Todo el año es Navidad: Quiero ser Papá Noel. La Navidad y su víspera representan una época del año tan agitada como esperada. Dicha fecha está atravesada por mitos, costumbres y culturas de índole universal, pero a su estrella principal (Papá Noel o Santa Claus) no la inventamos los argentinos. El realizador Néstor Frenkel, quien cuenta con una interesante trayectoria en el género documental, se propone ahondar en esta figura emblemática por medio de una película con personajes pintorescos. “Todo el año es Navidad (2018)” no se centra en una, sino en varias historias: las de aquellos hombres de carne y hueso bajo el traje de Papá Noel. Como los artistas que confeccionan su vestimenta para algún Carnaval de verano, estos hombres están los 365 del año pensando en esta festividad, porque para ellos no sólo es un trabajo, sino que es una misión de vida. A estos “seres angelicales” no les importa el calor ni las largas jornadas que pasan sentados en un shopping, para ellos construir un momento único, construir esa fantasía y alegrar a los más chicos ya se volvió una necesidad. El documental de Frenkel, además, es interesante en otro sentido, ya que es inevitable comparar todo trabajo seriado, repetitivo, con horarios fijos y paga media como éste con un régimen capitalista, en el cual justamente la figura de Papá Noel es un mero producto de marketing. Entonces, se puede decir que todos estos Santa Claus vendrían a ser “los explotados por el sistema”. Y si hilamos más profundo, el círculo continúa: las marcas y empresas multinacionales se instalan en la mayoría de los países del mundo (a esta altura también es inevitable recordar la imagen de Coca-Cola con el Papá Noel saludando e impartiendo “felicidad” en los ploteados de los camiones de carga) y nosotros asimilamos y consumimos sus productos sin ningún cuestionamiento. De igual modo, estos hombres asumen el trabajo sin más. El retrato de Frenkel nos vuelve a tirar de las orejas exclamando a viva voz “Así funciona el mundo”. El film igualmente tiene su contrapartida puesto que ninguno de estos hombres es oficinista, ninguno cumple un horario específico –excepto quizá el profesor de Educación Física-, a ninguno se lo ve estresado o agobiado por el ritmo laboral de todos los días. Todos, o casi todos, tienen otros trabajos y hobbies, claro, pero ninguno se relaciona con el “régimen capitalista” tal como lo conocemos ya que algunos hacen manualidades, deporte, tienen bastante tiempo de ocio, disfrutan de la vida (según se nos muestra en el documental). Por último, algo por demás atractivo en la película de Frenkel es el homenaje directo a otro film: “Todo el año es Navidad (1960)”, de Román Viñoly Barreto protagonizado por Raúl Rossi y basado en el éxito de la serie de TV protagonizada también por Rossi y dirigida por Roberto Herraiz. En esta escena elegida por Frenkel para iniciar, dos niños miran al cielo esperando la llegada de Santa Claus. A uno de los protagonistas de la película de Frenkel en un momento se lo ve decir “Yo vine a este mundo para interpretar a Papá Noel”. Sobre esta premisa, somos testigos de un relato sobre los sueños, las identidades, las satisfacciones e insatisfacciones, y sobre los artífices de una farsa llamada Navidad.
