Palabras Robadas comienza con un afamado escritor llamado Clay Hammond (Dennis Quaid) leyendo su última novela frente a un auditorio. La historia que cuenta es la de un escritor, Rory Jansen (Bradley Cooper), que parte a recibir un galardón por su exitosa novela. De entre las sombras del hotel desde donde sale Jansen se ve un hombre mayor (el gran Jeremy Irons) que según relata Hammond/Quaid tiene una preponderancia fundamental en la historia de Rory/Cooper. En los tres planos de la película la literatura, con ínfulas de buscar lo trascendente, es eje central. Pero en esta película de un escritor que lee un libro acerca de un escritor que logra el éxito por una obra de un tercero (uff) no es literatura, y peor aún, deja al cine (lo que queríamos ver) de lado. Tanto firulete para no alcanzar ninguna genuina emoción, tantas veces llenarse la boca diciendo "palabra" para vaciarla de sentido. Uno de los principales problemas de The Words (título original) es que constantemente se remarca una gravedad artística que no se conlleva con lo que sucede en la pantalla. Se habla de grandes obras pero ninguna se hace presente. Necesita verbalizar porque no sabe mostrar, maneja ideas tan rancias como el de la inspiración divina (algo que justamente Hemingway, muy presente en el film, denostaba) y entre esa pila de "palabras" el único que hace valer su importancia es Irons. Y aún así, esos momentos funcionan cuando lo oímos, no cuando lo vemos. Su historia, contada mediante flashbacks torpes (¡sepias!) y televisivos, resulta un mix de la vida de Hemingway y su novela Adiós a las Armas (porque si acaso no queda claro, ahí está el nombre del duro Ernest dando vueltas). Creo que la originalidad no era algo buscado, pero ese relato dentro del relato huele demasiado a un refrito de Paul Auster (porque no tiene sentido meter al genio de Borges en esta discusión) carente de la dispersión propia del escritor oriundo de New Jersey con la que suele diluir las historias derivadas del relato principal. Acá todo tiene un cierre masticado, y si acaso la lección no queda clara, habrá alguna frase o imagen para resolver eso. Por ahí anda Cooper (productor del film, seguramente le gusto la novela) como Rory, un escritor bohemio que parece un yuppie y que, a pesar de trabajar como repartidor de correo dentro de una editorial, puede irse de luna de miel a Paris (los beneficios de vivir a crédito en EEUU, supongo). Un Dennis Quaid de mohines casi paródicos que intenta levantarse a una joven estudiante en una situación que quizás dibuje con éxito a los literatos best seller neoyorquinos: copa de vino y departamento a lo Patrick Bateman. Y un Irons disfrazado de viejo (más todavía), el único que deja caer cada palabra con la espesura necesaria, con una voz que carga el peso de la culpa y los años. Quizás el pecado de los directores debutantes Klugman y Sternthal es que se ataron demasiado a la letra de un libro pasado de rosca, olvidando lo más importante, dejarle un lugar al cine.
