La alianza poderosa entre Tom Cruise y el director Doug Liman (Al filo del mañana, Poder que matan, Jumper) seguramente sea el comienzo – Al filo del mañana también de la dupla es muy buena- de muchas películas con el tono y el taiming perfecto. Barry Seal: El traficante (Basada en un historia real), película que cuenta las peripecias del piloto de avión de la compañía TWA que termina enrollado con la CIA y los narcos del Cartel de Medellín y de nuevo con la CIA (en ese orden) logra mantener el poder de asombro en el espectador desde la primera secuencia, con un collage de la situación socio política de la USA de fines de los setenta, el metraje comienza de una manera rara pero con fuerza. La sonrisa y el carisma eterno del genial Tom Cruise le suman a un personaje (Barry Seal) simpático, pintoresco, audaz con una vida absolutamente cinematográfica y eso Doug Liman lo sabe y lo exprime en cada cuadro. Incluso, la película tiene varios pasos de comedia. Las decisiones que toma este novato piloto de avión – absolutamente chistoso- lo llevaran a codearse con el mismísimo Pablo Escobar. Barry (TOM CRUISE) and Lucy Seal (SARAH WRIGHT OLSEN) in Universal Pictures’ "American Made." Cruise reunites with his "Edge of Tomorrow" director, Doug Liman ("The Bourne Identity," "Mr. and Mrs. Smith"), in this international escapade based on the outrageous (and real) exploits of a hustler and pilot unexpectedly recruited by the CIA to run one of the biggest covert operations in U.S. history. Barry Seal es buen mozo – las mujeres lo apuran en una barra de hotel- canchero, es simpaticón, comprador y tiene una mujer divina (Sarah Wright). “Es el gringo que siempre cumple” como se auto describe en la película, su increíble astucia por meterse en los negocios – también es un eximio piloto– lo involucra en una historia en donde el ritmo y la aventura llevan a que uno se sorprenda minuto a minuto. Tom Cruise viene de batallar la pésima crítica de La Momia de Nick Morton, pero en su carrera, es difícil ver un rotundo fracaso. Cruise lleva de narices al público a las salas de cine. Su carisma – su bailecito histórico en Ricky Business cumple treinta y cinco pirulos- sumado a que es un actorazo– Vincent en Colateral de Michael Mann es uno de los mejores personajes de la historia del cine– lo convierten en una fija. Pero en Barry Seal Tom Cruise se mete en una historia en donde el drama y la comedia son fundamentales. Cruise sostiene su personaje hasta el final: protagoniza sus propias escenas de acción, habla en español (“un poquito”), es chistoso y encima físicamente (para esta humilde servidora) está mejor que a los treintaypico, hasta el oufit, con esas camisitas colorida hacen que Cruise/Seal sea hipnótico. Hago un paréntesis, hay un personaje que me gustó mucho: JB (Caleb Landry Jones) el cuñado de Seal. JB quiebra el relato y cuando pensábamos que habíamos visto todo aparece este jovencito como un “as bajo la manga”. Calebey Landry Jones es un espécimen raro, esos hallazgos que el mainstream tiene que cuidar. El pibe actúa bien, es un freak hermoso (David Linch lo puso en Twin Peaks) y casi todo lo que hace es un éxito. Este año filmó otrora gran película Get Out, haciendo también de “cuñado conflictivo”. Su excentricidad lo sumerge en personajes que, siendo secundarios, son fundamentales para la trama. Barry Seal: El traficante es una de las mejores de Cruise (que definitivamente es como el vino) tiene acción, drama, romance. Un combo de lujo para terminar el año.
