Cálida comedia sobre segundas chances Seguramente la mujer de "50 primaveras" habrá tenido más de un lindo verano, hace rato. Pero ahora siente que empieza el otoño. Le vienen cambios propios de la edad, le surgen problemas laborales, una hija le anuncia que será abuela. Eso, entre otras cosas. Como posible compensación, se le aparece un novio de lejanos, lejanísimos tiempos. Pequeño detalle: el título original de la película es "Aurore". Así se llama la mujer, a quien todavía conocen por el apellido del exmarido. Pero el título también puede aludir al comienzo de un nuevo día. ¿Se ánimará a vivirlo? Cabe suponer que sí. A fin de cuentas, se trata de una comedia dramática sensiblemente llena de energía femenina. Protagonista, una mujer bien natural y simpática, Agnés Jaoui, la actriz y directora de "El gusto de los otros", "Como una imagen" y "Au bout du conte", todas las cuales (y otras más) escribió con su marido, el actor Jean-Pierre Bacri. Pero ésta no es una obra suya, sino de otra actriz y directora, Blandine Lenoir, que ya había trabajado problemas de la edad y la familia en su opera prima, "Zouzou", La de ahora es, si se quiere, una versión mejorada, Para memoriosos: Blandine Lenoir era la sufrida hija adolescente en dos películas terribles del argentino Gaspar Noé: "Carne", y "Solo contra todos". Ahora se desquita.
Tengo mi vida Estamos ante el retrato de Aurora, una mujer sensible quien, en un momento de su vida donde se lo debe replantear prácticamente todo, deberá aprender a ser asertiva. Llevada en volandas por la excelente interpretación de Agnès Jaoui (consumada actriz que también destacó hace años en labores de dirección con títulos tan destacados como Como en las mejores familias (1996); Para todos los gustos (2000) o Como una imagen (2004), delicada y luminosa hasta decir basta, el argumento seduce por la sencillez de su planteamiento, con una narrativa que asume un tono agridulce que cumple con la nostalgia de una época pasada a la que se le añade de manera acertada un punto de fantasía. Sobreviviendo con trabajos precarios desde que se separó del padre de sus hijas (quien por cierto ha rehecho su vida junto una mujer más joven), Aurora se entera de que va a ser abuela. ¡Abuela! Un choque, un golpe para nada esperado por quien todavía se siente joven y preparada. Eso le lleva a sufrir un ataque de nostalgia echando cuentas de todo lo vivido hasta el momento. Es en este contexto en el que se topa por esas casualidades de la vida con un antiguo novio de la infancia, lo que le llevará a despertar sentimientos que hasta hora creía enterrados. Co-escrito con Jean-Luc Gaget, el escenario en el que transcurre el meollo de la acción es de una hermosa precisión. La búsqueda de una salida a todos los conflictos emocionales en los que se ve envuelta se sustentan en situaciones más o menos cómicas donde a bases de gags más y situaciones irrisorias más o menos afortunadas le permitirá hacer frente a temas esenciales como la (pre)menopausia, la soledad en forma de síndrome del nido vacío de una casa abandonada por los niños que en su día la animaron, el problema de encontrar trabajo (impagable la escena que tiene lugar durante el cursillo impartido en la oficina del INEM francés), o simplemente la necesidad de sentirse viva. Como se dice en un momento clave del film: “cuando una mujer llega a los cincuenta años tiente tanto pasado como futuro”, y bajo esa premisa se va construyendo todo el relato, dedicado en parte a ejercer de aparato implacable de añoranzas y melancolías varias como a insuflar esperanza ante lo venidero. Cuando el tono apuesta decididamente por lo bufo o lo grotesco (esos viandantes un tanto salidos que van piropeando de mala manera…) el ritmo se resiente, pero cuando la verbórrea se apacigua y se deja respirar a las escenas, el conjunto gana muchísimos enteros. Es el caso de ese momento mágico, que a algunos les puede llegar a recordar a la mítica escena del bailes de las niñas de la maravillosa Cría Cuervos de Carlos Saura, en el que madre e hijas interpretan una coreografía acompañadas de la magnética canción I´ve Got Life de la mítica Nina Simone (si no han escuchado esta prodigiosa composición ya están tardando en hacerse con ella). Hay que aplaudir las diversas maneras que tiene el cine francés de no dejar en la estacada a sus mitos cinematográficos ofreciéndole constantemente roles adecuados en los que puedan seguir demostrando su valía. Sin ir más lejos, y afín a una trama similar a la que ahora nos ocupa (aunque con un matiz más intelectualoide), hace poco pudimos disfrutar de otra diva como Isabelle Huppert en la multipremiada El Porvenir, de Mia Hansen Love, por no hablar de la Juliette Binoche de Clouds of Sils Maria o la Emmanuelle Béart de Los ojos amarillos de los cocodrilos. Por supuesto, la situación no admite comparación con nuestro cine, donde suele resultar muy raro que se otorguen papeles protagonistas a mujeres que ya han pasado de los cincuenta. En definitiva, 50 primaveras no defrauda en ningún momento porque se revela fresca y divertida, con un guion ingenioso a la vez que crítico con la falsedad que nos rodea y una caracterización inmensa y portentosa por parte de su protagonista, quien se come literalmente la pantalla, estando a la vez muy bien acompañada por unos secundarios que abarcan todo el abanico de edades posibles (desde veinteañeros hasta septuagenarios), entre los que destacan actores de la talla de Pascale Arbillot (Pequeñas mentiras sin importancia); Lou Roy-Lecollinet (Tres recuerdos de mi juventud) o Samir Guesmi (No se lo digas a nadie).
