La diáspora Cada comunidad y cada contrato social tiene crímenes y fantasmas en su constitución. En 1945 (2017), el último film del realizador húngaro Ferenc Török, los espectros de los muertos fallecidos durante la conflagración sobrevuelan alegóricamente un pequeño pueblo de Hungría pocos meses después de la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial para exponer a sus compatriotas que los traicionaron en una película que combina el drama social con la narración histórica. En un día como cualquier otro, con la guerra ya terminada y la paz retomada, mientras todos los residentes comienzan su rutina en el pueblo, la llegada del tren trae a dos misteriosos visitantes inesperados con un cargamento de artículos de farmacia. Su procesión por el pueblo pone nerviosos a los habitantes que se aprestan a celebrar el casamiento del joven hijo del alcalde con la hija de una familia campesina. Los taciturnos desconocidos generan tan solo con su parsimonia ceremonial un gran revuelo y de pronto todo el pueblo discute sobre los dos extraños caminantes, sus intenciones y el destino de su cargamento. La trama descubre así la complicidad del alcalde y varios ciudadanos en el arresto y deportación a los campos de concentración de una familia judía durante la ocupación nazi para expropiarles todas sus propiedades y pertenencias, develando los cambios sociales ocurridos durante la guerra y dejando un frágil statu quo en un pueblo que se debate entre la independencia, los restos de la colaboración con el nazismo y el malestar por la presencia del ejército soviético. La memoria del crimen y la verdad de la historia se ciernen así junto a la posibilidad de que los viajantes hayan llegado a hacer justicia por sus camaradas entregados a los antisemitas genocidas poniendo nerviosos a los cómplices de los nazis. Filmada en blanco y negro, 1945 es un film cautivante en el que se destaca su fotografía preciosista y las extraordinarias actuaciones de un gran elenco que sobrelleva la tensión de un guión coescrito por el propio director junto a Gábor T. Szántó, en una alegoría realmente brillante sobre la memoria, la verdad y la justicia. Una música lánguida y disonante envuelve a los personajes de la película, marcando su ligazón traumática con el pasado que esconden y resaltando los crímenes cometidos durante el transcurso de la contienda mundial en uno de los países que acogieron con mayor fervor la locura nacionalsocialista. Pero 1945 es también una obra con una construcción contextual muy fuerte que refiere al año en el que comenzó el cambió en el mapa geopolítico de Europa a través de las disputas electorales, marcadas a fuego por la influencia del ejército soviético en la imposición de los candidatos afines al comunismo. Ferenc Török logra crear así una historia sobre el pasado de su país y de toda Europa para abrir las heridas y darles un cierre, homenajeando a las víctimas y exponiendo a los cómplices del genocidio con el resultado de una metáfora sobre la condición humana y la imposibilidad de esconder los crímenes del pasado que fundan la hegemonía de las comunidades y las naciones.
A finales de la Segunda Guerra Mundial, un pueblo de Hungría se prepara para celebrar la boda del hijo del secretario municipal. Sin embargo este festejo se verá teñido de preocupación por la llegada de dos hombres judíos. ¿Qué vienen a hacer? ¿Vendrán más como ellos? ¿Los mandó alguno miembro de las familias que vivían antiguamente allí?, son las principales inquietudes de los habitantes que tratará el film. “1945” se suma a la larga lista de películas ambientadas en la época de la Segunda Guerra Mundial, pero con la particularidad de que no se centra en la guerra en sí, no muestra actos de violencia ni ocupaciones territoriales, sino que aborda de una manera dramática el comportamiento humano de una sociedad que se quedó con las pertenencias de aquellas familias judías que fueron llevadas finalmente a distintos campos de concentración y el mayor o menor grado de implicación en dicho acto. El retorno de dos personas despertará en los vecinos diversos sentimientos y reacciones (culpa, negación, acción, miedo, vergüenza, auto justificación, etc.), los cuales serán el foco principal del film. No tenemos un mayor desarrollo del conflicto principal, sino que el centro es una historia sobre un hecho en sí. El hecho de darle mayor presencia al comportamiento humano se ve plasmado también por la poca utilización de diálogos, que sirven únicamente para hacer tangible estos sentimientos latentes de los distintos habitantes. Son más importantes los silencios, los gestos, las miradas, que insinúan más que lo que muestran. No se nos proporciona mucha información de los personajes y su contexto, pero tampoco importa la individualidad, sino más bien el rol que representan y cómo la aparición de dos personas influye en su accionar. A medida que transcurre el film veremos las distintas reacciones, algunas más profundas que otras, pero no tenemos una completa transformación de los habitantes o un mayor abordaje psicológico. Las actuaciones están bien llevadas a cabo por este elenco coral, donde la mayoría tiene el mismo peso narrativo, no nos encontramos con un protagonista, ni con alguien que destaque más que otro. Una de las particularidades de la cinta es que está filmada íntegramente en blanco y negro, para darle un mayor realismo de época, pero sobre todo para contribuir con el clima buscado, uno opresivo, tenso y lleno de secretos. La banda sonora también permite que esto se pueda llevar a cabo. En síntesis, “1945” es una película distinta sobre la Segunda Guerra Mundial, donde se busca abordar el hecho particular de la apropiación de bienes de las familias judías para mostrar la reacción y el comportamiento de un pueblo al respecto. No tenemos un mayor desarrollo del conflicto ni de los personajes, sino que se plasma una visión sobre este suceso a partir de un buen uso de la fotografía en blanco y negro, las actuaciones y la composición de un clima opresivo y tenso.
Pueblo chico...infierno grande. La historia se ambienta en 1945, una vez finalizada la guerra, en donde los habitantes de un pueblo húngaro se preparan para la boda del hijo del alcalde con la hija de una familia campesina. La mirada del director húngaro Ferenc Török se posa en cada uno de los personajes de ese micromundo que intentan olvidar el pasado, pero la llegada de un tren con dos judíos ortodoxos despierta confusión entre los lugareños, ya que temen que se trate de los hijos de judíos deportados que llegan para vengarse o reclamar las tierras que ahora ocupan ellos y que sus dueños perdieron durante el Holocausto nazi. Filmada en blanco y negro, con una excelente ambientación, la película retrata entre la denuncia y el drama una época de transición en la historia de Hungría con una trama que impone una oleada de recuerdos y complicidades. Todos parecen mirar hacia otro lado y así desfilan por la pantalla el alcalde déspota que maneja a todos a tu antojo y conveniencia, arrastrando a una mujer adicta, al hijo próximo al casamiento, al cura del pueblo y al borracho de turno. Sin embargo, el peso del relato está en los recién llegados que, de manera parsimoniosa, trasladan dos cajas misteriosas desde la estación de tren hasta el pueblo con la ayuda de dos lugareños. La búsqueda de la verdad y de la justicia parece querer cerrar un ciclo en esta cautivante propuesta que coloca su mirada crítica en un pasado horroroso, tan negro como el humo que despide la locomotora al comienzo del filme.
