De regreso a casa Peter Jackson es un director grandilocuente. Un tipo que no se conforma con poco, inclusive cuando su cine carecía de recursos lo suyo era abundante en ideas, cuanto más, mejor. Sin miedo al ridículo, su cine es como ese Kong que reversionó hace algunos años, un monstruo gigante que se sube en lo alto para hacerse notar. Esto puede verse en ese éxito instantáneo llamado El Señor de los Anillos, una obra hecha para disfrutar en pantalla gigante y que comparte junto a Avatar (y Cameron, otro genial excesivo) una intención de amplificar para impresionar, de exprimir los aspectos técnicos para brindar un viaje único dentro de la sala de cine. El Hobbit: Un Viaje Inesperado, a diferencia de El Señor de los Anillos, no logra impactar (habrá que ver la versión 3D de 48fps de la que tanto se habla, para la función de prensa no llegó la copia). Esa ausencia de asombro surge en parte porque ese mundo que se presenta delante de nuestros ojos ya se ha visto en la trilogía anterior y parte porque el material del que parte no resulta tan épico. El Hobbit (el libro) está destinado a un público infantil (con aventuras de las que se nutrió el mundo harrypotense) y aunque se desee imponer el peligro, no se acerca a aquel terror absoluto e intangible de Sauron (y por lo incorpóreo más terrible, habitaba en cada ser humano). Aquí el principal rival de la travesía es Smaug, un dragón, y pierde irremediablemente ante el señor oscuro de la Tierra Media. Las comparaciones con LOTR son inevitables. Estamos ante un nuevo viaje con los mismos aciertos, pero también, con similares defectos. La capacidad narrativa de Jackson es incuestionable, su maestría en las batallas también, en los vertiginosos enfrentamientos está uno de sus puntos más altos. Jackson posee una comprensión tal de la totalidad de los elementos que impide que nos extraviemos dentro del continuo movimiento de sujetos y objetos. Pero también está ahí su sensibilidad bobalicona que por momentos es exasperante. El abuso de la musicalización, el humor torpe, los primeros planos y el mundo élfico (con un aura de luminosidad omnipresente) se observan con saturación. Se toma el tiempo otra vez de adentrarnos en la Tierra Media, inclusive incluyendo personajes de LOTR que no aparecen en la novela original, para que nos sintamos cómodos, en casa otra vez. La cuestión es que lo que en aquella valía como descubrimiento aquí resulta en morosidad narrativa. Pierde demasiado tiempo en comenzar lo que funciona en la película, el viaje. Aquí toma otro color la historia. El viaje de los enanos, Bilbo (el hobbit del título) junto el gran y único Gandalf (con un Ian McKellen que lo hace de taquito) es hacía la montaña Erebor, un antiguo reino de los enanos ahora bajo el dominio del dragón Smaug, el objetivo, recobrar lo perdido. Aquí, a diferencia del libro, se toma una idea más noble justificándose sobre el orgullo y el hogar de estos desterrados. El libro dejaba más claro que el inmenso tesoro robado por el dragón (que son igual de codiciosos que los enanos) alcanzaba y sobraba para la aventura. En el camino hay orcos, trolls, goblins, elfos, magos, todo el microcosmos de tierra media. En esta primera parte ya se planta la idea de muchos personajes y retos por venir, sirviendo como preámbulo para lo que aún resta. Esta necesidad económica (o por la propia monumentalidad del cine de Jackson) de hacer tres extensas películas termina diluyendo la aventura, un poco de sincretismo no habría venido mal. Otra cuestión es la empatía sobre los personajes. Aragón y compañía rápidamente ganaron nuestro cariño, aquí en cambio entre tanta enumeración "enana" (Bofur, Balin, Ori, Dori, Nori y un largo etcétera) los rostros resultan intercambiables, dificultando el nivel de apego. Lo cierto es que el film no logro apasionarme, siendo un admirador de la trilogía anterior, me resultó una construcción maquinal. Me sorprendió su repetición en algunas resoluciones narrativas y visuales dentro de la misma película (y ya usadas en las LOTR). Se disfruta como un regreso al hogar, y por eso, también se siente como una falta de crecimiento de parte del cine de Jackson.
