El tucumano Martín Falci nos presenta La hermandad, un documental que retrata los días de convivencia por los que pasan cerca de 500 estudiantes en el desarrollo del campamento del Gymnasium. En el año 1948 se fundó Gymnasium, la única escuela universitaria sólo para hombres (hasta el 2018). Allí, todos los años, se organiza un campamento obligatorio en el que conviven los más de 500 alumnos del instituto. Martín Falci nos sumerge en este evento, sobre todo desde la mirada de los niños de 10 años, que son quienes participan por primera vez. La cámara sigue las actividades de los chicos, pero sin intervenir demasiado. Simplemente está ahí, captando el día a día, los juegos, las conversaciones, el descontrol que se da en algunos casos, pero sobre todo “la hermandad” entre estos jóvenes. Los planos generales nos dejan ver la inmensidad del predio donde se encuentran, la cantidad abismal de chicos, quienes por más de una semana comparten sus secretos, sus inquietudes, se divierten y aprenden a conocerse, no sólo entre ellos, sino a sí mismos. Si bien este documental nos cuenta que de este campamento participan cerca de 500 chicos, la historia se focaliza principalmente en un grupito centrado en los más chicos. Un grupo de nenes que refleja la amistad durante este periodo de la vida. Una relación inocente, que no pide nada a cambio más allá de momentos de risa, de diversión y de complicidad, sobre todo a la hora de tener que realizar algún tipo de travesura. Al fin y al cabo La hermandad es un documental sobre la amistad y el cuidado entre los pares. Difícil no sentirse identificado y regresar por un momento a aquella época donde, rodeado de nuestros compañeritos, todo era risas y bromas internas. Por ahí había alguna que otra pelea, pero nada que no se pudiera arreglar en lo que duraba un chasquido de dedos. La hermandad es una película que refleja la inocencia y la amistad casi incondicional que sólo se puede dar en ese momento de la vida. También muestra, justamente, “la hermandad” que se da entre los más chicos y los más grandes.
Luego de su paso por el Festival de San Sebastián y el Festival de Cannes, llega este jueves a las salas de cine Que sea ley, un documental de Juan Solanas que busca retratar la importancia de que el aborto sea legal, seguro y gratuito. Se estima que cada año se realizan cerca de 500.000 abortos clandestinos en Argentina, de los cuales 50.000 acaban con complicaciones graves. Los números también indican que cada semana una mujer muere en el país por someterse a esta práctica. El año pasado millones de mujeres tomaron las calles para exigirles a las autoridades que sancionen la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Durante ese 2018 ocurrió algo histórico en Argentina: la lucha por la despenalización y la legalización del aborto llegó al Congreso. Pese a haber obtenido la media sanción en la Cámara de Diputados, el proyecto de ley fue finalmente rechazado por parte del Senado. Es en este contexto que Juan Solanas toma la cámara y sale a las calles para retratar a las mujeres que se movilizaron para exigir la autonomía de sus cuerpos y, por ende, la interrupción voluntaria del embarazo. Pero no sólo Que sea ley se enfoca en lo acontecido durante los debates en la Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores y los días previos y posteriores a esto, sino que además pone foco en las víctimas de la clandestinidad. Juan Solanas nos acerca a aquellas mujeres, principalmente de bajos recursos, que decidieron someterse a un aborto y las condiciones paupérrimas en que debieron hacerlo. La violencia obstétrica y la violación de derechos por parte de las autoridades son moneda corriente en estos hechos y este documental no es ajeno a eso. Qué sea ley es un documental emocionante para quienes militan por los derechos de las mujeres en general, y por el aborto legal, seguro y gratuito en particular. Juan Solanas nos acerca el testimonio en primera persona de aquellas mujeres que debieron someterse a un aborto ilegal (y por ende inseguro) y denuncia, en algún sentido, a los grupos antiderechos que sólo se muestran interesados en empujar a las mujeres a la clandestinidad (y una posible muerte). Que sea ley podría ser acusado, por aquellos que militan en contra de los derechos de las mujeres, de mostrar una sola campana de la historia, pero la realidad es que Juan Solanas se enfoca en exponer una (cruda y única) verdad: las decenas de mujeres que se ven violentadas, año a año, por no poder acceder a un aborto legal, seguro y gratuito.