La miseria que se esconde tras la fachada del horror La película de Ferenc Török, 1945 (2017), profundiza en un drama impecable el papel que todos los actores desempeñan en la construcción de un crimen, cómo en hasta el peor de los escenarios los miserables ganan igual. A río revuelto, dicen, los pescadores aprovechan. Si bien el horror -la muerte- suele llevarse todas las miradas, todo tipo de crímenes se dan cita durante las masacres -como lo fueron las guerras del siglo pasado y el exterminio en los campos de concentración-. En La terquedad, la obra de teatro de Rafael Spregelburd, se ponía en escena el tema: aprovechando el telón de fondo de la guerra civil que los falangistas ganaron en España, hubo quienes hicieron denuncias falsas contra sus vecinos para quedarse con sus propiedades. Ferenc Török construye un precioso cuento moral en 1945. En un pueblo perdido de Hungría, todo se desmorona con la llegada de dos judíos en tren. El alcalde ultima los preparativos de la boda de su hijo con una campesina -prometida anteriormente a otro campesino-, cuando le avisan sobre la llegada de los extranjeros. El título de la película da todas las guías de lectura que se necesitan: terminó la Segunda Guerra Mundial, es hora de que los judíos puedan volver a casa. La fórmula -aquí cocinada a fuego lento- es conocida: una a una, ante el menor soplido, caen las mentiras, lo que deja como saldo el pánico y la verdad. Mucho del poderío de 1945 reside en un guión que entreteje de manera paciente las tramas. Hasta bien entrada la película, el montaje paralelo insinúa que entre las escenas hay un punto de unión pero no explicita nada hasta que el entendimiento logre por sus propios medios rascar las pistas. Tanto la fotografía -exquisita- en blanco y negro de Elemér Ragályi como las actuaciones juegan un papel central en la construcción de este cuento que enseña el otro horror, aquel que no aparece en la primera plana de los diarios pero que cualquier vecino -sino todo el vecindario- puede perpetrar.
“1945”, de Ferenc Török Por Marcela Barbaro Una parte de la producción del cine de Europa de este se construye sobre viejas heridas de posguerra. Una temática que trata de reflexionar sobre el pasado, e invita al espectador a pensar el rol del Estado y la complicidad civil durante el conflicto bélico. El reciente estreno de 1945, año en que finaliza la Segunda Guerra Mundial, da nombre al sexto largometraje del cineasta y director teatral húngaro Ferenc Török (Isztanbul, Overnight), que se inscribe dentro del marco revisionista y en éste caso, con carácter autocrítico. A finales de agosto de 1945 Hungría estaba bajo la ocupación soviética. En un pueblo, cercano a Budapest se realizan los preparativos de la boda del hijo del alcalde. Mientras eso sucede, arriban a la estación de tren, dos judíos ortodoxos con unas cajas que deben trasladar. La aparición de esos hombres no sólo genera interrogantes de todo tipo sino que lo cambiará todo. El alcalde (Péter Rudolf) alerta a los habitantes del lugar, que se convulsionan por temor a que un secreto revele su comportamiento antisemita. Ese miedo proviene de algo que no les pertenece. El Estado y buena parte de la población húngara aprovecharon las circunstancias de la guerra para despojar de sus pertenencias a la minoría judía. Esa complicidad, aún no saldada, sigue generando culpa y resentimientos. Törok desarrolla una puesta en escena austera, con pocos diálogos y mucha insinuación. Ese contenido latente genera una tensión constante, que recuerda el clima logrado en la Cinta blanca de Michael Haneke. La historia avanza lentamente, mientras la información se va dosificando en medio de silencios o a través de los detalles. Y en ese aspecto formal, la elección de rodar en blanco y negro, le otorga una estética que acentúa los contrastes entre los interiores y exteriores, y tiñe de un tono nostálgico a las imágenes. Si bien la complicidad y el secreto de sus habitantes se sostiene a través de un relato sólido, por momentos, se desvía hacia subtramas, que nada aportan al tema principal. Lo mismo sucede con las acciones de los personajes, que parecen justificar sus perfiles y los comportamientos sobre los hechos superficialmente, sin ahondar en lo más importante: las raíces antisemitas y el poder político del Estado. Luego de ser presentada por diversos festivales internacionales, fue elegida como mejor película en el Festival de Jerusalén; nominada con el Premio de la Audiencia al largometraje de Ficción en Berlín, y los premios al mejor actor y mejor banda sonora en la Semana de Cine Húngaro. En Buenos Aires, integró la muestra que realizó el Museo de Bellas Artesen el mes de mayo, siendo parte del ciclo “Hungría, cine reciente”. 1945 logra abrirse y mostrar aquellas heridas que nunca terminaron de cicatrizar, combinando la mirada autocrítica con el formalismo visual. 1945 1945. Hungría, 2017. Dirección: Ferenc Török. Guion: Gábor T. Szántó y Ferenc Török,basada en Homecoming de Gábor T. Szántó. Intérpretes:Péter Rudolf, Tamás Szabó Kimmel, Dóra Sztarenki, Bence Tasnádi, Ági Szirtes, József Szarvas, Eszter Nagy-Kálózy, Iván Angelus.Música:Tibor Szemzö. Fotografía: Elemér Ragályi.Montaje: Béla Barsi. Duración: 91 minutos.
