El fuego de Stephen King nunca se apaga. Hace 42 años, exactamente en el año 1980, el reconocido escritor norteamericano Stephen King publicaba la novela “Ojos de fuego” (Firestarter). En este libro se contaba la historia de Charlie, una niña de 11 años con poderes paranormales (piroquinesis), que junto a sus padres trataba de escapar de una agencia gubernamental de investigación llamada The Shop, quienes querían encerrarla para analizarla y utilizar su “don” como un arma de destrucción masiva. La trama estaba ambientada en los años 70’s en Norteamérica, donde muchas parejas que buscaban tener hijos participaban de una prueba científica siendo inyectadas con drogas experimentales con consecuencias físicas irreversibles en sus futuros hijos o hasta en ellos mismos. En el año 1984 hubo una primera adaptación cinematográfica de la novela, Llamas de venganza, dirigida por Mark L. Lester y con el protagónico de la actriz Drew Barrymore en el papel de la niña Charlie y David Keith, cómo su padre Andy. La película tuvo muy poca relevancia, pasó sin pena ni gloria, teniendo en cuenta que los 80’s fueron de los más populares y de gran masividad para el género del terror, quedando sólo en el recuerdo de los seguidores del universo de King o directamente en el olvido, muy a diferencia de otra adaptación de la obra del escritor oriundo de Maine, Carrie (Brian De Palma, 1976), dónde otra joven sufría de similares habilidades, la telekinesis en esta oportunidad, y que es considerada una obra maestra y con muy justa razón. En este 2022 la productora Blumhouse, especializada en cine y series de horror, junto al estudio clásico e influyente Universal Pictures, estrena la remake de la historia, nuevamente nombrada Llamas de Venganza, con los actores Zack Efron, Sidney Lemmon y la menor Ryan Kiera Armstrong, en el complejo papel de Charlie, quien aparte de cargar con su “problemita” incendiario, ahora también sufre como muchos pre-adolescentes de bullying y acoso en el colegio, algo lamentablemente muy normal en esta nueva generación. La película está dirigida por el realizador Keith Thomas y sinceramente suma muy poco a la ya de por si mediocre (en comparación con el dinámico relato escrito por Stephen King) primera película de 1984. En este reboot Charlie llama “la cosa mala” a su poder, que se manifiesta en sus ojos cuando tiene nervios o ira y que podría ser diagnosticado por un profesional como ataques de angustia con toques fantásticos. Lo exagerado de los efectos especiales le dan poca credibilidad a tanto ojo encendido y lanzamiento de llamas, demasiado para mi gusto, que terminan emparejando a Charlie con un algún personaje de cómic tipo X-Men. Su padre Andy, en el retorno a las pantallas del ex astro juvenil Zack Efron, quien posee telekinesis, quizás sea lo más logrado y creíble del asunto, en una narración donde todo se torna bastante confuso. Cabe destacar que la banda de sonido está a cargo del director John Carpenter y su hijo Cody, aporte que suma mucho, principalmente en la creación de climas y tensión. Carpenter es una leyenda viva, un realizador clave dentro del cine de moderno, director de grandes películas del género como Halloween (1978), La niebla (1980), El enigma de otro mundo (1982) y Christine (1983), justamente otra adaptación al cine de una novela de Stephen King. Quienes se sientan tentados a ver Llamas de venganza, en esta versión 2022, se encontrarán con un film correcto, pasatista, con algunos tramos de acción, otros de miedo, pero en definitiva muy poco jugado y aterrador, más bien todo lo contrario. He leído por ahí, y es evidente analizando su extensa y maravillosa obra publicada, que Stephen King es muy exigente con sus novelas, desde la misma concepción, pasando por la creación del relato y hasta su último punto y coma. No por nada es el escritor más relevante del género fantástico del siglo pasado y creo que merece algo mucho mejor que esta nueva y floja adaptación de su novela Firestarter.
