Cuando la familia es lo primero He aquí donde comienza la magia del cine, donde un Guillermo Francella irreconocible, tanto en lo físico: con el pelo totalmente blanco, sin barba facial y con una prominente panza, como desde lo psicológico, sangre fría, calculador, manipulador, se pone en los zapatos de Arquímedes Puccio. Francella da su primer gran papel siniestro en la pantalla grande, y vaya que lo consigue. La otra sorpresa del film viene de la mano de Peter Lanzani, quien en su debut en el séptimo arte con el rol de Alejandro Puccio, es el personaje encargado de darle la perspectiva necesaria al espectador acerca de los hechos en los cuales es cómplice de su padre, pero es también él quien durante el film tiene la responsabilidad de transmitir el viaje emocional que atraviesa. Es la mirada de Alejandro la que más está en juego. Además de un elenco solidísimo que integra a la familia Puccio con Lili Popovich, en el rol de Epifanía, esposa de Arquímedes; Giselle Motta como Silvia Puccio(hija) , Gastón Cocchiarale como el hermano mayor de Alejandro, Maguila; Antonia Bengoechea como Adriana Puccio (hija) y Franco Masini como Guillermo Puccio, el menor de los hermanos. Pablo Trapero logra una gran mixtura entre lo oscuro de las escenas y su musicalización animada a cargo de, por ejemplo, Virus y David Lee Roth (Just A Gigolo). También mezcla, de manera correcta la coexistencia de dos dimensiones completamenteEl clan 3 diferentes, la escena familiar, con el pollo al horno con arroz que sale del horno y la madre llamando a sentarse a la mesa, mientras Arquímedes se va con una porción de ese pollo camino al baño familiar, en el que una de sus víctimas encadenada y con la cabeza tapada, espera su libertad una vez concretada la transacción. Si bien el film consigue plasmar grandes momentos de cotidianidad y rutina, fieles al estilo Trapero, la forma en que las escenas están hilvanadas reflejan cierta falta de encadenado entre ellas. Por separado, las secuencias son sólidas y se nota lo bien pensadas que están, pero en forma conjunta, integral, el ritmo utilizado termina por desinflar al largometraje y tal vez un paising más clásico hubiese sumado más a la causa. En líneas generales, El Clan es la película argentina del año por varias razones: es material nuevo de Pablo Trapero (Elefante Blanco 2012 – Carancho 2010), es el primer protagónico fuera de serie de Guillermo Francella, el primer papel en un largometraje -y con buenos signos vitales- de Peter Lanzani, y además el film cuenta con el apoyo económico de la cadena 20th Century Fox.
Un Ridley Scott a medio camino Era indudable que el nuevo reboot del grupo fantástico sería un paso al frente respecto de sus dos predecesoras, con un gran elenco formado por Miles Teller, Michael B. Jordan, Toby Kebbel y Kate Mara, el film dirigido por Josh Trank logra el primer híbrido entre el estilo superhéroes mezclado con ciencia ficción, pero se queda corto en el balance final. El tono oscuro y de suspenso que se vive en las escenas futuristas apocalípticas de la última X-Men Days Of Future Past se siente durante este film -mismos productores y estudio -20 Century Fox-- pero mucho más protagonista. Una vez que los personajes resuelven el problema para crear el viaje interdimensional y son afectados por lo que encuentran allí, de nuevo en la base de operaciones son tratados como fenómenos de una forma muy oscura, varias secuencias de este estilo dark recuerdan a algún momento tenso en Alien, el octavo pasajero -1979-, tal vez la primera en su estilo único de ciencia ficción y terror. Sin embargo, he aquí donde radica uno de los problemas del film, este nunca termina de abrazar el estilo híbrido, y al final se decide por un tono más heroico, con estridente música, más representativo de Marvel/Disney. Un punto mayúsculo en su mejora en relación a las entregas originales es Victor Von Doom, el antagonista, ahora encarnado por Toby Kebbel, una de las más sólidas actuaciones y junto a Miles Teller, en los zapatos de Reed Richards, son los personajes en los que más se explora y, no por nada, son los que más logran hacerse querer a lo largo del film, hasta se entiende el motivo por el cual Víctor termina siendo Doom, y por qué no avalarlo. Al igual que Ben Grimm, “La Mole” -Jamie Bell-, quien es presentado como amigo de la infancia de Reed y justifica completamente a la evolución de los personajes a lo largo de sus andanzas. Otro punto en contra tal vez sea la ligereza con la que el film avanza pasada la introducción, tanto Johnny Storm -Michael B. Jordan- como su hermana -esta vez adoptiva- Sue Storm -Kate Mara- son presentados en muy acotadas escenas y sobre todo en Jordan se nota que el estereotipo vence y sólo se refleja como un “badass” que consigue poderes sobrehumanos. En cuanto a su hermana, “La Mujer Invisible”, encuentra facetas muy diferentes en su personaje, primero muy fría y luego sí alcanza el papel de una especie de interés amoroso de Reed Richards -como los comics mandan-, pero el cambio en su personalidad tal vez fue demasiado drástico para los meros 100 minutos de película. En resumen, hay un tono ciencia ficción rondando en el aire de la película que de haber sido explotado con mayor eficacia tal vez tendríamos una nueva arista dentro del mundo de las películas de superhéroes. Los 4 Fantásticos -2015- merece el beneficio de la duda y redimirse -o hundirse- con una segunda entrega, ciertamente la merece mucho más que su predecesora de una década atrás.