Siga el baile Los guionistas de esa genialidad llamada ¿Qué Pasó Ayer? utilizan el mismo recurso de noche descontrolada pero trasladado a la post adolescencia para hacer 21 La Gran Fiesta, otra película de golpes, fluidos corporales y partes privadas expuestas. Listo. Tres amigos, Miller, Casey y Jeff Chang, se reúnen para celebrar el cumpleaños de este último (los famosos 21 del título) y se pasan de rosca. Ok. Un joven arriba de un auto con un osito de peluche pegado a sus genitales. Bueno. ¿Resulta una maravilla? Imposible alcanzar el nivel de aquella película que los hizo reconocidos. Pero si algo hay que reconocerle es que no se siente en ningún momento que traicione lo que puede ofrecer este tipo de películas. Una de esas intrascendentes y sin pretensiones que a través de una serie de eventos desafortunados nos intenta sorprender y hacer reír. Por momentos lo logra. ¿Que un hombre en culo con una media en los genitales pueda resultar gracioso? No sé si tanto. Pero algunos momentos físicos funcionan durante todo ese derrotero en el que arrastran a Jeff Chang para poder regresarlo a su casa (de la cual desconocen su paradero) para que esté listo para una entrevista programada por su opresivo padre. Quizá porque en medio de esas risas y descontrol hay una melancolía de lo que fue y no sigue siendo. Esa adolescencia sin responsabilidades que se perdió al igual que una amistad que se transforma en discurso más que en una realidad. Es verdad que hay mucho trazo grueso (y quizás se excedan en un dramatismo superfluo) pero no se alejan de una liviandad necesaria para pasar el rato sin tomárselo en serio. Ahí están las fraternidades y sus rituales, sus frat boys cebados y descerebrados, y el alcohol como sinónimo inequívoco de fiesta. Pero plena de límites. Solo algunos actos de violencia indoloros y sin demasiadas drogas (ahí están los stoners/fumones como únicos consumidores y vistos como una entidad aparte). Entonces se ve una película bastante pacata porque no jode, se ríe de las fraternidades pero no las desdeña, se van a descontrolar para reacomodar sus realidades y volver a la buena senda. En ese punto el film decepciona por conservador. Pero después de todo no es más que una tonta comedia americana de tres mejores amigos que se separaron y que afrontan una etapa de decisiones de diferentes maneras. Un futuro que se les viene y no saben cómo afrontar. Alguno la encarará con angustia, otro con seriedad, otro con abandono. Y todos con estupidez desde su inexperiencia. Una de esas noches de derrape del que todos pueden hacerse cargo, y como la película, no darle mayor importancia.
Los olvidados La nueva incursión cinematográfica de Tom Cruise viene de mano del director de Tron: El Legado, y la elección de Joseph Kosinski no es errada considerando la puesta en escena ofrecida. La historia de Oblivion: El Tiempo del Olvido cuenta que la humanidad para defenderse de una raza invasora utiliza sus bombas atómicas dejando la mayor parte de la superficie inhabitable, por eso, lo que resta de ella espera en una nave espacial para viajar a otro planeta. Antes de irse, necesita llevarse el agua de la tierra a través de unas máquinas extractoras. Un equipo formado por Victoria (Andrea Riseborough) desde una base estratégica y Jack (Tom Cruise) desde el terreno, son los encargados de cuidar que estás máquinas sigan funcionando. Para ayudarlos también están los Drones, unas naves robot poderosamente armadas, que patrullan el territorio ya que el enemigo extraterrestre sigue ahí, oculto entre la devastación. La historia funciona porque ese relato oficial se va desenmascarando a cuenta gotas, la verdad se filtra y el misterio logra mantener nuestra atención lo suficiente para que sigamos atraídos (aunque no sea tan interesante lo que sucede en pantalla). Lamentablemente, cuando se acerca el final, lo que era motor y duda se convierte en una explicación total. Entiendo que la idea es dar todo masticado, pero la excesiva explicación sin dejar lugar a la imaginación resulta poco gratificante. En el aspecto técnico uno sabe que está frente a una pila de dinero, o sea, hay una impecable visión futurista. Por fortuna en medio está Tom para transpirar la camiseta y hacernos creer todo lo que sucede, lo explicado y lo que no nos importa tanto. Del lado de las actrices que lo acompañan ya es más complicado el tema, Victoria (Riseborough) con su cibernética actitud cobra vuelo en su celo frente a la aparición de Julia (encarnado por Olga "no se me cae un gesto" Kurylenko) reforzando la ambigüedad de su personaje y sus reacciones inesperadas. Pero del lado de Olga, ¡qué difícil!, se pasa de frialdad soviética. Lo de Morgan Freeman (Beech) es repetitivo, como dios o presidente, se las sabe todas, y aún en piloto automático, cumple con su rol de líder templado. Al parecer lo del director Joseph Kosinski es la desolación y el ascetismo, a diferencia de Tron: El Legado, aquí no es la aridez de una matriz de computadora, este es la era post nuclear donde solo hay lugar para el vacío y un desierto de arena radioactiva. Con una puesta en escena desangelada y por momentos estimulada con música electrónica (a veces invasiva en el relato) el director arma su película con un par de vueltas de tuercas, algunas escenas de acción y claro, Tom Cruise. Porque cuando la esterilidad visual empieza a agotar está el actor de Jack Reacher: Bajo la Mira que no afloja en actitud ni en su fisicidad, él nos permite mantenernos en el relato. Oblivion: El Tiempo del Olvido queda entre una visión lánguida y un Cruise que desea inyectarle pasión a pura sonrisa, y sin ser una aventura memorable, entretiene de manera inocua. Lo que resulta seguro es que si no estuviera Tom para meterle chicle a un robot o golpear un motor para hacerlo funcionar, ese futuro sería aún más frío y descarnado.
