Juegos de seducción y masoquismo. Sólo dos personajes en escena, la tensión sexual les sale por los poros en un proceso que primero se representa a través del disgusto para luego -ni lerdo ni perezoso- dar lugar a la más pura energía erótica que termina por derivar en sadomasoquismo. Dicho esto, que es muy poco para describir esta película, vemos la marca distintiva de Roman Polanski, el mítico realizador polaco que basa su cinta en la obra homónima del dramaturgo David Ives, un éxito de la temporada 2010 en Nueva York. Luego de una cansadora jornada de audiciones en búsqueda de una actriz para protagonizar su adaptación de la novela La Venus de las Pieles de Leopold von Sacher-Masoch, el director teatral Thomas Novacheck (como siempre sobresaliente Mathieu Amalric, haga lo que haga), se topa con Vanda (Emmanuelle Seigner, esposa de Polanski). Esta mujer, grotesca pero exuberante, es todo lo contrario al perfil refinado que Novacheck busca en una actriz. Pero Vanda despliega toda su feminidad y termina sorprendiendo al artista. Tan sólo una locación es suficiente para desarrollar esta historia de 96 minutos. El mérito de Polanski es que nunca aburre, ni siquiera con diálogos tan extensos y sin cambio de entorno. Porque la atmósfera propia es todo y la performance de Seigner deja atónito a cualquiera. El juego de seducción, el engaño, las miradas y la poca ropa. El espectador se convierte en el personaje masculino en cuestión, rodeándolo una hermosa intelectualidad. Inquietante, atractiva por demás, jugada, osada, erótica. Grandes condimentos para el cine en una sola película sin recurrir al sexo explícito. Claramente una historia dentro de otra y la perfecta y obsesiva dualidad: dos adaptaciones (una en la realidad y otra en la ficción), dos personajes (el masculino muy parecido a Polanski), la figura de una mujer en la realidad y su metamorfosis para la ficción. Como dice su nombre, aquí todo es una cuestión de piel. ¿Forma parte La Piel de Venus de aquella serie de películas clásicas del director basadas en gran medida en la claustrofobia? ¿Se cumple el canon cultural que manejamos desde antaño, basado en el precepto de que el hombre domina la relación amorosa? ¿Es ésta la mejor adaptación al cine de Polanski? Algunas preguntas al salir de la sala pero varias certezas también: ésta es la quinta adaptación de la novela de Sacher-Masoch, Seigner y Amalric estupendos luego de ser pareja ficticia en la entrañable La Escafandra y la Mariposa (Julian Schnabel, 2007), y podemos seguir. Estamos ante un Polanski en estado puro, y aun más exacerbado, que toma la figura del “macho” y lo destroza en mil pedazos, tal como se lo escuchó decir alguna vez. El ganador del Oscar como Mejor Director por El Pianista vuelve a la carga con una cinta meticulosa y sofisticada con buenas dosis de humor. ¿Qué más se le puede pedir a este realizador que, al fin y al cabo, termina por identificarse con las fantasías ocultas de muchos?
La inocencia de un robot. Fusión entre Robocop y Wall-E, y con reminiscencias a muchos otros films, Chappie quizá nos marque un momento en el que puede acuñarse un subgénero que aún no se ha oficializado como tal: el de los robots en un futuro sumamente inseguro y violento. Hombre y máquina no conviven en armonía precisamente, por más que la lectura general sea que han llegado para quedarse y para salvarnos. Chappie es el primer robot creado con capacidad de pensar y sentir por sí mismo. De ser un androide de la compañía Tetravaal al servicio de la policía pasa a ser un recién nacido que tendrá que aprender de cero cómo sobrevivir en un mundo hostil. Rodeado de criminales, Chappie tendrá que entender cuál es la diferencia entre el bien y el mal y, sobre todo, decidir de qué lado está. Como tantas otras, es innegable que ésta película exacerba la tontería propia del ser humano de querer colocarle conciencia a un artefacto. No estamos muy lejos de eso; hasta llegamos a encariñarnos con los electrodomésticos que están a nuestro alrededor, hecho que nos vuelve cada vez más materialistas y dependientes. Pero la cinta de Neill Blomkamp es mucho más que todo esto (que parece demasiado). Chappie tiene muchas características y clichés propios del género pero además se anima a arremeter con temas sensibles como la crianza de un “niño” que acaba de venir al mundo, mechado con una dosis de espiritualidad relacionada con la muerte. Igualmente la gracia de una película como ésta no es encontrarle el costado sensible o emotivo sino más bien disfrutar de un relato inteligente y bien llevado dentro de la ciencia ficción. No podía esperarse menos de Blomkamp, creador de las elogiadas Sector 9 (2009) y Elysium (2013), que traduce todos estos elementos en un nuevo film por demás vertiginoso. A esto hay que adicionarle más componentes de color, como son las apariciones de personajes reales: los raperos Ninja y Yolandi Visser cuyas voces se pueden escuchar en la banda sonora, y que además interpretan a una pareja de gangsters. Por otro lado, se destaca Hugh Jackman como referente racista y trepador, y una Sigourney Weaver en un papel pequeño, como nos tiene acostumbrados últimamente. Sharlto Copley, rostro emblemático de la apocalíptica y ya mencionada Sector 9, le presta su voz al robot protagonista, mientras que Dev Patel (Slumdog Millionaire: ¿Quién quiere ser millonario?, 2008) es creíble en el papel de su creador. Una pareja muy acorde a la hora de retratar la complicidad. Meritorio trabajo de un director que decide filmar en su natal Johannesburgo y que nos propone un final abierto y un tanto innecesario, como si quisiera dejarnos un mensaje. Un desenlace que quizá no fue el más afortunado pero que, por suerte, no estropea la trama.