La culpa, casi como un motor encendido, el honor y el perdón son los ejes sobre los que pivotea 1945, una película que transcurre apenas iniciada la posguerra, en Hungría. Como si esa sociedad hubiera sido marcada por el miedo para siempre. Con cierta autocrítica que estaba presente en El hijo de Saúl (Láslzó Nemes), pero en un tratamiento variado, singular. Para poner en contexto, en 1941, tras la invasión alemana a la Unión Soviética, Hungría apoya al régimen nazi, y recién entonces se inicia la persecución a los judíos húngaros. Como si se tratara de un western, y mientras en la radio se escuchan los efectos de la bomba atómica sobre Nagasaki, en agosto de 1945, dos judíos ortodoxos descienden de un tren. La imagen es inequívoca: la locomotora escupe un humo negro, bien negro. Los ortodoxos llevan consigo dos cofres, y se suben a un carruaje, rumbo al pueblo. El temor de muchos habitantes es que vengan a reclamar el destrato sufrido, ya que muchos fueron delatados, y otros tantos se apropiaron de sus bienes. Esto es: hechos concretos como perder las tierras que han usurpado. El clima es extraño. No por el calor que sofoca, y hace transpirar, sino porque ese mismo día el pueblo se prepara para celebrar la boda del hijo de un funcionario público. No hay metáfora, sí una relación directa: los recién llegados vienen a traer algo que nadie quiere recordar. Obliga a los pueblerinos a enfrentar, a confrontar con lo que no querían. Pero hay varias historias que relatadas al unísono, como la de esa boda entre un hijo de la burguesía con una campesina, cierto desamor, y el abandono de un amor precisamente por la posibilidad de ascenso social. Están las tropas soviéticas tratando de ver qué tajada podían obtener. Y hay heridas y mucho por enterrar, cuando otros tal vez quieran poner blanco sobre negro. Y en blanco y negro es el filme de Törok -un blanco y negro de contrastes, con encuadres muy elaborados-, que tiene su tempo, como queriendo que todo suceda en tiempo real. La memoria, la justicia y el remordimiento priman en este filme sobre los pecados. Y que plantea la cobardía de sentirse observado, pero por miedo a perder sus propios intereses, más que por otra cosa.
La otredad como punto de partida para revisar una vez más un momento clave en la humanidad. La llegada de dos extraños a un pueblo despierta la peor de las miserias entre los lugareños, un grupo de seres detestables que lo imposible para salir bien pasados de la situación que les toca vivir.
El alcalde de un pueblito húngaro se está levantando justo cuando la radio anuncia el rendimiento del Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial. La noticia no lo emociona mucho, ya que ese día es la boda de su hijo. Eso es lo único que tiene en la mente hasta que el jefe de la estación de trenes sale corriendo en bicicleta para dar una noticia que parece perturbar a todos los lugareños: en el tren llegan dos judíos con baúles llenos de perfumes y cosméticos. Filmado en un profundo blanco y negro que parece hace resonar en la pantalla la culpa y los cargos de conciencia de los personajes, "1945" es un ejercicio de estilo con un conflicto casi único, que es lo que la llegada de este par de judíos provoca en los distintos habitantes del pueblo, desde el alcalde para abajo. Está claro que, durante la guerra, todos en ese lugar se quedaron con las propiedades y pertenencias de los habitantes judíos del lugar, y simplemente hay que seguir la acción para entender los detalles hasta el irónico desenlace. Contada con un sólido ritmo narrativo, "1945" posee imágenes que perduran en el espectador hasta mucho después de terminada la proyección.
Una película construida sobre una trama de suspenso, que tiene una línea de tiempo real, la llegada de dos judíos ortodoxos a un remoto pueblo rural húngaro, cargando dos cajas misteriosas y lo que esa visita provoca en casi todos los habitantes, que tiene profundas raíces en el racismo (muy anterior a la llegada del nazismo), la culpa colectiva e individual, la avaricia, la violencia. En un vibrante blanco y negro, con una banda sonora intrusiva y constante, con grandes actores y planos que van de rostros a situaciones detrás de ventanas y visillos. La otra línea de tiempo colectiva es como una olla a presión que acumula su potencia inevitablemente. Es conocido que en muchos lugares, la denuncia para que se llevasen a los judíos proporcionaba enormes ganancias para los lugareños que se quedaban con sus propiedades, negocios y riquezas. Aquí la trama culposa incluye a los pobladores, funcionarios, el cura, el intendente. Los codiciosos temen perderlo todo. Y reaccionan de diferente manera. Hasta serían capaces de lo peor. Como si se tratara de un western salvaje, pero hablamos de un período especial de la historia, la guerra esta terminada aunque se arrojan las bombas atómicas y la ocupación rusa todavía no se hace sentir, es prescindente. Los hechos también se multiplican, una boda en preparación, infidelidades, huidas, decisiones extremas. Una agitación imparable de lo colectivo enfrentada a una dignidad emotiva. . Un film que pone el acento en temas que generalmente se soslayan por razones de conveniencia y de practicidad, frente a reclamos que suelen ir al fracaso o cuestan mucho concretar. Muchos casos originaron también filmes recordables. El director Ferenc Torok, que escribió el guión con Gabor Szanro, contó con actores excelentes, una dirección de arte impecable, la acertada fotografía y banda sonora para comprometer emocionalmente al espectador con las mejores armas.
El rostro de la vergüenza comunitaria Son muchos los temas que atraviesan 1945 y todos son de un peso ético y moral enorme: el egoísmo, la delación, el miedo, el silencio. Pero quizás el más relevante, el que sobrevuela a todos los responsables o testigos de la detención de sus compatriotas, es el de la culpa. 1945 puede ser entendida y descripta de muchas maneras, excepto como una película huérfana, no sólo por su fuerte ligazón con el pasado histórico de Hungría, sacudido durante el siglo XX por dos grandes guerras y varios conflictos internos y externos de envergadura, sino por su cualidad de fresco cinematográfico, elemento que la emparenta con otros nombres y títulos en la historia del cine húngaro. Pero a diferencia de las obras más reconocidas de autores como Miklós Jancsó –quizás el gran cronista cinematográfico de los cambios políticos y sociales de su país– la aproximación del realizador Ferenc Török a un período concreto y particular no adquiere los tintes de la reflexión alegórica y opta, en cambio, por una aproximación extremadamente realista. Una de las principales apoyaturas formales de la película, su cualidad fotográfica, forma parte de una extensa estirpe en el cine de los países de Europa del Este: los encuadres y movimientos de cámara, preciosistas y de una enorme plasticidad, se unen a un blanco y negro contrastado para referir no sólo a una idea de pasado en un sentido estricto sino, esencialmente, a una escuela, a una tradición estética. Lejos de Budapest, el pequeño pueblo en el cual transcurre la historia, algunos meses después del fin de la Segunda Guerra, está marcado por la figura rectora del notario del Ayuntamiento, el señor Szentes, a quien todos parecen responder y cuyo comportamiento se asemeja al del patrón de estancia. El único día en la ficción retratado por la película no es idéntico a cualquier otro y dos hechos de relevancia se producirán al mismo tiempo. Por un lado, el hijo de Szentes se casa y el pueblo en su totalidad se prepara para la fiesta, aunque más de una mirada en los campos de cultivo anticipe las grietas personales y sociales que no tardarán en mostrarse sin tapujos. Por el otro, el regreso inesperado de dos hombres –un padre y su hijo–, ambos judíos ortodoxos, cargados de un par de misteriosos baúles y una misión por completo desconocida, circunstancia que enciende las alarmas de una parte de la comunidad. Empezando por el propio Szentes, cuya próspera farmacia frente a la plaza central –como tantos otros inmuebles de la región– oculta un pasado recientes de denuncias, desapariciones y apropiaciones. Son muchos los temas que atraviesan 1945 y todos ellos son de un peso ético y moral enorme: el egoísmo, la delación, el miedo, el silencio. Pero quizás el más relevante, el que sobrevuela a todos los personajes, responsables o testigos de la detención de sus compatriotas, es el de la culpa. Y a todos les llegará, tarde o temprano, de manera intempestiva y arrolladora o como un aguijón punzante que, al comienzo, logra pasar desapercibido. La presencia en el pueblo de un puñado de soldados rusos y ciertas discusiones sobre la propiedad privada anticipan la inminencia de una posibilidad, que la táctica del salami del Partido de los Trabajadores (representado aquí por un campesino de fisonomía y actitudes definidamente bolcheviques) terminaría transformando pocos años más tarde en una realidad. Pero esa, desde luego, es otra historia. La construcción cinematográfica de ese sentimiento grupal ligado al pasado reciente es la mayor virtud del film de Török, cuyos ajustados 90 minutos de metraje (la trama esté basada en un cuento breve del coguionista, Gábor T. Szántó) son utilizados sin desvíos para conjugar la idea de relato coral, con sus múltiples personajes y subtramas específicas que, inevitablemente, terminan dirigiéndose hacia una confluencia final. No todos los detalles o especificidades de los personajes poseen la misma fuerza o cualidad de verdad, pero el retrato en su conjunto nunca deja de mirar a los ojos el rostro de la vergüenza comunitaria y señalar algunas de sus consecuencias directas e indirectas.
