Vanesa y Joaco se han separado. Él le ha sido infiel y ella le ha revisado los chats privados de él. Entre reclamos y discusiones, ambos deciden que a pesar de todo seguirán adelante con el proyecto de escribir una película. En ese aspecto, ambos se necesitan. Pero las cosas se mantienen tensas. Vanesa comienza a plasmar en un cortometraje lo vivido en su pareja, lo que la ayuda a atravesar la ira y la depresión de la separación. La película es cine dentro del cine y a la vez la historia de una pareja que es contada a través de una ficción que es también el centro de este largometraje. Largos planos para narrar completas cada una de la escenas no tienen justificación alguna. Los diálogos no son ni profundos, ni divertidos, ni interesantes. Las visitas a terapia de Vanesa son un show de lugares comunes que dan vergüenza. Es posible que ese sea el universo de los personajes. Hablando todo y confiando en un terapeuta idiota. El cierre de aprendizaje y felicidad, de catarsis completa, es tan forzado y obvio que solo puede ser motivo de alegría para la protagonista. Y, si todo es tan obvio como parece, también lo es para la directora.
El protagonista de la película, Hugo, tiene desde hace tiempo el deseo de abandonar su pueblo natal. Por una cosa o por otra, ese sueño se posterga hasta que un día pasa un cazador de talentos y descubre a Enzo, el sobrino de Hugo, que juega muy bien al fútbol. Este hombre le propone a Hugo llevar al chico a una prueba en un importante club de Buenos Aires, esa prueba incluye un arreglo con el propio Hugo, que ve en este la posibilidad de encontrar la salida a su encierro en el pueblo. Al mismo tiempo, Enzo podría encontrar el éxito que años atrás Hugo no pudo obtener. Empieza entonces un viaje de ambos hacia ese sueño en Buenos Aires. Esta road movie de niño y adulto recuerda, salvando las distancias y las diferencias, a títulos como Luna de papel (1973) y Un mundo perfecto (1993). Del film de Clint Eastwood toma, por casualidad o no, varios personajes y situaciones, al mismo tiempo que cierta mirada desencantada de la sociedad. Pero Camino al éxito tiene sus propios personajes e historia, los parecidos mencionados son para guiar al espectador en este texto. El protagonista tiene demasiadas actitudes deshonestas como para generar empatía, pero el realizador no festeja estas actitudes, la mayoría de las cuales tienen consecuencias negativas. Cuesta mucho conectar con él y eso perjudica mucho a la película. Elk personaje de Enzo, al mismo tiempo, va quedando de lado en la historia. Es posible que esto no sea un error y sin embargo se ve como tal. El sueño de éxito no es tanto para Enzo como para el propio Hugo, aunque no se explique todo al final, uno imagina cuál ha sido su destino. Entre lo miserable y lo noble se mueve el personaje en una película algo limitada en la narración, pero con bastantes ideas y un elenco que cumple.
En un edificio de la ciudad de Córdoba, Ernesto (Luis Machín, agotador e insufrible) vive con siete perros. La solitaria vida cotidiana del personaje se mueve alrededor de los siete perros. Son ellos los que rigen los movimientos de Ernesto, quien lidia con la mugre y el desorden que sus mascotas provocan. Ernesto tiene, además, problemas de salud y también económicos. Los vecinos, hartos de la situación, lo intiman a que se separe de los perros. Ernesto no quiere dejarlos y a su vez no tiene la posibilidad de afrontar una mudanza. La historia transcurre con un patetismo moroso y repetitivo, más aburrido que interesante. Pero también hay un aspecto más optimista, abriendo la posibilidad de una salida para el laberinto de Ernesto.
