Tener super poderes es una fantasía recurrente para cualquier ser humano. Ser mínimamente poderoso, en especial cuando las rachas no son adelantadoras, es un don que todos quisiéramos tener, desde ahí, desde ese pensamiento casi lúdico y fantástico, desde ese deseo universal, arranca Colossal, la nueva película del español Nacho Vigalondo. Anne Hathaway es Gloria, una treintañera desocupada, alcohólica, desaliñada, que está en un colapso existencial, es una chica de pueblo pero vive con su novio “exitoso” Tim (Dan Stevens, la bestia de La Bella y la Bestia) en un piso en Manhattan. Tim es un hombre frio y poco comprensivo, de hecho en el primer dialogo Vidalongo muestra el temperamento salvaje de este personaje: literalmente el joven la hecha a Gloria de su departamento, le dice que tiene que rever su situación de adicta y la manda a su pueblo natal. Gloria, quien se muestra vulnerable la primera parte de la película, se muda a una casa vacía que tienen sus padres. Colossal, arranca bien, la bella Anne Hatway, despunta y marca terreno, en este dramadie – para mí es la reina de este género- que juega mucho con la ironía. Gloria está sola en ese pueblo, hasta que se reencuentra con Oscar – brillante Jason Sudeikis- un amigo de la infancia con quien comparte un secreto. Vigalondo – V/H/S, Open Window- es hábil, nos hace poner la atención en la relación Gloria/Oscar, incluso hacernos ilusionar con un posible acercamiento amatorio, pero promediando la película vira el eje y convierte la trama en una película de Sci-Fi. Gloria sigue tomando, su vida es un fracaso, pero ahora se ha convertido en una especie de Godzilla que arrasa con quien se le interponga. La mitología oriental se mete en esta película que comienza a enloquecer: en Seúl aparece un monstruo y ese monstruo es Gloria (bien al estilo Bong Joon Ho, de The Host). Las flaquezas de la muchacha la convierten en una amenza. Porque la vulnerabilidad la hace mutar, y la convierte en un fenómeno, la amistad con Oscar, comienza a violentarse, creando una rivalidad que se tornará incómoda para el espectador. Vidalongo expone, mediante la entelequia, la violencia de género y esto es interesante: Gloria debe enfrentarse con esa furia, pero ya no es débil, sino que ahora cuenta con poderes y tiene la fuerza de una heroína. Colossal es una película absolutamente femenina que expone las miserias humanas desde lo fantástico. Porque Hahtaway es nuestra mujer maravilla y desde aquí la bancamos.
Martín vos sos abogado” le dice un asesor al futuro candidato, Martín se encoge de brazos, saca su mejor sonrisa, la más prefabricada y le responde con absoluta inocencia “No me acuerdo de nada”. Martin Marchand tiene ese dejo de chico bien de barrio norte, su tono de voz alusivo a su zona de residencia lo delata. No es el candidato del pueblo, sino que Martín es una construcción marketinera de lo que sería un candidato, hijo de un conocido empresario, a Martin le gusta el campo y la cacería, pero tampoco es tan despierto para entender por qué le gusta, quiere ser político, pero no tiene sangre de político. La cepa de la vieja camada de militantes, esos “zorros” embaucadores, políticos de oficio, manipuladores de la palabra, sonrisa eterna que seducen o infieren odio, amantes del poder, esos que la tiene clara o de “taquito”, bueno esa vibra esa misma, Martín no la tiene. Marchand estudió en la universidad, posiblemente en esa que queda en Puerto Madero, se recibió y guardó el título el mismo día de su jura. Su padre, el Señor Marchand despunta en él sus ganas de llegar a la política, pero él es empresario y necesita manejar los hilos desde el anonimato. Martín cree que puede lograrlo, su ego de fantasía, esa autoestima inflada por una billetera abultada y una cuna de oro, literal, lo muestran confiado. Pero en el fondo, cuando la luz se enciende, cuando tiene un minuto de lucidez dentro de su estrechez política, infiere o le soplan que sólo no puede hacer nada, que necesita un equipo que lo prepare, que le de impulso, que le diseñe las ideas, le infle la oratoria, le peine el jopo, le invente frases cursis y estiradas para la red del pajarito, le haga el asado, pero asado de lomo, nada de tira. Martin no puede solo, obvio. Por eso Martin, ese