Fiebre de sábado por la noche Magic Mike, la última película del inquieto Steven Soderbergh, resulta desde el primer momento otro de los mecánicos ejercicios carentes de emoción que tanto disfruta hacer el director, pero en este caso, la plana estructura narrativa y el trazo grueso de los personajes no resultan un defecto, se sienten acordes a la historia, en esta ocasión, la desapegada cámara no desea más que el goce, y está bien que así sea. Protagonizada por esa armadura de testosterona llamada Channing Tatum (el mágico Mike del título) la historia retrata el devenir de un stripper que parece estar en la cresta de la ola, y que en el medio (como Hollywood manda) se cruza en una historia amorosa. Porque si acaso puede sorprender a alguien, esto es sobre placer y dinero, aquí los sueños se tienen que transpirar y el precio es uno que se paga con billetes arrugados (tanto de esos que se meten en una tanga ajustada como el que se busca al final del arco iris, sea lap dance o participación societaria en un club nocturno). El comienzo presenta un mundo de sueños cumplidos: mujeres (y no solo una), casa junto a la playa, dinero por pasarla de fiesta, y Mike, que no solo parece saberlo todo sino que es el rey de la elasticidad con poca ropa. Un hombre atractivo y que aparenta estar siempre un paso adelante, él es el que se las sabe todas. Con el correr de los minutos nos damos cuenta que todo eso es una pantalla, y la vacuidad y banalidad del hombre torneado se va deshojando hacía una tristeza expresada en el deseo de Mike de ir más allá del dólar sudoroso. En medio de un juego de cuerpos que desean y que a la vez que son deseados, la nueva variable (que no lo es tanto, mínima excusa para sumergirnos en ese mundo) es la aparición de un interés amoroso llamada Brooke (interpretado por Cody Horn, de inexistente carisma). Está joven representa el deseo de Mike, una mujer que no está solo interesada en usarlo como tabla de surf, y a pesar de su cara de nada, escapa a la mera fisicidad de cuerpos a la que esta habituado. El film se degusta como una canción pop, en este caso la grasitud de Soderbergh calza perfecta en una historia plástica, irrompible por su premisa sencilla y por la elementalidad de sus personajes. Aquí todo esta expuesto, la carne y los deseos, cada uno se expresa con ávidas miradas, Adam (hermano de Brooke y amigo de Mike) ansía ese festival dionisiaco, Brooke al Mike de memorables contorsiones, y nuestro protagonista intenta confundir (de manera infantil) tras unos anteojos su deseo al solicitar un préstamo. Entre todos estos seres que desean, su máximo exponente es Dallas (Matthew McConaughey en una fantástica actuación), aquel que a pesar de los años aún resiste, dueño del dólar y del show, solo necesita verse a si mismo. Magic Mike encaja con Soderbergh, su distancia da el margen justo para que envidiemos (o nos enamoremos) de esos cuerpos que filma con tremenda pasión, permitiendo una placentera mirada indiscreta.