Me verás volver. Un veterano director de teatro y dramaturgo, Ricardo Darring (Daniel Di Cocco) decide aceptar la propuesta de un viejo conocido y volver a su pueblo natal con el fin de reponer una obra que realizó 30 años atrás, con la que ganó fama y reconocimiento. Juntar al elenco original, a pesar del paso del tiempo y las diferentes circunstancias de la vida, no resultará una tarea tan sencilla. Su mejor amigo, su amor de juventud y otras personas que formaron parte de la emblemática obra, ahora en otro momento de sus vidas, tendrán que ser convencidos para ser parte en esta vuelta a la nostalgia. El realizador argentino Nicolás Di Cocco, en su opera prima Vuelta al perro, retrata la temática universal del retorno al pueblo natal, con todos los sentimientos y contradicciones que puede generar en sus protagonistas, en esta oportunidad un dramaturgo maduro que sueña con poder recrear su mejor obra de teatro. El guión escrito por el novel director y Sebastián Rotstein, se refiere a la melancolía, los amores del pasado y el paso del tiempo. También fusiona dos artes como el cine y el teatro, con el proceso de creación artística de una obra. La acción de la película transcurre principalmente en Salto, ciudad ubicada a 200 km. de Buenos Aires, y que hasta la actualidad mantiene una larga tradición teatral. El director trató de incorporar saltenses al elenco, entre los que se encuentra su propio padre, Daniel Di Cocco, quien interpreta al protagonista Ricardo. Bajo el género de la comedia dramática, Vuelta al perro, nos propone reflexionar sobre que nunca es tarde para empezar de nuevo. Nicolás Di Cocco tiene una nutrida carrera como realizador de TV, dirigiendo episodios de programas de ficción con El puntero, Farsantes, Guapas y Once, este último bajo la producción de Disney y con gran proyección internacional. Al pensar en Vuelta al perro y en su relación con su parte teatral su intención era mantener la atención de espectador, filmando una obra de teatro y no teatro filmado (con el subjetivo plano fijo), si no darle dinamismo mediante un montaje muy cuidado a la trama en esas secuencias de la película. Ryûsuke Hamaguchi, director de la aclamada Drive my car (2021), también expone y muestra el mundo del teatro de una forma bastante similar. El elenco está compuesto por Adriana Ferrer, Marcelo Feo, Mariano González, Cristina Banegas y Rafael Ferro, además del mencionado Daniel Di Cocco. La música, a cargo del también director de sonido Martín Blaya, ayuda mucho a crear climas de misterio, añoranza y momentos divertidos. Para su director, Vuelta al perro fue un gran anhelo cumplido. Una historia que homenajea a Salto, a su amor al cine (su padre tenía una sala de proyección que lo marcó fuertemente en su niñez), a la inestable actividad del actor y el teatro, y al retorno al pueblo y la nostalgia.