Martin de camisa celestita y pantalones pinzados, contrata una “agencia” que construye candidatos, gente que viene de la publicidad, generalmente viejos publicitarios que encontraron en la “política” un nicho voluntarioso y con dádivas generosas. Porque Martin, paga bien, por supuesto. Daniel Hendler, director uruguayo, el pibe que actúa bien y que lo vimos en películas como Esperando el mesías, El abrazo partido, El fondo del mar, Mi primera boda, Los paranoicos, entre otras, dirige su segunda película – recomiendo su opera prima Norberto Apenas tarde- El candidato. La claridad con la que describe a Martin, el aprendiz de candidato, el pichón de cardenal, el “nene” de papá, es admirable. La comedia surge del detalle, porque El candidato es una película que cuida hasta el último detalle, la descripción minuciosa de los personajes causan risa. El eco de los chistes que surgen de las frases de Martín – brillante Diego de Paula- y cada conversación con los miembros de la agencia, con su entorno más cercano y con su papá por teléfono generan gracia. Martín, junta a la agencia y a los lame botas de turno (todo candidato tiene un séquito que lo sigue) en su palacete suntuoso estilo artdecó, quiere que le diseñen su campaña, porque Martin quiere despegarse de su “mentora política” (Verónica Llinas) una doña adinerada – esta sí con viveza política- que lo tiene de “hijo” dentro del partido. En el medio de toda esa gente, en la casona, está el diseñador gráfico, la contracara de Martin, el otro candidato, pero este a diseñar el logo, un pibe de barrio que se convertirá en el héroe de la historia. Porque en esa reunión, en la mansión de Martín, ese fin de semana, pasará de todo. El candidato es muy buena, describe con humor las alianzas políticas, la construcción de un cabecilla desde el marketing, la desconfianza dentro la hechura electoral. Es una sátira bien hecha, bien pensada, no es arrebatada, sino que es silenciosa, usa la metáfora de una manera perfecta y además cada uno de los personajes es una engranaje en la historia. Martín, el candidato, – el debate de lo que es la izquierda y la derecha es de lo mejor de la película- es el ejemplo clave del nuevo político, y buscar las coincidencias es en un juego astuto que propone el director. Con un plano final bellísimo y aterrador, El candidato es una de las mejores películas argentinas del año.
Un camino a casa del director Garth Davis se basa en la historia verídica de Saroo Brierley un joven indio que luego de vivir veinte años en Australia con su familia adoptiva, decide emprender la búsqueda de su familia de origen. Dev Patel - ya no es el flacucho Jamal Malik de Slumdog Millionaire- interpreta a Saroo de joven, porque al igual que en Luz de luna, de Jenkins, Un camino a casa construye el cuento en partes, y la primera parte el protagonista absoluto es Sunny Pawat, Saroo de pequeño. Sarro sale a ayudar a su hermano Guddu a trabajar, tiene cinco años, su hermano adolescente lo cuida mientras ganan dinero en las calles de Kwhanda, pero en un descuido Saroo se pierde y termina en Calcuta, allí es reclutado en un orfanato y dado en adopción a una familia Australiana. El director juega con la ternura de Sunny Pawat el niño protagonista, la primera parte en donde el niño intenta buscar a su hermano y madre son de una ternura devastadora. El espectador sufre con el niño, pero a su vez se estremece con su rostro. La elipsis nos lleva a Saroo adulto, quien es un joven bien parecido, absolutamente aburguesado, con vistas a un trabajo y éxito en los negocios; Saroo ha logrado dejar atrás su infancia de pobreza en la India y se ha adaptado a la vida en Australia. Pero en su paso a la madurez comienza a vislumbrar un deseo por reencontrarse con su pasado. Nicole Kidman quien interpreta a su madre adoptiva, Sue Bradely, hace un trabajo delicado y meritorio, y desde acá arengamos para que se lleve la estatuilla a mejor actriz de reparto. La película crece con sus diálogos y reflexiones acerca de la adopción y el deseo de ser madre, su rostro cancino y la química con Patel le dan fuerza a una película que desborda en tristeza. Kidman es buena y de eso no hay duda, pero en esta película logra conmover. Ojalá que se quede con el Oscar.