Marilyn: Déjenme ser feliz. Marilyn (2018), la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, aborda un caso real donde lo que más importa es la identidad de cada ser humano. Son tiempos modernos. Son épocas en las que el cine sobre adolescentes en búsqueda de su identidad y sexualidad es necesario. De igual modo, en su momento fue necesario también hablar sobre la última dictadura militar y los desaparecidos, y de la misma forma, en otras épocas, abundaban las historias costumbristas y el cine sobre familias disfuncionales. Hoy el foco del cine está puesto en la rebeldía adolescente, el primer amor y la necesidad de ser quienes queremos ser barriendo con los mandatos sociales. Marilyn (2018), la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, está basada en una historia real. Marilyn es la historia de Marcelo Bernasconi, un chico condenado a cadena perpetua por matar a su madre y hermano. La película de Rodríguez Redondo no justifica este hecho, sino que propone un recorrido, poniendo sobre la mesa verdades que mucha gente ignora: la opresión, el rechazo familiar, el bullying y la “pacateria” de un pueblo de campo frente a las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo. Marcos -encarnado por un más que acertado Walter Rodríguez– es el protagonista de esta historia de encierros, maltratos, vergüenza y desamor. Luego de que su padre- interpretado por el siempre brillante Germán de Silva– el único integrante de la familia con quien tenía algún tipo de conexión, muriera repentinamente, Marcos queda completamente solo tratando de construirse como persona. El único momento en que lo vemos feliz es en el ansiado Carnaval del pueblo, donde –con una máscara- oculta su rostro pero no la identidad deseada. Se viste de mujer y baila; pasa desapercibido como hombre, mimetizándose perfectamente entre la gente, sintiéndose cómodo y alegre. Pero lo bueno dura poco. Él tiene que volver a su casa como varón para enfrentar día a día a su familia. Su madre, una mujer recia y parca, que lo castiga casi sin razón y un hermano indiferente a todo lo que pasa alrededor. Aquí el film de Rodríguez Redondo recalca cuán importantes son los vínculos y el afecto de la familia en momentos de crecimiento y vivencias adolescentes. Más allá de estas pálidas, la película es colorida con un personaje decidido y desprejuiciado, convencido en llevar adelante su deseo y concepción de sí mismo. Marilyn no es una película más sobre la temática de salida del closet; sino que representa el drama de un protagonista sorprendente en sus actos. Para ello, la cámara cercana de Rodríguez Redondo captura cada gesto, cada acción y movimiento, como si fuera casi una extensión del cuerpo de Marcos. En la película, además, es evidente la cuestión de clase. La familia de Marcos es humilde y está sometida a las reglas del patrón que los presiona cada vez más. Marcos lleva una mochila doble en sus espaldas: ser gay y ser pobre. El sometimiento tanto físico como emocional atraviesa a todo el film y, así, las actuaciones de todos –no sólo de Walter Rodríguez- le dan veracidad y realismo a las situaciones. Trágica pero muy disfrutable, Marilyn tiene un guión sin fisuras, con un recorte del caso real muy particular, tomando sólo algunos elementos clave para ir construyendo los personajes y ficcionalizarlos de forma atractiva. Una película necesaria que no tiene desperdicio.
Perversiones, misterio y amor El cine de Tamae Garateguy siempre se caracterizó por no pasar inadvertido. Puede gustar o no gustar, pero nunca resultará indiferente, sobre todo por su visión de la mujer y su evidente gusto por lo excéntrico. Hasta que me desates (2017) captura la esencia de dos personajes caóticos e irracionales, golpeados emocionalmente. Desde que se conocen (ella es una bailarina que concurre al consultorio del cirujano plástico Gonzalo Quintana con el rostro casi desfigurado) ese hecho los va uniendo cada vez más y los lleva a una espiral de deseo, sexo, sadomasoquismo y bondaje. Garateguy recorre con su cámara testigo los costados más oscuros de ese particular ambiente y los mimetiza con las personalidades de sus dos protagonistas. Otro dato no menos interesante que todo lo anterior es la contraposición de clases sociales: por un lado, la clase adinerada de Nordelta y Puerto Madero, con casas exuberantes y una falsa vida perfecta, y por el otro la clase media en el corazón de un barrio común y corriente, en cuyas calles los autos se estacionan a levantar chicas y donde desde los clubs nocturnos pueden escucharse gritos o verse toda clase de personajes vestidos en látex y cuero. Y hablando de este dúo actoral, Martina Garello y Rodrigo Guirao Díaz funcionan perfectamente como pareja de ficción. Él quizás un poco parco en su actuación; ella trasmitiendo delicadeza y desfachatez al mismo tiempo, pero también desbordando belleza con su rostro de Marilyn Monroe moderna y de pelo lacio. Después de Mujer Lobo (2013), Garateguy lo hace de nuevo: la mujer es el epicentro de la historia en este híbrido de thriller psicológico, amoroso y dramático. Y una vez más, mucho para analizar, mucho para reflexionar por sus múltiples planteos. Hasta que me desates es intensa, impredecible, salvaje y extrema. Consigue mucho más que dejar pensando al espectador: lo interpela, lo seduce y no lo suelta. Con belleza visual y musical, nos recuerda a una de las mejores películas de Pedro Almodóvar, La piel que habito (2011), que nos dejaba un sabor amargo pero excitante.
