Si la propuesta tiene dinosaurios, meteoritos y paisajes extraordinarios, además de estar protagonizada por Adam Driver, yo estoy. Apasionante relato de supervivencia que revisita clásicos del cine clase B y los aggiorna a nuestros tiempos.
Este es un claro ejemplo para saber como se expone lo predictible cinematográficamente, el filme abre con una narración que nos cuenta de la historia de un sujeto que vivía en un planeta antes que la tierra estuviera habitada por humanos. Nos presentan a Mills (Adam Driver) como un piloto de una nave espacial, en un viaje programado para dos años. La primera escena transcurre en una playa de Somaris, un planeta remoto, en la cual se ve a la familia de Mills, Nevine (Chloe Coleman) su hija y Alya (Nita King), su esposa. Nuestro héroe acepta la misión pues de esa manera podrá hacer frente al tratamiento que necesita Nevine, gravemente enferma, (el sistema sanitario funciona como en Argentina). En
Los humanos secuencian el ADN de los dinosaurios y los clonan en el presente. Los humanos descubren que los dinosaurios sobrevivieron en una zona perdida e inaccesible de nuestro planeta. Los humanos viajan en el tiempo hasta la era de los dinosaurios. Los humanos y los dinosaurios conviven naturalmente en el período jurásico total qué sabe el público de paleontología. Estos “argumentos” pueden aplicarse a decenas de películas y delatan que las opciones para juntar a los reptiles más taquilleros de la historia con imprudentes exploradores con vocación de snacks están en proceso de agotamiento. El cine, igual, va buscando alternativas. Este film, escrito y dirigido por los guionistas de Un lugar de silencio (2018), nos dice que hace millones de años existió un planeta extrasolar al que sus habitantes llaman Somaris, donde vive una civilización idéntica a la humana, tanto que no solo domina perfectamente el inglés sino que hasta tiene a su propio Adam Driver. A pesar de que su desarrollo tecnológico les permite viajar entre las estrellas, los somarianos tienen los mismos problemas que los humanos del siglo XXI: la hija de una familia irreprochable sufre una enfermedad grave y el personaje de Driver -llamado Mills- debe tomar un trabajo extra para pagar las cuentas médicas. Este consiste en un viaje por el espacio profundo para transportar a un contingente de somarianos a otro sistema solar. Su nave, sin embargo, colisiona con asteroides no registrados y se estrella contra un planeta desconocido. Solo Mills y una niña de la edad de su hija sobrevivien al desastre. Este extraño planeta plagado de curiosas formas de vida vegetales y animales no es otro que la Tierra, 65 millones de años en el pasado, sobre el fin del período cretácico, más exactamente, unas 12 horas antes de que impacte el meteorito que provocó la célebre quinta extinción masiva. Se entiende el desgaste de las opciones para juntar personas con lucrativos dinosaurios, pero resulta insólito que, tras imaginar que los protagonistas podrían ser extraterrestres de un pasado remotísimo, hayan optado por hacerlos indistinguibles de un neoyorquino, en lugar de incorporar algún tipo de diferencia que juegue con nuestras expectativas y dispare situaciones inesperadas (corresponde reportar que aquí no hay muchas de esas). Más allá de esta premisa mal concebida, la película es una compilación de ideas de Jurassic Park (los velocirraptors justo atacan desde el lado inesperado, un rayo ilumina sorpresivamente al T-Rex más silencioso del mundo, etc.) sumadas a escenas “escalofriantes” que delatan una fiaca mental no vista desde la última reunión para tirar ideas en ShowMatch (corresponde aquí saludar a las arenas movedizas, que hacen un regreso triunfal). La trama de la película es minúscula: tras la colisión que destruye su nave, Mills descubre que un módulo de escape quedó intacto pero a unos 15 kilómetros de dónde cayeron la niña y él, de modo que, antes del inminente impacto del meteoro, deben atravesar un bosque lleno de criaturas. Los 65 millones de años se refieren a la edad geológica en la que sucede esta historia, pero cuando se puede prever todo lo que va a pasar se sienten más como la duración de la película.
