Las hermanas Elsa y Anna vuelven a la pantalla grande en una aventura repleta de música. Frozen 2, al igual que su primera entrega, nos recuerda que una princesa (mujer) no requiere de un hombre al lado para lograr sus objetivos (mensaje que solía estar muy presente en las producciones de Disney). Anna y Elsa están más unidas que nunca. Por fin pueden compartir el tiempo de hermanas del que fueron privadas durante casi toda su vida. Elsa, por primera vez, se ve libre y cómoda con sus poderes. Anna disfruta de la compañía de quienes ama (Kristoff, el simpático Olaf, y, por supuesto, su hermana). Todo parecía marchar bien, hasta que un sonido por demás extraño comienza a acomplejar a la joven de pelo blanco. Es así que las jóvenes reinas, junto al muñeco de nieve y a Kristoff, se embarcan en una nueva aventura: emprender un viaje hacia el famoso bosque encantado, lugar al que nadie puede entrar, pero tampoco salir. En esta nueva andanza, las hermanas buscarán, además, comprender quiénes son realmente. Como en la mayoría de las películas (o producciones en general) de esta megacompañía, uno de los puntos claves es la música. Frozen (2013) contó con Libre soy, el famoso tema que hasta el día de hoy suena en cualquier cumpleaños infantil. En esta nueva entrega no hay una escena musical que destaque sobre el resto y se nos quede pegada en nuestro interior. De hecho, con el correr de los minutos, las constantes escenas musicales terminan siendo tediosas e injustificadas. Si bien las películas animadas de Disney están dirigidas a los más chicos, suelen contener mensajes ocultos para los adultos (quienes terminan disfrutando de la película tanto como los niños). En esta ocasión el mensaje principal sigue igual que en la primera entrega: una princesa no requiere de un príncipe que la venga a rescatar y con quien luego pueda vivir “feliz para siempre”. Frozen 2 remarca que el amor es algo que va más allá, un sentimiento, un lazo, que se puede tener con un familiar y/o un amigo
Luego de la sublime La Mula, el director de 89 años que, año tras año, nos deleita con una nueva película (pese a su avanzada edad), vuelve a la pantalla grande con El caso de Richard Jewell, otra historia inspirada en un caso real. La película nos sitúa en Atlanta, en el atentado que tuvo lugar el 27 de julio de 1996, en el marco de los Juegos Olímpicos de verano. Richard Jewell (Paul Walter Hauser), un policía frustrado devenido en guardia de seguridad, es uno de los encargados de mantener el orden en el lugar. Una bomba (encontrada por el protagonista) termina explotando en el festival, ocasionando la muerte de dos personas y decenas de heridos. Cuando todo parecía consagrar a Richard Jewell (por advertir esta mochila sospechosa) como el nueve héroe nacional, la historia termina dando un giro de 180°: los investigadores del FBI, ahora, están completamente seguros de que en realidad es él quien implantó la bomba en el estadio, con el objetivo de ser, de una vez por todas, amado y respetado por la sociedad. Si bien constantemente se considera a la figura de los policías como algo malo, hasta desagradable (en especial a los pertenecientes al FBI), también se instala la duda de qué tan realmente bueno es el protagonista de esta historia. La incógnita de: ¿y si los “malos” tienen razón y Richard es en realidad quien colocó la bomba? nos seguirá durante gran parte de la trama. La realidad es que ningún aspecto ayuda a creer por completo en la inocencia del protagonista, ni siquiera su exceso de bondad hasta con quienes quieren incriminarlo con cada paso que da. Como es común en la filmografía de este consagrado director, El caso de Richard Jewell también será una película que nos genere diversos tipos de emociones y sensaciones. Será cuestión de minutos para que pasemos del enojo a la risa, la conmoción, la incertidumbre, la indignación y más. Esto se hará aún más intenso para aquellos que no tengan noción sobre el caso real y cómo finaliza. El único punto en que la película flaquea es en el desarrollo de algunos personajes secundarios, como el de la periodista Kathy Scruggs (interpretada por Olivia Wilde). Si bien en un comienzo se la muestra como un personaje clave para el desarrollo de la trama (de hecho, en parte, lo es), con el correr de los minutos es dejada completamente de lado y sus apariciones hacia el final no aportan absolutamente nada a la trama. Misma situación se repite con algunos otros personajes secundarios. Si bien El caso de Richard Jewell es una historia dentro de todo sencilla (sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un hecho verídico), que no tiene grandes giros en su trama, es una película que nos mantendrá expectantes desde el primer minuto hasta el último, llegando a poner la piel de gallina en más de una ocasión. Las actuaciones también son claves para que esto sea así: Jon Hamm (agente del FBI) y Kathy Bates (madre de Richard) se meten de lleno en sus respectivos personajes y brindan escenas inolvidables.
