Maligno: El huésped maldito. La promocionaron como una película de terror que tuvo que ser reeditada debido a los gritos que se escucharon en la sala en proyecciones previas al estreno. Por supuesto que esto es meramente una estrategia de marketing, pero los apasionados del género quizá vieron un halo de esperanza de que pudiera ser verdad, sobre todo después de conocer al pequeño brillante actor Jackson Robert Scott en “It (2017)”, encarnando a Georgie, el personaje casi más importante de la película de Andy Muschietti, por ser la punta del iceberg de toda una trama macabra. “Maligno (2019)” no es el caso. No cumple ni respeta en lo más mínimo el género. Puede ser un thriller, un drama, pero de terror y sobresaltos no tiene ni un poco. Un verdadero desperdicio, sobre todo también por la presencia de Taylor Schilling, conocida por participar en la serie “Orange Is the New Black”. Es el año 2010 y el asesino Edward Scarka es abatido por la policía en Ohio. Prácticamente al mismo tiempo nace Miles y el destino será contundente: el alma de Scarka se apodera del cuerpo del niño, que comienza a tener comportamientos extraños y altera por completo a su entorno, hasta el punto de ser extremadamente peligroso. El nuevo film de Nicholas McCarthy (“El Pacto, 2012”) consta de una narración chata de ritmo amansador, sin atractivos de ningún tipo ni suspenso. Cualquier película de terror “de fórmula” al menos respetaría los clichés del género y recurriría a ellos seguido para construir desde lo efectista. Por más que se repitan elementos hasta el hartazgo en una película, el objetivo es claro. Resulta increíble no encontrar ni eso en este caso. La escena de “Maligno” que tal vez resalte más es aquella en la que el psiquiatra habla con el pequeño y trata de hipnotizarlo. El resto se puede pasar por alto sin más. Fuera de este momento, el film –que tiene todas las ganas de convertirse en la nueva “La Profecía (2006)” – mezcla dos elementos que casi se pueden considerar opuestos: es predecible y deja varias cosas sin explicar.
Escape Room: Ratas de laboratorio. Este jueves 7 de Febrero llega a las salas “Escape Room (2019)”, una nueva propuesta de terror con reminiscencias a otras películas del género que se volvieron populares en los últimos años y que tienen fans a lo largo del mundo. Quizá esa sea la clave de cara a las nuevas producciones del cine de horror. Adam Robitel, conocido por películas como “La posesión de Deborah Logan (The Taking of Deborah Logan, 2014)” y “La noche del demonio: La última llave (Insidious: The Last Key, 2018)”, es sin duda un director de cine de subgéneros. Con dichas producciones ha demostrado que lo sobrenatural y las posesiones demoníacas son su fuerte. En cambio, con “Escape Room (2019)” Robitel vira hacia lo más realista recurriendo a una temática ya explotada. Pura psicología experimental: las distintas reacciones de un grupo de personas en una misma habitación desesperadas por sobrevivir. Inevitable pensar en “El juego del miedo (Saw, 2004)”, “El cubo (Cube, 1997) o “La casa en la montaña embrujada (House on Haunted Hill, 1999)”. Seis personas desconocidas entre si reciben una extraña invitación para participar en un juego de escape. El ganador se llevará un millón de dólares. Una propuesta atractiva, en principio. Al llegar al lugar, el maestro del juego nunca se presenta y los jugadores tendrán que arreglárselas solos. Los hechos se van precipitando. Las reglas se vuelven cada vez más retorcidas y las condiciones en las que se encuentran estas personas ponen en riesgo su vida. Así van pasando de una habitación a otra, cada una con un objetivo diferente. Si no fuera porque “Escape Room” es una réplica exacta de la ya mencionada “El juego del miedo”, sería una película más interesante, aunque –hay que admitirlo- cuenta con un ritmo y recursos narrativos muy buenos, no aburre en ningún momento, es vertiginosa y tiene dos puntos de giro significativos. Y si de copia seguimos hablando, habrá seguramente algunos puristas que la relacionen con “Destino Final (Final Destination, 2000)”. Un punto a destacar en el guión: cuando creemos que estamos en presencia de algo totalmente predecible, la película se encarga de destrozar dicho pensamiento. Este aspecto resulta efectivo en este tipo de películas, en las que – por más que presente un argumento visto reiteradas veces – la adrenalina y la imprevisibilidad tienen que ser la clave. El gore de “El juego del miedo” no se hace presente nunca, sin embargo la tensión y el suspenso inundan la pantalla desde el minuto uno.
