El sainete de la política en ejercicio es un rompecabezas difícil de armar, se necesita ser observador, mirar cada detalle, estar allí como un depredador en busca de su presa. El universo dirigencial es un mundo en estado cambiante, pero con reglas fijas y arcaicas que se utilizan segun el designio de cada proclama partidaria. Ser un político funcional al aparato estatal implica ser estratega, diplomático e inteligente. Las tácticas son esenciales en este juego llamado “gestión”. El director argentino Santiago Mitre, retoma la patraña de su opera prima, El estudiante, y la lleva a una cumbre de presidentes de estados. En El Estudiante, Mitre, describe el folklore de las dirigencia política universitaria, la militancia y las jugarretas del making off de los pactos y alianzas dentro y fuera del partido. Roque, Esteban Lamothe, es un pibe del interior que llega a Buenos Aires a estudiar a la Facultad de Ciencias Sociales y se enrosca en los caprichos políticos de un veterano militante. El chico de barrio, inocentón, va mutando y va entrando paulatinamente en el juego. Con un final que beatifica una mueca de Roque y la vuelve memorable, El estudiante es una de las mejores películas sobre el mundo de la política. Bueno con ese ánimo, con esa liturgia de thriller, Mitre se mete en una cumbre de mandatarios de países de habla hispana y los transporta al medio de la Cordillera de los Andes. Hernán Blanco (Ricardo Darín) es el presidente de Argentina, las descripción de su personajes es impecable: Blanco llegó a la presidencia desde el “interior”, es callado, medido en sus palabras, para trasmitir su elocuencia lo tiene a su vocero de prensa – brillante Gerardo Romano-, un tipo verborrágico, ávido en la comunicación, zorro viejo en la política, con el que incluso, tiene discusiones ideológicas. A Blanco no lo acompaña ninguna primera dama, sino que la única mujer que digita su vida es Luisa Cordero (Érica Rivas) su asesora y secretaría, Luisa es la figura femenina al lado del presidente. Blanco es seductor – tiene la seducción del poder- incluso lo hace con sus pares. Mitre se esfuerza y logra, con un terrible equipo de producción, recrear hasta el mínimo detalle. Hay una escena, unas de las primeras, que retrata el espíritu de la película: la cámara recorre los laberínticos pasillos de Casa Rosada, se pasea por el jardín interior y cae en el Salón de los Científicos, una de las místicas salas de Presidencia, los asesores están reunidos terminando de detallar los pasos a seguir en La cumbre, cuando entra Hernán Blanco, el Presidente, el silencio de su equipo se vuelve sagrado. El respeto, casi temerario al “jefe”, se va a sostener gran parte de la película. La figura de Blanco (su apellido es una ironía) atrae: es oscura, solitaria e inquietante. Blanco llega a ese paraíso helado, y tiene que lidiar con las alianzas políticas y con un drama familiar, que se presenta como si fuera un Mac Guffin, un elemento que impone suspenso y que delimita aún más el lado sombrío del Presidente. Marina Blanco (Dolores Fonzi) su hija, llegara a la cordillera con un terrible estado de depresión, y será la portadora de un secreto. Las escenas de Marina en estado de catalepsia dan miedo, la película se vuelve amenazante (hay un mal que acecha), hasta incluso incómoda. Y es ahí donde La Cordillera se vuelve poderosa: Mitre (se nota la mano “Llinás” en el guión) se vuelve sórdido, escarba y llega a entrar a ese espacio cerrado, a esa puerta entreabierta, para llegar a un descenlace siniestro. Hay una escena, que para mí entra en las mejores del cine nacional: El presidente Blanco se reúne con un emisario del gobierno de Estados Unidos (Christian Slater), la charla entre ambos, en soledad, es de una astucia y de un desenfado poco usual en el cine argentino. El asesor de la casa blanca viene a interpelar a Blanco y encuentra en él un interlocutor, áspero y sagaz. Darín es Fausto, con sus ojos inyectado de furia, se muestra incluso más malévolo que el propio diablo. La cordillera es un trhiller político pensando en detalle, una anotamía certera del poder, un espectáculo unipersonal de un “presidente” de fantasía con todos los vicios del ejercicio de su jerarquía. Una apuesta jugada que atrae y que posiciona a Santiago Mitre como uno de los mejores directores dentro de su generación.