Ni exorcizada ni en el Vaticano Para un género que hace rato vio pasar su cuarto de hora, llega la película que nadie pidió y pocos verán: Exorcismo en el Vaticano -The Vatican Tapes-. Lejos está del film madre de los exorcismos El Exorcista -1973-, y de lo que puede ser el último gran largometraje demoníaco, El Conjuro -The Conjuring - 2013-. De maneras muy trilladas –hasta el nombre de la chica principal es Angela- y con una construcción de personajes próxima a cero, se descubre que esta joven -Olivia Taylor Dudley-, tras una mordida de un aleatorio cuervo -muy original el ataque animal…-, comienza un derrotero con pérdidas de conocimiento y actos involuntarios, entre otras cosas. No sólo la historia es rápida y sacada de un molde pre hecho, sino que además se da el lujo de caer en los pecados más banales del ser humano, como destacar que su padre soltero la concibió junto con una prostituta, en señal de acto demoníaco, claro está. Tras minutos de tensión, su padre y novio deciden llevarla al hospital para que le revisen dicha herida y, debido a la actitud errática, la rubia termina en un psiquiátrico para más observaciones. Varias de estas escenas, lejos del terror, logran buenas risas entre espectadores. Y como no podía faltar, la fórmula tan utilizada de “el religioso habla incoherencias y no le creemos, pero el espectador ya sabe que tiene razón” es otra vez explotada en estos 91 minutos de redundancias. Tal vez lo único redimible de este film sea Michael Peña, co estrella en la última de Marvel: Ant-Man -2015-, un cura que por esas casualidades de los lugares comunes conoce a la chica en cuestión y se sensibiliza ante su caso y lo toma de manera casi personal. Dentro de lo chato del personaje y baja calidad de diálogos, el estadounidense, hijo de mexicanos, se destaca y muestra, una vez más -como en Ant-Man-, cuán querible puede ser en la pantalla grande. Sacando de lado lo mala que es la traducción del título original: The Vatican Tapes -Los videos del Vaticano- por Exorcismo en el Vaticano, la película comienza precisamente con un video de la Santa Sede donde muestra al Papa Francisco diciendo “Vendrá el anticristo, caminará entre nosotros. Simulará ser Jesús.”, además de ser un maduro spoiler propio, poca credibilidad gana en Argentina, donde vemos un Papa que habla mucho más sobre temas de urgencias políticas y sociales que espirituales. Además que de poco sirven las grabaciones que contiene el Vaticano y, por lo menos en la versión subtitulada, la parte de exorcismo también brilla por su ausencia. Como ya repasamos, van 42 años de historia de estas películas, donde además de las ya nombradas, se le suma El Exorcismo de Emily Rose -2005- y El Exorcista: El Comienzo -2004- a la lista de aprobadas. Tal vez sea hora de seguir adelante y dejarlo descansar un poco a Lucifer -aunque sea unas décadas, hasta que los reboots hollywoodenses revivan el género-, para dejar lugar a películas de terror psicológico como por ejemplo Oculus -2013-, que ante su siniestra ambigüedad, el espectador sale con el cerebro lleno de preguntas.
