Nos volveremos a ver El amor trasciende el tiempo. Todo intento por mejorar el sistema social en que vivimos es importante, incluso necesario: cualquier pequeño esfuerzo vale por su repercusión en el futuro. "Cloud Atlas: La Red Invisible" es una película algo complicada en principio porque su estructura narrativa está dividida en seis partes, ubicadas en distintos momentos históricos, e intercala acción en cada una de ellas. Desde un segmento que transcurre en un barco con destino a Estados Unidos en 1849 hasta otro en un futuro, en una Hawaii post apocalíptica. Así, la trama se conforma como esa red a la que hace referencia el título. Sin embargo, una vez que el espectador se acomoda en este tipo de narración, puede seguir las historias sin mayores problemas, ya que no son muy complejas en sí mismas. Tres fueron dirigidas por los hermanos Wachowski, y las otras tres por Tom Tykwer. Los mismos actores interpretan distintos personajes en cada episodio, y de esta forma los directores quisieron resaltar cómo las relaciones entre ellos básicamente se mantienen, aunque sean personas diferentes, que pueden reaparecer siendo de razas, edades e incluso de géneros diferentes. Esta idea es una suerte de capricho de la adaptación. Basada en la novela homónima de David Mitchell, este concepto de transmutación de las almas, de reencarnación, es exclusivo del film, ya que en el libro cada época se ve entrelazada con la siguiente a través de algún objeto (diario personal, cartas, libro, obra de teatro, testimonio grabado) de un personaje en un momento y encontrado por otro en el siguiente, pero no hay indicio de que sean las mismas almas siempre. En cuanto a las actuaciones, el elenco es atractivo de por sí, aunque no se destaque ningún actor en particular en el global de la película. Nombres como Tom Hanks, Halle Berry, Hugo Weaving o Susan Sarandon pesan a la hora de convocar espectadores, aunque en el filme sus actuaciones sean solamente correctas, y aparezcan irreconocibles en algunos momentos. Cabe destacar el trabajo de maquillaje, ya que hay que quedarse hasta los créditos finales para apreciar en cuántos personajes estuvo caracterizado cada actor. Un caleidoscopio de momentos históricos, con el mensaje de la trascendencia del amor reforzado en demasía para que quede bien claro, es entonces el resultado de este filme algo desparejo, ya que hay segmentos a los que se les dio mayor importancia que a otros, pero que no por eso deja de interesar al espectador, con sus historias bien llevadas, despliegue y producción.
La Madonna que cree en el príncipe azul Muchacha: si tu matrimonio es un desastre, y tu vida parece un camino sin salida, no desesperes. El final ideal tal vez se encuentre hurgando entre los objetos de alguna mujer que sí haya sido feliz en la vida. En su segundo trabajo como directora, la cantante Madonna elige recordar la célebre historia del “romance del siglo (XX)”: aquel protagonizado por el rey Eduardo de Inglaterra y su amada, una mujer plebeya, divorciada y norteamericana, Wallis Simpson (de allí la sigla de la que surge el título original de esta película: W.E.), escándalo que lo hizo abdicar al trono. El problema es el enfoque con el que narra la historia: Wally (Abbie Cornish, una actriz con un inquietante parecido físico a Charlize Theron) es una joven desdichada por su fracasado matrimonio. Su esposo es un renombrado psiquiatra infantil, que dedica más tiempo a sus pacientes, y otras actividades, que a su esposa. Para paliar su aburrimiento, ella se verá atraída por una muestra de objetos pertenecientes a los célebres amantes, y a través de ellos, con un talento equiparable al de la mejor médium, se contactará con la mismísima Wallis Simpson (en una respetable composición a cargo de Andrea Riseborough). La película consiste entonces, en una suerte de paralelo entre las vidas de ambas Wallis. Sin embargo hay una distancia enorme entre ambos personajes, que el mero hecho de que se llamen igual no puede salvar. Mientras que la Wallis real era una mujer de fuerte personalidad, independiente, sin temor a las apariencias, la Wally inventada es poco más que una ameba, insegura, indecisa, a quien hay que decirle qué hacer, y que depende de que su príncipe personal la rescate porque no sabe salir sola de la situación en que se encuentra. Con escenas que bordean el ridículo, como los momentos de conexión “paranormal”, personajes flojos, y el fallido intento de contar la historia “desde el punto de vista de ella (Wallis)”, el filme sólo es rescatable por la producción y la impecable reconstrucción de época. En una película demasiado larga para lo que ofrece, Madonna no logra aportar nada nuevo a la leyenda del rey que dejó su corona por amor, y en cambio ofrece una historia paralela previsible, edulcorada, y casi hasta infantil por su proximidad a los cuentos de hadas.