Los guionistas de la primera Un lugar en silencio son los realizadores de 65, otra historia en la que los protagonistas son pocos -entre ellos, Adam Driver-, viven huyendo y las amenazas son espeluznantes. Bueno, tal vez no sea para tanto. Lo que es seguro es que, para bien de 65: Al borde de la extinción -no habla de ninguna línea de colectivos que esté por dejar de circular-, no hay que entrar en comparaciones con la película de John Krasinski. Y como aquí hay un adulto y una niña en peligro, tampoco conviene recordar la dinámica de la pareja de la serie The Last of Us. No. Pero hablemos de 65, que en la quiniela significa El cazador, algo que debe despreocupar a los guionistas. Hace 65 millones de años, en una galaxia muy parecida a la nuestra, porque todo transcurre en la Tierra, un astronauta de otro planeta (pero con apariencia humana, tanto que es igual a Adam Driver) se estrella por aquí, kilómetro más, milla menos. Mills tuvo que emprender un viaje de dos años de duración, para poder pagar un tratamiento a su hijita. Se ve que ese planeta de donde proviene se parece mucho a la Argentina, y los problemas económicos de la clase trabajadora (y con las obras sociales o prepagas) son más antiguos de lo que pensábamos. Y en eso estaba Mills, conduciendo la nave cuando una inoportuna tormenta de asteroides lo hace estrellar con la Tierra. No es el único sobreviviente. También está Koa (Ariana Greenblatt), una niña que no entiende una palabra de inglés -menos mal que Adam Driver sí, porque sino, nosotros no entenderíamos tampoco nada-. La cosa es que el ambiente viene movido: hay dinosaurios que atacan, hambrientos. Pero presumiblemente nunca probaron carne humana, o la que tengan Mills y Koa. Bien dicen que cuando hay hambre no hay pan duro. Aparatito salvador. No vamos a adelantar para qué le sirve, pero se ve que Mills provenía de una sociedad de avanzada, ya hace 65 millones de años. Aparatito salvador. No vamos a adelantar para qué le sirve, pero se ve que Mills provenía de una sociedad de avanzada, ya hace 65 millones de años. Para suerte de Mills y Koa, los dino no hacen como nos enseñaron Michael Crichton y Steven Spielberg en Jurassic Park: que los velociraptores atacan de a tres, dos de costado y uno de frente. Acá se ven unos bichos que, si no son raptors, son primos segundos. Pero son medio gansos (con perdón de la distinción de especie). Y Mills cuenta con un arma de alta tecnología como para defenderse, a él y a Koa. Como en "The Last of Us", pero no La relación de Mills con la niña es como la de padre adoptivo, y ella, de hija sustituta, como sucede igual, igual en The Last of Us. Raro que Driver haya elegido este papel, viendo el resultado final, porque por lo general apuesta al cine independiente, y si va al mainstream, al comercial, son tanques como para llenar los cines. No sería éste el caso. Y Greenblatt, a quien vimos en un papelito en In the Heights -es hija de madre portorriqueña- y veremos a mitad de año en Barbie, con Margot Robbie y Ryan Gosling, conoce el timing y no desentona. Tampoco es el debut de Beck y Wood en la dirección, ya que tienen en su curriculum La casa del terror (Hunt) y La novia viste de sangre. Sí, cuando dirigieron se habían volcado más al terror, y no al suspenso como en Un lugar en silencio. Igual, Scott Beck y Bryan Wood escriben corto. No se sabe si por apuro, porque se les acaba Internet o tienen pocas ideas y prefieren exprimirlas. Un lugar en silencio duraba 90 minutos, y ésta, 93. Pero en este caso, y viendo cómo termina y lo floja que es la película, es probable que alguien desde la producción haya decidido recortar la duración. Ya se sabe: cuando una película no termina de convencer, y se estima que durará poco en cartelera, los inversores -suponemos que no Sam Raimi, que es uno de los productores- ruegan porque ese primer fin de semana, antes de que el boca en boca la mate, tenga muchas más pasadas, funciones por sala, para poder recaudar algo más y recuperar lo invertido. No es lo mismo que dure dos horas a que dure hora y media. No es nuevo.
Mills (Adam Driver) se embarca como piloto en una misión espacial, pero la nave se ve envuelta en una lluvia de meteoritos que la obliga a descender a un planeta desconocido. Del accidente solo sobreviven Mills y Koa (Ariana Greenblatt), una niña que no habla su mismo idioma. Mills deberá acceder a la nave de escape que quedo a 15 km de donde están y para eso tendrá que atravesar un terreno lleno de dinosaurios, porque ese planeta no es otro que la Tierra hace 65 millones de años. No son pocas las obras que han trabajado el tópico de los dinosaurios, por eso hay que resaltar el mérito de esta película de ciencia ficción, dirigida, guionada y producida por Scott Beck y Bryan Woods, que logra con su premisa un giro interesante. 65 tiene personajes bien construidos que logran que la película no trate solo de la supervivencia, sino del vínculo que entablan los protagonistas. Mills aceptó la misión, que conllevaría dos años de viaje, para conseguir el dinero suficiente para pagar el tratamiento médico de su hija pequeña (Chloe Coleman). Sin embargo, hacerlo implicaba no estar ahí para cuidarla. Ahora, en compensación, podrá proteger a esta niña que aparece bajo su custodia. Por su parte, Koa pasa de su desconfianza inicial, ante una situación que no entiende y mostrarse incluso caprichosa, a preocuparse por el piloto y buscar ser su aliada. En cuanto a los dinosaurios, la película busca de manera tímida hacer pequeños cambios a las imágenes preestablecidas que tenemos, muy influenciadas por la cinematografía de Steven Spielberg. Aparecen dinosaurios que trepan a los árboles, insectos/parásitos extraños que integran la fauna y una especie de Tiranosaurio Rex que corre en cuatro patas. Si hay algo que hay que marcarle a esta película es que la estructura que nos presenta, un astronauta estrellado en un planeta desconocido que debe de llegar a un punto para encontrar la salvación, es un lugar común que ya hemos visto antes, por ejemplo, en la obra Después de la Tierra. Pese a eso, por los demás componentes que tiene, logra ser una película que se particulariza. En definitiva, 65 es una película de acción y ciencia ficción que toma varios puntos comunes del género, con una premisa interesante y buena para pasar el rato.