Berry Jenkins filma con una delicadeza pocas vistas en Hollywood, se detiene, observa y nos hace percibir los sentimientos y las emociones de los personajes a través de la poesía de su imágenes. Así lo hizo con Remedios para melancólicos en el 2008, su opera prima y lo retome en Luz de luna, película basada en el libro Moonlight boys look blue de Tarrell Alvin McCraney. En su nuevo metraje Jenkins cuenta la historia de Chiron, un chico afroamericano, desde su infancia hasta su adultez. Algo así como Boyhood de Linklater pero mucho más salvaje y brutal. Chíron tiene una madre adicta a las drogas -brilla Naomi Harris en el papel- y es víctima de las burlas y el bulling de sus compañeros del colegio. Chiron, diminuto, pero con esos ojos inmensos, se la pasa sufriendo gran parte de la película, pero su calvario encuentra paz cuando conoce a José y Teresa, una pareja de treintañeros que lo contiene y lo escucha y lo aconseja en su viaje iniciativo desde la infancia hacia la adolescencia. La escena en donde Chiron aprende a nadar de la mano de José es de una ternura increíble, Jenkins sumerge la cámara, pero también se sumerge con ellos, mete el cuerpo junto con los protagonistas y en esa entrega logra una de las mejores escenas de estos premios Oscar. Chiron esta feliz con José - Mahershala Ali nominado a mejor actor de reparto- lo ama y lo idealiza y encuentra en su persona el padre que no tuvo, con él discute sobre qué significa ser homosexual. Porque Chiron vive una historia de amor con Kevin un compañero del colegio, con quien mantiene su primer encuentro sexual. Un hecho trágico interrumpe su adolescencia y el director nos lleva a la etapa de Chiron en su vida adulta. Ese flacucho se ha transformado en un hombre bien parecido que vive en una absoluta soledad, un llamado por teléfono y el encuentro con Kevin le devolverán a la película la fuerza de la primera parte. Esa cita entre ambos se convierte en una comunión de miradas, el deseo de la niñez sigue intacto. Kevin lo mira con una seducción infinita y Chiron, hombre de pocas palabras, le devuelve todos los guiños. De fondo suena Hello Stranger de Barbara Lewis, Chiron vuelve a ser feliz. Con un final al estilo de Carol de Todd Hynes, uno sale movilizado de ver Luz de Luna, una película que explora los sentimientos y los deseos humanos.
Todos hablan de La La Land, la nueva película del jovencísimo Demián Chazelle, el musical en donde Emma Stone y Ryan Gosling cantan, bailan, se enamoran y se desenamoran. Todos postean sobre esta parejita que vive una historia con todos los clichés del amor. La historia es simple, quizás demasiado, pero el color del musical – bastante pop por cierto- y el carisma indiscutible de los protagonistas realzan una historia en donde el éxito está en la primera hora. El musical coral “Another day of sun” le inyecta a la película una energía potente, quizás demasiada para un comienzo. Muchachitos y Muchachitas cantan sobre los infortunios del amor, pero sin perder el tono poppero, saltan y copan la pantalla de forma avasalladora. Pero no es un musical clásico, tiene todas las mañas del flashmob, los protagonistas bailan entre la multitud y se dejan de hacerlo cuando aparecen los protagonistas. Allí comienza la historia de Seb y Mía, quienes se encuentran y desencuentran. Ella es una chica que quiere ser actriz pero se conforma con ser la moza en los estudios Warner y él es un pianista al que no le ha ido demasiado en la vida, los dos tienen sueños, pero lejos están de llegar a su metas. En esa melancolía por encontrar el éxito personal, se descubren. Hay una escena, la mejor, creo que es la única perdurable en mi retina: Mía y Seb se topan en una fiesta, él está tocando con disgusto temas ochentoso (el ama el jazz) y ella para embroncarlo le pide que toque I ran de A Floxk of Seagulls, esa picardía, ese sentido del humor – es el tono de Wihplash película de Chazelle que amo- se pierde promediando la película. El tono demasiado fantástico y la insistencia del director por explotar el género musical y subrayar el tufillo a homenaje al género desgastan la historia. Goslyng (Seb) y Stone (Mía) tienen chispa y es lindo verlos juntos, pero la química no es suficiente. La La Land es linda, tiene buenos momentos, pero es sólo eso, una comedia romántica más. El furor desmedido, inexplicable, llevará a Chazelle seguramente a ganar el Oscar y a sus protagonistas a arrasar con los premios. No es de nuestras favoritas, ni siquiera la tarareable “City of Stars” tema original de la película nos cautivó demasiado, pero entendemos que seguramente sea la gran ganadora.
