Tirar todo hacia la cámara La saga de Resident Evil fue primero un éxito en el mundo del videojuego, y sus ramificaciones no tardaron en llegar al cine. En el año 2002, se estrenó la primera de las películas y, aunque en la Argentina no llegó a los cines, las siguientes sí lo hicieron, consiguiendo un éxito notable que hoy alcanza la cuarta parte y promete una quinta –y última– entrega. La protagonista de todas las películas es Milla Jovovich, cuyo personaje, Alice, es la heroína en batalla contra la siniestra corporación Umbrella. La actriz es, sin duda, el centro de los films, su figura delgada, alta y enigmática funciona muy bien para este personaje que lucha contra toda clase de zombies y criaturas derivadas de los experimentos de la corporación. Jovovich da perfecto con el perfil de heroína de acción, a la vez que busca explotar su lado de sex symbol, aun cuando esta cuarta entrega no tenga espacio para ninguna interacción sexual o romántica entre los personajes. La novedad de esta cuarta parte es, dentro de la historia de la saga, la inclusión del 3D. El director es Paul W. S. Anderson, un experto en cine de acción –no siempre de primera calidad–, y realizador de la primera película de la saga. Su regreso no podría ser mejor, ya que Anderson, que brilló con sus efectismos en aquel film, no pierde aquí ni una sola oportunidad de lanzar cosas hacia la pantalla para explotar al máximo el 3D. Así, a los méritos mencionados de la actriz, hay que sumarle la manera en que todo el tiempo buscan crear escenas para revolear objetos contra los espectadores. Pero para ser sinceros, todos los films de la saga poseían los mismos golpes de efecto y uno no puede decir que aquí se traicione el espíritu de la serie. Sin aportar, entonces, nada nuevo a la saga y sin resultar muy interesante para posibles nuevos espectadores, Resident Evil 4: La resurrección entretiene y genera simpatía en su afán de provocar que el espectador intente esquivar balas, cuchillos, hachas gigantes y algunos zombies que se lanzan a cámara como entablando un juego con el espectador. Quienes hayan seguido toda la serie, se merecen, tan sólo por esto, disfrutar de este fugaz juego cinematográfico.
Los sinuosos caminos de la vida El film no le escapa a la búsqueda de nuevos ingredientes para renovar la clásica comedia romántica, pero naufraga en los cambios de climas. Lo más transgresor reside en evitar la reivindicación del matrimonio y la procreación. Bajo el mismo techo es una comedia romántica protagonizada por Katharine Heigl y Josh Duhamel. El conflicto que narra es el de una pareja imposible, cuyo único nexo es el tener un matrimonio amigo en común. Estas dos personalidades opuestas, nacidas para odiarse, terminarán haciéndose cargo del pequeño bebé de esta pareja en circunstancias que no es necesario explicar. De todas maneras, esta tarea conjunta está anunciada desde el afiche de la película. El motor principal de toda comedia romántica siempre ha sido la atracción de los apuestos y lo que cautiva al espectador es la sospecha de que todos, menos los personajes, saben que el sentimiento romántico surgirá entre ambas partes. Claro que, a la vez, las comedias románticas han tenido que encontrar otras formas para producir renovado y genuino interés en los espectadores. Algunas optan por cambiar el humor naïf por uno más crudo –algo de eso tenemos aquí– o por momentos muy dramáticos –también presente en este caso– o por encontrar puntos de partida originales. De esos puntos originales, el tener hijos se ha vuelto la nueva moda. Hijos adoptados, fecundados, heredados o lo que sea, el convertirse en padres es parte de la nueva iconografía de la nueva comedia romántica. Bajo el mismo techo tiene que lidiar con estas innovaciones en contraposición a lo menos moderno u original del género, a lo cual también se aferra frente al riesgo de ser una comedia demasiado diferente. Tal vez lo más transgresor del film es que realmente no dice nada bueno del matrimonio o de la paternidad por procreación. Salvo los protagonistas, nadie más parece vivir ese espacio con alegría o esperanza y en esa contradicción también reside uno de los encantos de la película. Lo que resulta raro de esta comedia es que los momentos dramáticos son difíciles de sobrellevar y el director no tiene el oficio para saltar de la tragedia con la rapidez necesaria para evitar que el espectador se sienta mal. Ese malestar se extiende también al haber demasiados planos de un bebé llorando que –haya pasado o no– nos llevan a pensar en un equipo de rodaje filmando docenas de llantos, lo que tampoco parece muy simpático. No será lo único que inquietará al espectador con respecto a eso, y si bien el film se esfuerza en demostrar las medidas de seguridad que la casa ofrece para el cuidado del niño, la verdad es que luego hace humor de momentos de violencia que pueden confundir a los espectadores más sensibles y que, para el resto, no dejan de ser momentos fallidos. El film, más que gracia, produce enojo con un guión incapaz de hacer reír con mejores herramientas o un director –otro que proviene de filmar en televisión y ya van…– que conozca lo que significa el pudor o la sutileza. Nadie pide corrección política, sólo que sepan cómo hacer su trabajo sin golpes bajos.
