Sudáfrica mía Las películas de animación siempre son una apuesta segura. Cada año si uno observa el top ten la mayor recaudación, varias de ellas seguramente sean animadas. Estas vacaciones de invierno se confirmó ese hecho con la cantidad de entradas vendidas por Monster University, Mi Villano Favorito 2 y la argenta Metegol. Por eso nunca falta en algún complejo de cines una animada para que la madrina o tía pueda llevar al pariente pequeño al cine. Luego de la leve retirada post tsunami de films de vacaciones de invierno, parece que es hora de otra película animada. Esta vez, y sabiendo que no lucha con los pesos pesados, se estrena Zambezia, film made in Sudáfrica que viene a ofrecer una opción más para la salida con los pibes. El film comienza con una persecución a un pájaro por parte de otros pájaros. Ok, eso fue poco específico. Vale aclarar antes de seguir que esta es una película ubicada en la estepa sudafricana sobre pájaros. Empecemos de nuevo. Una cigüeña llamada Gogó va protegiendo a unos pequeños huevos de un par de Marabous (una variante de buitre). En medio de ese escape se encuentra con un joven halcón llamado Kai que vive solo con su padre, el riguroso Tendai (en idioma original la voz esta cargo de Samuel L. Jackson, lo riguroso le sale más que bien). Gogó le cuenta al joven deseoso de aventura (y compañía, viven más solos que kung fu) sobre Zambezia, una tierra prometida donde todas las aves viven en paz, lejos del peligro y protegidos por "los huracanes", un grupo comando de pájaros. Kai se escapa hacia Zambezia entonces. Y nosotros vamos con él. El primer tramo del film es lo mejor de la película, la presentación de personajes, sumados a la relación padre hijo ayudan a crear empatía. También ese paraíso nombrado que proyectamos y ansiamos descubrir. Cuando llegamos a Zambezia (un lugar que después de todo era bastante fácil de ubicar) resulta que el fuera de campo original supera a la realidad. De ahí en más el relato se achancha, estancándose en las relaciones y personajes muchas veces vistos. El general riguroso, el viejo sabio, el interés amoroso y un secreto a esclarecer (vinculado al pasado de Tendai). Y como no podía faltar, aparece el malo de turno. Porque aquí ninguna ave es "mala", por más que los Maribous se ubiquen en ese lugar inicialmente. Ese lugar está a cargo de una iguana llamada Budzo, que a decir verdad, como un T-Rex maquiavélico y cínico, resulta buen villano. Una simpática historia donde la animación menos pulida (si la comparamos con los tanques habituales) se olvida porque el film se enfoca en sus personajes (por más unidimensionales que se presenten). Existe una comprensión de la limitación en sus recursos y por eso se entrega a una narración sencilla: amable para el menor, quizás demasiado obvia para el mayor. Un film sin demasiadas sorpresas ni pretensiones, pero que logra recorrerse con cariño.
La delgada línea de la justicia El estreno de El Infiltrado (Snitch, 2013) con Dwayne "The Rock" Johnson es, en algún punto, la confirmación de La Roca como estrella. Al igual que Jason Statham, es uno de los pocos que quedan de la estirpe de más músculo y menos expresión. Heredero de la generación del 80´ (que hoy está teniendo un revival a puro inflador y botox), hace unos años que Johnson se transformó en un elemento inflador de películas. Su incorporación a la saga Rápido y Furiosos y Gi-Joe las llevó a un nuevo nivel del éxito donde aceptó ocupar un rol complementario para aportar carácter y carisma (tampoco le pedimos demasiado). Seguramente es por el éxito local de la saga de corredores furiosos que llega a la pantalla un film como El Infiltrado, pero sorpresa, no es una de acción desbocada en lo más mínimo. La película comienza con Jason Collins (Rafin Gavron) en comunicación online con su mejor amigo Craig (James Allen McCune). Este le pide recibir en su casa un cargamento de droga, necesita que las retenga solo por unos días, y de paso, le da la opción de pasarla bien. Jason duda, pero la curiosidad y el descreimiento de que pueda ser apresado le juegan una mala pasada. El cargamento viene con la DEA escondida y queda pegado a la transacción de narcotráfico. La infamia de la circunstancia es que a Jason, al igual que lo que le habían ofrecido a Craig (y por lo que cayó Jason), le dan la opción de entregar