50 primaveras, de Blandine Lenoir Por Marcela Barbaro Cómo seguir siendo útil para los demás cuando a travesamos una crisis? Una pregunta que se inscribe en la cotidianeidad de Aurora, la protagonista de 50 Primaveras, una comedia dramática sobre una mujer de cincuenta años que sufre los cambios de una etapa complicada. Ella está separada con dos hijas grandes, tiene un empleo inestable y será abuela próximamente. A esto se suma los cambios corporales por la menopausia y el reencuentro con un amor del pasado que terminan de revolucionar su sistema hormonal. Luego de Zou Zou (2014), la directora y actriz Blandine Lenoir, quien actúo en la película Carne (1991) y Solo contra todos (1998) de Gaspar Noé, vuelve a retomar temas pertenecientes al universo femenino, para dar cuenta de la dificultad diaria que enfrentan muchas mujeres. Vi que en el cine había una carencia en este sentido, comenta la realizadora. Las películas no reflejan a las mujeres reales de cincuenta años que yo veía a mí alrededor. Mujeres normales que tienen amigas, que buscan trabajo, que buscan el amor, que salen a tomar una cerveza, simplemente quería mostrar eso”. Para el papel de Aurora (título original de la película) nada mejor que la multifacética y versátil Agnès Jaoui (Como una imagen, Un cuento francés, El gusto de los otros, etc.) en un personaje hecho a su medida. La directora supo potenciar el lenguaje corporal de una actriz que reconstruye su personaje a lo largo de la historia con distintos matices y a través de distintas etapas: desde los gags cómicos en las escenas con las puertas automáticas que no se abren, o las dramáticas al enfrentar el nido vacío y la soledad. Junto a la protagonista, el resto del elenco de actrices reflejan la solidaridad femenina que se genera en cada una de las instancias que atraviesan. En ese punto, la mirada de la realizadora se inscribe en un registro cercano y empático con la problemática de Aurora a través de un discurso orientado al feminismo. Bajo esa premisa, los personajes masculinos, además de ser pocos, están vistos como problemáticos, indecisos, débiles y machistas. Se muestran hasta casi innecesarios, frente a la solidez de los vínculos que ellas construyen. Las imágenes de las cuatro mujeres sobre la cama mientras se abrazan o el baile con sus hijas en el comedor, ejemplifican esa comunión de género. 50 primaveras enfrenta el desafío de un guion sobrecargado de situaciones y temáticas, que si bien se relacionan, terminan superponiéndose; esa exigencia presiona en una puesta en escena que debe ajustar el tiempo del relato a los distintos escenarios por donde transcurre la historia, sin alcanzar un resultado parejo. En ese afán por decirlo y mostrarlo todo, se destaca la solidez de Agnès Jaoui, dando luz a un personaje que en medio del caos, no renuncia a sus deseos, enfrenta los prejuicios y, sin duda, se pone la película al hombro. 50 PRIMAVERAS Aurore. Francia, 2017. Directora: Blandine Lenoir.Intérpretes: Agnès Jaoui; Thibault de Montalembert; Pascale Arbillot; Sarah Suco; Lou Roy-Lecollinet. Guion: Jean-Luc Gaget, Blandine Lenoir, Océane Michel. Duración: 89 minutos.
Aurore tiene 50 años y tres preocupaciones: encontrar un trabajo (renunció a su puesto de encargada de la barra en un restaurante), asumir que va a convertirse en abuela (su hija mayor está embarazada) y reconquistar a un amor de su juventud (Totoche, a quien Aurore dejó luego de que éste ingrese al ejército). En esos términos se planta 50 primaveras, segundo largometraje de la francesa Blandine Lenoir, que ya desde su título original (Aurore) sugiere un unipersonal de su protagonista. Y realmente lo es.
Los años vividos y por vivir. Esta comedia agridulce de la directora francesa Blandine Lenoir bien podría ser una película de Juan Taratuto o Marcos Carnevale, aunque con mayor calidez, menos estridencias y una absorbente protagonista que ronda los cincuenta años (rasgo este último bastante difícil de encontrar en cinematografías como la nuestra). La Aurore del título original es madre de dos hijas jóvenes, está separada y busca empleo. No es mucho más que eso lo que sirve de base para esta liviana exploración por los sentimientos y temores de una mujer de su edad, con varios personajes secundarios interviniendo para deslizar frases ocurrentes, plantear prejuicios que suelen ser rebatidos o, simplemente, agregar chispazos de comicidad. Las situaciones no ofrecen nada demasiado conflictivo: los efectos de la menopausia, la posibilidad de convertirse en abuela, las charlas con una consuegra o una amiga extrovertidas, algún piropo imprevisto por la calle, una reunión con ex compañeros de colegio. Si el film sobrevuela temas embarazosos lo hace sin dejar de ser amable con el espectador. Contribuye la atmósfera límpida y placentera, con exteriores luminosos y casas que transmiten cercanía, sin sobresaltos angustiantes. Hay partes típicas de un cine de fórmula, como mostrar a Aurore bailando sola (o acompañada de sus recuerdos) un tema de Nina Simone en su casa, o un tramo final forzado a cumplir con los códigos de la comedia romántica. La dependencia de Aurore de rearmar su vida a partir del entendimiento con un hombre y la relativa facilidad con la que enfrenta diferentes trabajos –nada gratos, por otra parte– revelan en el film un costado algo