Parca nostalgia arcadiana Pixeles es la nueva apuesta cómica de los estudios de Adam Sandler y si bien supera los últimos trabajos del actor, como Jack/Jill (2011) o That’s My Boy (2012), todavía no logra retomar el nivel que alguna vez demostrara con el golfista Happy Gilmore (1996) o con Locos de Ira (2003). En el primer acto del film nos encontramos en la década del 80, contexualizados en el auge de los fichines: Pacman, Donkey Kong, Galaga, Centípede, etc. El recurso de mostrar a los protagonistas en su joven adolescencia (con actores niños) ya es conocido en el equipo de Sandler, pero su efectividad está por encima de cualquier otro pasaje de la película. En el inicio, se plantea un campeonato de videojuegos masivo, donde un joven Brenner – personaje de Adam Sandler joven-, interpretado por Anthony Ippolito, vende a la perfección su habilidad por encontrar los patrones en cada juego y así, explotar su habilidad en el torneo. Para perder en la final del certamen contra Eddie, Peter Dinklage en su versión joven de Andrew Bambridge. Hasta resulta creíble la premisa de que los screenings de los jugadores del torneo serán cargados en un satélite de exploración espacial como mensaje cultural de paz para, en caso de encontrar vida inteligente en la galaxia, darnos a conocer. Habiendo establecido esta última premisa, la película la exprime y desarrolla, los visitantes galácticos retan a los terrícolas, estilo Mortal Kombat, a ganarles en sus propios fichines y si llegasen a perder tres juegos la invasión a la tierra será inminente. El primer ataque toma de sorpresa al ejército y destruye una base con navecitas y misiles Galaga-style. Minutos pasan y Kevin James, en los zapatos de Cooper, amigo de toda la vida de Brenner y ahora Presidente de Estados Unidos, termina por poner a sus amigos gamers, Brenner y Ludlow (el genial Josh Gad) al frente de la resistencia humana. Muy buenas secuencias de acción, los juegos mortales a los que son retados a duelo logran esa tensión y la adrenalina del mismo fichín, el cual siempre arranca con un nivel fácil pero para los sucesivos se torna una tarea titánica. Si bien los primeros dos actos son sólidos, con grandes carcajadas en las manos, principalmente, de Kevin James y Josh Gad, el final flaquea en el guión, pero tal vez el mayor problema sea algo un poco más fino: a Adam Sandler se lo ve parco durante todo el film, se lo percibe jugando a Pixeles, no viviendo la película. Lejos quedó la euforia y frescura de Happy Gilmore o de Un papa genial (1999). La película está sustentada por buenos personajes, a cargo de sus compañeros, pero cuando se necesita el golpe extra al final –que siempre la última heroica reside en Sandler- la película cae. En líneas generales, Pixeles (2015) logra grandes momentos nostálgicos con los videos juegos primos de la raza humana y alcanza buenos momentos de comedia. Pero hasta que Adam Sandler no se ponga en forma y no supere a su propio ego, que todos los días debe recordarle: “Tus buenas películas son las de antes”, difícilmente pueda hacer una gran comedia como ha sabido crear.
La especialidad de la casa Tras el éxito de taquilla de Avengers: La era de Ultron -2015-, pero con sabor a poco en el corazón de los fans, los estudios Marvel presentan un nuevo miembro clave –en los comics y en la próxima Capitán América: Civil War -2016--, Scott Lang -Paul Rudd-, sucesor de Hank Pym -Michael Douglas-, el hombre que puede tanto comunicarse con las hormigas, como achicarse hasta el tamaño de dichos insectos. Con 12 producciones en su haber, el universo de los estudios Marvel entrevé las fortalezas y debilidades con mayor facilidad. Ant-Man, junto a Guardianes de la Galaxia -2014-, son por ahora las únicas con un registro más ligero y en busca de situaciones de comedia, más que de la seriedad de tener el peso del mundo en los hombros de un solo hombre. Y no es coincidencia que estas dos estén dentro de los films más sólidos de la saga. Ant-Man, el hombre hormiga tiene severos aciertos ya desde el guión al elegir una historia de orígenes a medias y no aburrirnos con la historia de cómo surge un héroe, ya que el hombre hormiga original fue Hank Pym, aquí contextualizado como contemporáneo a Capitán América en la segunda guerra mundial, mostrado solo en flashbacks. El aquí y ahora es 2015 y con el doctor Pym en sus 60 años, le pasa su antorcha a un ex convicto, activista, genio