“Y ahí empezó a golpearme, y siguió y luego todo se fue al demonio” son las palabras justas con las que Tonya Harding (Margot Robbie), patinadora sobre hielo tristemente conocida por el caso “rotura de pierna adrede de su contrincante Nancy Kerrigan”, empieza su monologo al referirse a la intensa relación con su marido Jeff (Sebastián Stan), golpeador, manipulador y mentiroso, y por supuesto cara de no mata ni una mosca. El gran director Craig Gillespie – Lars y la chica real, Noche de Miedo, Un golpe de talento– , hace un biopic memorable, lo estructura como un falso documental y describe minuciosamente a los personajes que la rodean. Lo maravilloso es que Gillespie usa la comedia y la ironía intensa, para describir un panorama familiar siniestro. Tonya, quien se pasea con su jopo noventoso, su pantalón tiro altísimo y su chaleco de jean, patina sobre hielo desde la bronca, es atrevida y rebelde: su madre, Lavona Golden – brillante Allison Yanney- se posiciona como una de las madres más maltratadoras de la historia de cine, tiene nivel maldad Joan Crawford (Faye Dunaway) en Mommie Dearest intentando hacer que su hija sea una máquina de hacer saltos triples axel. Lavona con su cigarrillo permanente, su mirada socarrona es la gran PROVOCADORA de la película, es la que lleva a Tonya a los cuatro años a patinar profesionalmente y la lanza – cual bola de béisbol- al mundo competitivo del deporte. El ritmo de la música pegadiza del folk punk acompaña a Tonya en varias batallas; primero contra su madre, quien tiene una lengua viperina, y luego en contra de su marido -el bigotito es tan aterrador- con quien tiene una relación basada en la “trompada” como signo de encuentro y desencuentro. Margot Robbins, quien estuvo nominada a mejor actriz en los premios Oscars, realiza una transformación impecable- imagínense resignó sus cejas para poder parecerse aun a más la verdadera Tonya- y Gillespie inteligentísimo y hábil, usa esa tranformación y resignifica este personaje golpeado – vaya la ironía-y la transforma en una heroína. El relato vertiginoso, poderoso, busca desentrañar quién fue el culpable del “accidente” a Nancy Kerrigan, y ahí no sólo entra en acción el marido golpeador de Tonya, sino también su amigo Shawn (Paul Walter Hauser), el “Fatty Arbucle” de la historia, quien con su relato pseudo fantástico le mete más humor –negro- a esta comedia del horror. Pero paremos aquí un poco, Yo soy Tonya se estrena justo el 8 de marzo, Día internacional de la Mujer y esto es interesante, porque Steven Rogers, quien escribe la historia – también guionó la gran Posdata, te amo– realiza una descripción brutal, detallada y hasta genealógica de la violencia de género. Porque en Yo soy Tonya no sólo demuestra el maltrato de un hombre hacia una mujer, sino tambien el desaire de una mujer hacia otra mujer y encima, agravado por el vínculo. En la película Tonya no tiene paz. La mamá de Tonya es cruel y en gran parte del metraje subestima el gran talento de la patinadora, hay una escena en donde el punto final es un nuevo comienzo para ella, un comienzo de tristeza pero de liberación. La cámara la ama, la sigue y desnuda su transformación fantástica. Celebremos películas como esta.