Universo artificial de amor La sinopsis oficial de la película reza “Ajenos a la obsesión sexual que invade al resto de los adolescentes de su pueblo”, al referirse a sus dos jóvenes protagonistas. Pero al ver Amor urgente (2018), la tercera película de Diego Lublinsky, nos remite a todo lo contrario. Esto no es algo malo. El film es un extraordinario retrato sobre el amor en tiempos anteriores, la inocencia y la construcción de vínculos verdaderos. Pedro y Agustina se conocen en Resignación (un nombre inventado curioso para un pueblo ficticio). Ella arriba a un barrio con reglas propias y particularidades, en el que Pedro ya vivía hace un tiempo con su familia. Ambos se cruzan en lugares comunes: el colegio, las fiestas, y de a poco comienzan un vínculo –primero de amistad, luego amoroso- bajo la mirada de sus compañeros. Van despacio, se toman su tiempo y, sobre todo, encaran una relación de profundo compañerismo y confianza. Este vínculo es distinto al de los demás adolescentes del lugar y eso llama la atención de todos. Pero Pedro y Agustina no quieren ser menos. Además de este vínculo bien cuidado por ambos, su necesidad de estar juntos sexualmente es palpable, aunque ninguno de los dos lo demuestre o admita. Es por esto que da la sensación de que la película de Lublinsky gira en torno a esto todo el tiempo. Y es lógico. Son adolescente que pasan mucho tiempo juntos y tienen las hormonas revolucionadas. Así el film se apoya en un tema particular: la primera vez. Esta trama simple, simpática, nostálgica, se representa con un recurso más que original: escenarios teatrales con retroproyecciones que van acompañando todo el tiempo a los personajes. Unas hermosas fachadas de casas, balcones, puertas, ventanas y calles de tierra que nos remiten al cine más clásico, en el que veíamos a la rubia conduciendo un auto por la carretera mientras detrás suyo se pasaba una película en una tela de fondo. Cuando vemos esto, sin duda, no podemos hacer más que sonreír. Este coming of age resulta ser una apuesta arriesgada para el cine de estos tiempos pero a su vez una grata sorpresa. Al principio esta forma de representación seguramente desconcentre un poco al espectador, pero hay que entender su esencia y sentido para poder disfrutar de Amor urgente. A los actores quizá les falta un poco de couching (excepto en los casos de Fabián Arenillas, Gonzalo Urtizberea y Paola Barrientos) pero esa no versatilidad se diluye en este combo de artificialidad buscada y simpatía desbordante.
Crónica de una muerte anunciada Ahí viene (2017) es la ópera prima de Federico Jacobi, cuyo nombre simboliza casi todo lo que pasa en sus 62 minutos: ahí viene la muerte, ahí viene la pelea, ahí viene la caída, ahí viene la soledad, más allá de que esa frase se mencione solo un par de veces en el film. La sinergia de la trama pasa íntegramente por esas dos palabras mágicas. En una casa simple de clase media un hombre se va deteriorando físicamente con el correr del tiempo. Viudo y lejos de su hijo, con quien mantiene una relación complicada, sus únicos compañeros son los objetos y las pertenencias que lo rodean, estos se van resignificando y estropeando al igual que él. Su casa, venida a menos por la dejadez, conforma prácticamente el único escenario para este drama realista, dinámico y –por suerte- nada lacrimógeno. Ahí viene cuenta con Daniel Quaranta en su elenco. Un actor que ya vimos brillar en otros films, que se aleja de ese “perro Molina” de los suburbios lóbregos del conurbano (El Perro Molina, José Campusano, 2014) para acercarse más a un hombre como cualquiera de nosotros: deprimido, solitario, caprichoso; el típico personaje limitado físicamente y, por tal motivo, resentido y disconforme con su alrededor (a veces con razón y a veces no). Producido de manera autogestiva, cooperativa y comunitaria, el film de Jacobi tiene varias escenas movilizadoras, poniendo el foco y toda su fuerza dramática en un personaje con la espalda suficiente como para soportarlo, y que cambia su actitud de cara a una muerte inminente. La psiquis humana no es algo fácil de entender, y Jacobi lo simplifica muy bien. A medida que la representación de la vejez y los flashbacks se repiten, este potente protagonista se roba la pantalla y al mismo tiempo se desvanece en ella… como si estos dos opuestos estuvieran destinados a convivir de manera perfecta en la película.
