¿Cómo entablar allí un diálogo y comprender lo que pasó? Lo curioso es que, pasada la primera impresión, no parecen mala gente. A su manera son respetuosos, hospitalarios, más o menos tranquilos. Sólo que la chica les parecía un parásito presumido. Pero el único loco a la vista es el hermano, al que los padres siempre alejan de toda discusión. También lejos vive una viejita, repudiada porque hace tiempo fue actriz y bailarina. Paradójicamente, todos admiran a la actriz que viene ahora. Es que la conocen de la televisión. Ella es Benhaz Jafari (“Pizarrones”, de Samira Makhmalbaf) haciendo de sí misma. Su amigo es Jafar Panahi, al mismo tiempo realizador de la película que estamos viendo. Él siempre defiende los derechos de las mujeres iraníes. Lo hizo en dramas como “El círculo” y en comedias como “Offside”. Ahora empieza esto como drama de denuncia, pero de a poco lo convierte en amable pintura de personajes y costumbres. Es que nació en esa zona, esos son sus paisanos. No los odia ni los desprecia, y ahí está también el placer de la película, rica en su tranquila sencillez. La viejita mencionada es Shahrzad, nacida Kobra Saeedi, que llegó a directora en 1979.
Opresión transgeneracional Junto con Asghar Farhadi, el talentoso director y guionista de obras como A Propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009), La Separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011), El Pasado (Le Passé, 2013), El Viajante (Forushande, 2016) y Todos lo Saben (2018), Jafar Panahi es la otra figura central del cine iraní contemporáneo en el ámbito internacional, aunque a decir verdad en este caso la trayectoria del señor incluye un sustrato mucho más dramático que el de su colega debido al hecho de que sobre Panahi pesa una condena de 6 años de cárcel y 20 de inhabilitación para hacer cine o viajar al extranjero, todo por filmar películas críticas para con el Estado y la sociedad de su país que suelen denunciar las supersticiones religiosas, la violencia subyacente en ellas, la pobreza endémica, la intolerancia hacia lo diferente y en especial el papel relegado de las mujeres en una vida pública conducida por un régimen teocrático de influjo musulmán ortodoxo que no les permite ningún desarrollo. El realizador, que se hizo conocido con las muy interesantes El Globo Blanco (Badkonake Sefid, 1995), El Espejo (Ayneh, 1997), El Círculo (Dayereh, 2000), Crimson Gold (Talaye Sorkh, 2003) y Offside (2006), viene rodando películas de manera ilegal desde que los energúmenos del gobierno le inventaron la sentencia en 2010 y comenzaron a “aflojársela” desde entonces, lo que nos dejó con una serie de opus que toman el trasfondo neorrealista de sus comienzos y lo llevan a una nueva dimensión al incorporar -ya sin ningún maquillaje de por medio- los engranajes del documental reflexivo, logrando una excelente fusión entre ficción y realidad en trabajos como Esto no es un Film (In Film Nist, 2011), Closed Curtain (Pardé, 2013) y Taxi (2015), en donde el minimalismo más sincero y ajustado volcaba la balanza hacia un lado o hacia el otro. Su última propuesta, Tres Rostros (Se Rokh, 2018), continúa esta misma senda y entrelaza la historia de tres actrices de diferentes generaciones. La premisa es aparentemente muy sencilla: Behnaz Jafari (interpretándose a sí misma, como todos los protagonistas del film), una actriz famosa, recibe un video de una chica llamada Marziyeh Rezaei en el que le pide ayuda porque su familia no le permite asistir al Conservatorio Dramático de Teherán y luego se suicida ahorcándose, lo que deja a Jafari más que angustiada y por ello abandona un rodaje, le solicita auxilio al propio Panahi y así ambos se dirigen hacia la comarca rural en la que vive la joven para comprobar si es verdad que ha fallecido. Al llegar al lugar, el dúo descubre que Marziyeh está efectivamente desaparecida desde hace tres días y que era marginada no sólo por los suyos sino por todo el pueblo en función de sus inclinaciones actorales/ artísticas y por el simple hecho de osar estudiar algo siendo mujer; circunstancia que a su vez está conectada al caso de otra fémina de la región, una misteriosa y veterana Shahrzad que también se transformó en paria por haber participado en diversas películas durante el período previo a la proverbial Revolución Islámica de 1979, esa que -detalles más, detalles menos- sigue controlando el destino iraní. Una vez más el ascetismo de siempre de Panahi, aquí relacionado especialmente a los planos fijos y las tomas secuencia, se unifica con un humanismo muy bien desarrollado por un guión -escrito por el susodicho junto a Nader Saeivar- que va pasando del recelo de Behnaz hacia Marziyeh a no sólo comprender su situación sino también a dialogar con esa Shahrzad fuera de foco que viene a completar un trío de colegas que terminan unidas por las distintas variantes de la opresión cultural que domina el país, asimismo dejando entrever la necesidad de la lucha en conjunto -o una mínima solidaridad recíproca- para eliminar las prohibiciones y tabúes vinculados con el “honor” oscurantista/ cosificante/ esclavista de un acervo femenino todavía fetichizado al extremo. La película abraza el formato de road movie sutilmente irónica y mundana para jugar con las contradicciones de los aldeanos, quienes de un momento a otro pueden pasar de ser hospitalarios y atentos a convertirse en un nuevo manojo de prejuicios cada vez más agresivos y más peligrosos, dando a entender que las paradojas están constantemente presentes en la realidad y que el ostracismo de determinados grupos sociales puede darse dentro del contexto de comunidades afables y sensatas en otros aspectos, estando ellas mismas también condenadas al olvido estatal…
El comienzo de 3 rostros es desgarrador: una adolescente filma con su celular un video-selfie en el que -en medio de un ataque de angustia- explica que siempre ha soñado con ser actriz y que ha sido admitida en una prestigiosa academia de Teherán, pero sus padres no aceptan ese futuro para ella. Luego de recorrer unos metros dentro de una cueva, se ve cómo mete su cabeza en una soga y se ahorca. Ese video llega a manos del propio Jafar Panahi y la también reconocida actriz Behnaz Jafari, quienes viajan en camioneta a una zona del noroeste ubicada cerca de la frontera con Turquía y Azerbaiján (región de las que son oriundos los padres y abuelos del propio director de Esto no es un film). Allí, mientras siguen los rastros de la joven y buscan la cueva donde sucedió el hecho, verán que -detrás de las celebraciones, las tranquilas rutinas, los códigos y las tradiciones del lugar- se esconde una concepción bastante represiva contra las mujeres. El video del suicidio, entonces, funciona como MacGuffin, como punto de partida para la veta detectivesca de la película, pero en verdad lo que más importa en 3 rostros es la mirada desesperanzada por momentos y humanista en otros sobre cómo se vive en el interior más profundo, rural y austero de Irán. Esta road movie parece en varios pasajes -sobre todo en su segunda mitad y muy especialmente en su cierre- un homenaje bastante explícito al Abbas Kiarostami de películas como A través de los olivos, El sabor de la cereza y El viento nos llevará. Al fin de cuentas, Panahi se inició como asistente del mítico maestro y aquí sus caminos -aunque sea de forma simbólica- vuelven a cruzarse.