Anoche: Enredos de sábado por la noche. El 31 de Enero llega una nueva comedia romántica a las salas argentinas, esta vez de la mano del director de cine de género Nicanor Loreti, junto a su pareja Paula Manzone. ¿Es posible ocultar todo debajo de la alfombra?. En “Anoche” te lo responden. Antes de hablar de la película, habría que hablar primero de Nicanor Loreti… Merece un apartado especial. Un realizador (aquí co-director) que desde la independencia supo catapultarse como uno de los directores de cine de género más reconocidos en nuestro país. Su nombre empezó a resonar con “La H (2011)” un interesante documental rockero sobre la banda Hermética. Luego fue con su ópera prima, “Diablo (2011)”, que –junto a otros directores de la época- sentó las bases para la conformación de un cine de género arriesgado pero serio en sus intenciones. A pesar de que en su haber cuenta con películas más comerciales que distan mucho del estilo de su filmografía –“Socios por accidente (2014)” y “Socios por accidente 2 (2015)”-, se puede decir que Nicanor Loreti construye siempre desde el género hecho y derecho. En este caso, Loreti se une a Paula Manzone en la co-dirección de una película atípica en su obra cinematográfica. “Anoche (2018)” está basada en la pieza teatral homónima de Manzone, y es una comedia romántica de enredos, clásica pero efusiva. Nos lleva de la tranquilidad de su protagonista encerrada en su departamento un sábado por la noche hasta el caótico momento de destape de unos secretos familiares. Pilar (Gimena Accardi) está en crisis. Tiene 27 años, vive sola y quiere estar tranquila el fin de semana. Nada salido de lo normal, y una circunstancia para muchos ideal. Pero suena el portero y es su novio Marcos (Benjamín Rojas), con quien ella no está 100% cómoda últimamente, que llega con un regalo por su aniversario y varios planes a corto y largo plazo, que no son los mismos que los de Pilar. Suena el portero nuevamente y esta vez es su hermana Ema (Valeria Lois) que está pasando por un trance emocional. Como frutilla del postre, suena de nuevo el timbre y tal hecho nos anticipa el origen del conflicto: es el ex marido de Ema. En “Anoche”, cada uno de los personajes (bien delimitados, por cierto) tiene su pequeña historia. Y en una sola locación, que es el mencionado departamento de Pilar – conservando la estructura de obra teatral – se irán resolviendo (o no) los hechos recurriendo a un estilo bien costumbrista y dinámico, ganándole así a aquella idea de que “cuatro personajes hablando en un departamento es algo simplista y corriente”. Aquí Loreti parecería volver a sus orígenes en varios sentidos: presupuesto acotado, una propuesta simple pero efectiva, locaciones pequeñas y todo lo que tiene que tener una buena comedia con subtramas a las que conviene prestarles atención. Detalle no menor: un elenco convincente desde el comienzo. Es un gusto seguir viendo cine nacional no ambicioso y del bueno.