El rey invisible Un ataúd impenetrable, a prueba de sonido, conectado virtualmente con el mundo a través de pantallas planas. Un viaje al cielo (o el infierno) protector del pasado. Un sarcófago de lujo. Sobre ese vehículo se mueve Robert Pattinson. Ese que descontrola a las adolescentes convirtiéndolas en una masa de gritos, el de Crepúsculo y otras yerbas. Su rostro es más vampírico que nunca, ya no tiene intención de sangre (¿alguna vez la tuvo?) porque el mundo real no funciona de esa manera. Este sarcófago es para vampiros auténticos, financistas, banqueros, agentes de bolsa, mercaderes. La elección de David Cronenberg de usar a Pattinson para el rol de Eric Parker en esta traslación de la novela "imposible" de Don DeLillo es el primer gran acierto, el otro, el de aferrarse a los abstracciones por más agobiantes que estás puedan resultar. Al comienzo de este arduo recorrido uno puede sentirse aburrido o juzgar de poco cinematográfica a la historia, pero este acercamiento tan primitivo a las ideas convierte a ese trayecto para "cortarse el pelo" en medio de una caótica Nueva York en un viaje inanimado donde se repasa la vida en voces, y que parece mostrar el final del capitalismo pero que en realidad, muestra su brutal inmortalidad. Los que mueren son los hombres. El tiempo y el espacio son claves en la película. Así, las transacciones que maneja Parker son intangibles, el intento de controlar hasta la más mínima fracción de segundo para poder comprender la naturaleza de una moneda como el Yuan (Yen en la versión original de la novela del año 2000, son otros tiempos económicos) nos prepara para un tiempo imposible, falso. En un segundo se puede perder todo. Por eso este viaje como contrapartida funciona como una odisea, toda una vida en un día, el simple hecho de ir a cortarse el pelo le da entidad, certeza. Eso básico, simple, infantil, es una tarea que será confiada al peluquero del barrio, porque existe. Esa peregrinación al pasado es real porque se dilata, consta porque pasa el tiempo. El espacio a recorrer toma forma por su dificultad para lograrlo, así también el espacio físico donde se desplaza Eric. Esa prisión limusina es angustiante, dentro de ahí suceden las palabras, las decisiones, no hay espacio para respirar ni vivir, por eso cada salida es la exposición con el mundo, sus riesgos y pasiones, con los deseos, dentro todo es mecánico y calculado. Parker necesita sentir su materialidad, confirmar su existencia, aunque sea por mero contraste con la muerte. Cada discurso y palabra es medida, cargando simbolismos que por momentos se vuelven de difícil disección, por otros, claros como que la rata sea una nueva moneda o comprar un desecho de la guerra fría para demostrar la victoria del capitalismo. La inclusión de actores de gran calibre como Mathieu Almaric, Juliette Binoche, Samantha Morton o Paul Giamatti funcionan para que los discursos suenen convincentes, para que ese vuelo teatral en los diálogos logren ser más certeros. La fidelidad del guión de Cronenberg a la novela es de una mimesis asombrosa, duplicando diálogos, palabras, inflexiones, eso ocasiona que la película quede atrapada en una lógica literaria más que cinematográfica, y por eso, surge cierto conflicto inicial para subirse al relato, pero si llegamos a encontrarnos en este viaje de ideas, se puede apreciar una historia que es pertinente hoy, y mañana, seguramente lo sea aún más.