Saoirse Ronan es extraordinariamente versátil, puede hacer con la misma eficacia de una niña resentida por un amor no correspondido (Atonment), o interpretar a una amazona vengativa (Hanna) o una mosquita santurrona (La Huésped). De las actrices sub 25 es una de las mejores – mi otra preferida es Haille Steinfield- y siempre acaricia la estatuilla del Oscar. En el 2016 estuvo nominada por la gran Brooklyn, una historia de amor clásica en donde demostró que el melodrama también es un género en donde se la ve cómoda. En Lady Bird la jovencita de 23 pirulos se pone en el cuerpo de Lady Bird Mc Pherson – sí la conoceremos por su sobrenombre- una adolescente californiana que debe ir a un colegio religioso en Sacramento, la rebeldía juvenil y su comportamiento hermosamente atrevido, le ponen ritmo a un coming age feminista y moderno. La señorita pájaro, la libre y brillante señorita del pelo color rosa pomelo y aire grunge, se pone a sus espaldas parlamentos históricos sobre la religión, el amor y la amistad. La joven pasa su último año de la preparatoria peleando con su madre (Laurie Metcalf) quien – como toda madre- le tiene terror a que su hija pegue el vuelo y deje de ser la “niña” señorita Bird para adentrarse al mundo difícil de la adultez. Greta Gerwish, a quien conocía sólo como actriz – es la mujer engañada por Jesse Eseimberg en To Rome with love de Woody Allen y la excéntrica Julian en Eden de Mia Hansen-Løve – filma una de las mejores películas sobre la iniciación de una adolescente. Lady Bird es una película tierna con un profundo sentido del humor. La excursión cinematográfica que nos propone Gerwish no posiciona ante la vida de esta joven dramática y espontánea que con su verborragia le pone humor a todos los conflictos púber que tiene. Lady Bird, llora, rie, habla a los gritos, es creativa, no es justamente de las que pasan desapercibidas y así con este ímpetu se convierte en un huracán de emociones. La cámara la acompaña por sus primeros amores, sus decepciones y la sigue en sus cuestionamientos axiomáticas sobre la vida. Pero ella no está sola en su camino iniciático, la acompaña su eterna amiga Julie (Beani Fedstein) quien llora – ese plano aéreo es hermoso- y sacude la efervescencia adolescente con Lady Bird. Juntas entran al grupo de teatro de la escuela: Enfundada en un vestido negro y con un rojo en los labios intenso, Lady Bird canta como si estuviera en Brodway, quiere el papel principal de Merryl we roll along, obra histórica del circuito del musical. Gerwish usa la música que escuchábamos todas en nuestra juventud, música alternativa con la que todas movíamos nuestras cabezas y tratábamos de revolucionar el mundo con nuestros parlamentos insolentes y soñabamos con irnos de nuestros pueblos o barrios para convertirnos finalmente en adultas sumergidas en alguna ciudad cosmopolita. Lady Bird, quien tiene el apodo más lindo del mundo, batalla un enfrentamiento con esa idea de querer ir a Nueva York y pelea con su madre. Laurie Metcalf (la mamá) hace un trabajo extraordinario, y declaro mi favoritismo hacia ella para que se quede con el Oscar a mejor actriz de reparto. Madre e hija forman una dupla creíble sobre el verdadero amor madre-hija que incluye por supuesto peleas dramáticas y silencios incómodos. Porque lo que tiene Lady Bird es que es tan femenina y Greta Gerwish es tan poco pretensiosa con la película que dan ganas de abrazarla. Sin duda una de mis favoritas para los Oscars.
Hace una semana que vengo haciendo garabatos sobre el papel, intento escribir sobre Call me by your name del director italiano Luca Guadagnino, pero tengo una especie de mariposa nostálgica en mi panza que no me permite pasar del título. Lloré mucho con su final y recién hoy, después de cinco días de su visionado mi corazón cinéfilo apaciguó su melancolía. Hoy me puedo sentar sin moquear como una pavota y escribir unas palabras sobre esta película que estimula todos los sentidos en el espectador, TODOS. James Ivory (Amaras a un extraño, Maurice, La mansión Haward) adaptó para cine la novela homónima y autorreferencial de André Aciman y le pone su sobre dosis de romanticismo, el guionista – también director pero no de esta- es especialista en tocar el nervio indicado para que las historias se vuelvan absolutamente cinematográficas, además es tan genial que derriva todos los prejuicios de la sociedad. No olvidemos que Ivory es un señor mayor y ya en los años ochenta se permitía mostrar un trio amoroso (mujer y hombre enamordos de una misma mujer) en Las bastonianas. Ivory es maravilloso y se tiene que ganar el Oscar a mejor guion adaptado, su screenplay de un novelón, es filmado de forma perfecta y sin ninguna fisura por Luca Guadagnino (A Bigger Splash, El amante) quien pone la cámara en