La Sirena: La dama del agua. El año pasado el estreno de “La Novia (Невеста, 2017)” de Svyatoslav Podgayevskiy trajo una bocanada de aire fresco a una cartelera de cine de género que, en general, venía siendo floja. Desde ya, el cine europeo, muy alejado de los cánones de la gran industria de Hollywood, casi siempre propone nuevas historias y algún que otro nuevo recurso o forma. Eso alivia, es esperanzador y propone una renovación que los consumidores del terror siempre aprecian. “La Novia” – la tercera película del realizador –partía de una idea interesantísima: recurriendo a una escalofriante y milenaria tradición rusa (la de fotografiar a los muertos con los ojos pintados sobre los párpados, dando la ilusión de que seguían vivos y, mediante la cual se podía, según decían, capturar su alma para siempre), el film basaba su trama en posesiones y rituales oscuros del sigo pasado que persistían en la familia del co-protagonista hoy en día. La película contaba con muy buenos sustos, manejaba muy bien el misterio y el suspenso, y era por demás original. El mismo director ahora nos propone otro film de género también recurriendo al folclore eslavo: “La Sirena, La leyenda jamás contada (Mermaid, 2018)”; y hasta utiliza a la misma actriz protagonista: Viktoriya Agalakova. Aquí los personajes principales también están a punto de casarse y el novio recibe las llaves de una cabaña junto al lago que heredó de su familia. Allí conoce a una extraña mujer que se le aparece permanentemente y lo hipnotiza hasta enfermarlo. Esto desencadenará una pesadilla para todos los integrantes del grupo que tendrán que buscar la forma de poder salvarse de ella. La temática en torno a esta criatura mitológica resulta, en principio, atractiva; pero a medida que pasan los minutos la trama va decayendo de a poco y el miedo y la tensión nunca se hacen presentes. Qué distinta era “La Novia”, que ya desde el comienzo ponía los pelos de punta. “La Sirena…” no logra sostenerse y los personajes se vuelven insulsos y sin fuerza. La película no tiene potencia narrativa y el guión hace agua por varios frentes. Hay detalles que quedan truncos y los hechos se presentan confusos. Más allá de estos factores, el potencial del cine de Podgayevskiy se vislumbra en sus personajes femeninos: la mujer tiene un papel preponderante en las historias, tanto como heroína, víctima o villana; y hasta parecen como avejentados, sacados de la Edad Media, como una huella inequívoca del cineasta. En “La Sirena…” vemos repetición, sucesos forzados, efectos especiales cuestionables y hechos predecibles. Quizá vendría bien que Podgayevskiy vuelva a sus orígenes, repase sus primeras películas, reconozca sus falencias en ésta última, y así poder barajar y dar de nuevo.
ROMA: No me olvido de dónde vengo. Ya es sabido que Alfonso Cuarón es un realizador enorme en todas sus formas. Lo demostró a lo largo de todas sus películas, pero el hecho es que “Roma (2018)” marca un quiebre emocional, un cambio radical, que tiene más que ver con su propia historia que con la de alguien más. Se dice que ésta película es autorreferencial, y eso constituye una verdad casi absoluta ante los ojos de cualquier espectador avezado. Es por esto que “Roma”, que refiere su título a Colonia Roma, barrio natal de Cuarón en el Distrito Federal de México, tiene todo para pensarse como una película autoral y totalmente personal. Su cálida mirada de clase, los relatos de la familia protagonista (seguramente sacados de su propia familia), los largos planos secuencia y el recurso del blanco y negro para todo el film – que sin duda hace alusión a los recuerdos- convierten a la película en un retrato íntimo aunque ambicioso, poco convencional para el cine de estos tiempos, y por ese motivo, arriesgado. El personaje predilecto de Cuarón en todo momento es Cleo, una empleada doméstica de una familia de clase media alta. Ellos la quieren, forma parte del círculo íntimo, le tienen confianza ciega y, Cleo, siente un afecto especial por el más pequeño de ellos, a quien arropa todas las noches y despierta cálidamente para desayunar. En esa representación de relación casi de “madre- hijo”, encontramos las huellas de un realizador criado por mucamas de los años 70 en México. Así la película se convierte en un claro homenaje a ellas. En el seno de esa familia, por supuesto, pasan cosas, y esas historias –algunas más chicas que otras- van cobrando forma y adquieren significación es sí mismas. La mujer de la casa y Cleo son más parecidas de lo que creíamos. Cada una parada socialmente de diferente forma, son mujeres fuertes que la pasan mal la mayor parte del tiempo. Y los hombres aquí son los necios y arrogantes. “Roma” es íntima, como ya se dijo, pero en esa intimidad también confluye un contexto social de peligrosas revueltas callejeras. Lo privado y lo público se entrecruzan constantemente con imágenes hipnóticas, además de los exquisitos detalles y reconstrucción de época que conforman un bellísimo y exhaustivo trabajo de arte para cada escena, y la también evidente labor de fotografía del propio Cuarón. Desde un hermoso y extenso plano secuencia hasta una épica dramática como pocas. Desde un profundo realismo hasta las fantasías y sueños de una muchacha de clase baja. Desde lo social y universal hasta lo más personal. Alfonso Cuarón sin duda es- entre otras cosas- un maestro de los contrapuntos, y ésta película suya se convierte en una obra digna de verse en pantalla grande no sólo por su imponencia visual sino por su perfecto trabajo con el guion. Obviamente, también es un estreno simultáneo de Netflix, mundial, y la pueden ver AQUÍ. Para quienes quieran verla en cines, se proyectará en Buenos Aires en CINE ARTE BAMA (Av. Pres. Roque Sáenz Peña 1150, CABA), Horarios: 14:20 17:00 19:30 22:10 (Subtitulada).