a otra persona vinculada a la drogas para la reducción de su condena mínima (la ley en Estados Unidos dicta un mínimo de 10 años de cárcel para estos casos). Todo sea por utilizarlo como eslabón para llegar a un narcotraficante mayor. Sea un pichón o un capo, lo que interesa es salvar el pellejo a costa de sacrificar a un tercero. La aparición de nuestro protagonista John Matthews (Dwayne Johnson, aquí la idea de "La Roca" queda lejos) es en el lugar de empresario exitoso y trabajador, un hombre que se pone de igual a igual con sus empleados. Antiguo camionero, hizo su fortuna con esfuerzo y nos tira en cara al self-made man americano, ese que debe transpirar para cumplir el sueño americano (que siempre está al alcance del justo). El es el padre de Jason con su antigua mujer pero ahora vive con su nueva familia en una mansión. Como padre distante, siente su falla y necesita equilibrar las cosas en su conciencia. Por eso ocupa el lugar de su hijo en delatar gente, llevándolo a profundizar cada vez más en su intento de atrapar algún criminal de calibre para salvar a su hijo que la pasa jodido en la cárcel. Esta inverosímil solución (si no estuviera protegido por la placa del comienzo del film de "basado en hechos reales") surge de una negociación con la fiscal del distrito (Susan Sarandon) y con un agente de narcóticos que trabaja de encubierto (Barry Pepper). Para aquellos que esperan un film vertiginoso a puro golpe puede resultar una decepción, está no es la típica película de testosterona. Hay adrenalina (y en algunos momentos de la buena) porque John Matthews es un hombre común, y a pesar de ser una mole (en algún punto es un desperdicio tener a La Roca y no descargar esa furia), da con el papel de hombre que no puede entender ni controlar lo que pasa a su alrededor. Johnson alcanza el objetivo de mostrarse como un padre sobrepasado por las circunstancias (con las limitaciones pertinentes) sirviéndose más del entorno familiar que de las escuetas escaramuzas y la persecución final a bordo de un camión (único momento donde se descarga la espectacularidad). Sin lugar a dudas lo más interesante en el film es el rol de Daniel James (interpretado por el actor de la serie The Walking Dead, Jon Bernthal). Él es el nexo para entrar al mundo de las drogas. Empleado por la empresa de Matthews, su intento de llevar una vida legal para su mujer e hijo desembocará en ese pasado que con tanto esfuerzo dejó atrás. Víctima de un sistema que, aunque finalmente le de una palmadita en la espalda y una redención de verdes dólares, jamás le quitará el título de paria.
La pandilla de Bruce Red (Retired Extremely Dangerous/Retirado Extremadamente Peligroso) del año 2010, protagonizada por longevos Bruce Willis, Hellen Mirren, Morgan Freeman y John Malkovich (entre otros), había resultado una grata sorpresa. El film jugaba con el regreso (con gloria) de unos asesinos institucionales de la CIA, KGB e IM6 en una aventura de humor más acción (aunque quizás la fórmula fuera inversa) que funcionaba por la selección de actores que, al igual que Los Indestructibles, avivaba la memoria y desde su lugar de "más sabe el diablo por viejo" nos arrinconaba con el despliegue de veteranos felices e inoxidables. Es ley, salvo contadas excepciones, las segundas partes suelen ser innecesarias. Todo aquello que brilló o mínimamente sorprendió se termina transformando en mera fórmula para seguir juntando dinero. Bueno, Red 2 es eso. ¿Resulta tan lamentable? En este caso, no lo creo. Aquello que divertía de la primera sigue funcionando en esta continuación. Malkovich sigue paranoico y descontrolado, Mirren es sensualidad y elegancia y Bruce sigue siendo Bruce, un pelado con cara de afligido imposible de matar. El agregado de unas nuevas figuras como la de Catherine Zeta-Jones de agente rusa y el surcoreano Byung-hun Lee (A Betersweet Life, The Good, The Bad and The Weird en Corea y G.I. Joe: El Contraataque en el mercado norteamericano) de furibundo asesino, suman parcialmente. Se notan, como muchos eventos, forzados dentro del relato. La veterana incorporación de esta segunda parte es la de Anthony Hopkins en un papel de científico/lunático que navega en piloto automático. Se nota que el bueno de Hopkins ya hace lo que quiere (y como quiere). Superando el espíritu de la primera, se percibe en