Definiría a Sofía Coppola como la directora de paneos, sus panorámicas tienen una fuerza de sentido, una intención en el movimiento de la cámara, una dirección de la mirada que hacen que sus películas sean absolutamente personales; con sus planos Coppola descubre paulatinamente una imagen, para quedarse allí segundos, transmitiendo una armonía y belleza que encandila. Así lo hizo en su opera prima, Las vírgenes suicidadas o en la gran Perdidos en Tokio; en ambas los paneos se suceden logrando una mirada personal acerca de dos historia que tienen como eje la soledad y la búsqueda irremediable – trágica en Las Vírgenes Suicidas– de ser amados. En María Antonieta – la reina adolescente, su tercera película, Coppola deja la solemnidad, y cuenta la historia de la reina María Antonieta en versión pop, las panorámicas de Krinsten Dunst (María Antonieta) corriendo por sus dominios –su casa de campo dentro de Versalles – al ritmo The New Order y The Strokes construyen una biopic ecléctica y jovial. En Somewhere, su anteúltima película, Coppola deja atrás la alegría de María Antonieta y resignifica la nostalgia de Perdidos en Tokio; Jhon Marco (Stephen Dorff), al igual que el personaje de Bob Harris (Bill Murray), transita el mundo de Holywood -ambos interpretan a actores en decadencia- de manera esquiva y sórdida; en ambas se percibe el mundo de la fama, desde adentro hacia fuera, desde “el famoso” hacia el mundo que lo rodea. Existe una fascinación manifiesta de Coppola por el mundo de las celebridades, por mostrar de alguna manera el backstage de la fama o de personas que resultan populares. En Adoro la Fama, película que defendí en su momento, Coppola toma un artículo de la revista Vanity Fair en donde la periodista Nancy Jo Sales, relata las peripecias -basadas en un hecho real- de un grupo de adolescentes que enceguecidos por el mundo de la moda y de las celebridades comienzan, casi como un juego, a vulnerar la seguridad de las mansiones de los famosos, para robar carteras, zapatos, vestidos, perfumes y joyas. Los paneos de los closet de las famosas son increíbles; ver en primerísimo primer plano la fila de zapatos de Loubotin de Hilton o las carteras de Louis Vuitton de Lohan emboba a cualquier espectador que gusta del mundo de la moda, porque lo genial de Coppola es que no siente vergüenza en mostrar, en todo su esplendor, lo banal y frívolo de la moda, pero además la directora usa el humor sarcástico. Pasión Femenina La cámara desciende desde los cielos a un camino frondoso, con lentitud, las copas de los árboles son contempladas con sabiduría poética, el admirado horizonte va descendiendo como una metáfora de lo que sucederá en la historia. La nueva adaptación cinematográfica de The Beguiled, basado en el libro A painted Devil de Thomas P. Cullins, tiene el elenco perfecto y la directora perfecta para su transposición. Sofía Coppola, hábil, con la intuición exacta para mostrar un universo femenino en donde las mujeres seducen, tienen fantasías y quieren consumar sus deseos. Coppola pone a Colin Farrell como “EL SEDUCTOR” (Sí con mayúscula sostenida) quien per sé es uno de los actores de Hollywood más atractivo, además de ser un actorazo. Farrell interpreta a Jhon Mc Burney un soldado que cae herido, durante la Guerra Civil estadounidense, en una casa de “señoritas”, comandadas por Miss Martha (extraordinaria Nicole Kidman). Este hombre interrumpe y se planta en este mundo comandada por mujeres, quienes se sienten perturbadas eróticamente por este caballero. Miss Martha salva de la muerte a este joven herido, y lo tiene en el altillo, mientras las cinco muchachas que habitan esta casa de “señoritas” se pasean por su habitación tratando de cortejarlo y Bourney se deja, todo el tiempo se deja. Coppola muestra a estas mujeres con sus vestimentas telúricas, sudadas, entregadas a Bourney/Farrell, peleando por él. Y él, entregado con su mirada hermosa, al amor histérico, intenso de estas mujeres. Un triángulo amoroso desatará la tragedia. Sofía Coppola logra mostrar la transformación del sentimiento de la “esperanza” por tener una figura masculina cerca al resentimiento de un corazón roto. El último plano es uno de los mejores del 2017, Sofia Coppola nos entrega una película en donde todo fluye de manera sugestiva, y en donde Farrell y las chicas (como amo a Kristen Dunst, fetiche de Coppola) tienen una química que traspasa la pantalla.
