Un bebé aparece en el medio del campo. La imagen vibra. Luego otro bebé aparece en el campo y vemos una mariposa. Una de las bebas, al parecer, es adoptada por un matrimonio que tiene un hijo; en la otra versión, la niña crece junto a su madre. La mariposa del título de la película aparece aquí como señal de una transformación que llevará a Romina, Mariela, Germán y Bruno a conocerse en dos tiempos, siendo siempre los mismos actores los que protagonizan estos encuentros en clave doble. Mariposa es el cuarto largometraje de Marco Berger, el cual -armado alrededor de la temática del primer amor y los primeros ardores- nos encontrará en un juego de simetrías y paralelismos que se repetirán todo el tiempo, marcando el tempo y la originalidad de la obra y funcionando a veces como un déjà vu. En el film Berger se arriesga, cambia como la mariposa lo indica, y la lineal secuencia de amor se convierte en otra cosa: hablamos de una película sobre vidas paralelas donde los vínculos más íntimos y la homosexualidad de sus personajes son moneda corriente. Las relaciones son tratadas, además, desde una sensibilidad única que -a base de planos detalles y primeros planos- resuelve todo el problema del erotismo. La película lleva prendida cierta nostalgia: en la historia paralela Romina (Ailín Salas) y Germán (Javier De Pietro) pueden finalmente concretar su amor. En la otra vida son hermanos pero esto tampoco parece producir el menor efecto en ellos. Lo que está destinado a producirse, finalmente se produce. El fatalismo está dado. Estos personajes de pueblo que recuerdan a La Ciénaga (2001) comparten la misma forma de paralelismo de algunas obras de horror como La Habitación del Niño (2006), de Alex de la Iglesia (pero sin el terror, por supuesto). ¿Qué sucede con los caminos que no tomamos? ¿Qué haríamos si fuéramos otros? La historia se abrirá, como las alas de una mariposa, y desplegará en total seis parejas que irán encontrándose y desencontrándose en el tiempo… algo le debe a El Efecto Mariposa (2004), tal vez más bien el nombre y el “efecto”, y no tanto la trama o moraleja. El guión apunta a extremar la atracción sexual de los personajes como forma de ir incrementando el suspenso. Es la mariposa la que logra, en una hora y 43 minutos, tener a los espectadores al filo de lo que pasará, tejiendo una dramatización compleja que habla de un buen trabajo de Berger, de los actores y del cine argentino.
Soy mucho mejor que vos es el nuevo largometraje de Che Sandoval, quien se había sumergido en las aguas del cine chileno cinco años atrás con su Te creís la más linda pero eres la más puta. Este spin off, que parte de una historia contada en un bar y se centra en el personaje de Naza, es también una antropología de la razón social masculina. La película, filmada a través de planos cortos que nos permiten lograr una identificación más inmediata con el personaje, interpretado magistralmente por Sebastián Brahm, cuenta la disyuntiva de Naza, quien a los 30 y pico debe hacer frente a la fatal ausencia de su mujer, la cual consigue una beca para irse a trabajar a España. Este suceso logra poner sobre la mesa todos los miedos de Naza acerca de ser un hombre proveedor, la preocupación fundamental de la masculinidad a su edad. Al igual que en Te creís la más linda pero eres la más puta, la condición masculina es abordada sin pelos en la lengua con soltura bizarrezca y humor negro, logrando que la trama penetre naturalmente en los problemas masculinos del período. En Te creís la más linda pero eres la más puta nos acercábamos a la problemática a través de la mirada de Javier, un joven que necesitaba afirmarse como macho alfa luego de haber sucumbido -ante un rechazo amoroso- a la realidad de su fama de inepto sexual. En ambas películas Sandoval triunfa sabiamente mostrando “lo peor de Chile”, utilizando una gramática machista que se vuelve inclusive feminista a través del patetismo y oscuridad de sus personajes. Enfrentado a la soledad y naufragando entre quimeras sexuales y la necesidad de reafirmarse, de sentirse nuevamente hombre, cazador y proveedor, Naza ira develándonos su personalidad. El film mostrará finalmente que este anclaje no se cumple y Naza preferirá quedarse con la mediocridad de los pequeños placeres banales antes de constituirse en tanto padre proveedor. La obra de Sandoval es un recorrido complejo -a través de pocos recursos y un guión inteligente- por una verdadera cosmogonía de la masculinidad actual y de los conflictos sociales chilenos. Mucho más oscura y fresca que la primera, esta comedia negra es una combinación ideal de elementos para todos aquellos que quieran sumergirse en la realidad chilena y analizar los conflictos sociales de la década.