conservador. Del mismo modo, aunque ocasionalmente la protagonista se imagina a sí misma cantando o atravesando una situación exitosa, no queda muy claro qué le apasiona en la vida: parece haber algo de medianía y de conformismo en su personalidad. A pesar de ello, cierta sensibilidad recorre 50 primaveras y la aleja de tantos rústicos productos con personajes o conflictos similares. Determinados gags que recuerdan al humor probado por grandes cómicos del cine de todos los tiempos (como el de Aurore enfrentando una puerta de vidrio corrediza) levantan la puntería. En un momento, en una de sus varias búsquedas laborales, Aurore se topa con un grupo de ancianas que conviven juntas en una casona. Allí asoman algunas de las mejores secuencias de 50 primaveras, vislumbrándose la posibilidad de una transgresión, de un tipo de vida diferente, de enfrentar con calma e imaginación el paso de los años. Ligeramente caricaturizados, casi todos reconocibles, los personajes ofrecen una galería de tipos humanos con los que Aurore se las arregla como puede, experimentando las luces y sombras propias de su edad madura. Encarnándola, Agnès Jaoui (actriz y directora de Como una imagen y El gusto de los otros) demuestra que, sin exhibir una simpatía arrolladora ni una belleza singular, sabe seducir con su positiva expresividad. Por Fernando G. Varea
Cuando se lo piden, Aurora hace gala de un talento inútil y, cuando nadie la ve, lidia con una maldición igual de anodina. A partir de estas y otras ocurrencias, Blandine Lenoir le asegura a la protagonista de su nuevo largometraje, 50 primaveras, una personalidad ajena a la caricatura que Kathy Bates encarnó décadas atrás en la trama secundaria de la taquillera Tomates verdes fritos. Aquélla que inspiró el célebre diagnóstico en boca del personaje a cargo de Jessica Tandy: “Honey, you’re going through the change” (algo así como “Querida, estás experimentando el cambio”). El cambio en cuestión es hormonal, comienza cerca de los 50 años, anuncia el final de la etapa reproductiva o, en palabras menos drásticas, el comienzo del climaterio. Para desdramatizar esta transición biológica con intensa repercusión sociocultural, la realizadora francesa despliega un sentido del humor amable, que contrasta con la tosquedad del retrato acordado a Evelyn Couch (recordémosla cuando remodela su hogar, enconsertada en un equipo de gimnasia y al grito de Towanda). Salvo cuando bautiza a la protagonista con un nombre claramente alegórico, incluso anticipatorio de un final luminoso, Lenoir les escapa a los lugares comunes. A contramano de cierta tendencia eurocéntrica, le evita pretensiones universales a una aproximación a lo sumo occidental –sobre todo francesa– de la llamada crisis menopáusica (ilustra este acierto el diálogo de Aurora con una compañera de trabajo de origen africano). Agnès Jaoui es el alma mater de esta comedia que se estrenará mañana en nuestro país, apenas seis meses después que en Francia. Es un placer reencontrar a la actriz, realizadora, cantante que los argentinos descubrimos en la lejana Un aire de familia, aprendimos a querer en El gusto de los otros, y vimos por última vez en alguna sala vernácula hace ¿cuatro? años. Además de asumir el rol protagónico, Jaoui aportó algunas líneas al guión que Lenoir escribió con Jean-Luc Gaget. Acaso por eso encarna con absoluta ductilidad las distintas reacciones de su personaje ante las pequeñas hostilidades que ginecólogos, ex esposos, patrones, el mercado laboral en general, los medios de comunicación y sus cánones de belleza les infligen a las mujeres (occidentales) que empiezan a transitar el cambio diagnosticado por la enigmática viejecita Ninny Threadgoode. La actriz se luce sola y acompañada por los demás integrantes del elenco. En las escenas compartidas con los colegas a cargo de los papeles secundarios y secundarísimos, saltan a la vista el tino de los responsables del casting y la destreza narrativa de los guionistas. En este punto corresponde destacar la capacidad para crear e hilvanar pequeños sketches contundentes, como la serie de entrevistas que Aurora mantiene con distintas agentes –todas contemporáneas– de la oficina estatal de reinserción laboral. En declaraciones a La Dépêche du Midi, Lenoir explicó que Aurore (así es el título original del film) tiene un origen autobiográfico. “Empecé a transitar mis cuarenta años con angustia y sin comprender por qué, a diferencia de mis amigos hombres, tenía tanto miedo de envejecer. Enseguida me di cuenta de que las mujeres de cincuenta años no aparecen representadas en el cine, y entonces me pregunté cómo podemos tener ganas de llegar a una edad invisibilizada. Al mismo tiempo veía que muchas de mis amigas –mujeres formidables, bellas, talentosas– llegaban a esta instancia con una soledad amorosa terrible. Tuve ganas de rendirles homenaje, de darles (y darme) ganas de envejecer. Aurore es también una manera de curar mis propias angustias“. Sin dudas, la realizadora cumple con la intención de homenaje a sus pares. Además consigue desdramatizar las implicancias negativas (o menos felices) de esta segunda revolución hormonal que el cine y la televisión sí recrean, pero en general para ridiculizar a la mujer menopáusica, cincuentona, jovata y de esta manera asegurar la vigencia de unos cuantos prejuicios misóginos.