Cómo esconder a tu hija y no morir en el intento Al hacer mención de Ariel Winograd como director, ¿cómo no acordarse de los dos ladrones que uno termina queriendo en medio del robo del siglo, o la historia de los chicos judíos maltratados en tono de comedia, o de lo desastrosa que puede resultar una primera boda?
El ocaso de un ganador El género documental resulta tan peculiar en sus propiedades que no siempre es fácilmente realizable ni disfrutable. Un determinado tema puede ser muy interesante para llevarlo a la pantalla, pero luego puede pecar de tedioso si no se lo sabe representar, sumado a que no todo público está abierto a consumir estos trabajos. Soy Ringo (2015), opera prima de José Luis Nacci, sorprende para bien. Nos llegamos a compenetrar tanto con su personaje como con su historia, y eso ya es meritorio.
¿Qué puede resultar de un intento de réplica casi exacta de Twister (1996), la famosa película de Jan de Bont que arrasó con la taquilla en su momento?. Protagonizada por Helen Hunt y Bill Paxton-y en un papel casi ínfimo y poco memorable, Philip Seymour Hoffman- Tornado relataba la historia de una mujer que se dedica a perseguir estos fenómenos climáticos utilizando la ciencia, debido al trauma de haber perdido a su padre en una tormenta. Ya de grande, se tiene que enfrentar a otro hecho traumático: la separación definitiva del hombre que aun ama. Las aristas de esta película son varias. El tornado es sólo la excusa para retratar el "torbellino" de emociones internas por las que pasa una mujer llamada Jo a la edad de 40 años y cómo su ex marido aun tiene el poder de desequilibrar su estructura. La película de de Bont es por momentos muy dramática aunque tiene final feliz. Así y todo, logra hacer que el espectador se tensione y comience a ver a la ciencia ficción muy mezclada con lo terrorífico. Como decíamos, por estos días se nos presenta una copia casi exacta del clásico basado en el libro de Michael Crichton (Jurassic Park). Dirigida por Steven Quale, tan idéntica pretendió ser que uno hasta logra ofuscarse con algunas escenas. Con un inicio sumamente desprolijo y con la intención de provocar un alto impacto que no llega a ser tal, la cinta va haciendo agua por los costados. Con tomas innecesarias que pretenden ser lacrimógenas e incluso reivindicativas de los personajes, el film se vuelve aun más efímero. Un claro ejemplo de ello es el momento en que, luego de casi perder la vida en el ojo de la tormenta, estos personajes ingresan a una iglesia para descansar. Pero la intención camuflada de tal recurso es en realidad el afán del director por trabajar la culpa y el perdón de sus protagonistas de manera trillada en un escenario obvio. Sobre los efectos visuales realmente no hay mucho que destacar. Ya el afiche promocional denotaba una cierta superficialidad en lo estético que se traduce además en una película carente de dramatismo, rígida en estructura y que, por sobre todas las cosas, no tiene un guión interesante, sino sólo una trama repetida, evidente y burda. Al contrario de la historia un tanto más profunda que sostiene con firmeza el film de 1996, En el tornado se basa en relatos y subrelatos flojos que llegan incluso a marear: un grupo de científicos persiguen tornados con sus cámaras filmadoras, un festejo de graduación que se ve truncado por el intenso temporal, un chico que quiere declararle su amor a una compañera de colegio y que, para ello, le ofrece ayudarla con un trabajo, un padre que busca a su hijo perdido luego del colapso de un edificio, y así podemos seguir citando. Cuando un guión carece de una base sólida en la cual sostenerse, se fuerzan historias dentro de otras que jamás se conectan ni complementan, y que hasta funcionan como un intento de obra coral (fallida, por supuesto). Quizá de un "cuento" más simple y corto se hubiera obtenido un resultado superior. ¿Qué está pasando con la ciencia ficción fuera de Steven Spielberg, Ridley Scott, James Cameron y J.J Abrams, sólo por citar unos pocos ejemplos?. Evidentemente a otros directores se les está complicando encontrar la raíz de una buena película del género. En en tornado cae en la bolsa de cintas olvidables que ni Sarah Wayne Callies (The Walking Dead) puede salvar.