Creer o reventar. Desesperanza por la vida, concepción nihilista acerca del escape a un mundo mejor, falta de fe: todas estas cruces son las que lleva en su mochila psicológica el protagonista de El otro (no todo es lo que ves), Marcos (Guillermo Pfening). Y hablo de cruces porque los primeros minutos -que parecen sumergirnos en un drama policial- tomarán un giro evangelizador que convertirá a este film en una suerte de propaganda religiosa de poca monta. Uno de los principales motivos pasa por el hecho de que entre los nombres que figuran como productores y distribuidores de film se encuentre “Professio Divinitus”, una productora creada en 2003 cuyo principal objetivo es comunicar valores morales a través de los medios de comunicación. A contraposición de la postura del Nuevo Cine Argentino de no demonizar la delincuencia o al “pibe chorro”, la política religiosa explícita de la película propone una visión conservadora de la delincuencia. El giro hacia el realismo mágico, que nos permite ratificar la hipótesis anterior, está ejemplificado en el momento en el que Marcos (Guillermo Pfeming) se ve involucrado en un asalto a un banco protagonizado por su hermano, quien está metido en “la pesada” -y a pesar de que es “bajado” a balazos- se encuentra con un hombre cuya estética recuerda al salvador bíblico que mágicamente sana todas sus heridas. Este leitmotiv irá apareciendo a lo largo de la película y abrirá un abismo narrativo entre el entramado policial y esta suerte de filosofía redentora encarada en la imagen del hombre misterioso. Si bien en tanto encuadre e imagen la película no deja cabos sueltos, es a la hora de querer trazar una metáfora sobre la salvación a través de la fe donde nos encontramos con una película sonsa y fofa en lo referido al contenido. Una bajada de línea evangelizadora que cualquier amante de los policiales sentirá que linda con la comedia. Tema aparte es la construcción naif de los personajes, que se dividen entre “buenos” y “malos”, convergiendo con esta imagen de cielo e infierno que implícitamente adherimos al obedecer al pacto narrativo del film. El otro (no todo es lo que ves) es un intento de drama policial -protagonizado por un gran y desperdiciado elenco- que carece de elementos metafóricos y narrativos necesarios para convertirse en una película real, siendo también un milagro que la propuesta esté destinada al público masivo.
Entre tramas ocultas. Aprovechando recursos del documental, el film familiar y la investigación periodística, Walter Tejblum -director, productor y narrador- nos lleva al corazón de la Zwi Migdal y la historia real de Malka Abraham , quien fuera traída de Europa con pretextos de “hacerse la América” por dicha red mundial de trata de personas que operó entre 1906 y 1930. La red estaba constituida por delincuentes de origen judío que se especializaban en la prostitución forzada de mujeres del mismo credo. Llegaron a acumular alrededor de 10 mil millones de pesos y contaban con más de 30.000 mujeres explotadas, obligadas a prostituirse. La de Malka es una historia de ocultamientos por parte de la comunidad judía que devela la inaccesibilidad de la misma. La película logra eficientemente mostrar este lado oculto de la comunidad que excomulgó a la Zwi Migdal pero también negó la historia de Malka para siempre. El poder de seducción y atracción del film está enfocado en el yo del narrador que comunica las imágenes como propias, haciéndonos partícipes directos de ese intercambio comunicativo. En efecto la búsqueda de Walter se convierte en una búsqueda personal y a la vez masiva. La película logra transportarnos a dos mundos a la vez: por un lado el mundo de Walter y su pesquisa incansable y por el otro la trama de encubrimientos y desconocimiento por parte de la comunidad judía. En esto reside su originalidad y capacidad de denuncia. A cambio de ser sepultada en un cementerio de la comunidad judía y ser aceptada por sus pares, Malka Abraham decidió en su testamento donar parte de su fortuna -amasada en décadas de prostitución- a la comunidad judía tucumana. Su muerte alrededor de los 80 años y la ocultación e ignorancia acerca de la misma por las autoridades y por muchos de los judíos de la comunidad dejan abiertos muchos interrogantes. La película propone, utilizando archivos periodísticos y documentos legales, correrse del triste destino que tuvo Malka para hacer de su vida un homenaje en pos de contestar algunas preguntas que se le formularán a los que vean la película, en especial acerca de la moral judía y la forma en que la comunidad trata esta temática oculta.