La modernidad vacía La comedia de Blandine Lenoir se desvanece en un intento “progre” bastante forzado por mostrar un discurso inclusivo que no hace más que sostener los valores clásicos de una modernidad en retirada. Sólo la buena actuación de Agnès Jaoui permite avanzar en el sinsentido de lugares comunes y giros anunciados. El escritor británico John Boynton Priestley dijo alguna vez que la comedia es una representación de la sociedad que se protege a sí misma con una sonrisa. En 50 primaveras (Aurore, 2017) hay una protección dirigida. Está presente la idea de proteger a un modelo social: la clase media francesa. Se toman como graciosos todos los elementos que distorsionan y atacan los modelos establecidos de familia y heteronormatividad patriarcal. Por otro lado, los estereotipos rebalsan en frases como “al final el amor siempre triunfa” o “nunca dejes de luchar por lo que amas”, vacías de significado real que adornan el desarrollo de la película. También ocurre lo mismo con los personajes: el hijo rebelde que se equivoca y vuelve al hogar, el soltero confundido que en vez de buscar su propia libertad termina optando por el amor y la solterona desesperada por conseguir pareja. Todos estos tópicos trillados refuerzan la idea de fondo: al final siempre es mejor estar en pareja, casarse, tener hijos, todo por derecha. No existe posibilidad de fuga de aquel modelo que atrasa cincuenta años. ¿Cómo tolerar tanto fascismo disfrazado de risa? Trayendo un discurso que incluya al diferente, pero que también lo mantenga a raya. Aurore se abraza con una cocinera negra cuando renuncia a su trabajo en un bar, pero es la inmigrante la que le dice que la va a extrañar a ella y no al revés. Ocurre algo similar cuando la protagonista consigue trabajo en el sector de limpieza y se abraza con otra compañera de trabajo inmigrante de color. Ambos casos son un intento artificial y forzado de empatizar con un mundo distinto. Aurore, la divorciada madura que interpreta Agnès Jaoui no tiene intenciones de libertad. Solo quiere volver a repetir el mandato con el que creció de pequeña: casarse y tener hijos. Como está muy grande para eso, lo que hace es replicar lo mismo al buscar pareja “para no quedarse sola”. La poetisa norteamericana Emily Dickinson, pionera del feminismo moderno, estaría aterrada con un personaje así. El planteo de la historia vuelve la risa sobre los sucesivos fracasos del personaje que Jaoui resuelve de buena forma, logrando interpretar la idea gastada del guión. Adaptarse a los cambios no está en el plan. Hay que volver al pasado. La nostalgia funciona como uno de los ejes que intenta empatizar con el espectador pero no es atractiva porque se utiliza como un resorte que activa pensamientos chatos como creer que todo tiempo pasado fue mejor. Volviendo a los escritores, el parisino Jean de la Bruyere decía que la vida era una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan. En el caso de 50 primaveras, las cosas se quedan a mitad de camino y los sentimientos vacíos se corresponden con pensamientos del mismo estilo.
Plagada de estereotipos y lugares comunes,“50 primaveras” pertenece a esa serie de películas con un público asegurado (mayor) que esquiva los blockbusters y prefiere historias alejadas de localismos. Agnes Jaoui se destaca en una propuesta sentida y lúcida.
El paso del tiempo en la vida cotidiana. En el segundo largometraje de la actriz y realizadora, Agnès Jaoui se luce encarnando los dolores, alegrías y nuevas libertades de una mujer de unos 50 años. Humor y drama se mezclan en este film que busca desde el primer minuto la empatía con el espectador. No hubo Alcoyana-Alcoyana: apenas por una semana de diferencia no coincidieron las fechas de estreno del último largometraje de Claire Denis con Juliette Binoche, Un bello sol interior, y el segundo largometraje de la actriz y realizadora Blandine Lenoir, protagonizado por otra gran figura del cine francés, Agnès Jaoui. Ambos largometrajes tienen como personajes centrales a mujeres de unos cincuenta años, separadas y en busca de un nuevo amor en sus vidas, aunque los tonos, formas y medios para narrar las respectivas historias no podrían ser más diversos. Mientras que el film de la directora de Bella tarea impone como uno de sus nortes la manipulación y puesta en tensión de los clichés del drama (o la comedia) romántica, 50 primaveras se entrega casi por completo a varios de los placeres convencionales de la rutina genérica. En otras palabras: mientras la Isabelle de Binoche pone al espectador, en más de una ocasión, frente a un abismo, la Aurore encarnada por Jaoui (de allí el título original) intenta desde el minuto uno de proyección la identificación total y absoluta, una empatía sin derroches a la hora de compartir deseos, sinsabores y pequeños triunfos cotidianos. Caso testigo: Aurore ha dejado una posible carrera detrás para criar a sus dos hijas y sólo ahora, ante la necesidad económica, ha vuelto al mercado laboral, como mesera de restaurante con amplia experiencia. El momento en el cual decide renunciar -no sin antes dejar en ridículo a su nuevo empleador, uno de esos jefes tan molestos como desagradables- está diseñado para provocar los aplausos de la platea más visceral. Algo similar puede decirse de las varias escenas jugadas a explotar cómicamente los sofocones producto de la menopausia: desde una visita a un médico (hombre) que sólo puede compartir sus penurias en términos objetivos hasta el encuentro con la empleada de una agencia de empleos que parece vivir con un ventilador adosado a su cuerpo para menguar los “calores”. El costado caricaturesco del guion de Lenoir y Jean-Luc Gaget es atemperado por secuencias de un humor menos expansivo –más reflexivo, incluso– y varias situaciones dramáticas disparadas inevitablemente por el paso del tiempo: problemas laborales, síndromes de nidos vacíos, futuros nietos, soledades presentes y futuras. Es Jaoui quien logra darle un aspecto alisado a un relato con excesivas aristas, merced a una presencia en pantalla que aporta credibilidad incluso durante las instancias menos logradas. En ese sentido –más allá de los gags desembozados, dispuestos en el relato de manera recurrente–, los primeros dos actos de 50 primaveras terminan convenciendo con su mezcla agridulce, pero de sabor siempre suave. La humanidad de Aurore es contagiosa y, por sobre todas las cosas, no intenta imponerse como lección de vida, amorosa o de otra índole. Es sobre el final donde la cosa comienza a espesarse (a almibararse), con su disyuntiva ante dos posibles caminos, la aparición de un deus ex machina definitivamente extremo –y bastante injusto para con uno de los personajes secundarios– y el cierre con moño más insípidamente derivativo del cine francés (o de cualquier otro origen) visto durante la temporada. Apoya desde la banda de sonido el imbatible medley de “Ain’t Got No, I Got Life” de Nina Simone, que parece resumir en compactos dos minutos muchas de los dolores, alegrías y nuevas libertades de la señora de las cinco décadas.