Red 2 más claramente la autoconciencia por parte de los actores de que están jugando papeles inverosímiles, de que todo es un gran artificio. Uno puede dejarse llevar por el truco: al asesino más letal le alcanza con un papel para hacer su trabajo, la entrada al kremlin es por un local de comida rápida, robar un jet es tan sencillo como pestañear. Porque si uno desea complejidad y consistencia narrativa, difícil que pueda disfrutarla. Su estructura es puro salto temporal y espacial. Se empuja narrativamente introduciendo acción explosivamente circunstancial vacua de contenido. Por eso rinde más un gesto que un tiro, porque hay un sostén detrás (ahí están Cox, Malkovich o Mirren). Las escenas son intempestivas, acumulando escaramuzas a mucho volumen pero sin ideas ni construcción emocional (la entrega física de Byung-hun Lee es digna, pero se nota resultadista). Si algo que hay achacarle a esta segunda parte es que olvida esa hermosa idea del regreso de unos veteranos a la acción (cabe recordar ese duelo generacional de Willis vs Karl Urban) trocándola por una madeja de explosivas vacaciones europeas. Aquí se suma humor y acción pero se resta sentimiento. Ahora, si uno entiende que estamos ante una aventura similar a La gran estafa (Ocean's Eleven, 2001), con tipos que se divierten en pantalla e invitan a que nos divirtamos con ellos, consintiendo la falsedad narrativa, aún con sus aciertos y errores (no todo chiste da en el blanco y hay mucho petardo sin sentido), se puede disfrutar de una linda anarquía a caballo de viejas glorias.
En la carretera En estos últimos años existe una explosión (y reconocimiento por parte de la industria) de una comedia americana comandada por mujeres. Así Damas en Guerra (Bridesmaids, 2011), Despedida de Soltera (Bachelorette, 2012) o Ritmo Perfecto (Pitch Perfect, 2012) pudieron poner bien alto la vara de comedia. Desde la mejor de esas películas, Damas en Guerra, hizo su fulminante aparición cinematográfica Melissa McCarthy (conocida por la serie Mike & Molly). Al igual que Zach Galifianakis en ¿Qué Pasó Ayer?, McCarthy logró en un papel secundario robarse cada una de las escenas en las que dice presente. Este 2013 supone su gran lanzamiento: Ladrona de Identidades (Identity Thief) y Armadas y Peligrosas (The Heat, junto a Sandra Bullock) son con las que se va medir si ha nacido una nueva estrella (de la comedia). Ladrona de Identidades, el film en cuestión, la pone en el papel de Diana, una mujer que se da la gran vida (robada) a puro derroche de tarjeta de crédito. Claro, una que lleva el nombre de otro. La víctima en este caso es Sandy Patterson (Jason Bateman), hombre de familia que trabaja encargado de las cuentas de una firma financiera (de esas que solo los altos cargos, y que no trabajan, reciben bonos millonarios), y que vive al limite de ahorro. Entre timorato (en algún punto se deja llevar por cualquiera que lo presione) e inocente/estúpido (capaz de darle sus datos personales a una persona que lo llama por teléfono) su devenir en el film logra interesar por las violentas acciones de la que es capaz, representante el temor de clase media de perder su modo de vida. La imposibilidad policial de resolver el caso obliga a Sandy a salir de su tibio bienestar en la búsqueda de Diana para traerla ante la justicia. Para cuándo logra encontrarla, a varios cientos de kilómetros de distancia, la carretera es el único camino de regreso al hogar (la idea de dos Sandy Patterson en un mismo avión no cierra demasiado) y la buddy movie de opuestos queda conformada. Para meterle picante, y justificar el hecho de que Diana vaya con Sandy, Ladrona de Identidades fuerza una intriga policial con mafiosos y un caza recompensas (un cada vez más áspero Robert Patrick) que no convence demasiado. Lo que logra romper la comodidad de esta comedia industrial es McCarthy y su entrega al personaje. De un espectro que va desde la emoción hasta la salvajada, es en los raptos de comedia física dura (por momentos uno parece reírse de ella más que con ella) desde donde se transmite una energía y soltura que remonta la estructura de comedia medio pelo. Jason Bateman, aún con su usual buen timing y esporádicos arranques de furia, agota en el rol de hombre sensato. Una comedia irregular para el despliegue de Melissa McCarthy, no mucho más que eso.