Luego de Z: La ciudad perdida, el cineasta James Gray y el actor Brad Pitt (quien fuera productor) vuelven a verse las caras, esta vez por Ad Astra: Hacia las estrellas, una nueva película sobre los viajes al espacio. Hacer una película sobre el espacio es una apuesta difícil (menos a nivel marketinero, que ahí siempre funciona). Más si tenemos en cuenta la existencia de 2001: odisea del espacio, del mítico Stanley Kubrick. La vara quedó muy alta y prácticamente ninguna otra película de esta índole pudo siquiera acercase (aunque, en este punto, podemos destacar la gran labor que hizo Christopher Nolan con Interestelar). James Gray consigue dar un par de vueltas de tuerca y presenta una propuesta bastante interesante. Brad Pitt se pone en la piel de Roy McBride, un reputado astronauta que debe emprender un viaje ultraconfidencial hacia Marte. Esto porque se cree que su padre, el comandante Clifford McBride, quien se consagró como el astronauta más importante de la historia tras liderar una misión espacial que tenía como objetivo buscar vida inteligente más allá de Neptuno, está enviando una serie de rayos cósmicos contra la Tierra. El objetivo del joven McBride es claro: contactar con su progenitor (a quien creía muerto) para solicitarle que detenga estos ataques que amenazan con destruir la vida en el planeta. James Gray envía al personaje de Brad Pitt a un viaje tanto externo como interno. Roy McBride no deberá hacerle frente sólo a la soledad del espacio, sino a la suya propia. Pese a casi no haber tenido relación alguna con su padre, imitó cada paso que éste dio (incluso abandonar a quienes más ama y dedicarse de lleno al espacio). Es así que Ad Astra: Hacia las estrellas, finalmente, nos hará viajar como espectadores entre la infinidad del espacio y el drama interno del protagonista. Gran parte del peso de la película cae sobre los hombros de Brad Pitt. El actor se muestra cómodo en su papel. Su actuación es acertada y creíble. En todo momento logra transmitirnos los sentimientos por los que está atravesando su personaje: alguien duro, que no quiere que los otros vean su verdadero ser, pero que, por mucho que lo intente, no puede ocultar cómo le afecta la posibilidad de que su padre esté vivo. Por momentos nos dejará ver, con sólo una mirada, lo que pasa por la cabeza de Roy. Los climas que logra generar Ad Astra: Hacia las estrellas son su punto fuerte. En todo momento logra mantenernos tensos ante los acontecimientos que se van dando. La incertidumbre y el desconcierto, latentes de principio a fin, generan que uno como espectador esté siempre atento e interesado en la trama (pese a la presencia de varias escenas que no aportan nada a la película y que sólo suman un par de minutos innecesarios) Ad Astra: Hacia las estrellas logra dar una vuelta de tuerca a las ya “quemadas” películas sobre el espacio. Los climas que logra son acertados y mantienen atento e interesado al espectador. Brad Pitt se siente cómodo en el papel y brinda una actuación eficaz.