No aclares que oscurece La película Terror en Silent Hill del 2006 presentaba una interesante traslación del popular videojuego de PlayStation, a través de un aura ominosa agobiaba tanto a su protagonista (Radha Mitchell) como al espectador. La opresión constante de un mal oculto en la eterna neblina ayudaba a hundirse en el misterio, uno que a medida que se iba develando, perdía fortaleza. Sin ser una gran película, cumplía con su misión, algo en lo que ayudaban las buenas actuaciones de Mitchell y Sean Bean en el rol de padres adoptivos de Sharon, la niña que desaparecía en el pueblo del título. Bueno, la necesidad de hacer sangrar hasta el último verde de la franquicia hicieron que una segunda parte se hiciera esperar pero que finalmente llegara, el título: Terror en Silent Hill 2: La Revelación (¡En 3D!). Esta nueva incursión al mundo gamer de Silent Hill toma todo aquello que fue bueno en la primera para destruirlo en pos de cumplir esquemas visuales del terror más burdo. En esta secuela vemos a una joven Sharon que, junto a su padre (Sean Bean), viven ocultándose de la secta de brujas revelada en la primera entrega. El puntapié inicial de la trama (ponele) es el secuestro de Sean Bean, acontecimiento que obliga a regresar al susodicho pueblo, de ahí en adelante, solo restan escenarios torpemente presentados. Toda acción se ve forzada por la necesidad de que suceda algo, saltamos de una escena de terror (en más de un sentido) a la siguiente como si fuera un pasaje de nivel, pero sin conciencia del absurdo y diversión que eso podría implicar. Su impostada gravedad se combina con una mínima imaginación para que cada cuadro narrativo sea una experiencia soporífera. Por ejemplo, tenemos la aparición de un maniquí araña asesino (de pobres efectos visuales) que aparece seguramente porque quedaba bien (o estaba en el juego, anda a saber) pero sin una construcción en el relato para llegar a esa circunstancia. Los agujeros narrativos y temporales no permiten siquiera ubicarnos en el pueblo al que se está viajando, las escenas de transición son inexistentes, el director Michael J. Bassett parece no comprender que necesitamos un poco de interés por esos personajes por más unidimensionales que nos resulten. En este caso las ausencias de Mitchell y Bean se extrañan demasiado, en comparación, las interpretaciones de Adelaida Clemens como la joven protagonista y Kit Harington como Vincent (una pareja sin química y tirada de los pelos) son tristísimas, y no justamente por la cara de perrito mojado de Harington. Las apariciones secundarias de Malcolm McDowell y Carrie-Anne Moss suman al desconcierto del film, sus minutos en pantalla suenan a derrape. La ex Matrix está irreconocible, y viendo el resultado, debe estar agradecida. Terror en Silent Hill 2: La Revelación es una película de pobre ejecución, nulas ideas y que esgrime una puesta en escena plena de clichés noventosos (que parecen salidos de un video de Marilyn Manson) como única justificación narrativa. Amantes del cine, abstenerse.
Videodrome Las Crónicas del Miedo (V/H/S, 2012) es un film colectivo, de esos que agrupan directores e historias sin una vinculación directa, que utiliza un relato de plataforma para contar otras historias. La reciente Chillerama (2011), para citar un ejemplo, también funcionaba en ese estilo, utilizaba la última proyección en un autocine para bifurcarse hacía las historias que allí se veían. Un recurso utilizado bastante en el género de terror el de agrupar historias, Los Ojos del Gato (1985), Creepshow (1982) o la mítica Black Sabbath (1963) así lo ratifican. Las Crónicas del Miedo utiliza como relato-autopista, y disparador de las demás historias, a un grupo de jóvenes al que se les encarga ir buscar una cinta V.H.S. a una casa abandonada, cuando lleguen allí, no podrán evitar ver algunas de la inmensa cantidad de cintas de video que encuentran. Estos son los videos que nosotros como espectadores, observaremos. Una excusa sin demasiadas pretensiones para juntar una pila de found footage. La primera historia es la de unos chicos que encajan en la visión estándar de jóvenes-descerebrados-de-fraternidad que salen a "conquistar" mujeres (si acaso es eso lo que intentan hacer). Uno reconoce a los personajes en pocas pinceladas y también los desprecia, el estallido sangriento con el que nos van a sorprender sirve para subir la adrenalina. Punto a favor. El segundo es dirigido por Ti West (Inkeepers, House of the Devil), el más experimentado del grupo de directores, y cuenta el viaje de una pareja en busca de recuperar la pasión olvidada. Corta con su cámara austera el ritmo que la película venía alimentando, brinda tensión pero para cuando llegamos al impacto del final (que presenta la suma de todos los miedos masculinos) el aburrimiento ya ocupó demasiado espacio.