La nueva película de Scott Beck y Bryan Woods (responsables de la gran "Un Lugar en Silencio" junto a John Krasinski) nos adentra en un tiempo lejano, exactamente 65 millones de años atrás. Mills (Adam Driver), piloto interestelar, está casado con Alya (Nika King) y la pareja tiene una hija, Nevine (Chloe Coleman) con una salud delicada. Su próxima misión consiste en embarcarse durante dos años y transportar pasajeros. En el viaje su nave choca con una lluvia de asteroides, por lo que debe proceder a efectuar un aterrizaje de emergencia en un planeta desconocido, en lo que después sabremos que es la Tierra. La única sobreviviente es Koa (Ariana Greenblatt), con la que se entiende poco, mediante señas y a fuerza de repetir palabras ya que la niña no habla inglés, así que... no sabremos nada sobre ella. Sin conocerse, tendrán que confiar uno en el otro para escapar de lo que ya es una pesadilla y se pondrá peor cuando se encuentren con feroces dinosaurios que dominan el lugar. La única escapatoria es ubicar una cápsula que está a quince kilómetros en una carrera contra el tiempo y a merced de los peligros del lugar. Esta es la premisa de un film simple de una hora y media que me recordó en varios momentos a "Jurassic Park", pero si las comparo, pierde. Los efectos no aportan demasiado, no me brindó suspenso ni emoción en ningún momento, aunque la química entre los dos fluye. Lo que no es entretenido aquí es el guion, repetitivo y aburrido. Y uno siempre espera mucho más de Adam Driver, un actor que ya demostró un gran talento para desafíos de otra envergadura.
La cuestión es que al gran Adam Driver le podemos creer todo lo que hace, y engancharnos con un placer culposo a una aventura corta e intensa que supone una premisa de ciencia ficción con dinosaurios. Como no es la franquicia de Jurasic Park los guionistas y directores que ayudaron con la primera película de “Un lugar en silencio”,(Scott Beck y Bryan Wood) mas Sam Raimi como asociado, decidieron tomar a un astronauta del pasado que se estrella en la tierra hace 65 millones de años atrás, junto en medio de una lluvia de meteoritos que se agravará como ya sabemos. Esa idea hace convivir humanos con dinos y a partir de ahí una historia de supervivencia, para llegar a una embarcación sana que les permita huir. A la tierra llega el astronauta Mills, que acepto esa misión de dos años para pagarle un tratamiento médico a su hija. El no es el único, esta con una adolescente que no habla inglés. Una situación de niña con padre sustituto al estilo de “The last of us” pero menos profunda. Y los bichos, grandes estrellas de CGI, dinos de todo tipo, insectos gigantes, todos estresados y hambrientos en una situación del fin de un mundo. Pochoclera sin más pretensiones que entretener como una mezcla de star wars y parque jurásico, con muy buenos efectos especiales. Driver le dispara a los monstruosos animales con armas de altísima tecnología. Ya lo dijimos, puede ser lo que quiere hasta un gran héroe de acción.
65: Al Borde de La Extinción – Aliens vs Dinos Apurando que se viene el meteorito… Con el recuerdo de Battlefield Earth -esa película que casi hunde a John Travolta– más presente que nunca, Adam Driver es un alienígena MUUUUUUUUUY parecido a los humanos que cae en un planeta habitado por lagartijas gigantes y que (además) está por enfrentar una extinción por un meteorito. Spoiler: sí, es la Tierra hace 65 millones de años. ¿De qué va? Tras una cataclísmica colisión en un planeta desconocido, el piloto Mills (Adam Driver) descubre enseguida que en realidad se encuentra varado en la Tierra… Pero sesenta y cinco millones de años atrás. Ahora, con sólo una oportunidad de ser rescatados, Mills y la única otra superviviente, Koa (Ariana Greenblatt), deben avanzar por un terreno ignoto repleto de peligrosas criaturas prehistóricas, entablando de este modo una lucha épica a fin de sobrevivir. Es importante realizar un disclaimer: Jurassic Park es la película que me terminó enamorando del arte de las fotografías en movimiento. Fue esa vez con 10 años que entendí la maravilla de dejarte llevar por una historia en una pantalla gigante, y desde allí CUALQUIER producto con dinosaurios tendría mi cariño inicial inclaudicable. Y 65: Al borde de la extinción es eso: una película de dinosaurios. A la postre estamos ante una mezcla de Battlefield Earth (esa que fue financiada por la cientología y terminó siendo un fracaso) con After Earth (esa del binomio Will Smith e hijo que terminó siendo un fracaso): es la historia de alienígenas ancestrales que se parecen muchísimos a los humanos, que viven en el futuro con herramientas muy parecidas a las nuestras actuales, y que deben sobrevivir en un mundo violento con muy pocos recursos. La película se puede separar en dos facetas: a nivel espectáculo circense es muy efectiva. Los vfxs de los dinosaurios están muy logrados, todo se desarrolla en el exterior y realmente se siente como si fuese algo parecido a nuestro planeta. La acción no se detiene un segundo, y los personajes no dejan de sufrir constantemente ser huéspedes en un espacio que los quiere afuera (o adentro del estómago de alguno de sus dueños). El otro es el sinsentido narrativo: el protagonista es un alien, una raza que vivió hace cientos de millones de años. Pero son evolutivamente IGUALES a los humanos, hablan en inglés, conciben el uso de herramientas como nosotros… ¿cuáles son las posibilidades viviendo en ambientes y tiempos tan diferentes? Ahora, si podemos saltar esa dificultad y entregarnos a la historia 65: Al borde de la extinción es de esos viajes adrenalínicos de fin de semana que hacen que nuestro globo ocular es estire a la pantalla cuando aparece. Las típicas películas que aparecen en Telefé después de los Simpsons, y que a pesar de que pase el tiempo siempre tiene un cúmulo de fans. Al nivel de 2012, El día después de mañana o Día de la Independencia… ¿son buenas o malas películas? No lo sabemos, pero no podemos dejar de verlas cuando aparecen. El link con After Earth no es gratuito, ya que Driver no es el único protagonista. Lo secunda Koa, una extraterrestre que no habla inglés, de tez más oscura y que por lo tanto no conoce de tecnología y confía en brebajes y demases (hay algo de personaje en este cúmulo de xenofobia y lugares comunes). Sin embargo, la relación entre ellos es lo que guía la historia y la convierte en efectiva: realmente nos preocupa lo que pueda pasarles a los personajes, algo escencial para conectar con lo que estamos viendo. El protagonista le miente a la pequeña para que vaya con él a la punta de una montaña a encontrar la única cápsula de escape disponible, el resto se destruyó con el choque de la nave… además de todas las personas fallecidas. En el medio, una situación que al principio se trata de manera sutil y luego cae en lo obvio sobre el personaje de Adam Driver… un elemento que mejor tratado desde el guion podría haberle sumado mucho a la historia. Una historia que como dije antes, no para un segundo. Como si se tratase de un videojuego los personajes caen en un espacio físico nuevo (selva, páramo, pantano, cueva, montaña) y se ven perseguidos por diferentes tipos de dinosaurios. Hay muchos jump scares, tiro y cosha golda hasta que por azar o suerte logran pasar de nivel… para volver a encontrarse con algo al instante. No pueden ni dormir ni relajarse a tomar líquido sin que los ataque desde una lagartija gigante, a un mosquito gigante o una oruga venenosa. 65: Al borde de la extinción no es una excelente película, insulta bastante la inteligencia del espectador y tiene lugares comunes yanquis bastante maleducados. Sin embargo, no busca ser más de lo que es: una película pochoclera, con grandes efectos visuales, y diseño de dinosaurios que escapan levemente de lo que propuso Steven Spielberg con Jurassic Park. Una historia sobre un padre que perdió todo queriendo salvar a una niña que se quedó sola en el mundo. Todo esto, mientras un meteorito gigante se acerca con prisa, y cada uno de los elementos del ambiente busca eliminarlos.
Está bien que una película de ciencia ficción como 65: Al borde de la extinción sea un toque fallida o no satisfaga del todo las expectativas de los amantes del género. Y está bien porque, más allá de algunos vicios propios del cine norteamericano (como la recurrencia al drama que atormenta a los personajes), la película escrita y dirigida por Scott Beck y Bryan Woods (los mismos que escribieron Un lugar en silencio, de John Krasinski), y coproducida por Sam Raimi, no le teme al riesgo y exprime al máximo los escasos recursos que maneja. Con apenas un actor y tres actrices (dos de las cueles son secundarias), la película propone una premisa mínima y desesperante: Mills (Adam Driver), habitante del planeta Somaris, viaja al espacio en busca de una cura para su hija enferma (Chloe Coleman) y se estrella contra la Tierra en la época de los dinosaurios, es decir, hace 65 millones de años, a pocas horas de que un asteroide le ponga fin a la vida en el planeta. La otra protagonista es la pequeña Koa (Ariana Greenblatt), única sobreviviente de la nave conducida por Mills. La niña habla un extraño idioma y los dificultosos diálogos entre ambos dan lugar a una particular relación de amistad paternal. De ahí en más, los dos tendrán que sobrevivir rodeados de dinosaurios hambrientos. En este caso, los extraterrestres son los protagonistas humanos. La semejanza con la reciente serie The Last os Us (que también tiene como protagonistas a un adulto y a una niña) es inevitable, ya que el terreno y el género son similares, aunque acá se trata de una película de ciencia ficción situada en la prehistoria. Como Mills y Koa llegan a la Tierra justo antes de que impacte el asteroide, la adrenalina y la urgencia se hacen sentir con el paso de los minutos. Los directores saben crear suspenso y se centran en los enormes animales sin prestarle demasiada atención al imponente paisaje que los rodea, ya que detenerse a contemplar la naturaleza en una situación de vida o muerte sería un error de puesta en escena. Sin embargo, es muy molesto que metan a cada rato el drama de la hija de Mills y la cuestión de “la familia” y “el hogar” para darle una supuesta validez o verosimilitud a la historia, cuando en realidad ese elemento atenta contra lo que podría haber sido un modesto y sólido relato de ciencia ficción. La película es un aceptable exponente del subgénero de dinosaurios y, en menor medida, del subgénero de monstruos prehistóricos de la clase B más desprejuiciada. Claramente, las fichas están puestas en el departamento de efectos especiales, que logra crear unos dinosauros impactantes y monstruosos, sin abusar del CGI y dándoles la oportunidad a los protagonistas de que se pongan la película al hombro y sumerjan al espectador en su aventura. 65: Al borde de la extinción probablemente quede en el olvido, pero al menos tiene la valentía de asumir riesgos poco habituales en las producciones actuales. Que una película con dos personajes enfrentados contra dinosaurios mantenga el interés hasta el final, no es poca cosa.