Las desventuras laborales y afectivas de una cincuentona en una propuesta amable y eficaz. La Aurore del título original es madre de dos hijas, se separó hace años y ahora está obligada a regresar a la selva laboral después de un largo periodo de trabajo hogareño y de asistir a su ex marido en el emprendimiento familiar, todo en medio de una inminente menopausia. Esos elementos le sirven a la realizadora y actriz Blandine Lenoir para construir una película sencilla, sin dobleces, transparente como río patagónico. El film propone un recorrido emocional centrado en los avatares, los dolores y las alegrías de una mujer de 50 años. A lo largo de ese camino Aurore (interpretada por otra actriz y directora como Agnès Jaoui) se topará con un jefe insoportable, el embarazo de la hija mayor y la aparición del interés en un hombre del que estuvo profundamente enamorada en la adolescencia, entre otras situaciones. 50 primaveras es uno de esos títulos escritos mirando de reojo a la platea, con la búsqueda de empatía como norte máximo. Aun cuando sus temas puedan ser espinosos (la inserción laboral en la mediana edad, la soledad, el nido vacío), Lenoir jamás deja de lado un tono amable y ameno que entrevera el drama con algunas pinceladas de humor. Más allá de lo forzado de su resolución, se trata de un film correcto, de personajes buenos y frágiles, que apuesta a la seguridad de los lugares comunes….y sale airoso.
La historia de una mujer única Aurore se encuentra en la bisagra de su vida: tiene 50 años, una hija que va a ser madre y otra adolescente que sólo piensa en su novio, una amiga compinche y desconfiada de los hombres, un ex marido bohemio y un jefe insoportable, y una juventud que se aleja mientras aparecen los primeros signos de la vejez. Dirigida por Blandine Lenoir, 50 primaveras sigue a Aurore en su presente, en sus intentos de volver a enamorarse, de lidiar con la menopausia, de encontrar un nuevo trabajo. La mirada de Lenoir es abierta y ligera, capaz de conectar al personaje con los entornos abiertos, con un humor inesperado, con vínculos sensuales y sorpresivos. Si bien hacia el final se apega demasiado a las convenciones de la comedia romántica, la historia de Aurore es más de lo que se espera de ella: atenta a sus gestos, a sus dudas e incertidumbres, a esa resistencia cotidiana en un mundo en el que la vejez es el peor de los pecados modernos. Agnès Jaoui, actriz y directora de películas como El gusto de los otros y Como una imagen, brinda a Aurore un rostro vital y marcado por los años, alejado de convencionalismos y manías interpretativas, incluso en las situaciones más esquemáticas como la reiterada disputa con su jefe machista. Su Aurora nunca se convierte en la mujer universal o el arquetipo femenino de la cincuentena; es ella, tan única como lo era Jeanne Moreau en la piel de la enigmática Catherine de Jules y Jim, sólo que más de 50 años después.
Es una muy agradable comedia francesa sobre como es el papel de las mujeres cuando llegan a su madurez, pasan sus cincuenta, sufren el destrato de la sociedad, de sus hijos, de los médicos que en nada ayudan con sus sofocones menopáusico, de los empleadores que las relegan, el desempleo, las oportunidades cada vez mas chicas. Pero además la protagonista esta sola, su hija la transformará en abuela, regresan amores que fueron traicionados en la juventud. Con esa realidad la directora Blandine Lenoir, también coguionista, y la protagonista Agnés Jaoni, muestran las tragicómicas experiencias de una historia, que con amabilidad pero sin perder el ojo en a observación aguda de la realidad, redondean una comedia muy efectiva. Temas como la sexualidad, la transformación de mundos individuales, la necesidad de muchos hombres de buscar solo mujeres más jóvenes, la necesidad de la aceptación y la búsqueda de soluciones creativas. Amen de enredos, lugares comunes y un gran elenco para acompañar a Jaoni que es de un talento reconocido.
Las cincuenta primaveras la sorprenden a Aurore (Agnès Jaoui) en una etapa de pleno cambio. A los calores de la menopausia, se le suman las noticias de que su hija mayor va a ser madre y que la menor ha decidido dejar sus estudios y la casa para seguir a su novio músico hasta España.
Cine europeo que renueva y aporta opciones a la nutrida cartelera porteña, llega a salas "50 primaveras" ("Aurore"), una película sobre los cambios de época en la vida, que describe un escenario donde lo físico, emocional y relacional, muestran su vinculación de manera original y simpática, con la idea de proponer una mirada esperanzadora (aunque ligera) sobre el paso del tiempo. En este nuevo trabajo de Blandine Lenoir (directora y actriz, aunque la recordamos por sus trabajos con el gran Gaspar Noé -ella fue partícipe de "Carne" y "Sólo contra todos"-), el centro del escenario será para Aurore Tabort (Agnès Jaoui) , mujer que está llegando al medio siglo en un momento de su vida, complicado. Su hija ha quedado embarazada y comienza a apoyarse en ella por su precaria situación de pareja (económica y relacional), y el pasaje pronto al abuelazgo, no parece sentarle bien a Aurore. Además, se acaba de separar de su marido de toda la vida y no posee empleo, con lo que sus condiciones de confort acaban de subrir un vuelco. Debe salir a empezar de nuevo, aprendiendo que todo lo construído, ya no existe y hay una nueva realidad cada día que golpea a su puerta y la invita a recorrer otro camino. "50 primaveras" es una cinta ágil, llena de matices curiosos para quienes no transitamos (aún!!) esa etapa, por temas de género o edad. Presenta conflictos de peso (por ejemplo, la menopausia es un tema aquí) que se dan por el paso del tiempo y aborda estrategias de la protagonista para reinventarse y seguir adelante. Accidentalmente se topará con un viejo amor de su juventud y deberá ver cómo avanzar en dirección a los mejores estados posibles, dentro de lo que ahora le sucede. El elenco ofrece actuaciones discretas (producido por un guión donde no son ellos elementos de sostén de la historia) siendo Jaoui el centro neurálgico de la propuesta. Ella es todo mohínes, candor y ternura. Transita varios estados y siempre logra ofrecer la mejor conexión posible con la escena y el espectador. Porque en definitiva, el gran conflicto de "50 primaveras" es la redefinición de los objetivos personales a cierta edad, y en ese camino, debemos decir que la cinta cumple con lo que promete. Buena propuesta para acercarse a los dilemas de los jóvenes adultos mayores y los caminos posibles en una edad donde aún tienen mucho para dar.