LOS CHICOS ESTÁN BIEN Mi familia (The Kids Are All Right) es una comedia dramática que cuenta la historia de una pareja, Nic (Annette Bening) y Jules (Julianne Moore), que tiene dos hijos adolescentes concebidos por inseminación artificial. Con talento para la comedia y con indiscutible emotividad, la directora Lisa Cholodenko cuenta una historia en la que todos los espectadores se verán reflejados. Los chicos están bien es el título original de esta película. Un título bellísimo que es la declaración de principios más importante que posee el film. La vida de Nic y Jules tiene sus idas y vueltas. Ellas son una pareja de lesbianas, madres de Joni (Mia Wasikowska) y Laser (Josh Hutcherson), los chicos del título original. Y son ellos los que, frente a todos los conflictos, las alegrías, las peleas y los sinsabores que los años van marcando en cada uno de los integrantes de la familia, igual están bien. El conflicto que narra el film es sobre el deseo de Laser, y también de Joni, de conocer al donante que permitió su concepción. Por ese motivo se contactan con Paul (Mark Ruffalo) y es a partir de allí que todos los conflictos latentes de la familia estallan. La directora de esta película, Lisa Cholodenko, saltó a la fama cuando en 1998 dirigió el explosivo drama lésbico High Art, film clave en lo que a dicha temática se refiere. Sus siguiente películas, Laurel Canyon y Cavedweller, no tuvieron la misma repercusión. También dirigió episodios de The L World, la famosa serie lésbica. Sin embargo, con Mi familia la directora parece ubicarse entre lo más valorado del cine de este año y es posible que con merecimiento aspire a toda clase de premios por este trabajo. Tal vez por sus antecedentes, Cholodenko se puede dar el lujo de cuestionar y poner en duda la representación lesbiana en el cine e incluso coquetear con estereotipos y lugares comunes, para en definitiva salir más que airosa del desafío. Definitivamente ella está más allá de la corrección política, y su trabajo es el más universal que el espectador pueda asumir. Es fácil identificarse y emocionarse con los personajes y con todo lo que atraviesan a lo largo de la película. Cholodenko muestra oficio para el timing del humor y para la dirección de actores así como el retrato sensible y lúcido de las personalidades de los personajes son la herramienta con la que la directora apuntala esta notable película. Todos nos conmueven, todos nos llegan al corazón. Mención aparte merecerían las actuaciones de Annette Bening y Julianne Moore, que no deberían ser ignoradas en la próxima entrega del Oscar. Juntas conforman una pareja perfecta, cuyos conflictos e inquietudes son completamente universales. Sus personajes son sencillamente inolvidables. Mi familia no es una película sobre lesbianas ni matrimonios gays, es una película sobre la familia, la pareja, los hijos, y las vivencias cotidianas de las que nadie está exento. Se puede hacer política, se puede ser militante, se puede pelear a brazo partido por la igualdad de derechos, pero en el cine la cuestión es diferente. Si alguien desea realmente probar una tesis no tiene más que dotar a sus criaturas de absoluta humanidad. Quien luego de ver una película como Mi familia aun conserve prejuicios, ya no hay nada más que pueda convencerlo. La verdadera revolución, la verdadera fuerza del film está en no esforzarse por convencer, la película es y punto. La historia de una familia más, conformada por personas que anhelan lo mismo que han deseado todas desde el comienzo de los tiempos: la felicidad.