A CORRER QUE SE ACABA EL MUNDO Scott Beck y Bryan Woods, guionistas de las dos partes de Un lugar en silencio, encontraron con 65: Al borde de la extinción un dispositivo que funciona con la misma economía de recursos que aquellas películas dirigidas por John Krasinski. En pocos minutos nos ponen en situación: un padre que debe abordar una misión espacial, y que no regresará a tiempo a casa para ver con vida a su hija, aquejada por una enfermedad. En los siguientes minutos, seremos testigos de la lluvia de meteoritos que destrozará su nave, el aterrizaje forzoso en un extraño planeta lleno de dinosaurios y su encuentro con una joven, única sobreviviente junto a él. La forma de escape es alcanzar una cápsula ubicada a 15 kilómetros aunque, claro, para llegar a ella deberán esquivar y matar todos los bichos que se les interpongan en el camino. 65: Al borde de la extinción es un relato de supervivencia muy básico y que funciona porque está estupendamente narrado. Sin demasiado alarde, Beck y Woods llevan al espectador de acá para allá, construyendo perfectas y pequeñas secuencias de acción, que funcionan como boyas entre los momentos de intimidad que comparten Mills (Adam Driver) y Koa (Ariana Greenblatt). La aventura que ambos personajes emprenden, obviamente, es la oportunidad que el relato le brinda a su protagonista de recuperar el vínculo que perdió al momento de subir a la nave: protegerá a Koa como no pudo hacerlo con su hija. Los directores y guionistas no tienen pudor en indagar en estos sentimientos del personaje, pero a su vez entienden los límites del melodrama como para que ese costado dramático no empantane la narración. La película fluye como una montaña rusa, demostrando de paso que la aventura con tinte familiar no tiene por qué eludir cierta rudeza. Los dinosaurios de 65: Al borde de la extinción no son lánguidos como los de la última Jurassic World, por ejemplo. Posiblemente podamos cuestionarles a los directores el tono casi mortuorio con el que avanza el relato, pero también es cierto que hay una ligera comicidad, bastante retorcida por cierto, que encuentra el humor en lo siniestro. Así como la película es sumamente concreta a la hora de plantear su premisa y ponerse a andar, también lo es con lo que elige contar. Una película de aventuras narrada en 93 minutos no es algo que se vea todos los días, con la tendencia al estiramiento que tienen la mayoría las producciones actuales. Pero 65: Al borde de la extinción dura lo que tiene que durar. Es concreta, como ese aventurero interpretado con solidez por Driver, aquí explotando un infrecuente rol de héroe de acción pero con una carga dramática que le permite indagar en el costado más doloroso de un personaje tan recto como torturado.
En 65, Adam Driver es un explorador intergaláctico que visita la Tierra 65 millones de años atrás, cuando el planeta estaba repleto de bestias prehistóricas y salvajes. La nave en la que viajaba se estrella estrepitosamente y queda varado en un paraje inhóspito y hostil, acechado por todo tipo de criaturas. La sorpresiva aparición de una niña que viajaba con su familia en otra nave y sufrió la misma suerte transforman un simple relato de aventuras, supervivencia y escape en un drama psicológico sobre un hombre intentando hallar la redención, ya que perdió a su hija años atrás debido a una terrible enfermedad. Producida por Sam Raimi (Evil Dead, la trilogía de Spider-Man con Tobey Maguire, Darkman) 65 es una película fallida, que intenta tomar el típico relato dramático de redención y hallar en ello profundidad psicológica, pero sin demostrar demasiada emoción por dicho arco. Menos que menos si la película tiene el tufillo de los relatos de evasión a pura aventura y acción clase B, donde los protagonistas deben sortear todo tipo de peligros y dirigiese del punto A al punto B. En ambos tramos (la raíz de género y el drama psicológico) la película nunca despega del todo y siempre se queda a mitad de lo que promete: el relato de aventuras no llega a ser espectacular y por momentos se torna repetitivo, y la construcción dramática no llega a emocionar del todo ni menos a consolidar su materialidad simbólica con el recurso de la niña a la que hay que proteger. Algo que James Cameron logró hacer a la perfección en Aliens: el regreso, una de sus tantas obras maestras. 65, a pesar de esas fallas, no aburre. Hay un par de ideas interesantes, como el aparato que proyecta imágenes y genera todo tipo de situaciones dramáticas (dramática en el sentido total de la palabra, en las que podemos incluir simetrías para nada mal ejecutadas), así como no haberse tomado tan en serio la trama y volverla un relato más solemne y en consecuencia, insoportable. El tono es, al menos, adecuado, así como la ausencia de cincuenta chistes por minuto; un mal del cine de nuestros tiempos. Pero, lamentablemente parece demasiado una película genérica que podemos enganchar en el cable un sábado a la tarde mientras hacemos zapping: luce un aspecto lineal, sin clímax ni suspenso bien dosificados que arranquen un mínimo de interés y emoción en el espectador menos pretencioso, de corazón y entregado a la acción. No se le pedía mucho, pero no resultó. Una lástima.