¿Punto en contra? La tercera es la de un grupo de amigos que van de campamento y se encuentran con un Jason Voorhees (Viernes 13) borroso e imparable. Floja, y a mi gusto, el punto más bajo de la película. Puro cuchillazo que funciona solo si uno es adicto al slasher. Punto en contra. La cuarta es una comunicación entre un hombre y una mujer a través de sus notebooks. Una de fantasmas con un interesante fuera de campo, gana en la sensación de desamparo que intenta (y logra) transmitir. Punto a favor. El último es la de uno grupo de chicos que llegan a la casa equivocada para una fiesta de disfraces, vertiginosa y de acertados efectos visuales, logra dejar una buena sensación final. Obviamente el recurso utilizado en la película del found footage (metraje encontrado) ya no resulta para nada original, bastante agotados están nuestros ojos de ver videos borrosos, cámaras descontroladas y un minimalismo inconsistente como excusa para ahorrar presupuesto, la idea (que pocos logran) es la de asustar barato. En este caso la utilización del found footage es pertinente. Desde hace bastante el terror se utilizó para crear temor de ciertas libertades, en los tiempos modernos el dictado de moralidad dice que sexo y/o drogas = muerte. Hoy Las Crónicas del Miedo señala un tema vigente como es el de la intrusión en lo privado, aquí se castiga la trasgresión del espacio personal: un video intimo, irrumpir en una casa o filmar el cuerpo que no desea ser visto (o no debería ser mostrado). Estos excesos serán causantes de padecimiento o muerte, aquel que registre lo que desea mantenerse oculto no terminará de manera grata. El otro tema interesante de la cinta es el lugar que se les otorga a la mujer y al hombre. Históricamente las culturas y religiones no dieron un papel demasiado positivo a la mujer, muchas veces acusándola de ser origen del mal o a ser permeables al mismo. Así tuvimos fantasmas, brujas y exorcismos para tirar al techo. Este tópico es central en el film, en todas sus historias la mujer será depositaria del mal o su personificación. Ojo, también le hace lugar al hombre moderno, arrogante, vacuo y vulgar, presentados (como mínimo) con escasa lucidez en sus actos, y finalmente, el film realiza un ácido acierto en la lectura del ilusorio amor web, y en la exposición de esos que se jactan de ser "buenos tipos" pero que resultan ser los más cínicos de todos.
Cuando uno se encuentra frente a la galardonada El Lado Luminoso de la Vida (Silver Linings Playbook) no puede dejar de pensar "esto ya lo vi": personajes dañados con problemas psiquiátricos, un humor que cruza a lo dramático, familias alborotadas a reconstruir. La película del director David O. Russell no es una sorpresa, ni tampoco creo que esa sea su intención. La historia es la de Pat Solitano (Bradley Cooper), que luego de ocho meses en una institución mental regresa a vivir con sus padres. La madre (Jacki Weaver) es una protectora infatigable y el padre, Pat Sr. (Robert De Niro, que demuestra que todavía puede realizar interesantes papeles), un enfermo por su equipo de fútbol americano y las cábalas. El alterado comportamiento de este último al respecto de su equipo The Philapdelphia Eagles es tan profundo como el de su hijo, pero corre con la ventaja de que su locura es socialmente aceptada. La intención de Pat es recuperar a su ex esposa, a la cual no ve desde que la encontró engañándolo con otro. El azar (y no tanto) hará que se tope con Tiffany (Jennifer Lawrence, que al fin confirma la apuesta que Hollywood hizo en ella), viuda de un policía que al igual que él, necesita reparar un vacío. David O. Russell elige mostrarnos en la primera parte del relato cámaras veloces y diálogos abrumadores para sumergirnos en una inestabilidad a la medida de la cabeza de Pat y su maniática energía. Pat, en medio de su desbordante desahogo verbal y físico (capaz de una cruel sinceridad) choca y se