Civilización y barbarie Aunque siempre es discutible mezclar obra y vida personal de cualquier artista, es difícil no hacerlo con Jafar Panahi. En 2011, su This Is Not a Film revelaba en la pantalla lo que ya se sabía fuera de ella: que el director iraní había sido condenado a prisión domiciliaria por una supuesta actividad en contra del gobierno de su país, y que por veinte años se le prohibía tanto salir de Irán como volver a filmar. Las razones de esa condena siempre fueron difusas, pero aun así, con la posibilidad cierta de fugarse al exterior y rehacer desde allí su carrera, Panahi decidió resistir desde adentro los atropellos del régimen y filmó aquella película en el interior de su casa. Un pendrive escondido dentro de una torta de cumpleaños permitió que llegara a Cannes. El resto es historia conocida: el premio en el festival francés y el reclamo de la comunidad cinéfila internacional ayudaron a que la prisión fuera revocada y que se le permitiera filmar, aunque con ciertas restricciones y sin posibilidades de poder estrenar en el medio local. 3 rostros convierte esas limitaciones en fortaleza y las exhibe con elegante displicencia. El primer recurso que utiliza para eludir la prohibición de dirigir “actores” es hacer que cada personaje que aparece en la película sea una interpretación de sí mismo, de alguien con una existencia real. Es así entonces que un director de cine llamado Jafar Panahi viaja de noche en su camioneta junto a Behnaz Jafari, una de las actrices de cine y televisión más populares en Irán. Van hacia alguna pequeña aldea en el interior del país, una de tantas perdida entre sus montañas y valles pedregosos. Lo que los conduce allí es un video hogareño grabado con un celular y dirigido a Jafari en el que una joven actriz de ese pueblo está a punto de suicidarse ya que la familia y el entorno no le permiten iniciar sus estudios de actuación en el conservatorio de Teherán donde fue admitida, por el mero hecho de ser mujer. En el camino, ambos discuten si el video puede ser falso; más precisamente si el ahorcamiento final está editado o si todo es una sola toma. En algún momento Jafari, a quien la consume la culpa porque en el video la muchacha le recrimina que no le contestó sus mensajes anteriores, le recuerda a Panahi que un tiempo atrás éste le había enviado un guion sobre una joven actriz que decidía suicidarse. Si el propio cine metió la cola con la discusión sobre el montaje, la ficción y el documental entremezclados profundizan esa idea sin agotarla. La pesquisa por la actriz y la veracidad o no del video propician así esta especie de road movie amable, en la que el encuentro con los aldeanos permite vislumbrar algunos entrañables destellos de la vida cotidiana, pero también ciertas tradiciones poco caras a la modernidad, en mayor medida creencias en las que la mujer, tema central en el cine de Panahi, queda relegada indefectiblemente. Para completar el arco generacional femenino, el tercer rostro que menciona el título es el de una vieja actriz que vive alejada de la aldea en la más absoluta soledad. Paria en su propia tierra, su delito es haber trabajado en películas de la etapa previa a la revolución del 79. Sobre la anciana, a quien apenas se la ve en una ocasión, desde lejos y de espaldas, también pesa desde entonces la prohibición para actuar. Condicionada aquí y allá, la pericia de Panahi radica en denunciar sin caer en la barricada y en desplegarse gracias a la liviandad de formas y recursos particulares. Y esto ocurre, en buena medida, porque hay otro factor que sobrevuela 3 rostros, llamado Abbas Kiarostami. Uno puede suponer sin demasiadas chances de equivocarse que el mero hecho de ser director de cine en Irán implica estar cubierto, a voluntad o no, por su sombra; más aun si, como Panahi, se trabajó con él, en su caso como asistente de dirección en Detrás de los olivos. Varios son los gestos tomados en préstamo, pero ninguno más evidente que las imágenes desde la cabina de un automóvil que avanza por las rutas polvorientas. Si estas son una marca de estilo reconocible en Kiarostami, Panahi las utiliza una y otra vez, a modo de homenaje: para el maestro, como para Bresson, el mundo es un misterio en el cual la cámara se adentra siempre a tientas, un descubrimiento propiciado por los sentidos y en buena medida vedado a la comprensión. Hay una deuda anterior y más profunda con el director fallecido recientemente que 3 rostros asume y que puede verse, por ejemplo, en la manera en la que se filma a los lugareños que se interpretan a sí mismos, tal como Kiarostami, con su mezcla personal de minimalismo y naturalismo, hiciera en la Trilogía de Koker. Con sus dosis de realidad y ficción, imbricando el cuento y el testimonio, borroneando sus fronteras, la película de Panahi vuelve a recordarnos el estatuto esencialmente ambiguo del cine, su constitución inicial y perenne. Esa idea según la cual toda película es “un documental de su propia filmación”, de acuerdo a la sentencia de Godard (un momento preciso de un estado de la técnica, de las ideas dominantes o en pugna sobre el propio arte), tuvo en pocos directores contemporáneos a alguien que, como Kiarostami, lo entendiera y lo expresara mejor en su obra. Nadie como él entendió, también, que siempre se trabaja con una realidad de por sí caótica y multiforme, y segmentarla y ordenarla es establecer a partir de ella un relato. Pensándolo bien, no puede resultar casual que esa mirada sobre el cine tenga en Irán y en sus directores un terreno así de fértil, un país en el que la tensión entre modernidad y tradición se expresa en todos los frentes. Pero hay otro tipo de ambigüedad que parece atravesar al propio pueblo iraní y su cultura, desplegada en otro nivel independiente del anterior. De cierta especie de barbarie enquistada, más propia de la Edad Media que del siglo XXI da cuenta la película (el hermano de la joven es un buen ejemplo, con su intransigencia para con los deseos de la chica). Fuera de ella, basta estar al tanto del devenir político del país, de sus relaciones con el resto del mundo para abonar la idea. Pero esa misma cultura también puede llegar a cotas de un refinamiento extremo. La película de Panahi muestra cómo los mismos campesinos cuyas vidas transcurren en difíciles condiciones materiales pueden hacer de la ceremonia del té un evento suntuoso, aportar momentos de un sutil humor o sentarse a charlar y fumar alrededor de una mesa en un bar o en la entrada de una casa. Y si en 3 rostros se exhibe la forma en que la mujer es relegada, su espejo bien puede ser Shirin, la notable película de Kiarostami, con sus mil rostros femeninos que iluminan la pantalla mientras escuchan fuera de campo una antigua leyenda. Tal vez en esas muestras de una civilidad que parece venir desde el fondo de los tiempos, en esa dulce herencia persa que estas y otras películas iraníes han mostrado tantas veces, radique el misterioso motivo que recurrentemente molesta tanto al régimen de turno.