un pueblo cerca de Verona (Lago Garda) en Italia y no sólo nos da un paseo fantástico por unos de los mejores parajes del mundo, sino que nos lleva a una década perfecta como es la de los ochenta – tengo ganas de llorar-.Elio (Thimothée Chalamet) es un joven de 17 años que vive con su papá americano y su madre francesa en la campiña Italiana, tienen buen poder adquisitivo (hijo de intelectuales) y pasa sus noches de verano rodeado de vecinos y amigos, la monotonía de ese verano del 83 se ve alterado por la visita de Olvier (Armie Hammer) un amigo del padre. La admiración por ese adulto, y la complicidad entre ambos comienza a perfilar el histeriqueo hermoso del amor no consumado. Elio devora a Olivier con la mirada, este baila apretado y “chapa” a una mujer al ritmo melancólico de Lady, Lady, Lady (sí el lentazo de flashdance, si habremos crecido escuchándola) y desde ese instante, Elio busca a Oliver y ese juego adolescente transforma a Call me by your name en un declaración abierta sobre la iniciación sexual. Las metáforas y las alusiones hacia la excitación y la calentura de la primera juventud son de una ternura hermosa -sí la escena del durazno es increíble-, Elio lo busca con palabras, con susurros. “No digas lo que está pensando” le dice Oliver dejándose llevar por la seducción, y las caminatas cortas que Guadagnino hace eternas y la canción Futile device de Surjan Stevens que los envuelve como esa brisa de verano. Y un beso tierno pero poderoso, nos otorga la evolución de un amor fugaz. Acaso quién no amo alguna vez de esa manera caprichosa?. Thimothée Chalamet hace un trabajo que merece, de acá a la luna ida y vuelta, el Oscar (de hecho lo declaro abiertamente mi favorito), el pibe logra entonarnos con su búsqueda eterna por este señor mayor – me tomo la licencia para decir que Armmie Hammer es uno de los hombres más lindos de Hollywood- y logra escenas memorables, incluida la escena final que te deja temblando como un flancito. Call me by your name es una historia inmensa además promediando el final suena en la película uno de mis temas favoritos ochentoso: Love my Way de Phicoldelic Furs. La voy a ver una y mil veces seguramente, la repetiré tanto hasta el cansancio, porque Call me by your name es una historia de amor que hay que vivir.
Resuena el bolero Periódico de ayer de Héctor Lavoe, la letra punzante, tensa, retrata el desamor de una relación que está marchitando o que está por terminar. El ánimo romántico, melancólico, se impone en la mirada fija de Marina Vidal (Natalia Vega) hacia Orlando (Francisco Reyes) quien desde la tribuna de un coqueto hotel en Chile la mira atónito, enamorado. Ella le dedica con su mirada y fija posesión frente a este hombre maduro, buen mozo que no la detiene. “Orlando mi amor”, le dice Marina y en esa primera línea, el melodrama indefectiblemente comienza a surgir como espacio retórico. Marina Vidal es una chica trans de no más de treinta años, Orlando tiene alrededor de cincuenta y lagos, desde el punto de partida de Una mujer Fantástica, el director chileno Sebastian Lelio, muestra a una pareja enamorada. La primera secuencia es romántica y nos remontan al binomio excepcional de deseo/amor que nos supiera trasmitir Pedro Almodovar en Tacones Lejanos o la Ley del deseo. Y como devenir, de esa noche de pasión – esta primera parte de la película es valiosísima y la mejor- la muerte inesperada de Orlando – esto no es spoiler, allí arranca el conflicto de la película-. El culebrón pone en centro a Marina quien debe enfrentarse con la familia de Orlando. Lelio, lleva al extremo esta persecución feroz en contra de esta mujer, liderada por Gabo, el hijo mayor de Orlando y de Sonia, su ex mujer. Es importante resaltar que la clase acomodaticia de Orlando, pone en juego a personajes ambiciosos que se comportan de manera violenta con Marina y todo es por el dinero. La hipocresía de la clase media alta se muestra de manera sórdida. Lelio – y esto me evocó al melodrama de Arturo Riptein, más específicamente en La reina de la noche– nos muestra la descomposición física y moral de la sociedad. Natalia Vega hace una interpretación suprema, su personaje transita el duelo en medio del maltrato, la soledad de su tristeza la pone en el centro de la historia, debe reconstruirse por la pérdida del ser amado y librar batalla a la familia de Orlando. La atmosfera se vuelve sofocante y por momentos el surrealismo le quita a carga emotiva a la película, además hay ciertas elipsis que entorpecen el relato. Ese comienzo con sonido a tragedia, va perdiendo fuerza a medida que avanza la trama y esto es una lástima. Pero Natalia Vega se pone la película sobre sus hombros y le da el carácter de Ave Fénix a Marina Vidal, una mujer que sufre por la pérdida de su amor.