¿Cómo puede sentirse un hombre al descubrir que su mujer lo engaña?. ¿Qué sensaciones se despiertan ante ese engaño y la mentira del ser amado?. ¿Cuánto puede resistir una persona una carga semejante, que incluye además el sentimiento de humillación?. Arrebato, escrita y dirigida por Sandra Gugliotta y protagonizada por el siempre brillante Pablo Echarri, explora la psiquis de un profesor de literatura y escritor de novelas policiales que empieza a investigar sobre Grotsky, un caso mediático y con un personaje más que interesante involucrado. Esta historia será la columna vertebral para su futura ficción del mismo nombre que la película. Ya desde el comienzo del film podemos inferir que este nuevo trabajo que emprende Luis Vega, autor del libro, lo sumirá en algo extraño y oscuro que se hace cada vez más visible y denso con el correr de los minutos, y cuya consecuencia será un vuelco rotundo en su vida. Contribuye a eso el halo de misterio alrededor de los personajes de Mónica Antonópulos y Leticia Brédice, dos mujeres que atormentan la mente del escritor y que lo confundirán en más de un sentido. Con algunos elementos predecibles, Arrebato parecía condensar el mismo guión que Tesis sobre un homicidio (Hernán Goldfrid, 2013), pero- para sorpresa nuestra- no va por el mismo camino. Su estructura es un poco más sólida y no cae tanto en la simpleza, aunque tampoco se puede afirmar que tenga una trama muy enmarañada. Hay que reconocer que el policial argentino está atravesando un período raro. Si pensamos en El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009) podemos recordar escenas y hechos memorables en su trama y un libre extraordinario. En cambio, si nos basamos en la ya mencionada Tesis..., quizá le quede un poco grande el género, partiendo de un horrible guión para terminar de hundirse con malas actuaciones. En esta oportunidad, un producto que desde el preconcepto más llano e injusto podía llegar a defraudar se convierte en algo realmente interesante, dinámico y dramático, con buen acompañamiento musical y algunas dosis de suspenso. No será un gran referente del cine policial nacional pero quizá sea recordada como una película que tiene lo suyo y se puede defender. La investigación de un caso famoso, un libro en pleno proceso de escritura con detalles escalofriantes, una búsqueda personal, el destape de una patología. Sobre estas varias aristas se cierne la última película de Gugliotta que resultará interesante para distintos tipos de público. 3/5 SI
Testosterona pura. Así podría definirse a esta tercera entrega de Los Indestructibles, con algunas salidas- Mickey Rourke, por ejemplo- y algunas "entradas". Estos irrompibles se renuevan invitando a rostros y cuerpos más jóvenes, pero a no desesperar... no desaparecen los originarios. En una de sus tantas misiones, el grupo de Barney Ross (Sylvester Stallone) casi pierde a uno de sus integrantes, César. El líder decide así dejar de lado a los "viejos" indestructibles y convocar a reclutas nuevos que estén más a la altura de las circunstancias, al menos en cuanto a edad se refiere. Así viaja a diferentes partes del mundo para conocerlos. Un ex marine, la propietaria de un club nocturno, un experto en informática, un profesional de las armas y un francotirador parkourista (por Parkour) parecen ser los indicados para el trabajo. La idea oculta de Barney en realidad es poder vengarse de un antiguo enemigo. Destacando siempre el enorme acierto de Stallone en cuanto a juntar a los mejores y más grandes iconos del cine de acción de los años 80, en esta entrega hay otras incorporaciones más: Robert Davi, a quien recuerdo en mi infancia por Los Goonies (1985); Wesley Snipes (super villano en la película futurista El Demoledor -1993), quien aquí interpreta al "Doctor Muerte"; Harrison Ford, con un papel pequeño y poco interesante y Antonio Banderas, un personaje por demás sobresaliente y que le adiciona más humor a la trama. Sin ánimo de spoilear, se puede decir que la mejor escena de Los Indestructibles 3 es aquella en la que Barney y Stonebanks (un villano bastante creíble encarnado en esta oportunidad por Mel Gibson) se despojan de sus armas de fuego para pelear cuerpo a cuerpo en un charco de agua. Este es sólo un pequeño elemento que funciona como innovador en la película. Un Indestructible que puede arrojar su arma y pelearse como en un ring. ¿Les resulta familiar?. Si bien esta última es la más floja, la trilogía encierra a las mejores películas de acción que hablan de películas de acción. Ya la primera parte fue todo un éxito entre los fanáticos, con las dosis justas de humor-¿qué mejor que ver a los grandes veteranos del género riéndose de sí mismos?