Cadáver: Un fantasma viene a verme. Luego de ver una película como “Cadáver (The Possession of Hannah Grace, 2018)”, uno se queda pensando en cómo son las modas, las épocas, las rachas en el cine de género por estos tiempos. Y éste en particular – el subgénero sobre las morgues, las autopsias y los cuerpos inertes que nos regaló exponentes interesantes en los últimos años- corre con la misma suerte. Pertenece, ni más ni menos, a una moda. Y tal es así que películas como la española “El cadáver de Anna Fritz (2015)” y la inglesa “La Morgue (The autopsy of Jane Doe, 2016)” marcaron el advenimiento de otro tipo de films dedicados a los fenómenos paranormales. Pegaron fuerte, gustaron y todos especulaban con que representarían el inicio de una serie de películas similares. Pasaron los años, no aparecieron en un buen momento (por lo menos no en términos comerciales), pero hoy somos testigos del estreno de un nuevo exponente. Megan -la actriz canadiense Shay Mitchell, vista ya en varias series- quedó desempleada en la policía debido a un incidente con su compañero, del cual es responsable. Buscando un nuevo trabajo acorde a su profesión, no tiene mejor idea que comenzar en la enorme morgue de un hospital, cumpliendo el turno nocturno totalmente sola. En una nueva entrega, a Megan le llega un cadáver extraño (debido a su rostro, su postura y sus antecedentes). Y allí la película del holandés Diederik Van Rooijen comienza a crecer a pasos agigantados. Lo interesante de “Cadáver” es que se parece a otras pero no es igual a ninguna. Desde su inicio poco sorpresivo (un ritual de exorcismo a una joven con muy buenos momentos), dejando pasar tres meses en la cronología de la película, hasta llegar a la morgue en cuestión, nada parece salirse de lo habitual dentro de los cánones del género. El film despliega su fuerza a partir de los hechos misteriosos que le ocurren a su personaje protagonista, que conocemos luego. Su potencial es justamente ese: con un presupuesto limitado logra tensión, drama y un definido crescendo en los hechos. Sumado a eso, el film opta por algunos recursos nuevos para los sustos, tiene escenas ocurrentes y visualmente es increíble. Aunque por momentos puede resultar un poco “televisiva” en su estructura, indaga correctamente en el drama de la protagonista –ni mucho ni poco, correctamente- y crea un mundillo de pequeñas historias: la de la exorcizada y su padre, la de la médica amiga, la del policía ex novio. Así, la película puede pecar de caótica, sin embargo nada queda librado al azar y va construyendo una atmósfera propia de suspenso que coquetea con otros géneros diferentes. “Cadáver” es otro buen exponen del género –quizá no el mejor dentro de su temática- que los amantes del cine de terror disfrutarán, e incluso hasta puede que le perdonen algunos detalles predecibles. En definitiva, tiene todo lo que tiene que tener como película de horror y lo importante es que se sostiene hasta el final.