Kay Graham (Meryl Streep) directora del diario The Washington Post yace atónita en su comedor estilo barroco, viste túnica blanca y su peinado boop esta levemente desarmado. El primer plano la pone en escena, en su mano un teléfono y en su cara se percibe pánico, pero si bien se la nota tensa, hay un leve sesgo de tranquilidad que le da mesura al momento. La cámara la rodea y la pone el centro de la acción, el compás sonoro del género suspense le da un clima a la secuencia que desequilibra cualquier emocionalidad cinéfila. Del otro lado de la línea algo ocurre: una llamada coral con Ben Bradle (Tom Hanks) editor del diario y los miembros del directorio Fritz Beere (Tracy Letts) y Arthur Person (Bradley Withford) desemboca en un ping-pong en donde los protagonistas de la historia deben tomar una decisión. La cámara nunca se despega de Streep y eso es inteligentísimo, no desdobla la imagen, sólo se escucha ese goteo musical, imperceptible, que genera escalofríos, y el primer plano se trasforma en primerísimo. Cada uno de los protagonistas le cede la palabra al otro de forma ordenada, los ojos de Graham se humedecen, la voz, única, de la genia de Streep se quiebra, ha tomado una decisión. Esta escena, que dura no más de dos minutos, es una de las mejores escenas del cine. Spielberg, el gran Spielberg, logra el clima perfecto y nos regala – como siempre lo ha hecho-una secuencia magistral en donde enciende todos los sentidos en el espectador. Por sólo esa escena, Steven Spielberg debería haber estado nominado al Oscar como Mejor Director. La ignorancia de la Academia fue una salvajada. Su orfebrería cinematográfica ofrece una película con un taming perfecto. The Post se situa a principios de los 70 , en el gobierno de Nixon, el dilema es publicar o no un paper sobre las acciones militares durante la guerra de Vietnam y dejar al descubierto las acciones irregulares del entnces presidente Lyndon B. Robert McNamara (brillante Bruce Grenwood) Secretario de Seguridad y responsable del escrito, es amigo de Kay Graham, directora The Post. Parte de la información la ha publicado The New York Times a quien el gobierno le pone un bozal legal, desde allí la búsqueda frenética de Breen Bradley, editor responsable de The Post por seguir investigando y priorizar la noticia ante todo. Y allí en el medio está esa escena, la apodada por mí como la “magistral del teléfono” resignificador de un descenlace que deja con ganas de una secuela. Meryl Streep se devora la película reivindicando el título de “mejor actriz del mundo”, compone un papel de la heredera de un imperio, fuerte, que se impone en un mundo de hombres. Seguramente sea la competidora más firme de Frances Mc Dormand (Tres anuncio para un crimen) para quedarse con las estatuilla a mejor actriz. Spielberg logra una película de excelencia, con una ambientación que cuida hasta el último detalle. El vestuario de Ann Roth – ganó el Oscar por El paciente Inglés– es imponente, las gafas, los trajes divito de los protagonistas, todo muestra la opulencia de una década. En conclusión Spielberg siempre cumple y demuestra que sigue siendo uno de los mejores.