estrella con una Tiffanny que no siente la necesidad de agradar a los demás, al menos no de manera real y profunda. Una pareja a la que los golpes de la vida les permite exteriorizar sus deseos sin culpa, y es por eso que la sociedad los observa para rectificarlos, no hay lugar para ese desprejuicio infantil (suena lógico que el hogar paterno/materno sea nuevamente su refugio). Pero lo que comienza a puro vértigo va fluyendo hacia un relato más tradicional, conjugando superación a través de una actividad (en este caso el baile) y los típicos desencuentros de las comedias románticas. La cámara de Russell abandona el primigenio descontrol a medida que Pat va calmando su ansiosa verborrea, las palabras se convierten en introspección y hasta llegan a resolverse fuera de campo (hay una charla escondida a nosotros). Al igual que sus personajes, el film madura atándose a convenciones de género, dejando de lado el espíritu atravesado y disruptivo. La cuestión es que tanto al comienzo como en su acartonado relato posterior, que en ocasiones roza lo exagerado y el cliché, el film sigue funcionando, principalmente por el despliegue de sus actores. Uno de los grandes méritos de Russell en El Lado Luminoso de la Vida es mostrar cómo se regulariza en la sociedad para encontrar la "normalidad". Si la resolución final es justa con esa idea originalmente planteada, es algo que cada uno deberá reflexionar en su fuero interno. La otra cuestión destacable es su intención de seguir acompañando a esos héroes de clase popular. Como en El Ganador (The Fighter, 2010), se lanza a recorrer un hogar de clase media baja para exponer asperezas y vitalidad, y que hay que pelearla para salir adelante.
Fotocopia Sucede que uno puede tener un golpe de suerte. En la literatura, la segunda novela luego de un primer gran libro, es la que define la calidad de un escritor. En el cine se suelen dar más oportunidades. Ruben Fleischer, director de la excelente Tierra de Zombies (Zombieland, 2009) parece que luego de malgastar su segundo strike en la fallida 30 Minutos o Menos (30 Minutes or Less, 2011) la termina de embarrar con su tercera película, Fuerza Antigángster (Gangster Squad, 2013). La historia, con ciertos reparos, podía pensarse interesante. Una fuerza parapolicial es creada para luchar contra un gangster más psicópata que mafioso. El enemigo se llama Mickey Cohen. La idea de fuego contra fuego, nada novedosa, podía resultar un interesante análisis acerca del tema o jugar en contra, por reaccionaria. En este caso se vuelca hacia una defensa de la institución policial siendo una digna representante de la segunda etapa del policial americano, esa donde la censura y puritanismo metieron la mano obligando a ponerse del lado de la ley, abandonando cierto ensalzamiento de la figura del criminal (usualmente más interesante). Pero ni siquiera da para discutir eso la película. Desde el vamos la selección de actores resultaba un tanto cuestionable, ver en el trailer a un Sean Penn (Mickey Cohen) con prótesis facial e histrionismo desmedido asustaba un poco. También ver a una hermosa Emma Stone que reversionaba a la sensual Jessica Rabbit (¿Quién engañó a Roger Rabbit?) pero que daba la sensación de estar incrustada en la película sin convicción. Y ver al muchacho llamado Ryan Gosling como chico duro no cerraba tampoco, pero como en Drive había cumplido, era una duda cuestionable. Sorpresa, al fin un trailer honesto. Mickey Cohen es un vehículo para la sobreactuación de Sean Penn, y el director no lo beneficia exhibiendo torpemente sus “viles” acciones para exponer cuán duro es (cuanto te falta Penn para rozarle los talones al Al Capone de De Niro). Su personaje, el terror de Los Angeles, es un boxeador que mediante violencia e inmisericordia va subiendo peldaños para gobernar la ciudad. Listo. Ahora que Cohen sea una parodia de Toro Salvaje no ayuda. Parece que never-go-full-retard de Penn se comió los personajes de Robert De Niro y le salió esto, un mamarracho. Emma Stone juega insípidamente el papel de amante de Cohen como una supuesta mujer fatal (a la que le falta mucha sopa). Ella se vincula con el policía interpretado por Ryan Gosling que presenta un papel afectado durante todo el metraje, anda a saber con que intención. Su propósito de hacerse el duro no convence ni un poco, principalmente por esa voz blanda que le pone al