Una tarde de furia. En la mira es un interesante thriller psicológico, de producción nacional y uruguaya, dirigido por los realizadores Ricardo Hornos y Carlos Gil, y protagonizado por Nicolás Francella, Emilia Attias, Paula Reca, Gabriel Goity y Maximiliano de la Cruz. Axel Brigante (Francella) es un carismático joven que trabaja como empleado en un Call Center de una empresa de internet y telefonía. Su rutinaria tarea consiste en lidiar cada día con las quejas y reclamos de los clientes, tanto como soportar la tensa supervisión de su jefe Gustavo Días (de la Cruz), un hombre arrogante y insoportable. También Axel tiene un reconocido noviazgo con Martina (Reca), una chica dulce y compañera, pero al mismo tiempo mantiene un oculto affaire con Ximena Solis (Attias), la sensual gerenta de la empresa donde trabaja. Una tarde después de tener un ardiente encuentro sexual con Ximena, justamente en la oficina de ella, al volver a su labor, recibe una llamada de un intenso cliente, de nombre Figueroa Mont (en la voz de Gabriel Goity), que desea dar de baja el servicio de la empresa. En la primera instancia la comunicación entre ambos se vuelve conflictiva, Figueroa no entra en razones y comienza a agredir verbalmente a Axel, pero todo se vuelve demasiado peligroso cuando el cliente le asegura al joven estar apuntándole a través de una mira telescópica de un rifle de alta precisión y que no le temblará el pulso para volarle la cabeza, si no le dan una solución a su problema con la empresa. La trama que nos proponen los directores Ricardo Hornos y Carlos Gil se apoya en la extrema situación de conflicto entre los personajes de Francella y Goity que, a un ritmo de contrarreloj, nos mantiene angustiantes y expectantes de su pronta resolución. Filmada en 26 días, la mayoría en el país vecino de Uruguay, la película es un adrenalínico thriller donde los espectadores seremos testigos de la presión con la que se vive y trabaja en las grandes ciudades. Por un lado tenemos a Axel, un muchacho de actitud risueña, seductora y juvenil, que sufre de su estresante trabajo, aunque trate de poner su mejor cara al asunto. Por el otro a Figueroa, un ciudadano más exacerbado por lo que considera un mal servicio, llevando el asunto al límite, y eventualmente exponiendo su psicótica y hasta criminal personalidad. El manejo de tiempo en el relato es notable. La tensión nunca decae, más bien al contrario, va in crescendo. Nicolas Francella, en su debut en un papel protagónico en cine, logra transmitir muy bien los sentimientos que le afloran en la piel: miedo, angustia y hasta arrepentimiento. Siempre se llevó el mundo por delante, y ahora le toca ser parte de una compleja situación, donde su vida y la de sus compañeros está en grave peligro. Para concluir, remarco que En la mira, es un film entretenido y llevadero, que expone la deshumanización de un sistema casi autómata (el de los Call Center) donde no hay ni víctimas ni victimarios, simplemente hombres comunes desbordados por situaciones particulares.
Amores marplatenses. Elena y Ariel, una pareja de adultos que ya pasaron los 50, se acaban de separar luego de tres años de relación amorosa. El cariño parece intacto entre ambos, pero da la impresión que la rutina los cansó, sin vuelta atrás para recomponer su vínculo. Ella es una profesora de literatura ya jubilada y él un arquitecto con algunos proyectos por cumplir. Ahora sólo queda entre ambos una propiedad aún inconclusa llamada “El recreo”. Un imprevisto accidente automovilístico supondrá el reencuentro de Elena con dos ex alumnos, una mujer y un hombre, ambos treintañeros y seductores. Es a partir de este hecho que la pareja recién separada comience a replantearse el amor y sus diferentes formas y acepciones. Después del recreo es una amable comedia romántica, dirigida por el realizador marplatense Mariano Laguyas, también en su mayoría con elenco oriundo y filmada íntegramente en la popular ciudad balnearia. Esta fue la primera película marplatense en ganar una convocatoria de largometraje regional del INCAA y muchos integrantes de su elenco vienen del ámbito teatral de la ciudad costera. El director, quien estudió la carrera cinematográfica en la ENERC, la escuela de cine perteneciente al IINCAA, pero que luego volvió a Mar del Plata para poder filmar, toma el recurso meta narrativo, en un relato del tipo casi coral, para de esta forma componer una historia acerca de un amor desgastado y de posteriores deseos en espera. La mayor inspiración del realizador, más allá obviamente de mostrar lo bello y misterioso de su ciudad, era contar un retrato sobre el fin de la etapa laboral y cómo afecta en las personas este nuevo ciclo en sus vidas. Elena, debido a su carrera como docente, tuvo que dejar de lado su camino como escritora y piensa que este reposo laboral podría darle la oportunidad que siempre anheló. Por su parte Ariel es un hombre simpático y cordial, arquitecto por naturaleza y que no se imagina sin poder ejercer su profesión. La casa que ideó junto a su ex novia Elena, El recreo, fue un gran proyecto para ambos, en vista a un futuro juntos que lamentablemente no prosperó. La aparición de Manuel, un ex estudiante que siempre idealizó a la docente y de Rosaura, una bella joven, harán revolucionar un poco los pensamientos de los protagonistas. Las magníficas locaciones naturales de la película, entre ellos la plaza España, el bosque Peralta Ramos, el Museo del Mar o la sala Astor Piazzolla, seguramente nos provocará una lógica empatía, para una ciudad tan conocida y popular. Esto se suma a una trama que nunca se torna solemne y en cambio se vuelve entretenida y agradable. Mucho aporta el elenco, un grupo de marplatenses que tratarán de demostramos que en su ciudad también se puede amar, desear y divertirse, pero siempre después del recreo.