No pensé que Un papa Singular (odio la traducción de Brad´s Status) podría hacerme transitar un tobogán de emociones. Sí Ben Stiller nunca defrauda (banco Zolander II con el corazón, una de sus películas más criticadas), siempre es una fija en las comedias y cuando bordea el drama lo hace con naturalidad. Lo hizo en La increíble vida de Walter Mitti consagrando la película del “bonachón fracasado” como una de las mejores del 2015. Pero la pésima transposición del título a Un papá singular me hizo temer: ¿Stiller se metió en una comedia infantil?, me pregunté. Pero mi prejuicio se derribó con gusto y me depositó ante una de las mejores películas del año. Brad’s Status relata el mundo interno de Brad Sloan (Ben Stiller) un hombre con una vida simple que tiene una mujer encantadora Melanie (Jenna Fischer) y un hijo adolescente (el hijo que todos querríamos tener). A pesar de su vida tranquila y armoniosa, se siente vacio y diminuto. La en off voz que “come el coco” (ese pajarito que no nos deja ser felices) nos incluye en una narración donde el espectador escucha los pensamientos del protagonista, sus frustraciones, sus decepciones, sus miedos. Brad convive con la desazón de no ser un tipo “convencionalmente” exitoso, sus pensamientos fantasiosos hacia sus pares lo mortifican (sus amigos de la universidad han hecho mucho dinero y fama) y su pesimismo lo construyen como un protagonista perdedor (aunque claramente no lo es). Brad es el tipo que ve sólo el vaso medio vacio y ahí es donde todo funciona. La película del director (que también actúa) Mike White (el pelirrojo amigo de Jack Black es School of Rock) reflexiona sobre cómo se siente un indviduo ante las crisis generacionales. Ben Stiller hace un trabajo increíble, digno de una nominación al Oscar. Las caras de Stiller, sus miradas, sus risas irónicas, su llanto sostenido toda la película, logran que uno se involucre y se sienta identificado con el personaje. Un viaje con su hijo a Cambridge lo enfrentará ante sus miedos, además de ponerlo en crisis en su rol de padre. Las miradas con Troy (Austin Abrams) su hijo, y los diálogos con el adolescente, pondrán a padre e hijos en conflicto. Brad retorcido hasta la médula y Troy simple y espontáneo, ambos construirán una película ácida en donde es imposible no sentirse identificado con el personaje del padre. ¿Acaso en la vida no nos sentimos un poco perderdores?. “Brad somos todo”, o al menos casi todos y eso está explicitado en un guión y en una manera de contar que es amarga (hasta la música marca el timing de la depresión del protagonista) que es difícil, pero que emociona. Brad’s status no quiere agradar, no lo pretende, y sus pasos de comedia van de la mano de lo los pensamientos fatídicos del personaje que imagina y se compara con sus amigos de la universidad. Brad’s Satus es una patadón en el alma, y eso la vuelve maravillosa. Stiller es un actorazo. Desde que la ví, no puedo dejar de pensar en Brad’s Status. Ojala les pase.
El jopo ochentoso, las chaquetas con hombreras y la musiquita con organito acompañan el baile pegadizo de dos niñas que bailan con felicidad. Así arranca, con esa energía que evoca la alegría de la amistad de la primera juventud, la película argentina El futuro que viene de la directora Constanza Novick. Romina (Dolores Fonzi) y Florencia (Pilar Gamboa) son amigas desde la niñez, y desde ese pasado de calzas y color fluo, la directora nos otorga este viaje nostálgico por la historia de amor entre estas mujeres. La intensidad de las hormonas femeninas copan la película, los encuentros y los desencuentros entre estas dos amigas le proporcionan a El futuro que viene una fuerza narrativa poderosa. La recreación de las épocas, especialmente la de los ochenta, resulta atractivas y atentamente analizada por Novick. Una de las protagonistas ve y discute sobre la pareja “Lucho-Karina” de la exitosa tira juvenil Clave de Sol, la voz de Pablo Rago resulta graciosa, especialmente para todos los treintañeros que consumíamos con pasión cada entrega de esta novela adolescente. Romina y Florencia, son de esa generación, mujeres románticas que viven sus desamores con absoluta pasión. La belleza de la gráfica de la película, ese abrazo fraternal entre dos mujeres, se percibe toda el metraje. Romina (Dolores Fonzi) es calma, malhumorada, melodramática y cede ante una Florencia (Pilar Gamboa) avasallante y mandada. La relación entre ambas es atravesada por el abanico de las vivencias amatorias: el primer amor, separaciones, nacimientos de hijos. La química entre dos amigas resulta creíble porque Fonzi y Gamboa se nota que se conocen y se entienden. Las frases hechas sobre la amistad suenan en estéreo como hermosos cliches (¡siempre a favor de esto!) en las cabezas felices de los espectadores. Otra decisión absolutamente acertada de la directora es centrar toda la atención en las “mujeres” de la película, los hombres -absolutamente terrenales, nada de galanazos y eso es genial- acompañan las decisiones de estas féminas poderosas. Porque El futuro que viene es una película linda, de esas películas en donde uno sale del cine con una sonrisa en la cara evocando el tesoro (divino) de la amistad y tarareando el tema popero “No te vayas” (POTRA y Rosario Ortega) corte principal del soundtrack de la película. Simple y emotiva hay que ir a ver la película de “las chicas”.