Filmar y filmar. Se cumple casi una década desde que Jafar Panahi vive recluido en su país sin poder viajar al extranjero y con la prohibición de rodar. Desde entonces ha ofrecido al público que lo sigue fuera de Irán cuatro películas, lo que constata que, además de su perspicacia para ingeniarse maneras de eludir el castigo y la pasión que muestra por hacer películas, sus carceleros no son muy rigurosos en su labor; muestran una tolerancia que hasta les puede venir bien. Todo eso no significa que las condiciones sean óptimas, pero tampoco la libertad absoluta (si es que eso existe) y los abundantes recursos han sido nunca garantías de la excelencia artística. Panahi, con sus medios mermados, ha sido capaz de componer obras de indudable valor, entre las cuales destaca, en este periodo de cautiverio, Taxi Teherán, la que precedió a la que ahora se estrena. El resultado más evidente de esta situación especial en la que vive es que vuelva la mirada a su propio oficio. No es éste un tema ajeno a su filmografía anterior. Sin ir más lejos, El espejo, quizá su película más importante hasta la fecha, es una profunda reflexión sobre la naturaleza y límites del cine, pero ahora esa obsesión acaba impregnando todo lo que hace. La necesidad de filmar y los impedimentos para hacerlo conducen al centro de su obra la investigación sobre el mismo hecho fílmico. 3 rostros debe entenderse por tanto como un ejemplo más de esta tarea complicada e inconclusa. El mundo del cine impregna toda la película tanto desde el nivel formal como por su contenido. Las tres caras del título remiten a otras tantas actrices de épocas distintas que confluyen en una apartada aldea del norte de Irán, impulsada una de ellas por la llamada de la más joven que simula su suicidio. La historia no tiene mucho más que ofrecer, pero sirve al director para desarrollar algunos temas recurrentes en su cine, los cuales son retomados aquí en una especie de recordatorio que, además de profundizar en sus incólumes intereses, sirve para reivindicar su obra anterior. Pero al mismo tiempo ese recorrido tiene otra referencia, y es la de su maestro Abbas Kiarostami, el gran padre del cine iraní. No hay que olvidar que Kiarostami murió en 2016, y ésta por tanto es la primera película que Panahi realiza tras su desaparición, ocasión magnífica para rendirle el merecido tributo de admiración. Las referencias a la obra del maestro son múltiples. La misma historia, la de unos cineastas que se dirigen a una aldea apartada, coincide con la de El viento nos llevará, realizada por Kiarostami en 1999. Pero además está su querencia por rodar en los automóviles (El sabor de las cerezas, Copia certificada…), las referencias al suicidio (El sabor de las cerezas) o, ya desde el punto de vista formal, la indagación sobre la disociación entre la imagen y el sonido (en Copia certificada hay referencias a ello, pero el momento cumbre, no ya de la filmografía del iraní, sino, nos atreveríamos a decir, de toda la historia del cine está en Shirin, una historia contada a través del sonido y de las reacciones que las imágenes provocan en quienes las contemplan). Todos estos temas no son exclusivos del director desaparecido ni préstamos motivados puntualmente por su admiración, ya que la filmografía de Panahi los contiene en abundancia, no en vano se le ha considerado siempre un aventajado alumno suyo. Con estos mimbres, con el recuerdo de lo que sus anteriores trabajos han sido, 3 rostros se convierte en una síntesis que tanto puede ser un final como un nuevo comienzo, una despedida para recorrer nuevas sendas. El tema de la verdad y la mentira en el cine está presente aquí desde el inicio mismo de la película, donde se nos muestran unas imágenes que acaban siendo un señuelo mendaz. Panahi ya habló de ello en El espejo, obra que gira toda ella en torno a ese juego entre verdad y ficción. Pero también, en cierto modo, eso es lo que nos contaba también en Off-side, la falsedad que encierra la apariencia (en este caso la mujer vestida de hombre), si bien sobre este tema se sobrepone otro más importante y también muy recurrente en el director, el de la marginación que sufre la mujer, cuya máxima expresión la encontramos en El círculo. Hasta ahora el cine de Panahi había sido muy urbano. La ciudad de Teherán era la coprotagonista de sus películas, y no sólo un marco neutral para desarrollar sus historias. Por primera vez se sumerge en el mundo rural para filmar una especie de falso documental (los principales personajes se interpretan a sí mismos y conservan sus nombres reales, mientras que los lugareños con los que se encuentran son en gran parte actores no profesionales) que además de recoger un modo de vida con sus luces y sombras (desde la opresión de la mujer a la cordialidad y la hospitalidad con el foráneo) le permite desarrollar otro de sus temas, la sociedad escindida y la incomunicación entre sus miembros, que se muestra tanto en las lenguas (turco, farsi) como en los lenguajes especiales (los silbidos) a los que recurren los habitantes de la zona y que resultan incomprensibles para los visitantes. El resultado de todo ello es una película amable, en ocasiones hasta divertida, que ahonda en la distancia física (los caminos impracticables) y cultural (el mundo del cine en una sociedad muy tradicional, su prestigio y amenaza) entre dos mundos cuya reconciliación acaba siendo más que dudosa. Con todo ello la impresión final nos devuelve una imagen complaciente pero desprovista de la intensidad necesaria para constituirse en una obra mayor. Su razón de ser parece obedecer más a la necesidad de seguir rodando, al precio que sea, como sea, que a la puesta en pie de un proyecto riguroso, por otra parte muy difícil de llevar a cabo. Con esta película, Panahi parece decir al mundo y a las autoridades de su país que sigue en pie, que hay que contar con él. Unos, y seguramente también los otros, se lo agradecemos, y así lo demostramos premiándolo siempre que tenemos ocasión, aunque el resultado, como es el caso, no esté a la altura de otras grandes obras suyas.
El mensaje Kiarostami El realizador iraní Jafar Panahi comienza su última película, ganadora del premio al mejor guión en el 71 Festival de Cannes y escrita junto a Nader Saeivar, con un mensaje de video enviado por una adolescente a la actriz Behnaz Jafari amiga de Panahi, antes de suicidarse. Con este disparador, el cineasta de Esto no es un film (In film nist,2011) inicia junto a la actriz, un recorrido por el noroeste de Irán en busca del origen del mensaje. Un viaje en su camioneta por las aldeas de campesinos en medio de la montaña que recuerdan al cine de Abbas Kiarostami. La tecnología posibilita que el mensaje de la chica llegue al cineasta a quién ella asegura admirar. Sin embargo, el motivo del suicidio lejos tiene que ver con el progreso: se trata de una prohibición de estudiar en un conservatorio por parte de su familia. Panahi siente que tiene que accionar en la realidad que tantas veces describió en sus películas, y viaja a la Irán profunda para tomar cartas en el asunto. La relación del cine con la realidad se tensa en la película. Panahi se inserta en la Irán rural, en medio de aldeas de campesinos perdidas en la montaña, con caminos zigzaguear de lado a lado que trazan recorridos visuales al interior del plano. En el cine de Kiarostami las trayectorias de los personajes en la imagen -y en el fuera de campo- eran fundamentales para comprender los espacios que separaban a unos de otros personajes. En 3 rostros (Se rokh, 2018) sucede lo mismo. La cámara se encuentra dentro del vehículo siempre al lado del punto de vista del realizador que aparece en pantalla y es una figura central en el film. Su camioneta es el espacio donde mejor se encuentra, aunque sea reconocido y admirado por los lugareños. Su compañera es quien accede al interior de la casa de la niña con su familia. Lo que ahí dentro sucede es un misterio y permanece fuera de la visión de Panahi y del espectador. La distancia desde la camioneta del cineasta hasta el interior de las casas es la distancia entre dos mundos opuestos. Panahi conduce mientras Behnaz Jafari es quien acciona, siendo ella la que accede desde la sensibilidad femenina al conflicto de la adolescente. Como en Taxi (2015), el director es quien "lleva" las historias en su automóvil o, en este caso, va tras ellas. Si antes manejaba cómodo por la ciudad, aquí se introduce en problemáticas ancestrales que lo exceden en un espacio ajeno y alejado del mundo que conoce. El tiempo es el otro factor decisivo en el film. El tiempo de espera en la camioneta, ya sea esperando la llegada del padre de la niña o el paso de cabras en un camino que tiene tan sólo una dirección para la circulación, es el tiempo interior de la Irán conservadora, marcado por el estancamiento del progreso tecnológico y cultural. Panahi regresa con un cine comprometido, a través de una historia simple que marca un entorno alejado de las grandes urbes urbanas, que traza lineas geográficas en la imagen para describir desde el espacio, las tres faces del título: pasado, presente y futuro de su país.