Diego Peretti protagoniza Iniciales S.G., la nueva película de Rania Attieh y Daniel García. Se trata de una tragicomedia que va perdiendo el gusto con el correr de los minutos. Diego Peretti interpreta, en esta ocasión, a Sergio Garcés, un actor de 50 años que se comporta como un joven de 20. Su sueño es convertirse en un actor reconocido, pero no consigue más que papeles secundarios. Muchas veces debe recurrir a participar en películas pornográficas para poder llegar a fin de mes. Entre mucha droga (principalmente marihuana) y alcohol, Sergio pasa sus días como si no tuviese ningún tipo de responsabilidad, hasta que su vida da un giro de 180°. Un crimen inesperado y la llegada de un romance no solicitado amenazan con romper su tan arraigada rutina. Como menciona el protagonista en un momento, la suerte en su vida depende de cómo le va a la selección argentina. Iniciales S.G. nos sitúa durante el Mundial 2014, cuando Argentina llegó a la final. Todos sabemos cómo termina esa historia. Es por eso que no es difícil anticipar cómo será el futuro del protagonista. Frente a una racha de ¿buena suerte? (aunque la realidad es que no tanto) todo termina desmoronándose por completo y, por primera vez en su vida, debe aceptar que los 20 años quedaron atrás hace mucho tiempo. Diego Peretti es un camaleón dentro de la actuación. Ya demostró, decenas de veces, poder adaptarse al papel que tiene enfrente. Su interpretación en esta entrega no es la excepción. En todo momento logra convencernos de ser ese típico “pendeviejo” que genera tanto cariño como rechazo. Su papel es, definitivamente, lo más destacable de esta película. El carisma que tiene ante las cámaras ayudan a salvar (o mejorar) cualquier película, por más mala que sea la trama que se plantea. Iniciales S.G. juega entre la comedia y el drama constantemente, aunque su fuerte realmente está puesto en la comedia. Al menos en esos momentos es en donde mejor funciona la película. El drama en sí se siente algo forzado y tirado de los pelos (sobre todo en lo que respecta a ese “crimen inesperado”). En esos momentos la película se desvirtúa bastante y la trama se va perdiendo entre un intento de halo de misterio que, finalmente, resultado sobreexplicado en cada escena. Iniciales S.G. es una tragicomedia con sabor a poco. La película va de acá para allá y la resolución del conflicto resulta inverosímil y torpe. Lo más destacable es, una vez más, la actuación de Diego Peretti, quien nuevamente demuestra ser un camaleón y adaptarse a lo que venga.
Con el protagónico de Érica Rivas y la participación de Pablo Rago, Leticia Brédice, Juan Grandinetti y otras figuras del cine argentino, llega este jueves a las salas de cine Bruja, la nueva película de Marcelo Páez Cubells. Érica Rivas se pone en la piel de Selena, una madre soltera que debe enfrentar la discriminación por parte de sus vecinos por ser la “bruja del pueblo”. Cuando una banda que se dedica a la red de trata de personas secuestra a su hija Belén (María de la Serna, hija de la actriz y de Rodrigo de la Sena), la ¿hechicera?, frente a la ineptitud y a la complicidad de la policía, pondrá sobre la mesa todo su conocimiento sobre magia negra para rescatar a la joven. No sólo la película toca un tema que ya se vio decenas de veces en la historia del cine (y que a esta altura, si no se le da una vuelta de tuerca resulta poco interesante), sino que además lo hace de una manera torpe, desprolija y poco creíble. Todo resulta completamente exagerado en Bruja, incluso las actuaciones, aunque, en este punto, podemos destacar a la multifacética Érica Rivas y a Miranda de la Serna, quien parece haber heredado el talento de sus padres. Uno de los puntos más flojos de la película (si es que acaso hay uno para destacar) son los efectos especiales. Hubiese sido mucho más noble no enseñar nada y que todo quede en la imaginación del espectador, que colocar efectos que parecen realizados con el Paint de Windows y que le sacan cualquier tipo de credibilidad (y seriedad) a la película. Lo único que, a grandes rasgos, podemos rescatar de Bruja es que, entre líneas, se deja entrever una denuncia sobre las redes de trata y cómo estas funcionan gracias a la complicidad de la policía y de los políticos de turno. También se hace foco en cómo las personas miran hacia otro lado frente a estas situaciones y sólo se muestran interesadas en actuar cuando el afectado es alguien cercano. Bruja comienza siendo una película de terror, pero termina siendo un horror de film. Tampoco ayuda cuando se aleja de este género y se vuelca más hacia un drama social. Ni siquiera la actuación de la siempre carismática y multifacética Érica Rivas ayuda a rescatar algo de esta no grata experiencia visual.