Vestigios de un amor A Mónica Lairana, directora argentina con varios cortometrajes y premios en su haber, claramente le interesa la sexualidad y la intimidad, pero en sus historias no resigna los espectos más humanos y simples de la vida. Con La cama (2018), su ópera prima, Lairana vuelve a demostrar ser una realizadora sensible y minuciosa. Jorge (Alejo Mango) y Mabel (Sandra Sandrini) son una pareja adulta que pasa su último día en convivencia antes de la separación definitiva y la venta de la casa familiar en la que vivieron juntos buena parte de su vida. Mientras desmantelan la casa (sacan ropa, corren muebles y comen en el piso) intentan hacer el amor por última vez y fallan, como broche de oro del desmantelamiento también de su relación. Con planos largos, estáticos, íntegramente observacionales, Lairana construye un relato crudo de una relación amorosa en decadencia y del cruel paso del tiempo. Los protagonistas están desnudos casi toda la película, y así en cada pliegue, en cada arruga, encontramos la vida misma, y nos permitimos alejarnos de cualquier estereotipo de belleza. Para estos dos personajes el mundo se les viene abajo y no hay mucho que puedan hacer al respecto. Lloran, se ríen, se abrazan, se aman, se odian. En esa misma contradicción rige la complicidad con el espectador, que a su vez se encuentra siendo un voyeur. La cama carece de banda sonora, lo que le otorga una rareza atractiva e hipnotizante. Otra decisión acertada de la directora para sumergirnos en la realidad y el minimalismo más puros, sin artificios técnicos ni complejidades. El film es lo que es y no pretende ser más. Porque en una historia sencilla como esta puede encontrarse el más genuino de los relatos. El ser humano es un animal complejo y Lairana lo comprende a la perfección.
El horror tiene cara de diversión No es novedad que dentro del terror, y más precisamente dentro del subgénero Slasher, los parques de atracciones del horror sean el escenario de historias de adolescentes que van a divertirse y terminan muertos de miedo. O peor. Hell Fest: Juegos diabólicos (2018) recurre a este ambiente y brinda al espectador más nostalgico una nueva dosis de este afán macabro de disfrazarse y asustar a la gente por amor al arte. Un asesino enmascarado encuentra en un parque de atracciones de terror el lugar ideal para llevar a cabo los más salvajes crímenes. Un grupo de jóvenes -entre los cuales está Bex Taylor-Klaus, a quien vimos en la serie spin off de Scream– es asediado por esta misteriosa persona que se escabulle fácilmente. Los amigos primero creen que todo es parte del mismo juego, pero luego irán descubriendo que quizá este personaje tenga algo que ver con el crimen de una chica en ese mismo lugar hace algún tiempo. Todavía hay quienes se siguen animando a recrear el subgénero que encontró su época dorada en los años 80. No obstante, previamente a esa década se vieron algunos ejemplos de películas de temática referida a los parques de atracciones, por ejemplo El gabinete del Dr. Caligari (1920), una de las obras maestras que llevaron el expresionismo alemán al cine. Otro exponente interesante fue Freaks (1932), más ambientado en el entorno circense, sobre la venganza de un grupo de fenómenos como consecuencia de castigos varios. Más hacia los 80 vendría La casa de los horrores (1981) y posteriormente La casa de los 1000 cuerpos (2003) de Rob Zombie. El background para las producciones modernas fue tan amplio que hoy día los híbridos siguen aflorando. Hell Fest: Juegos diabólicos, del director de Actividad paranormal: la dimensión fantasma (2015), tiene varios plus. Uno de los más importantes sin duda es la participación breve pero potente de Tony Todd, aquel rostro emblemático e inolvidable de Candyman (1992). El otro es la dirección de arte: entramos en los recovecos de este parque que consiste en laberintos, luz ultravioleta y colores chillones. Como si se hubiera tomado una referencia directa de atmosferas del cyberpunk y del neón. Así el film se convierte en algo muy atractivo visualmente, por más que la historia se reduzca a un par de sustos con un ritmo narrativo más bien lento.