Un western con impronta argenta. Dos mujeres muy diferentes entre sí, Carlota (Mercedes Moran), una reconocida y egocéntrica paleontóloga que hace un largo tiempo viene realizando un trabajo de campo en una sorprendente y bella zona mendocina, y Constanza (Natalia Oreiro), quien posee la misma profesión y viaja al lugar para realizarle una auditoría a su colega, son las protagonistas de la interesante historia que propone el director cordobés Matías Lucchesi en su reciente Las Rojas. Desde su primer encuentro la relación entre ambas será de mutua desconfianza y recelo. Carlota parece esconder detrás de sus descubrimientos fósiles otro tipo de intereses: tanto sea económicos como de prestigio al ganar un renombre en una profesión más que nada liderada por hombres. Y es esta postura altanera y hasta déspota lo que provoca el total rechazo de Constanza, quien tuvo que dejar un poco de lado un prometedor comienzo en su profesión, para trabajar en una fundación multinacional en tareas de tipo administrativas. La repentina llegada al lugar de Freddy (Diego Velázquez), justamente un hombre a quien Carlota cataloga como un ladrón de hallazgos, milagrosamente logrará unir a las mujeres, quienes emprenderán un viaje a lomo de caballo hacía el territorio montañoso dónde descansan restos fósiles que mucho tienen tanto de misteriosos como de mitológicos. En el género cinematográfico conocido como Western los paisajes naturales son protagonistas de las historias que se irán contando. Este es un elemento esencial en la iconografía del género. La aridez, su postura poco agraciada o hostil con el visitante y principalmente su majestuosidad lo vuelven un recurso clave en su desarrollo estético y narrativo. El director Matías Lucchesi parece comprender está premisa como mucho acierto y logra que los hermosos paisajes precordilleranos (la película se filmó en las localidades de Potrerillos y Uspallata, ambas situadas en la provincia de Mendoza) ayuden, compliquen o hasta desconcierten a estas mujeres fuertes e independientes, en su improvisado viaje, suerte de escape y a la vez de descubrimiento personal. Entre otras cosas, es destacable el gran trabajo en la fotografía de Ramiro Civita. También cabe mencionar que en 2019 otra realizadora argentina, Tamae Garateguy, hacía su acercamiento al western en Las furias, fábula de un amor imposible y leyendas autóctonas filmada con virtuosismo en tierras locales. Pero Las Rojas también toma recursos del relato fantástico, con una puesta en escena por momentos fascinante, y que refiere directamente al hallazgo por parte de Carlota de un animal prehistórico (con un cuerpo mitad de león y mitad de pájaro), aún no reconocido, un ser de dimensiones mitológicas y de allí la sensación desesperada de resguardarlo a toda costa. La trama retoma un tema común en el universo del director Lucchesi (que ya estaban presenten en su ópera prima Ciencias Naturales y su posterior El Pampero): la unión de dos personas diferentes debido a las adversidades que se presentan en sus vidas. El guión escrito en conjunto con el realizador Mariano Llinás demuestra un tipo de pensamiento certero y de observación de las protagonistas. Hace rato que la actriz uruguaya Natalia Oreiro viene demostrando su talento y carisma en la pantalla cinematográfica. En Las Rojas es muy notorio su gran oficio y entrega. Constanza, la paleontóloga a quien da vida, se muestra en primeras instancias como una mujer decidida, inteligente y de palabras firmes, para luego y con el correr de las circunstancias, mutar en otra más indefensa y llena de inseguridades. Mercedes Morán, otra magnífica actriz y de largo recorrido y trayectoria en cine, brilla también como Carlota, una persona muy segura de sí misma y con un fuerte propósito en la vida, que se irá develando en el correr del intenso metraje. He aquí una excelente y hasta audaz propuesta para nuestro cine argentino. Un relato que se atreve con el Western, el género cinematográfico por antonomasia, pero que también incorpora al cine de aventuras y fantástico, con dos protagonistas que deslumbran y con un resultado muy loable.