“Una vez que viste un whodunit, los viste todos” dice la voz en off de unos personajes al inicio de la película Mira como corren. Lo dice poniendo a la película en una situación de autoconciencia que es el corazón de la historia. El personaje que dice esa frase Leo Kopernick (Adrien Brody) un director de cine que ha sido contratado para dirigir la adaptación cinematográfica de The Mouse Trap, la obra de teatro escrita por Agatha Christie. Dicha obra está situada en el West End de Londres y la película transcurre en la década del cincuenta, cuando la obra recién comenzaba su legendario éxito. Esa voz en off explica como funciona este género, cuya mejor explicación hoy en día es decir: la típica trama policial de Agatha Christie. Se entiende, desde el vamos, que la película se convertirá en un whodunit, pero la mencionada frase inicial quiere hacernos creer que será lo mismo pero diferente. La apuesta es grande y a la vez un callejón sin salida. Si sabemos todos y nos quieren sorprender en realidad están haciendo lo que se supone hace el género, sorprender aún en su rutina. Los dos protagonistas, el inspector Stoppard (Sam Rockwell) y la condestable Stalker (Saoirse Ronan) quienes quedan a cargo de la investigación. Él es un desganado policía veterano y ella una impulsiva novata llega de ganas de investigar. Toda la película basa su encanto en ellos. Son dos personajes hermosos muy bien interpretados. Se merecían más, pero tal vez la apuesta del guión sea esa, priorizar a esos personajes por encima de todo. Pero la idea de una comedia policial ambientada en la década del cincuenta es más divertida en la teoría que en la práctica. Todo el tiempo se siente el esfuerzo de la película por ser graciosa. Cuando eso se nota, la comedia está arruinada. Tanta fuerza agota al espectador y a la historia. Muchas simpatía, sí, pero nada más que sostenga una película que se vuelve cada vez más aburrida.
Alice (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles) son un matrimonio joven que vive en una comunidad ideal, una especie de utopía en medio del desierto. En esa pequeña sociedad llamada Victory, las casas son hermosas, los autos impecables y todas las mañanas los hombres salen a trabajar en un proyecto del cual no se habla mientras las mujeres se quedan limpiando la casa, tomando clases de danza y yendo de compras. Las parejas que protagonizan esta historia son amigas entre sí, todos son felices y nada parece faltar. La película no disimula ni por un segundo que algo inquietante está pasando. Tal vez esa sea su primera falla, su necesidad de exagerar la situación para delatar lo que viene. Alice empieza a percibir señales inquietantes de que algo está mal. Quiere, en un principio, hacer caso omiso de estos, pero luego las cosas van empeorando y ella debe enfrentarse a la verdad, hay algo muy malo detrás de esa fachada de perfección y belleza. No se puede anticipar mucho de la trama, pero esto ocurre en los primeros minutos de la historia. Nada, pero nada cierra en el guión al comienzo, el espectador deberá tener paciencia para que las cosas finalmente reciban, aunque no del todo, la explicación a lo que ocurre. La película busca ser ambigua todo el tiempo y ese es su mayor acierto. La necesidad imperiosa que despierta saber la verdad. El mundo de Victory parece transcurrir bajo la estética de la década del cincuenta, lo mismo para su música y su cosmovisión. Casi parece una crítica a la sociedad de la década del cincuenta la película, pero las alegorías cruzadas y contradictorias del guión impiden que sea tomada del todo en serio como crítica social. A pesar de tener un matrimonio perfecto, Alice sospecha que algo muy malo hay en esa comunidad y en particular en su líder Frank (Chris Pine), una especie de gurú y CEO. El villano favorito del cine norteamericano actual es el CEO blanco y heterosexual. Las críticas al machismo en Hollywood es solo para ellos, quedan para futuras décadas las sociedades donde las mujeres son tratadas como ciudadanos de segunda categoría, como por ejemplo la iraní. Cada película critica lo que quiere, es la suma de muchas lo que delata una tendencia ideológica. Olivia Wilde, que imaginamos como una estrella bien ubicada en el mundo del cine, delata en cada escena que no tiene mucha idea de la realidad del mundo. Elige justamente la alegoría porque esto le evita tener problemas con dicha realidad. Muestra de forma incisiva las contradicciones patriarcales de la década del cincuenta pero finalmente esa crítica no significa nada cuando el guión empieza a mostrar su juego. En todo caso dice que los hombres -y algunas mujeres- desean volver a ese mundo que parece perfecto pero no lo es. Hay muchas referencias cinematográficas, algunas de las cuales no hay que destacar para no delatar lo que pasa en la historia. Pero no pasan muchos minutos antes de entender que hay elementos de fantasía y ciencia ficción en el relato, eso se establece rápidamente. Existe una cierta similitud con The Stepford Wives (1975) con la cual comparte el ser una alegoría feminista. La diferencia es que la resolución de No te preocupes cariño es bastante pobre, incluso tramposa. Olivia Wilde, quien además de dirigir hace uno de los papeles, da un gran salto de producción y ambición luego de su primer film, La noche de las nerds (Booksmart, 2019). Pero aquella comedia era mucho más efectiva e inteligente que este pretencioso film. Es cierto que acá consigue lucirse con la puesta en escena, más allá de un guión que potencia el lado más superficial de dicho lucimiento. Lo que gana en la parte visual lo pierde en la historia, el personaje de Chris Pine carece de desarrollo, al igual que el personaje de su esposa Shelley (Gemma Chan). La falta de información es primero cautiva y finalmente un fiasco. Una película llena de promesas no es buena si finalmente no logra responder a lo que ha prometido. Esta especie de Shyamalan feminista parece más el capítulo piloto de una serie que una obra cinematográfica de calidad.