De metal y carne Titanes del Pacífico (Pacific Rim) comienza con dos palabras, Kaiju y Jaeger. La primera de origen japonés significa bestia extraña, y la segunda, traducida del alemán, cazador. Desde el primer instante Guillermo del Toro cimenta y es consciente lo que va nos va presentar en el resto del film: robots contra monstruos. El sueño del pibe hecho realidad. Este pibe se llama Guillermo, y el fantástico (ciencia ficción, horror y fantasía) son su pasión. En esta oportunidad luego de cucarachas gigantes, superhéroes demoniacos y fábulas cruentas, da rienda suelta a su infantil amor por ese mundo japonés de mechas (robots gigantes controlado por personas en su interior) y godzillas. Para aquel que se amanece con la historia del film este trata de que en un abismo del Océano Pacifico aparece un portal que se conecta con un mundo extraterrestre. De ese lugar comienzan a salir seres gigantes, la humanidad (como dicta la frase del póster) construye monstruos para derrotar a esos monstruos. Así surgen los Jaeger, rivales en esta mastodóntica pelea. No esperen demasiado más. Tampoco es para tomar a la ligera. El film es tan directo como un golpe de Gipsy Danger (el robot tripulado por nuestro protagonista Raleigh), no busca la pretensión ni las segundas lecturas, es un festival de golpes y amor al género Kaiju-eiga (nacido tras la fundacional Godzilla) pero con la confortabilidad narrativa made in Hollywood. Es inevitable ver en este mundo de titanes la pasión de Guillermo del Toro por el anime japonés. Cuando a Gipsy Danger se le conecta la cabeza al torso el recuerdo de Mazinger Z se hace presente. Todo ese circo robot de dibujos animados desde Voltron a Evangelion está fagocitado por el niño Guillermo para convertirlo en metal y carne. Y si de Japón hablamos, la referencia a Godzilla (Gojira en idioma original) está presente, pero a diferencia de aquel reptil gigante que también surgía del océano y que representaba el terror atómico (como monstruo que todavía castigaba al tierra nipona en el año 1954 de su estreno) aquí no hay metáforas ni conciencia del cuidado del ambiente. Lo que en otro tiempo era terror a la bomba aquí se transforma en otro juguete a utilizar para el divertimento. Si algo puede resentir el film en la aridez actoral junto a la linealidad de la historia. Rinko Kikuchi y Charlie Hunnam como la pareja protagonista (Mako Mori y Raleigh) no provocan demasiada empatía, e Idris Elba (actor de Prometeo y Thor entre otras), no brilla dentro del esquema del típico general. En cambio a través de Charlie Day y Burn Gorman, en sus roles de científicos de pasión exaltada, y principalmente, en el gran Ron Perlman (actor fetiche del director), es desde donde se puede palpar el espíritu B y explotation que siempre sirvió de alimentó al género Kaiju. Cada minuto de Perlman transmite cuán en serio puede resultar esto, consciente del juego, aprovecha cada minuto de está mitología aggiornada de la que forma parte. En cuanto al relato nada asombra demasiado, cada pista conduce al lugar que esperábamos, los traumas familiares y relaciones resultan esquemáticas y de trazo grueso. Pero desde las profundidades del cuestionamiento de una historia desprovista de sorpresa (que nos puede hacer perder la pasión por el relato y sus actores) es de donde emergen esos titanes para echarnos en cara que su enormidad iba de metal, cañones laser y engendros, tan grandes, que solo podían caber en la imaginación de un niño, o para nuestra fortuna, dentro de la cámara de del Toro.