El teórico Merleau Ponty se preguntó una vez si se podría concebir un amor que no sea usurpación de la voluntad del otro, explicando que detrás de todo vínculo se encuentra la necesidad de influir sobre su libertad, influenciar al prójimo, entrar en una relación indivisa con él. Para resolver esta consigna y de paso adentrarnos en una serie de microhistorias satíricas muy bien logradas, Víctor Kesselman nos acerca, con pizcas de humor ácido y análisis psicológico, este mockumentary o falso documental que analiza las vidas de un grupo de trabajadores de oficina. Víctor se apropia en esta película de los códigos y las convenciones propias del documental pero con pequeñas intervenciones ficcionales que devuelven por momentos al público al mundo de la ficción y el humor absurdo. La sátira implícita presenta una visión política del cuerpo y sus leyes que apunta -basándose en un manual de técnicas de ventas de los `80- a la historia secreta de sus protagonistas, con sus fantasías y su cosmovisión, develándose así una trama de poderes y sometimientos. La forma en que están filmadas las microhistorias le devuelvan la autenticidad del documental al film, mientras que las intervenciones ficcionales y satíricas de su presentador son la pauta para integrar a Aprox dentro del género del mockumentary. La película indaga en este mundo artificial rodeado de mentiras que flotan en la superficie, y también se transforma en una crítica indirecta a los documentales, series y programas televisivos que señalan la configuración del cuerpo al momento de la mentira, derribando los muros del falso cientificismo. Así descubrimos un mundo donde hay que cuidarse de quien te miente en cada esquina, una parodia de las clases sociales, el machismo, el sexo. El mundo competitivo y capitalista al que se entregan los trabajadores, las relaciones amorosas furtivas, las ilusiones más secretas que debemos guardar a la hora de volver a la gris oficina. Todo esto con vistas a la creación de un llamamiento lúdico que esquiva la acción tradicional del documental -movimiento típico del falso documental- en pos de promover en el público grandes connotaciones sociales y políticas a través de risas.
Documentar lo perdido. “- ¿Y por qué buscas al Huemul? / - Porque nunca lo conocí, nunca lo vi más que por foto y porque está desapareciendo como todo lo originario de acá, nuestro mundo.” Buscando al Huemul es un film que mezcla de manera inteligente el documental, el film familiar y la ficción, corriéndose de la clásica modalidad del documental para lograr a través de la historia real de Ladislao Orozco, un descendiente de mapuches, una relación afectiva especial con el espectador en términos de autenticidad. El enunciador es real, se mueve a través de índices creando un doble proceso de rememoración, tanto a nivel colectivo (la historia mítica de la Patagonia), como a nivel individual (todos somos hombres que compartimos la vida en una sociedad globalizada donde los orígenes de la historia están quebrados o a punto de desaparecer). El recurso de Juan Diego Kantor es eficiente en lo que respecta a recuperar los componentes raciales, étnicos, culturales y sociales de pueblos originarios que han sido marginados por la versión oficial de la historia. Este rescate desde la dimensión visual lo vemos también en los planos abiertos que confrontan la pequeñez del ser humano frente a la vasta naturaleza, paisajes que hablan por sí mismos en la búsqueda de Ladislao de ese Huemul que es también su propia búsqueda identitaria, la de la historia de su familia.
Historias para edulcorar las tardes. Si existe una característica que defina las obras del director Jason Reitman, es un desarrollo narrativo original, el mismo que pudimos observar en La Joven Vida de Juno y Gracias por Fumar, dos obras que fueron masivamente acogidas por el público internacional. No podemos decir lo mismo de Labor Day, o en su traducción al castellano Aires de Esperanza, ya que la película rebosa de un romanticismo rosa aptó para televidentes de novelas mexicanas. La trama, que se muestra desde un principio bastante predecible, nos lleva a Estados Unidos a fines de los ochenta con la historia de Adele, una madre soltera que -abandonada por su marido hace varios años- cae víctima de una depresión que se acentúa año tras año, desmejorando su salud. Adele vive acompañada por su hijo Henry, un niño inteligente y condescendiente con su madre que, en sus 13 años, comienza su despertar sexual. El primer giro en la historia se da con la aparición de Frank Chambers, un ex convicto herido que pide que lo auxilien y escondan en el hogar. El espectador podría pensar, una vez aparecido en pantalla Frank, que -víctimas del síndrome de Estocolmo- los protagonistas se irán rindiendo ante el delincuente. Pero no, Reitman no solo nos muestra un ex convicto amable y humanitario que no desea hacerles daño a los protagonistas, sino que quiere también, huyendo de un pasado trágico y de los horrores de la cárcel, formar una nueva familia. Es relevante resaltar el cuidadoso trabajo de imagen al que nos invita Aires de Esperanza, que transforma un pie de duraznos o la transpiración de una piel enamorada en todo un acontecimiento para los sentidos.