Pañuelos para la historia: El mismo dolor. La historia de los desaparecidos y asesinados como resultado de espantosas dictaduras no sólo es una asignatura pendiente de Argentina. En Turquía, por ejemplo, en los años 90 surgió un modelo muy parecido de Estado y un régimen que contemplaba el secuestro, la tortura, el asesinato y la desaparición de personas. “Pañuelos para la historia (2015)”, el documental del fallecido Alejandro Haddad y Nicolás Valentini, retrata el viaje de Nora Cortiñas, actual líder de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, a Turquía para reunirse con las Madres kurdas, que se inspiraron para su lucha en referentes argentinas. En este viaje, somos testigos de cómo se van fusionando las diferentes culturas, idiomas e historia, pero el dolor y la lucha son los mismos. Nora asiste a manifestaciones y actos conmemorativos enarbolando la bandera argentina y la foto de su hijo sobre su pecho. Lleva consigo un traductor permanente; pero a pesar de no entender el dialecto, se mimetiza con estas mujeres incansables perfectamente. El film va desde un acto en Plaza de Mayo en 2012 hasta la casa de Nora en Castelar, como periplo intimista del recorrido del que seremos partícipes luego, a lo largo de la película. Por supuesto las imágenes emotivas están pero no fue necesario recurrir a escenas de archivo de todo lo que ya conocemos para retratar la problemática. Lo bueno del film de Haddad y Valentini es que no recurre a lo trillado. Cotiñas (en esta doble lucha que se muestra) es todo el tiempo el centro de la atención e incluso funciona como veedora internacional ante las autoridades de la ONU en Ankara, cuando las Madres turcas presentan una carta con su reclamo. Dice la historia que los habitantes del pueblo kurdo –cuyo territorio fue repartido después de la Primera Guerra Mundial entre Turquía, Siria, Irak e Irán – no buscan la secesión, sino una amplia autonomía, para no perder su lengua y su cultura. Debido a la brutal represión que sufrieron por parte del estado turco y grupos paramilitares a su servicio, las llamadas Madres de la Paz de Diyarbakir, así como las Madres de los Sábados de Estambul, no ceden en su lucha para conseguir justicia y obtener también una paz duradera, para que no se vuelvan a repetir los trágicos sucesos. “¡No más desapariciones!”, exclaman a viva voz. “Pañuelos para la historia” es relevante, interesante, necesaria. Hay una herida que para muchos sigue abierta, y el cine – como nos tiene acostumbrados- nunca se quedó atrás a la hora de retratar estas cuestiones y muchas otras tantas de tinte social. Sin dudas, ver a Nora en acción inspirará a aquellos que no la conocen en persona y, además, motivará en cualquier lucha que se quiera emprender.
Los valientes Desde El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999), cuando surgió el cine de cámara en mano, somos testigos de una ola de producciones de este estilo que, en alguna medida, llegó a agobiarnos. Algunos films eran excelentes, otros no tanto; pero esa edad dorada del found footage (supuestas filmaciones artesanales encontradas por terceros) dio origen al subgénero del mismo nombre que hoy ya es un clásico. A su vez, luego del éxito de películas como Invasión Zombie (Busanhaeng, 2016; muy conocida también como Train to Busan), el cine coreano viene pisando fuerte con producciones que apuestan cada vez más a la tensión y la adrenalina, con ritmos narrativos cada vez más dinámicos. Gonjiam: Hospital maldito (2018) toma este recurso que, claramente, ya dejó de ser novedoso, para retratar una historia de espíritus en un hospital psiquiátrico abandonado. Un grupo de youtubers exploradores urbanos decide adentrarse en la oscuridad y los recovecos de este lugar endemoniado (el más aterrador de Corea del Sur y el más tenebroso del mundo, según registros reales) para grabar en vivo una nueva edición de su programa. Los jóvenes valientes están muy bien equipados, con una cámara cada uno sobre la cintura o los hombros. Así el espectador es testigo de lo que ven los seis chicos al mismo tiempo. La trama gira en torno a una leyenda urbana que cuenta que los pacientes de la institución mental se suicidaron en masa y que luego su directora desapareció misteriosamente. En medio de fotos raras, ruidos escalofriantes y una puerta que nadie pudo abrir nunca, estos chicos se involucran cada vez más en la historia sin saber que todo puede ponerse peor. La realidad es que el film de Beom-sik Jeong resulta interesante dentro de lo trillado de la temática. Utiliza buenas dosis de tensión y suspenso, visualmente es impactante y las actuaciones son de realismo puro. Además cuenta con un giro acertado hacia el final. A pesar de tomarse su tiempo para contar los hechos, Gonjiam: Hospital maldito cumple con los códigos del cine de terror más tradicional. Hay pocos momentos impredecibles pero el escalofrío y la incertidumbre nos inundan en varias oportunidades, hecho que hace que los más puristas del género también la disfruten.