La mejor crítica de cine del mundo, Pauline Kael, en su texto sobre Orson Welles “No hay nada que hacer” plantea que el público masivo ve grandes superproducciones vacías, con mucha acción carente de sentido. En ese texto, increíble, habla del rol del productor, actor y director. Welles impregnaba la actuación de sutil ironía, incluso cuando la película podría ser mediocre. “Se necesita una gran dosis de talento latente para decirle al público que uno está haciendo algo que no vale la pena”. Esto es muy interesante, ya que Kael habla sobre la génesis del actor y como uno bueno nunca pierde su inteligencia, incluso cuando todo se está yendo al demonio. Raro, pero asociativo al máximo, cuando terminé de ver El futbol o yo de Marcos Carnevale, y protagonizada por Adrián Suar, recordé este exordio. Suar (quien es cómico de TV) interpreta a un adicto al fútbol, tiene buenas intenciones no lo dudo, pero carece de conciencia de sí, en ningún momento logra internalizar ni mostrarse vulnerable ante el problema de una adicción, ni con sus muecas pantagruélicas hacer reír en los pasos de comedia. Suar no se deja llevar, no se suelta, no quiere o no puede meterse en rol del actor o simplemente no se esfuerza por recrear una persona con un problema que lo deja sin trabajo, sin casa y sin familia. El tema es devastador y podría resultar atractivo para la hechura de una comedia disparatada. La dirección de Marcos Carnevale – Anita, Viudas, Inseparables, Corazón de León- resulta acartonada, los planos (odio los contrapicados intencionales) mecanizan aún más un guión que no tiene picardía y no sabe jugar con la identificación. La comedia romántica no trasmite la desazón de una pareja en crisis. Pero empecemos por el principio. La primera secuencia muestra a Pedro (Suar) ante la abatida pérdida de la abuela de Verónica (Julieta Diaz) su mujer, los chistes comunes ante la muerte y la insistencia de Carnevale en describirlo como un fundamentalista del fobal, precipitan una trama repetitiva y poco graciosa. La condición de hincha acérrimo es mostrada con timidez: Pedro es fanático del fútbol en general, pero no se lo muestra como hincha de un club específico, entiendo que mostrarlo únicamente de un equipo enojaría algunos futboleros ortodoxos, pero es raro verlo al protagonista salir de la hinchada xeneise, para meterse en el gallinero. El fanatismo no es así. Ni siquiera los números físicos, de slapticks, son irrisorios. Pedro es jefe de ventas en una empresa multinacional, tiene un buen pasar económico, un departamento salido de casa FOA, pilcha de primera. Vive su vida despreocupada, ligeramente, pero no con esa ligereza de adolescente, sino más bien con esa avidez de adulto egoísta. Pedro es un ególatra que piensa en sí mismo (absolutamente machista), desde el comienzo la descripción histérica del personaje, generar rechazo y poca gracia. Incluso Pedro resulta desagradable. La química entre la pareja principal, tampoco es arrolladora, el romanticismo pasa de largo, Verónica/Julieta Diaz se muestra con cara de desazón (para decirlo finamente) ante la misoginia de Pedro. Todo transcurre como al pasar, con un pulso que no conmueve. Verónica está cansada y se quiere separar. Pero ni ese gancho de “recuperar el terreno perdido” es utilizado con éxito para meter una gambeta en la comedia romántica. A Pedro lo echan de la casa y sus lágrimas son de cocodrilo. “Llorá Pedro Llorá” dan ganas de gritar casi como un cantito futbolero desde la platea. Los únicos gags que funcionan son los protagonizados por Alfredo Casero, un segundón en la historia que entiende de comedia, y le otorga al metraje el mejor monólogo de la historia. Casero interpreta a Roca, un padrino de adicción de Pedro, que lo ayuda con su problema. Roca habla de su adicción al wisky y suena creíble, quizás es la escena más sincera de El futbol o yo. El cotillón por mantener a Suar siempre en escena no da reposo en esta película que ni siquiera es pasatista en el buen sentido del término. La gente que sigue al “chueco” probablemente poco le importe la fallida incursión en el género (el tiene su público y es cómplice en todas sus películas), y seguramente le irá bien en la taquilla. Con un final predecible -Suar casi mirando a cámara resulta un atentado al cine- El futbol o yo es una película con poca sustancia que roza la comedia sin hacerle mella.