Hace veinte años el cine iraní impactaba en los festivales y varias obras maestras comenzaban a llegar a los espectadores de todo el mundo. No eran tan fácil como ahora conseguir una película si no se pasaba en una sala y se podían estrenar películas incluso en el orden cronológico inverso al que se habían realizado. El maestro Abbas Kiarostami fue el nombre más famoso, pero junto con él llegaron las películas de un verdadero genio como Jafar Panahi. En festivales, retrospectivas y también como estrenos, fue un período donde pudimos acceder a un cine fuera de serie. A Panahi se le deben grandes títulos como El globo blanco, El espejo, El círculo, Crimson Gold y Off Side. Su cine poco a poco fue mostrando un costado político fuerte, además de su indiscutible maestría visual, lo que provocó la prohibición de sus películas en la República Islámica de Irán. El cine que nosotros vemos en el mundo, no se puede ver en su propio país. Las cosas se complicaron aún más Panahi fue arrestado en el año 2009 y aunque fue liberado más tarde, ese fue el comienzo de un derrotero que llega hasta la actualidad. Se le quitó el pasaporte y se le prohibió salir del país. Volvió a ser arrestado y mientras el mundo del cine y los organismos de derechos humanos pedían por él, inició una huelga de hambre. Volvió a ser liberado pero luego sentenciado nuevamente, inicialmente a un arresto domiciliario, pero con el tiempo se le ha permitido salir, aunque no fuera del país. También se le ha prohibido realizar películas durante veinte años. A partir de esa prohibición, Panahi comenzó una nueva etapa en su filmografía, con rodajes diminutos, simples, aprovechando todos los trucos posibles para que en teoría no se considere que está haciendo películas. De esta nueva etapa surgen títulos como Esto no es un film, Taxi, Closed Courtain y ahora 3 rostros. Este último rodaje se realizó de manera mínima, con el apoyo y la complicidad de lugares donde Panahi tiene familia y sin guión. La película ganó el premio a Mejor guión en el último Festival de Cannes. Porque claro, no tiene guión en papel, pero la estructura del relato y la historia que cuenta es absolutamente brillante. Toda esta nueva etapa del cine de Panahi no se estrena en Irán y sus películas salen del país en un pendrive. La actriz de cine y televisión Behnaz Jafari y el propio Jafar Panahi viajan en auto a una región rural en el noroeste de su país. El motivo del viaje es buscar a una joven que deseaba ser actriz pero que aparentemente se ha suicidado. Solo tienen un video del momento en que ella se filma mientras intentaba ahorcarse, video que le llegó a la actriz Jafari por Telegram, pero que se corta abruptamente. No se sabe quién lo envío ni tampoco si la joven realmente se ha suicidado. Como un emocionante homenaje al cine de su maestro Abbas Kiarostami, Panahi construye el relato a partir de una road movie, donde se va cruzando con la gente del lugar, preguntando y conociendo las costumbres y las ideas de esa población. Entre la simpatía y la curiosidad, con humor y una sutil puesta en escena, poco a poco se va desplegando una mirada que desnuda el violento machismo del lugar. Como en El círculo y Off Side (ambos films prohibidos en Irán) la denuncia es contundente, aun cuando aquí el tono tienda a mantenerse amable. A las dos actrices –la consagrada y la aspirante- se les suma una tercera historia, la de una veterana actriz retirada, que vive aislada de todo, solo con sus pinturas y los afiches de sus films en una casa alejada de los demás. Ella fue castigada y perseguida por realizar películas en las que bailaba. Estos tres rostros del título le permiten a Panahi hacer un film en apariencia sencillo, en el que sin embargo hay varias escenas de enorme complejidad y belleza. Siempre Panahi fue un maestro de la sencillez en la superficie, utilizando recursos mínimos pero asombrosos, eligiendo posiciones de cámara que construyen una historia aun con un plano estático. Este film profundamente feminista emociona y angustia a la vez, porque la injusticia que describe la historia es escalofriante. Este documental ficción o ficción y documental muestra con claridad cómo se vive en esos pueblos y por extensión en todo su país. Un cineasta prohibido entiende perfectamente lo que significa una injusticia y aun así Panahi conserva la calma y la lucidez para que sea su cámara la que denuncia al mismo tiempo que le dedica todos los mejores momentos a sus tres mujeres protagónicas. El plan final, por otro lado, no solo confirmar todo lo mencionado sino que además cierra a la perfección el film homenajeando a Abbas Kiarostami fallecido en el 2016. 3 rostros es otra obra maestra de Jafar Panahi, hecha con inteligencia y sabiduría, pequeña en su apariencia pero gigantesca en realidad.
Cuando 3 rostros se exhibió en la competencia oficial por la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes, en mayo, hubo una ausencia notoria. La de Jafar Panahi, el director de Three Faces, quien cumple un arresto domiciliario en Teherán por cuestiones políticas. Igual, el autor de El círculo y El espejo se las suele arreglar para rodar sus películas desde entonces, y lo hace con él como protagonista (Taxi, Esto no es un film). Las tres caras del título son de tres mujeres. Una es una joven que se suicida tras ver truncado su sueño de ser actriz. Otra es la de Behnaz Jafari, que se interpreta a sí misma, y a quien le llega el video de la primera ahorcándose, por lo que va, junto al director, a ese pueblito a descubrir lo sucedido. La tercera es otra actriz, que fue famosa antes de la revolución, y en su retiro se dedica a pintar. Con o sin simbolismos y metáforas, con pinceladas de humor y alguna sorpresa, el director de El globo blanco vuelve a abrazar cierto neorrealismo, y si bien no tiene la inmediatez del documental como en alguno de sus últimos filmes, sabe a la perfección mantener distancias y acortarlas con el espectador en los momentos clave. La película trata y entremezcla las cuestiones políticas con las de la actuación. Como si la ficción fuera un espacio para la resistencia a la que se ciñe, se enlaza, y en la que las tres caras fuesen el pasado, el presente y el futuro del cine iraní. Es una película con aristas metafóricas, pero sin mordazas.
Cuarto film de Panahi desde su condena (arresto domiciliario de seis años, prohibición de hacer películas, de salir del país y de dar entrevistas por dos décadas), 3 rostros es una puesta en abismo de parte del cine del propio Panahi y también del de Abbas Kiarostami (notoriamente El sabor de la cereza e Y la vida continúa). En este caso, como en tantos otros de la nueva ola iraní de la que Panahi es ejemplo primordial, la idea de puesta en abismo narrativa o de metanarración no está reñida con un fuerte compromiso narrativo. Para Panahi es posible -y también deseable, y trabaja para ello con tesón y talento- contar con fluidez y a la vez plantear una reflexión sobre estatutos como la verdad de lo relatado y la importancia -o la irrelevancia- de tal preocupación. Aquí partimos de un video que da a entender el suicidio de una joven actriz, en el que se involucra de alguna manera a una actriz famosa. Y así se pone en marcha una búsqueda, una pesquisa, en forma de road movie soleada y comandada por la actriz famosa (Behnaz Jafari) y por el propio Panahi. ¿Jafari y Panahi hacen de sí mismos? La respuesta es que hacen de personajes que llevan sus nombres. Afirmar que hacen de sí mismos es perder de vista lo que plantea esta película de gracia ligera, de una tersura que no intenta eliminar ninguna aspereza, y que sabe mantener diversos misterios en torno a las mujeres, a las actrices y al cine, ese arte de mostrar y también de no hacerlo.