Ian McKellen y Helen Mirren protagonizan El buen mentiroso, la nueva película de Bill Condon. Es una adaptación de la novela homónima de Nicholas Searle. La película nos presenta a Roy Courtnay (Ian McKellen) y Betty McLeish (Helen Mirren), dos jubilados que deciden tener una “cita” tras conversar amigablemente por una aplicación para buscar pareja. Él, un exsoldado con una rodilla destrozada y un hijo con el que no tiene contacto. Ella, una modesta exprofesora de Oxford. Claro está que, como dice el título de la película, él es, en realidad, un “buen mentiroso”. Su rodilla está bien y su situación económica aún mejor. Se pasa sus días estafando, de una manera muy pulcra y profesional, a quien sea que se le cruce por el frente. Casi de un segundo al otro (sin argumentos realmente fundamentados, al menos de una manera mínimamente lógica), la simpática anciana le ofrece a Roy que se vaya a vivir con ella. Él, claramente, acepta. A partir de la convivencia, la relación entre ellos irá in crescendo, hasta el punto de organizar viajes juntos (y proyectos de compartir lo que queda les queda de vida). Claro está que nosotros, como espectadores, sabemos que él no es realmente ese viejito indefenso que se muestra ante Betty y su familia. Es así que la trama pretenderá constantemente llevarnos y traernos en una suerte de thriller romántico. Mientras más avanza la trama, más preguntas comienzan a instalarse: ¿Roy realmente la quiere a Betty?, ¿Betty es verdaderamente tan buena como se muestra? La realidad es que ninguno de estos ganchos logra realmente atrapar e intrigar al espectador. La trama hace demasiado énfasis en lo superficial, en lo que se ve de afuera (una pareja de ancianos que pretende rehacer su vida), que termina dejando el suspenso (propiamente hablando) en un plano completamente secundario. El final pretende tomarnos por sorpresa, pero termina siendo torpe por donde se lo mire. La resolución del conflicto es completamente tirada de los pelos. Es tan pero tan poco creíble y descabellado lo que se nos muestra, que el personaje interpretado por Helen Mirren debe dedicarle varios minutos para explicarlo punto por punto. El plot twist final no sólo es fallido, sino que además peca de ser pretencioso; dos puntos que terminan de aniquilar una trama ya fallida desde el comienzo. Ni siquiera la imagen de dos actores tan consagrados como Ian McKellen y Helen Mirren hacen que la experiencia con El buen mentiroso sea aunque sea un poco amena. Sus personajes no solo son aburridos y llenos de estereotipos, sino que además sus acciones se contradicen constantemente (un problema persistente en el guión). Pese a sus intentos por ser intrigante y atrapante, la trama va desdibujándose mientras avanzan los minutos. El buen mentiroso es, en resumen, una película que pretende mucho más de lo que realmente da. Ni siquiera se termina de aprovechar la presencia de figuras como Ian McKellen y Helen Mirren.