Llega a las salas de cine Paternal, el cuarto documental del cineasta Eduardo Yedlin. En esta ocasión nos adentra en la historia de Adolfo Roitman, curador de los «rollos del Mar Muerto». El documental, en un comienzo, se enfoca en retratar la vida más mundana de Adolfo Roitman. La cámara lo sigue por las calles del pueblo de San Juan en el que nació. Luego lo vemos recorrer Paternal, barrio porteño en el que se crío. Y, finalmente, nos traslada hasta el Museo de Israel en Jerusalem, donde se dedica a cuidar los llamados “rollos del Mar Muerto”, los manuscritos bíblicos más antiguos conocidos hasta la fecha. Eduardo Yedlin no sólo apunta a la historia de Roitman en sí, sino que también pone énfasis en la historia del judaísmo en general. Para contar esta historia, el cineasta no va hacia los típicos datos duros (archivo) o testimonios de terceros, sino que cuenta directamente con la palabra del mismísimo Adolfo Roitman. Si bien esto le aporta más entidad al relato, la realidad es que ocasiona que sólo se tenga una visión de las cosas y que, finalmente, el documental pierda dinamismo y se vea opacado por una única voz. Por momentos Yedlin parece perder el rumbo y no tener claro hacia dónde ir. Las idas y vueltas de la trama (la vida de Roitman en sí, la historia sobre Jerusalem en general y hasta un repaso por la santificación hacia la figura de Diego Maradona) ocasionan que, poco a poco, se vaya perdiendo el interés en lo que se nos está contando. Finalmente Paternal resulta un documental algo tosco del que poco se puede rescatar tanto sobre Roitman como sobre el judaísmo. Paternal es un documental que, finalmente, no llega a ningún puerto. Cada situación está contada por arriba y los diferentes puntos no logran aunarse entre sí. Además, cuenta con poca información respecto a los temas que se abordan.
Paola Barrientos protagoniza la nueva película de Natalia Smirnoff. La afinadora de árboles es una comedia dramática sobre los sueños y qué queda luego de cumplirlos. Tras recibir el premio más importante a la literatura infantil, Clara (Paola Barrientos) decide mudarse con su familia al barrio de su infancia: un lugar tranquilo, alejado del caos de la ciudad, con la excusa de redescubrirse a sí misma y contactarse más con su trabajo. Allí se reencontrará con Ariel, su novio de la adolescencia, y Carlos, el hermano de éste. La protagonista comenzará a cuestionarse su actualidad, tanto en lo laboral como en lo emocional. La relación con su marido no parece estar en su mejor momento. Cada día se los ve más alejados y la mudanza parece haber acrecentado esta mala racha. A esto se le suma el encuentro de Carla con Ariel y Carlos, hecho que parece reabrir un capítulo en su vida que creía cerrado. La relación con sus hijos tampoco es de las mejores: su hijo no obedece nada de lo que le ordena y la comunicación con su hija es escasa. Su vínculo con la editorial tampoco atraviesa un buen momento. Pese a sus reconocimientos en materia laboral, todo parece estar en una especie de «cuerda floja» en su vida personal. Es así que Natalia Smirnoff nos introducirá en el viaje interno de la protagonista (cabe destacar que todo está contado desde su perspectiva). La cineasta nos planteará qué queda luego de cumplir el sueño de nuestras vidas, especialmente cuando todo a nuestro alrededor parece desmoronarse. Carla no parece estar segura de qué es lo que realmente quiere y sus incertidumbres generan un clima de tensión e incomodidad que se hacen latentes desde un comienzo. Con un clima donde predomina la tensión y la incomodidad entre los personajes (cuestión realzada por el uso del sonido ambiente en todo momento), Smirnoff nos prepara para algo que nunca llega: la película finalmente nunca logra alcanzar el clímax. Si bien Clara logra concretar el recorrido para reencontrarse a sí misma y aquello que parecía haber perdido, la película deja sabor a poco. La afinadora de árboles resulta atrapante en un comienzo, pero se va desdibujando con el correr de los minutos. Mención aparte para la actuación de Paola Barrientos, quien no necesita palabras para expresar todo lo que le pasa por la cabeza a Carla.