Mel Gibson todo lo puede: Mel Gibson se merecería ganar el Oscar indudablemente, su última película Hasta el último hombre es una película bélica en donde conviven de manera épica el estigma sangriento del género de guerra y el romanticismo del melodrama. Gibson, quien es un chiflado ante la cámara – Apocalypto es una de las mejores películas que he visto en mi vida- se anima a explorar y a jugar con los géneros cinematográficos e ir al extremo en sus experiencias. Basada en la historia verídica de Desmond Doss, un joven con profunda fe en dios quien se alista en el ejército para colaborar como objetor de conciencia durante la Segunda Guerra Mundial, la nueva película de Gibson cuenta el cuento de manera nostálgica. Andrew Garfield -El hombre araña, Red Social- es Desmond Doss, un muchacho bueno, pero bueno de verdad, que es sentimental y se mete en la milicia para poder colaborar como médico. Su sonrisa, incluso en momentos desalentadores, produce empatía desde el minuto uno. Desmond nunca pierde la fe y nosotros nunca perdemos la fe en él. Con su tono de voz tenue, pero su valentía intacta, se banca como un duque las burlas y la violencia de sus compañeros que desafían la fidelidad a sus ideales. Desmond es un anti-héroe y Gibson se la juega y lo muestra de manera atípica, la película es clásica pero también se permite meter el gore y hacer que las escenas de batallas sean absolutamente crueles. La idea de Gibson de transformar el género – Tarantino ya lo había propuesto en Bastardos Sin Gloria- y de meterle su locura como director (ojala hubiese más Gibson en el cine maintream que se la jueguen) permite que la película trascienda. No es una película más de guerra, es LA película bélica de Gibson. Se merecería el Oscar, sin duda, verlo a Mel Gibson recibiendo el galardón sería una alegría para los que lo seguimos desde Mad Max. Desde ya desde aquí les damos un aventón para que vayan a verla antes del domingo.
La cámara no se apresura, la acción no es excesivamente intensa, las tomas se demoran en la pantalla con una fracción de segundo adicional, hay tiempo para mirarlas, para captarlas. Francisco Márquez y Andrea Testa, directores de La Larga Noche de Francisco Sanctis, reponen con mesura y con una mirada discreta la novela homónima de Humberto Costantini. Situada en la época del gobierno militar argentino, la historia relata una noche en la vida de un empleado llamado Francisco Sanctis (Diego Velázquez). El suspenso se plantea de forma silenciosa, la cámara sigue a este hombre que debe tomar una decisión, el relato es simple y atractivo – el espectador se siente atraído por el cuento- y plantea un pregunta pragmática: ¿Qué harías en lugar de Francisco Sanctis?. Francisco es un trabajador de clase media, tiene una mujer e hijos, y la rutina de su labor diaria lo ha apartado de sus días de universitario idealista. Un día, un misterioso llamado le cambia su apacible vida: una novia de sus años de juventud, Elena – interpretada por la gran Valeria Lois– lo acerca a un encuentro. La clandestinidad de este acercamiento – Sanctis se siente atraído por esta mujer- termina en un desesperado pedido de Elena: Francisco debe avisarle a dos personas que la milicia los va a llevar detenidos. Elena suplica, absolutamente desesperada – esta escena es lo mejor de la película- porque Francisco es su única opción para salvar a esas dos personas. Elena lo ha elegido y ahora él deberá optar por hacerlo o no. Desde allí, la mirada perpleja de este hombre – brillante la interpretación de Diego Velázquez- convierte el drama en suspenso, cada paso que da, cada decisión se convierte en una dimensión del acecho. Francisco debe salvar a estar dos personas, pero en ese camino, debe preservar su vida. Todos estamos al tanto del riesgo y es imposible conjeturar un desenlace. Sin especulaciones, ni subrayados, esta dupla de directores liga el suspenso con la resolución de un enigma. Francisco camina por las calles y comienza a conocer un mundo que desconocía, quiere salvarlos y necesita hacerlo, pero también comienza a entender una realidad que ignoraba. ¿Podrá Francisco redimirlos?, ¿Hasta dónde llegará para hacerlo?. Definitivamente una de las mejores películas argentina del año.