Jafar Panahi vuelve a subirse al cine en un automóvil para dirigir y co protagonizar “3 rostros” un film que a partir de una premisa simple construye un fresco acerca de la vida en Irán, sus costumbres y sus pintorescos paisajes. Al recibir una estrella de cine un mensaje con un dramático testimonio, ésta y el propio Panahi, se embarcarán en la búsqueda de la joven que envió el video. La pesquisa los llevará a lugares inimaginados, siempre arriba de la camioneta del realizador, quien aprovecha los recovecos de la ruta, la aridez de algunos paisajes y la aparición de ritos y costumbres a la vera del camino, para hablarnos de la identidad de un pueblo que resiste. “3 rostros” alude a la concatenación de personas que protagonizarán esta trip movie, en la que la cámara pasará a ser un pasajero más (junto con el espectador) registrando todos los pasos de Panahi y Behnaz Jafari, la actriz que ha sido objeto de creación del video misterioso. Con algunos manierismos de Abbas Kiarostami, sus tempos laxos, su profundidad para reflejar y acercarse a los lugareños, construyen un sentido film sobre decisiones en tiempos en los que la tecnología apremia la ansiedad y las respuestas. En el video en cuestión la joven reclama a Jafari su falta de respuesta, su poca solidaridad con ella aun habiéndole enviado varias comunicaciones asociadas a sus deseos de ser actriz y de ver cómo podría insertarse en el mundo del cine. La sorpresa de Jafari es reflejada en una primera escena a oscuras en el auto, en donde escucha azorada las palabras de la joven que ha tomado una drástica decisión y que sin saberlo la involucra a ella. La búsqueda de la joven, los cuestionamientos sobre la solidaridad y, principalmente, el desnudar cierto trasfondo cinematográfico, más allá de ubicar “3 Rostros” en ese cine que habla del cine, se despega de esa subcategoría al pensar en la identidad de un pueblo que ha conocido más desgracias que beneficios. Jafar y Panahi, favorecidos por su condición, desandan los pasos de la joven recorriendo su lugar de origen, y en ese volver a Irán, de manera clandestina, ya que desde 2010 tiene prohibido filmar y salir del país, hay un camino de recuperación folclórica, en el que además reforzarán un vínculo entre ellos a pesar de los posibles reclamos que surjan en el camino. Panahi vuelve a narrar aquello que más le gusta, el mundo de detalles de Irán, en Irán, alejado de las problemáticas que rodearon su detención y también en la transgresión de rodar y de incorporar a una actriz que no puede actuar también por prohibición, sigue bregando una lucha por la libertad de expresión desde la pantalla iluminando a todos sus espectadores.
Una actriz y un director, la famosa Behnaz Jafari y el mismísimo Jafar Panahi son los protagonistas de este film singular, profundo y emotivo. El video que se filmó una joven aceptada en una prestigiosa academia de actuación en Teherán, pero que tiene una familia que le prohíbe estudiar, con reproches de falta de respuesta a su admirada actriz, y su suicidio, impulsan a sus protagonistas a viajar hacia el Irán más profundo. El director y la actriz van el busca de la verdad con la profunda sospecha de que ese video puede ser falso, pero con una incertidumbre que no pueden evitar. Panahi va hacia el lugar donde nació y filma, aunque lo tiene prohibido en su país, donde resiste a fuerza de talento y un estilo propio que le permite hacer películas personales y distintas. Aquí esa intriga policial se resuelve a mitad de camino, pero en el recorrido hay historias singulares, una anciana que duerme en el foso de su propia tumba, un anciano que le encarga al director “el destino” de su hijo, un toro con la pata rota que ha batido récords de fecundación. Son apenas respiros para mostrar de manera descarnada que más allá de la cortesía de los habitantes del lugar, el machismo más acendrado, el patriarcado más déspota, el conservadurismo más cruel, apenas suavizado. La chica del video tiene un hermano mas violento que su padre y su esposo. La actriz retirada que vive en el pueblo no recibe ni un contacto social con los habitantes del lugar. La famosa que viaja disfruta de cierta cortesía cuando la necesitan. Y también el film, en su última parte, es un sentido homenaje al maestro de Panahi, Abbas Kiarostami. Las tres mujeres, de una no veremos su cara, unidas por un hilo de tristeza, solidaridad, reflexiones, en un entorno hostil. En pleno siglo XXI esa sociedad no ha modificado nada y posiblemente siga con sus costumbres ancestrales. La inteligencia de Panahi, sin dedos acusadores ni falsos discursos pone blanco sobre negro esa situación. Una narración de un guión premiado en Cannes, que nos lleva amablemente a la emoción más profunda. Jafari como el fuego de su cabellera rebelde y roja nunca apaga la intensidad de su trabajo.
Una nueva película del perseguido director iraní Jafar Panahi, que luego de sufrir varias encarcelaciones, desde hace ocho años tiene la prohibición de filmar y salir del país. Quien nos sorprendió con "El círculo", formidable alegato a favor de la libertad de las mujeres en el cerrado ámbito iraní, nuevamente retoma el tema femenino en este filme de premiado guion en el Festival de Cannes. Tres son las mujeres que circulan por la película de Panahi. Dos actrices y una aspirante a actriz. Una de la que se habla al final y a la que no se ve, otra que conduce la historia y la motivadora de la intriga, una adolescente. La primera de las mujeres es una niña de dieciséis años que en la primera secuencia se queja porque sus padres no le permiten ser actriz y ella acaba de ganar el ingreso a la Escuela de Actuación de Teherán. En su desesperación se filma con un celular y llama a la actriz de moda por sus series de tevé para que convenza a sus padres de que den el permiso para seguir la carrera de actriz. Pero en una caverna lejana y acompañada de una soga, peligrosa compañera, cae victima de la desesperación. La segunda secuencia muestra a la actriz que fue llamada por la niña, que con remordimientos al no haberle respondido inmediatamente, recurre al director Jafar Panahi para que observe la realidad o falsedad del video que recibió. Lo que sigue será un viaje por regiones fronterizas a Irán en que el director acompaña a la actriz que intenta comprobar la realidad o ficción de la existencia de la jovencita del video. SOCIEDAD DE DESNIVELES "3 rostros" es una clásica road movie por zonas fronterizas y rurales de Irán, con recorridos a su interior poblado de gente simple y cultura detenida en el tiempo, pero que puede mantener el sentido común y la más ortodoxa prohibición a la libertad femenina. Espacios perdidos en la montaña, labriegos con un pie en la prehistoria, alabanzas a la hospitalidad son lugares y caracteres que desfilan en este viaje iniciático. Contrastan campesinos deslumbrados por la popularidad de la actriz televisiva y a la vez portadores de un pensamiento que confunde gente del espectáculo con políticos en el poder (culpan al director y la actriz por el mal funcionamiento de los servicios). Un poder que llega a zonas aisladas, de precarios recursos y que parece convertirse para ellos en el arma capaz de transformar su miseria y aliviar sus necesidades. Este original testimonio muestra el contraste entre la popularidad de la televisión y la censura al mundo del arte y el espectáculo como representantes de un oficio sin utilidad y sentido. El concepto parece extenderse a la noción de educación (el hermano de la niña que quiere ser actriz grita: "Ahora son los estudios los que pide, ¿después qué?"). Ambigüedades de una sociedad de profundos desniveles acentuados por lejanías geográficas, pluralidades lingüísticas y esquemas ideológicos discutibles. Muy bien la actriz Behnaz Jafari, la joven Marziyeh Reza y la presencia del mismo director Panahi como actor encarnándose a sí mismo.