Fui al cine a la primera función en su día de estreno, la tagline que la ofrecía como “La película erótica de Pampita” me depositó en una sala llena de hombres maduros que buscaban saciar su sed cinéfila viendo los cuerpos sensuales de Carolina Ardhoain, Mónica Antonópulos y Andrea Frigerio. No me extrañó la ausencia de mujeres en el cine, aunque al terminar la película lo lamenté mucho. Muy a mi pesar todavía hay una represión femenina por esquivar el bulto de ciertos géneros, como también existe la inhibición de ir sola al cine a ver una película “subida de tono”. Las mujeres se entonan con películas más de estirpe romántica, esas películas que juegan de manera aniñada con el placer, pero terminan siendo un blef rosado. Por eso, aunque esta nota llega un poco tarde, pretende ser una arenga para que la mujer se anime y vaya al cine sola o acompañada a ver Desearas al hombre de tu hermana. Por supuesto, a la mitad de la película esos hombres movilizados al cine por una suerte de libido se levantaron horrorizados y huyeron despavoridos. Porque el humor, más la narración del placer en la voz de una mujer genera pudor, especialmente en el macho alfa que no puede entender ciertas focalizaciones cinematográficas y menos que la mujer sea la que se haga la “croqueta”. Desearas al hombre de tu hermana no es romántica, y eso se celebra, tiene mucho sentido del humor y homenajea al cine erótico de los 70, Pampita visualmente me evocó a Christina Lindberg, actriz sueca ícono de las sexplotation. La estética setentosa, recreada a la perfección por el director argentino Diego Kaplan, se sostiene toda la película. Los colores estridentes, la psicodelia de la atmósfera y las actuaciones acartonadas le dan fuerza a una película en donde todos los diálogos estan dotados de picardía. “Me gusta la palabra vulva” y acto seguido, Ofelia (Pampita) da instrucciones certeras con metáforas poéticas sobre cómo practicar un sexo oral deluxe. La lírica voluptuosa invade Desearas el hombre de tu hermana, la historia (guionada por Erika Halvorson) como bien lo anticipa el título muestra a dos hermanas, Ofelia y Lucía (Mónica Antonópulos) que se reencuentran en la casa de verano de la mamá (Andrea Frigerio), Ofelia está en pareja con Andrés (Guillherme Winter es increíble) pero fantasea con el hombre de su hermana, Juan (Juan Sorini). El juego de la entelequia entre Ofelia y Juan es muy interesante, la intriga se apodera del relato. Ofelia es una mujer que vive con libertad su sexualidad, se muestra alegre y desprejuiciada, desde la primera escena (jugadísima) se la ve teniendo su primer orgasmo. La voz en off de esta mujer resalta una narración impulsiva y graciosa. Desearas al hombre de tu hermana logra sonrojarnos con alegría. Ofelia repasa su infancia y su adolescencia, trayendo a cuento historias melodramáticas todas relacionadas con el despertar sexual de una mujer. Y ahí es donde la película es novedosa, la mujer es la gran protagonista, es la que maneja los tiempos, es la que genera el conflicto. Kaplan muestra y desnuda el cuerpo masculino, y cuida a sus mujeres que se pasean sudorosas y famélicas de deseo. La música de Ivan Wysogrod (gran compositor) se destaca en este drama erótico, Wysogrod se la juega y acompaña con el pianito cada movimiento. Con hitazos de la época de antaño, Desearas al hombre de tu hermano es un viaje por clásicos románticos. El más vigoroso es “Tomame o déjame” de Mocedades interpretado por Lucía (Antonópulos), con una letra apasionada adelante el sabor trágico de la historia. Desearas al hombre de tu hermana es una película feminista y eso hay que aplaudirlo. Por eso hay que animarse y disfrutar la nueva de Kaplan, una apuesta novedosa dentro de la industria nacional.
