Si el amor fuera (tan) fácil... A Sandy (Catherine Zeta-Jones), una tranquila ama de casa de los suburbios neoyorkinos, aficionada a los deportes y devota de sus hijos, la existencia le cambia de un momento al otro cuando descubre que su esposo le ha sido infiel. Decidida a conseguir una nueva vida y recuperar el tiempo que perdió sin ejercer su profesión (¿periodista?), se muda a la city y consigue nuevo hogar y un trabajo excepcional en tiempo récord. Lo que no parece salir tan bien es la búsqueda de un nuevo compañero, esta vez ocasional; un "rebote", una especie de sucedáneo afectivo y sexual hasta que el nuevo "para siempre" aparezca. En eso están ella y su amiga cuando el tipo menos pensado se mete en la escena: el joven vecino y asistente de la cafetería del barrio, Aram (Justin Bartha). Judío, semi-empleado y recientemente divorciado, se convierte en el inesperado niñero de Sandy cuando ella comienza a transitar su camino al éxito laboral. De ahí a la complicidad y el romance parecen haber pocos pasos, pero también algunas complicaciones a las que son incapaces de sustraerse del todo, como el prejuicio ajeno y las diferencias inherentes a sus respectivas edades y situaciones laborales. En una historia que puede presumir de lineal, y predecible, pero que no carece de encanto, el director Bart Freundlich toma a dos personajes arquetípicos (la mujer que está de vuelta y el pibe que recién empieza a despegar en la vida), los reúne en lo más emblemático del mundillo nocturno neoyorkino y ... voilá. Le sale bien porque la fórmula ya está hecha y probada, pero en este caso hay una cierta frescura en algunos aspectos del guión que suman en lugar de restar. Ya es un gran avance que no haya pretensión de ocultar la inobjetable frivolidad de la protagonista tras una capa de inesperado (y poco verosímil) esnobismo. Acá las cosas son como son: la cuarentona atractiva, enérgica y con suerte, siente que se las sabe todas y en medio de un ataque de angustia muy middle age lo manda al pibe a madurar, cuando evidentemente, y pese a las condiciones objetivas de vida del susodicho, éste le da diez vueltas en claridad mental. Esto es un poco la vida misma, sólo que con protagonistas lindos y, a su manera, exitosos. Donde el conflicto es mínimo y se puede resolver con dosis de corrección política y buena conciencia. Disfrutable sólo en términos de sí misma, la película no promete más de lo que está a la vista. Y está bien.
Tócala de nuevo, Sandra Sin entrar en el debate sobre la justicia de un premio Oscar otorgado a la clarísima protagonista (el pobre Quinton Aaron, por central que sea su personaje, es una excusa para el lucimiento de la verdadera estrella blockbuster de este filme), hay que reconocer que Bullock consigue en este filme de sencillo planteo y obvia resolución uno de sus puntos más altos, si no el más alto de su carrera. En el panorama cinéfago actual hay lugar en taquilla para un acotado número de filmes, agrupables en categorías más o menos diferenciables por género y público. Cada tanto surgen joyas que rompen con la estructura de lo previsible, pero no es este el caso del filme de John Lee Hancock (esta es la primera de sus películas como director que llega a Argentina). Dentro de las películas que pretenden ser joyas y se imponen a fuerza de simpatías del público sí hay un lugar para "Un sueño posible", basada en una historia real que, con poco de verosimilitud y mucho de coherencia cinematográfica, deriva rápidamente de las asperezas de los dramas cotidianos a una suerte de comedia amigable, digerible y rápidamente olvidable.