Pasan cosas cómicas en el cine, misceláneas divertidas, absurdas que con cercanía producen ira en el cinéfilo más ortodoxo, pero mirándolas con distancia, se vuelven anécdotas que contribuyen al corolario, a la ceremonia, al rito del ir al cine. Me pasó algo raro cuando fui a ver El planeta de los simios: la guerra, algo que desató mi mal humor hacia la platea: las carcajadas. La historia de los simios parlanchines, genera una cierta alegría burlona para los que descreen del género de ciencia ficción y de los que van al cine a reírse de los códigos del cine fantástico aún sabiendo de qué va la historia. La Sci-Fi tiene como premisa extender las fronteras de lo imaginable, la posibilidad de ver algo interesante sobre lo que probablemente nunca hubiera pensado. El planeta de los simios es un libro del escritor Pierre Boulé, que inspiró a fines de los 60 una legendaria y gran película con el título homónimo. Tal fue el suceso de la película que ésta a su vez inspiró una serie, un comic, y muchos años después estimuló –el resultado fue fatal- a Tim Burton a filmar una remake. El cuentito de los simios conquistadores y civilizados, atrae, aún hoy, – en EE.UU El planeta de los simios: la guerra está batiendo record de taquilla- al público. Los simios han generado empatía desde esa historia legendaria de Cornelius y Zira – la pareja primate- , dirigida por Jhon Dexter, en donde el personaje de Charlton Heston – el coronel George Taylor- despierta en el año 3978 y se encuentra en un futuro distópico colonizado por los simios, en donde los humanos son esclavos. Puede que cause gracia, que algunos críticos detallistas usen el gancho de la historia para desmerecer la lógica narrativa, pero lo cierto que el díptico de la empresa FOX, que comenzó con (R)evolución en el año 2011 – dirigida por Rupert Waytt- y con Confrontación en 2014 – a cargo de Matt Reeves –son películas absolutamente recomendable y arengadas por mi. Con El planeta de los Simios, La guerra el tríptico de la película cierra de un modo casi bíblico, César se convierte en un mártir bien al estilo Jesus de Nazareth. Pero antes vayamos al principio de la historia. El planeta de los simios: Confrontación es la secuela de la gran El planeta de los simios: (R) evolución, en Revolución el relato se centra en mostrar los experimentos en simios de Will Rodman – interpretado por James Franco- y su relación con uno de ellos: César. César es adoptado por Rodman, quien lo educa y le enseña el lenguaje de señas. La relación es tan empática que es imposible no sentir una atracción por esta filiación símil padre-hijo. Paralelamente, el retrovirus que creó Rodman – fórmula que funciona sólo en simios- comienza a ser nocivo en seres humanos, la revolución de los simios, liderado por César – que se revela a su propio amo- se desata. La película termina con el exilio de los monos al Parque Nacional Muir Woods en San Francisco. La última escena de la película es memorable: Rodman le pide tras sollozos a César – genial interpretación de Andy Serquis- que vuelva, que no se vaya, que no lo deje, César lo mira, con esa expresión única mezcla de ternura y resignación – César nunca va a ser un humano- y le dice “Cesar está en casa” y se va. En (R)evolución, el personaje de César se apodera de la película, incluso sacándole protagonismo al gran James Franco. César se convierte en líder, en un adalid justo y racional. La espera para los fanas de esta primera entrega del planeta de los simios fue dura, la fantasía en un reencuentro entre César y Rodman/Franco se desvaneció al presentir que la historia ahora se centraría en la comunidad de simios, diez años después de la triste despedida.“Pasaron diez veranos” dice uno de los monos del clan. La comunidad simia, vive tranquila, lejos de los humanos. La primera secuencia de El planeta de los simios: Confrontación dispone un primerísimo primer plano de César, pintado como un maurí a punto de presentarse en una batalla: el planeta de los simios es un mundo paralelo, un universo autónomo y regulado por la coherencia interna de los simios que se protegen del mundo de los humanos, esta amenaza exterior asume los contornos de un monstruo: para los humanos el montruo es el simio, para el simio el humano, bajo esta idea de resentimiento y odio se dispone la película, y allí está César, el alma evangelizadora, el mono bueno. El gran César con sus reflexiones, aunque un tanto moralinas – su parlamento es una de rectitud casi irrisoria- hacen que la película se centre en él, en sus diálogos con los otros monos, – su contratara es Koba el simio malo- y en el legador trasmitido a su hijo. El planeta de los simios: confrontación ES la película de César. César es el simio marrano, es el que de alguna manera ama a su especie, pero fantasea con la civilización como orden de vida. Las escenas de lucha son de una vorágine épica avasallante, sumado al sonido diegético que crea un clima de contienda y de tensión extrema. Simios vs. humanos, humanos vs., humanos, simios vs. simios, el enemigo cambia a cada minuto del metraje, haciéndo que el relato resulte entretenido y apasionante. Sí sí, ver a los simios con armas de fuegos, galopando erguidos y hablando con una claridad espeluznante, puede que cause gracia, pero es el mejor prólogo para El planeta de los Simios: La guerra. En esta película, también dirigida por Mat Reeves (Cloverfield Monstruo, Déjame Entrar), César sufre, se resignifica y quiere vengarse de los humanos (liderados por “El coronel”, genial Woody Harrelson), porque el simio líder, el redentor, sufre una pérdida inconmensurable y se muestra toda la película con sed de venganza, pero también se lo ve abatido. El simio medido, conciliador, sufre una crisis con la que debe lidiar gran parte del metraje. En su camino, lo escoltaran cuatro compatriotas y una niña. La película funciona, porque César le da fuerza la historia, quizás por momentos, en las escenas más reflexivas, la película (un tanto bíblica) se vuelve un poco soporífera, pero los primeros planos del protagonista, esos ojos tristes, levantan cualquier instante de aburrimiento. Con un final fervoroso, El planeta de los simios: La Guerra es un cierre digno de una saga que atrae.