Desde el jueves día que fui a ver Zama, estoy mirando esta hoja en blanco. El sonido diegético de los pajaritos y la chicharra vienen a mí como una memoria emotiva de evocación majestuosa, pocas veces me pasa de sentirme abstraída por los sonidos de una naturaleza familiar. Dicen que la crítica, como el cine, incorpora vivencia personales, y quizás un viaje cercano al litoral, me hizo apreciar el esfuerzo loable de la directora Lucrecia Martel por hacernos transitar por el calor intenso y húmedo de la ribera. No leí el libro de Di Benedetto, ni soy seguidora acérrima de Martel, aunque sí ví y recuerdo cada tanto La Ciénaga y La mujer sin cabeza. Martel circula con lentitud, poniendo foco en los detalles, haciendo su liturgia eterna y poética. No todo el mundo disfruta de este tipo de narración y eso hay que decirlo. Cuando vi La mujer sin cabeza, hace una década, mi impaciencia de juventud poco la glorificó y recuerdo haber escrito risueñamente en contra de la película, lo hice para un blog que compartía con mis compañeros de crítica de cine, me hice la rebelde, como quién va en contra del academicismo cinéfilo, posiblemente así pensaba en esa época. Nunca la volví a ver, pero cuando estaba en la sala viendo la nueva de Martel, veía en Diego de Zama la desesperación y la sordidez de Verónica (María Onetto) en La mujer sin cabeza. En ese momento la recordé íntegramente: La protagonista comienza a desequilibrarse, a transitar, incluso la locura. El plot es mínimo como en Zama: Verónica comienza desmoronarse a partir de un accidente en la ruta. Zama, Don Diego, un funcionario de la corona española necesita “el pase” de Paraguay a Buenos Aires pero la burocracia estatal lo olvida, haciendo que “El corregidor” (como lo nombran sus pares) comience a caer. Martel juega con el sonido, experimenta, ensordece al espectador y enloquece a Zama (Daniel Gimenez Cacho). Los pajaritos y la chicharra invaden los planos mansos de los espacios de esta tundra. El calor que siente ese personaje que va envejeciendo – extraordinario Daniel Gimenez Cacho- nos involucra en una película que está pensada para que entremos en este juego. Las panorámicas en un ralentí casi metonímico producen una somnolencia imaginativa que nos retrotrae a los mundos de Martel, a esos mundos en donde lo latente se hace presente a través de los sentidos. Y la hoja en blanco, comienza a completarse. Un elenco en donde quizás Minujin (Ventura Prieto) y Rafael Spregeldburg (Capitán Hipólito Parrilla) se sientan un poco fuera de lugar con la atemporalidad y el uso del lenguaje. Lola Dueña, una actriz inmensa, se pone en el cuerpo de Luciana Piñares de Luenga, una coqueta mujer castiza que seduce con una avidez a Zama, ambos logran las mejores escenas de la película. Las miradas furiosas y la risa enérgica de la mujer contrastan con un hombre que comienza a apagarse. El calor de las vestimentas fastuosas y la desesperación por el exilio (esas voces en prosa que trastornan a Zama), incomodan. La película termina, uno sale del cine, y sigue sin poder salir de esta atmósfera asfixiante, y aparece la hoja en blanco y el respeto hacia la escritura, y comienzo a temerle a la crítica. Me gusta el cine de Lucrecia Martel, ya no soy rebelde, yo ya maduré.