Gasolero La segunda película de la dupla de hermanos Levy, directores del documental Novias – Madrinas – 15 Años (de la que escuché excelentes referencias y que lamentablemente no pude ver) se llama Masterplan, y aunque tiene una interesante propuesta, resulta apenas de un humor escueto para la sonrisa leve, no mucho más. Pasemos a la historia. Dos amigos, uno es un chanta de primera y cuñado de nuestro protagonista. Nuestro protagonista se llama Mariano y es un temeroso de la vida. El cuñado le propone a nuestro (anti)héroe un plan maestro, comprar con su tarjeta de crédito y fingir su robo. Mariano ante la inminencia de la mudanza con su novia acepta por comodidad e inercia, pero cuando llega el tiempo de hacer la denuncia comete el error de meter a su adorado Siam Di Tella en el medio, y ahora, el querido auto debe desaparecer. La comedia maneja un tono apacible, y como su protagonista, resulta un tanto insustancial. Los gags no logran levantar vuelo propio a pesar de una historia donde se ve a los directores más que cómodos. Encarar el propio mundo para diseccionarlo como punto de partida es un acierto, también la simpática idea original, y al realizar un relato sin demasiadas pretensiones funciona con poco. La cuestión es que todo marcha a media máquina, sin acelerar, en una inercia complaciente. La historia se va enredando con la aparición de un indigente que se pone a vivir en el auto abandonado (y del que Mariano no puede desprenderse emocionalmente), un personaje que remueve el letargo de la narración a través de un absurdo respetuoso y querible pero que se agota por repetición. Las idas y vueltas de la desaparición del auto, la falta de carácter de Mariano para con su novia y las situaciones que no logran hilvanarse del todo apenas alcanzan para esbozar un film incipiente, quizás algo apresurado, pero con algunas ideas válidas que pueden llegar a conformar una interesante visión personal. Algunos momentos muestran que esas ideas pueden llegar a buen puerto. La cena con los suegros en el restaurant chino funciona como una viñeta particular, una mínima historia que se siente lugar común pero bien resuelto, otra es la aparición del agente de seguros interpretado de manera fantástica por Campi, asfixiante con pocos elementos. Es en esas situaciones donde se puede entender que a pesar de la película desinflada y cuidadosa que es Masterplan, hay que seguir el camino de los hermanos Levy, puede que haya algo interesante ahí.
Las mil y una noches Luego de tres Actividad(es) Paranormal(es) es difícil renovar el repertorio de sustos y de esquema. O sea, filmaciones caseras, enumeración de noches, puertas que se abren solas (¡nunca visto!) y fuerzas invisibles que revolean gente a lo loco. Si esperaban más de lo mismo, van a sentirse satisfechos, los que buscaban alguna nueva idea para el género espíritus-en-pseudo-documental, ni se detengan a ver el póster. Este film no funciona como hecho aislado, hay que seguir mínimamente la secuencia de acontecimientos para comprender ciertos puntos de esta cuarta entrega. El bebé desaparecido en la segunda y la explicación del final de la tercera complementa para dar una conclusión a la historia. ¿Conclusión? Al parecer están realizando una quinta parte. Mientras cierren las cuentas, los espíritus no van a descansar en paz. En esta ocasión hay algunos cambios que mejoran a su predecesora. Una es la modificación de protagonista. Esta vez la que carga con la mayor parte de la historia es una adolescente y su novio. La parejita transmite una mayor empatía que los personajes de los films anteriores, y el agregado de un niño, hijo del vecino de enfrente al que tienen que cuidar, aporta la suficiente sensación de extrañeza como para crear un clima tenso. El carácter anormal y encriptado del niño funciona como disparador para que la "presencia" este siempre rondando. No es ninguna novedad la idea de niños con extrema sensibilidad a los espíritus o como vehículo de terror, pero en este caso, y a pesar de la falta de originalidad, logra ser efectivo. El uso de la tecnología es otro agregado en está versión "paranormal 2.0", las filmaciones son a través de computadoras y la presencia del celular, Youtube, Google, Facebook o la Xbox es natural, una actualización necesaria por la edad de los protagonistas y por el público al que está apuntado. La principal falencia de estás películas es el ritmo cansino y la utilización del fuera de campo. Grandes recursos para generar temor pero que luego de las tres películas (y derivaciones voluntarias e involuntarias) de igual estructura y mismo desenvolvimiento de acontecimientos terminan por agotarse, transformando al terror de Actividad Paranormal 4 en algo carente de matices y asombro.