Se sabe que el cine húngaro es ampliamente celebrado en el circuito cinéfilo y por eso, seguramente, se recibirá también a “1945” como una de las exquisitas rarezas que brinda nuestra cartelera, últimamente tan poco frecuentada por el cine europeo, y menos aún por estas pequeñas producciones. Así como “El hijo de Saúl” sacudió la pantalla y fue ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera en 2015 y este año ha sido nominada “On Body and Soul” -que se estrenó directamente en la plataforma Netflix-, el cine húngaro no suele tener una gran presencia en el circuito comercial pero si es mundialmente considerado como una de las latitudes con un importante cine de autor. Basta recordar a su máximo exponente, Béla Tarr, habitual participante del BAFICI y de gran presencia en todos los festivales, con obras tales como “Satantango” “Armonias de Werkmeister” o la multipremiada “El Caballo de Turín”. El estreno de esta semana, “1945” de Ferenk Török no llega al nivel de las obras mencionadas pero si sabe crear el ambiente necesario para someter nuevamente a la reflexión al espectador respecto de las heridas de la postguerra y lo hace en un marco estético y visual muy particular. Con ese marco de la postguerra como permanente referencia y con una toma inicial en donde desde el noticiero radial se nos dan las referencias de los efectos de la bomba atómica de Nagasaki y nos sitúan entonces en Agosto de 1945, el director nos lleva a un pequeño pueblo en las afueras de Budapest en donde está por celebrarse la importante boda del hijo de un funcionario público (pretexto también para poder mostrar la diferencia de clases entre el novio, perteneciente a la burguesía local y la novia, una simple campesina). Pero la paz y la quietud en el pueblo se verán alteradas con la llegada de dos judíos ortodoxos que descienden del tren con dos grandes baúles de los que se desconoce su contenido y que plantean, a todos los pobladores, un gran enigma. Cabe recordar que en 1941, tras la invasión alemana a la Unión Soviética, Hungría apoyó al régimen nazista, iniciando en sus propias tierras, la persecución del pueblo judío. En ese entonces, tanto la población civil como el Estado, abusaron del contexto de la guerra para quitarle todas sus pertenencias a la minoría judía lo que ha generado, por supuesto, resentimientos y heridas que son la base de lo que “1945” quiere mostrar. Los ortodoxos, en silencio y sin develar el objetivo de su visita, comienzan a sembrar incomodidad e inestabilidad, apareciendo como la culpa por este pasado reciente. ¿Vienen a recuperar pertenencias de sus antepasados? ¿Reclamarán formalmente por aquellas tierras que les fueron arrebatadas durante la guerra? ¿Se cobrarán, en cierta medida, el dolor de la persecución sufrida y esta visita quedará como una especie de ajustes de cuentas? ¿Ellos dos son sólo el inicio de lo que será una nueva inmigración judía al pueblo? El guión maneja a la perfección esa sensación omnipresente de incertidumbre, ese desequilibrio que provoca en el pueblo no tener la respuesta cierta a todos los interrogantes que se abren con esta llegada inesperada. La historia se va desenvolviendo en forma coral: diversos personajes con pequeñas historias, son los encargados de ir creando el clima que Török quiere transmitir. Si bien el eje central de la historia pasa por la llegada de los ortodoxos y por el casamiento, hechos que ya fueron mencionados anteriormente, el conflicto dentro de “1945” es la transformación que sufren estas historias satelitales, mostrando en cada una de ellas, los detalles necesarios para la lectura del contexto social que se quiere analizar. Para cumplir con este objetivo de construir una obra en base a detalles más que de grandes parlamentos, el guión de Török y Gábor Szántó (un reconocido novelista que hace con este trabajo su incursión en el terreno del cine) se detiene en silencios, en gestos y se nutre de imágenes en un brillante blanco y negro que van generando el entramado que los autores proponen para hablar de la memoria, la culpa, el miedo y una revisión del pasado, cargada de autocrítica. Con una importante presencia dentro del circuito de festivales internacionales (mejor película en el Festival de Jerusalem, participó del Festival de Berlín y formó parte de las muestras de cine Judio en San Francisco, Miami, Washington y en Austria) “1945” plantea un fuerte ejercicio moral, con una puesta en escena austera pero precisa, con una fotografía en blanco y negro que ayuda a sumergirse en ese pueblo en donde sus habitantes intentan escapar de un pasado horroroso y librarse del peso de las culpas de la guerra. Como si “1945” fuese una gran elipsis, sobre el final, otro tren parte de la estación pero ninguno de los habitantes del pueblo será exactamente el mismo.
La cruel persecución que sufrieron los judíos en Hungría es el telón de fondo de la historia que cuenta esta película ambientada en el desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Pero esta vez no hay guetos, deportaciones ni campos de concentración para revelar ese drama. Alcanza con el registro minucioso de la alteración que provoca en una pequeña aldea la llegada de dos hombres vestidos de riguroso negro que cargan una caja sobre cuyo contenido especula toda una población atravesada por la culpa y la paranoia. Aun cuando algunos de los personajes de este relato coral quedan empantanados en el estereotipo, se impone un atrapante clima de tensión logrado con recursos más propios del western que del cine político. Aquello que ese par de visitantes inesperados saca a la luz con su sola presencia es la mala conciencia de los que colaboraron con el régimen nazi y la persistencia de un profundo antisemitismo que en Hungría tuvo resultados trágicos: unas 450.000 personas asesinadas, el 70% de la población judía de ese país. Es notable el trabajo de fotografía del veterano Elemér Ragályi, aun cuando el preciosismo de esas imágenes en blanco y negro y la artificialidad de algunos encuadres contrasta con la crudeza de aquello que 1945 narra y que realmente importa: la vergonzosa complicidad con la que contó una maquinaria criminal de la que es imposible olvidarse.