La sensación de malestar, de perplejidad, de molestia se desvanece paulatinamente con la gracia. Escribo y me rio, es inevitable, pienso si esta risa fue provocada a propósito, si hubo intenciones del director, un tal Leo Damario, o si la inocencia del novato y su obsecuencia hacia el fracaso derivó sin querer en el humor y en la ironía. Resentimental es una película idealizada por el bombo de la publicidad, las frases cursis sobre el amor arremetían en poderosos taglines en la web, y el ofrecimiento (mentiroso) sobre mostrar una historia de amor embestía con desparpajo como radio pasillo. La inclusión en el elenco de Lucila Polak, mujer del célebre actor (aunque un poco venido a menos) Al Pacino– así lo mostraron las imágenes de su reciente visita a la Argentina- alimentaba aún más el carácter “glossier” de la película. Polak es bellísima, pero la actuación no es su principal gracia. En su ópera prima como actriz, la recordada Un Buen Día de Nicolás Del Boca – sí, el papá de Andreita- Polak (Fabiana) se paseaba por Long Beach charlando sobre el amor con Aníbal Silveyra (Manuel). La parábola del amor que dura un día, con actuaciones acartonadas, primerísimos primeros planos temblorosos, paneos alterados y diálogos imposibles, construían un relato de amor bastante kitsch. El rictus hacia una película cuyo parlamento era irrisorio, develaba un paradigma dentro de las comedias románticas argentinas: ¿Será una parodia?, ¿La comicidad deriva de lo fatal?, ¿Lo terrible nos termina indefectiblemente causando gracia?. Eso mismo pasa con Resentimental, también con Polak. La película empieza con una cita de Orwell, sí de George Orwell. Como esa búsqueda constante de resaltar y explicar y llenar la pantalla de palabras – hay pocos silencios en la película- la explicación etimológica de Resentimental es la que abre el telón de esta pseudo historia de amor. Esas ganas de intelectualizar una película simple, en donde el “re” de sentimental es más una muletilla que una concepción filosófica sobre la demasía de amor. Exordio extraño el de Orwell, digo, porque a decir verdad, nadie ama demasiado en Resentimental. Las infidelidades, el cuestionamiento frívolo acerca del “acostarse con minitas” y las demostraciones de cariño a cuenta gotas – recitados sin emoción alguna- refuerzan el relato de una película “escaparate”. O sea, las historias pasan sin sentido, como una venta itinerante de ropa de moda: Eva (Lucila Polak), sube las escaleras de un reconocido bar de la zona de Barrio Norte con su sombrero de cowboy, se sienta en una mesa donde la espera una joven (Brenda Gandini). Dos mujeres comienzan a hablar sobre cómo terminaron separadas. Al igual que en la gran Carol – película LGTBIQ emblemáticas si las hay- de Todd Haynes, la primera secuencia transcurre en un bar. Las distancias cinematográficas son infinitas, en Carol las geniales Cate Blanchett y Rooney Mara realzan el mejor drama romántico del año, y en la versión argenta, Polak es la mayorcita y la joven seducida es Gandini, quien juega a ser Rooney Mara. Los diálogos entre estas dos mujeres son graciosísimos, el contrapicado en la conversación exacerba una situación cutre, me vuelvo a reír con sólo recordarlo y la risa se transforma en carcajada. Los flashbacks reconstruyen el relato, sumado a la voz off de Graciela Borges que resalta con poemas y frases acarameladas esta comedia. Eva es la protagonista y como en Un buen día – pésimo para el espectador- su performance irritativa se convierte en gracia, quiere recuperar el deseo de esta jovencita, pero a su vez flirtea con toda damisela que se le pasa por la vista. El collage de relaciones – la escena en donde evoca el reencuentro con su padre abandónico no tiene desperdicio- y los parlamentos insufribles, formulan una película cómica, pero cómica del tipo “me río de y no con”, porque es inevitable no reírse al ver que Eva decide llevarse a su amante (Belén Chavanne) a un lugar que no sea un “telo” y sale de un boliche en pleno calle Santa Fe para terminar – SIN ELIPSIS- en el casino Victoria de “Entre Ríos”. “RE” sentimental es un oxímoron mal formulado, una película fantoche, la vidriera para mostrar gente linda, vestida con ropa de moda, superficial y poco atractiva. Con un epílogo que todavía estoy tratando de entender, Resentimental es una película para mirar desde afuera de la vidriera.