Sueño de una luna de verano Con cada nueva película de Wes Anderson me renace la sensación de cierta repetición, de un cine cerebral tan cerrado como distante. Hay frialdad en su puesta en escena, con esos seres incomunicados y fatalistas. Estos rasgos son todo un espíritu en su cine y aunque en ocasiones logre saturarme, aprecio un lenguaje personal tan interesante. Su último film, El Fantástico Sr. Fox (de animación, fue directo a video) me agradó por un desparpajo que esquivaba ese agotamiento que se venia produciendo por tanto fagocitar su propio estilo, algo que se veía claramente en la película Viaje a Darjeeling. Llegaba el turno de Un Reino Bajo la Luna (Moonrise Kingdom), un film del que se venia hablando más que bien, y ahora entiendo las razones. El nuevo film de Wes Anderson alcanza algo que venía diluyendo película a película, y que para mi gusto era una de las grandes falencias de su cine, demasiada sensatez para tan poco sentimiento. Ese cine tan intelectual buscaba una felicidad gélida. Pero esta vez, y a pura aventura, logra encontrar un resquicio para la ternura, algo poco habitual para su cine. Esta historia infantil con tintes dramáticos (y fantásticos) es una aventura que juega a Los Goonies y como aquella, versa sobre familias en crisis (como todo el cine de Wes) pero cambiando el tono de su fatalismo a través de una mirada ingenua donde todo parece fatídico pero que en realidad, es posible de enmendar. Esta historia de dos niños que se enamoran y deciden escaparse se ubica en el año 1965 y en una isla. Decisiones que no son accidentales en un cine calculado. Sus personajes viven atrapados en la lógica de ese universo y hablar en pasado permite la melancolía con su aire vintage. Anderson funciona como un reloj (con lo acertado y mecánico que trae aparejado) pero logra aquí algo que desde hace bastante no observaba, rompe el mecanismo dejando respirar la historia y a sus personajes. Sam huye de un campamento de scouts, Suzy de una familia de padres juntos pero quebrados (con un padre interpretado por Bill Murray que con poquísimos gestos demuestra su genialidad) y juntos buscan su lugar en el mundo. Él es paria de su grupo y ella ve su entorno con ojos extraños. En su búsqueda parten los padres, el sheriff (Bruce Willis) y el jefe scout (Edward Norton). En medio de esa persecución sucede un hecho clave para el relato, los niños que tanto despreciaban a Sam deciden ayudarlo. Ahí se siente el cariño de Anderson por el relato y su pareja protagonista. Conmociona la película, brindando la certeza de que se apostó por algo más grande que la razón. Su sistema tan preciso se desborda por amor, empapándonos de una hermosa ensoñación libre de sus habituales construcciones que nos apartaban emocionalmente de la historia. Una pasión que logra desbandarlo, y está bien que así sea.
Uno, dos, ultraviolento A lo lejos, en la época de gloria del duro Sly Stallone, se dilapidó la oportunidad de disfrutar la traslación del cómic de Juez Dredd a la pantalla grande. Aquella fue una película más concentrada en la estrella que en la historia o el personaje. Por fortuna el tiempo y el olvido dieron otra oportunidad para hacer justicia. En pleno éxito de las traslaciones de superhéroes era inevitable una nueva versión (y en 3D) de Dredd, y es de la mano del director Pete Travis que llega esta visión desmesurada, violenta y muy gratificante. La historia nos ubica en un futuro donde, luego de una guerra nuclear, la población quedó hacinada en Mega City One, sitio donde la violencia descontrolada hizo necesaria las aparición de los “jueces”, fuerzas de la autoridad que también pueden ser verdugos. Esta es apenas la introducción de Dredd, un film que a mi gusto se convirtió en la mejor traslación de un personaje de cómic de este año. Inclusive por encima de Los Vengadores. No es que sea una mejor película que aquella (aunque no queda lejos) sino que considero que su respeto por la idea original del personaje es superior, aquí no se busca la complacencia de la audiencia a través del guiño cómplice ni hay enemigos irrompibles generados por CGI, esto es hombre contra hombre, pura destrucción de la carne. Dredd (un excelente Karl Urban) es uno de esos jueces del distópico futuro y el director Travis nos manda a la calle a su lado sin preámbulos, otro día en Mega City One. Gran recurso tomar una historia acotada donde no interesa desplegar el origen del personaje sino revelárnoslo a través de sus acciones. Porque es clarísimo, este