Luego de dirigir conjuntamente V/H/S y Heredero del Diablo, Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett vuelven a los cines con Boda sangrienta, una comedia negra que se oculta dentro del terror más hollywoodense que puedas imaginar. Grace (Samara Weaving) acaba de cumplir uno de sus máximos deseos, casarse con Alex Le Domas (Mark O’Brien), un joven perteneciente a una familia de alta burguesía. En cada noche de bodas, esta extraña familia cuenta con una particular tradición: el nuevo integrante deberá participar de un juego de azar que consiste en retirar una carta de una misteriosa caja. Dicha carta determinará qué jugará la familia, junto al principal anfitrión, esa “noche mágica”. “Escondite” es el juego que el azar escogió para Grace, es así que nuestra protagonista pasa de ser una “casada” a una “cazada”. La novia, pensando que todo es un simple juego, se suma a esta tradición y se esconde en un lugar recóndito de la mansión. Al poco tiempo se da cuenta de que la familia de su marido sólo quiere “cazarla”. Es que un particular mito pesa sobre ellos: en caso de que salga “escondite” deberán matar al nuevo integrante, sino cada uno de ellos morirá. Es así que veremos a la protagonista correr de acá para allá (y enfrentar a quien sea) para salvar su vida de esta familia de psicópatas. A diferencia de sus anteriores películas de terror –en donde aprovecho para destacar V/H/S–, Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett desarrollan, en esta ocasión, un film en donde se burlan de este género y todos sus tópicos (cada vez vistos con más frecuencia). Siendo conscientes de ello, nos llevan y traen por una comedia negra en donde no pierden oportunidad para reírse de absolutamente todo lo que se muestra en pantalla (no sólo del género en sí, sino también de las “familias ricas” y de la figura de los suegros en cuestión). El principal problema de Boda Sangrienta es que se esfuerza tanto en burlarse de los clichés, que, inevitablemente, termina convirtiéndose en uno más. Su formula es tan pero tan repetida que es fácil anticipar que pasará en cada ocasión (sin ir muy lejos, los mismos personajes son quienes anticipan dichos acontecimientos), incluido el final y alguno de sus intentos de plot twist. En ningún momento nos encontramos con algún factor sorpresa que la haga destacar. Más allá de las risas (en muchas ocasiones incómodas) que nos sacará la película, Boda Sangrienta también tendrá momentos en los que nos podrá los pelos de punta (al fin y al cabo estamos frente a una protagonista escapando de un grupo que quiere acabar con su vida). Las ocasiones en que debe mostrarse como un film más “serio y aterrador” son eficaces pese a que se pueden contar con una sola mano. Logran tensarnos y que por un instante dejemos de pasarla bien (en el buen sentido). Si bien “marketineramente” se ubica dentro del terror, constantemente se burla de los tópicos que nuclean dicho género. Boda sangrienta es una película muy autoconsciente de sí misma y del lugar donde se ubica. Es entretenida y con un gran humor negro que nos divertirá aunque no nos sorprenderá.