50 Primaveras, de Blandine Lenoir, trata, en tono de comedia, el escabroso tema de la menopausia y la vida en una sociedad que parece no tener lugar para mujeres que pasaron sus cuarenta años. Aurore es una madre divorciada. Sus dos hijas están en pareja y sus vidas parecen estar en medio de una transformación. El lugar donde trabaja cambió de dueño y ella debe adaptarse a eso. Su hija mayor acaba de quedar embarazada y la menor, enamorada, decide seguir a su novio que se va a radicar a Barcelona. En medio de todo esto, ella se reencuentra con su primer amor, Totoche, en quien deposita la perspectiva de una nueva oportunidad en la vida. Con las hormonas como principal protagonista, la directora nos muestra tres etapas de cambio que se cruzan. Al mismo tiempo que Aurore tiene que luchar con sus bochornos y su lugar en la sociedad como mujer divorciada, ve como su ex marido, casado ahora con una mujer más joven, tiene su vida resuelta. Su hija mayor, también en un estado de excitación hormonal provocado por el embarazo, tiene problemas con su propio cónyuge y la hija menor, en plena excitación de la post adolescencia, se va de la casa (y del país) en pos de sostener la relación con su pareja. Lo que podría haber sido un melodrama es, en manos de un guion muy divertido y ocurrente, una comedia que descansa completamente en el carisma de su actriz protagónica: Agnès Jaoui que, además de ser una mujer hermosa, logra contagiar su sonrisa al espectador. Al trío protagónico de mujeres de hormonas revolucionadas lo complementa Mano, la mejor amiga de la protagonista, que se niega a permanecer en el lugar que la sociedad le asigna a las mujeres de su edad y que aporta al guion (y a la vida del personaje principal) la cuota de humor exagerado que tan bien le viene a la historia.
¿QUIÉN SOY? “¿Sabés lo que me dijo tu abuela cuando tuve mi primer período? ‘Ya eres una mujer’ y ahora que se me fue, ¿qué soy?”. La duda que atormenta a Aurora tiene que ver con un mandato cultural establecido en el que las mujeres, una vez que atraviesan la menopausia, ya no poseen una funcionalidad social, una razón de existencia y, mucho menos, la condición de ser deseables. En su lugar, deben permanecer ajenas y mecanizadas, mientras las nuevas generaciones pueden procrear, volverse íconos y conquistar a cualquier hombre. Para desmitificar esta mentalidad esquemática y atrasada, la directora y actriz francesa Blandine Lenoir propone una mujer de 50 años viva, que experimenta una serie de cambios hormonales, físicos, de autoestima, laborales y hasta familiares en conjunto con el universo femenino que la rodea, como sus hijas, la mejor amiga Mano, la mujer de recursos humanos o las señoras mayores hacia el final. De esta forma, Aurora se compone, por un lado, de la necesidad de reinventarse frente a la pérdida de trabajo, al divorcio, a la sorpresiva menopausia y a la abrumadora idea de ser abuela; por otro, en el vínculo que construye con cada una de las mujeres que forman parte de su vida. De hecho, una de las imágenes que mejor ilustra esa simbiosis es aquella en la que Aurora se recuesta en la cama junto a sus dos hijas y Mano como lazo femenino por excelencia, o el abrazo con la señora después de escuchar que las mujeres mueren sin coraje, a diferencia de los hombres. Por otra parte, en 50 primaveras, los hombres están ligados a un rol temporal. Su ex marido tiene una nueva familia con hijos pequeños y se siente amenazado ante las palabras menopausia o abuelo; mientras que Christopher “Totoche” Tochard evidencia esa chispa perdida en la juventud tanto del amor como del disfrute del aquí y ahora. El médico, en su breve aparición, da cuenta del pensamiento estructurado de una mujer inservible post retiro de la menstruación, y Hervé se refugia en ella para escapar de sus propios tormentos con la esperanza de un futuro más alentador. La música tiene una fuerte impronta como juego entre pasado y presente a través de los bailes de la protagonista con las hijas pequeñas –aunque ella se ve como en la actualidad–, la liberación de los miedos o el canto durante el reencuentro con Totoche. Incluso, ese nexo se vuelve tangible con la mostración de los casettes como registro de la historia entre ambos. Frente a la búsqueda de un nuevo trabajo, al hecho de ser abuela y de permitirse desear y ser objeto de deseo, Aurora espera frente a las puertas corredizas. ¿Se abrirán esta vez para ella? Por Brenda Caletti @117Brenn
Precipitada y sin matices Si en el film reseñado arriba se hablaba de intimismo, de una angustia que tiñe la sonrisa, en el caso de 50 primaveras podría hablarse de otro tanto. Lo que no puede decirse es que exista una coincidencia formal, antes bien, todo lo contrario. Mientras el film de Claire Denis es contraído, sujeto al sismo en el que se encuentra su personaje, la película de Blandine Lenoir apela a lo extrovertido, a la prédica causa‑efecto para asistir al derrotero de su protagonista. Seguramente, el atractivo principal de este film radique en su protagonista, la también directora y guionista Agnès Jaoui, aquí en el papel de Aurore: separada, al borde de la menopausia, con dos hijas (casi) adultas, y a punto de ser abuela. Jaoui compone su personaje desde una alteración que crece, en donde el filo de la menopausia le arroja a cambios de humor repentinos y calores insoportables. El cúmulo de aspectos sería suficiente, pero para ahondar más, no faltará la línea de diálogo que explicite el asunto: Aurore le teme a la vejez, la soledad y la pobreza. Con cierto regusto cómico, las líneas de acción se repartirán como un abanico algo descontrolado. La mirada propuesta es algo extraña, puesto que si bien denuncia una sujeción patriarcal, culmina por ratificar a sus protagonistas en los roles de madres e hijas. En el film, de hecho, se escuchará decir que una mujer es feliz cuando es madre, pero no en el matrimonio. En todo caso, 50 primaveras cumple en su propósito de aportar una historia medianamente entretenida, con la Jaoui haciendo demasiado evidente su caracterización, si bien con cierto candor que le es inherente. El acento estará puesto, a lo largo del film, en detalles que terminarán por cuadrar de manera final así como feliz. Un desenlace bastante predecible, por cierto. Vale destacar, eso sí, la mirada de lumbre y expectativas con la cual la película elige su despedida, allí anida lo más interesante.