EL TIEMPO ES DINERO Veintitrés años después del estreno de Wall Street, el director Oliver Stone y el actor Michael Douglas vuelven a reunirse para una reflexión acerca del universo de las finanzas y los dilemas morales en el mundo contemporáneo. Oliver Stone realizó en 1986 el film Salvador, revulsiva mirada sobre la intervención norteamericana en el extranjero, y entró en el mapa del cine como un cineasta polémico. Pelotón, su siguiente film, fue también de 1986 y se convertiría en un clásico del cine contemporáneo. Pelotón le permitió ganar a Stone el Oscar a mejor director, a la vez que el film ganó el premio al mejor film del año. Su mirada sincera, honesta y cruda sobre Viet-Nam lo convirtió en el cineasta del momento. Por su parte, Michael Douglas, había cobrado fama en los ‘70 por protagonizar la serie “Las calles de San Francisco”, junto a Kart Malden y tenía en su haber un Oscar por haber producido el film ganador del premio de la Academia Atrapado sin salida. Cuando Oliver Stone y Michael Douglas se unieron para realizar Wall Street, el director estaba en el punto más alto de su carrera y el actor aun no encontraba su identidad actoral. Para Oliver Stone, la película significaría la confirmación de su rol de cineasta crítico de la sociedad americana, para Michael Douglas sería el comienzo del esplendor de su carrera y la obtención de un Oscar al mejor actor. Ese mismo año Douglas haría Atracción fatal transformándose en un villano atractivo o un anti héroe que mostraba el lado oscuro del hombre contemporáneo. Sus personajes tenían algo poco usual en una estrella: vicios. Sexo, dinero, poder, todos corrían por el lado oscuro del sueño americano. Y aunque siguió haciendo personajes nobles, su celebridad la obtuvo por los films más ambiguos, a los que se les sumó más tarde Bajos instintos. Con la debacle del 2008 aun cercana se dio el momento ideal para que actor y director retomaran esta historia. Ya le decía Gekko a su protegido en aquel film: “el dinero nunca duerme”. Con esa idea, la nueva película se centra también en otro joven que busca ascender, aunque esta vez la cuestión se complica porque el ambicioso muchacho es el prometido de la hija de Gekko, quien a su vez no quiere tener vínculo alguno con su propio padre. Con esta premisa se delata algo: mientras que el cuento moral del primer film vuelve a repetirse (el muchachito aquí también disfruta la velocidad de las motos e, incluso, la agente inmobiliaria es interpretada por la misma actriz, entre otras varias semejanzas y conexiones), en esta historia asoma algo completamente nuevo. Gekko ha pasado varios años en la cárcel y otros tantos alejado de su hija. Y aunque sigue teniendo pasión por el dinero, comienza a darse cuenta del gigantesco valor del tiempo. Aquella estética visualmente moderna que el film intentaba plasmar para mostrar el vértigo tecnológico y la velocidad del mundo bursátil, aquí se potencia y multiplica, generando un despliegue que es un entretenimiento en sí mismo. También se repiten esos personajes mayores que representan el pasado, tanto los miserables como aquellos que mantienen la reserva moral en el mundo de la bolsa. Finalmente, hay que decir que otra novedad es el idealismo alrededor de la ecología, algo que también es propio de los tiempos que corren y que permite generar el conflicto en el protagonista más allá del tema familiar. El hecho de que Wall Street fuera éxito en su momento puede llevar a idealizar un poco aquel film, que en el fondo se parece bastante a esta segunda parte y cuyas limitaciones se parecen en muchos aspectos a las que podemos encontrar aquí. Aunque Stone se permite deslizar algunas ironías ácidas, también deja entrever su propia angustia frente al paso del tiempo. Finalmente Stone consigue mostrar cómo no importa cuanto tiempo pase, las cosas no cambian en el mundo capitalista, aunque haya siempre nuevos idealismos y nuevas utopías. Por otro lado, el actor y el director están realmente preocupados por el paso del tiempo y la edad. No es forzado entonces que Wall Street: el dinero nunca duerme encuentre que el tiempo es el valor más importante de todos. No se trata exclusivamente de un cuento moral, sino de algo que piensan el director y el actor de la película.
CRÓNICA DE UN ROMANCE ANUNCIADO Basado en el best seller de Elizabeth Gilbert, Comer rezar amar cuenta la historia de una mujer en busca del sentido de su vida, viajando por el mundo y aprendiendo de cada lugar algo nuevo. La película podrá tener buenas intenciones, pero los resultados –principalmente por culpa del trabajo del director- son bastante pobres. Llevar a la pantalla un best seller es una forma de asegurar una buena respuesta de taquilla. Cuando un libro ha sido traducido a veinte idiomas y permanece entre los más vendidos desde hace más de cuatro años, la ecuación parece verificarse. Conseguir a grandes estrellas para darle un rostro a esa adaptación es otra forma de atraer al público. Pero aunque parezca increíble la combinación de best seller más estrellas a veces encierra alguna que otra trampa que, si no logra resolverse correctamente, puede terminar por resultar contraproducente. Lo que resulta insólito es que no haya habido nadie en todo el proyecto de Comer rezar amar que se percatara de algunos de los conflictos que el traslado de las letras a las imágenes iba a producir. Tal vez no quisieron verlo, o quizás, simplemente, se pretendió que los lectores del libro fueran a ver la película, ya que solo con esto se habrían asegurado un gran éxito. La historia de Comer rezar amar es la de una mujer que sale a buscar su propio destino viajando por diferentes ciudades, explorando distintos aspectos de la vida en cada una de ellas. Con una narración en primera persona, centrándose en la presencia absoluta y permanente de su actriz protagónica, Julia Roberts, la película combina comedia romántica, drama, algo de guía de turismo y bastante de manual de auto ayuda. Apoyándose en el carisma de su actriz protagónica, el film logra encontrar su rumbo cuando se basa en su rostro, en sus sonrisas, en sus lágrimas y, por momentos, en su auto parodia. Quienes no disfruten de la presencia de Julia Roberts o piensen que sus sonrisas ya comienzan a