Retrato de un duelo desde lo femenino El universo femenino puede ser muy difícil de entender y mucho más de representar. Como dicen por ahí, cada mujer es un mundo, y ese mundo íntimo, intenso y algo críptico es retratado con la sensibilidad propia de otra mujer. Mercedes Laborde lleva al cine su primer largometraje, El año del león (2018), mostrándonos qué le pasa a una adulta de más de 40 años frente a una pérdida tan abrupta y dolorosa. Flavia (Lorena Vega) es algo fría, rígida y está sumida en su propia rutina. Transita el duelo de su viudez tras estar en pareja ocho años. De repente, no solo se encuentra sola y desorientada con algunas situaciones cotidianas que se le presentan, sino que tiene que lidiar seguido con los caprichos de Lucía (Malena Moirón), la hija de su novio fallecido. La relación entre ellas se tensa cada vez más y ambas intentan encontrar el equilibrio (la nena conectándose de alguna manera con las pertenencias de su padre en la casa y Flavia tratando de hacer su vida de a poco como puede). Todo esto bajo el mismo techo. Con una puesta en escena cuidada, planos contemplativos y un notable trabajo en la dirección de actores, Laborde realiza una obra de la que cualquiera se podría apropiar con cariño por su calidez y sencillez. La película es lo que es y no pretende ser más. Esa puede ser la clave para construir desde lo propio la figura de una mujer que irá mutando de acuerdo a sus sensaciones. Un personaje que se volverá impredecible, para sorpresa del espectador. Con destacable labor de Lorena Vega, a quien pudimos ver en el ámbito teatral y participar de algún que otro film argentino, El año del león cuenta con una cámara casi imperceptible que nos permite entrar en esa casa llena de recuerdos y emociones. Nos permite acceder, incluso, al entramado de dos mujeres que, pese a la gran diferencia de edad, tienen muchísimo en común.
Está hablando del faso Dicen por ahí que el humor salva al mundo. Dicen por ahí que el cine como arte tiene la capacidad asombrosa de transformar. Y en un país como Argentina, con varias asignaturas pendientes todavía, el mockumentary –o falso documental- Traigan el porro (2017), dirigida, guionada y producida por Denny Brechner, parece traernos un halo de esa frescura transformadora bajo una actitud desfachatada (en el mejor sentido de la palabra). Todo comenzó en Uruguay semanas antes de que se apruebe la legalización de la marihuana con un video que se volvió viral –visto por más de un millón de personas en todo el mundo- en el que se mostraba cómo en una farmacia de barrio se ofrecían brownies de cannabis. Después la legalización fue un hecho pero había otro problema: faltaba materia prima para su producción. Así, el mismo equipo de la farmacia crea la falsa Cámara Uruguaya de la Marihuana Legal con el apoyo del mismísimo José “Pepe” Mujica, en ese entonces presidente, como parte de una prueba “piloto” del propio gobierno, que consistía en viajar a los Estados Unidos y traer esa mercadería. Lo que parecía ser una propuesta de película casera, imposible de ser tomada en serio, se vuelve toda una producción de nivel, siempre apelando al delirio consciente, a los diálogos desopilantes y a escenas perfectamente contadas que recrean satíricamente una misión secreta y hasta reuniones con embajadores y el ex presidente Barack Obama (con imágenes de archivo adaptadas y editadas acorde al tono y la situación). La pregunta obvia del espectador es cómo Denny Brechner ha conseguido todo esto, pero eso no importa. Era un momento memorable. Todo el mundo estaba mirando a Uruguay y el realizador aporta su granito de arena con desparpajo: de una apuesta simple y cómica a un film más elaborado, no pretencioso pero tampoco improvisado que “habla del faso”.
La mujer sin rumbo Si hay una palabra que define a esta, la última película de Inés de Oliveira Cézar, es “crisis”. La crisis individual (y por momentos existencial), la crisis de pareja, la crisis –podríamos decir- habitacional, y algunas otras crisis más en torno a Abril (María Figueras), la mujer inestable, emocionalmente perturbada y personaje principal de La otra piel (2018). Como se dijo más arriba, uno de los problemas -sino el más importante- de Abril es que se la pasa buscándole un sentido a su vida. Abandona a su novio Octavio (Rafael Spregelburd), a su casa con sus plantas, a su familia. Para ellos, Abril desaparece de repente. Pero no para el espectador, que la ve y la sigue todo el tiempo en su camino a recorrer: luego de un romance con final incierto, viaja a Brasil, pasea por zonas solitarias y tiene algún altercado. Éste es el entramado sobre el cual la realizadora construye una historia más bien observacional sobre la psiquis femenina, como nos tiene acostumbrados con su filmografía previa: La entrega (2001), Como pasan las horas (2004), Extranjera (2007) y Cassandra (2012), entre otras. Para esto, uno de los recursos por los que opta De Oliveira Cézar es la lectura de textos de La Terquedad, pieza que el propio Spregelburd presentó en el teatro Cervantes en 2017, lo que dota a la película de cierta rareza. La otra piel está cargada de emociones y sugerencias, pero peca de un guión un tanto lento y desconcertado, hecho que no permite conectarse y empatizar del todo con su protagonista. No llegamos a saber realmente qué es lo que mueve a dicho personaje a actuar como actúa. Esa incertidumbre no se resuelve nunca y el desenlace de la película es idéntico a todo el resto: no pasa demasiado. Quizá se le pueda rescatar a La otra piel, por lo menos a primera vista, que es tan simple como genuina en su intención, y que parece alejada de grandes pretensiones tanto estéticas como narrativas. Y que su directora relata una historia sin solemnidad innecesaria ni artilugios rebuscados. Su marca está presente todo el tiempo entre la ficción y la subjetividad. Y quizá ese factor sea lo que realmente atraiga al espectador ávido de acompañar a un personaje de este estilo en su viaje existencial, encontrando en la experiencia de esta mujer una identificación o extrapolación de sucesos propios.