Tras su ópera prima 9 meses (Keeper), Guillaume Senez presenta Dónde está ella? En este segundo largometraje el cineasta belga aborda un drama social sobre el abandono y la paternidad. Oliver (Romain Duris) es un hombre de mediana edad que debe hacerle frente a una situación impensada: su esposa Laura (Lucie Debay) abandona, de un día para el otro, su hogar y a sus dos hijos (y a él). A partir de ahí la imagen tan clásica de la familia tipo comenzará, poco a poco, a desmoronarse. La figura de Oliver resalta(ba) como el sostén económico de la familia, pero Laura era, definitivamente, el apoyo emocional, era quien se ocupaba al 100 % de los chicos y las tareas cotidianas. El abandono y la paternidad no es el único concepto al que apunta Guillaume Senez (más allá de ser el núcleo de la trama). En este drama (hablando de una manera más general) el director deja entrever una crítica a la sociedad actual. Partiendo de esa base muestra que, aún, en muchas ocasiones, la figura de la mujer continúa siendo el sostén principal de la familia (al menos en un aspecto más emocional). El hombre, por su parte, pese a verse envuelto en una situación más que difícil, debe mostrarse ajeno a sus sentimientos: su trabajo no le permite desmoronarse (o siquiera mostrarse débil) y, en un mundo capitalista, descuidar el empleo es casi un acto de suicido (sobre todo si tenemos en cuenta que ahora tiene a cargo a dos menores). Pese a que en algunas ocasiones el personaje interpretado por Romain Duris puede causar cierto rechazo (al menos en algunas de sus acciones), Senez construye el relato de manera tal que resulta imposible no ponernos en los zapatos de cada uno de los personajes y entender así las reacciones de ellos frente a determinadas situaciones. Al fin y al cabo, para nadie sería fácil que su pareja decida irse, de un día al otro, sin dejar rastro alguno. Tampoco da lugar para juzgar al personaje de Lucie Debay, ya que constantemente nos resalta que “habrá tenido sus motivos”. Más allá de ser un drama familiar, la película también cuenta con tintes de suspenso. Desde el minuto uno en que la esposa se da a la “fuga”, se generarán decenas de preguntas respecto a qué es realmente lo que pasó. Hay algo que parece estar oculto entre líneas. Es así que, finalmente, terminaremos con más dudas que certezas. El relato finaliza con decenas de preguntas sin resolver, dejando así un sabor algo amargo. Guillaume Senez nos entrega un drama familiar con tintes de suspenso. La película ahonda en el abandono y en la paternidad (lanzando, de paso, una crítica entre líneas a ciertos mandatos que persisten en la sociedad actual). Finalmente deja con un sabor algo amargo debido a varias incógnitas sin resolver, pero nada lo suficientemente negativo como para afectar el núcleo del relato.
Los argentinos Nicolás Rodríguez Fuchs y Pablo Pivetta presentan Los últimos, un documental que deja ver la crisis que atraviesa la imprenta tipográfica y, de paso, nos enseña sobre este oficio. El avance de la tecnología es muy beneficioso en muchísimos aspectos, pero, también, en diversas ocasiones, tiene consecuencias negativas. En este caso (y en otros tantos) la llegada de la era digital conlleva la pérdida de algunos empleos. Los últimos se adentra en el mundo de las imprentas tipográficas, un oficio que está pronto a desaparecer frente a las nuevas formas de encarar el diseño gráfico. Nicolás Rodríguez Fuchs y Pablo Pivetta priorizan a quienes se dedicaron durante toda su vida a este oficio. El relato en primera persona, directo y sin tapujos, permite que el espectador empatice con estos hombres nostálgicos que, poco a poco, están dejando ir aquello que aman. El recorrido por las pocas fábricas que aún se mantienen (una de ellas debe cerrar sus puertas tras 50 años) nos hace sentir cierta melancolía a pesar de lo alejados que podamos estar de este mundo. Pese a todo lo negativo que parece enfrentar la imprenta topográfica, también se deja entrever un pequeño hilo de esperanza: dos jóvenes se muestran interesados por este oficio (compran los artefactos del taller que tuvo que cerrar sus puertas). Todo parece indicar que serán “los últimos” que depositen sus sueños en este trabajo, aunque claramente lo harán con una vuelta de tuerca. La fotografía es uno de los aspectos más cuidados en este documental. Repleto de planos detalles, nos adentra de lleno en esta labor que parece estar pronta a desaparecer. Prácticamente cada plano está ahí para enseñarnos/mostrarnos algo. Esto se hace más notorio sobre todo en las escenas que se llevan a cabo en la fábrica. Ahí la cámara capta de una manera precisa y exacta el minuto a minuto de la magia que se realiza dentro de estos talleres. Los últimos es un documental preciso e interesante. Nos adentra de lleno en un mundo desconocido para muchos, en especial para las nuevas generaciones. Funciona como un pedido de ayuda para que esta labor no termine de desaparecer ante la llegada de las nuevas herramientas tecnológicas.