El género “catástrofe” es uno de mis preferidos. La dinámica de estas películas tiene una fórmula que logra atrapar, la historia es sencilla: presentación de los personajes principales y secundarios, es decir, que en la primera hora la descripción de cada uno de ellos debe generar empatía con los protagonistas. De hecho, las reglas son tan claras que promediando la película, uno ya sabe de antemano qué lugar jugará cada personaje en el relato. La “catástrofe”, que puede ser natural o provocada por el hombre, abate a un grupo humano preferentemente numeroso, y este grupo debe luchar con uñas y dientes para su supervivencia. Los años 70 cobijó y le dio impulso al género con películas emblemáticas como The Towering Inferno (Infierno en la Torre) y The Poseidon Adventure (La aventura del Poseidón), ambas del gran director Irwin Allen; Earthquake de Mark Robson y Hurricane de Jan Troell. Una de las mejores décadas de la industria del mainstream (al menos para mí) en todos los géneros, es la de los setenta. La solemnidad y el cataclismo de los films catástrofe estableció un nicho entre los espectadores entusiastas del desastre cinematográfico. El género, reforzado por el cinemascope y el Surround Sound, empezó a cosechar multitudes de adeptos, que iban al cine a disfrutar de la fórmula efectiva de este género. Me hubiese gustado disfrutar estas películas en pantalla grande, pero por una razón solamente etaria pude explorarlas en las tardes de “super acción” del viejo y recordado canal 11. Contra todos los pronósticos de los críticos académicos, me enamoré con la historia de (des)amor de Remy (Ava Gardner) y Graff (Charlton Heston), protagonistas de Earthquake (Terremoto). La imponente ciudad de Los Ángeles era sacudida no sólo por el desastre natural, sino también por las emociones. Terremoto fue una de las mejores, Robson moldeaba personajes e historias de drama, amor, pasión e incluso locura. En The Towering Inferno (Infierno en la Torre), la favorita de todos, el fuego aniquila la torre más alta de San Francisco, con los actorazos Steve McQueen y Paul Newman – aunque mi preferido es el “villano” interpretado por Richard Chamberlain–. La película de Irwin Allen y John Guillermin es quizás la mejor dentro del género. Los ochenta sólo usó al cine catástrofe como parodia, dejando a los fanáticos de estas películas con las ganas de explorar nuevas historias. Por suerte en los noventa el género se vio recuperado por James Cameron con la gran Titanic – también está Independence Day de Roland Emmerich – en donde Jack (Leonardo DiCaprio) se enamora de Rose (Kate Winslet) en pleno hundimiento. La historia de amor de una noche potencia la letanía del desastre. El mundo hablaba de estos “amantes”, las féminas lloraban con histeria en los cines, el tema – temazo – My Heart Will Go On cantado por la gran Céline Dion inmortalizaba el resurgimiento de las películas de catástrofe. El atavismo por estas películas – a ciencia cierta somos fans de películas que nos hacen sufrir sin saber por qué- se volvió fenómeno y hasta se ganó unos cuantos premios Oscar. A veinte años de ese mega éxito, nos encontramos con otra película del género que nos gustó mucho: Deepwater Horizon (Horizonte Profundo). Horizonte Profundo tiene un timing poderoso y respeta a raja tabla todas las reglas del género. Peter Berg, director de grandes películas como Hancock y Battleship (Batalla Naval), se adentra en el género catástrofe para contar la historia verídica de la plataforma petrolera Deepwater Horizon situada en el golfo de México. El incendio producido por una falla humana muestra el perecer de una corporación como Transocean y BP; los diálogos punzantes, con una rapidez maratónica, acerca