Las primeras imágenes están relacionadas con el fin de la guerra, vemos un hombre que se afeita nervioso frente al espejo, mientras por la radio detallan las consecuencias de la bomba atómica sobre Nagasaki y como avanzaron las tropas soviéticas sobre los diversos territorios europeos. Dentro de su narración se van mostrando los conflictos que deja la guerra, sociales y políticos, vamos viendo distintos personajes bien delineados (un Alcalde que es un dictador, un cura de pueblo, un borracho, una mujer que sufre, un joven que piensa casarse, entre otros), en el lugar se ve una gran presencia de militar soviética. Cuenta con un ritmo pausado, observamos la búsqueda de la verdad y la justicia, bajo algunos símbolos (cuando llega el tren a la estación va expulsando un humo negro que contamina el aire, lleno de dolor y crueldad; la mujer vestida de blanco). Filmada en blanco y negro, es el sexto largometraje del director húngaro Ferenc Török, se encuentra bien narrada, es emocionante, fuerte, con una excelente ambientación, una buena dirección y la fotografía de Elemér Ragályi. Esta película fue presentada en el Festival de Berlín donde causó buenas impresiones a pesar de no llevarse ningún premio, algo que si ocurrió en festivales como el de San Francisco o Jerusalén entre otros.
CUANDO LOS MIEDOS INVADEN LA PROPIA CASA 1945 fue un año con muchos sucesos históricos trascendentes. El fin de la Segunda Guerra Mundial, el comienzo de la Guerra Fría y en nuestro país el surgimiento de un movimiento como el Peronismo, fueron hechos que marcaron como una grieta el devenir de la historia mundial. Dentro de estos sucesos, hay uno que caló hondo en el inconsciente colectivo de la humanidad: el holocausto judío. Ya lo postula Theodor Adorno que hay una imposibilidad cultural, humana, social después de Auschwitz cuando dice: “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. De este retorno de lo inhumano a lo humano trata 1945, película húngara dirigida por Ferenc Török. La película en un blanco y negro que trabaja muy bien la escala de grises de cada toma y espacio que representa, propone un relato lento, cargado de silencios, esperas y cosas no dichas que la vuelve algo taciturna y ralentizada. Con pocos momentos de clímax, el film plantea una problemática silenciosa pero terrible: una vez terminada la guerra, los judíos que han sobrevivido desean volver lentamente a sus hogares, los cuales habían sido expropiados y repartidos entre personas no judías. Este retorno de lo innombrable y lo temido es el que sostiene la intriga del relato que, sin grandes sobresaltos ni escenas y actuaciones exageradas, logra generar un suspense tímido y sostenido. El casamiento del hijo de un importante funcionario del ayuntamiento sirve de excusa para poder entrever este pasado que el pueblo quiso ocultar y que, ante la llegada de dos judíos con mercancía para comercializar, comienzan a salir al sol. La ilegalidad, lo injusto, la traición, el arrepentimiento, el individualismo y el reproche se convierten en el elemento de interacción entre los miembros de esta comunidad aprovechadora de la desgracia de un sector religioso. El film se asemeja en el tratamiento de un hecho trágico de forma estética y cuidada a La cinta blanca (2009), película del gran Haneke que también fue filmada en blanco y negro y que prácticamente es silente, logrando atrapar a partir de su construcción estética desde la cámara y las actuaciones. 1945 no ofrece nada original, pero visibiliza una problemática poco representada en el mundo artístico, aquella que tiene como protagonistas a quienes supieron aprovechar lo injusto del nazismo.
La película gira alrededor del regreso de quienes sobrevivieron a los campos de exterminio nazi después de la Segunda Guerra Mundial, transcurre en un pequeño pueblo húngaro y es un mosaico de personajes que logra presentar todas las aristas posibles del problema sin desdeñar el melodrama -en parte romántico- como vehículo para que salgan a la luz los prejuicios y los miedos de sus criaturas. Una buena muestra de una cinematografía poco frecuente en nuestras pantallas pero muy interesante.
1945 es la nueva película del cineasta húngaro Ferenc Torok, realizador de filmes como Isztambul o Szezon, entre otros, pero que en realidad es un director absolutamente desconocido, debido a que sus producciones anteriores no han sido estrenadas ni en nuestro país, ni en gran parte del continente. No obstante, en 1945 el foco de interés gravita en torno a una temática que se mantiene vigente como es el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, pese al paso de los años. Ambientada en agosto de 1945, pocos días después de finalizada la citada Segunda Guerra Mundial, esta cinta no sitúa en un pequeño pueblo de Hungría donde una familia realiza los preparativos para la boda del hijo de un funcionario (Peter Rudolf). A la par de estos hechos, dos judíos aparecen de improvisto en la estación de dicho pueblo portando dos cajas de índole misteriosa. No tienen apuro, pero saben hacía donde ir con el cargamento en cuestión. Esta aparición asustará en un principio al funcionario, y posteriormente a otros lugareños, quienes se anticipan a la posibilidad de que vengan en reclamo de tierras de judíos que anteriormente fueron deportados, y que tras ellos otros hagan lo mismo. Esto removerá ciertos fantasmas en el pueblo, ejercerá una fuerza que irá creciendo en torno a la culpa de cada uno, y pondrá un panorama que en muchos aspectos cuestiona el accionar de un pasado no tan lejano. Si bien hay una serie de lugares comunes que por naturaleza se exploran en este tipo de producciones, Torok en 1945 logra desplazar parte del foco hacía la utilización de la fotografía, ciertos encuadres, y un trabajado blanco y negro, así como un recurso sonoro que repercute en forma acertada sobre el espectador, generando una tensión muy particular. La historia desde ya tiene fuerza propia, trabajando sobre los diversos protagonistas de la cinta, y su multiplicidad de concepciones alrededor de la moral, y sus principios. Torok pondrá un marcado énfasis en la personalidad del funcionario, llevado a cabo acertadamente por Peter Rudolf, un hombre seco, terco y egoísta, quien tiene poca paciencia para su mujer, en cierta manera obliga a proceder a su hijo, y que no tolera que se le contradiga. Hay un capítulo aparte que también da fuerza a la película, que aborda la historia de los dos comprometidos. Podemos agregar la presencia de ciertas reminiscencias al cine de su compatriota Bela Tarr, y que por momentos esos recursos fotográficos también nos recuerden a algunos filmes de Ingmar Bergman de finales de los 50′ y hasta incluso a la no tan conocida, pero sumamente recomendable Transporte a Viena (Kocár do Vídne), de Karel Kachyna, pero al margen de estas u otras influencias, 1945 se vale por si misma, porque tiene sus atributos a la vista.