Negocios riesgosos Es normal que tras la prohibición legal de comercializar determinado producto se genere una gran oportunidad económica para quienes estén en condiciones de traficarlo. Algo así sucedió en Estados Unidos durante la década del ´30 con la declaración de la Ley Seca. Consumir alcohol fue declarado ilegal, y por lo tanto florecieron las producciones clandestinas. Este es el negocio en el que se destacaron los hermanos Bondurant, no tanto con la idea de hacerse ricos, sino más bien como salida a la crisis que sufría el país, y la película está basada en su historia, retratada en la novela de Matt Bondurant, nieto de Jack, el personaje interpretado en la película por Shia LaBeouf. Esta familia conformada sólo por tres hermanos varones responde a su propia ley como mecanismo de supervivencia, que ha demostrado no fallarles en el tiempo. Por eso, cuando el acuerdo que tienen con el sheriff del condado se ve perjudicado por la llegada del oficial de Justicia Charlie Rakes (un Guy Pearce algo caricaturesco), ellos deberán defenderse solos. Los ilegales es una película de gángsters rurales, y aunque la acción transcurre en un condado cercano a la ciudad de Chicago, en un pueblo muy pequeño, abundan la violencia y la impunidad. La calma de un negocio que saben manejar desde esa semiclandestinidad quedará atrás cuando Rakes no logre negociar con ellos y a cambio busque vengarse de la rebeldía de estos hermanos. Con un guión escrito por el notable músico Nick Cave -un poco extenso, pero que logra matizar la violencia con módicas dosis de humor-, este filme está protagonizado por antihéroes que terminan resultando simpáticos. La contracara son los villanos, paradójicamente los representantes de la ley, agrupados en torno al sádico Rakes, en una interpretación algo exagerada por tanta mueca y gomina que lleva en el cabello. El resto de las actuaciones están muy bien logradas, en especial el personaje de Tom Hardy, que hasta habla con el acento y los gruñidos de los personajes montañeses, y Jessica Chastain, cuya belleza y estilo contrastan con el resto del lugar y los personajes. El toque final es una muy buena banda de sonido (también a cargo de Nick Cave), que completa la excelente ambientación de época del filme.
De regreso en la Tierra Media Peter Jackson parece emular a su colega George Lucas: años después de su exitosa trilogía de "El señor de los Anillos", vuelve al ruedo con otra, que se ubica como “precuela” de la anterior: El Hobbit. Era lógico que se sospechara sobre las verdaderas razones para realizar una nueva trilogía, esta vez con tres filmes que corresponden a un único libro. Se temía que la considerable extensión de la obra se debiera más a razones económicas que artísticas, sin embargo, al menos en la primera entrega, Jackson no sólo no decepciona sino que fascina. Incluso si bien puede decirse que se nota que algunas escenas están algo alargadas, no se padecen, ya que están realizadas con una calidad y una belleza visual que embrujan. El comienzo del filme es el mismo de la serie anterior: el viejo Bilbo (Ian Holm) está redactando sus memorias para dejárselas a Frodo, pero esta vez la historia en lugar de avanzar, se sumergirá en esas memorias para contar el principio de las aventuras de este particular hobbit. Así, veremos al joven Bilbo y su apacible vida en su comarca, que el mago Gandalf (Ian McKellen) revoluciona proponiéndole ser parte de una expedición de enanos que buscan recuperar el antiguo reino de Erebor quitándoselo a la criatura que lo ocupa: un dragón. Ese camino implica muchos encuentros con seres desconocidos para Bilbo (no tanto para el espectador habituado a estas historias), y otras peripecias que enriquecen la aventura. El universo que retratan estas películas es uno en el que hay magia, pero no soluciones mágicas, seres que descubren su propio coraje cuando menos lo esperan, criaturas y mundos sorprendentes: esa es la creación de Tolkien que Jackson supo llevar a la pantalla, con arte y admiración. A pesar de su duración de casi tres horas, el ritmo está muy bien manejado, alternando el suspenso con momentos de mayor tranquilidad. En cuanto a las actuaciones, la gran novedad es Martin Freeman como el joven Bilbo. También aparecen algunos de los personajes de la serie anterior, como Gandalf, Gollum (Andy Serkis), Galadriel (Cate Blanchett), y el elfo Elrond (Hugo Weaving). Un encantador regreso a la Tierra Media para los fanáticos, y un buen comienzo para quienes hasta ahora no habían visto ninguna de las películas anteriores.