-. Pero lo interesante es que se hace una parodia fina de ese cine, un homenaje acertado, una película que no se presta para las burlas y que toma con respeto a estos personajes fundamentales de los famosos films llamados "de tiros". Una película acorde para las mujeres también, aunque faltaría un poco más de carne desnuda, pero la idea de Stallone fue ir más allá de los símbolos sexuales y de los "viejos sensuales". Una vez más el creador de Rocky (1976, 1979, 1982, 1985, 1990) y Rambo (1982, 1985, 1988) dio en la tecla para brindarnos un producto correcto, un verdadero show de adrenalina, músculos y tatuajes. Quizá estas películas no queden la memoria como sus grandes clásicos, pero imposible olvidar a estos tipos rudos llenos de humanidad. 3/5 SI
Con los pies en el espacio. Definitivamente Guardianes de la Galaxia no es una película más de Marvel que se pierde entre muchas otras. Este film dirigido por James Gunn encierra tantos elementos enriquecedores que hasta llega un momento que abruman. Esto no constituye un aspecto negativo; por el contrario todas estas cosas hacen que veamos en pantalla una película que pisará fuerte, aunque no haya tenido el mismo éxito la historia gráfica. Sobre el cómic, vale aclarar que el film se distancia bastante de él. Gunn apostó por hacer hincapié en la nueva generación de defensores del universo, aquellos pertenecientes al llamado “Grupo de 2008” en la versión original. Es decir, los legendarios protectores del espacio aquí no se hacen presentes, lo que da como resultado una trama más moderna plagada de rostros más frescos, cuyo fuerte es sin dudas el humor. Digamos que los cinco personajes (muy diferentes entre sí) se vieron las caras por primera vez en una situación muy particular: el robo de una poderosa esfera. A partir de allí, la historia contrae un ritmo vertiginoso pocas veces visto en el universo cinematográfico marveliano. Con sus diferencias y cuestiones personales a flor de piel, estos protagonistas comienzan así el famoso “camino del héroe”. En lo estético, la película de Gunn sí es bastante fiel al cómic; y en lo que a banda sonora se refiere, nos regala todo un repertorio de música ochentosa inigualable. Ni hablar de los guiños y homenajes a clásicos del cine como Footloose (1984) y la mención a El Halcón Maltés (1941) en un chiste al pasar. Tremendo acierto en el guión. A pesar de que no desarrolla en profundidad ninguna de las historias individuales de cada “guardián” (excepto la de Star Lord), entendemos que esto no es posible en una sola película, por lo que se espera en films venideros un retrato más focalizado. Tampoco lo hace con el villano Ronan (interpretado por Lee Pace), que no fue del todo fuerte y de quien me hubiera gustado conocer más. Destacables Chris Pratt para sorpresa nuestra y Michael Rooker (Merle en la serie The Walking Dead) como Yondu. Pequeños papeles les han tocado a Benicio del Toro como El Coleccionista y a Josh Brolin, escondido tras el rostro “hulkiano” (por Hulk) del temible Thanos. Hay que reconocerlo, Guardianes de la Galaxia es una de las mejores películas de Marvel Studios, incluso colocándose por encima de Los Vengadores. La buena noticia para los fans es que habrá Guardianes para rato…