50 primaveras es puro costumbrismo con acento francés (no parisino). A sus 50 años, una mujer llamada Aurora, a punto de ser abuela, lidiando con las primeras fases de la menopausia y en búsqueda de empleo, tendrá una segunda oportunidad en el amor. Azarosamente, se reencontrará con el primer hombre importante de su vida, y quizás reanuden la pretérita pasión que les prodigó la juventud, cuando la vida prometía dulzuras y libertades infinitas. Que el personaje interpretado por Agnès Jaoui recuerde con nostalgia la era en la que el musical Hair definía su posición en el mundo es un indicio preciso de lo que se cree defender, pero no transitar.
El segundo largometraje de la actriz y directora Blandine Lenoir es una perfecta radiografía de una mujer circulando por el periodo del climaterio. Para sustentarse en ese registro contó con la ayuda encomiable de la actriz Agnes Jaoui (también directora), quien sostiene en sus espaldas todo el relato. Claro que la actriz interpreta a una mujer común y corriente a los 50 años, y Agnes no es una mujer normal, que todavía guarda en si la belleza y la frescura de su juventud. La producción se instala como una comedia agridulce de claro corte femenino, lo cual no es un pecado en si mismo, salvo que los hombres, personajes netamente laterales en la historia, no poseen peso especifico, no tienen un desarrollo adecuado ni influyen demasiado en la acentuación dramática, eso sólo aparece en el personaje de Aurora, (titulo original del filme). Tampoco existe una subtrama que ayude a la principal para su progresión. Abundan en el desarrollo los diálogos explicativos de las circunstancias, lo que terminan por hacer aparecer a la producción como una clase de psicología femenina de la mujer menopáusica. Mucha mayor preponderancia dado en el guión al contenido que a la forma, pero sin tampoco profundizar demasiado. Aurore Tabort está separada, acaba de experimentar un gran cambio en su vida de relación con el entorno. En su trabajo, tras la llegada de un nuevo jefe, queda relegada a un espacio y trato discriminador respecto de sus compañeras más jóvenes. Además ha recibido novedades por parte de sus hijas, por un lado la “gran” noticia de que va a ser abuela, por otro que la menor de las dos se muda a Barcelona con su novio. Todo junto, y a sus 50 años. Su vida parece estar estancada, si la vida empieza a los 40 entonces no ha vivido. Ahora se siente en decadencia frente al florecer de sus hijas, que la biología no la ayuda demasiado, cree haber perdido los encantos, se muestra desencantada de la vida. Sentiría que no sólo no hay retorno, sino que el volver a empezar también se muestra utópico. Pero su encuentro casual con un antiguo amor de su juventud produce un cambio en nuestra heroína. En principio se niega a admitir que esa podría ser la ocasión perfecta para empezar una nueva vida. Es cierto que todo se inicia en un punto que podría haber derivado en un catalogo de lugares comunes, un sinfín de clichés, pero la actriz, los secundarios y lo astuto del texto terminan por transformarla en un buen pasatiempo. Para dar cuenta de otra cosa le falta bastante que ahondar. Trabaja muy superficialmente los desafíos corporales: adiós a la menstruación, sequedad vaginal, lo que se traduce en dificultad de una buena relación sexual, ¿Orgasmo? ¡Olvídate! Cistitis, aumentos de peso, ausencia de hormonas, pérdida de masa muscular, a veces ósea, diabetes hipertensión... ¿quién da más? Lo más importante sería la sensación de invisibilidad, transparencia total, de que ya nadie la tiene en cuenta, no es una geronte, no es joven, no hay definición posible, eso al menos experimenta y expresa el personaje. Lo peor es que es verdad todo eso. Sólo que el humor presente le quita peso trágico al relato, algo así como que si algo no tiene solución entonces no es un problema. Realización simpática que se deja ver, sin demasiadas pretensione, con una actuación de la actriz por encima del texto. Nada más.