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En un pueblo de Hungría un casamiento está a punto de celebrarse, entre el hijo de un funcionario del ayuntamiento y una campesina. Mientras tanto, en la radio se escucha acerca de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Es agosto de 1945, el verano se hace sentir de forma violenta. Todos corren para llegar a tiempo con los últimos preparativos cuando dos hombres vestidos de negro bajan del tren, salen de la estación y comienzan a caminar por el pueblo. Nadie sabe quienes son pero muchos se sienten incómodos ante su presencia. Una sensación con un trasfondo complejo, aunque eso no se observe a simple vista. Uno del que nadie parece estar dispuesto a hablar sino que prefieren hacerse los distraídos hasta que los forasteros se vayan.
Filmada en un atrapante blanco y negro, 1945, de Ferenc Török, nos sumerge en ese año en un pueblo de Hungría donde la presencia de dos judíos con dos grande baúles despierta ansiedad y miedo en aquellos que se beneficiaron con su persecución. Mientras el alcade se afeita y se prepara para el casamiento de su hijo, la radio anuncia que Estados Unidos acaba de lanzar la bomba atómica sobre Nagasaki. Es el 11 de agosto de 1945, la guerra en Europa terminó hace varios meses, pero todavía sigue latente. Las ruinas y restos carbonizados decoran el pequeño pueblo húngaro que, tras liberarse de los alemanes, ahora lidia con las tropas rusas que controlan este nuevo contexto y organizan las primeras elecciones. Al mismo tiempo, a la estación llegan dos forasteros. Se trata de dos judíos que bajan del tren dos misteriosos baúles. Un personal ferroviario observa perplejo esta situación. Debe informar de ello. Esta inesperada visita genera incertidumbre y temor dentro de la pequeña población. ¿Qué hacen aquí?, ¿Qué llevan dentro de los baúles? son algunas de las incógnitas que se plantean. La ansiedad creada por lo desconocido es lo que conduce la película. Para algunos países, el año 1945 representa la liberación nazi y el final del fascismo. Para otros estados de Europa del Este significa el traspaso del dominio de un gobierno invasor y totalitario por otro similar. El escenario que plantea la película de Török está cargado por un fuerte simbolismo. La presencia de dos judíos no genera alegría y celebración, al contrario, se convierte en una tragedia para toda la sociedad. La mayoría del pueblo teme que reclamen las propiedades y posesiones que ahora viven como suyas. La sociedad se divide en bandos: por un lado, los que sienten culpa y por otro aquellos egoístas que actúan según la codicia y sus propios códigos de supervivencia. Sin embargo, es visible que todos los habitantes del pueblo están implicados. El antisemitismo no lo inventó Hitler, estuvo presente durante muchos siglos en Europa. El dictador alemán lo utilizó para crear un régimen aterrador y violento, pero lo más trágico de su éxito fue la poca resistencia de las sociedades europeas. El guion de esta película está basado en Regreso a casa, el cuento corto de Gabor T. Szántó, y examina un lado de la guerra casi desconocido: el regreso del pueblo judío a las regiones donde fueron exterminados por los nazis. Este caso particular refleja cómo la sociedad húngara reacciona ante su llegada y el dilema que crea dentro de su superficial armonía. La cámara de Török se dirige exclusivamente a los aldeanos y el caos que les genera lidiar con el pasado. Al estar filmada en blanco y negro crea un clima asfixiante e hipnótico que conmueve y atrapa. La fotografía y la impresionante musicalización ayudan a que la película deslumbre en todos los sentidos. Pero lo más impactante es el uso de los primeros planos íntimos a la cara de sus personajes que transmiten en detalle la reacción y los sentimientos encontrados frente a esta situación. A medida que los dos hombres marchan lentamente hacia el centro del pueblo la vida de sus habitantes se desmorona.
Conmovedora alegoría sobre el remordimiento y la culpa "En aquellos años (los del nazismo y el fascismo) aprendí a odiar las guerras… A comprender su condición absurda, su estupidez, su locura". – "Todas las banderas, incluso las más nobles, las más puras, están manchadas de sangre y mierda". (Oriana Fallaci) Las guerras, sobre todo en Europa, han sido la acción cotidiana de cada siglo. Desde Darío, Agamenón y César hasta Hitler, Mussolini e Hirohito, la irracionalidad del poder fue una constante. Las ambiciones imperialistas primero, la carrera armamentista después, aunado a la conquista de territorios por geopolítica, y la rivalidad económica, han hecho del continente europeo un objetivo vulnerable a la codicia de uno o varios grupos de poder. Water Benjamin sostenía que una historia vale si se le da voz a los “sin nombre”, o Hanna Arentdt que una política sólo vale si hace surgir aunque sea una “parcela de humanidad”, sobre lo expuesto por estos autores es posible visualizar el filme húngaro “1945” de Ferenc Török, basado en el cuento “Hazate#769;re#769;s” (Regreso a casa, 2004) de Gábor T. Szántó, novelista, guionista, poeta, ensayista y editor de la revista judía húngara “Szombat”. Walter Benjamin también dice: “Hacer obra de historiador (…) significa apoderarse de un recuerdo, tal como surge en el instante del peligro.” “1945” posee esencialmente ese fragmento de la historia, ese regreso a casa, que restituye una parcela o un nuevo vestigio de humanidad a ese sujeto histórico expuesto a desaparecer. Gábor T. Szántó halló la manera de hacer visible y legible la palabra de los sin nombre, de los que eran sólo un número y una estrella amarilla, Les dio cobijo a los sin techo y reivindicación a los sin derecho y dignidad a los sin imagen. En “1945”, se analiza otra de las caras de la Shoá (catástrofe) u Holocausto: el regreso de los supervivientes judíos a sus pueblos natales, de donde habían sido removidos hacia los campos de exterminio por los nazis y, en algunos casos, exterminados. Explora en la reacción de la sociedad húngara ante su llegada después de que, en el mejor de los casos, quedara inactiva ante la matanza de sus amigos y familiares o, en el peor, ayudara activamente a los alemanes. También plantea otro interesante dilema: ¿Cómo se puede reclamar propiedades antiguas, cuando las autoridades las confiscaron y redistribuyeron a nuevos propietarios que a su vez vivieron allí durante años? Ferenc Török dirige su cámara casi exclusivamente a los aldeanos, interesado en reflejar cómo se desmorona su tranquilidad