Una ciudad, siete directores Con un formato similar al de "Historias de Nueva York", es decir, integrado por varios cortos dirigidos por diferentes directores, este filme elige como marco la ciudad de La Habana, Cuba, para desarrollar microhistorias que se van sucediendo en el transcurso de una semana. Si bien es interesante desde su propuesta, no todas las historias están conectadas entre sí. Algunas comparten guionista, y esas son las que sí lo están, pero otras, como las dirigidas por Pablo Trapero, Elia Suleiman, Laurent Cantet, y Gaspar Noé, sólo respetan la coherencia cronológica. Los otros directores son Benicio del Toro, Julio Medem, y Juan Carlos Tabío. En cuanto a las actuaciones, caben destacarse la presencia de Emir Kusturica, protagonista del corto de Trapero, haciendo de sí mismo en un esbozo de comedia agridulce enmarcada en música; Daniel Brühl, el protagonista de "Goodbye Lenin", esta vez actuando como español, y Elia Suleiman, el único director que protagoniza su propio corto. Con resultados individuales buenos, pero que hacen a un todo algo desparejo, sobre todo por los segmentos más personales como el de Gaspar Noé, “Ritual”, que elige un planteo estrictamente visual y musical, sin que medie una palabra, "7 días en La Habana" propone un recorrido por diversas temáticas, como postales de una ciudad que buscan unirse para armar un único retrato. La música, la cultura, la mezcla de religión católica y rituales africanos, el deporte nacional (paradójicamente el más estadounidense de todos: el béisbol), el exilio, la política, la calidad de vida, las carencias cotidianas, la solidaridad y fortaleza de su gente, son los temas que desfilarán a través de los cortos. Alguno generará risas en el espectador, otro asombro, varios conmoverán, en este surtido de miradas sobre una ciudad que habla por un país entero.
Asesinos seriales se buscan Desde la primera escena, esta película nos adelanta la tónica que utilizará en todo su relato: humor, violencia, sangre sin demasiada justificación. Una combinación particular, pero que puede dar buenos resultados si está bien usada. Y en este caso, lo está. Marty (Colin Farrell) es un guionista de cine con problemas de alcohol, y de creatividad. Está escribiendo, o al menos intentando escribir, una película que se llamará Siete Psicópatas, pero por el momento no tiene mucho más que el título. Su amigo Bill (Sam Rockwell) comparte un particular emprendimiento con Hans (Christopher Walken): secuestran perros para cobrar la recompensa al devolverlos. Será Bill quien comience a darle ideas de psicópatas a Marty para su guión, pero la trama se complicará cuando secuestre al perro de un mafioso (Woody Harrelson). La película ofrece buenas dosis de violencia, y no escatima en derramar sangre, pero a diferencia de muchas que se toman esos factores en serio, el humor aquí utilizado plantea una suerte de reflexión sobre el uso gratuito que de ellos se hace en Hollywood. El humor negro abunda, así como los guiños sobre la misma industria, que son de lo mejor de la película. Muchísimas referencias al cine, a los clichés, lo que debe, y no debe estar en un filme, van surgiendo de las discusiones entre los tres personajes principales. En un lugar secundario queda el tema del bloqueo del escritor, y, como en Disparos sobre Broadway, alguien ajeno a la obra en un principio, termina siendo más comprometido con el resultado que el guionista original. Escrita y dirigida por Martin Mc Donagh (nominado al Oscar por el guión de Escondidos en Brujas), el filme divierte, pero en algunos momentos también conmueve ya que no descuida los aspectos más humanos de sus protagonistas. Con las excelentes actuaciones de Sam Rockwell y Christopher Walken; y un Colin Farrell que está muy lejos de deslumbrar, pero da rienda suelta a su acento irlandés, y acompaña correctamente, Siete psicópatas termina siendo un delirante tratado humorístico sobre el cine de acción y violencia.