de la computación -ya bastante normal dentro del mundo Avenger-, Scott Lang. En el Yellowsuit -traje amarillo-, antagonista principal de la historia, Darren Cross, se encuentra el volátil Corey Stoll, el calvo Peter Russo, víctima de Kevin Spacey -Mr. Underwood-, en la serie House Of Cards. Si bien es una fórmula conocida, donde el enemigo es el recíproco exacto del héroe en sus poderes, no por ello es no satisfactorio. Con una gran historia de amistad y luego desamor con Hank Pym, las acciones malignas del científico Cross quedan muy bien justificadas. El párrafo aparte se lo merecen tanto Paul Rudd como el departamento de efectos especiales, el cómico más conocido por sus papeles junto a Will Ferrel, lo merece por acallar las voces de los fans ‘odiadores seriales’, bancando una franquicia como si fuese algo de todos los días y, además mezcló los cortes de comedia con grandes secuencias de acción de una forma casi perfecta. Con respecto al departamento de efectos especiales, superaron con creces lo hecho en cualquier otra película de Marvel. En las coreografías de acción, el héroe pelea constantemente haciéndose pequeño y volviendo a su tamaño original, entonces el desafío era crear el universo desde allá abajo, donde las cañerías de agua pasan a tener el tamaño de cloacas normales y las hormigas que lo acompañan pasan a ser grandes aliados, todo este concepto es el que deja lucirse a los responsables detrás de las computadoras. A tener en cuenta para los fans de esta franquicia: hay dos escenas post créditos, una en el medio de ellos y otra al final literal. Sin spoilear, la primera escena enriquece la historia del propio Ant-Man, pero la segunda es una escena muy importante que hace avanzar al mundo Marvel en su totalidad, de tal forma, que es hasta criticable poner tanta importancia en una escena tan difícil de hacer que todo el público vea. Tal vez lo más polémico, sea la autorreferencia a sus películas predecesoras -11 films-, que ya a esta altura pueden ser tomadas como capítulos de algo más grande. Si no se tiene el conocimiento de La era de Ultrón o El soldado del invierno -2014-, hay chistes que no se van a entender, por lo tanto, lo que es un cumplido para los fans a muerte, aliena a los espectadores casuales. Para resumir, la máquina corta churros de películas sobre los Vengadores no está aminorando su marcha ni mucho menos, pero tal vez su tono PG13 -para toda la familia- impuesto por Disney –dueño de Marvel- está comenzando a mostrar sus debilidades y recurrencias temáticas al no poder despojarse de su tono colorido y liviano, que tan bien les queda a Paul Rudd o Chris Pratt -Starlord en Guardianes de la Galaxia-, pero no tanto para un Thor o los Avengers juntos.
Esa cosita loca llamada Hugh Grant Con un papel hecho a su medida, el actor británico, en la piel de Keith Michaels, un guionista de Hollywood en plena decadencia, se ve obligado a apartarse de las luces de Los Ángeles para oficiar de profesor en una universidad de un pueblito en las afueras de Nueva York. Dando lugar a los chispazos clásicos entre bichos de ciudad glamouroso, quien no tiene interés por adaptarse al pueblo, con la gente local, quienes escena tras escena se le va colando entre sus huesos. Como la sinopsis deja entrever, el film se encuentra en lugares comunes y clichés en cada secuencia, manteniendo la ecuación clásica del pasado exitoso, luego su declive para tocar fondo y hacia el final repuntar: conocer un nuevo amor y el reconciliamiento con su, hasta el momento, devastada vida. Pero la belleza de esta nueva entrega no pasa por cuan ingeniosas son sus vueltas de tuerca, sino por la sencillez. Tanto Grant como sus interés amoroso, Marisa Tomei (Lo que ellas quieren -2000- y Locos de ira -2003-, entre tantas), logran esa agradable simpleza pueblerina durante todo el transcurso y al final de cuentas termina rindiendo frutos. Así como son destacables los papeles de la pareja central en la película, también funciona a la perfección cada clásico e incómodo gag de Chris Elliot (Loco por Mary -1998-), quien interpreta a un colega de Grant en la universidad. Sin embargo, la gran desilusión llega de la mano del actor de reparto del que tal vez más esperábamos, J. K. Simmons, el cínico profesor de Wiplash (2014), donde la producción no aprovecha en absoluto al calvo enojón y deja al espectador con sabor a poco en esta arista.