Cars 3 no es la mejor película de Pixar, no es la mejor película de la saga, pero tiene algo que le juega completamente a favor y es el rol que Brian Fee, operaprimista, le da a un personaje femenino en una película que siempre estuvo controlado por los hombres. Los fierros, el mundo automovilístico liderado por los machos “alfa”, es derribado por la gran y única Cruz Ramírez, un CRS Sport Coupé amarilla que va a ser la dupla del Rayo Mc Queen en esta película que trata el tema de la nostalgia y el paso del tiempo. La recurrencia a la muletilla de “dejar el camino a las nuevas generaciones” construye un relato plagado de flashbacks simbólicos que evocan las dos anteriores películas y tiene presente a Doc Hudson (Paul Newman). El rayo Mc Queen, célebre, y una de las figuras máximas de Pixar, comienza a perder su autoestima, cuando en tono de humorada, le comienzan a soplar la nunca las nuevas generaciones de autos, los chistes sobre la pérdida de vigencia y sobre lo que significa ser veterano, copan una película a la que le falta aventura y ritmo. La verborragia desmedida de un personaje desesperado – Rayo Mc Queen- por querer conquistar de nuevo las pistas, opaca el taiming y la fuerza de los momentos de aventuras. La película es demasiada analítica, pero, siempre los “peros” de Disney suelen ser alentadoras, está Cruz Ramírez, la coach de El Rayo en esta lucha por querer ser un arquetipo más techie. Eterna soñadora e idealista, Ramírez introduce una inyección femenina, ausente en las otras películas. El rol de la mujer, se convierte en una fija, pero no como compañera – en ese lugar la tenemos a Sally (Bonie Hunt)- sino a la par de las figuras masculinas. Miss Fritter ese camión escolar (también amarillo) con esos cuernos y ese swing con todo el Heavy Metal – amé escuchar a Lea De Laria en la voz del personaje- que es la reina del Ocho Loco del Derby – la mejor escena de la película- compite de igual a igual con el Rayo McQueen y la propia Cruz Ramirez. Las mujeres copan Cars 3 y le dan la gracia y el romanticismo femenino que las otras Cars no tenían. Pero los monólogos del Rayo Mc Queen y la recurrencia por revivir la imagen de Doc Hudson, opacan una película un tanto larga y falta de correría. Con música de Randy Newman – no se lo puede crítica nada a este prócer de Pixar- Cars 3 deja el legado para las andanzas de la increíble Cruz Ramirez. Porque en Pixar las mujeres llegaron para quedarse.