El director y el protagonista de Un cuento chino, Sebastián Borensztein y Ricardo Darín, vuelven a hacer equipo en La odisea de los giles, basada en una novela de Eduardo Sacheri. La película nos sitúa en un pueblo del noroeste de Buenos Aires en las semanas previas a la crisis del 2001. El exfutbolista Fermín Perlasi (Ricardo Darín) y su mujer, Silvia (Verónica Llinás), emprenden, junto a Fontana (Luis Brandoni), una iniciativa para armar una cooperativa. Para eso se reunirán con los vecinos del lugar para proponerles que se sumen al proyecto. Todo parece marchar (ya contaban con una cantidad significativa de dinero), hasta que Perlasi accede a colocar la plata en una caja de seguridad, con la promesa de recibir un préstamo casi de inmediato. Diciembre del 2001. Se avecina la catástrofe. El ministro de economía de aquel entonces anuncia el llamado corralito: las personas sólo podrán sacar 250 pesos por semana de los depósitos bancarios. Luego de pasar un tiempo abatidos y enfrentados por la pérdida de su dinero, los vecinos descubren que fueron engañados por el gerente del banco y por Fortunato Manzi (Andrés Parra), un abogado corrupto, que al parecer tiene todos los dólares de los ahorristas ocultos en una bóveda que se encuentra en el medio de la nada. Es ahí que empieza la acción: los personajes ponen manos a la obra para recuperar aquello que tanto les costó conseguir y que les arrebataron como si nada. Para lograr que el espectador se sienta identificado con estos personajes (y por ende empatice con ellos), es necesario un “villano” acorde a la situación. Construido con una perspectiva casi caricaturesca (y grotesco por donde se lo mire), Manzi cumple al cien por ciento con estas expectativas. Al fin y al cabo, los villanos en esta película -tanto los de carne y hueso como las instituciones en sí-, representan aquello que tanto daño le hizo al pueblo argentino en ese pasado referido. Siguiendo con la línea de la empatía, también ayuda el hecho de que se sienta gran química entre los actores. En todo momento logran convencernos de que “no son delincuentes, sólo tratan de conseguir los que les pertenece”, como aclara el personaje interpretado por Chino Darín en una escena. Además, hay que tener en cuenta que son (casi) todos actores que, en mayor o menor medida, tienen una gran impronta dentro de lo que es la escena nacional. La película transita entre el drama, la acción y la comedia. Estos tres puntos se complementan entre sí y consiguen que uno como espectador atraviese un gran arco de sensaciones. La primera parte de la película apela más a lo emotivo y lo hace de una forma más que eficaz: logra emocionar al espectador sin caer en lugares comunes o en golpes bajos. La otra mitad es donde más se siente la acción propiamente dicha, allí vemos a los personajes idear y llevar a cabo el “plan maestro”. Tanto en las escenas más dramáticas, como en aquellas que resaltan la acción, la comedia es un elemento siempre presente. Con un humor argentino muy marcado, Borensztein consigue la risa del espectador hasta en momentos de máxima tensión, incomodidad o tristeza. Es así que La odisea de los giles funciona como una tragicomedia que logra llevar a los espectadores por diferentes estadios en cuestión de sentimientos. Con la época en la que se sitúa, el tema al que apela y el gran elenco que cuenta, no hay dudas de que La odisea de los giles se encamina a ser el gran estreno nacional del año. A esto se le suma el hecho de que es una película muy marcada por lo político y que se entrena en pleno desarrollo de las elecciones presidenciales, donde las emociones de las personas están a flor de piel. Sebastián Borensztein logra hacernos pasar por diversas emociones a lo largo de la película. La odisea de los giles consigue un equilibro perfecto entre el drama, la acción y la comedia. El gran elenco y la química entre ellos, hacen más entretenida la experiencia.
