero solitario que dio muchas vueltas antes de llegar a realizarse. Muchas dudas, y muchas cancelaciones. Tal vez no era una buena señal, pero todo hubiera quedado en el olvido si hubiera alguna cosa, cualquier cosa, medianamente rescatable. No hay ninguna, ni una sola, ya hay que decirlo. Esta nueva aproximación al personaje tal vez sea la más recordada por su alto costo y la presencia de actores conocidos. Aun así, hay que decir, que pocas veces el cine industrial ha hecho una súper producción tan fallida como esta. Sus dos horas y media de duración se vuelven eternas. La falta de química del dúo protagónico es la clave del aburrimiento. Es Toro (Johnny Depp) y no el Llanero (Armie Hammer) el protagonista y eso arruina todo, incluyendo el título de la película. Lo arruina porque Hammer tiene carisma cero, es cualquier cosa menos una estrella de cine y Depp, claro, se lleva la película puesta. El director, el guionista, el productor, los espectadores, todos lo sabemos: La estrella es Toro. Si en el papel del Llanero hubiera estado un actor clase A, la cosa hubiera tenido alguna chance, pero esa película no existe. Como una especie de homenaje al más grande bodrio revisionista de todos los tiempos, la farsa patética llamada Pequeño gran hombre (1970) un muy pero muy anciano Toro le cuenta a un nene la historia. Estos diálogos horribles con el nene ocupan casi media hora de película y no aportan absolutamente nada. Si al menos le sacaran esas escenas, la película sería un poco menos insoportable. También hay citas a obras maestras, como The Searchers (1956) de John Ford, y el film tiene escenas en el Monument Valley, lo que resulta una falta de respeto al maestro máximo, teniendo en cuenta los pobres resultados que aquí se logran. El llanero solitario es un western en tono de farsa, con un humor pobre y mal llevado, donde los creadores de Piratas del Caribe intentan revivir aquel éxito pero con el género equivocado. Hacer un western comedia de más de dos horas no ha funcionado nunca. El western puede tener humor, pero no con el tono grotesco que acá vemos. Para conformar a todos, el film elige poner a un villano que -literalmente- caníbal y una historia de amor tortuosa que también está matizada con toques de humor irreverentes. Gore Verbinski es un director raro. Ha hecho de todo, ha probado diferentes tonos, pero queda claro que cuando la pifia, lo hace de forma terrible. El film anterior de él era un western, la excelente Rango. Vista después de haber visto El llanero solitario uno ve la ironía, la autoconciencia y la irreverencia que repite en el Llanero, pero como Rango es un film de animación, queda mucho más simpático. Y además logra algo que el Llanero no tiene: emoción. El camaleón (con vos de Johnny Depp) termina siendo un verdadero héroe, la película emociona y es coherente incluso con los temas y la iconografía del género. El llanero solitario no lo consigue. El humor se pasa de tono, la burla constante a todo lo que el personaje representa lastima más a la película de lo que le aporta. Por miedo a ser clásico, termina siendo incoherente. El Llanero tiene algo se superhéroe, pero la película tampoco aprovecha eso y se burla hasta de la máscara. Un vicio del cine actual es contar el origen de los héroes. No lo hacen en diez minutos, les lleva casi un tercio de película. Y acá el problema es que no es uno, sino dos, los héroes que deben ser presentados. ¡No queremos ver más nacimientos de héroes! ¡Queremos que los héroes ya estén nacidos en las películas! Los únicos instantes aceptables del film son cuando suenan los acordes de la Obertura Guillermo Tell de Rossini, pero aun eso queda un poco alargado. Un gran personaje, sin duda, pero que aun espera que se haga con él una película en serio.
LA INOCENCIA, LA OSADIA Y LA MADUREZ Antes de la medianoche (Before Midnight, 2013) es la tercera parte de una historia de amor iniciada en 1995 con Antes del amanecer (Before Sunrise) y continuada por Antes del atardecer (Before Sunset, 2004). El mismo director, Richard Linklater y los mismos actores, Ethan Hawke y Julie Delpy, interpretando a los mismos personajes, Jesse y Celine. Se trata de una obra única, una trilogía que es una rareza dentro de la historia del cine mundial. Por momentos, claro, no podemos dejar de pensar en la saga de Antoine Doinel que realizó François Truffaut con Jean-Pierre Léaud en el rol protagónica. Aquellos films iban desde la dura infancia del personaje principal hasta sus divorcios y el recuerdo de sus muchos amores. Pero era sólo un personaje y el nivel de desprolijidad le hacía cambiar drásticamente el tono a las cosas. Y aun así, que quede claro, eran obras maestras. Pero Linklater realiza con la ayuda de sus dos actores algo mucho más preciso, delicado, minucioso. La coherencia de los tres films es impecable e implacable. Y más aun, la primera de las películas se convirtió en uno de los grandes clásicos románticos de todos los tiempos. Así que vayamos por partes, literalmente, para llegar al