es un personaje de acción (en más de un sentido) y a eso va. Inclusive la novata a su lado con poderes psíquicos (otro detalle propio del imaginario del fantástico de las historietas, justificado sencillamente en el relato) no se pregunta quien es Dredd, entra a su mundo sin explicaciones, y como ella, nos toca a nosotros descubrirlo. Y es durante esta usual ronda policíaca que deben ir a un rascacielos por el asesinato brutal de tres vendedores de droga, aquí es donde la dupla Dredd - Anderson (la novata) quedara encerrada para enfrentar a la pandilla de Ma-Ma (Lena Headey) que comercializa una droga llamada Slo-Mo. Lo de Headley como la villana es sorprendente, un personaje crudo y directo que sirve como ejemplo de ese futuro tan expedito como despiadado, equilibrando la implacabilidad del personaje Dredd. Las similitudes de la historia con la de la película del 2011 llamada The Raid (dirigida por Gareth Evans) son evidentes. Ambas son operaciones asfixiantes dentro de un rascacielos para detener a un líder mafioso. La estructura del relato también es similar: jefe final en el último piso con la necesidad de superar todos los niveles y enemigos para conformar una formula gamer palpable. Pero lo que ambas comparten principalmente es su amor por lo físico. El film de Evans es más realista y enfocado en el mano a mano, duelos de artes marciales y una entrega muscular por parte de los actores, la Dredd de Travis, apoyada en la ciencia ficción, alcanza un mayor despliegue visual (vía efectos especiales) y un inferior nivel coreográfico. Eso si, entrega una experiencia todavía más extrema (si acaso eso parecía posible) hundiendo el acelerador a fondo para que nada quede en pie, dejándonos tambaleando ante el aplastante nivel de adrenalina desplegado.
La pesadilla americana De las fauces desquiciadas del cine mainstream americana hace unos años surgió un héroe de acción impensado, su nombre, Liam Neeson. Sus características son las de un tipo que hasta cuando sonríe mete miedo. En ese comienzo aventurero con Rob Roy y esa divertida película de Sam Raimi llamada Darkman daba ya muestras de no temerle a la acción, pero lo de Nesson desembocó en lo dramático o fantástico, pero sin tanta brutalidad de por medio. Hasta que un día este hombre de voz ronca casi llegando a los 60 se disfrazó de héroe ochentoso y se subió a una historia violenta llamada Búsqueda Implacable (Taken). Una de esas historias no demasiado brillante pero efectiva: ex agente de la CIA le dice a su hija que no vaya a Europa, todavía es joven, que es riesgoso, ¿que pasa? la secuestran y tiene que ir matar a todos para rescatarla. ¿Qué pasa entonces en Búsqueda Implacable 2? Y bueno, los "malos" también tienen familia. Esta vez Bryan Mills (Nesson) viaja a Turquía (la casi Europa) como asesor en un trabajo de seguridad, invita su hija y ex esposa para que se encuentran con él. Los malos albanos (Los Balcanes es la nueva cuna de los malos de acción con sus mafias brutales) lo ubican y entonces comienza la batahola. Secuestros, operaciones precisas de escape, tiros y muchos albanos muertos. Las escenas funcionan porque Neeson se cree un poco Chuck Norris y logra esa aura invencible. Sin mostrar un resquicio de sensibilidad entrega un Jason Bourne más temible que disfruta de ser una pared inconmovible. En cuanto a la acción, es lo que uno vio, y si lo disfruta, sigue funcionando. Un lindo duelo final con un petiso medio rechoncho en jogging pero tan duro como él. Aquí le voy a dar la derecha a Megaton (que de derecha sabe bastante parece), buen duelo de dos duros de la vieja escuela. El albano no es físicamente imponente pero da la talla, y su insignificancia física permite la empatía del que parece en desventaja. Después existen algunas situaciones divertidas intencionales, como cuando se muestra como padre celoso por el novio de la hija (te la regalo tener como suegro a Liam) y otras que quizás lo sean involuntariamente, como cuando tienen que refugiarse en la embajada americana. Los diálogos y justificaciones mejor no pensarlos si uno quiere disfrutarla. Porque esta vez el contraste entre los mundo es obsceno. Estados Unidos es donde se juega golf, los autos son nuevos y uno toma malteadas en dinners junto a la playa. Turquía es bella y fascinante pero también es un territorio bárbaro. Hasta en un hotel cinco estrellas te secuestran y a quince cuadras están las mafias albanas al acecho. Un "afuera" salvaje procesado por franceses que son más papistas que el Papa.