La tiranía de los débiles Emma (Marlies Heder) está a punto de morir. En la casa donde pasa sus últimos días se corta el ambiente con un cuchillo. El personal a sus órdenes (un particular perro incluído) la rodea al mismo tiempo de las más serviles atenciones y de la más profunda hostilidad. Esto no sería tan raro, dado que Emma les hace la vida imposible con la impunidad de quien se sabe acabado. Lo curioso es que este personal de servicio es... su propia familia, que secretamente espera heredarla cuando esa misteriosa enfermedad terminal la liquide de una buena vez. En medio de esta situación cada vez más tensa, Emma se revela por momentos vulnerable y asustada, sin por eso dejar de torturar a su esquizoide familia. Como es de prever, hay varios cabos sueltos en la historia y conviene decir poco al respecto. Con una destreza notable para hilvanar el guión, el realizador Alex Van Wammerdam transita de manera no siempre omnisciente esta trama de personajes abrumados, siempre al borde del estallido y con algo que perder u ocultar. Aunque la temática que se aborda es un poco ríspida (y por momentos la acción se estanca en las rispideces perdiendo un poco de dinamismo), el enfoque buscado y conseguido por su director lleva al público al verdadero plano donde las situaciones se desarrollan: el ámbito de la comedia negra. Dentro del género se la puede asociar muy vagamente a "8 femmes", de Francois Ozon, y si bien el elemento bizarro pasa por un lugar bastante diferente al de aquella cinta, su presencia asegura al espectador momentos de buen cine. Claramente, una de las mejores propuestas dentro de los estrenos que se ofrecen esta semana.
Toca otra vez, viejo perdedor Bad Blake (Jeff Bridges) ha visto tiempos mejores. Otrora exitoso cantante country, ahora debe pelear desde el llano por un lugar en los humildes escenarios que antes no pisaba ni de casualidad. Perdido por su creciente problema de alcohol, derrotado por una vida que se lo llevó puesto a fuerza del karma de sus malas decisiones, conoce en una gira improvisada a la periodista Jean Craddock (Maggie Gyllenhaal) y algo vuelve a él. Llámese fuego sagrado, llámese inspiración; el viejo Blake está encontrando su centro y esta historia es, en parte, la de sus esfuerzos por reencontrarse con la chispa vital que lo hizo leyenda. Modesta leyenda, es cierto, pero... Bridges está inspirado y brillante en este rol que le va como anillo al dedo, ya desde la actitud en el primer escenario que le vemos pisar. Y puede cada quien preguntarse... ¿es inspiradora, es atractiva para el público argentino una cinta (más) que aborda la hipotética vida de un redneck norteamericano? La respuesta remitiría casi de inmediato a "El Luchador"; una película que se impuso por la potencia de su personaje protagónico. Las historias bien contadas, con un sólido respaldo actoral, son las que merecen ser vistas y recomendadas, independientemente de cuán aficionado sea el espectador a la música country, a la música en general, al drama humano o a las cintas "personalistas". Esto sucede, justamente, con "Loco Corazón". Una película para, ahora sí, enamorarse locamente de Jeff Bridges.