ser agotadoras, tal vez no deberían ni acercarse a ver esta película. Más allá de la trama, estamos frente a un show personal de la actriz. Pero las películas no son solo adaptaciones y actores, hay también detrás de ellas alguien que -se supone- las dirige. En este caso, esa persona es Ryan Murphy, responsable de la serie Nip/Tuck y de Glee. Estamos, sin duda, frente a uno de esos casos en los cuales un director no puede diferenciar los recursos de la televisión y los del cine. Comer rezar amar tiene, desde el primero hasta el último minuto, una puesta en escena que resulta llamativamente caótica, un montaje algo torpe, un exceso de planos inútiles para contar escenas como intentando dotar de ritmo a una trama que, de todas maneras, sigue siendo demasiado extensa. La fragmentación de las escenas más ridícula e injustificada que se haya visto en mucho tiempo, sobre todo, en un film de esta clase. Pero tal vez lo que no logra hacer la película es darle a las escenas dramáticas la misma fuerza que le imprime a aquellas que son propias de la comedia. La comedia funciona mejor que el drama. Así entonces, hay momentos que lejos de producir su efecto tienden a distraer e incluso a confundir al espectador porque el realizador no consigue encontrar la forma correcta de contar la historia. Y si bien lo más saludable que posee la película es su planteo acerca de una crisis existencial desde la mirada femenina, por momentos parece un estereotipo más que una mirada compleja. La búsqueda de la felicidad por caminos no convencionales, los espacios de desarrollo personal para una mujer en el mundo actual, están más sostenidos por las buenas intenciones que por una efectiva reflexión acerca de los mismos. Finalmente, otro conflicto que surge -a diferencia de lo que ocurre en la novela, en donde los personajes no tienen un rostro determinado- es que el aviso que anuncia la presencia de Javier Bardem le quita toda espontaneidad a la historia. En una novela, los lectores no saben que aparecerá más adelante determinado personaje, el autor puede no dar pista alguna a lo largo de toda la historia. Pero en cine, a veces esto no es posible. Y ahí es donde la idea de mezclar best seller y estrellas no funciona siempre. En Comer rezar amar, el personaje masculino sí tiene un rostro y un nombre: Javier Bardem. Mientras que en un libro uno no espera lo que no ha sido anunciado, en el cine sí, porque el actor está en los afiches y en las campañas publicitarias. Entonces, cuando transcurre casi el setenta por ciento del film y Bardem aun no aparece, está claro que su rol está siendo demasiado anunciado y su papel deviene entonces en demasiado obvio. Tal vez deberían haber alterado el orden narrativo y presentado al actor antes, para no postergar tanto su presencia. Cuando él llega, la película debería empezar de nuevo. Y de alguna manera lo hace, porque el encuentro entre ambos parece el comienzo de una comedia romántica, no el último tercio de un film dramático. Es por eso que en el último tramo, la película aumenta un poco más los momentos burdos y obvios, no solo por los problemas de guión y dirección, sino por el desequilibrio que provoca esperar durante casi dos horas la llegada del galán del film. Más allá de las buenas intenciones e ideas iniciales que pueden adivinarse en la historia de Comer rezar amar, lo que se ve en la pantalla se parece más a un capítulo mal filmado de un programa de televisión que a una película hecha en serio.
Buenas ideas sin rumbo fijo Tras beneficiarse de una amnistía general, un veterano ladrón de cajas fuertes y un joven ratero se plantean objetivos muy distintos. Sin embargo, el destino terminará cruzándolos. El baile de la victoria es el nuevo film de Fernando Trueba, quien hace 30 años parecía destinado a cambiar o al menos renovar la historia del cine español. Ópera prima, El año de las luces y El sueño del mono loco lo convirtieron en un realizador de renombre, pero su mayor fama mundial llegó cuando su film Belle Époque (1992) ganó el Oscar a la mejor película extranjera. Sus siguientes películas, algunas buenas, no recibieron una repercusión semejante y recién con El baile de la victoria volvió a alcanzar algo más de trascendencia. Este nuevo film de Trueba fue enviado por España como parte de la selección de películas destinadas a competir por el Oscar mejor film extranjero. Tal vez con la esperanza de que su director sea tomado en cuenta por haberlo ganado antes o con la fe de que uno de sus protagonistas, Ricardo Darín, empuje también a dicha estatuilla. Sin embargo, la película presenta un pequeño problema: es muy fallida. La historia que cuenta es una ambiciosa combinación de elementos y una arriesgada mezcla de tonos y géneros. Un joven ratero de poca monta (Abel Ayala) y un veterano ladrón de cajas fuertes (Ricardo Darín) son beneficiados con una ley de amnistía al regreso de la democracia en Chile. El joven intenta entonces convencerlo de realizar un robo que, en teoría, parece brillante. Además de esta trama, hay una historia de amor entre el joven y una bailarina, cuyos padres fueron asesinados durante la dictadura. Trueba adapta el libro de Antonio Skármeta (el mismo escritor en cuya obra se basó El cartero) y decide apostar al melodrama, al policial negro, a la comedia, al film político y hasta coquetea con tópicos del western. Pero misteriosamente, y aun cuando se notan varias ideas interesantes, la ejecución de las mismas es, en términos generales, insuficiente, incluso por momentos bochornosa. Los actores, a excepción de Ricardo Darín –que aporta lo más acertado del film–, están muy lejos de lograr convencer con sus trabajos. A medida que la película avanza, delata una ambición cada vez más cercana al lirismo y a la poesía, ambición que Trueba no logra entretejer con las formas realistas que la película también intenta sostener. A diferencia de muchos otros films fallidos que se estrenan a lo largo del año, El baile de la victoria produce una frustración mayor, no sólo por el talento de varios de los involucrados en su realización, sino también porque detrás de cada escena se alcanzan a ver algunas ideas buenas y arriesgadas que, en la totalidad de la película, finalmente quedan desperdiciadas.