Protagonizada por Timothée Chalamet, Selena Gomez y Elle Fanning, llega a los cines Un día lluvioso en Nueva York, la nueva comedia romántica dirigida por el ya consagrado Woody Allen. Un día lluvioso en Nueva York se rodó hace más de dos años, pero su lanzamiento fue postergado múltiples veces (de hecho aún no cuenta con fecha de estreno en los Estados Unidos), luego de que, en el marco del Movimiento #MeToo, volviera a cobrar fuerza la denuncia de violación que Dylan Farrow presentó contra el director. Como ya nos tiene acostumbrados el director, esta película es una comedia romántica sobre una relación entre dos personalidades disparejas. Además, en cada escena se nota la marca que Woody Allen construyó a través de sus años en la industria. Los edificios imponentes, el clima que parece acompañar la suerte de los diferentes personajes, un protagonista excéntrico y poco comprendido por quienes lo rodean. En cada toma se siente la esencia del neoyorquino. Timothée Chalamet (quien demuestra, una vez más, ser uno de los actores de esta nueva generación que mejor se adapta frente a las cámaras) se pone en la piel de Gatsby Welles, un joven que nos rememorará automáticamente a aquellos personajes que más le gustaba interpretar a Allen durante su época frente a la cámara: nervioso, excéntrico pero tímido, torpe pero culto. Este joven no sabe muy bien qué hacer con su vida, sólo parece tener dos cosas en claro: que es muy bueno para las apuestas y que ama a Ahsleigh Enright (Elle Fanning), su pareja desde hace algún tiempo. A la risueña Ahsleigh, cursante del último año de periodismo, se le presenta la oportunidad de entrevistar a su director de cine favorito. Es así que los enamorados emprenden un viaje (con intenciones románticas por parte del joven) a la Gran Manzana. Luego de que su novia le va cancelando prácticamente todos los planes acordados para los días de estancia, Gatsby inicia un recorrido solitario por las calles de Nueva York. Es ahí que se reencuentra con Shannon (Selena Gomez), la hermana menor de una de sus ex novias. La química entre ellos es instantánea. Como en muchas de las películas del neoyorquino, la ciudad en sí es un punto clave para abordar este relato (más si tenemos en cuenta que la historia se desarrolla en Nueva York). La Gran Manzana se destaca, entre decenas de cosas, por su contraste en sus edificaciones (y también en sus ciudadanos). Los dos mundos que parecen coexistir en este lugar -uno completamente lujurioso/ostentoso y otro donde reina la nostalgia de lo antiguo- generan un paralelismo tanto con Gatsby como con Ahsleigh. Quienes, definitivamente, buscan destinos diferentes en sus vidas. Un día lluvioso en Nueva York no es una de las mejores películas de Allen, ni tampoco una de las mejores comedias románticas de la historia. Aun así, es una propuesta entretenida, que nos brinda una mirada simple (aunque algo estereotipada) sobre las relaciones personales. El final resulta completamente predecible y ciento por ciento cliché, pero no deja de ser emocionante y bello (tanto desde lo narrativo como desde lo visual). Allen tiene una larga experiencia en retratar el amor en general (y el romanticismo en particular) y este film, claramente, no es la excepción a esta marca tan reconocida que tiene el director. Un día lluvioso en Nueva York podría resultar una película romántica más del montón, pero la marca de Woody Allen se hace presente para rescatarla de ese lugar. No es bella sólo por su historia en general, sino también por su fotografía. La imponente ciudad con sus edificios tan diferenciados generan un contraste particular con cada personaje. Finalmente: Timothée Chalamet ¡gracias por existir!