De monumental a pochoclera. Basada en un libro de Robert Edsel, la película narra la historia de los hombres de distintas naciones encomendados a salvaguardar las obras más relevantes del arte occidental, tanto de la destrucción de la guerra como de los “robos ideológicos”. Estos arquitectos, curadores, especialistas en arte y hasta soldados son reclutados en la película en misión especial de los Estados Unidos por Frank Stokes (George Clooney). La originalidad del planteo de Clooney, quien se encuentra ahora en el pico de su carrera y desde hace más de diez años nos sorprende como director con grandes entramados narrativos y visuales como Confesiones de una Mente Peligrosa, está en haber retratado la Segunda Guerra Mundial desde un lugar que -como vimos hace poco en Ladrona de Libros- no había sido suficientemente analizado, el lugar que juega la cultura y el progresivo borramiento de la historia a la que nos sometió el nazismo. En efecto, el final de la Segunda Guerra se ceñía sobre el mundo y Hitler estaba pensando en crear el “Museo del Führer”, donde llevaría las obras más grandes del Siglo XX, entre ellas obras de Picasso, Rembrand, Da Vinci, Miguel Angel, etc. La tesis parece ser brillante: además de las muertes de la guerra, del despojo humano y material, Hitler quería despojar a la civilización de su historia cultural, aún luego de su muerte (en caso de morir, habría ordenado quemar las obras más importantes del arte occidental hasta dejar al mundo sin raíces). Un mundo que no recuerda su cultura es precisamente un mundo deshumanizado, despojado de todos los avances de la razón iluminista y por ende fácilmente manipulable, gobernable, un mundo enfrentado a una sequía de historia. Una segunda tesis que se entreteje en la trama pasa por la comparación constante entre el valor de la vida humana y el valor de la obra de arte, como encarnación de la manifestación más alta del espíritu humano.
Precisa y bella historia sobre la guerra. Retratar la Segunda Guerra Mundial no es tarea fácil para ningún director, pero Brian Percival -aún con su corta experiencia en la pantalla grande- parece haber entendido a fondo la esencia de la tragedia. Basada en la novela homónima de Markus Zusak, Ladrona de Libros es la historia de la pequeña Liesel y su separación de su madre y hermanos, que acusados de comunistas deben exiliarse en otras ciudades. Es fácil entrar en ligazón sentimental con la pequeña Liesel y su personalidad inteligente y valiente. Es una suerte de Matilda de 1938 cuya curiosidad inabarcable, ahora sedada por una ideología detractora de la historia que quema los libros, late muy fuerte en su pequeño cuerpo. Refugiada en Alemania, Liesel conoce las mentes envilecidas por la propaganda fascista y en medio de esa nueva realidad, intenta encontrar el camino hacia el descubrimiento personal. Entre las personas que la ayudarán a conocerse será de vital relevancia un joven judío llamado Max, quién en palabras de ella fue quien “le dio ojos”.
De pequeñas historias que conmueven. ¿Quién no tuvo alguna vez un amiguito intrépido cuya presencia molestaba a nuestra madre? ¿Cómo no recordar a esa maestra de escuela que siempre nos castigaba? ¿Y los primeros amores? ¿Con cuántos problemas puede enfrentarse una niña de nueve años? Pequeñas Diferencias es una película basada en la novela de Raphaele Moussafir, Du Vent Dans Mes Mollets, que nos acerca una reflexión sobre el mundo de los adultos, con sus sacrificios diarios, sus heridas, responsabilidades, complicaciones e incluso la muerte; con la particularidad de estar narrada siempre desde la inocente -pero no por eso poco incisiva- mirada de Rachel Goldstein y su amiga Valérie. Rachel tiene 9 años y es hija única. Inteligente, observadora e introvertida, es una niña especial, extrañamente estresada para su corta edad. A Rachel le cuesta un poco tener amigos por la poca libertad que le brindan sus dos peculiares padres: su ansiosa y activa madre Colette (Agnès Jaoui), y su no tan dulce padre Michel (Denis Podalydès), un sobreviviente de los campos de concentración nazis...