personaje. Al liderato del grupo que perseguirá a Mickey Cohen esta el sargento O’Mara (Josh Brolin), un policía que es veterano de la segunda guerra, tiene a su mujer embarazada y va para adelante como un animal desbocado. A él le encargan formar este grupo que está por fuera de la ley, justificado con un simple “esto es una guerra”. El equipo lo integran Ramirez (Michael Peña), Harris (Anthony Mackie), Keeler (Giovanni Ribisi) y Wooter (Gosling), pero solo se destaca Kennard (Robert Patrick), único actor a la altura de la aspereza que la película pretende mostrar. Otro problema grave, además del elenco, es su propósito de presentar un escenario de desasosiego de posguerra. Se fuma mucho y se toma mucho, pero la ausencia de sexualidad y fisicidad deja expuesta la falsedad de cada escena. Si luego vienen tiroteos mal filmados (Michael Mann debería darle un curso a este muchacho), cámaras lentas que solo demuestran la necesidad de querer hacer algo diferente con el género (luego de fotocopiar mal todo acerca del mismo) y un enfrentamiento final con tantas golpes carentes de emoción que uno solo desea ver que termine, no resta más que tratar de olvidar lo más rápido posible lo que ha visto. Da la impresión que Ruben Fleischer efectúo un apático escaneo del género para quedarse golpeándose la cabeza con la superficie, entregando un film que suena como la versión high school musical de Los Intocables de De Palma.
El monstruo llamado "crisis del sistema financiero" ha lanzado variados hijos cinematográficos. Estados Unidos, centro neurálgico de la debacle mundial de esa burbuja, viene entregando furiosos alegatos al respecto. Es interesante que estas películas surjan desde Hollywood, y no de sus márgenes, porque es claro que esta ruleta de malversación tocó demasiadas puertas. Tenemos films que enfrentan directamente con el tema y otras que apenas lo usan de excusa para encontrar un enemigo común. De esos que duelen pero no tanto (ver sino el fracaso de todas las películas de Irak o terrorismo) porque después de todo, ese infame monstruo destructor que se alimenta de un poco de "éxito" y de mucho "dinero", también es parte del sueño americano al cual aspiran los que odian a esos mercaderes por ser millonarios. Arbitrage recibe el lamentable subtitulado de Mentiras Mortales (!). El término original se refiere a una jugada financiera donde se toma ventaja de la existencia de diversos valores en diferentes mercados, para ganar más o minimizar el daño: una perfecta definición de la película. Robert Millar (un sesentón Richard Gere) es un exitoso empresario, gurú de mercados, tiene una familia ideal y obviamente, es multimillonario. Eso nos dibuja el film de Jarecki en los primeros momentos, pero nosotros sabemos (y deseamos) ver el reverso. Sabemos cómo funciona, y como siempre, miramos. ¿Qué vemos? Un hombre que estafa para vender su empresa en bancarrota, tiene una joven amante, manipula y desprecia sin vergüenza. Ese es nuestro antihéroe que en un intenso recorrido debe lidiar en todos los flancos posibles, siempre al borde de una derrota que no queremos que suceda. El detonante de la historia es que en medio de la venta de su corporación un accidente con su amante traerá al aparato judicial en su contra. No es justicia, es otro "sistema" que también es ajustable, la cárcel se negocia en búsqueda del menor costo. A raíz de ese acontecimiento criminal sucede lo más interesante de la película: para poder ocultar su responsabilidad, Millar pide ayuda a un afroamericano de pocos recursos de Harlem (que está en deuda con él). Aquí es donde uno debe detenerse, porque este hombre es el parámetro ético que nos propone el director, un hombre que aún tiene códigos. Al problema con la policía (con un Tim Roth por momentos excedido) se suma el conflicto familiar, principalmente con su hija que todavía lo ve idílicamente. Su mujer (Susan Sarandon) entiende como funciona el juego y es la única que está a la altura de la competencia, por eso sabe pegarle donde duele. La partida se llama quebrar a Millar. La suma de acontecimientos por momentos se siente forzada, pero cuando uno se subió a la travesía de Gere, se deja llevar por su herido antihéroe. Un film que resulta interesante debido a que las decisiones éticas y personales de Millar dejan sitio para reflexionar acerca de que lado elegimos como espectadores.