El tercer largometraje del director Marcelo Burd es un retrato acerca de los habitantes de Olacapato, una pequeña localidad de la provincia de Salta, para luego meterse de lleno en historias más concretas, como la de un matrimonio de maestros que convive día a día con la falta de suministros y con carencias de diferentes tipos. Los chicos aprenden y se alimentan todo el año en esta escuela-comedor que les brinda una segunda casa y hasta los cuida de enfermedades. Cada día implica un nuevo desafío para cada alumno que aprende más que leer y que sumar y restar: los profesores, con esfuerzo y dedicación, les enseñan valores que le servirán durante toda su vida. Pero el sueño de volar, de poder ganar un poco más de dinero y de ir a Buenos Aires a trabajar siempre está. La pareja, entre lágrimas e impotencia, debe decidir si comienza de nuevo en otro lugar o se queda a pelearla allí en el pueblo. Marcelo Burd no titubea y hasta utiliza las metáforas para poder representar temas y subtemas que no parecen sencillos: el cohete que con botellas de plástico le enseñan hacer a sus alumnos es algo muy parecido a la sensación de volar lejos de allí. Los Sentidos (2015) es un documental más bien observacional, un poco intimista y apela al espectador a ser un poco más consciente de la realidad de los otros.
Imparable Ver a una buena actriz en plena acción siempre es un placer. Luego de haber ganado un Premio Oscar por su papel en Monster’s Ball (2002), luego también de formar parte del elenco de películas pochocleras como la saga X-Men (2000, 2003, 2006, 2014) y sobre todo, luego de su rol lleno de tensión en 911: Llamada Mortal (The Call, 2013), a esta altura ya es indudable que Halle Berry puede hacer lo que quiera. En Desaparecido (Kidnap, 2017) vuelve a estar a la altura de las circunstancias. El film del español Luis Prieto es realidad pura y dura. En una tarde de sol en el parque, el pequeño Frankie (Sage Correa) desaparece de la vista de su madre. La terrorífica impotencia de la situación se transforma en una bestia indomable cuando la mujer ve que a lo lejos una persona se lo está llevando en un auto. Nada la detendrá hasta recuperarlo cueste lo que cueste, y demostrar que se metieron con la madre equivocada. Es así cómo nos vamos adentrando en este mitad drama mitad thriller, que incluye, en su mayoría, secuencias de road movie que vienen muy bien para agilizar el relato y despegarse un poco de lo íntegramente lacrimógeno. La tensión es constante, casi no hay respiro; y si bien hay algunas escenas un tanto inverosímiles, la película no decae en ningún momento. Halle Berry acompaña siempre muy bien, hecho que nos la recuerda en papeles jugados -aunque no tan relacionados con éste- que han enaltecido películas varias: cómo olvidarla en Swordfish: Acceso autorizado (Swordfish, 2001). Después de ser una “chica Bond”, la actriz vuelve a demostrar su versatilidad y, aunque la temática de Desaparecido fue vista centenares de veces en el cine de Hollywood – recordemos el caso de Búsqueda Implacable (Taken, 2008) con Liam Neeson-, parece necesario reivindicar aun más la figura femenina por sobre todas las cosas. Con un guión ágil y efectivo, buenos toques de acción y un trabajo meritorio de montaje, el film de Prieto mantiene al espectador cautivo todo el tiempo. Con una trama simple que no pretende ser ambiciosa, coherente en sus formas y con una buena mezcla de géneros, Desaparecido es un cocktail femenino imparable.