Producida por el veterano Sam Raimi, en compañía de Scott Beck y Adrian Woods (dupla de creadores de “Un Lugar en el Silencio”, también desempeñándose aquí como directores), llega a las salas una historia de sobrevivencia. Una nave estrellada en un planeta sesenta y cinco millones de años atrás nos coloca en coordenadas muy precisas. La catastrófica colisión da rienda suelta al más imaginativo mundo de ciencia ficción, un diamante en bruto que acaba dilapidándose, más pronto que tarde, a ojos de los amantes del género. Exigua creatividad no iguala potencial a expectativas. El relato coloca a dos humanos a la deriva ante el amenazante ataque de una serie de criaturas de CGI bajo la forma de dinosaurios sacados de la franquicia “Jurassic Park”. El panorama no puede ser más hostil. La narrativa, en busca de resaltar el costado más vulnerable de dos que llevan las de perder, explora el pasado de sus personajes protagonistas (encarnados por la estrella Adam Driver y la joven Ariana Greenblatt), potenciando el vínculo que los une. Sin embargo, deja gusto a poco. Escapatoria de túneles y arenas movedizas como experiencia inmersiva funcionan de modo inconsistente. “65” carece de tensión, rebalsa de vacío emocional y se vuelve reiterativa.
Planeta Dino. Después de El planeta de los simios, Jurassic Park, Oblivion: el tiempo del olvido o Después de la tierra, tenemos ahora 65: Al borde la extinción que drena elementos de algunos de los filmes mencionados. Adam Driver interpreta a Mills, un astronauta que se embarca a una misión interplanetaria con el fin de ganar algo de dinero y poder pagar las medicinas de su hija, quien padece una extraña enfermedad. Lamentablemente la misión falla y Mills cae a un planeta inhóspito, pero pronto descubre que no está solo. Khoa (interpretada por Ariana Greenblatt, quien había sido Gamora de niña en el UCM) es una joven que estaba en busca de sus padres. Mills y Khoa van estableciendo una relación símil padre e hija, una historia de supervivencia donde el objetivo es volver a casa. Pero el planeta no es tan inhóspito ni desconocido, ya que nuestro protagonista se estrelló en la Tierra hace 65 millones de años, en el período Cretácico, y sí… tenemos dinosaurios. Contar con Sam Raimi en la producción es un acierto, un tipo que sabe cómo generar miedo sin mostrar demasiado. Lo bueno de este breve filme (ni llega a las 2 horas) es que, si bien tenemos dinosaurios, no es necesario verlos a toda hora. Esto no es Jurassic Park. El filme se encarga de meter al espectador en aquella atmósfera donde todo puede pasar, los dinos están (en dosis justa) pero también aparecen cuando deben, pero están y eso genera un gran suspenso en el filme. Otro detalle que destaco es la relación paternal de Mills con Khoa, porque ambos de entrada hablan diferentes lenguas, no por ser de diferente país, sino de planeta. Ahora si debo objetar algo, es que el final queda bastante libre a la interpretación. Cabe destacar que 65… no es una franquicia, pero si pretende serlo, una secuela no es algo que me desagrade, que dicho sea de paso tienen bastante para presentar. En definitiva, 65: Al borde de la extinción es una propuesta disfrutable, que no me parece que sea tan terrible como la pintaron en su país de origen. No será uno de los mejores trabajos de Adam Driver ni la mejor de la cartelera, pero es una elección que no va a defraudar.