La melancolía de los compases de Mildred Goes to War de Carter Burwell resuenan como himno de resistencia, la música Hillbily, poderosa, anticipa y describe desde la primera escena a la protagonista, Mildred (Frances McDormand) es una mujer que busca el esclarecimiento de la muerte de su hija adolescente. El director Martin McDonagh juega con el conservadurismo salvaje de Misouri y pone a esa mujer un contexto misógino y violento, en donde debe librar una guerra en soledad, no en vano, Burwell crea este temón lírico – su playlist está nominado como mejor banda sonora- y lo titula “Mildred va a la guerra”. Mildred pone tres letreros con diferentes leyendas relacionados con el asesinato de su hija, de ahí McDonagh nos introduce en una drama bien narrado, perfectamente orquestado, que conmueve desde la primera secuencia. No soy fan de McDonoghan, deje por la mitad Siete Psicópatas, aunque banqué un poco a Escondidos en Brujas (va más bien apoyé la dupla Gleeson/Farrel) pero en esta se PASA. Más allá del híbrido en el que se convierte – una llora, rie, un pastiche- 3 anuncios para un Crimen es un peliculón. Incluso cuando uno piensa que ese relato perfecto va a flaquear por alguna obviedad, McDonoghan se apoya en McDormand y la explota al máximo. Cada mirada, frase e interpelación de Mildred es una celebración cinéfila, un manifiesto feminista acerca de valorizar el rol de la mujer en un una sociedad en donde parecería no valer demasiado. Cada plano de Mildred/McDormand – los primeros planos denotan incluso su inmensa belleza- genera empatía y acercamiento a un personaje que sufre. Además, esta heroína es inteligente, una mujer brillante. Hay un monólogo de Mildred en contra de la iglesia que provoca que uno quiera levantarse de la butaca y aplaudirla, bueno es lo que genera Tres anuncios para un crimen, el aplauso contenido al menos la primera hora de película. El villano, Dixon – – un policía racista, desagradable y violento se presenta como la contrafigura de Mildred. Rockwell, nominado a mejor actor de reparto por la Academia, compone un personaje desagradable. Recordemos su legendario “Billy The Kid” en Green Miles, un ser rechazable, hasta por sus hábitos ecatológicos. Bueno el nivel RECHAZO de Dixon va por ese lado. Con una madre tan violenta como el -Brillante Sandy Martin y uno de las grandes olvidadas de los Oscars- Dixon hace un espectáculo para que se lo odie. Un ser entrañable es el comisario Willosghby (amamos tanto a Woody Harrelson), la voz de la razón y sin duda la primera parte de la película es suya. Podría escribir tomos sobre Tres Anuncios para un crimen, que tiene en algunos pasajes el tono de comedia de las películas de los Coen, que el drama y la nostalgia que maneja es similar a la que usó Taylor Sheridan en Wind River (véanla también por favor) y que seguramente sea la ganadora de los premios Oscars. Tienen que ir a ver Tres Anuncios para un crimen, una película en donde esta mujer libra una batalla contra un pueblo que decide ignorarla
La lágrima fácil: Prometí no llorar, me lo juré a mí misma, pero con una película de Disney nunca se sabe y con Coco es imposible no lagrimear. Contar demasiado sobre la película no me parecería honesto, pero sí voy a decir que tuve el mismo sentimiento que cuando vi Pinocho allá en los ochenta, cuando era una niña. La historia gira en torno a Miguel, un niño mexicano, inquieto, amante de la música que vive en una familia en donde justamente la música está prohibida, pero en una festividad del Día de los Muerto, Miguel comienza un viaje iniciático en donde se topará con sus familiares fallecidos. Lee Unkrich y Adrian Molina (Toy Story 3) encaran con un profundo sentido del humor el tema de la muerte y de la pérdida, y exploran los conflictos familiares sin drama y esto es interesante y le da un respiro moderno al cuento clásico de familia. El colorido de la celebración es llevado al extremo, la fantasía se torna lisérgica y divertida. El género de aventura es bien explotado: Miguel recorre con su perrito Dante, este limbo colorido en donde los muertos batallan en contra del olvido, sólo se desaparece cuando una persona ya no los recuerda. La búsqueda por conocer los secretos familiares y la relación compinche entre Miguel y Héctor (Gael García Bernal) un muerto oustsider al que no lo quiere ni en el paraíso, completan un pasaje narrativo perfecto. Unrich y Molina toman lo más telúrico de la celebración, e incluyen cameos de extintas celebridades mexicanas. En su versión original el spanglish se torna divertido, y original en una película con sangre hispana. Coco es una gran película que apela a la sentimiento ante la ausencia de un ser querido, pero también es alegre y entretenida para un público infantil que pone su mirada en los gags y el slapstick de los personajes. Le aviso lleve kilos de pañuelos descartables porque algunos pasajes son hermosamente demoledores.