Entre lo justo y lo moral En la escena de apertura de La patota, encontramos a Oscar Martínez, en la piel de un prestigioso juez de la nación, que discute con su hija Paulina, Dolores Fonzi, acerca de su prometedor futuro como abogada. Paulina le plantea a su padre que desea postergar dicha carrera para tomar las riendas de un proyecto en una escuela rural en Misiones como profesora de formación política. Varias cosas quedan a las claras en este plano secuencia de casi diez minutos: el talento de ambos actores, la química entre ellos y cómo, a pesar de tratarse de una discusión normal de padre e hija, la película ya plantea las posiciones de cada uno, pero siempre entendiendo que lo más importante es el respeto por las decisiones del otro. Con estos conceptos de choques de pensamientos generacionales es con lo que La patota queda marcada a fuego. Cada vuelta de tuerca conlleva el peso de la opinión de cada personaje, la violación que sufre Paulina es sólo la excusa para entrar en el tira y afloje que quieren imponer los personajes. Su padre, el juez, entiende que tiene que llevar a la justicia a los culpables, Esteban Lamothe, en la piel del novio de Paulina -con un polémico acento norteño- busca venganza por mano propia y Paulina, la única opinión que debería importar, busca algo más. Es aquí donde el film logra incomodar hasta sus últimas consecuencias al espectador. Las pinceladas de Daniel Tinayre junto a Mirtha Legrand en su versión original de 1960 son sólo excusas que toman Santiago Mitre junto a Mariano llinás para aggiornar el film a temáticas crudas, pero reales, dejando un edificio a medio terminar abandonado y algunas tomas específicas como homenaje. La patota logra hacer bailar al espectador entre sus personajes. En todo momento logra encontrarse identificado con cualquiera de los personajes, lo que está garantizado es que durante la extensión del film esta posición va a verse mutada constantemente, debido al derrotero de eventos que sufre Paulina. Su violación, luego confirmación de embarazo y la negativa ante levantar una denuncia, hacen explotar a cada uno de los personajes con sus puntos de vista y esto es lo que predomina en el film del director de El estudiante (2011). Párrafo aparte para el perfecto timing que tuvo la película al ser estrenada muy cerca de la marcha multitudinaria en la plaza Congreso por el #NiUnaMenos, donde su personaje principal, Dolores Fonzi, pone en juego todos sus derechos como mujer y confirma que si no es la mejor, debería estar en el top 5 de todas las actrices nacionales.
Pixar lo hizo de nuevo Si en algo se caracteriza este estudio es en la creación de completísimos universos que rodean la vida de los niños protagonistas de las películas. Pero la primera gran diferencia en IntensaMente (Inside Out, 2015) es el contexto en que se desarrolla el argumento, dentro de la mente de Riley, una niña de 11 años. Y esta vez los muñecos no son los protagonistas, sino las cinco emociones básicas que -según los creadores- motorizan a los seres humanos, con destacadas actuaciones en las voces originales: Alegría (Amy Poehler), Tristeza (Phyllis Smith), Temor (Bill Hader), Furia (Lewis Black) y Desagrado (Mindy Kaling). Alegría es quien manda en la mente de la niña y con alegría, Riley encaró toda su vida hasta este punto de quiebre, donde comienza el desafío luego de que deban mudarse de su pueblo natal en Minesotta a la gran ciudad de San Francisco. Este es un gran problema para cualquier persona, no sólo niños, ante esta crisis Alegría y Tristeza se ven expulsadas del centro de mando, dejando el control en manos de Disgusto, Temor y Furia, únicas formas en que Riley puede comunicarse durante toda la travesía. Desterrados de su lugar de confort, los dos personajes deberán atravesar los desafíos que el universo movilizado de la mente de Riley les propone, tanto lo que ocurre en su inconsciente, como en otros sectores, por ejemplo, el de pensamientos abstractos -gran momento del film- y la forma en que la mente funciona y almacena: desechando memorias, obteniendo nuevas, y así emular el crecimiento emocional de un ser humano. Otra gran apuesta -y acierto- de este nuevo film es haber encarado los problemas que se le presentan a una niña en su pubertad o pre adolescencia y no más infantiles, como en otras entregas. Siempre con la excusa de cómo trabajan sus emociones en el centro de mando de su mente, sobre todo forma sublime a la hora de aplicar el mismo recurso en la mente de los padres. Pixar logra durante todo el film entretener al máximo a los más pequeños y a la vez hace reflexionar profundamente a los adultos en cada giro de la historia.