Mamá se fue de viaje es un ping -pong divertido sobre las idas y vueltas de una pareja en la crianza de sus hijos. La diferencia entre géneros en la toma de decisiones y la responsabilidad en ciertas tareas hogareñas dentro de una familia, construyen un retrato costumbrista de una familia argentina. Los roles familiares: mamá (Carla Peterson) que dejó su profesión de abogada para criar a su niños y papá (Diego Peretti) gerente de recursos humanos de una multinacional que poco está en su casa, se ven afectados por la falta de templanza de la mujer que cansada de seguir los mandatos familiares se toma el buque al Machu Pichu y deja a los pibes al cuidado del papá. Los chistes sobre el maniqueísmo masculino – ideas universales- acerca de que la mujer debe ser todo terreno y el hombre es un macho proveedor – que no sabe ni atarse los cordones- , son llevados a la comedia de forma hilarante. Ariel Winodgrad, es un gran director, lo alabé por la comedia Sin Hijos, también con Peretti y le critiqué la segunda mitad de Permitidos, su última película, en donde Lali Esposito y Martín Piroyansky se lucen como una pareja en crisis. Siempre he dicho y no me canso de decirlo que Winodgrad tiene las mejores intenciones para con la comedia, para mí es el mejor, no hay otro que le haga mella, al menos en el tipo de comedias que él dirige. Heredero sin duda de la Nueva Comedia Americana, Winodgrad se mete con los kidults (treintañeros tirando a cuarentones) y se trasforma en el “Judd Apatow Argento”. Sus personajes son adultos a que les cuesta crecer, incluso cuando ya son padres de familia. Todo es manejado a la perfección por Winograd en la comedia: la música, los gags, los planos opulentos, las relaciones entre los personajes, las buenas performance –en sus películas todas actúan bien- incluso el dominio por ofrecer títulos de créditos iniciales que hacen una perfecta presentación de los personajes y del tema. En Mamá se fue de viaje el aire de catástrofe se plantea desde la primera secuencia: un padre debe darle la mamadera al bebe Lolo, ese plano en donde Peretti/Victor mira a su hijo desde abajo de una fastuosa y larga escalera (al son de Aire Libre de Lucie Belmond, tema celebre de La salud de nuestros niños), anticipa lo que será el tema de toda la película. Un padre que nada sabe de los quehaceres de la casa, tiene que lidiar con sus cuatro niños (Bruno, Lara, Tato y Lolo) que no le harán las cosas fáciles. Las perfecta elección de los infantes – la química con Peretti es un de lo mejor del metraje-, propician las mejores bases para una película que causa gracia, incluso en los momentos más trágicos. Las mentiras piadosas, los enredos y la soltura con la que deambulan estos personajes ingenuos y buenos construyen un relato gracioso. Todo se va derrumbando en una película que incluso se pone peligrosa, la mujer no está y el padre tiene que lidiar con la casa y con el trabajo. El villano, Di Caprio (Martin Piroyansky), un joven managment, bilingüe e inescrupuloso, que quiere serrucharle el piso a un Peretti desesperado, una empleado echada injustamente que entra a la casa como niñera– genial Pilar Gamboa- y los propios hijos de Victor Garbo, todos construirán una gran ensalada en donde la comedia se desprende de la conspiración y de hacerle pasar el “mal rato” a Peretti/Victor. Peretti es bueno, con su cara de póker y sus parlamentos quejosos, generan empatía con el espectador, incluso en los momentos más incomodos: el discurso del hombre sobre el tiempo libre de la mamá es desbastador y misógino, pero sin embargo causa gracia. Como en This is 40 del genial Apatow, la reconstrucción de la vivencias maritales con niños de por medio, se vuelve acida y poco romántica. Como si el miedo de Peretti/Garbo fuera el del propio director. Mamá se fue de viaje es mucho más que una comedia pasatista, es una descripción agridulce sobre la vida en familia, plagada de gags y momentos graciosísimos. Nota al pie: Quiero tomarme una licencia y sugerir una Buddy Movie: me gustaría ver a Martin Piroyansky (Di Caprio) y al gran Iair Said (hace en la película de maestro de kínder de Lolo) como dupla de humor, obviamente dirigidas por Winograd. Los muchachitos son para mí los mejores actores de comedia del cine argentino, y veo en ellos una dupla resultona. Winograd la tiene clara en la comedia y creo que los tres serían un trio memorable. Ojala mi deseo se haga realidad.
Las películas que vuelven más locos – en el sentido más radical del término- a los cinéfilos son las que proponen una revisión del propio cine: los chascarrillos simbólicos sobre el séptimo arte, siempre son una fija que proporcionan risotadas entre la multitud cinéfila. Las referencias al cine – las alusiones a directores dentro de la trama nos enloquecen- proporcionan aires de complicidad con un espectador comprometido y fanático. Para el público que gusta del making off de la industria les recomendamos UPA 2! El regreso, secuela de la gran UPA! (Una película Argentina). Pero para hablar de la segunda, hay que empezar por la primera: UPA! gira en torno a la histeria, la inocencia y la energía de tres jóvenes directores – Camila Toker, Santiago Giralt y Tamae Garateguy- que parodian las forma de filmar en el Nuevo Cine Argentino. La historia, que transcurre en un set de filmación, ironiza – por momentos se vuelve un tanto snob- sobre cómo y cuán complicado es rodar una película quickly. Bueno, con esa misma dinámica y comicidad y hasta se podría decir con una actitud RECARGADA, vuelve este trío memorable: la locura desopilante de UPA! se potencia por las mañas de la edad, la contemporaneidad con los protagonistas atrapa a la muchachada treintañera. Los directores toman la misma patraña: la película empieza con una caricatura acerca de la premiación del BAFICI y sobre cómo los jurados deciden y problemizan sobre cuál será la película ganadora, los chistes internos y algunos clichés llevados al límite propician un comienzo gracioso. El “reencuentro” para filmar una película inédita encuentra a los muchachos en diversas situaciones cotidianas (muy graciosas, por cierto). Toker se convirtió en una especie de Yoda – maestra Zen- que no puede dejar su divismo de lado y que es más mala que la piel de judas; Garateguy con su color de pelo intenso – intensísimo- muestra sus garra de productora, bastante romántica; Santiago Giralt, en estado de celo constante, persigue y le quiere dar al “pibe” lindo y sexy Martín Slipak (la escena del brote de Slipak es lo mejor de UPA 2!), y en el medio una desopilante Nancy Duplaa – que genial que es- que interviene en la historia. Todos quieren volver a un set de filmación y llevar a cabo esa extinta película que alguna vez soñaron hacer. Nota al pie: En un alto en el MDQFEST del año 2015 entrevisté a Slipak quien sintetiza el alma de la película: “UPA 2! fue muy enriquecedor porque es un proyecto casi de creación colectiva. Si bien lo guían y lo van armando estos tres directores: Giralt, Garateguy y Toker, uno puede proponer muchísimo, porque la mayoría de las escenas son improvisadas. Uno tira una idea, se ensaya, se toman algunas cosas de esa improvisación y se graba. También hay libertad de proponer líneas del personaje. En UPA 2! la rockeamos y creamos con anarquía”.