La casita del bosque La nueva película de terror en un mes plagado de fiascos del género se llama La casa de al lado (no confundir con La casa del miedo estrenada la semana pasada) y para empezar, ni dentro del terror se encuadrar. ¿Slasher? Tampoco, para eso se necesita tener sangre en las venas (en este film no se sangra, pregúntenle al director el porque, a mi me supera). Más bien nos encontramos ante un psico thriller bastante sonso y sobre explicado. Pero vayamos a la película. La historia comienza cuando madre e hija (Elisabeth Shue y Jennifer Lawrence) alquilan a buen precio una inmensa casa en el campo. El bajo costo está supeditado a que, en la "famosa" casa de al lado, la niña de la familia mató a sus padres (algo que se ve al comienzo de la película) quedando ese lugar signado por el repudio de la gente "bien" de la zona. Algo que comprueban inmediatamente Sarah (Shue) y Elissa (Lawrence) en la primer reunión con sus nuevos vecinos. Pero este lugar, en teoría deshabitado, tiene como inquilino al hermano de aquella niña asesina que nunca apareció luego del crimen. Esta poca novedosa historia es el punto de partida, y como se sabe, los puntos de partida suelen reiterarse pero la cuestión es que se hace a partir de allí. Si quieren ver algo original vean La Cabaña del Terror (roguemos que se estrene) porque en este caso al director Mark Tonderai no se le cae una idea. Y lo peor es que las pocas planteadas son sobre explicadas (por dios, el final) para que entendamos cual era el "problema". Entonces con una historia sin sorpresa, y a pesar de un par de vueltas de tuercas, el film aburre. Principalmente en la primera hora donde se presentan los personajes y se plantean situaciones que no tienen gravitación ni desarrollo posterior en la historia (la amiga, la batalla de bandas donde va a participar). Y que por favor alguien me explique a Jennifer Lawrence. Porque su actuación en Lazos de Sangre fue sensacional pero de ahí en más es solo un maniquí con pómulos prominentes. Una preocupante seguidilla de films carentes de expresión formado por La Doble Vida de Walter (con Mel Gibson), X-Men: Primera Generación, Los Juegos del Hambre (donde al menos ese rostro impasible funcionaba para la historia) y ahora esta película puede que sumen a su billetera pero definitivamente no a su carrera. Espero vuelva mostrar ese brío de aquella película del 2010 con la que ganó tanto reconocimiento. El director Tonderai cree que colocando filtros de color, desenfocando y torciendo la cámara (porque si) esta haciendo algo novedoso, eso da miedo.