El discreto encanto de la ñoñez Ritmo Perfecto (Pitch Perfect) comienza con unos jóvenes en un concurso "a capella", sí, eso de crear música solamente a través de la voz humana. Sobre un escenario de una competencia interunivesitaria despliegan baile y canto dentro de la más tradicional narración. Entonces sucede un momento más propio de la comedia de los hermanos Farrelly y toda su escatología. Desde ahí el film rompe y sigue. Ya sabemos que esta no es otra tonta película americana(o al menos sabemos que va a ser una de esas buenas tontas películas americanas). Anna Kendrick personifica a Beca, una joven que llega al campus universitario obligada por mandato familiar (el padre es profesor en esa universidad) más que por el deseo de estudiar. Su personalidad apática y burlona es clave en la película. Porque ese mismo desdén de su parte es el de los espectadores. En cada mohín y en cada puesta de auriculares para escapar a la estupidez de su alrededor estamos nosotros para apoyar y coincidir. Cuando es obligada a ingresar a alguna actividad "social" dentro del ámbito de la universidad nos alistaremos con las mismas interrogantes y recelos que ella. Ahí es cuando de a poco se va develando lo genial de la película: abraza su cursilería con corazón y sin culpa. Y si de algo saben los muchachos de Hollywood es de películas deportivas y de estudiantes. Aquí se mezclan el mecanismo aceitado de ambas: el explotation de jugar con las diferencias de estereotipos (en un equipo destinado a no cuajar) y el de vendernos cualquier tipo de competencia (sea béisbol, tamborileros o porristas). En el film se cita explícitamente a la emblemática obra ochentosa del gran John Hughes llamada El Club de los Cinco (The Breakfast Club, 1985), hecho que no es gratuito. En aquella los elementos más emblemáticos de una escuela como el rebelde, la bella, la rara, el deportista y el nerd, obligados a compartir castigo, descubrían que estaban más cerca de lo que las apariencias dictaban. Aquí también está el grupo ecléctico formado por la enferma del control Aubrey (Anna Camp), la sexual Stacie (Alexis Knapp), la dura Cynthia Rose (Ester Dean) y la extraña Lilly (Hana Mae Lee) entre otras, y el aprendizaje, viene de la mano del auto descubrimiento a través de la mirada ajena surgida en ese espacio de obligación deportiva, permitiendo la amistad más improbable. Cuando a Ritmo Perfecto se la define como "obvia" parecería que uno olvida que en muchas ocasiones el cine realiza sus más interesantes relecturas dentro de sus esquemas más característicos. La clara autoconciencia de la película funciona desde el momento en que Amy (una genial Rebel Wilson) se hace llamar "gorda Amy" para adelantarse a que las chicas flacas la llamen así a sus espaldas. Eso es comprensión del género. Desde su diversidad de personajes se liberan líneas que nunca pierden el hilo principal, la tradicional relación de Beca y Jesse (Skylar Astin), porque después de todo, es sólo otra tonta película romántica. Pero una que comprende que el amor, los amigos y la ñoñez, les pertenecen a todos.
Tierra de los padres El nuevo film de Will Smith (más que de M. Night Shyamalan, que fue contratado por Smith) es una de ciencia ficción hecha y derecha. La historia nos ubica en un futuro donde la raza humana llega a colonizar el planeta Nova Prime escapando de una tierra devastada. En el nuevo hogar se descubre la existencia de vida extraterrestre, y estos, para expulsar a los humanos invasores, envían a unas bestias llamadas Ursas creadas con el único objetivo de matar. Estos monstruos sin ojos son atraídos por las feromonas que exudan los humanos cuando tienen miedo, algo difícil de evitar cuando alguno de estos bichos esta cerca. La batalla se equilibra gracias al general Cypher Raige (Will Smith) que descubre su capacidad de "fantasmear", o sea, eliminar el miedo y de esa manera, resultar invisible para estos seres. Es por eso que Raige es la principal arma y ejemplo a seguir para todos los sobrevivientes. Ser hijo del general Raige es una de las cargas que el joven Kitai (Jaden Smith) debe sostener, la otra, redimirse ante su duro padre luego de un evento de hace muchos años que los separó cruelmente. La acción se dispara luego de un accidente con la nave de traslado hacia un planeta de prácticas militares que los llevará a colisionar con la tierra, pero este ya no es el hogar anterior, hoy es un planeta cuyo sistema inmunológico está preparado para destruir al parásito humano que se encargó de desangrarla. Hay un eco del film Naussica Of The Valley of The Wind (Hayao Miyazaki, 1984) en esos bosques indómitos donde la evolución culminó en seres mortíferos, no hay insectos gigantes como en aquella pero se ve claro que lo bestial volvió a recuperar su lugar para protegerse mejor que nunca. La misión en ese terreno es lograr llegar de un punto a otro. Tan sencillo que resulta casi una competencia deportiva, tantos metros en tanto tiempo, pero claro, con los obstáculos pertinentes. Kitai es el encargado de la tarea y Raige es la voz de mando que todo lo sabe y todo lo ordena. En medio de esa carrera está un seco Will Smith que educa a su hijo (en la película y en la vida real) para lograr superar "el miedo". Aquí no juega el papel de justo, más bien el de padre severo y militar, hay un dejo de crueldad en su expresión cargada de decepción. Al comienzo extraña ver a un Smith tan estricto y agresivo, pero a medida que se mantiene ese registro se nos descubre alguien que no teme pero que también escasamente siente, un monstruo tan grande como esa Ursa (que representa otro terror más nítido y tangible). Y Kitai se debate entre ese miedo sin ojos y el otro que todo lo juzga. Su objetivo real es romper finalmente esa mirada opresiva. La ruptura de esa hegemonía patriarcal es un salto al vacío y una voz omnipresente que se va diluyendo hasta desaparecer. Lo cuestionable del film es el tono pedagógico que se maneja, con una remarcación verbal y en algún caso hasta visual (como el ascenso de la caverna del final), dejando de lado cualquier rastro de sutileza para subrayar y saturar con una idea de autosuperación que se lee desde el primer momento.