Me volví fanática de estas criaturitas amarillas, de estos pompones atrevidos, hilarantes y con un sentido del humor desenfadado. Ya los venía siguiendo desde Mi Villano Favorito I y II, ¿Por qué tanta obsesión por estos bicharracos de un solo ojo? Seguramente el éxito y las manía por ellos se deba a que tanto las primeras películas de la saga descontracturan el cuento clásico del villano como segundón en la trama. Los protagonistas son los “malos”, los que transgreden a ley, los outsider, incluso los personajes sagrados son mostrados como pícaros y poco inocentes. Dreamworks – estudio que también creó películas emblemáticas de animación como Shrek, Madagascar, Megamante, entre otras- pone toda la carne al asador y completa el tríptico de Desplicable Me. Pero esta vez suma a Balthazar Bratt (Trey Parker) y a Dru el hermano gemelo de Gru (ambos popularizados por el gran Steve Carrrel) un novato hampón con cabellera dorado. Además están los fijos: Lucy que quiere convertirse en una mamá perfecta, las niñas que son un torbellino, los minions que, aunque delegados de la historia, tienen su propios números. Tantos personajes, sumado a los chistes al pasar, demasiado bobalicones, y al bombardeo de imágenes que abruma, Mi villano Favorito 3 resulta desbordada y poco resultona. Pero veamos el vaso medio lleno, sin dejar el vaso medio vacio. Balthasar Bratt es lo mejor de Mi vecino favorito 3, su presentación estelar, en los primeros minutos de metraje, agradan y entretienen. Simil video clip, el villano es presentado como un niño que en los años 80 era popular en la tv y que por un infortunio pasa al ocaso absoluto, ese resentimiento de la pérdida del minuto de fama ha convertido a este falcucho con hombreras en un villano despiadado. Al ritmo popero de Bad de Michael Jackson y con un repertorio de música que tarareábamos en la década del plástico (Into the Groove de Madonna o Take on Me de A-Ha), el comienzo de la película parece prometedora. El villano de “la goma de mascar” con jopo y organito, quiere recuperar sus minutos de fama, por tal motivo intercepta un buque para robar un diamante rosa chicle. Con movimientos pélvicos pegadizos, Baltazhar realiza un atraco que resulta atractivo para el espectador, proponiendo un duelo interesante con Gru, pero esta idea que resulta medianamente divertida – los chascarrillos no logran la implosión de las otras entregas- se oscurece con diferentes tramas que no logran completarse. Aparece un misterioso gemelo que quiere despuntar el vicio de los malos hábitos, pero poco se desarrolla esta idea. Mi villano favorito 3 es una gran ensalada de personajes, la aventura no se completa y los pasos de comedia provocan apenas gracia. Lejos quedó la historia simple, clásica, en donde se resolvía un único problema, acá aparecen tantas historias trasnvarsersales que el sube y baja provoca tedio. La música demasiado imponente – las cancioncitas que no son ochentonas están creadas por Pharrel Williams- no deja espacio para el chiste físico, ese que produce gracia, tanto en niños como en adultos. Todo pasa demasiado rápido en Mi Villano Favorito 3, sin duda la peor de la saga.