Construcción, precariedad y conflictos. Edgardo y Rodrigo trabajan juntos hace muchos años haciendo diferentes trabajos en el rubro de la construcción. El primero es un hombre ya entrado en años, que ejerce como una especie de capataz dirigiendo al segundo, un joven soñador y sumiso. Pero Rodrigo, ante la falta de trabajo, la precariedad de su paga y pensando en un futuro mejor para su futuro hijo por nacer y su esposa, busca otro empleo más formal junto a una arquitecta. Esto generará un fuerte conflicto entre los hombres quien hasta ese momento eran como padre e hijo. Edgardo lo acusará casi de traidor y su vínculo ya no será el mismo. Última pieza fue en primera instancia un cortometraje de una de las cátedras de la carrera universitaria de Diseño de imagen y sonido que tuvo que realizar su realizador Luciano Romano. Luego, ya con formato de largometraje, fue la tesis final para poder recibirse de su carrera. Esto ocurrió en el año 2017 y, tras un exitoso recorrido en varios festivales de cine, llega por fin a las salas de cines. El tema central de Última pieza es la compleja situación laboral actual en nuestro país y más precisamente en el rubro de la construcción. La mayoría de los trabajadores la desarrollan de manera informal o en negro, sin las medidas de seguridad, higiene y protección que merecen y muchas veces con la fuerte presión detrás de capataces o delegados. También la desintegración de un gran vínculo entre pares que, si bien no son generacionales, sí lo son desde lo afectivo. Edgardo, uno de los protagonistas de esta historia, trata con cariño, pero también con destrato a Rodrigo, quien ya se está cansando de trabajar tanto y recibir poco a cambio. El trabajo que hizo el director Luciano Romano es más que meritorio. Un notable uso del fuera de campo, para crear tanto una carga dramática, como empatía con los personajes. También se agradecen los silencios en determinados tramos donde valen más las miradas que las palabras. Y por último la seriedad y respeto con el que se trata al relato y a sus protagonistas, dos sufridos y precarios obreros de la construcción. No olvidemos que Última pieza es un trabajo de índole universitario, pero hecho con una dignidad y aprecio muy interesante al trabajo de la construcción, justamente actividad con la que el director se ganaba la vida cuando cursaba sus estudios, en calidad de ayudante de albañil junto a su padre.