CASA DE MIEDO El hombre de al lado cuenta las tensiones entre un diseñador y su vecino de al lado. A partir de una premisa básica y una estética muy definida, los directores construyen un relato original para el cine argentino por su forma, a la vez que muy reconocible en la historia del cine. Leonardo es un diseñador de gran prestigio, casado y con una hija. Vive en la casa soñada de cualquier diseñador refinado, la casa Curutchet diseñada por el legendario arquitecto Le Corbusier. La perfección de su universo de diseño se ve opacada por su vecino Víctor, quien sin mediar aviso realiza un agujero en la medianera para colocar una ventana. El film arranca con un plan estético muy claro, la pantalla dividida en dos, mostrando la misma pared desde ambos lados, el punto de vista de donde vive Víctor y el punto de vista de donde vive Leonardo. Pero ese doble punto de vista es solo un truco estético, ya que el film nunca nos permitirá ver realmente desde ambos lados. Los espectadores del film, los realizadores y los críticos pertenecen al lado de Leonardo, no al de Víctor. Pase lo que pase, la mirada no es doble. Y no está mal que no lo sea, pero delata algo: el primer plano es muy ingenioso, pero no es coherente con lo que sigue. Son los problemas de un programa estético definido, la exigencia aumenta notablemente. El choque entre dos personalidades, dos universos encuentra en la medianera un espacio tan claro como rico y lleno de posibilidades que los directores saben aprovechar. Por momentos, la película recuerda a El plomero (The Plumber, 1979), de Peter Weir, notable telefilm donde una antropóloga civilizada se enfrentaba a la presencia cada vez más agobiante de un primitivo plomero. Ambos films tienen una conclusión afín y muchos puntos de contacto. Pero los realizadores buscan acá desnudar con insistente ironía las miserias y los clichés de una pareja moderna y su entorno. Es prácticamente imposible sentir simpatía por el pretencioso Leonardo, su insufrible esposa o su indiferente hija. La caricatura de trazo grueso de estos personajes no perjudica finalmente al film, ya que la interpretación que hace Daniel Araoz de Víctor es tan notable y auténtica, que se lleva por delante el resto de las obviedades. Claro que puede pensarse que los directores buscaron exactamente eso: darle al vecino una complejidad más perturbadora que la del protagonista. Aun con estas objeciones el film consigue mantener la tensión en todas las escenas entre Víctor y Leonardo, poniéndose gran parte del tiempo contra la hipocresía y la mala educación del educado diseñador. Varias escenas logran marcar esta violencia contenida y cuando la ambigüedad moral domina las acciones, el film alcanza su punto más alto. También se pueden ver algunas influencias de Cabo de miedo, de Martin Scorsese, en particular el coqueteo con la hija y la posibilidad de que “el villano” se vaya colando entre las grietas de una familia no declaradamente disfuncional. Otro mérito está en no alejarse casi nunca de la locación principal y mantener de esa manera la unidad dramática que el film necesita. Otro misterio a resolver es por qué se comercializa el film como una comedia. Tal vez cause mucha gracia a muchos espectadores la burla al mundo fashion y snob de los diseñadores, pero a mi no me provocó eso en ningún momento. O tal vez también pueda resultar gracioso el personaje de Víctor, aunque a mi tampoco me pareció que lo fuera. Justamente, si fuera una comedia sería una película excesivamente irónica y demasiado pedante. Entendida de forma más seria El hombre de al lado es un film más profundo y complejo que excede el tono satírico. En definitiva, la historia que se cuenta acá no es acerca del monstruo que está en la casa de al lado, sino la del que está bajo nuestro propio techo.