Dar la cara por las mujeres iraníes Con una estructura narrativa derivada de las road-movies de Abbas Kiarostami, el director de El espejo y El círculo vuelve a ocuparse de las mujeres de su país, en este caso tres generaciones de actrices que refieren al pasado, presente y futuro del cine iraní. Con Tres rostros, su cuarta película realizada bajo libertad restringida, el gran director iraní Jafar Panahi –todavía prisionero del régimen teocrático de su país, del que no puede salir desde hace nueve años– demuestra que su talento y su imaginación no sólo no tienen fronteras, sino que incluso las desafía de modo permanente. Desde la extraordinaria Esto no es un film (2011), rodada en su propia casa, cuando cumplía arresto domiciliario y que envió al Festival de Cannes de manera clandestina, Panahi ha venido construyendo una obra que no deja de ser autorreferencial con respecto a su situación de encierro, pero que a su vez no le impide ver el mundo circundante: la opresiva Cortina cerrada (2013) dio paso a Taxi Teherán (Oso de Oro de la Berlinale 2015), una comedia luminosa en la que era evidente la felicidad que le producía poder volver a circular por las calles de la ciudad, aunque todavía tuviera que filmar de modo casi clandestino. No es el caso de Tres rostros, donde Panahi –protagonista de sus propios films– se muestra cada vez más libre y se aventura ahora lejos de Teherán, hacia una provincia remota, en la frontera con Turquía y Azerbaiyán. Conduciendo su propio vehículo, lleva de pasajera a Behnaz Jafari, una actriz muy famosa en su país (lo es también en la vida real, donde trabaja en cine y televisión), que viaja visiblemente angustiada. Acaba de recibir en su teléfono celular el video de una adolescente de esa región remota, en el que la chica supuestamente se suicida en cámara, en un acto de desesperación ante la incomprensión de su familia, que no le permite inscribirse en el Conservatorio de Arte Dramático. ¿Se trata de un suicidio verdadero o de una broma pesada? Durante el prolongado viaje en auto –todo un leitmotiv en el cine iraní, particularmente en el de Abbas Kiarostami, a quien Panahi aquí homenajea de modo explícito sin necesidad de nombrarlo– no alcanzan a esclarecer el caso y es por eso que deciden ir a la aldea de donde han averiguado proviene la chica. En el camino primero y en el pueblo después, se irán encontrando con distintos personajes, cada uno con sus peculiaridades y sus demandas, incluidas las de la familia de la adolescente desaparecida, que responden a tradiciones ancestrales. El impacto que provoca la llegada de una celebridad al pueblo también da lugar a situaciones equívocas y malentendidos, a los que contribuye que no todos los habitantes de la región hablan farsi sino turco. Pero una pista determinante para develar el enigma que los recién llegados pretenden resolver es que allí en ese pueblo ya de por sí aislado vive, completamente apartada del mundo, Shahrzad, un actriz y bailarina muy popular en el cine iraní previo a la Revolución de los Ayatolas, en 1979, y que desde entonces fue prohibida en Irán por la sensualidad con que interpretaba sus personajes. Y aunque nunca se la llega a ver en el film, Panahi se ocupa de que su presencia fuera de campo sea particularmente significativa. Tanto como lo es la ausencia del propio Panahi en los principales festivales internacionales a donde envía sus películas y a las que no puede acompañar. El director de El espejo (Leopardo de Oro en Locarno 1997) y El círculo (León de Oro en Venecia 2000) parece sugerir que esos tres rostros a los que alude el título del film representan, cada uno a su manera –la actriz censurada, la estrella actual, la aspirante a serlo– el pasado, presente y futuro del cine iraní. No parece una casualidad que las tres sean mujeres, a quien Panahi siempre ha prestado particular atención, mucho antes de que fuera políticamente correcto hacerlo. En los tres casos, la lucha siempre es un poco la misma: contra el olvido, contra la condena oficial y contra los prejuicios sociales y religiosos. Pero como lo prueba su nueva película, Panahi está dispuesto no sólo a enfrentar la adversidad sino también, fundamentalmente, a dar la cara, todas las veces que sea necesario.
El regreso de Jafar Panahi a la competencia de Cannes es comprensible: 3 rostros es el mejor film que ha hecho en años. La autorreferencialidad de sus películas precedentes persiste aquí, pero su presencia es secundaria, pues, como el título lo señala, las protagonistas son tres mujeres, una en fuera de campo.
“3 Rostros”, de Jafar Panahi Por Gustavo Castagna Jafar Panahi vuelve con su cuarto film rodado bajo la condena impuesta por el régimen teocrático de su país (*). Retorna a un cine de espacios abiertos, de búsquedas no solo temáticas sino también formales, donde vuelven a fusionarse el documental y la ficción, la representación de los hechos con la realidad coyuntural, la sabia combinación de situaciones y personajes con una geografía rural que desmenuza a una sociedad arcaica y primitiva. Al inicio una adolescente registra vía celular su propia muerte debido a la desidia de sus padres que no aceptan un futuro lejos de aquellas tierras áridas, un futuro relacionado a su deseo de ser actriz. Desde allí el mismo Panahi y la actriz Behnaz Jafari, con aquellas imágenes terroríficas que llegaron a sus manos, salen a resolver ese enigma. ¿Quién envió la grabación? ¿Ella murió o nada sutilmente manipuló las emociones del director y la actriz con el propósito de llamar la atención? ¿Quién sujetaba la soga que anudó el cuello de la supuesta joven suicida? Bajo esos parámetros, 3 rostros se abre a un abanico de infinitos territorios a explorar por el dúo de “investigadores”. Por un lado, el descubrimiento de una sociedad que no acepta al que desea alejarse de su terruño para emprender una vida diferente. Por otra parte, la desconfianza que transmite la pareja central a los pueblerinos, acostumbrados a un mundo de regido por un manual acorde a los mandatos paternos y, por ende, procedente de las decisiones que toma el hombre (“el padre de familia”) por encima del resto. En esas variables temáticas y formales, a Panahi / actor se lo ve a sus anchas adoptando un rol secundario (haciendo de sí mismo, claro) para entregarle el nervio narrativo de su historia a la actriz Jafari. Ella, en su rol de mujer, es la que poco a poco descubre las características de esa zona ubicada entre Turquía y Azerbaiján, se sorprende ante ciertas “reapariciones”, se pelea y reconcilia con Panahi, se establece como mujer en un territorio hostil. El fantasma del gran Abbas Kiarostami recorre más de una escena de 3 rostros, más de un camino de tierra, más de un viaje en ese auto que maneja Panahi. No solo por la sustancia temática (La vida continúa sería el primer espejo) sino también por la forma en que se conciben determinadas escenas con esos planos secuencia contemplativos que eran tan adictivos en el cine del maestro iraní (acá los espejos van desde Detrás de los olivos hasta El viento los llevará y El sabor de la cereza). Pero la película de Panahi – con semejante herencia – tiene su vida propia, sus matices particulares, su mirada personal en relación a un conflicto específico que se convierte en una lectura sin contemplaciones de una sociedad determinada. (*) 3 rostros es la cuarta película de Panahi “bajo arresto” o supeditado a la condena que le impuso el gobierno iraní durante 2011. Primero fue Esto no es un film (premiada en Cannes); luego Pardé / Closed Coutain y Taxi y ahora 3 rostros. Como mi desconocimiento sobre ciertos temas legales es menos que escuálido, surgen preguntas, así al voleo: ¿Panahi está “condenado” pero sigue filmando? ¿El director está en libertad condicional y carga con su condena, luego de filmar, encerrado en su casa? ¿Hay un acuerdo implícito o no tanto entre el condenado y el poder? Espero alguna respuesta que disimule un tanto mi amplia ignorancia. Felicidades. 3 ROSTROS 3 Faces. Irán, 2018. Dirección: Jafar Panahi. Guión: Jafar Panahi y Nader Saeivar. Fotografía: Amin Jafari. Edición: Mastaneh Mohajer y Panah Panahi. Con: Behnaz Jafari, Jafar Panahi, Marziyeh Rezaei. Duración: 100 minutos.