Espada sin filo La singular idea en Samurai nos ubica a fines del siglo XIX con una familia de japoneses exiliados en Argentina. Momento histórico en el que en Japón se abolía la casta samurái, un dato no menor ya que en esa familia de peregrinos orientales hay un anciano guerrero. Este es el que cuenta a su nieto que Saigo Takamori, guerrero legendario que se enfrentó contra las armas del emperador luego de la prohibición samurái, está en la Argentina para volver a rearmar su ejército. Mientras la familia realiza en estas tierras la misma labor agrícola que en su Japón natal e intentan mezclarse con lo argentino, el abuelo no abandona su espíritu guerrero, y su nieto, ansia ese honor que otorga entregarse al bushido. De este punto de partida surge la jornada del nieto del samurái en busca de Saigo Takamori. La cuestión es que esta peregrinación resulta de una morosidad y dispersión exasperantes, se hace difícil no desentenderse de la historia, y de su personaje principal, preguntándonos si acaso él, como la narración, va hacia alguna parte. Es en medio de su marcha que se encuentra con Poncho Negro (Alejandro Awada), un gaucho sin brazos que batalló en la guerra con Paraguay. El desarrollo de esta relación es otro de los temas de la película, la amistad de un hombre que quiere conquistar el mundo y otro que ya perdió la batalla. El japonés suda inocencia y Poncho Negro es casi un demonio de la montaña. Es la necesidad del japonés, por el desconocimiento del terreno, lo que lo obliga a aliarse con Poncho, y desde esa impuesta interacción se va conformando una amistad (hasta el límite de las intenciones de Poncho). Por fortuna el debutante Nicolás Nakayama, a pesar de cierta parquedad, no queda mal parado frente al extravagante personaje de Awada. El apartado técnico de la película es irreprochable, una fotografía que colma los ojos, mostrando lo salvaje del monte al igual que su aridez, dejándonos adentrarnos en ese terrero junto a los actores. Se dibuja un laberinto que parece que solo Poncho Negro podría sortear. El segundo largometraje de Gaspar Scheuer luego de El Desierto Negro es un film noble en muchos aspectos. Se ve la intención de plasmar una similitud (jugando con su disparidad estética) entre el gaucho y el samurái, y apoyándose en el western como genero mítico tanto como para el este como el oeste (pero más al sur). Están frente a nuestros ojos dos mitos arrasados por la modernidad. Pero en esa conjugación que trata de aunar al gaucho con el samurái se siente una grieta, una imitación de lo japonés, forzando algo que si se siente natural en ese recorrido del monte.