Muertos vivos rioplatenses. Un científico especialista en genética, Nicolás Finnigan, arriba a un viejo hotel ubicado en algún lugar de la Costa Atlántica con el fin de investigar el origen de una brutal infección mundial que está arrasando con la humanidad. Los infectados son muertos vivos que deambulan emitiendo gemidos por la playa o el bosque más cercano a la hostería costera, infectando a otros humanos, pero sin alimentarse de la carne de ellos. Junto con Finnigan se encuentra otro grupo de personas, y mientras el primero construye teorías y consecuencias del mortal virus, el resto pasa los días esperando y sabiendo que en cualquier momento serán infectados y transformados en zombis. Hace 53 años nacía el subgénero zombi moderno y de la mano de una obra contundente, icónica y siempre vigente: La noche de los muertos vivos (1969), dirigida por el realizador norteamericano George A. Romero. El impacto que causó en el público esta película, filmada en un crudo blanco y negro, fue impactante: los zombis eran mostrados como bestias sedientas de sangre y tripas humanas, y destacaba su postura políticamente incorrecta sobre temas sociales como la inclusión y el racismo. El último zombi cuenta con la dirección Martín Basterretche y es la primera película argentina de corte industrial qué trata sobre el cine de zombis, uno de los más importantes y populares dentro del género del terror. Dentro de nuestra filmografía nacional lamentablemente poco se ha tratado a este subgénero de muertos vivientes, tan interesante y rico para plasmar frente a una cámara de cine. Como dato curioso comento que en el año 2019 se estrenó en el Festival de Cine de Mar del Plata un particular y exitoso falso documental qué trata el tema de forma magistral: Zombies en el cañaveral, dirigida por Pablo Schembri. Allí se cuenta que en 1965 se filmó en Tucumán la película homónima, justo tres años antes que el clásico de Romero y también contenía marcadas alegorías políticas. Está película se estrenó en primera instancia con mucho éxito en los Estados Unidos, pero luego al intentar traerla a nuestro país las copias misteriosamente se perdieron sin dejar rastro. De allí la duda de si en realidad Romero vio está obra y se inspiró en ella. Volviendo a El último zombi fue filmada en la ciudad de La Plata y alrededores, el guión está a cargo de Melina Cherro y el mismo director y el reparto está formado por los actores Matías Desiderio, Clara Kovacic, Adriana Ferrer y elenco. Con una trama muy intensa, buenas actuaciones, logrados efectos especiales y hasta un destacado espíritu de película de Clase B de cine de género, El último zombi es una propuesta para tener muy en cuenta. Comenta su director: “Hicimos una de almas en pena, no de muertos, de almas benditas como dice la canción La Farolera”.
Retrato autobiográfico de la tumultuosa Irlanda del Norte en los 60’s. Buddy (Jude Hill, notable para su corta edad), es un niño de nueve años cuyos mayores intereses parecen ser jugar al fútbol, intentar ganar el cariño de una compañerita del colegio o de asistir con su amorosa familia al cine para disfrutar de los estrenos semanales. Pero fuera de su mundo cotidiano que parece ideal, en las calles de su barrio se libran constantes y violentas luchas antirreligiosas y sectarias (de parte de integrantes de sectores protestantes hacía las familias católicas). Para quien no lo sepa o recuerde, Belfast es la capital de Irlanda del Norte y donde el actor y en esta ocasión director Kenneth Branagh nació y se crió. De ahí que su película Belfast tiene mucho de retrato autobiográfico. Para llevarlo a cabo el director se apoya narrativamente en el concepto cinematográfico “coming of age” y claramente Buddy es un alter ego del mismo Branagh, de sus tempranas vivencias en su pueblo natal. Ma (Caitriona Balfe), madre del niño y de quién nunca sabremos su nombre real, es quien intenta llevar adelante el hogar, a pesar de las difíciles circunstancias sociales que se producen en la región donde habitan. Su esposo, Pa (Jamie Dornan) posee un intenso trabajo en Inglaterra, por lo que cada vez que regresa al hogar trata de recuperar el tiempo perdido y relacionarse con su hijo Buddy y su hermano. Los abuelos del niño (Judi Dench y Ciarán Hinds) son quien más lo animan a ser sólo un niño y disfrutar de la plenitud de su edad. Contada en episodios, Belfast es una historia con toques dramáticos, pero con momentos muy acertados y llenos de emoción, como los que viven toda la familia en sus visitas a la sala de cine local. Casualmente igual que otra película sobre la infancia y sus experiencias –Roma (2018), dirigida por el realizador mexicano Alfonso Cuarón-, Belfast está filmada en un detallista blanco y negro, y ambas refieren a un lugar geográfico. Las imágenes, muchas de ellas de una poética absoluta y bien alejadas de los violentos ataques que se van reflejando en el lugar, están magistralmente acompañadas por la música de Van Morrison, quien comenzó su carrera como cantante en aquellos tumultuosos años 60’. Branagh toma la decisión de alejarse de un tipo de discurso político, por lo que su historia es tratada desde la mera observación y con un fuerte espíritu de nostalgia y melancolía por un tiempo pasado que ya no volverá. Belfast está nominada en las categorías más importantes en la próxima edición de los premios Oscar 2022: Mejor película, director, guión original, actor y actriz de reparto (Ciarán Hinds y Judi Dench), entre otras. A través de los ojos de un niño podemos apreciar lo importante que resulta la educación y la familia en la formación de una persona, más allá de las duras circunstancias que lo rodean y de quizás tener que afrontar un exilio en el futuro. Es Buddy sólo un pequeño que sueña en la oscura sala de un viejo cine inglés, así como también lo hacía en el pasado el director Kenneth Branagh.