cuando se enfrentan a sus pecados del pasado, y en mostrar el ambiente asfixiante de caos existencial que ahoga a la aldea ante la llegada de dos extraños. De esta forma, Török parece evocar al célebre director húngaro Béla Tarr, en particular su obra maestra de siete horas y media, “Sátántangó” (1994), que también sigue el desmoronamiento de un pequeño pueblo cuando uno de sus habitantes, presuntamente muerto, regresa repentinamente. Hungría fue el país con mayor proporción de judíos en el siglo XX. A principios de los ‘30´ los gobernantes de turno aprobaban medidas que, por una parte, apuntaban a la imperceptible y escalonada exclusión de éstos habitantes, y por la otra pretendían evitar una persecución sistemática y violenta de los mismos. Estos antecedentes permiten que la memoria del Holocausto esté tan arraigada en una ciudad como Budapest, y en general en la cultura húngara. Por lo tanto también en su cine. Como lo reflejó uno de los mejores filmes recientes sobre la Shoah que fue “El hijo de Saúl”, (2015 – premios Bafta, Globo de Oro y Oscar) de László Nemes. Su tema fue una inmersión en el núcleo de un campo de exterminio a través de la odisea de un prisionero que quiere dar sepultura al cuerpo de su presunto hijo. Posteriormente habla de otra catástrofe, la de los emigrantes serbios que quieren refugiarse en Hungría, durante la no muy lejana guerra de Kosovo, “Jupiter’s Moon” (“Jupiter holdja, Kornel Mundruczó”, 2017) En cierto modo a través de la autocrítica y la reflexión moral como patrón expresivo, el cine húngaro ingresa triunfal dentro de la cinematografía mundial, y especialmente europea. En “1945” la trama es sencilla. Alguien se afeita nerviosamente en su casa, el alcalde Istvan (Peter Rudolf), a la vez que discute con su esposa adicta al éter (Eszter Nagy-Kalozy) que lo desprecia. Llega un tren. De él bajan dos judíos, el padre (Ivan Angelus) y su hijo adulto (Marcell Nagy), con sus “peiot” (especie de tirabuzones entre la sien y las orejas), “talit” manto de rayas negras, en recuerdo del exilio y la destrucción de Jerusalén. Sus ropas y sombreros negros, con dos cofres de madera que cargan sobre un carruaje. Empiezan un lento recorrido hacia el pueblo. Este trayecto resulta ser una funesta cuenta atrás para sus habitantes. Éstos creen que los recién llegados vinieron al pueblo a reclamar lo que es suyo y vengar a sus familiares, porque ellos los habían delatado a los alemanes y robaron sus pertenencias. "Tenemos que devolverlo todo", dice, el borracho del pueblo (Jozsef Szarvas). “1945” traza un fresco costumbrista en el cual destaca, a través de sugestiones, el cúmulo de conflictos morales y sociales, y también el tiempo real del filme. El reloj de la estación marca la hora de llegada y luego la sostenida invocación del hijo del alcalde Szentes Árpád (Bence Tasnádi) la hora de partida. Ese tiempo señala la caminata de los dos hombres y el carro entre la estación, su paso por el pueblo, el cementerio judío como destino final, y luego su regreso al punto de partida. A diferencia de películas con un tratamiento similar, Török abre un gran abanico de tramas y subtramas que no intenta cerrar. Esto origina en el espectador un continuo debate sobre el punto de vista de cada uno de los personajes. El filme está trabajado como si fueran capas de barniz, o matrioskas rusas o cajas chinas, que se superponen unas a otras, y a medida que transcurre la narración se va develando como la aldea se sostuvo sobre una base de traición. El alcalde del pueblo, Istvan, determina la línea de acción principal. Con cada una de sus movimientos surge una nueva historia a lo largo de la historia, en las cuales aparecen nuevos personajes y nuevos conflictos; y, por lo tanto, nuevos puntos de vista en los que Török ahonda con insistencia. En cierta forma, algo semejante, ocurrió en el tratamiento de “La muerte de Stalin” (“The death of Stalin”, Armando Lannucci, 2017). La evolución de la línea de acción, así como la de los puntos de giro, está canalizada por el sonido. De este modo se produce una supresión de la puesta en escena a favor del sonido extradiegético que varía en función de la historia. El psicólogo alemán-estadounidense, Hugo Münsterberg, sostiene que la película no es una “obra de teatro filmada”, la película (the photoplay), afirma, está “liberada de las formas físicas de espacio, tiempo y causalidad” y “adaptada al libre juego de nuestras experiencias mentales”, es decir, “su validez estética está en su transformación de la realidad en objeto de imaginación”. Y aunque “1945” por momentos tenga la construcción de obra de teatro, no lo es. Como tampoco es un wertens aunque tenga cierta reminiscenci, o a lo mejor sea un guiño a dos filmes emblemáticos como “A la hora señalada” (Fred Zinnemann, 1952) y “3:10 to Yuma” (1957, Delmer Davis). Török intenta plasmar la transformación de la realidad en objeto de imaginación. En su realización mediante ciertos aspectos formales. Existen tres momentos claves en que a través de las formas se determina la realidad fílmica. El primero de ellos vendría determinado por la posición concreta de cámara que se sitúa bajo el carruaje que acompaña a los dos judíos, moviéndose al son del balanceo del vehículo. El segundo, y más evidente, se produce cuando la frustrada novia sale corriendo de la farmacia en llamas mientras la cámara realiza un cambio abrupto de su escala través de un zoom in. El tercer, es cuando tras correr detrás de los dos judíos el pueblo enarbolando palas, hoces y tridentes queda estáticos tras los muros del cementerio en donde la cámara, en un emotivo “close up” muestra el entierro de unos zapatitos, un trencito de madera y otras pertenencias que viajaban en los cofres, Rodada en un impresionante blanco y negro “1945” es una película: hipnótica, silenciosa y conmovedora. La fotografía de Elemer Ragalyi por sí sola es una auténtica maravilla y un disfrute de los sentidos, debido al uso exquisito de la iluminación y a sus poéticas e impactantes imágenes, como la espléndida toma final, de gran simbolismo, preñada de múltiples significados que cada espectador interpretará de manera diferente. A través de ella es posible visualizar que entre ese pueblo árido, de habitantes inhóspitos y los dos hombres judíos, está anexado al drama fundamental entre la inmensidad y el vacío del espacio exterior y la profundidad y soledad del espacio interior. Entre lo desmedido del afuera y la estreches del adentro que está colmada de dolor y sufrimiento.