Este film llega de la mano del cineasta iraní Jafar Panahi cuyas películas han recibido numerosos premios entre los que se destacan el León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia y el Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín. Aquí muestra las tres caras de esas mujeres que se escapan de la tradición. El primer disparador es una historia fuerte, una adolescente filma a través de su celular las causas de su desaparición, cuando llega este vídeo de Marziyeh, a las manos de Behnaz Jafari, popular actriz de televisión que se interpreta a sí misma (esta es otra de esas caras) y en esa dolorosa investigación la acompaña el mismo Jafar Panahi, juntos recorren los pueblos del nordeste buscando un señal. La tercera cara es la de otra a actriz y su retiro. En este road movie nos encontramos con distintos personajes e historias, entrelazados con temas sociales, culturales y políticos, por ejemplo una mujer guardando su tumba que es el lugar donde va a pasar la eternidad, las caras de una realidad, los conflictos de las mujeres y la aridez del paisaje, todo acompañado por buenos diálogos y se complementa con algunas metáforas y símbolos acompañados por unas pinceladas de humor.
En su nuevo largometraje 3 rostros, el iraní Jafar Panahi (El globo blanco, Taxi, El círculo) presenta una road movie en la cual, durante un viaje por un pueblo de Irán, expone el machismo latente en la sociedad. La historia se centra en Behnaz Jafari, una reconocida actriz que un día recibe un inquietante vídeo: una joven llamada Marziyeh Rezaei anuncia que se va a quitar la vida debido a que su familia no le deja cumplir su deseo de asistir al Conservatorio Dramático de Teherán. La protagonista inmediatamente abandona el rodaje en el que está y le pide ayuda a Jafar Panahi. A partir de eso, ambos comenzarán un recorrido hacia la zona rural en la que vive aquella joven. Al llegar al lugar se enteran de que Marziyeh lleva tres días desaparecida. Mientras buscan la cueva en la cual la joven grabó su último mensaje, descubrirán que no eran sólo los cercanos quienes rechazaban el deseo de que ella se una a la escuela de arte, sino que era una negativa impuesta por todo el pueblo. A partir de ahí, el dúo se empeñará en investigar qué es lo que realmente ocurrió con la aspirante a actriz. La película entrelaza la historia de tres actrices de diferentes generaciones: el de la ya consagrada Benhaz Jafari, el de la joven aspirante Marziyeh Rezaei y el de la veterana Shahrzad -quien siempre permanece oculta y su presencia queda expuesta sólo a través del diálogo-. Estos tres personajes reflejan el presente, el futuro y el pasado. Pese a la diferencia en sus edades (y por ende a las diferentes situaciones sociales en el marco de un contexto histórico), todas presentan algo en común: la dificultad de cumplir sus sueños a causa de una sociedad patriarcal que invisibiliza (y prohíbe) el deseo de la mujer. 3 rostros no sólo es una crítica hacia una sociedad patriarcal, el director también muestra las diferencias enormes que existen entre los habitantes del campo y de la ciudad. Mientras en un lado reina la modernidad, en el otro punto se muestra una sociedad conservadora que se ata de pies y manos a costumbres vigentes desde hace decenas de años y que parece no tener un fin, al menos no en un futuro cercano.
Pasan los siglos, pero no para evolucionar. Las arraigadas costumbres de vida perduran en Irán actualmente. Nadie puede ni debe aspirar a otra cosa diferente que no sea el mandato histórico familiar. Esa situación es la que padece Marziyeh (Marziyeh Rezaci), una joven que vive en una aldea con su familia, y quiere ser actriz pero no la dejan. La única esperanza que tiene es grabar con su celular un impactante video y enviárselo a través de una red social, a la actriz llamada Jafari (Behnaz Jafari), que es muy popular en la televisión local. Filmada íntegramente en exteriores es una suerte de road movie, porque viajan en una camioneta conducida por el Sr. Panahi (Jafar Panahi), quien es justamente el director de esta película. Ambos recorren una zona montañosa, árida, seca, en busca de la aspirante a actriz. Jafari está desbordada emocionalmente por el video recibido y necesita saber si las imágenes son reales o una farsa. El relato es lento. Hay que tener paciencia para verla, como la tienen los protagonistas, acostumbrados a estar en una ciudad que no le ofrece todos los inconvenientes y obstáculos como los que tiene un camino de ripio trazado en una montaña. Deben ir despacio y preguntar a los pobladores si conocen a la chica. La pobreza y el desamparo prevalecen allí. Son los olvidados de todos los gobiernos. Y el único orgullo que sienten es el de mantener la tradición. La intriga se mantiene y Marziyeh no aparece. El realizador basa la narración en diálogos y silencios, trabajando en varias ocasiones el fuera de campo, además utiliza, cuando lo cree estéticamente valioso, imágenes de planos generales largos, de extensa duración. La historia se mantiene viva hasta la hora de proyección, cuando se devela el misterio, luego, lo que sigue no aporta nada significativo. Prolongar el relato es contraproducente. La capacidad de síntesis es una virtud para nada despreciable, pero, en este caso, el director no lo creyó conveniente y el resultado está a la vista.
El director iraní Jafar Panahi volvió a rodar a pesar de las prohibiciones de hacerlo. El realizador de “El círculo”, ya lo había conseguido con “Taxi Teherán”, que ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín en 2015. En esta ocasión vuelve a subir a un coche pero, en lugar de viajar en un taxi por la capital iraní, se dirige en su auto hacia una zona poco habitada del norte del país. Lo hace en compañía de una famosa actriz a quien le llegó un video en el que le pide ayuda para un drama que parece irresoluble: la negativa de su familia a que estudie actuación porque será una deshonra para todos. El video termina con la chica en lo que parece un suicidio. Ante la duda y la culpa, la actriz sale en su búsqueda. En el camino Panahi, desarrolla un panorama de la actualidad y la realidad de su país sin nombrar nada explícitamente, e inclusive con humor, desde carencias básicas en esa región como servicios y salud, hasta la política, el estado de las rutas, la idiosincrasia y los deseos en oposición a la tradición, entre otros temas. Panahi lo hace todo en un tono que fusiona el drama, el suspenso y la comedia en un relato que transforma la austeridad del rodaje en un valor.