Comienza los acordes de The Greatest Show, temazo que da comienzo a esta maravilla cinéfila. La voz perfecta del gran Hugh Jackman y el pasito pegadizo da una apertura ostentosa que pone la piel de gallina – escribo esto escucho y tarareo la canción-, este número inicial da el puntapié para el inicio a un año al que le tengo una fe cinéfila poderosa. The Gratest Showman llegó tarde en mi Top Ten del 2017, mi lista se había cerrado pero justo el día de cierre fui a ver esta sorpresa. Mickael Gracey incursiona en el musical y cuenta la historia de PT. Barnum un empresario circense que crea Barnum & Bailey Circus. En este primer tema cantado Barnum (Jackman) repasa sus comienzos de niño pobre hijo de un zapatero. La fuerza de ese comienzo, se ponen en stand by cuando el flashback se apodera de una pista llena de fenómenos y esto es novedoso. La energía nunca decae, incluso en los momentos de nostalgia, la película se presenta imponente. El joven Barnum, eternamente enamorado de Charity (Michelle Willams) lucha por salir de la malaria, y conseguir el corazón de la rubia millonaria. Barnum crea un circo de freaks (mujer barbuda, enano, hombre lobo) pero la discriminación en una Nueva York arcaica lo hostiga y lo persigue. El sufrimiento de estos seres entrañables se exteriorizan en canciones (This es Me es increíble) y en el medio aparece EL, Philiph (Zack Efron maravilloso) un joven adinerado que se asocia con Barnum. Efron hace un espectáculo aparte, todo el magnetismo de Troy (somos fans de High School Musical) se vuelca en la pista del circo y de yapa esta Zendaya, actriz revelación del 2017 en Spider-Man Homecoming haciendo un juego de amor skekspeareano con Efron. Quiero hacer un resaltado que hace que el EXCELENTE se posea de esta crítica impunemente, Gracey humaniza de tal forma a Barnum que incluso se permite mostrarlo vulnerable ante el amor, el deseo por otra mujer y la codicia. El matrimonio Barnum-Charity no es perfecto y eso le suma miles de puntos a esta historia que no tiene golpes bajos y que en lo musical es perfecta. Pasek y Paul hacen un playlits impecable, en donde The Greatest Show el tema principal es uno de los mejores temas de musicales. Hugh Jackman tiene que ganar el Golden Globe 2018 como mejor actor de comedia y musical indiscutiblemente. Los otros actores son grosos – nuestros segundo favorito es James Franco por supuesto- pero Jackman en esta película la rompe. Hay que ir a ver The Greatest Showman y empezar el 2018 con todo.
Ví The Room cuando se estrenó allá por el 2003, la película de Tommy Wiseau es un drama erótico, en donde las traiciones y los desencuentros se muestran con artificialidad. Los diálogos acartonados, y las actuaciones exigidas, le dan un toque de humor a una película que inefectivamente es tomada para la broma. Tommy Wiseau, un escultural morocho pelilargo, un tanto freak (tómese este aspecto como una cualidad) que no sólo dirige este híbrido cinematográfico sino que también actúa es un ser absolutamente entrañable. Tommy es Jhonny, un agente inmobiliario en ascenso que mantiene una relación con una rubia inescrupulosa, Lisa. Tommy se muestra enamorado, felpudo romanticón y eso ya desde el vamos resulta gracioso, pero Lisa le quiere “dar” al mejor amigo de Tommy, Mark (Greg Sestero) un carilindo veinteañero que accede a este triángulo amoroso. Así se pasean por los decorados de un departamento en San Francisco. The room, que para mí es una de películas más del género, resulta de culto por ser considerada una de las peores películas de estudio. No es la peor sin duda, pero sí es mítica por el halo de misterio que la cubre, su costo y Tommy le da un guiño a una película que podría haber sido olvidable. James Franco (In Dobius Batlle, A I Lay Dying) ve el potencial en el personaje y cuenta una historia de amistad basado en el making off de The room, siempre le tuve fe a The disaster artist (el título es brillante) pero temía que la historia se quedara en la parodia. Pero Franco pone en hincapié en la amistad entre Tommy Wiseau y Greg Setero dos actores que