Demasiada presión Los hermanos Coen, acostumbrados a dar vuelta la página cada dos por tres, se despegan de dos distinguidos filmes seguidos, como "Sin lugar para los débiles" y "Quémese después de leerse" para internarse en un mundo que conocen bien. La estructura familiar judía de fines de los ´60 y principios de los ´70 se cita con una buena recreación para darle cuerpo a la historia de lo que llamaríamos un "desgraciadito", el pusilánime y buenazo de Lawrence Gopnik (Simon Helberg), profesor universitario del que todos están dispuestos a aprovecharse sin el más mínimo asomo de consideración. Ventajeado por su aún más pusilánime hermano Arthur, por sus hijos adolescentes e incluso por algún que otro alumno, Larry recibe el golpe de gracia cuando su mujer le anuncia que quiere divorciarse para casarse con uno de los hombres más respetados de la colectividad; no sólo eso, sino que debe correr con todos los gastos imaginables. Problemas de salud, conflictos con vecinos y un inminente Bar Mitzvah todo se confabula en contra del pobre Larry, que a medida que pasan los días comienza a manifestar el stress que lo invade. Entre tanto, su familia y entorno derivan en sus propias historias pequeñas y mezquinas, sin percatarse de lo que pasa por su cabeza o las preocupaciones con las que él debe lidiar. Se genera así un clima asfixiante, a medida que el espectador siente subir su propio émbolo de tolerancia al ritmo del nerviosismo del protagonista. Sin ser "El quinteto de la muerte", esta particular comedia negra (negrísima por momentos) no pasará a la historia como lo más destacado en la filmografía de los Coen. No hay que achacarle el escaso interés o los baches al elenco (que consta de varios desconocidos, si comparamos las figuras que suelen convocar Joel y Ethan para sus últimas producciones), sino a algunas chaturas de un guión que es tan elíptico y lleno de trampas como las sentencias de los sucesivos rabinos a los que consulta el protagonista. Con un arranque y un final muy buenos, la flojera de algunas situaciones troncales y ciertos fallos un poco molestos de continuidad perturban el buen ritmo de una historia que, si bien contiene una moraleja, se las arregla para eludir a su espectador generando expectativas que no llegan a cuajar. De todos modos sigue siendo una buena opción para quienes encuentran en el cine no sólo la excusa de un entretenimiento o un pasatiempo, sino el goce de una escena bien filmada, resuelta con acierto desde lo visual.
Que se mueran los dioses Hay que ser caradura para intentarlo de nuevo. Después del fracaso (previsible) de la saga embrionaria basada en "Los seis signos de la luz", y del no tan previsible fiasco de "La brújula dorada" (lo cual nos privará para siempre del desenlace de una de las mejores sagas de ciencia ficción fantástica jamás escritas), los grandes estudios vuelven a intentarlo, esta vez con un desgastado Chris Columbus que, liberado del lastre de haber sido el director de las primeras "Harry Potter", se hace cargo con muy pocas ganas de una nueva epopeya fantástica. En esta ocasión, el héroe es Percy Jackson (Logan Lerman, tan poco carismático como Daniel Radcliffe, aunque más fachero y con menos cara de angustia), un adolescente disléxico y sin suerte en el colegio que, de buenas a primeras, se entera de que es el hijo del dios de los mares, Poseidón. La revelación viene acompañada de no pocos peligros, ya que Zeus (Sean Bean), su "tío celestial", está furioso porque cree que él ha robado el rayo, su instrumento de poder y a la vez un arma tan peligrosa que, en manos incorrectas, puede arriesgar a la Tierra a una batalla sin cuartel por el dominio del Olimpo. Todo esto no sería nada, e incluso se podría construir una saga pasable con los elementos antemencionados, pero desde el momento en que Percy atraviesa las puertas del campamento de los semidioses (Hogwarts al aire libre) y se produce una serie de escaramuzas con sus pares, lo endeble de la utilería, las pésimas coreografías de batalla y las lastimosas situaciones "de peligro" que sufren el protagonista y sus secuaces ponen de manifiesto la pobreza de este producto. Promisorio en los avances, y decepcionante casi al instante de comenzar. Con chistes y guiños ridículos para el espectador mayor de doce años, enigmas que no son tales y un sospechoso evidente desde el inicio, "Percy Jackson..." rompe con todas las premisas que hicieron de "Harry Potter" o "Crónicas de Narnia" sagas exitosas y entretenidas. Sólo para chicos aburridos, que consumen cualquier saga pretendidamente fantástica, con dinero y tiempo libre. Y que no conozcan a ninguno de los notables actores (Catherine Keener, Pierce Brosnan, Uma Thurman) que se prestaron a semejante esperpento.