Si la cosa no funciona, subí el volumen No sabia que esperar de Buscando un Amigo para el Fin del Mundo. ¿Comedia romántica en medio del apocalipsis? ¿Steve Carell y Keira Knightley como pareja? Por fortuna todos mis interrogantes fueron resueltas con claridad: la cosa no funciona. La cosa es la película. Este pastiche que intenta manejar humor, romanticismo, angustia existencial y desesperación de la humanidad no logra nunca el tono adecuado para que nos dejemos llevar por el relato. ¿Cómo es la cosa? Dodge (Steve Carell) es un hombre que trabaja en seguros y está infelizmente casado. O al menos eso se intuye cuando su mujer ante el inminente fin del mundo decide salir corriendo (literalmente) de su lado. Pero él, como buen perdedor, continúa su rutina de trabajo mientras el mundo entra en pánico y sus amigos cometen todos los excesos posibles. En medio de esa batahola conoce a su vecina Penny (interpretada por la flaca Knightley) que es todo "frescura", "espontaneidad" y "extravagancia". ¿Por qué las comillas? Porque se notan tanto los hilos del personaje que es casi un muñeco de trapo, y por cómo se viste, podría serlo. Difícil sentir a ese personaje como algo libre y natural cuando se nota tan procesado para ser "especial". Tampoco ayuda una Knightley que abusa del registro morisqueta–lagrimeo-sonrisa-espontánea. El comienzo cruza lo patético y el desenfreno, nos sentimos descolocados pero a resguardo por la cara de nada de Dodge que logra ser un puching ball encantador con su falta de reacción, pero cuando la historia deviene en romance se hace patente la falta de química de la pareja. Nunca sucede ese momento donde advertimos el porque de ese amor tan profundo. El relato va forzando situaciones (el perro, el suicida del auto, el ex novio marine) y a medida que se alejan de la ciudad (centro de perversión: ausencia de moral, sexo sin amor, drogas peligrosas) el viaje se va transformando en uno hacia la iluminación campirana donde el hogar/padres es el santuario infantil donde se encuentra la paz. Al parecer el Apocalipsis se toma más tranquilo en el campo. Es bueno saberlo. Lorene Scafaria en su debut cinematográfico luego de ser la guionista de Nick & Norah, Una Noche de Música y Amor no logra hacer pie en este mundo en cuenta regresiva. La suma de viñetas sin una cohesión narrativa muestra una historia de amor abrupta (y sin placer) donde se hace evidente la necesidad de subir el volumen de la canción triste para intentar emocionar.
Una sombra ya pronto serás El género de terror es algo único. Tiene férreos defensores y fanáticos que gozan con slashers, el gore, los zombies y fantasmas. Sean directo a dvd o hechas para cine, con grandes estrellas o con actores ignotos, aquel que busca la reacción física del miedo bucea en todas en pos de encontrar lo que tanto disfruta. Los productores usualmente explotan este amor hacía la sangre y lo desconocido entregando películas de lo más endebles y repetitivas. Para empeorar las cosas, hace ya un tiempo (y pasados el torture porn de Hostel y El Juego del Miedo) lo único que continua estrenándose en cines son los films de fantasmas y ocasionalmente, de terror religioso. Y para sumar falta de originalidad, casi todo cámara en mano o en falso documental. La Aparición (The Aparition) comienza como falso documental. Tememos lo peor. No es tan así, esquivamos una. El video es solo una filmación casera que muestra una sesión de espiritismo ya ocurrida hace tiempo y vinculada con el espíritu que se hará presente en la película. Pasado ese momento nos encontramos en una universidad junto a unos estudiantes que se disponen a realizar el experimento de repetir aquella sesión para atraer a ese espíritu (utilizando la tecnología para potenciar la conexión). La secuencia filmada cámara en mano nos hace pensar otra vez en los recursos gastados y abusados. Pero nada de eso, esquivamos otra. Entonces la historia vuelve a empezar: una pareja se acaba de mudar y comienza a ser acosada por aquel espíritu liberado en el experimento universitario. Cuando uno creía que el film iba caer en los formatos de moda logra escapar para presentarnos una historia sencilla. Pero lamentablemente ahí viene lo peor. La película es de un nivel de desgano y atrofia cinematográfica de difícil digestión. Tan arduo verla como entender la razón de su estreno. Un film falto de ideas que resulta casi gracioso (pero no), tan lleno de actitudes y situaciones estúpidas que podrían resultar una linda película B (pero no). Hasta hay un momento de "terror japonés" con un fantasma arrastrándose por el suelo. Un burdo refrito carente de imaginación. Quizás si el director hubiera filmado al fantasma con la pasión con la que filma a su protagonista femenina (Ashley Greene) hubiéramos tenido película (pero no). De un nivel de insipidez desesperante, con sobre explicaciones y un terror ausente, no vale la pena perder el tiempo por más apasionada necesidad de ver una nueva de "miedo". Da fastidio hasta escribir de ella, así que mejor no digo más.