de la soberanía de la empresa y la potestad de las prestadoras, funcionan como gancho y antesala a lo que será la catástrofe. Mark Wahlberg es Mike Williams, el protagonista de la historia, uno de los jefes de personal y la voz omnisciente del relato. Él jugará el rol de líder y héroe junto con Jimmy Harrell, “el jefe” – Kurt Russell indiscutiblemente está en el top ten de actores veteranos- y harán de Horizonte Profundo un espectáculo. La película arranca con una alegoría, Mike le explica a su hija cómo es su trabajo en la torre: con una latita de gaseosa y un bolígrafo le describe cómo se sustrae el petróleo; la niña bate la gaseosa y el líquido sale por la superficie del envase de forma voraz. Eso mismo pasará promediando la película. La calma del principio, las risas cómplices entre compañeros de trabajo, y el ida y vuelta sobre las posibles irregularidades de la torre, propician una antesala perfecta para una película que mantiene al espectador en vilo. La empatía con Mike – y su dulce esposa, la que le habla por skype, la genial Kate Hudson– y con Harrell es tal que nadie quiere que mueran en la tragedia. Con una soslayada crítica a las corporaciones, Horizonte Profundo es una de esas catástrofes en donde funciona hasta el final lacrimógeno. Ojalá que sea el puntapié para más exponentes – buenos- sobre el género. Desde acá los fans agradecidos.
Nerve da una mirada crítica sobre el uso de redes sociales y sus consecuencias, la película protagonizada por Emma Roberts y Dave Franco, advierte sobre la adicción de la tecnología, pero lamentablemente lo hace de un modo soso, artificial y aburrido. Henry Joost y Ariel Schulman, directores del film y fanáticos de proyectos sobre interacción social (catfish serie y película) muestran un panorama interesante en el mundo de apuestas en red, no obstante, lo que podría haber sido una película con un clima de tensión total y manejo del publico de principio a fin, se convierte en una demostración sobre decisiones estúpidas con personajes que no valen siquiera el precio de la entrada en el cine. Entre las luces de neón y el trabajo fotográfico realizado por Michael Simmonds se puede ver una claridad absoluta entre los planos y las acciones de los protagonistas, la utilización del metodo POV (punto de vista) lleva la perspectiva directamente hacia el celular de los usuarios del sitio de apuestas. Un gran momento en Nerve emplea la vista selfie de un celular en una hazaña a 10 pisos de altura, esta escena juega con el vértigo del espectador y demuestra lo que la gente venía a ver desde un principio, pero esto no dura mucho. La música acompaña este viaje de una sola noche y refleja, con ritmos electrónicos, la actitud que tienen los protagonistas. Las melodías comerciales fusionadas con el manierismo absurdo de los personajes dan la sensación de estar viendo una campaña de marketing de alguna empresa, en vez de una película. Todo se siente automatizado, con una cierta similitud a la película Proyecto X. Joost y Schulman prefieren apostar al entretenimiento barato sin contenido con estilo visual y canciones cool, a una historia con un peso argumental importante. El dúo de directores tendría que quedarse donde corresponde, pasando su programa Catwish en un canal esclavo de la moda y no torturarnos con este tipo de largometrajes sin sentido. Nerve es una más en la lista de películas que empezaron con una buena idea y su ejecución dio un resultado que está a la sombra de que realmente se pensó. Con una gran fotografía, consigue encantar visualmente al público, pero no logra más que eso y el mensaje que quiere trasmitir desde un principio, queda en el olvido por culpa de las decisiones que toman sus protagonistas.