Triste princesa de Harlem Corre el año 1987. Precious (Gabourey Sidibe) es una adolescente de Harlem, obesa y huraña, que parece haber llegado a un punto muerto en su vida. Lo único que la motiva ligeramente es el colegio; le gusta escuchar atentamente a sus profesores y sentarse al final de la clase, sin hacer caso de las burlas y la brutalidad de sus pares tanto en la calle como en las aulas. Es que a sus dieciséis años ya ha pasado por todos los círculos del infierno y vive en la más aberrante de las miserias, víctima de una madre abusadora en lo físico y lo psicológico, y violada por su propio padre. Al momento en que la historia comienza, Precious espera su segundo hijo y acaban de expulsarla del colegio, dándole la posibilidad de reinsertarse en una escuela alternativa. Sin mucha esperanza pero con una necesidad enorme de escapar de su propio espanto, la jovencita ingresa al programa "Each one teaches one" (Uno enseña a uno) y encuentra con el correr de las semanas una motivación para salir adelante. Sin embargo, hija del drama, la tragedia la acecha, todavía, de maneras inimaginables. En esta historia de esperanza en medio de la marginalidad extrema, con actuaciones notables, se destaca muy, muy lejos la interpretación de Mo´Nique como la psicótica y abandónica madre de la protagonista. Un retrato tan bien compuesto desde lo emocional que por sí mismo justifica la película y el único personaje en toda la historia que sostiene una coherencia interna, desafiando los saltos temporales y la progresión de los acontecimientos. Es una pena que Precious, destinada por mérito de su historia intrínseca a ser uno de esas interpretaciones inolvidables, se quede a medio camino entre transiciones inexplicables, que se dejan libradas a la imaginación del espectador. Con una puesta y dirección algo esquizofrénicas, Lee Daniels parece coexistir con varios espíritus artísticos en sí mismo; de una escena de violencia y evasión absolutamente coherente con la trama y el tipo de narración (el momento de la violación de Precious) pasa a otro que no sólo rompe con la armonía propuesta en este sentido, sino que deviene incómodo y anticlimático (un espantoso montaje de fotos en el momento más álgido de la película). Este tipo de incoherencias atentan contra una historia que podría haber sido mejor contada, sin tantos golpes bajos y escapándole un poco a lo que se espera de este tipo de filmes. Es necesario decirlo: cine independiente no tiene por qué ser cine improvisado, o refritado. "Preciosa" es una especie de epítome del cine norteamericano de bajo presupuesto con temática marginal, y como tal cae en todas las aberraciones que debería evitar. Por supuesto, estos detalles pasan inadvertidos a la hora de nominar un producto de tinte sensible y efectista, pensado (oh, ironías) para certámenes de alto vuelo.
Nunca se es demasiado pequeño para que el dolor del mundo te toque. A Andrés le cae en suerte experimentar una de las pérdidas más dolorosas que puede sufrir un niño, y casi de inmediato pasa a manos de una abuela de escasa empatía con la que se enfrenta de manera sorda. Sin embargo, la guerra subterránea no es sólo doméstica. Un día cualquiera, Andrés ve lo que no debe y pronto queda inmerso a su pesar en una cadena de sucesos que introducirá finalmente un (otro) cambio fundamental en su vida. Con la muy buena performance del niño protagonista, Conrado Valenzuela, el espectador se va introduciendo en la historia de Andrés y de su hermano, las realidades de su padre, su abuela y el vecindario con su secreto a voces. Sin embargo, al abandonar por momentos la óptica del niño, se revelan algunos hilos sueltos de esta trama que si peca de algo, es de la audacia de querer abarcar mucho en poco tiempo. Pasando del drama familiar al thriller de tintes político-policíacos, tiene por momentos baches incomprensibles donde la atención (y la tensión) se pierden. Si bien no presenta más que sutiles modificaciones a un tema ya clásico del cine, como es el de la perspectiva infantil sobre el conflicto (el más inmediato y el otro, el que lo cerca y lo influye sin él saberlo), se podría decir que este filme es un buen debut para Daniel Bustamante. No es para menos, con el elenco que consigue reunir y los temas ambiciosos que aborda el guión. Quizá le ha faltado un poco de horno (madurez artística, algo de sensibilidad sutil en pasajes que lo requerían) para convertirse en una película referencial, pero dentro de sus propios márgenes es disfrutable.