Una sutil lección de concientización humana A poco tiempo de finalizada la Segunda Guerra Mundial. En un pueblito de Hungría, donde se desarrolla este film, aún perduran los resabios del conflicto bélico porque todavía están custodiados por el ejército soviético. Falta tiempo para ordenar y reconstruir el país. Estar en paz es una sensación rara, después de tantos años. Pero la vida sigue pese a todo y en eso andan Kisrózsi (Tamás Szabó Kimmel) y Árpád (Bence Tasnádi) en los preparativos finales para casarse a la tarde. Con ese marco Ferenc Török filmó en color sepia está particular historia donde lo peor se supone que ya pasó, pero no es así. En paralelo a los preparativos de la boda llegan en tren dos judíos ortodoxos, un viejo y un joven, con un extraño equipaje, dos misteriosas cajas alargadas de madera que alteran los nervios del magistrado del pueblo, István (Péter Rudolf), el padre del novio, y también de otros vecinos. Todo ocurre en menos de veinticuatro horas. La intriga aumenta, las dudas acechan. Hay secretos ocultos, sucedidos durante la guerra, que temen salga a la luz a causa de esos singulares visitantes. El funcionario público pensaba tener un día alegre, pero la realidad le mostró otra cosa. Se suman los inconvenientes, como el de su esposa, Anna (Eszter Nagy-Kálózy), que no quiere que su hijo se case con esa chica porque estuvo comprometida con otro hombre y no la acepta. El guión describe las miserias humanas, las traiciones, el vale todo, encuadrado en la falsa legalidad, con las que se hacían ciertos negocios durante la guerra, la culpa, la venganza, el maltrato mucho más psicológico que físico, etc. El contraste es notorio entre la locura de los habitantes locales y la parsimonia, con breves, pero contundentes, gestos de los judíos que hablan muy poco, casi nada, siempre están serios, pero con eso sólo dicen mucho. La ambientación es lograda, pues nos sumerge inmediatamente en esa época. El ritmo del relato fluctúa entre la rapidez de los húngaros y la tranquilidad de los visitantes. Prácticamente no hay música o sonidos incidentales. No hace falta resaltar nada. Todo está en la pantalla. La película sirve como una sutil lección de concientización humana, porque aprovecharse de los demás, hacer turbios negocios, no amar, no respetar, a la larga, se vuelve en contra.
En cine, como en otras artes, abordar un tema que ya fue asunto de varios films en el pasado e incluso en un pasado inmediato constituye un reto enorme. Siempre está latente el peligro de repetir lo que otros hicieron y en consecuencia no ofrecer, cinematográficamente hablando, novedad alguna. Ferenc Torok asume ese riesgo en 1945. ¿Puede ser el silencio protagonista destacado y por momentos central de una película?¿Por qué molesta en un principio, suscita preocupación después y más tarde resulta ominoso? ¿Es una exageración del que ésto escribe sostener que ese mutismo, dominante en buena parte del film, conmociona un pueblo, resquebraja sus lazos sociales y hace brotar las más abominables miserias humanas, pasadas y presentes, de una buena parte de sus habitantes? ¿Puede resultar atronador el silencio? Un hombre se afeita frente a un espejo. Su mujer advierte que una joven, casadera hoy, tuvo, hace un tiempo, otra relación amorosa. El marido responde como si de un dogma se tratara “El pasado se fue”. Al mismo tiempo, unos hombres vestidos con trajes negros caminan, a la manera de una ceremonia fúnebre, detrás de un carro con caballo que transporta dos baúles, en los cuales, se afirma, van perfumes y cremas femeninas. Enterado el pueblo de la visita, algunos vecinos comienzan a observarlos o quizás a espiarlos desde ventanas encortinadas que ocultan las miradas e impiden un registro franco de aquellos inesperados visitantes. Algo similar ocurre cuando la inspección visual de los habitantes se realiza a través de las hendijas de puertas o portones. Otras veces son los los árboles los que impiden el examen puntual y preciso de los extraños y en otras ocasiones, esos mismos obstáculos, se interponen al intento por reconocer la naturaleza de los sentimientos de los pobladores . Así las cosas, parece que esa generalizada dificultad para la observación clara genera en los miembros del villorrio expectación, misterio e inquietud sobre la identidad de los caminantes y sus verdaderas intenciones. El blanco y negro de la fotografía aporta al lenguaje visual un plus de riqueza significativa a la que, por sí misma, es capaz de ofrecer una cámara con enorme capacidad de generación de sentido. ¿Por qué Torok renuncia al uso del color? ¿Cuáles son las necesidades fílmicas que deciden la elección del blanco y negro? ¿La opción elegida tendrá que ver con los tiempos en los que se sitúan los acontecimientos narrados o quizás a la naturaleza de los sucesos? ¿No puede obedecer también a la necesidad de utilizar en repetidas ocasiones el claroscuro y con ello acentuar ciertas atmósferas? La acción alterna nos permite saber de las vicisitudes que atraviesan los dos desconocidos que acompañan el lento avance del carruaje a través del camino que une la estación ferroviaria con el pueblo y simultáneamente, los acontecimientos que esa visita suscita en los pobladores que desde larga data habitan allí. Con el progreso de cada una de esas acciones aumenta la tensión y el malestar social. Los desconocidos avanzan hacia la concreción de sus objetivos, mientras que el estado del ánimo social es permeado cada vez más por la irrupción de viejas culpas y el temor de que finalmente aquellas sean reveladas. La persistencia en el silencio de los infatigables caminantes opera, sin que ese haya sido su propósito, como un revelador de los fundamentos morales y de los principios de justicia que anidan en una parte importante de la población civil, la autoridad política y también la eclesiástica. No son pocos los momentos en los que mediante pinceladas de corta duración se hace referencia a grandes asuntos, instituciones y conductas de funcionarios: un brevísimo comentario de un noticiero radial refiere a cambios trascendentales de orden político nacional. Un jeep que circula por el pueblo testimonia la derrota de unos y la victoria de otros en el orden internacional. Los breves consejos de una padre a su hijo en vísperas de su casamiento desnuda la ideología del dominio masculino sobre la mujer. Con molestia disimulada un cura atiende a un feligrés y le abarata el castigo por haber cometido delitos graves a unas pocas oraciones. Una autoridad del pueblo, sospechado de fechorías, se indigna por las manos sucias de la moza que lo atiende en el restaurant. 1945 es una obra cinematográfica de una potencia visual poco frecuente. Por momentos resulta hasta paradójico que una historia de las características de la contada pueda plasmarse con una estética tan acabada y seductora.