Siempre la mano del hombre La nueva producción de los estudios de Steven Spielberg, dirigida por Kevin Trevorrow, parte 22 años en el futuro –tiempo realmente trascurrido desde Parque Jurásico (1993)- del desastre que resultó el parque del señor Hammond, pero la diferencia reside en que esta vez el predio no está a prueba, sino que está abierto y recibe a más de 20 mil personas por día. El film no repara en gastos y rápidamente introduce al Indominus Rex, una nueva especie, mitad T-Rex, mitad collage de varios reptiles y demás información genética, creado en los laboratorios del Dr. Henry Wu, repitiendo el rol del científico a cargo, como la nueva atracción para el parque. Cuando el dueño de la isla y los encargados de la seguridad entienden que esta nueva especie requiere una mayor vigilancia, acá es donde entra el héroe, Owen, en los zapatos de Chris Pratt (Guardianes de la Galaxia, 2014), ex marine, devenido entrenador de velocirraptores, para revisar la jaula del Indominous Rex. En esta misma presentación, en el primer acto la película no pierde tiempo y todo el infierno se suelta en el parque. Cabe destacar la actuación de Chris Pratt, quien, fiel al estilo de Spielberg, mezcla su conocida faceta humorística con un lado más serio y oscuro, una suerte de mixtura entre los personajes de Jeff Goldblum y Sam Neill (Ian Malcom y Alan Grant, en Jurassic Park, 1993). En los momentos en que el largometraje muestra flaquezas en diálogos o sus escenas con moralina y sentimentalismos incluidos, es donde Chris Pratt, con gran pragmatismo, baja a todos a tierra y hace entender –a los demás personajes y al espectador- la seriedad del asunto. La teoría del caos propuesta por el Dr. Malcom es la punta de lanza que detona la acción, es decir, ni bien el control humano pierde sus facultades sobre las atracciones que ceden a la demanda de espectacularidad del mercado sin medir las consecuencias, la naturaleza impone sus conocidas leyes y en ese nuevo orden es donde Chris Pratt y compañía deberán frenar a la bestia salvaje jurásica. Instinto versus domesticación del instinto son las dos fuerzas que colapsan en el universo de la nueva Jurassic World. Es importante resaltar la mala elección de escenas que hizo el estudio con respecto a los trailers, donde, fuera de contexto, muchas cosas quedaban muy sueltas. La importancia de remarcar esto, deviene de lo bien contextualizado que está el film. En ese sentido los problemas que presentan los trailers no son los problemas que termina por mostrar la película integralmente. La crítica en que puede caer el nuevo episodio de la franquicia es que ya no es una película de animalitos extintos hace 65 millones de años y vueltos a la vida, sino que hay un nuevo monstruo, creado por el hombre, acercándose más a un film del estilo Frankestein. Pero dicho giro argumental entra muy bien en los parámetros, durante la explicación de este nuevo híbrido, el guión hace pie siempre y este nuevo Indominous Rex infunde el mismo –o más- miedo que las clásicas persecuciones del Tiranosaurus Rex allá por 1993.
Navegante de la luna Si bien esta última entrega de Naruto, dirigida por Tsuneo Kobayashi, apunta –casi exclusivamente- a los fans del animé, el espectador regular de cine puede encontrarse con una historia de acción digna de la serie Dragon Ball, pero también encontrará retazos de poética, una bufanda roja, vuelos en aves dibujadas, estados mentales que despiertan sentimientos. Esto la aleja del animé de acción para acercarla, mucho más, al estilo japonés de, por ejemplo, El viaje de Chihiro (2001). El último largometraje de Naruto propone como correlato paralelo a la inconclusa –hasta esta película- historia de amor entre el joven personaje principal y Hinata, su interés amoroso, también miembro del Equipo 7, escuadrón ninja para salvar la tierra. El mayor conflicto del film –muy opacado por el correlato mencionado- es una amenaza por parte del último referente del clan Otsutsuki, Natori, quien comienza un ataque hacia la tierra utilizando la Luna, hasta entonces su hogar, como meteorito destructor. En contrapartida al buen dinamismo que lleva la película durante toda su extensión, se encuentra el sentimentalismo clásico de la industria nipona llevado a su máximo exponente, cada lágrima brillante, musicalización romántica y los nombres de Naruto e Hinata están para pedir el cambio por desgaste de las repetidas veces que son utilizados. Naruto, la película (The Last: Naruto, the movie) logra atrapar tanto a los fans como a los inexpertos en la materia, redondea con un gran final cliché -que igualmente funciona- y deja satisfecho al espectador a la hora de los créditos.