Alemania, 1945. Una familia de pro nazis numerosa y una muchacha que ya desde chica se planta en la vida al comienzo del film. Ella es Lore, hermana mayor de cuatro hermanos que pasa a ser la cabeza del grupo familiar tras la captura y muerte de sus padres, a quienes llama por sus nombres de pila. Ya ese vínculo es llamativo. Es la primera vez que soy testigo de que los alemanes que admiraban a Hitler pasan "las de Caín". Un relato lento aunque sumamente original sobre una temática más que explotada en el cine actual (tanto europeo como americano), pero con el foco puesto en la otra cara de la misma moneda. A pesar de esto, Lore no parece querer darnos una lección de vida ni reivindicar a los alemanes nazis como tales. Se podría interpretar como otro enfoque que no peca de ser extremista porque no termina de tomar una postura definida ni desarrolla en profundidad los variados aspectos que toca. Así y todo, nos quedamos con el estupendo trabajo de la directora Cate Shortland con sus actores, casi todos de muy corta edad, en medio de praderas inmensas, el intenso color verde y el negro de las tintas para teñir la ropa. El vestuario. Un romance que no fue. La muerte que siempre acecha. El sonido de la mismísima nada. Todo esto en una impecable puesta expresiva, sincera y definida. No hay lugar para la improvisación. En Lore está todo furiosamente dado. Lo pacífico de las grandes llanuras se va perdiendo en la mirada de estos niños huérfanos. La desesperación por encontrar comida y los avatares del clima. El miedo a ser atrapados. El vivir escondiéndose. Lore nos muestra ese largo camino lleno de piedras, donde la esperanza no es moneda corriente. Un desenlace contundente y simbólico, en el que la pérdida de la inocencia y el quebrantar mandatos familiares será la clave para torcer el destino. Lore es de esas películas que no se olvidan tan fácilmente.
¿Quién da más? No hay duda de que la última saga de El Planeta de los Simios es ambiciosa. Se focaliza en cuestiones diferentes a sus antecesoras y, cronológicamente hablando, siguió con esa corriente (que se hizo famosa con La Guerra de las Galaxias) de relatar los hechos de adelante para atrás. Con todo esto, parece fácil sostener que la segunda película de esta trilogía no se trata de un simple refrito sino que continúa con un fenómeno que se va poniendo cada vez mejor con el paso del tiempo. La segunda entrega llamada Confrontación es exactamente eso: luego de conocer sus orígenes tres años atrás, aquí se arma una verdadera guerra entre la raza humana y los primates por ver qué bando será el más capaz de sobrevivir y conquistar el mundo (o, mejor dicho, la ciudad). Este hecho se imparte en escenas gloriosas, secuencias certeras, efectos visuales poderosos y un César ya líder y maduro. Todo esto en 130 minutos que no queremos que lleguen a su fin. Entrando aun más en la historia, la colonia de simios vive en armonía hasta que (como hemos visto centenares de veces) el hombre irrumpe con sus armas imponiendo el desorden. La originalidad de la puesta yace sobre los personajes principales: ambos quieren la paz. Las dos caras opuestas de esta guerra buscan lo mismo; mientras que toda la fuerza antagónica está puesta en Koba, el mono con cara de malo y el más violento de su especie. Es cierto que algunos elementos resultan muy familiares con respecto a otros tantos films: la pandemia provocada por un virus, los humanos metiendo sus narices donde no los llaman, el maltrato y los experimentos en animales como idea base, una trama apocalíptica con atmósferas de ruinas, maquinarias oxidadas y más desolación; pero al ver la película por lo menos tenemos en claro que no desea encarar el mismo enfoque. En esta oportunidad nos sentimos en el medio de algo grande. La sensación es que algo realmente trascendente está por suceder. La conquista del mundo por parte de simios evolucionados a grados impensados… o la raza humana como dominante de un mundo que no sabe cuidar. Para esto hacen falta conexiones con las películas anteriores y cerrar el círculo a la perfección. Esta película lo consigue y la que viene lo hará aun mejor. Dirigida por Matt Reeves, El Planeta de los Simios: Confrontación no sufre la falta de James Franco, de quien no se sabe más nada, sino que apuesta a una nueva cara, Jason Clarke, y se anima a dejar de lado el rostro de Gary Oldman, que aquí se ve poco. Efectiva por donde se la mire.