La huérfana: el origen (Orphan: First Kill, 2022) es una precuela de La huérfana (Orphan, 2009). El film original lo dirigió Jaume Collet-Serra y este precuela William Brent Bell. Por supuesto que es una precuela y una secuela a la vez, por haber sido realizada después de la original. Pero en la línea cronológica está antes esta historia. Pero lo realmente interesante de esta película es la alegría con la que se lanza hacia el delirio desde el vamos. Isabelle Fuhrman es la única actriz que trabaja en ambas películas y, como todos saben, es la huérfana del título. Si no han visto la película pueden dejar de leer acá, pero si ya la han visto o si jamás desean hacerlo, pueden seguir. Isabelle Fuhrman es, en la película del 2009, una mujer de treinta y tres años que, debido a una condición muy particular, tiene el aspecto de una niña de nueve años. En realidad tiene que ocultar parte de su condición de tal, lo que trajo a los guionistas originales muchos problemas y fallas de guión que se resuelven, aunque sea en parte, en esta precuela. Pero con la misma seguridad con la que resuelven esos puntos, se meten en mil delirios nuevos en una película que se jacta de su falta de credibilidad. Empezando porque su protagonista, que al filmar la película original tenía diez años y en la precuela veintitrés (se filmó en el 2020). El truco de la original era que finalmente era adulta, acá ya es adulta y nos quieren convencer de que es una niña. Hay efectos digitales para hacerla niña y muchos otros trucos y dobles, pero ninguno funciona ni por un instante. Es como si Macaulay Culkin hubiera filmado una precuela de Mi pobre angelito trece años después. La idea de ocultar la edad funcionaba en la película original pero no tiene sentido en esta. Aún así, o tal vez justamente por eso, la historia asume su locura, continúa el humor negro de la original y sorprende con algunas vueltas de tuerca. Todo es extremo y sin lógica, pero su locura es tan grande que se vuelve más atractiva que el promedio de las películas del género. La locura del personaje se vuelve la locura de todo el relato y hay que entregarse al show. Juega al borde y sale ganando.
Leónidas, joven destinado a ser el líder de su comunidad huarpe, se enamora de Lourdes, la hija del terrateniente blanco del Pueblo. Luego de ser separados cruelmente por sus familias, se reencuentran para emprender una sangrienta venganza. La película cuenta, de forma muy hábil y atrapante, el proceso que llevó a esa separación y también la venganza, alternando ambos tiempos y construyendo un guión original y a la vez clásico. La directora Tamae Garateguy tiene un claro manejo de los géneros cinematográficos y aquí lo vuelve a demostrar en esta película con no pocos elementos del western. Varias imágenes son verdaderamente espectaculares, por encima del promedio de lo que se puede ver en el cine argentino. El uso de la violencia, particularmente cruda y perturbadora, tal vez provoque algo de rechazo, pero estas son las reglas de esta película, no se le puede objetar nada. Algunos actores dan con el papel y a otros les cuenta estar a la altura de las ambiciones de la directora. Todo el trabajo de dirección y fotografía tiene como único lastre algunos vicios y rostros de un cine que está un paso por detrás de las posibilidades de la película. Aun así, la película muestra un deseo genuino por la narración cinematográfica en estado puro.