En medio del éxito de la tira Pequeña Victoria (Telefe), Julieta Díaz vuelve a la pantalla grande con La forma de las horas, la nueva película de Paula de Luque (Juan y Eva). La cinta se podrá ver en el Malba. La forma de las horas se centra en el reencuentro de una ex pareja (ella interpretada por Julieta Díaz y él interpretado por Jean Pierre Noher), a un año de su separación. Ambos vuelven al hogar en el que convivieron para terminar de sacar todas sus pertenencias y así dejarlo vacío para el próximo habitante. Es así que Paula de Luque nos entrega un relato sobre el amor en todas sus variantes. El duelo tras una separación. El derrumbe de una relación amorosa. Las heridas que, en el fondo, siempre parecen estar presentes a pesar del paso del tiempo. La particularidad que presenta esta película es que no está contada de una forma lineal. A través de sus capítulos se nos irán presentando fragmentos de los momentos que esta pareja vuelve a vivir en estas veinticuatro horas de reencuentro. Pese a las constantes idas y vueltas temporales, es fácil determinar en qué momento del día se ubica la secuencia que se nos presenta en pantalla. La fuerza del relato está puesta en la forma en la que está contado (los saltos temporales). Esto, pese a hacer interesante la propuesta, hace que la historia de (des)amor pierda fuerza con el correr de los minutos. Realmente no se llega a conocer a fondo a los personajes y las situaciones que vivieron en el pasado (más allá de algunas afirmaciones), por lo que es difícil conectar con los protagonistas y sus sentimientos. La presencia de Julieta Díaz es lo que rescata, en gran parte, esta historia. La actriz pone todo de sí para interpretar a esta mujer que se reencuentra con su ex amado luego de un año. Su actuación es sólida y emocionante. Sus sentimientos parecen traspasar la pantalla. Su mirada, imponente por momentos y desolada por otros, logra conmover en cuestión de segundos. La forma de las horas es una propuesta interesante que se queda a medio camino. La manera en la que está contada le saca profundidad al relato. Es difícil conectar con los personajes y sus sentimientos. Julieta Díaz, sin embargo, logra dar un paso adelante y nos ofrece una actuación sólida que emociona.
Llega a las salas de cine Desertor, una película del cordobés Pablo Brusa. Filmada íntegramente en Uspallata, mezcla de western moderno y terror psicológico. La película nos presenta a Rafael Márquez (Santiago Racca), un suboficial que estudia enfermería en un regimiento. El joven debe convivir con el estigma de que su padre fue declarado desertor del ejército, luego de desaparecer sin dejar rastro alguno. Un día, una extraña mujer mapuche deja la mochila que perteneció al “traidor”. Luego de eso, el coronel Evaristo Santos (Marcelo Melingo), amigo de su padre, le confirmará la (supuesta) verdad: el hombre fue asesinado por un ermitaño que vive en el medio de la montaña. Es así que, con gran sed de venganza, Rafael Márquez emprenderá un viaje hacia las montañas para dar con el paradero de este hombre. En el trayecto irá descubriendo que las cosas no son tal y como las imaginaba: sobrevivir en la inmensidad de las montañas, en el medio de la nada, es algo para pocos. Los planos generales no sólo muestran la inmensidad y la belleza del lugar, sino que además remarcan la soledad del protagonista. Las montañas pasan a ser una suerte de personajes que marcarán parte del relato y del camino que transita Rafael Márquez. En determinado punto, alguien le advertirá el poder que tienen de volver loco a cualquiera. Es ahí donde se generará un quiebre en la trama, donde cada situación que se nos muestre nos hará cuestionarnos la cordura del joven militar. Desertor, al comienzo, parece ser un drama más sobre un joven perseguido constantemente por la sombra de su padre, pero que busca alejarse de ese camino, aunque todos los indicios lo lleven a ser lo mismo. Aun así, la película irá volcándose lentamente hacia una especie de terror psicológico, donde reinará la paranoia, el miedo, la incertidumbre y el desconcierto. Nada parece ser lo que realmente se muestra. Estas inquietudes generarán un clima de tensión que permanecerá intacto hasta el último segundo. Desertor también aprovecha la oportunidad para lanzar una crítica discreta (pero bastante directa) hacia el rol del Ejército y cómo algunas altos mandos suelen ejercer su poder de una forma violenta y arbitraria, como si tuviesen derecho a lo que se les dé la gana. En este contexto de injusticia, Pablo Brusa aprovecha para captar y dejar en evidencia el abandono, la discriminación y la violencia que sufren los pueblos aborígenes, marginados y olvidados por gran parte de la sociedad. La película es impactante e imponente tanto desde un aspecto narrativo como visual. Constantemente nos traerá y llevará por diversos tipos de emociones y sensaciones. Dentro del relato no se olvida de hacer una crítica social hacia el rol de las Fuerzas Armadas y la violencia hacia los pueblos aborígenes.