CINE DE ACCIÓN CREPUSCULAR Los indestructibles es, para quienes vieron cine de acción en la década de los 80, un festín retro, tanto por sus temas como por su género y estética y, más aun, por su incomparable elenco. Pero más allá de este evento hay elementos más trascendentes que convierten a la película en una obra de arte de gran valor. Cuando el período clásico estaba muriendo y los cineastas modernos comenzaban a carroñar el lenguaje del cine mientras creían que inventaban la pólvora, el maestro Sam Peckimpah realizó un clásico de todos los tiempos: La pandilla salvaje (The Wild Bunch, 1968). El elenco incluía a estrellas ya mayores del cine clásico, como William Holden, Ernest Borgnine y Robert Ryan, algunos de ellos más cerca del retiro que del auge de sus carreras. Esta película fue lo que se conoce como un western crepuscular, un espacio donde se analizaba no solo el crepúsculo de los personajes protagónicos, sino también el de la carrera de los actores, el de un determinado período histórico y el de una idea del cine. Otros géneros han sabido aprovechar perfectamente este concepto, pero a la hora de hablar de Los indestructibles y, salvando las distancias estéticas, el cine crepuscular que primero viene a la mente es el de Sam Peckimpah. Auque en el western crepuscular también han brillado una variada gama de directores que va desde John Ford a Clint Eastwood, pasando por Don Siegel y Sergio Leone. Los indestructibles toma esa tradición y el tono de este film de acción está muy marcado por este acento crepuscular. Pero el clima jocoso de muchas escenas, el elenco multiestelar y la base sencilla de la historia hacen pensar también mucho en John Sturges, un director cuyo nombre hoy no es tan reconocido, pero que dirigió –entre muchos clásicos- El gran escape y Los sietes magníficos. Y por supuesto resuenan ecos del film de Robert Aldrich Los doce del patíbulo, con otro gran elenco liderado por Lee Marvin. Esta combinación de condenados pistoleros sin rumbo es una línea que va y viene desde estos directores mencionados a Akira Kurosawa, admirador del western que logró en Los siete samurais su obra más depurada en homenaje a aquel género y que recibió a su vez una remake, Los siete magníficos, que ya mencionamos. La última conexión es entre Yojimbo, también de Kurosawa y Por un puñado de dólares, de Sergio Leone con Clint Eastwood. Es el momento de recordar algo importante: el triunfalista título local llama a The Expendables (los prescindibles) Los indestructibles, en una traducción que subestima toda la complejidad del relato y niega los últimos veinticinco años. ¿Y qué tienen en común todos estos films mencionados, además? Se parecen en algo, son films masculinos. No exclusivamente para público masculino, pero sí con una sensibilidad masculina. Son film viriles. Dar cuenta de que un film tiene una sensibilidad femenina es un elogio desde un tiempo a esta parte. Y aunque en realidad es sólo una descripción sin juicio de valor, el destacarlo alude a una larga postergación de la mirada femenina en el cine. Esta balanza poco equilibrada en el cine y en el mundo fue lo que –feminismo mediante- motivó una necesidad de recuperación y reivindicación de esta sensibilidad. En el camino, y como consecuencia indeseada, la sensibilidad masculina perdió espacio y, erróneamente confundida con machismo -¡no son sinónimos!, retrocedió más de la cuenta en el imaginario social y cinematográfico. Hoy, cuando el feminismo sigue siendo aún imprescindible, es también necesario recuperar y valorar la sensibilidad masculina. No es necesario aggiornarla, simplemente hay que separarla de los aspectos más oscuros de la cultura patriarcal sostenida en el machismo y la misoginia. Los indestructibles es, por supuesto, una recuperación de valores, iconografía y modos de la sensibilidad masculina. De la misma forma que ciertos films conectan con la sensibilidad femenina, hay otros que conectan con la sensibilidad masculina. Es una limitación de los espectadores, y no de los films, el no poder disfrutar de ambos tipos de largometrajes. Se parte de una sensibilidad femenina o masculina –o una combinación de ambas-, pero las obras de arte son, finalmente, universales. Los indestructibles no debería ser analizada desde un punto de vista político. No debería porque la intención de la película no es política. Tampoco debería ser motivo principal de análisis la profesión de los protagonistas. Son mercenarios, sí, como lo eran los siete protagonistas de Los siete samurais. Pero como aquellos, estos están a la búsqueda de algo mucho más trascendente y universal. Están buscando, necesitando, una redención. Y tampoco busquemos la literalidad acá. Están buscando eso porque están viejos, porque la vida ha dado la vuelta y ellos ya no son lo que eran antes. Porque el camino es de salida y comienza a oscurecerse la mirada de las cosas. Atormentados como puede estar atormentado cualquier ser humano en el crepúsculo de su vida. Es interesante como los dos personajes más complejos del film son los más veteranos, interpretados por Sylvester Stallone y Mickey Rourke (al que podrían nominar de nuevo por este film y darle el Oscar que le deben). Rourke es el que reflexiona acerca de esos valores perdidos y por los cuales los protagonistas van a luchar. Como decían en otro film fuera de moda como La momia “rescatar a la chica, matar al villano, salvar al mundo”. Si lo quieren analizar políticamente, perfecto, pero para mí, y sin ninguna vergüenza lo digo, esos son los valores que habitan en todo héroe a lo largo de la historia de la humanidad. Claro que los personajes femeninos deben ocupar un espacio distinto y en esta película, tan masculina, lo hacen. Los valores más humanos y elevados están representados en un personaje femenino y luchar junto a ese personaje y por ese personaje es también lo que ennoblece a los protagonistas de la historia. Quienes, además, hacen de cada acto un constante elogio de la amistad. Hablar de elenco multiestelar es hablar