Ver a Chris Evans en otro papel que no sea el de Capitán América es complicado, la calza azul francia y el escudo salvador, sumado a facilidad para la destrezas, lo plantean como una fija en películas de súper héroes. Esa mono gestualidad, de actor clásico, lo encasilla en el género de fantasía y acción. Por eso verlo en otros géneros cinematográficos resulta extraño. Me pasó en dos películas: Contando a mis ex – la salva la gran Anna Faris- y Before We Go. La primera una comedia pasatista y la segunda un dramadie un tanto aburrido. Evans intenta, le pone garra, pero parece no sentirse cómodo fuera del universo Marvel. Es atractivo y tiene una sonrisa de galanazo, pero aun así no trasmite demasiado. El amor, las desgracias, la ira, todo le pasa por su cara con igual énfasis, es un actor clásico, ya todos los sabemos, pero a diferencia de otros colegas – se me viene a la cabeza el gran Hugh Jackman- parecería reacio a otros géneros. En un Don excepcional, una película de “verano” del cine mainstream, le tenía toda la fe a Evans, le tenía confianza más que nada por su director, Marc Webb – todos amamos 500 días con Summer- quien maneja el ritmo en sus películas de una manera amigable, pensé que bajo su dirección todo podía cambiar. Pero no, de hecho fue un poco frustrante no salir conmovida, me sentí incluso traicionada a mí misma de no sucumbir ante la bien llamada lágrima: tío soltero al que le quieren sacar a la sobrina que cría hace años, de eso va la historia. Evans (Frank) es profesor de filosofía pero la muerte de su hermana lo ha desbastado, está solo en la crianza de Mary (Makena Grace) una niña de ocho años que vive con él en Florida. La crianza poco convencional, cambia cuando decide hacer que la niña empiece a socializar con otros pares y la manda a la escuela. Allí el “don excepcional” se hace tangente: ella es prodigio en matemática, desde ahí todo se vuelve un problema. De repente aparece la abuela millonaria, una señora paqueta que no ha visto a la muchachita desde que nació y pone en jaque la convivencia de Mary con su tío que no puede darle lo que económicamente sí puede darle la abuela. En el medio, aparece una relación entre el Evans y la maestra de la pequeña, vínculo que resulta un tanto forzado. Porque en Un don excepcional los diálogos, las risas, los abrazos, todo parecen artificios. Las conversaciones entre Frank y Olivia Spencer, la eterna vecina buena onda en varias películas, son de una cursilidad elocuente. “Te la van a sacar” dice ella casi mirando a cámara, a lo que Frank le contesta “quiero que tenga una vida normal” y calla. A Un don excepcional le falta un shock de adrenalina, es como si todo sucediera sin profundizar demasiado, no es que aquí se exija el golpe bajo, de ninguna manera, pero un guión más sanguíneo, mas enérgico, le hubiese propiciado a la película una dinámica que la saque del modo “aburrido”. Sin pena ni gloria, Un don excepcional es una película soporífera que ni siquiera el carisma de la infante Makena Grace – lo mejor de la película- logra salvar.
La Red de Kim Ki-duk es una tragicomedia, la película presenta el conflicto político entre Corea del Sur y Corea del Norte de una manera irónica y por momentos absurda. Es interesante como el director surcoreano analiza el conflicto territorial: la comedia se presenta como denuncia y es en esa descripción visceral pero graciosa es donde el metraje se convierte en un hallazgo. Kim Ki-duk es un gran director, maneja el timing de la diegesis de una manera pausada pero con energía, se toma su tiempo para describir las situaciones y hacer una genealogía de los personajes. Director de grandes películas como Hierro 3, El tiempo, primavera, verano, otoño y otra vez primavera, centra la historia de La Red en la guerra diplomática entre las dos Coreas, la comunista, la del Norte, austera comandando por Kim Jong On y la capitalista, Corea del Sur, una democracia liberal. Nam es un pescador que vive en Corea del Norte: la película que arranca con un primerísimo primer plano de un lago, muestra a este trabajador en su humilde casa con su mujer y su hija pequeña. Desde allí la cámara lo seguirá en esta parábola sobre la redención. Nam –Seung-bu Ryoo- es desplazado por su red de pescador a la frontera de Corea del Sur, la desesperación por no dejar su bote, lo arrastra a la otra orilla en donde es capturado por el servicio de inteligencia que lo investigará por creerlo informante. En su estadio en el país del “consumo” contará con enemigo acérrimo, el “inspector”, un caza espías que hará lo imposible para que se auto incrimine. Pero también encontrará el apoyo en Oh Jin un joven melancólico (lo mejor de la película), que lo ayudará y lo guiará por Seúl. Porque la doble filosofía surcoreana es “Si no eres espía, quédate en este paraíso capitalista”. La insistencia de los surcoreanos por convertir a este moderado pescador en un adicto al consumo, es de una violencia que causará lástima y gracia a la vez. Los peinados modernos, los outfit prolijos – parecen todos estrellas del kpop- contrastan con la austeridad del ropaje de Nam, quien se resiste a sentir el “pecado” del dispendio. ¿Podrá Nim volver a Corea del Norte? ¿Podrá vencer el deseo de tener una tentación consumista?, estas preguntas retóricas se presentan en esta película de manera firme y elocuente. Con varias muletillas que recurren al humor, Kim Ki Duk se pone áspero en esta tragicomedia que funciona por momentos como una efectiva sátira política.