La tradición del cine. Julián Lemar, un exitoso escritor de novelas de crimen y suspenso, decide viajar junto a su esposa e hijos a una alejada cabaña, un poco en plan de descanso, pero también con la idea de encontrar algo de inspiración creativa en la escritura de su nuevo libro. Ya en el lugar, una noche lluviosa, Juan y su familia reciben la inesperada visita de una angustiada mujer que asegura que su marido mató a su bebé y que pretende atentar contra su vida. Será a partir de este confuso hecho cuando la noche se volverá peligrosa, oscura, infernal. El director Cristian Bernard decide apostar en su más reciente película por un género poco transitado en nuestro cine: el thriller psicológico. Y lo hace de una manera muy noble con una gran dirección de actores, un notable virtuosismo técnico y visual, amén de un espíritu cinéfilo que homenajea a su vez a icónicos exponentes del género, pero desde el lugar de la tradición y el respeto. Lemar, protagonizado por Diego Peretti, en un papel ideal para su impronta y presencia, está caracterizado como un escritor de la vieja escuela. Brillante cada vez que se sienta frente a su máquina de escribir, pero muy frágil emocionalmente, busca en estas vacaciones familiares una vía de escape mientras cursa un tratamiento psiquiátrico tras sufrir un colapso nervioso. Pero este descanso tendrá mucho más de pesadilla de lo que imaginaba… Me toca aclarar que el paralelismo de este personaje ficcional con el real escritor norteamericano Stephen King es una obviedad, más que nada por el rubro temático que ambos manejan con soltura. A esta servidora se le vino mucho más a la mente, obvio a la hora de una inspiración, el Jack Torrance del clásico El resplandor, dirigida en 1980 por Stanley Kubrick y basado justamente en un libro de King. Tanto Julián como Jack comparten un espacio físico similar, una antigua cabaña en medio de la nada el primero, un hotel oculto en la nieve el segundo, dónde sus fragilidades mentales son puestas a prueba todo el tiempo, ya debido a las circunstancias o la paulatina desintegración o degradación de las mismas. Es allí donde ficción y realidad se mezclan y confunden. Dónde los temibles hechos que se irán presentando en una noche lluviosa filmada magistralmente se vuelven tanto aterradores como dudosos. Y la notable banda de sonido, creada por Pablo Borghi, que colabora para crear tensión, clima y miedo en nosotros, los incautos espectadores, que no podemos dejar de mirar la pantalla. Seguramente nuestro objetivo mayor sea llegar a la verdad. La trama nos desafía a desmantelar los mismos trucos que nos propone. El guión de la historia, escrito por Gabriel Korenfeld, contiene muchos de los tópicos básicos del thriller psicológico, pero sumados a las elecciones estéticas del director Cristian Bernard, sus acertadas puestas de cámaras y escenas, entre otras, dan como resultado final una propuesta muy atractiva. Acompañan a Diego Peretti las actrices Julieta Cardinali como su esposa, Carla Quevedo en el papel de la mujer que interrumpe en su estadía en estado de shock, Carola Reyna y Diego Cremonesi, muy logrado en su compleja interpretación de un hombre de familia muy violento. Quizás sea este tipo de cine de género de factura local el que nos permita volver a un concepto un poco olvidado en la vorágine de las variadas películas producidas tanto para las salas grandes como para las plataformas de streaming: el de la tradición del cine.