Bárbaro (Barbarian, Estados Unidos, 2022) es una película sorprendente. En los primeros minutos abre una intriga con una joven que en medio de una noche de tormenta llega a una casa en Detroit que ha alquilado por Airbnb. Tiene que quedarse allí porque al otro día tiene una entrevista laboral, pero al llegar descubre que un joven está en la casa, diciendo que él también la ha reservado. El barrio parece peligroso y mientras ella decide que hacer, acepta entrar a la casa. Todas las señales de peligro se activan y desactivan en esos minutos de suspenso abrumador. Es solo el principio de muchas de las capas que la película irá desplegando. Las películas de terror son en su mayoría parecidas entre sí, cada una de ellas dentro de los diferentes subgéneros. Por eso cuando pasan algunos minutos y un largometraje no cae en los lugares comunes y las trampas, la euforia del espectador aumenta rápidamente. Cuánto más cine de terror se ha visto, más se valora una pequeña joya como Bárbaro. ¿El joven que está en la casa es un monstruo? No lo sabemos y esperamos ansiosos el momento en el cuál la película finalmente despliegue su juego. Pero no es solo eso, luego tiene dos movimientos de guión más que renuevan la curiosidad y el interés del espectador. Pero en el medio, y esto es toque extra, se van desplegando temas de toda clase, conflictos sociales, sexuales, culturales, nunca subrayando nada, simplemente como pinceladas que con muy poco completan las historias de los pocos personajes que forman parte de la trama. Nunca es una bajada de línea, solo más material para que el espectador tenga su cabeza ocupada cuando las cosas finalmente ocurren. Hasta el último minuto la historia resulta apasionante y no defrauda, porque aunque llega un momento donde dudamos de los caminos que tomará, cuando tiene que ser una película de terror lo es de forma contundente y absoluta. Una maravilla dentro de un año donde no han faltado dos o tres buenas películas del género.
Hace unos treinta años el cine coreano logró una calidad para los géneros cinematográficos que se adelantó a gran parte del cine mundial. Como el cine de aquellos años era muy superior al actual, las películas más taquilleras de Corea del Sur no tenían la distribución internacional que se merecían. También es cierto que el costo de distribuirlas complicaba las cosas. Fueron los festivales de cine y los ciclos especiales los que permitieron que disfrutáramos de esos grandes films. Luego de un vacío casi total, Corea logró reconocimiento internacional y el streaming ayudó mucho a que se dieran a conocer películas y series de ese país. Las salas de estreno y la semana del cine coreano permiten que disfrutemos de esos largometrajes. Emergencia en el aire (Bisang seoneon, Corea del Sur, 2021) es un nuevo ejemplo del excelente manejo de géneros y la forma en la cual han sabido tomar la posta de Hollywood creando o recreando grandes historias bien filmadas y entretenidas. Emergencia en el aire podría haber sido una excelente, tal vez la mejor, película de la saga de títulos de Aeropuerto. El villano es un pasajero de un vuelo de Seúl a Honolulu, donde arriba con un virus letal que él, como investigador farmacéutico, ha logrado desarrollar en una variable de acción rápida que irá matando a los pasajeros del vuelo. Desde tierra investigan la forma de cambiar el curso de los acontecimientos lo más rápido posible, si acaso se puede hacer. Hay héroes, personajes centrales, en el avión y en el control, historias personales, como mandan las reglas del género, y una tensión creciente manejada con una maestría absoluta. La historia se extiende un poco de más, pero esto ocurre por la cantidad de ideas que la película tiene más que por otra cosa. Trabaja Song Kang-ho, el actor favorito de Bong Joon Ho y protagonista de muchos grandes títulos de cine coreano de las últimas décadas y el otro rol principal está a cargo de Lee Byung-hun, otra estrella coreana, actor preferido de Jee-woon Kim. También en eso el cine de Corea del Sur funciona como una verdadera industria, su Star-System es sólido y sus actores consiguen la identificación y la conexión que solo las estrellas tienen. Emergencia en el aire es buen cine, tiene el estilo narrativo claro, sin distracciones superficiales o un exceso de efectos por encima de la construcción dramática. La lección que los coreanos aprendieron hace treinta años aún la siguen poniendo en práctica.
Ariel (Luis Machín) es un guionista que regresa de España a Rosario, su ciudad natal, a investigar el extraño caso del suicidio de perros en un parque lindero al río. Al regresar se reencuentra con su pasado, donde habitan entre otros Laura (Gilda Scarpetta), mujer a la que amó, y José María (Roberto Suárez), su mejor amigo, esposo de Laura. La película no encuentra un rumbo claro aún dentro de los parámetros no tan clásicos de la propuesta. Pero el problema principal no está en su narrativa, sino en los momentos en los cuales pasa de las metáforas sutiles a la reconstrucción de un imposible programa de televisión carente de cualquier verosimilitud. Es difícil dejar en claro si se trata de una obra sutil pero fallida o un film estándar hecho por alguien que simplemente no logra narrar de forma adecuada. A esta clase de títulos no les ayuda en nada ver rostros agotados y agotadores como el del protagonista de esta historia, Luis Machín.