Álex de la Iglesia tiene una voz grave absolutamente fascinante, es un orador hábil que con su elocuencia narra historias fantásticas, interesantes de escuchar. Es de esas personas cuya retóricadeslumbra. Debo admitir que mi corazón de fan me llevó con una predisposición absoluta a su encuentro: “Es el director de 800 balas” me dije, esa película entrañable homenaje al Spaghetti Western en donde la cinefilia del director retrata una aventura alocada en un centro temático en Almería. 800 balas, no es de sus películas más icónicas pero para mí es la mejor, las relaciones de familia y la fantasía se presentan en esta historia en donde el protagonista es un niño, Carlos (Luis Castro) quien va a visitar a su abuelo que trabaja en un parque ambientada en el lejano oeste. La nostalgia y el viaje iniciático del niño, convierten a 800 balas en una gran comedia. Los universos que crea Álex de la Iglesia, son sórdidos y grotescos, en donde el humor y la camaradería se convierten en leitmotiv: Acción mutante, El día de la bestia,Perdita Durango, Muertos de Risa, La comunidad, Crimen Ferpecto. En todas estas películas, prima la forma física de la comedia: lo cómico primitivo, la pulsión anárquica se vislumbra en los más poderosos del slapstick. La filmografía de de la Iglesia es buena y sólo a un loco podría no gustarle. Además tiene el cliché del grupo de actores fetiches, logrando una familiaridad que se percibe en la pantalla. Con El bar, película que nos convoca, y que trajo por fin a Álexde la Iglesia a la Argentina, despunta el vicio de la comedia apocalíptica, esa en donde los protagonistas funcionan como grupo: ellos están bajo una amenaza sobrenatural y deben combatir sus miserias humanas. La historia de El bar, transcurre en el centro de Madrid, un grupo de personas convergen en una cafetería por casualidad, todo parece normal hasta que algo sucede y deben quedarse en cuarentena: un empresario, un hipster – amamos tanto a Mario Casas- un policía, una muchacha que busca el amor ideal, una jugadora compulsiva, el bartender amiguero, una vieja cascarrabias dueña del bar y un vagabundo místico están presos de su libertad. Como en sus comienzos, Álex de la Iglesia, exprime el humor de una manera poco bizantina, los personajes se ponen pocos tolerantes, ásperos y hasta violentos. Deben sobrevivir y en esa jugada es donde Alex de la Iglesia centra la acción. Los amores y la seducción surgen: el hipster, Nacho, intenta atraer a la muchacha soñadora, Elena – Blanca Suarez- a quien no lo he ido bien en el amor; el romance es parte de esta historia en donde el minuto a minuto opera como definitorio del humor y de la resolución. “En mis historias surge el drama y surge la comedia”, plantea de la Iglesia, con una voz trágica y solemne, el vigor y el timing de sus películas se siente en su prosa, porque el director habla con una liturgia que causa inevitablemente gracia. Los personajes del El barmiran la vida como si fuera un escaparate y desde la primera escena, sienten que “el enemigo está a fuera”, la traslación de los conflictos al “otro”, y la imposibilidad de hacerse cargo de las cosas, es uno de los temas imperantes de la película: “los personajes pasan por el culo del demonio, hay que pasar por un hoyo, desgarrarse, para conocerse a sí mismo”, plantea De la Iglesia. Su pavoroso discurso – que nunca deja de ser gracioso- plantea la idea de juego psicológico y muestra la angustia desde la comedia. Porque El bar se siente plena en esa búsqueda de culpabilidad constante. Fanático de Asterix y Obelix, Las aventuras de Tin Tin y amante del cine de Scorsese, Álexde la Iglesia analiza su propia película de manera detallada, casi incurriendo en el spoiler. Con una sonrisa suntuosa, pero amigable se despide sin antes tirar quizás la mejor cita de la tarde: “Cuando dejas de rodar te encuentras con un abismo, la vida no tiene sentido”.