Hace justo una década que ví mi primera película de Anahí Berneri, Encarnación. Silvia Perez, una extinta vedette de los años 80, refuerza el vínculo con su sobrina quinceañera llevándola de viaje un fin de semana. El paso de tiempo y el encuentro de estas dos generaciones que se sienten atraídas por el mismo hombre muestran el mundo femenino de una manera romántica poniendo el ojo en el impulso de la juventud y la mesura de la madurez. La directora convence y atrae en esta película en donde las protagonistas son mujeres. Cuando se enfoca en la mujer, el cine de Berneri se vuelve fuerte, y así lo hace en Alanis, su última película. De yapa trabaja Sofía Gala quien entiende el oficio de la actuación y nunca defrauda. Esta vez, Berneri retrata la vida de una prostituta que se llama Alanis, sí como la cantante. Alanis camina con su bebé (Dante Della Paolera) por Once en busca de asilo en su desalojo. Es joven, y ejerce por elección el oficio de la prostitución. Sofía Gala le pone el cuerpo a esta muchacha que sufre, pero nunca se victimiza, ni crea un resquemor en el espectador. Es una mujer que ha decidido ser prostituta y tiene que lidiar con la discriminación, la violencia estatal, y con la falta de oportunidad incluso dentro del ejercicio de su profesión. El metraje pega en lo más íntimo de la esencia femenina. Emociona ver a esta madre divagar con su hijo por el cotillón de la vida, cada pausa en la narración propone una descripción del personaje principal. Alanis monologa en esta película que describe la soledad en la vida de una mujer que debe criar a su hijo sin una figura paterna. El pequeño con su extrema simpatía (es el hijo en la vida real de Sofía) le da ese toque de ternura a la película. Alanis debe hacerse un futuro junto al niño pero las cosas serán dificiles para esta joven que vino de Cipoletti a trabajar en un privado. La película es dura y hasta duele, uno se quiebra viendo cómo Alanis es víctima de la misoginia desmedida del mundo. Sofía Gala demuestra su compromiso para con la película y contruye una Alanis que se muestra vulnerable, pero fuerte a la vez. Cada golpe lo expresa en el cuerpo, Berneri la muestra abatida, pero nunca la deja caer: La muelen a palos, sangra, llora, pero aún así sigue adelante. Alanís es una gran película, y es imposible no sentir empatía con el personaje femenino quien se pasea con sus calzas de color, y su rouge intenso dignificando su rol de mujer y de madre. Una película que hay que ir a ver.
Chucky en el podio: Los bienaventurados seguidores de las películas de juguetes se pegaron un metejón con la posibilidad de ver una película cuya protagonista fuese la muñeca de las trenzas doradas. Se viene a mi cabeza de fan absoluta del género de terror, la imagen del muñeco más maldito del cine: el pelirrojo y pecoso Chucky. Desde que me soplaron por la cucaracha que se estrenaba la nueva película de Annabelle, también otros tantos muñecos aterradores viene na mi cabeza: el payaso del bonete azul, sí el de Poltergeist, Billy la marioneta que anda en bicicleta de Saw o, si nos vamos treinta y seis años atrás el muñecote que se revela de su amo ventrílocuo – una especie de chirolita y Chasman- protagonizado por un jovencísimo Anthony Hopkins, en la gran Magic, todos memorables y evocables. Muñecos diabólicos atrae, sí es una fija, pero la mala experiencia con Anabelle en el 2014, condicionó un tanto mi visionado de esta precuela. Pero comencemos por el principio, por Anabelle 2014 el spin off que se desprende El conjuro. ¿Dónde está la muñeca?: Había muchas fichas puestas en el spin off de la muñequita Annabelle, idea surgida del prólogo de una de las mejores películas de terror de los últimos diez años, El conjuro, y de yapa, en el tagline de la gráfica mencionaba – como inspiración- a otro peliculón Insidiuos –acá estrenada como La noche del demonio– ambas películas del gran director malasio James Wan. El conjuro, ambientada en los esplendorosos setentas – el trabajo de la imagen para lograr crear una ambientación de época es genial- realmente mete miedo, una pareja de investigadores de sucesos paranormales, se adentra en la casa de la familia Perron. Los Perron, un matrimonio con cinco hijas, – la gran Lili Taylor, una actriz bien indie, interpreta a la madre de la familia- padecen sucesos inexplicables, aterradores, y todo indica que un espíritu yace en la casa. El homenaje a las películas grandiosas de los 70 – quizás la década que mejores películas de terror nos dejó- se siente en todo el metraje, Wan crea un clima en donde la sugestión es el leit motiv. Un acontecimiento sucedió en esa casa, que se devela promediando la película, este misterio mantiene al vilo al espectador. El exorcismo del final, uno de los mejores del cine de los últimos