Angelina Jolie vuelve a ponerse los cuernos y las alas para interpretar a Maléfica, la mítica villana de Disney que se desprende de La Bella durmiente. Esta vez bajo la dirección de Joachim Ronning. En esta ocasión la historia nos sumerge, en un comienzo, en las clásicas historias de princesas de Disney. Aurora (Elle Fanning) conoció al amor de su vida, el príncipe Philipp (Harris Dickinson), con quien está a punto de contraer matrimonio. Todo parece marchar de acuerdo a lo planeado, pero Maléfica: dueña del mal lejos está (o no) de ser un cuento de hadas. Tras una cena catastrófica, organizada con el fin de que las familias de los enamorados se conozcan, el rey resulta víctima de una terrible maldición. Claramente todos los ojos apuntan a Maléfica. A partir de este momento podemos dividir la película en dos partes. Por un lado tenemos a Aurora y su enamorado, quienes siguen adelante con sus planes de boda, y por el otro a una Maléfica desterrada y odiada por todos (incluso por la joven princesa). Tras una serie de acontecimientos (que involucran casi la pérdida de su vida), nuestra protagonista termina en un lugar recóndito repleto de hadas que fueron exiliadas (y, en mayor medida, asesinadas) de las tierras habitadas por seres humanos. Es ahí que Maléfica inicia una pelea interna en dónde se disputa si lo lógico sería luchar por conseguir la paz con los humanos o ir directamente a una guerra contra ellos y vengar a todas las hadas muertas. La película trastabilla a la hora de tratar de abordar ambos temas. Más allá de las conexiones entre sí, se sienten dos historias completamente diferentes. La parte que se focaliza en Maléfica y en este submundo de hadas, es donde más flaquea la historia. La subtrama resulta tirada de los pelos. Los acontecimientos simplemente suceden porque sí (porque el guión así lo requiere para luego llegar al inminente clímax). Cada aspecto que se ve en escena se termina sobreexplicando a través de un diálogo, largo e innecesario, que termina volviendo aburrida la trama. Como toda historia de princesas de Disney, no está exenta de los cientos de clichés vinculados al “vivieron felices para siempre”. Aun así logra dar un giro y aggiornarse a los tiempos modernos, donde las mujeres ya no requieren de un príncipe azul que venga a rescatarlas (más allá de que sí tengamos de manera explícita a un príncipe rubio, blanco y heterosexual). Como se dejó ver en la primera parte, Aurora (que también cumple al 100% con todos los estándares hegemónicos tan típicos de Disney) es una joven con carácter que puede valerse por sí misma. Maléfica: dueña del mal es una película que se disfruta, en mayor medida, desde el aspecto visual. Las criaturas del reino son simpáticas, atractivas y entrañables. Posiblemente sea el punto que más llame la atención de los chicos (y donde más pueda explotar Disney desde el lado marketinero). La actuación de Angelina Jolie destaca sobre el resto, es acertada y sobria (como el papel lo requiere). La historia, por su parte, contiene la medida justa de acción, comedia (pura y exclusivamente para los más pequeños) y romanticismo. Maléfica no es de lo mejor que nos haya brindado Disney en este último tiempo. Aun así, logra romper con la “maldición” de que las secuelas son peores que las originales. En esta ocasión se nos entrega una historia más oscura e intensa que su antecesora, repleta de acción, un poco de comedia y, claramente, mucho romanticismo.