análisis de esta obra que son tres películas pero veremos finalmente que se trata sólo de una. Inocencia y juventud Emulando las vías de Extraños en un tren (1950) de Alfred Hitchcock, Antes del amanecer mostraba vías que se cruzaban para anunciar las historias que se iban a encontrar. Así, en un tren en Europa, Jesse (Hawke) y Celine (Delpy) se encontraban en un tren. Irónicamente o no, los unía una pareja que se peleaba en voz alta, incomodando a todos en el vagón. Los dos jóvenes, ella francesa, él norteamericano, quedaban entonces separados por un par de metros, leyendo su libro. Y la película de Richard Linklater consigue, gracias a su brillante pero muy sobria puesta en escena, que todo quede al servicio del carisma de sus actores. Hawke, famoso por su enorme timidez en La sociedad de los poetas muertos (1989) es capaz de desplegar todo su talento en la escena número uno de la película. Se nota su tensión, su juventud, sus ganas, su vergüenza. Pero entabla una conversación y la química es instantánea. Delpy, conocida por pequeños papeles y protagonista de Blanc (1994) ganaba pantalla y se apoderaba de la platea. No hay película romántica si los protagonistas no son encantadores y mucho menos si no hay entre ellos algo que nos haga pedir a gritos que estén juntos. El fondo de esa noche juntos será Viena, y en la ciudad irán viendo lugares y conociendo personas. Dos actores, una mujer que lee las manos, un poeta con hambre a orillas del río. Y hablarán, y se enamorarán. Pero no hay peor error que considerar a esta y las siguientes dos películas como meras ilustraciones de excelentes diálogos. Nada más alejado. Richard Linklater hace un trabajo increíble para mezclar el tiempo real con inteligentes, precisas y finalmente cinematográficas elipsis que nos hace sentir el tiempo de una manera única. Vivimos el tiempo real pero la historia no está contada en tiempo real. Y ese es el gran secreto de esta trilogía. El tiempo es la clave de los tres films, tanto dentro como fuera de la pantalla. Cuando la pareja se separa vemos los lugares donde estuvieron, vacíos. Esa ciudad que los vio pasar y ya los olvidó. Seres efímeros somos y la película lo expone. El final es desgarrador, aunque agridulce. Estamos en 1995, no hay internet, no hay email, y ellos se despiden sin pasarse ni una dirección, ni un teléfono, sólo con la promesa juvenil, impulsiva, arrebatada de encontrarse seis meses más tarde en el mismo lugar. La historia podría haber terminado ahí para siempre, pero había más. La osadía de los amantes Tan solo le basta la escena inicial a Antes del atardecer para conmovernos. Jesse presenta en Paris su libro y en mitad de la presentación asoma Celine. Para los espectadores que hacía nueve años se habían emocionado con aquel gran fin romántico, este momento les devolvía esa química que no se había perdido. Esta segunda parte será un reencuentro entre dos personas de treinta y pico y ya algunos golpes más duros en la vida. Al estilo de esa otra cumbre romántica llamada , la cita de los jóvenes quedó trunca. Sabemos que Celine no fue, pero es un momento terrible cuando descubrimos que Jesse sí concurrió a Viena en la fecha fijada. En este segundo film la estética es más dinámica, sencilla, moderna. Como una extensión de los personajes, en esta segunda parte las cosas son menos inocentes, pero a la vez menos preocupadas por los detalles exteriores. Jesse y Celine ya no interactúan tanto con el afuera, se ocupan de estar ellos dos juntos, aislados del resto. Las revelaciones que cada escena ofrece tienen un crecimiento dramático impecable. Vamos descubriendo información escena tras escena, observamos los cuerpos que aun se desean pero no se tocan. La tensión crece, la angustia también. Tan sólo ochenta minutos le toma al director narrar esta historia en falso tiempo real, con muchas escenas en tiempo real, sí, pero con varias elipsis repartidas de forma estratégica y sutil, una vez más. Extraordinario ritmo tiene esta película y las actuaciones son más sofisticadas que en la primera. El sueño de cualquier actor, tener una historia real para explorar y buscar agregarle capas a sus personajes. Ahora sí, Hawke y Delpy figuran como coguionistas junto con Linklater. No hay improvisaciones, los diálogos están tejidos a la perfección y la puesta elegida de forma minuciosa. El desenlace de la película es una de las grandes cimas de la trilogía. Celine le canta en su departamento un vals a Jesse. Un vals que habla de su noche juntos. Es un momento puramente cinematográfico, solo tiene sentido si se observa a los actores, la distancia física entre ambos y la conexión absoluta en todos los demás sentidos. Un solo abrazo hay en Antes del atardecer. Un abrazo, un vals, y un tema de Nina Simone. Pero eso alcanza para que Celine le asegure a su amado: “Vas a perder ese avión…” y el conteste: “Lo sé”. Un amor que no se cae de maduro De la nada, casi por sorpresa, apareció un tercer film. Nada sabíamos sobre su realización, sólo supimos que estaba