Sobrevivir la adolescencia Ser adolescente es complicado. Pero para Charlie (Logan Lerman), su comienzo en la nueva escuela es aún peor. No tiene amigos, ni sabe cómo hacerlos. Tiene 16 años, y ya carga con algunas heridas del pasado. Casi como perrito faldero se acerca a Patrick (Ezra Miller), y así conocerá a su hermanastra, Sam (Emma Watson), que se darán cuenta de la situación de Charlie y lo recibirán en su grupo de amigos. Bajo la apariencia de una simple película para adolescentes, Las ventajas de ser invisible toca temas que trascienden esa época. Nada es tan maniqueo como en los telefilmes de Disney. El sufrimiento no es exclusivo de los menos “populares”, y el paso por la escuela secundaria es un trago semiamargo tanto para los más ignotos como para quienes tienen su grupo social armado. Con un guión que maneja magistralmente la dosificación entre humor, ternura, drama, romance y la intriga sobre ese acontecimiento del pasado, estos chicos de espíritus atormentados pero que luchan por sobrellevar las circunstancias lo mejor posible, hablan también a los adultos. Será muy fácil empatizar, y quizás hasta identificarse, como le sucede al profesor de literatura que interpreta Paul Rudd, quien se acerca a Charlie desde el primer día a través de los libros. Si bien la tónica del filme es “indie”, es claro que la productora (la misma de Juno, entre otras), apostó a captar un público más amplio. No sólo lo demuestra la presencia de Emma Watson, que supo elegir un proyecto interesante para despegarse de su rol como Hermione en la saga de Harry Potter, sino unas cuantas caras muy televisivas en los roles secundarios. Sin embargo en lo actoral se destacan Ezra Miller (conocido por su rol en Tenemos que hablar sobre Kevin), y Logan Lerman. Y como suele suceder en las películas independientes, la banda de sonido es perfecta para brindarle una atmósfera particular a la historia. Canciones bien elegidas, colocadas en el momento justo para destacar determinada sensación pero sin manipular al espectador. Escrita y dirigida por Stephen Chbosky (que adaptó su propia novela), esta película logra transmitir la angustia esperanzada de la adolescencia a quienes la están viviendo, pero también a quienes la vivieron.
Entretelones del poder El cine francés no teme inmiscuirse en las internas de sus gobernantes. En la película "El Ministro" (El ejercicio del Estado, en su título original), muestra las posturas contrapuestas dentro de miembros de un mismo gabinete, y esa pulseada entre distintos sectores que buscan ganar el favor de alguien con más peso para imponer sus ideas políticas. Saint-Jean (Olivier Gourmet) es un hombre sin tradición política, que no desciende de familia de políticos. Tal vez por eso tiene un poco más de ideales que sus colegas. Es el ministro de Transporte, y la historia comienza mostrando cómo reacciona su ministerio ante un accidente en una ruta. Lo despiertan de madrugada y llega en helicóptero a la escena del desastre. Enfrenta a la prensa, cuidando al detalle la imagen, con un discurso escrito, pero efectivo dentro de las circunstancias, y reclama que investiguen las causas de forma urgente. Igual que acá. Más adelante lo veremos enfrentar otro dilema: debe llevar a cabo una medida a la que él se opone, pero que le termina imponiendo el presidente. El filme explora así las presiones, las contradicciones personales que este hombre enfrenta para hacer algo con lo que no acuerda. Por su planteo como película “de personajes”, es fundamental la calidad de las actuaciones, y en ese aspecto es impecable. No sólo Saint-Jean, sino incluso todos los personajes secundarios están interpretados con una naturalidad, y una corrección que hace más creíble, más real, la historia que se nos cuenta. Casi como si el espectador pudiera poner cámaras en un político y seguirlo en su trabajo. El director, Pierre Schöller, logra dar con el tono adecuado, tanto en las escenas de discusiones de gabinete, como en las que requieren más acción y logran sobresaltar por inesperadas. Es una película que hace hincapié en los personajes, sus relaciones, su intimidad, sus pesadillas, la soledad del poder (“cuatro mil contactos y ni un amigo”, dirá el protagonista en un momento al revisar su celular). Con diálogos complejos, profundos, de muchas palabras, no resulta un filme fácil de digerir en lo inmediato. Sin embargo se trata de una interesante reflexión sobre el sistema democrático y su funcionamiento.