no solo de Stallone y Rourke, sino también, de Jason Statham, el “joven” de este grupo y actual estrella de acción; de Jet Li, leyenda del cine oriental; de Dolph Lundgren, recordado villano de Rocky IV; de Eric Roberts, en una actuación brillante y, por supuesto, la cereza de este festival de cine de acción: dos apariciones especiales de Arnold Schwarzenegger y de Bruce Willis. Arnold, Bruce y Sly juegan una escena memorable más destinada a la inmortalidad del star system que a los manuales de lenguaje cinematográfico. Todos sumados no solo proporcionan una felicidad retro para nostálgicos, sino que además nos muestran el paso del tiempo y trasmiten la misma sensación que se observa en todos los films crepusculares. El tiempo pasa y el mundo cambia, dejando cada vez más afuera a los que en otra época estaban en el centro. Si hasta el propio Indiana Jones lo demostraba en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. El espectador que tanto festeja esta inolvidable reunión, deberá valorar también este espejo antiguo pero brillante que nos regala Sylvester Stallone. Somos nosotros, aquellos adolescentes de los ochenta, los que ahora vemos nuestro propio camino de adultos. Que los personajes tengan remordimientos no es una novedad en el cine, remordimientos –a su manera- como los que podían sentir por personajes de Ford, Welles, Bergman o Fellini. Sí, porque por más explosiones, patadas y cuchillos que vuelen, Los indestructibles no está lejos de las grandes reflexiones sobre la existencia humana. Estos duros son los personajes más tiernos que ha dado el cine de acción en muchos años. Tanta ternura tiene la película, tan cariñosa es con sus personajes que incluso se da algunos lujos que hablan de que Stallone, en su vejez, se ha convertido en un dios bueno. Y esta última misión, casualmente encargada en una iglesia, es el camino que lo lleva, y nos lleva, directo a la redención.
LOS PROBLEMAS DEL AMOR Amor a distancia es el regreso de Drew Barrymore a la comedia romántica y un ejemplo más de cómo la actriz suele elegir muy bien cada uno de los films de este género. Una combinación de humor e inteligencia que la convierten en la comedia romántica del año. La carrera de Drew Barrymore, nieta del legendario John Barrymore, ya era brillante cuando en 1982 formó parte del elenco de E.T, el extra-terrestre. Tenía sólo siete años en aquella época y su fama se fue apagando poco a poco hasta que a mediados de los noventa volvió a tomar el control de su carrera de actriz, a la que le sumó su nuevo trabajo como productora y, recientemente, su debut como directora. Su espíritu libre, su inteligencia y su sentido del humor le han permitido burlarse de sí misma y no tomarse demasiado en serio. Brilló en el drama y en el cine de acción, pero sin duda en la comedia romántica ha escrito algunas de las mejores páginas de ese género en la última década. Aunque si bien es cierto que algunas de las comedias románticas que ha protagonizado no son brillantes, también es cierto que muchas otras sí. Y no hay duda de que en estas últimas es la inteligencia de la actriz lo que marca la diferencia, ya que sus personajes siempre son interesantes y las historias que estos films cuentan, mucho más adultos y complejos que la mayoría de los exponentes actuales del género. Como si fuera la primera vez, Letra y música y ahora Amor a distancia son tres ejemplos entre varios más. Amor a distancia parte de una estructura de género, dividida en los tres característicos bloques que poseen estos relatos, la película renueva el interés en la comedia romántica por ofrecer no sólo el humor y el romanticismo propio de esta clase de films, sino también, una mirada adulta sobre los conflictos de pareja, los sinsabores de la vida conyugal, los problemas que acarrea el lugar donde uno vive y los trabajos que uno elige. La historia relata el encuentro entre una periodista (Drew Barrymore) que intenta abrirse paso en el mundo laboral y un empleado de una discográfica (Justin Long) que desea producir buenas bandas en lugar de grupos mediocres. No estamos acá frente a una comedia para preadolescentes (perdón la imprudencia de prejuzgar, estoy generalizando), sino de un film adulto, con ideas adultas, con una mirada poco naif a pesar del romanticismo que le dicta el género. Se adapta de todas formas a los tiempos que corren con algo de humor subido de tono, pero eso no le juega en contra, por el contrario, le suma más a la idea de que las miradas del guionista y la directora van más allá del producto edulcorado y sin aristas. Es posible que sea la propia Barrymore la que elige estos excelentes guiones o la que pide que se jueguen un poco más; como sea, hay que decir que también aquí aparece por momentos ese tono agridulce que se suele percibir en sus mejores films. Finalmente, y sin olvidarnos del excelente reparto que acompaña a la pareja protagónica, cabe remarcar que Justin Long está a la altura de tan talentosa compañera y que juntos forman una dúo creíble y facil de querer. Hay que sumarle a todo esto: unos diálogos impecables, una excelente puesta en escena y una banda de sonido que suena espectacular. Con los géneros cinematográficos siempre pasa que, cuando uno cree que ya no pueden volver a cautivarnos, alguien llega y nos demuestra lo contrario. En este caso, la película busca y consigue armar un discurso lejos de una mirada edulcorada o primitiva del amor. Nuevamente habrá que atribuirle a Drew Barrymore el apostar a una mirada contemporánea no solo de la pareja, sino de los roles masculinos y femeninos en las relaciones. Comprar el discurso de esta comedia romántica no es comprar un discurso reaccionario, como ocurre en los malos ejemplos de este género. Estos son los elementos que van explicando en diferentes niveles el por qué de la efectividad de Amor a distancia. En esa combinación de inteligencia, humor, romanticismo y mirada adulta del mundo está el secreto por el cual se puede afirmar que Amor a distancia es la comedia romántica del año.