terminado. Una producción pequeña, con muchos técnicos griegos y filmada en Grecia, pasó desapercibida. Pero llegó. Antes de la medianoche es, definitivamente, la prueba del más puro lenguaje cinematográfico. La clave del cine es el tiempo. La clave del relato es la distribución de la información. Ahora la película arranca en Grecia, en el aeropuerto, con Jesse despidiendo a su hijo. En pocos minutos se sabrá en que quedó aquella historia de Paris y en qué situación están ahora él y Celine. Ya no son los jóvenes inocentes que compartieron una noche sin conocerse, ya no son los golpeados pero aun románticos treintañeros que eran capaces de dejarlo todo por amor. Ahora Jesse y Celine están en otra etapa de sus vidas y su relación. Siguen siendo los mismos, en esencia, pero los cambios con respecto a los dos films anteriores son claros. Como los más inocentes espectadores nos quedamos helados cuando la vemos a ella junto al auto esperando a Jesse a la salida del aeropuerto. Del hijo de Jesse sabíamos en el film anterior, pero sin otra pista, ahora vemos dos mellizas durmiendo en el asiento de atrás. Jesse y Celine están juntos, posiblemente desde aquella tarde en Paris y tienen dos hijas juntos. En el auto van los cuatro para desarrollar el primer plano secuencia del film. Un largo diálogo donde todo lo que digan está acompañado por la imagen silenciosa de las dos nenas durmiendo. Podrán decir y hacer lo que quieran, pero esa imagen atrás dice que las reglas han cambiado. Pero son ellos, sin duda son ellos. Y en pocos minutos ya estamos otra vez metidos en la historia. Es una forma genuina de felicidad la que experimentamos al volver a estar junto a ellos. Y el gran acierto del guión, escrito una vez más por Linklater y los dos protagonistas, consiste en encontrar el equilibrio justo entre la madurez y el romanticismo. Lo que sucedió aquella noche El tercer film de la saga –y nunca podríamos asegurar si es el último- encuentra a los personajes ya no en encuentros románticos, sino en una larga relación. Pertenecientes a dos continentes distintos, con el hijo de él en Estados Unidos, con una ex esposa complicada, los conflictos son otros. Pero en el segundo film habían sufrido por su exceso de romanticismo, así que ahora viven la otra opción. En la casa de un escritor veterano, la pareja reflexiona junto con otras parejas, más jóvenes, más grandes, y también dos personas viudas, acerca de la naturaleza del amor, el matrimonio y la vida de a dos y en familia. Si Linklater hubiera elegido repetir otro encuentro romántico se había equivocado, no hay duda. Así que de lo que trata esta película es del dolor de la pareja en el mundo real, justamente lo contrario a la segunda, que trataba del dolor de haber sido demasiado idealistas y románticos. La naturaleza humana es compleja, el amor es complejo, y los relatos de ese inolvidable almuerzo en Grecia lo acreditan. Lleva mucho tiempo, pero mucho tiempo, crear situaciones tan naturales, hacerle sentir al espectador que todo es espontáneo cuando no lo es. Delpy y Hawke tienen un dominio de sus personajes absolutos. Tienen la edad que el guión dice, tienen la edad del director, el tiempo ha pasado delante y detrás de cámara. El tiempo, una vez más, el tiempo. El tiempo todo lo cambia, el tiempo todo lo afecta. El cuerpo, el amor, el relato cinematográfico. Memorable es la escena cuando ven caer el sol juntos. Es casi una descripción de la pasión romántica. “Está, está, está… ya no está” dicen y se quedan en silencio. Luego vendrá una noche en un hotel. Están en Grecia, pero el hotel es impersonal, anónimo, contradice el afuera. Y tal vez por estar en Grecia llegan a una catarsis (purificación en griego). Lo dicen todo, lo sacan afuera, se liberan y se purifican. No es ni sórdido ni cruel, es un paso para seguir adelante. Ni Jesse ni Celine han bajado los brazos, pero había cosas para sacar afuera y salen en ese momento. Y allí es donde el romanticismo del primer film vuelve a asomar. Renovamos los votos con ellos. Nosotros les pedimos que se arreglen, nosotros queremos que se amen. Nosotros queremos creer en ellos y por extensión en nosotros. El final no será entonces en la habitación, será afuera, en un paisaje más hermoso, más esperanzador, más romántico. La cámara se aleja. No están solo, pero están juntos. Por primera vez en la serie la película termina con ellos dos dentro del mismo plano. Son una pareja, están juntos. Dieciocho años hace que los vimos por primera vez, la misma cantidad de años que pasaron desde que se conocieron. No se trata de tres películas, sino de una gran película dividida en tres etapas. Una pieza absolutamente original y única en la historia del cine. Capaz de explorar emociones e ideas que atraviesan tanto lo que se cuenta como la manera en que los tres artífices de este film se han atrevido a contarlo. No hay más para decir, solo entregarse a esta bella, profunda y definitiva reflexión acerca del amor y la pareja. Antes de la medianoche es absolutamente inolvidable.