Un crucero que hace agua Javier Fink (Luciano Castro), nombre artístico de Jacinto Finkiarelli, es un promisorio escritor sumido en la depresión y el alcohol tras el abandono de su novia. Andrés (Miguel Ángel Rodríguez) es su agente, quien lo obliga a embarcarse en un crucero para escribir una novela que los saque de la malaria económica en la que el último fracaso de Fink los sumió. Si lo hubiera subido al Expreso de Oriente, o a un barco por el Nilo tal vez el resultado habría sido más satisfactorio. Pero no, elige en cambio un buque de una reconocida naviera italiana, donde lo más interesante que hay es un triángulo amoroso. Con la idea de recolectar material para su novela se hace pasar por psicólogo, y comienza a hablar con los protagonistas, hasta terminar involucrándose en la situación más allá de lo planeado. El más grave de los problemas de este intento de comedia son los inverosímiles (empezando por el físico de Castro, a quien cuesta ver como alguien que se encierra a escribir), y las situaciones forzadas. El tipo de humor utilizado busca emular recursos de comicidad añejos, pero que hoy resultan fallidos, como el gay “mariposón”, el volcado de bandejas con comida para huir, y otras que no vale la pena citar. Hay un par de momentos simpáticos, pero ni uno que genere risas. Falla el guión, falla la química entre los protagonistas, falla la banda de sonido que atosiga al espectador, no dejando ni un minuto de silencio, o de sonido ambiente. En lugar de oir el ruido de las olas al golpear contra la nave, se utiliza una suerte de música funcional cual ascensor, que para colmo de males pretende señalar los estados anímicos que tendrían que acompañar cada escena. La película apenas se salva por los escenarios (el viaje termina en Venecia), y la pericia de los pocos que saben manejar el género (o que al menos tienen personajes que se lo permiten) y hacen lo que pueden desde sus roles, como Rodríguez y el Puma Goity. En cuanto al resto, Castro se ve rígido cual principiante, y no puede omitirse el desperdicio de actores como Pompeyo Audivert en un papel que parecía prometer desde su descripción inicial, pero que termina siendo poco más que una caricatura. Sin pretender disimularlo, "Amor a Mares" es un producto meramente publicitario, en el que lo único que se luce es el barco.
Todo concluye al fin, por fin Termina la saga Crepúsculo, esa serie de películas que logró cambiar la imagen pública y tradicional del vampiro. Stephenie Meyer, la escritora de los libros en los que se basan los filmes, despojó a los vampiros de sus colmillos y su aura erótica, les cambió la dieta por una casi vegetariana, hizo de la condición de estas criaturas algo más cercano a un superhéroe que a una maldición, y de la inmortalidad algo placentero en lugar de una condena. En esta entrega, que es la segunda parte del cuarto libro, Bella (Kristen Stewart) descubre sus poderes tras haber sido convertida en vampiro por su amado Edward en el episodio anterior, como única medida para salvar su vida. Todo el clan Cullen está muy feliz, incluso sus tradicionales enemigos, los hombres lobo, con Jacob (Taylor Lautner) a la cabeza comparten esa felicidad que trajo Renesmee, la hija de Bella y Edward (Robert Pattinson). Sin embargo aún hay peligro, ya que los Vulturi, el clan tradicional, creen que la niña es producto de un crimen y deciden eliminar a los Cullen por su supuesta falta. No hay mucho más en lo que al argumento respecta; en cuanto a las actuaciones, Kristen Stewart no logra -como siempre- imprimirle emoción a su personaje, no importa cuál sea la situación que atraviese. Algo similar sucede con Pattinson, por alguna extraña razón uno de los actores jóvenes más solicitados actualmente. En cuanto a Lautner, es el tercero en discordia menos conmovido de la historia del cine. Incluso la talentosa Dakota Fanning pasa inadvertida. El único que sale airoso es Michael Sheen, que interpreta a Aro, el líder de los Vulturi. Con momentos dignos de culebrón, situaciones que bordean lo irrisorio, y efectos especiales demasiado burdos, como el uso del sonido para mostrar la fuerza sobrehumana que ahora tiene Bella, y que la imagen no puede transmitir, el único valor de esta película es ser el cierre de esta exitosa y marketinera saga. Lejos quedaron los tiempos de los vampiros sufridos, condenados a la noche y a la eternidad; ahora se imponen estos, seres abúlicos que dan la impresión de haber pasado apenas una mala noche.