Luego de su paso por el BAFICI, llega a las salas Vigilia en agosto, la ópera prima del director cordobés Luis María Mercado. Se trata de una especie de thriller psicológico que, finalmente, hace agua por donde se lo mire. La historia gira en torno a Magda (Rita Pauls), una joven que está a punto de casarse con el Gringo. Los días previos a tal acontecimiento, la protagonista se da cuenta de que no todo es color de rosas y que su futuro marido no es un “príncipe azul”. Descubrir estos secretos repercute directamente sobre su salud y también sobre lo que la rodea. Aun así, la joven decide seguir adelante con los planes de boda, como si nada hubiese pasado. Se podría entender que Luis María Mercado pretende poner el ojo en la importancia que hoy en día todavía se le da al casamiento (sobre todo en los pueblos de provincia). También busca apuntar contra una sociedad patriarcal (todavía persistente), donde las mujeres deben callar y someterse a aquello que las apena. El hecho de que utilice una especie de thriller psicológico para construir una crítica sobre estos temas, provoca que la historia pierda su fuerza original y termine haciendo agua durante sus 78 minutos de duración. Constantemente se trata de instalar la idea de que algo malo está pasando (o está a punto de pasar), pero esto sólo queda como algo fugaz flotando en el ambiente. Realmente no se logra generar un ambiente tenso, de miedo, de incertidumbre. Todo queda en un ideal que no logra ser traspasado a la pantalla para llegar al espectador. Vigilia en agosto parece asemejarse más a una simple historia donde se sigue a una joven durante los días previos a su casamiento -y todo el caos mundano que este acontecimiento trae-, que a una historia casi de terror (como pretenden venderla). Vigilia en agosto finalmente no logra ni instalar el tema de género en cuestión (mujer que debe someterse a una boda que la está “pudriendo” poco a poco), ni funciona como una película de terror psicológico. La protagonista comienza a enfermarse poco a poco (tras el “hecho traumático”), aunque realmente sólo es una joven cortándose un dedo mientras cocina (¿¿??) o, luego, padeciendo lo que parece ser un simple cuadro gripal; algo que simplemente podría resumirse en los nervios previos a la boda, más que en algo terrorífico. La película no logra conectar realmente con lo que quiere vender. Pese a sus esfuerzos por generar un clima de incertidumbre (y hasta terrorífico), Vigilia en agosto no logra transmitir nada: es una historia opaca por dónde se la mire.
Con diversos títulos que apuntan a conflictos sociales en su haber, el cineasta Ulises de la Orden ahora trae a consideración la importancia del reciclaje. Nueva Mente es un documental que aporta el “lado B” de esta práctica. El cambio climático es, hoy, un tema de agenda a nivel mundial. Es por esto que, prácticamente, día a día surgen nuevas campañas sobre el cuidado del medio ambiente y la importancia de un buen reciclaje para combatir esta problemática. Nueva Mente es un documental que pone su foco en los residuos urbanos. ¿Qué ocurre en las plantas de reciclaje?, ¿quiénes están detrás de estos trabajos?, ¿qué hace el Estado al respecto? Estas cuestiones (y algunas otras) son las que se abordan en el nuevo documental de Ulises de la Orden. Pero no apunta en sí a las campañas que nos invaden constantemente en los medios tradicionales de comunicación, sino que trae el “lado B” de esta cuestión. Nueva Mente nos muestra un mundo desconocido para muchos. Uno de los tantos puntos a los que se hace mención es a la falta de conocimiento sobre lo que realmente se hace en el CEAMSE y la gente que trabaja allí: los “cirujas”, aquellos olvidados que trabajan día a día para poder reinsertarse en una sociedad que parece desconocer su existencia. Es en este marco donde el director aprovecha para hacer un repaso sobre las distintas crisis que afectaron a la sociedad argentina, y cómo los más marginados debieron acudir a las llamadas montañas del CEAMSE para poder buscar algo de comida. En este punto se da pie a testimonios que muestran cómo estas personas eran víctimas de represiones y de abusos por parte de las autoridades. Otra de las tantas cuestiones en donde el Estado (y parte de la sociedad argentina) decidió mirar para otro lado. Más allá de los conflictos ambientales que conlleva el mal reciclaje, Nueva Mente también apunta (y denuncia) contra las faltas de políticas públicas al respecto. Los testimonios señalan directamente contra el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que sólo parece acordarse de esta problemática cuando está en campaña. Los porteños parecen desconocer (o directamente ignorar) lo que ocurre en las plantas de reciclaje y el gobierno no parece hacer mucho para que esto cambie. El documental cuenta con decenas de imágenes de archivos y fuertes testimonios para respaldar las diferentes cuestiones que se abordan. Nueva Mente logra plantear estos distintos puntos de una manera eficaz y concisa. Nada queda prendido de un alfiler. Cada tema es desarrollado, explicado y respaldado con fuentes directas e indirectas que hacen que uno, como espectador, se replantee sus acciones frente a una problemática cada vez más grande y cercana.