Melodrama y dinosaurios malos, malos Al contemplar un mamarracho de la talla de 65: Al Borde de la Extinción (65, 2023), faena escrita y dirigida por el dúo de Scott Beck y Bryan Woods, uno se ve en la obligación de retrotraerse en el tiempo para poder entender en qué momento Adam Driver, intérprete que supo especializarse en personajes retraídos del indie y regiones aledañas, se convirtió en un héroe de acción que puede ser relativamente creíble en pantalla -al fin y al cabo el señor sirvió dos años y ocho meses en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos- aunque siempre arrastrando cierta ridiculez porque lo suyo, pese a quien le pese, son precisamente las almas en pena que se van de un extremo al otro a nivel anímico, léase del miedo semi melancólico a la furia exaltada que todo lo puede. Antes y después de transformarse en Kylo Ren, el supuesto vástago de Han Solo (Harrison Ford) y Leia Organa (Carrie Fisher) según la trilogía que empezó con Star Wars: El Despertar de la Fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015), de J.J. Abrams, el evidente punto de quiebre actoral porque lo llevó a ese reconocimiento internacional que sólo la maquinaría publicitaria y marketinera de Hollywood puede ofrecer, Driver trabajó para una multitud de directores prestigiosos como Clint Eastwood, Noah Baumbach, Steven Spielberg, los hermanos Ethan y Joel Coen, John Curran, Jeff Nichols, Jim Jarmusch, Martin Scorsese, Steven Soderbergh, Spike Lee, Terry Gilliam, Scott Z. Burns, Leos Carax, Ridley Scott, Michael Mann y Francis Ford Coppola, un pedigrí envidiable tratándose de este mediocre presente de la industria cultural global. Las estupideces hollywoodenses de siempre, esas eternamente orientadas a infantilizar al público mayoritario -el más cuadrado, el menos exigente- y evadirlo de la realidad cual colección de retrasados mentales que suplican por el picahielos en la nariz, en 65: Al Borde de la Extinción están llevadas al extremo porque la premisa narrativa de base rankea en punta como una de las más idiotas del mainstream cleptómano e hiper cínico del Siglo XXI: el 65 del título hace referencia a los millones de años en el pasado, época en la que Mills (Driver), un joven piloto del planeta Somaris, convence a su esposa negra Alya (Nika King) de la necesidad de embarcarse en un viaje espacial de dos años con el objetivo de conseguir el dinero suficiente para el tratamiento/ cura de la hija de ambos, la mulata Nevine (Chloe Coleman), quien padece algún tipo de enfermedad respiratoria que sólo la prohibitiva medicina privada puede solucionar, así las cosas el tiempo pasa y durante el viaje de vuelta a Somaris la nave intergaláctica se topa con unos pequeños meteoritos que la llevan a estrellarse -oh, sorpresa- en la Tierra durante el Período Cretácico, parte de la Era Mesozoica en la que dominaban una enorme variedad de dinosaurios a los que se tienen que enfrentar nuestro piloto y la otra única sobreviviente, una niña bautizada Koa (Ariana Greenblatt) con la que no se puede comunicar porque no habla inglés, en su derrotero en conjunto hacia una montaña en la que se encuentra la otra mitad de la nave, todo a la espera de subirse a un transbordador de escape y ser rescatados gracias a una baliza de socorro. Como si se tratase de un producto Clase B de los 50 y 60 pero filtrado por el dejo familiero insoportable del cine de los años 80 y 90 en adelante, el guión de Beck y Woods parece un steampunk invertido y esterilizado y resulta demasiado repetitivo en sus encontronazos rutinarios con los reptiles, en el aburrido “descubrimiento mutuo” entre las dos personajes centrales y en las caminatas por paisajes que van desde los pantanos, pasan por los bosques y terminan en cavernas montañosas, para colmo la historia suma delirio porque la dupla debe apurar el paso ya que flota en el ambiente una cuenta regresiva apocalíptica por un gigantesco asteroide -sí, el que extinguió a los dinosaurios- que está al caer justo en la zona atravesada por Mills y Koa. Como si lo anterior fuese poco el relato está tamizado por un marco melodramático insufrible que licúa cada escena de acción con algún flashback o instante meloso porque el hombre recuerda a la adolescente Nevine, ya fallecida durante los dos años en el cosmos, y Koa, por su parte, ansía reencontrarse con sus padres debido a que Mills la convenció de acompañarlo en el viaje hacia el transbordador mintiéndole de lleno, diciéndole que sus progenitores están vivos cuando hasta el bípedo más imbécil deduciría que todos los pasajeros murieron en la colisión. Como tantos productos de la actualidad, el film pretende con desesperación dejar contentos a todos los públicos posibles y por ello construye un monstruo que coquetea con tantos géneros como gremios de espectadores existen, banalizando y/ o saboteando lo que podría hacer sido una odisea algo simpática. Entre el melodrama, las aventuras, la acción, el horror, la epopeya family friendly, el cine bélico y la ciencia ficción, 65: Al Borde de la Extinción retoma aquella convivencia con los dinosaurios de Jurassic Park (1993), de Spielberg, el motivo del antihéroe solitario y la ninfa del pirotécnico desenlace de Depredador (Predator, 1987), de John McTiernan, esas cuevas del espanto de El Descenso (The Descent, 2005), de Neil Marshall, y por supuesto la dinámica vincular de Después de la Tierra (After Earth, 2013), de M. Night Shyamalan, y aquel sustrato aventurero y esa efervescencia fantástica de Viaje a la Prehistoria (Cesta do Praveku, 1955), del enorme Karel Zeman, aunque reemplazando a las hermosas esculturas, miniaturas, títeres, mattes, disfraces, muñecos y animación en stop motion de antaño con CGIs bastante mediocres