Crímenes, música swing y cabellos batidos. En su película El misterio de Soho (2021), el realizador británico Edgar Wright elige contarnos una atrapante historia de terror sobrenatural y suspenso, acerca de una joven amante de la música y la moda de los años sesenta que viajará al pasado, más específicamente a esa misma década, para intentar salvar a una aspirante a cantante que sufre de violencia de género por parte de su amante. Eloise (Thomasin McKenzie), la muchacha en cuestión, sueña desde hace mucho tiempo con poder trasladarse a Londres para convertirse en diseñadora de modas. No obstante, tras su fachada llena de entusiasmo también se oculta una gran tristeza: su madre se ha suicidado y la ha dejado sola. Es por eso que Eloise se aferra firmemente a los viejos discos heredados de su progenitora, todos de la época Mod dentro de la música inglesa de los años sesenta. Una vez en la universidad, Eloise, de carácter reservado y exacerbada timidez, tendrá que padecer de las burlas y hasta el desprecio de sus otras compañeras, abandonando la residencia que compartía, para luego alquilar una habitación en la casa de la Señora Collins (Diana Rigg), una anciana que la ayudará a viajar en el tiempo y así poder conocer en persona a Sandie (Anya Taylor-Joy), una magnética cantante de la década de los sesenta. Desde la puesta en escena, pasando por su estilizada estética y también en la propuesta narrativa se aprecia que el director de El misterio de Soho es un gran admirador/ conocedor del cine del pasado, en este caso de los 60’s. La reconstrucción de época del Soho, donde Eloise caminará deslumbrada, está realmente muy lograda. Carteles de cines alegóricos, un magnífico vestuario, pegadizas canciones pop y de espíritu alegre y encantador. Pero detrás de toda esa magia del Swinging sixties inglés se oculta una verdad mucho más perturbadora, abusadora y violenta. Y será Sandie, una soñada Anya Taylor-Joy, quien pagará por su belleza y talento ante un mundo que todavía era dominado por un machismo acérrimo y dominante. Tal es el asombro de Eloise, quien miraba ese mundo nostálgico como ideal y único, cuando las cosas comiencen a ponerse turbias y oscuras. Es en ese tramo de la película que el director toma recursos provenientes del subgénero italiano, Giallo, aquel que nació en la misma década y que relataba historias de misterios, crímenes y sexualidad de la mano de directores como Mario Bava, Darío Argento o Lucio Fulci. La música ocupa un lugar importantísimo en la película, en realidad en toda la filmografía del director, también responsable de Muertos de Risa (2004), Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (2010) y Baby, aprendiz del crimen (2017). Temas de músicos como Cilla Black, Petula Clark, Barry Ryan, Dusty Springfield o Sandy Saw, que formaron parte del movimiento musical y cultural Mod, que lideraron las bandas The Who y The Kinks, acompañarán en su recorrido por las calles de Soho a las protagonistas Eloise y Sandie. Y también nos dan evidencia del gran impacto social que dejaron en aquella estructurada sociedad inglesa. Cinefilia, citas, homenajes (fue el último trabajo en vida de la actriz Diana Rigg, todo un icono de los 60’s gracias a su papel de Emma Peel en la serie Los Vengadores), música a Go-Go, cabellos batidos y sueños rotos. Estas serán las premisas de El misterio de Soho, un intenso y por momentos terrorífico relato que nos deja como simple moraleja que no todo lo que brilla es oro.