años, deja al público temblando un buen rato y voy a confesar – generalmente nunca admito que una película del género me impactó y me perturbó- que las última secuencia del El Conjuro, ese plano fijo – inmenso- de esa cajita de música me traumó bastante. Annabelle no es la segunda parte, es sólo un desprendimiento narrativo del El conjuro, los productores vieron potable cortar sola a la muñeca y hacer una peliculita sobre la posesión de Annabelle uno de los objetos exhibido en el mausole de los Warren. “Muñeca que mete miedo” siempre funciona para los amante del género. Pero las expectativas por Annabelle 2014 se desvanecieron ya en los primeros minutos de metraje. Annabelle 2014, al igual que El conjuro, es situado en los 70, la muñeca, que sólo es protagonista en la gráfica y en los títulos iniciales, es el regalo de Jhon a su encantadora esposa Mia– coincidencia o estrategia de venta, pero la protagonista también se llama Annabelle- quien está embarazada de algunos meses, Mia es coleccionista de muñecas antiguas y la blonda muñeca de la sonrisa siniestra va a parar a su vitrina. Los primeros planos de Annabelle, son buenos, y si la historia se hubiese centrado en la muñequita correteando con poderes malignos hacia Mia y hacia Jhon y hacia la bebe – lo mejor de la película sin dudas- todo hubiese funcionando, pero, el guion se centra en los miembros de una secta que en un intento de evocación espiritual, interrumpen en la plácida casa de Mia y John. La pareja de espiritistas son interceptados por la policía y la mujer, llamado Annabelle, toma posesión de la muñeca. Las secuencias que siguen y que se disponen en toda la película, intentan dar cuenta de este hechizo, sin mostrar demasiado a la muñeca, el protagonismo lo tiene el espíritu de la verdadera Anabelle – y de otros entes- que atormentan a Mia y a la bebe sin siquiera meter un sólo susto. Quizás hay una secuencia que está bastante bien lograda y fue la única que me produjo una leve, muy tibia, sensación de pánico: Mia se dispone a ir a la azotea del edificio a sacar la basura, de noche, sola, y un ente diabólico la ataca, la persecución y la torpeza de la muchachita por hacer funcionar el ascensor y bajar rápido genera un clima tenso que moviliza, pero no altera. ¿Y la muñeca cuando mete terror? es la pregunta obligada en toda Annabelle, NUNCA, – el spoiler es adrede- la muñequita de las mejillas rozagantes, aparece como parte del decorado, y si bien, tiene algunos planos, y en el final aparece inerte – uno de los peores finales de películas de terror- irónicamente ELLA no es “la” protagonista de su película, convirtiéndose sólo en un cameo. Anabelle: La creación: El gancho son las niñas: Pasaron tres años y la insistencia por Annabelle regresa, esta vez con mayor dignidad pero con los mismos defectos que su secuela. David Sandberg (light out), le pone un poco más de emoción a esta precuela y la vuelve un melodrama que por momentos funciona. La historia se centra en la familia Mullins. Samuel y Esther han perdido a Bee su hija en una accidente y la desolación ha invadida la casa de estos artesanos de muñecas, el misterio se presenta como una amenaza. En el comienzo se muestra a una Annabelle sentada, como siempre, en su mecedora. Sandberg juega el mismo juego que Leonetti (director de la primera) pero le sale mejor. Impone a una Anabelle estéril, despojada de vida (la posesión la otro) pero pone en escena a un grupo de niñas (las que temerán y la pasaran mal) que actuan bien y que le dan fuerza al género. Los Mullins, doce años después de la pérdida de su hija, reciben en su hogar a un grupo de huérfanas, quienes se meterán en este laberinto de figuras fantasmagóricas e imágenes siniestras. Janice (brillante Thalita Bateman) la chica en silla de ruedas, comenzará a sentir la presencia del mal en la casa. La sordidez de la atmósfera que logra crear Sandberg por momentos mete miedo, esa casa particularmente aterradora, en el medio del campo, y con esa cancioncita folk en loop que asusta tímidamente, promete evoca por un rato El conjuro 1 y 2. Pero la insistencia por mostrar a una Anabelle quieta, llevan a que el espectador se sienta aburrido. Si la muñeca hablara o se mostrara enérgicamente diabólica (como Chucky o Tiffany por ejemplo) pienso que el spin off funcionaría. Hay un detalle que le suma bastante a la película y es el final, no voy a adelantar la trama, pero el epílogo refuerza la idea de precuela, y le da un vuelco creativo a último minuto. De todas formas, la película de la muñequita se queda a medio camino, viejas épocas quedaron cuando los muñecos metían miedo y nos hacían soñar de noche con ellos. Esperemos la llegada este año del tanque El culto de Chucky en donde el muñeco más resultón vuelve con elenco original.