Allá va Astroboy Hace cincuenta años, la imaginación de Osamu Tezuka (inflamada de inspiración asimoviana, sin dudas) parió a un cyber-niño, nacido de la tragedia más dolorosa a la que puede enfrentarse un padre. Tenma, un científico que trabaja para el gobierno, no puede con el dolor de la pérdida de su Toby y lo regenera a través de una tecnología que combina lo más avanzado de la robótica con la inteligencia artificial. Así surge Astro, el robot-niño con (auto)conciencia, creado para aliviar un corazón dolido y destinado a servir a un propósito mayor. Si bien la historia remite al original en una parte muy pequeña (la muerte de Toby en los cartoons de los ´60 y los ´80 es mucho más prosaica y cruento: un accidente de coche), la omisión de algunas cuestiones que podrían volver al producto no apto para todo público se hace necesaria para que la historia llegue a buen puerto en poco tiempo. Hay una rauda pasada por la historia de Pinocho (otra fuente necesaria de la historia de Tezuka), por los conflictos emocionales de los personajes centrales, y un enfoque mucho más marcado en la acción. Quizá el demérito está más asociado con el formato largometraje, que nunca sentó bien a personajes de animé seriado. A nivel animación, este filme no ofrece ninguna novedad. A los aportes indiscutibles de la animación japonesa en que se inspira, se suman otros (gráfica de personajes similar a la de Dreamworks, pequeños robots secundarios como los de Pixar o Blue Sky) y si bien a Imagi le queda un largo camino por recorrer en materia de originalidad, está mucho mejor rumbeado que otras empresas aprovechadoras del nicho que generaron las nuevas tecnologías al servicio de la animación.
Trillando thrillers Una pareja feliz, eso son Jenny (Kelly Reilly), maestra de jardín de infantes de aspecto y actitud a su vez aniñados, y su prometido Steve (Michael Fassbender). Con la intención de proponerle matrimonio, Steve lleva a Jenny en una aventura campamentera a un paradisíaco lago, lejos de la saturación informativa de las ciudades y de sus peligros, por qué no. El problema es que, a poco de llegar, se topan con una pandilla de adolescentes que han hecho de ese lago maravilloso su lugar. Y son ferozmente territoriales. Tanto, que desprecian a los forasteros hasta el punto de comprometer su integridad física, aunque no medie ninguna provocación. Como suele decirse en estos tiempos de poca imaginación cinematográfica, donde el refrito de fórmulas exitosas se vuelve la regla y la excepción brinda perlas que serán, a su vez, copiadas, "esto ya lo vi". Quizá debido a ese atisbo del cine de Neil Marshall ("Dog Soldiers", "El Descenso") es que esta película, también del Reino Unido y también conformada por un elenco de figuras más bien indies, llega tan bien precedida de críticas, sobre todo de cultores del género. Algo de esto hay. Me refiero a la calidad técnica y los ambientes opresivos, envenenados, que van ganando en intensidad a medida que la trama progresa; esto se logra. Por lo demás, el guión es predecible y en su intento por generar tensión, el director debutante y escritor James Watkins (responsable del libreto de la inminente "El Descenso 2") va derrapando hacia el facilismo gore, un terreno que manejan con más audacia y sin asco cualquiera de los directores de "El Juego del Miedo". Claro, a diferencia de "Eden Lake" estas películas no tienen ya pretensiones de séptimo arte. A lo sumo funcionará como una especie de metáfora de reproducción de la violencia en tiempos actuales, pero incluso los personajes son tan estereotipados en su rol de lobos y de corderos que la metáfora se estanca en moraleja de fábula y luego de tan buen arranque el desenlace resulta, por lo largo y predecible, decepcionante.