50 Primaveras, film de Blandine Lenoir sigue la via de Aurore (la magistral Agnès Jaoui), una mujer de cincuenta años que se encuentra atravesando muchos cambios y que no tiene mucha certeza sobre como abordarlos. Desde lo laboral su presente se altera a causa de un molesto jefe y de una carrera laboral asociada a su ex pareja; mientras que desde lo familiar se entera que pronto será abuela. Estos cambios apuntan esencialmente al paso del tiempo y a como lidiar con él, a la vez que Aurore intenta una y otra vez resolver sus problemas mientras otros nuevos sugen. Para colmo de males, a su encuentro con la vejez se le suma la aparición de un antiguo amor adolescente, ese primer amor intenso que de alguna manera, colaboró para que Aurore sea la mujer que es hoy. Si bien la trama es bastante trillada tanto por los conflictos que la protagonista debe sortear, como por sus desenlaces; 50 Primaveras narra un interesante recorrido por los conflictos de esta mujer, pero esencialmente aborda el encuentro de esta mujer con su deseo, con aquello de esta búsqueda que la lleva a cuestionarse y a continuar buscando nuevas oportunidades, resultando así un film ameno e interesante -que claramente apunta a un tipo de espectador adulto y cercano a ese ciclo vital-.
Es una comedia sencilla y encantadora, donde quizás algunas mujeres se van a sentir identificadas porque se mete en el mundo femenino, con mucho humor y algún que otro toque emotivo. La protagonista sufre una serie de aciertos y desaciertos pero la vida le da segundas oportunidades. Cuenta con la maravillosa interpretación de Agnés Jaoui quien le otorga muchos matices a su personaje. La película tiene varios momentos para destacar, uno de ellos cuando baila Ain’t Got No de Nina Simone, cuando intenta dialogar con su amado en un restaurant y debido a los distintos shows le resulta imposible, entre otras situaciones. Es entretenida, para pasar un buen momento disfrutando además de una buena banda sonora.
JUSTO EN LO PEOR DE MI VIDA Aurore tiene los primeros calores de la menopausia y, para rematar esa idea de que se está haciendo vieja, una de sus hijas le comunica que está embarazada y se va a convertir en abuela. Pero a Aurore no le interesa demasiado, el centro de su relato es ella misma, sus miedos, sus pesares, sus dolores. Y también lo es para la película de Blandine Lenoir, que en el original lleva el adecuado título de Aurore y que aquí, como para desviar la atención, se llama 50 primaveras. Si bien esa cantidad de primaveras dan idea del paso del tiempo, para la película es sólo un tema de fondo, lo realmente importante es la reafirmación de su protagonista, ese acomodarse en esta nueva etapa de su vida donde encima su jefe, porque queda mejor, le cambia el nombre a los empleados y a ella le ha correspondido Samantha. El film de Lenoir es otro ejemplo de ese cine francés mainstream, amable y poco arriesgado. Un cine que puede meterse con temas complejos, pero que elige siempre el camino de la despreocupación. El verdadero fracaso de este tipo de propuestas está dado en el hecho de que se pretende más complejo de lo que realmente es. Y las intenciones de Lenoir, disimuladas en un comienzo, terminan siendo las peores hacia el final: un relato que se asume como feminista, pero que no puede más que reproducir cierto imaginario conservador como síntesis de la felicidad. La protagonista, Aurore, no sólo sufre sus cambios hormonales, también arrastra algunos fracasos sentimentales que el reencuentro con un viejo amante no hacen más que lacerar hasta arder. El suspenso en 50 primaveras está en el hecho de saber si la directora y guionista sucumbirá finalmente al drama romántico más convencional, o si preferirá alejarse de ese territorio para reflexionar por medio de sus personajes sobre el paso del tiempo, los vínculos de pareja y los roles que socialmente aceptamos ocupar por medio de esas viñetas de la vida moderna que sabe construir. Digamos que cuando la película lo hace, acierta y resulta amena entre diálogos y situaciones que escenifican aquello con bastante honestidad y humor. En todo caso, y si la película termina cayendo en los peores lugares comunes, la notable Agnès Jaoui vuelve a construir otra de sus maravillosas heroínas urbanas como para que nos olvidemos todos los problemas de 50 primaveras. La actriz tiene el talento para funcionar tanto en el drama como en la comedia, y aquí lo demuestra con un personaje al que encima no teme ponerle el cuerpo, su cuerpo, como mayor muestra de aceptarse a sí misma.
En la flor de la vida La crisis de los 50, las frustraciones, los proyectos incumplidos, los fracasos, los amores postergados y los reseteos afectivos son los temas de "50 primaveras" que la directora francesa Blandine Lenoir aborda de forma directa y sin dramatizar. La protagonista es Aurore, a su vez el título original de esta película sobre una mujer -podría también ser un hombre- a la que su médico le explica que a partir de cierta edad todo empieza a declinar. Pero Lenoir quiso hacer una película con y sobre mujeres. A los síntomas claros de la menopausia, se suman una hija posadolescente y embarazada, la renuncia a su trabajo de camarera como consecuencia de la clara subestimación de su nuevo empleador que la relega a estar detrás de la barra de un bar, la ausencia de una pareja estable y otros detalles de esa edad en la que la supuesta sabiduría que da la madurez no le permite a Aurora saber cómo enfrentar la partida de su hija menor. Y Lenoir lo hace todo en tono de comedia, con un guión ágil, un elenco de excelentes actrices y la consistente dirección de una cineasta que sabe de qué quiere hablar. Lenoir, que trabajó como actriz con el argentino Gaspar Noé, intenta representar de forma amable la declinación del cuerpo y las posibilidades, supuestas catástrofes para la sociedad, para el mercado laboral o para enamorarse. "A ustedes, los blancos, la discriminación les llega con la edad; nosotros tenemos la ventaja de que a esa edad ya la conocemos bien y no nos afecta", le dice a Aurora una compañera de trabajo negra. Sin embargo a esa certeza inexorable le opone los sentimientos y la dignidad. Sin golpes bajos ni lágrima fácil, la directora aborda un momento crítico, pero deja abierta la puerta a la iniciativa personal de darle batalla.