Conocimos a Jafar Panahi en ese momento de dicha cuando el cine iraní nos deslumbraba en las salas gracias a programadores más interesados por descubrir qué pasaba en todas partes del mundo y no solo en los festivales “prestigiosos”. Fuimos testigos de grandes películas, entre ellas, El globo blanco, El espejo y Crimson Gold. Lamentablemente, en el año 2009, Panahi fue arrestado y sufrió diversas persecuciones de la República Islámica de Irán, hecho que lo obligó a filmar en medio de la clandestinidad. De este modo, sus títulos más recientes (Esto no es un filme, Taxi, Closed Courtain) han llegado a Occidente de manera secreta y mantienen una interesante tensión entre lo que podríamos llamar “un ejercicio” y una película. Contribuyen a esta idea la misma imposibilidad de que un director controle y disponga libremente de los materiales que necesita para plasmar sus ideas y el esfuerzo por potenciar los mínimos recursos. Al mismo tiempo, genera admiración la valentía por desafiar a la censura y, sobre todo, desde un lugar de vitalidad, lejos del resentimiento y bien cerca de la creatividad inagotable. El mismo Panahi nombraría a una de los títulos de esta etapa como Esto no es un filme, una sincera declaración al estilo de “hago lo que puedo” (más allá de la sobrevaloración crítica). No obstante, como todo período, hay un momento culminante y acaso Tres rostros sea la confirmación de un método depurado, más pensado y ligeramente complejo. En el principio aparece una imagen. Y es una de las tantas imágenes que forman parte de nuestro universo de multipantallas, correspondiente a un celular. Una mujer desesperada envía un mensaje a una actriz. Dice que es su única esperanza para sacarla del tedio y la traición familiar y que la han engañado. Le prometieron que si se casaba podría estudiar en el conservatorio, pero no fue así. Su historia es similar a la de Sor Juana Inés de la Cruz, pero a diferencia de ella, que eligió el convento, la mujer escoge una horca. Corte. Un suicidio, un pedido y un misterio. Inmediatamente pasamos a la interlocutora obligada del video, una actriz conocida de televisión que se siente agobiada por la transferencia. Estamos ahora en un auto (esa especie de sala para el cine iraní) y mientras vemos su rostro (el segundo de los tres rostros en cuestión), escuchamos a Panahi fuera de campo. Ambos conversan. “Todo parece tan real” dicen e introducen con naturalidad uno de los pilares del realizador (y de su admirado colega, Abbas Kiarostami), la vinculación entre puesta en escena y realidad, maginificada en este caso por la mediatización tecnológica cuyos límites imprecisos ponen en jaque nuestra credibilidad. Este será el gancho policial de la trama, paralelo a un discurso metaficcional: qué es lo que vemos y qué tanto de realidad existe en ello (igual que el cine mismo de Panahi, hacedor de engaños en medio del encierro). Ambos miran el video una y otra vez, lo inspeccionan hasta con ojos profesionales, a través de la noche y dispuestos a emprender un viaje para descubrir la verdad. Hasta que se hace de día y entonces vemos por primera vez el cuerpo regordete con anteojos del director, la imagen icónica del gran Panahi. Comienza el viaje y, por ende, la película misma. Viaje y cine son sinónimos para los grandes directores iraníes. A través de la ventana/pantalla desfilan entidades que son recreadas con la cámara, transferidas a nuestra mirada con una lógica especular engañosa y que enriquece las posibilidades mismas del cine como lenguaje y como registro. A medida que los dos recorren ese valle de múltiples villas, con sus rituales y creencias, asistimos a las problemáticas de una región sumida en el olvido, pero también a un feroz orden patriarcal donde la mujer es confinada al ostracismo. El tercer rostro estará ausente. Una mujer mayor, que ha dirigido películas en algún momento pero que ha sufrido el desprecio de sus colegas por ello, vive encerrada en una humilde casita donde lo único que quedan son palabras de resentimiento y tristeza. Es el segmento melancólico de esta road movie, su estado natural pleno, un instante de suspensión temporal propio de los grandes directores: Panahi espera durante la noche en la camioneta mientras vemos en profundidad de campo la tenue luz del espacio de reclusión. Su compañera le pregunta si quiere a algún lado, y él responde “Estoy más seguro aquí que en cualquier otro sitio”. El mismo lugar para dos personas destinadas a padecer la censura. Panahi se reconoce en esa mujer que no ve pero presiente. Momento sublime. El viaje como movimiento sinfónico que alterna entre solos y pares, se cierra y confirma verdades e imposturas, sin embargo, más allá de la trama, lo que prevalece es el cine en su más alto estado de pureza (tal como lo soñó Bazin), un baño de realidad que evoca a Kiarostami con un último plano que nos devuelve a tantas películas de uno de los directores más entrañables que nos ha dado la historia. Uno no tiene más que agradecer a Panahi por esto. Esto sí es un filme. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Menos mal que aún existen cineastas amables y generosos como Jafar Panahi. Aquí vuelve a tres de sus tópicos: el viaje, la condición de la mujer en Irán y el sentido del propio cine. La historia: una actriz recibe un video de una chica del interior del país que quiere ir al conservatorio dramático en Irán pero cuya familia se opone. Director y actriz viajan a buscarla y descubren no solo una serie de personajes increíbles -algunos humorísticos, otros, no tanto- sino, sobre todo, un paisaje social y moral. Mientras, el propio cineasta utiliza todas las herramientas posibles para que esa historia real (o con enormes visos de realidad) se convierta en un relato cinematográfico. Vemos la película hacerse película, como sucedió con la genial El espejo, de 1998. Y al mismo tiempo, Panahi ejerce de la manera más sutil y frontal la crítica social y política. Es una película de una enorme elegancia en ese sentido, realizada por alguien que considera todavía que la gran pantalla es un lienzo que permite iluminar sutilezas, un arte popular que apela a la inteligencia.
La nueva película del director iraní –cuya prohibición para filmar cada vez es más curiosa– es de sus mejores en años: un relato acerca de tres generaciones de actrices y de la relación entre el cine y la gente, todo eso enmarcado en un viaje a un pueblo que tiene mucho también del universo de Abbas Kiarostami. No hay un “Dedicado a…” ni un “En memoria de…”, pero 3 FACES, de Jafar Panahi, se siente como un homenaje hecho y derecho a Abbas Kiarostami, el maestro del cine iraní que falleció en 2016. No porque los temas, personajes y paisajes que toma no sean también habituales en el cine del director de EL ESPEJO sino porque muchas cuestiones específicas pertenecen claramente al mundo de Abbas, director con el que Panahi comenzó su carrera como asistente. 3 FACES tiene largas conversaciones en auto, largos planos, cine dentro del cine y autorreferencia en la propia película (Panahi hace de Panahi), un viaje a una aldea alejada de Teheran y la búsqueda y descubrimiento de personas de algún modo “escondidas” allí. Si a uno le queda alguna duda de la relación con el cine de Kiarostami allí están los caminos en zig-zag que se pieden en las montañas y que los protagonistas recorren una y otra vez. La película comienza con un video casero que una adolescente le envía a la actriz Behnaz Jafari, que se encarna aquí a sí misma. En el video la chica le cuenta que fue elegida para ir al conservatorio dramático pero que su familia no la deja ir, le reclama no haber atendido jamás sus pedidos de ayuda y termina suicidándose. Jafari queda shockeada, se reúne con su amigo Panahi y ya en un auto se van rumbo al pueblo donde vivía la chica a ver qué pasó, un tanto desconfiada ella de que el suicidio haya sido real. El viaje de ambos y las conversaciones que allí tienen marcarán la primera parte del filme, en movimiento. La segunda se centrará en lo que pasa cuando llegan a la aldea y encuentran a las personas que viven allí: gente laboriosa, amable y sufrida pero también con tradiciones machistas para las que la idea de que una chica se vaya a estudiar actuación en vez de dedicarse a casarse y tener hijos está muy mal visto. Allí se enterarán de más historias locales –como la de una actriz del cine iraní pre-revolucionario que vive oculta y un tanto olvidada por ahí– y conocerán a la familia de la chica, e irán develando qué es lo que está sucediendo en esa casa. Como toda película iraní, tendrá desvíos y pequeñas historias laterales que, como esos caminos en zig-zag, hacen que la película altere su rumbo aparente de manera constante hasta que finalmente uno termine entendiendo que ese es el rumbo del filme. Los “tres rostros” del título tendrán que ver con estas tres generaciones de actrices y a partir de ellas Panahi hará un homenaje al cine de su país (en el que su historia personal de problemas con la censura se incluye), hablará de la complicada relación que ese cine tiene con “la gente” (son fans de la actriz famosa que llega a la aldea pero no quieren que una de las suyas haga esa carrera) y pondrá su mirada crítica en esos comportamientos machistas que arruinaron tantas vidas. De todos modos, no es una película que ponga el ojo crítico en la gente de una manera cruel. Salvo algún personaje extremo, es gente de pueblo que responde a tradiciones que muchas veces superan su capacidad para poder doblegarlas ya que se sienten ligados a ellas de maneras que suelen ir más allá del raciocinio. Y, como las reglas que ponen para que los autos no choquen en las complicadas curvas que rodean a la aldea, sus ideas suelen terminar generando más problemas que soluciones, más prohibiciones que libertades. En lugar de abrir caminos, los cierran.