Al infinito y más acá Héroes del Espacio (Escape From Planet Earth) comienza con un azulado extraterrestre en plena operación de rescate de unos bebés (azules también) en medio de un territorio plagado de perros intergalácticos (o algo así). Frente a nuestros ojos aparece Scorch Supernova (un Buzz Lightyear sobre estimulado) haciendo piruetas a cada paso que da para rescatarlos. Mientras esto sucede, una voz en off, la de su hermano Gary, relata la inconsciencia del sacado Scorch. Gary es el cerebro de la dupla pero es considerado un timorato (y físicamente parece una versión desinflada de su hermano), imagen que según los estándares de este tipo de películas, se revertirá para el final de la historia. La primera parte del film nos introduce al planeta Baab (de donde son originarios) y al conflicto entre Scorch y Gary, exponiéndolo por simple oposición (con el aditamento de que el hijo del debilucho genio que admira la valentía de su tío) y no tiene demasiado para destacar. Algunos clichés, gags forzados y movimientos espasmódicos (de parte de Scorch) para excitar las pupilas, poca imaginación y escasa diversión. Una nueva misión de rescate de Scorch al planeta oscuro (nuestro querido planeta tierra) cambia el rumbo de la película y por fortuna, la vuelve más divertida. Desde el vamos, funciona el video de presentación de la tierra como un lugar en plena involución donde se muestra un racconto de torpezas humanas y donde se indica que la selección de líderes radica en la cantidad de su vello facial. La idea de "planeta oscuro", llamado de esa forma porque ningún alienígena regresa, es una buena reversión acerca de que ellos vienen en son de paz y nosotros somos una picadora de carne. No inventa nada pero no por eso deja de ser una buena decisión. En medio de su misión terrestre Scorch es atrapado y así su flacucho hermano Gary se lanza al rescate para resultar atrapado también. La prisión donde los confinan es la legendaria área 51, donde además de los azulitos, también están atrapados otros extraterrestres. Aquí es donde la película levanta la puntería (empezando con el video institucional de cómo comportarse en la tierra). La aparición del general malo de turno (traumado desde su infancia con los invasores espaciales) junto al manejo de cierta mitología de los extraterrestres alcanza para sacar varias sonrisas. Menos mal, porque todo lo vinculado a la pareja de hermanos y al planeta Baab no resultaba demasiado atrayente. En cuanto a la animación, no resulta una experiencia extraordinaria, lo visual es más efectivo que sorprendente. Hay que considerar que Héroes del Espacio no es uno de los tanques habituales y por eso el resultado es más humilde al respecto. Pero me arriesgo a pensar que al público al que está apuntado no le molestará demasiado eso. Uno de esos films de fórmula: lección del día (con la familia en primer lugar), momentos a toda velocidad para justificar el 3D y personajes coleccionables. Podría ser peor.
Implosiones El comienzo de Ginger y Rosa es prometedor. Apenas iniciado surgen ante nuestros ojos imágenes del año 1945 referidos a la bomba atómica de Hiroshima. El impacto del visionado de ese terrible y trascendental acontecimiento no es casual, ambas niñas nacen en ese año, y diecisiete años después, su amistad continúa impávida durante la escalada nuclear de la crisis de misiles de Cuba en el apogeo de la guerra fría. Las dos chicas deambulan con su adolescencia a cuestas. Ginger (Elle Fanning, la hermana menor de Dakota) ve con ojos ansiosos a la resuelta Rosa (Alice Englert, la de Hermosas Criaturas) y no puede dejar de acompañarla en cada una de sus deseos. Ginger se encuentra atravesada por la situación mundial, para ella la destrucción del mundo está más cercana que nunca y cree en el poder del activismo político para poder revertir la situación. Rosa se considera un espíritu libre y deja todo en manos de Dios a través de un catolicismo conveniente y sin convicciones reales. Ambas adolecen en medio de familias partidas. Rosa sin padre (los abandono en su infancia) y Ginger con un padre (Roland) cada vez más distante de su madre (interpretada por la voluptuosa Christina Hendricks). Tanto Fanning como Englert cumplen con sus papeles, la primera con su rostro fotogénico y con una mirada que parece no abandonar la infancia y la otra, con un personaje determinado y sensual. Roland es el detonante para el desarrollo de la historia, él representa el patrón a seguir por Ginger (personaje que se va desmoronando hacia su interior). Su padre pregona una actitud contra las estructuras sociales que le sirve como perfecta excusa para comportarse como desea. Por eso su comportamiento resulta en más de una ocasión desconsiderado hacia su familia y, aunque se escude dentro de su búsqueda de libertad, es de una evidente cobardía. El papel interpretado por Alessandro Nivela (Jurassic Park 3) resulta seductor porque da margen para que dudemos de esas convicciones de las que tanto hace gala. Nunca logramos desentrañar que es lo que pasa por su cabeza. Durante la hora y media que dura Ginger y Rosa vemos como la amenaza atómica domina la escena de la turbulenta relación de las amigas. Sirve como estructura y referencia, pero todo lo que se ve en pantalla suena forzado, con una carga de emotividad que encuentra su lugar en las imágenes pero que se pierde en la palabra. Las situaciones se ven venir tanto como su intención, dejando la sensación de una falsedad construida por frases calculadas para el drama. Una buena puesta en escena (con una bella banda de sonido) por parte de la directora Sally Potter que no logra escapar a un predecible viaje iniciático donde se muestra que el pasaje a la madurez está cargado de dolor y decepción, ponderando una explosión que cuando llega, no es digna de arrasar con todo.