Mario On Tour, segundo metraje del joven director Pablo Stigliani, es una película absolutamente nostálgica: Mario (Mike Amigorena) es un kidults un tanto inestable y con poca suerte: su madre acaba de morir, trabaja de “hacer” covers de Sandro, su hijo preadolescente no lo quiere ver, su ex mujer (Leonora Balcarse) es una lluvia de reclamos. Su único amigo, el Oso (Iair Said), le propone hacer una gira de fin de semana a la costa argenta para remontar y hacer unos “pesitos”. Mario -Amigorena realiza una labor sobria y bellamente modulada- acepta con la condición de llevar a Lucas (Román Almaraz), su hijo, para recomponer el vínculo, tarea que no le será fácil. La road movie, se apodera de Mario On tour, los dos amigos y el niño encararan, a bordo de un Renault 18 break, un viaje que les cambiará la vida. Mario hace sus shows, se mueve al ritmo de Trigal -mi tema favorito de Sandro- , la cámara lo ama, la empatía hacia él es inevitable. Iair Said (uno de los mejores actores de a Nueva Comedia Argentina) es Damián, alias “El Oso”, el compinche, quien sostiene los parlamentos con naturalidad, es gracioso y tierno y le suma a la película el tono de comedia. El trio debe llegar a Santa Teresita, aunque las cosas no saldran como ellos quisieran. Los enredos y los malos entendidos le daran gracia a una película que nunca pierde la esponeidad. Los acordes de las cancioncitas de Sandro y los bailecitos pélvicos de Amigorena, se vuelven pegadizos y resultan atractivos para el espectador. Con unos créditos finales que siguen homenajeando al “Gitano”, Mario On Tour es una comedia que muestra, sin volverse moralina, los vínculos de familia, el valor de la amistad y la pérdida de la inocencia.
Monger es la ópera prima de Jeff Zorrilla, un director californiano, que vino a Argentina y encontró, además del amor (está casado con una argentina), el escenario perfecto para filmar un documental sobre turismo sexual. Zorrilla explora el mundo del mongering, nombre que se le da al hábito non sancto de viajar en busca de placer, y nos presenta, a través de su experimentación cinematográfica y su collage de imágenes en Super 8, a tres Mongers: un bacán (estadounidense repatriado) que es el nexo entre los turistas y las prostitutas, un joven que viene a festejar su cumpleaños y a acostarse con la señorita número 400 y el monger redimido, un inglés que lucha por llevarse a su hijo, fruto de una relación con una chica argentina, a su país de origen. Zorrilla explora el mundo absolutamente vetado, incómodo. Pero lo hábil y oneroso es que el director describe y pone su mirada sin tomar partido. Los protagonistas son personajes que viven su instancia sin vergüenza, ni prejuicio y se muestran, especialmente el joven que viene a experimentar y el guía sexual, como cultores del mongering. Ramiro, el proxeneta, es quizás el hallazgo más interesante: su verborragia y desenfadado generan reacciones diversas en el público. “Evita es una puta de mierda”, manifiesta con ánimos gorilones ante el monumento de Evita en la 9 de julio. Ese primer acercamiento propone un código de lectura que va a movilizar. Ramiro se pasea con soltura ante la mirada atenta de Zorrilla, y en su discurso misógino y cosificador describe el sórdido mundo en donde habita, un mundo regido por el dinero y el sexo. Ramiro es un ser solitario que carece de empatía con su entorno y genera rechazo con su prosa agresiva. Sus “chicas” lo acompañan con simpatía. Joe, el segundo protagonista, una especie de youtuber que viene a Argentina a explorar nuevos escenarios para sus conquistas pagas se pasea con su “diario intimo” y le pone puntajes a las mujeres con las que se acuesta. Así de trivial es la vida de estos mongers. La escena en la cual Ramiro va a Ezeiza a buscar a Joe, es una de una astucia importante. La gracia sobrevuela la secuencia y eso es muy interesante: Monger, nos sumerge, paso a paso, en un mundo a descubrir. Las voces en off de otros mongers, funcionan para entender aún más el deseo de estos gringos por viajar y experimentar sexualmente. Monger es un documental que muestra y describe un tabú, sin volverse ni detractor, ni apológico. Zorrilla nos brinda un paseo nocturno por la siempre atrayente Buenos Aires, con sus marquesinas poderosas y sus rincones arrabaleros y nos describe el deambular de estos personajes que buscan placer en la ciudad del deseo.