que suman artificialidad, desapego y estupidez a una realización inmediatamente descartable, que no deja nada valioso o sincero en el espectador luego de finalizada la proyección. Beck y Woods, responsables del guión de Un Lugar en Silencio (A Quiet Place, 2018), junto al director y protagonista John Krasinski, y artífices además de un par de bodrios de terror que no vio prácticamente nadie, las desastrosas Nightlight (2015) y Haunt (2019), la primera una incursión en el found footage y la segunda en el slasher, dos comarcas retóricas tan quemadas como las gestas con “dinosaurios malos, malos” símil la patética trilogía que empezó con Mundo Jurásico (Jurassic World, 2015), el film de Colin Trevorrow, aquí entregan una película lenta, redundante, poco imaginativa, a veces muy torpe, soporífera y con un Driver claramente desinteresado y una Greenblatt que sólo está en pantalla para generar empatía en el público púber, panorama que agrega infantilismo y previsibilidad porque sabemos que Hollywood protegerá a los personajes de todo y todos…
65 es una producción de Sam Raimi que trae al recuerdo el tipo de películas de ciencia ficción con dinosaurios que tuvieron una enorme popularidad entre 1950 y mediados de los años ´70. Me refiero a títulos como King Dinosaur: Planeta infernal (1955), Voyage to the Prehistoric Planet (1965), Voyage of to the Planet of Prehistoric Women (1968) o la infame Planet of Dinosaurs (1977) , donde los bichos gigantes creados con animación stop motion eran más expresivos que los integrantes del reparto humano. En todos esos casos las historias se desarrollaban dentro del thriller de supervivencia que es exactamente lo que ofrece esta propuesta protagonizada por Adam Driver. En Estados Unidos las críticas la destrozaron sin piedad y el estudio Columbia, que claramente no le tenía fe a esta película, la estrenó sin demasiada difusión en una competencia absurda con Scream 6 que no tenía chances de ganar. Si bien dentro del subgénero que aborda no está al mismo nivel que la última entrega de Depredador, Prey, tampoco es la peor bazofia que llegó a la cartelera en lo que va del año. Tal vez no llega a explotar en su totalidad el potencial que tenía la premisa pero consigue ser entretenida y es menos estúpida que la última entrega de Jurassic World. Se le puede objetar que el argumento es bastante predecible y mundano y tampoco desarrolla de un modo satisfactorio los dos personajes que protagonizan el relato. Pese a todo, Driver saca con dignidad su rol de héroe de acción en secuencias que tienen una realización decente. Para mi gusto los realizadores se quedaron cortos con la cantidad de dinos que aparecen en el relato y esa es otra debilidad que tiene el film. 65 deja la impresión que podía haber brindado un espectáculo un poco más elaborado ya que contaba con algunas ideas interesantes. El conceptos de dos alienígenas que tienen dificultades para comunicarse entre sí y terminan varados en el planeta Tierra durante la prehistoria era atractivo. La dirección corrió por cuenta de Scott Becks y Brian Woods, una dupla de cineastas que vienen del cine de horror clase B y debutaron en los grandes estudios de Hollywood como guionistas de Un lugar en silencio. En este proyecto elaboraron un espectáculo pasable que si bien quedará en el olvido antes que termine el mes, dentro de todo llega a ser ameno gracias a un tratamiento correcto de la acción.
La acción principal de 65 (Estados Unidos, 2023) transcurre en el planeta Tierra. No en el futuro, sino sesenta y cinco millones de años atrás. El piloto Mills (Adam Driver) cae accidentalmente allí cuando la nave que comanda sufre un desperfecto que la hace caer en el planeta. Es fácil deducir que sesenta y cinco millones de años atrás la Tierra tenía habitantes muy distintos. Mills deberá enfrentarlos mientras averigua cómo podrá salir de allí. Hay otra sobreviviente al accidente, una niña llamada Koa (Ariana Greenblatt) quien no habla el mismo idioma que Mills. Ambos compartirán una peligrosa aventura mientras intentan entenderse mutuamente y encontrar la forma de no terminar muertos a manos de alguna de las criaturas del lugar. La película tiene ese perfecto espíritu del cine de segunda línea, lo que coloquialmente se conoce como Cine clase B. Una de esas películas de Sábados de Súper Acción, pero con buenos efectos visuales. La historia posee suspenso, acción y una buena dosis de humanidad. Los dos protagonistas tienen buena química y la película dura menos de cien minutos, para respetar el mencionado tono de Clase B. La melancolía del personaje y el vínculo con la hija que dejó atrás en su planeta le aportan a 65 una mirada más humana. Sin convertirse en un clásico del género al menos merece estar en la lista de las películas dignas, buscando un estilo y confiando en sus dos protagonistas.
Alguien pensó “¿Y si hacemos El planeta de los simios pero con dinosaurios?” y aquí estamos: misión de búsqueda de una nueva Tierra termina estrellada en la Tierra de hace 65 millones de años. Sobreviviente y niña se enfrentan a tiranosaurios y otros bichos, y tienen una chance de sobrevivir. Lo bueno de esta película es que tiene solo esos elementos y los exprime con un realismo -oh, paradoja- solo posible con los efectos especiales y el gran trabajo de Adam Driver, que se lo cree todo y permite que creamos. Solo hay un defecto en esta catarata de efectos: todo es demasiado serio, casi imposiblemente solemne por momentos, cuando un poco de humor aligera las corridas y suele darles sentido. ¡Es un astronauta perseguido por dinosauros, gente, tomemos la fantasía con la debida felicidad! Salvo eso, una perfecta demostración de que la clase B puede convivir con grandes presupuestos.