LO PERSONAL POR ENCIMA DE LO GLOBAL Agente Salt sirve para confirmar dos cosas, la primera: que un punto de partida fallido puede arruinar casi cualquier film; la segunda: que Angelina Jolie posee una gran capacidad actoral para el cine de acción. Para la historia del cine La Guerra fría fue algo más que un período histórico que marcó al planeta a partir de la lucha entre dos grandes potencias. Estados Unidos y la Unión Soviética no solo modificaron el curso de la historia, sino que además generaron una gran cantidad de películas que tomaron este período como centro para sus tramas de espionaje, acción y suspenso. Hay muchos títulos cinematográficos con ese marco, muchos de ellos han sido muy buenos, por cierto. Porque tanto el estado de paranoia que la Guerra fría proponía como la lucha entre espías resultaban sin duda temas atractivos para las narraciones cinematográficas. Desde las más oscuras y serias a las más cómicas y paródicas, el cine tuvo muchas oportunidades para sacar provecho de este período histórico a punto tal que incluso después de terminada, la Guerra fría es aun un tema para volver a tratar en el cine. Sin embargo, en Agente Salt el principal conflicto -y lo que la debilita desde su origen- es intentar generar en el espectador una desconfianza equivalente a la de aquel período de la Guerra fría. Conseguir tal cosa no es sencillo de lograr y los caminos elegidos por el film fracasan. Si años atrás películas –para dar un ejemplo- como la versión original de El embajador del miedo hacían de la exageración su estilo, en Agente Salt la exageración no está equilibrada con un mínimo de autoconciencia y esto traba todo el guión y, por ende, la película. Con mucha solemnidad pretenden mostrar una Unión Soviética que tenía planes con un nivel de maldad que hoy no alcanza para conmover al espectador. Y mucho menos la posibilidad de que Rusia y Estados Unidos puedan volver a entrar en una guerra atómica. Quizás un guión mejor armado podría habernos hecho creer lo increíble, pero la película no logra llegarnos al nivel de inquietud que corresponde. Tal vez, si se hubieran concentrado en hacer, como siempre ha soñado Angelina Jolie, un film de James Bond protagonizado por una mujer, sin duda lo hubieran logrado. Porque la actuación de Angelina Jolie en las escenas de acción es más convincente que la de todos los Bond juntos. Incluso la historia de amor podría haber funcionado, sin embargo, acá no está puesta sino para permitir que la trama vaya hacia un terreno seguro y se reencause. Delata, esa historia, algo muy común en el cine industrial: qué más allá de las causas nobles o de los actos ruines, más allá de la política internacional y los grandes hechos históricos, están las personas. El cine industrial se construyó con la identificación en primera persona y en eso radica su directo sistema de empatía con los espectadores. Los disparates y contradicciones ideológicas de un film quedan de lado siempre y cuando alguien sufra y ese alguien tenga nombre y sentimientos. Lo que el viento se llevó, Casablanca, Doctor Zhivago, Reds, Imperio del sol o cualquier film con un gran marco histórico llega mucho más a los espectadores a partir de la identificación, a partir de la primera persona, de un rostro identificable siempre. Este rostro acá es la agente Salt y la interpreta Angelina Jolie. Tan fuerte es su presencia cinematográfica que incluso las más fuertes arbitrariedades dramáticas pueden dejarse de lado a partir de comprender su sufrimiento. Si hubieran centrado la historia en este conflicto y si hubieran tomado el resto de los temas con mayor sentido del humor tal vez la película hubiera funcionado mejor. Pero las locuras ideológicas que plantea son expresadas con una seriedad muy poco acorde con el planteo. Lamentablemente, si lo personal en el cine de Hollywood nos permite conectar con lo global, acá lo global nos impide conectar como corresponde con lo personal. Solo cuando Jolie toma las riendas del asunto y simplemente despliega su talento actoral para el cine de acción es cuando Agente Salt encuentra su mejor forma y consigue interesarnos genuinamente.