Filosofía barata y máscaras de goma Andy y Lana Wachowski (los de Matrix y Meteoro) junto a Tom Tykwer (el de la muy buena Agente Internacional y Corre Lola Corre) se suben en Cloud Atlas: La Red Invisible a una historia de ciencia ficción (en el futuro al menos), de drama, de aventuras, con algo de policial y hasta de comedia, en la búsqueda de una romántica epopeya trascendental, pero en su lugar, la incapacidad para transmitir emoción durante ciento-setenta-y-cinco-minutos y un gigantismo narrativo carente de nervio es la única marca notable que logran alcanzar. Basado en una novela exitosa de comienzos del 2000, Cloud Atlas: La Red Invisible recorre seis historias en diferentes épocas de la humanidad con una sutil (¿?) vinculación entre ellas. Y en casi todas se hace presente el concepto de "legado" en sus diferentes formatos como ser hijos, libros, composiciones musicales, sacrificios personales, como un medio para trascender a la infalible muerte. Así tenemos en la actualidad a un editor literario a quien las cosas no le van del todo bien, un joven compositor que trata de abrirse camino en los ´30, una clon que trabaja esclavizada en un local de comida rápida en una Neo Seúl del futuro, un hombre que viaja a unas islas en el océano Pacífico para concretar un contrato comercial en el siglo 19, una periodista que investiga el informe secreto de una planta nuclear en los ´70, y por último, en un futuro distante y distópico, a los últimos sobrevivientes de la humanidad en una isla hawaiana donde existen tribus caníbales. Bueno, este intento de cubrir tiempo y espacio, de lograr una épica inmortal, es burdo y torpe. Lo único increíble es ver tantas historias que nunca nos importan, una inmensa cantidad de personajes se presentan frente a nosotros para resultar insignificantes, sin una pizca de carisma o de empatía. Eso sucede en parte porque esa idea de “red invisible” se representa a través de los mismos actores en diferentes épocas para exhibir una idea de lo cíclico a pura prótesis facial, algo que resulta entre gracioso y grotesco. Así vemos a una actriz coreana como Doona Bae pasando por americana, o Hugo Weaving como un oriental, o a Tom Hanks con dientes postizos. ¿Una broma? Ojalá. Este baile de máscaras y filosofía de plástico por momentos causa vergüenza ajena. Es que si uno ordena estás historias, tan bien editadas en paralelo, descubre que ninguna posee un mínimo de emoción o rebeldía, todas son tan artificiales como esas caras de goma o los fondos desangelados del CGI. Podían contar con tres horas adicionales de metraje pero el mensaje no iba a resultar más lúcido u original. Una película que verbaliza lecciones acerca del arte de vivir, la religión y filosofía, ambicionando ser más grande que la vida a través de un panfleto de superación al módico precio de una entrada de cine, sin pochoclos incluidos. Esperaba un cierre que al menos justificara la extensión del aburrido metraje, pero no sucedió. A diferencia de Babel de Iñárritu, aquí se troca miserabilismo por alegorías amorosas y metafísicas durante tres horas de historias deslucidas (¡pero eso sí, con buen montaje!) para explicar lo que los Beatles ya decían en la juvenil repetición de tres minutos y medio de All you Need is Love. Se bueno y confía en el karma es lo que esbozan torpemente los Wachowski en está traslación de un best-seller que debe ser tan goma como las máscaras de Hanks y compañía.