sueñan con triunfar en Los Ángeles. Tommy es un cuarentón coqueto que tiene un espíritu adolescente, su amistad con Setero (Dave Franco) comienza en una clase de teatro, de allí firman el pacto de nunca abandonar el sueño de llegar a ser famosos. La risa enérgica del personaje de Jhonny (la onomatopeya es profundamente graciosa) es imitada a la perfección por James Franco quien nunca ridiculiza, ni deja mal parado a Tommy Weaseau. Por el contrario, The Distaster Artist es un homenaje a The Room y a todos aquellos personajes que pese a las cargadas y burlas del entorno llegan a cumplir su sueño. A Wiseau le dicen “Frankenstein”, “Monstruo, que no va a llegar a nada” y eso parecer no importarle. La empatía por este personaje, heroico, se potencia en cada escena. Las frases de los segundones acerca de la industria y de filmar pese a no ganar dinero – el monólogo de Jackie Weaver quien interpreta a Carolyn la madre de Lisa en The Room es de una ternura única- saca a la película de las risa fácil (o sea parodia). Jhonny (Wiseau) en The Room es un personaje sin maldad (el Why Lisa, Why? es genial) y honesto, en The disaster artist se refleja esa percepción y Franco traslada esa honestidad al personajes de Tommy. ¿Ver The Room primero? Y Sí es recomendable, esta free en la plataforma de You Tube y es de libre acceso. Verla significa entender un poco más los chistes internos y llegar a comprender por qué James Franco puso el ojo en esta película. The Disaster Artist llega en una época de balances y de cierres y qué mejor cerrar la boite cinéfila con esta gran película. Pronto nuetros TOP TEN.
l cine de los hermanos Safdie (Ben y Josh) tienen una estética cinematográfica que me atrae, su belleza y atmósfera sombría genera en mí una particular atracción. El viaje alocado por los suburbios nos trasportaran a un viaje en tiempo real – como si fuera un gran plano secuencia- con un particular sentido del humor, bastante corrosivo por cierto. Su última locura cinematográfica, Good Time:Vivir al límite es una gran película. Estos directores sub 35, vienen desde el indie, relatando crónicas urbanas (recomiendo también Heaven Knows What la anterior), se meten con personajes marginados, pocos afectos al amor y nos sumergen en un playlist que marca el tiempo de la película. Oneohtrix Point Never es el que le pone el remolino musical a Good Time. Los Safidies nos presentan en la primera secuencia a Nick Nickas –Beny Sadfidie, el menor que también actúa- un joven con trastornos psiquiátricos, que permanece callado, con la mirada desatenta ante un terapeuta que pretende desentrañar su mente. Un rollo con su abuela, lo mantiene hermético. De repente irrumpe en esa escena, Connie Nikkas – Robert Pattinson- el hermano “violento”, desalineado, con una campera over size, y visiblemente alterado, intercepta al psiquiatra y se lleva a su hermanito de las narices, desde allí un raid delictivo que incluye una escena increíble de robo de bancos. Robert Pattinson quien ya nos dejó en claro que es un actorazo en The Rover del australiano David Michod, compone a un joven con una furia interna poderosa, un excluido de la sociedad, que arrasa con su temperamento. Los Safdie se detienen en los ojos inyectados de locura de Nick/Pattinson quien se devora este thriller y recorre los suburbios de Manhattan. El recorrido en metro y el encuentro de Pattison con otros delincuentes, lo envolverán en una subtrama, en donde la joya preciada es una botella de ácidos. Punto aparte, aunque sea seguido, pero Robert Pattinson y Beny Safdie hacen un trabajo actoral impresionante, el primero interpreta de manera brillante al hermano “mayor” autoritario, desagradable, pero fiel y el segundo contruye con natualidad un enfemo mental que se siente presionado por una familia disfuncional, la conjunción de ambos, hacen que Good Times sea un cierre perfecto de año. De yapa hay un papel secundario a cargo de Jennifer Jason Leigh, como amante de Nick que siempre deja el descubierto lo perfecta que es como actriz. Los Safdie llegaron para quedarse y festejamos por ello.