Recuerdos de la infancia En 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas (2011), el realizador Fernando Domínguez nos conduce por la infancia y el exilio sufrido por Nicolás Rubió en épocas de la Guerra Civil Española, con la particularidad de que la narración fluye a través de los recuerdos plasmados en sus pinturas. El documental se centra en la figura de Nicolás Rubió que desde Buenos Aires pinta los recuerdos que aún perduran en su mente de Vielles, un pueblo de Auvernia, donde se refugió durante la Guerra Civil Española. 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas tiene dos aristas que lo vuelven interesante. La primera es la evocación del pasado sobre lo que se recuerda, o se cree recordar, y se pinta para no olvidar. La segunda es la forma en que el realizador logra otorgarle vida a las pinturas para narrar la historia. Nicolás Rubió pinta sus recuerdos de manera constante y secuencial como si se tratase de una película, mientras Fernando Domínguez toma esas pinturas para, a través de la animación, construir un relato visual. La secuencia de toda la obra de Rubió arma la historia de un pueblo que tenía 75 habitantes y 200 casas y la película de Domínguez le da vida a esa obra rescatándola del olvido y del anonimato. Mientras la cámara de Fernando Domínguez observa, las manos de Nicolás Rubió pintan. Ambos arman una historia. Uno la de su pasado, el otro la de un presente. 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas es una película sobre el olvido y las diferentes formas que hay para que, a pesar de todo, se pueda resguardar algo ante el peligro de quedar en la nada misma. Mientras el pasado se funde en pintura el presente lo hace en cine. 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas tiene un atractivo visual solo comparado con la delicada calidez de una obra de arte. El cine puede hacernos volar por un mundo en donde lo onírico y lo real se funden en un poético estado de extrañas sensaciones. Y éste es el más vivo ejemplo de que así es. Un film delicado y sútil en toda su esencia.
Una mirada nostálgica "Dejamos nuestros tesoros, la patria, la familia y un jardín de fantasía. Terminó la guerra y pasamos la frontera hacia Francia", asegura el pintor Nicolás Rubió en este documental que no es otra cosa que un homenaje a sus recuerdos. Con tono nostálgico, el director Fernando Domínguez va contando la travesía y las vivencias del artista a través de sus pinturas que parecen cobrar vida y dan los climas necesarios para continuar la historia. 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas (se exhibe en el cine Gaumont y en Arteplex) pinta desde Argentina la vida en Vielles, un pueblito de Auvernia donde se refugió como niño exiliado de la Guerra Civil Española. Una manera de recordar sus años de infancia es revivirla a través de sus trabajos (más de 600 cuadros) y, a la distancia, como una suerte de viejos fantasmas que cobran vida una vez más.
Exquisito este film de Fernando Dominguez que atrapa desde un lugar suficientemente distanciado a un pintor pintando su tela, a un anciano desplegando sus recuerdos de infancia. Puntos de contacto con su corto anterior, "No es Mucho Lo Que heredamos de Nuestro abuelo" donde tambien se atrevía a lo íntimo, a lo particular, al plano detalle de la superficie de los objetos a las voces que salen de fotos en blanco y negro que, tomadas por un fotógrafo aficionado, reconstruyen un posible pasado, heredado. En 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas el pasado también se traza como el mundo central de un mundo de infancia. Y como en todo pasado lo que se entrecruzan son niveles de significantes que se interpelan: la obra pictorica, las fotos del pueblo francés de Vielles, una cierta experimentacion sobre ambas, pinturas animadas levemente, o quemadas, intervenidas, fotografías en movimientos, restos de películas viejas, o tomas actuales, la voz en over, clara, literaria que describe con detallada parsimonia es vida en Francia. Filmar un proceso artistico siempre tiene sus riesgos; en primer lugar porque supone entrometerse en un mundo íntimo, subjetivo, a veces críptico, que no necesariamente quiera explicitarse, salir a superficie, mostrarse como proceso. El pintor, único protagonista, con el que compartiremos los 70 minutos de este film exquisito es Nicolás Rubió artista nacido en Catalunya que debió emigrar a Francia durante la Guerra Civil y que en 1957, ya en Argentina, participó del Movimiento Informalista en la exposicion Qué cosa es el coso? en plena efervescencia de la modernidad pictórica. Nicolás Rubió es responsable además de casi 20 cortometrajes sobre la obra de artistas: Susana Aguirre, Pérez Célis y Líbero Badii. El año pasado en BAFICI se exhibio En La ciudad blanca, un corto de 1958 sobre la escultura de Martin Blaszko. Pero tambien es compilador y estudioso del fileteado porteño. Aquellos significantes de los que hablaba antes, tornan a 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas en un film de experiencia sobre la memoria de un hombre; el diario personal del niño que era, los recuerdos de los otros traídos desde el otro lado del teléfono, la insistencia en la cantidad de ventanas de su casa de infancia. Fernando Dominguez logra construir, además, con esta película un hilo conductor sobre su propio interés como cineasta, un cine de formas, colores, tomas íntimas, fragmentadas. Vemos el trazo del pincel del pintor, pero tambien vemos de qué cosas está hecha la imagen fílmica, y esto último no es mérito menor. Unite al grupo Leedor de Facebook y compartí noticias, convocatorias y actividades: http://www.facebook.com/groups/25383535162/ Seguinos en twitter: @sitioLeedor
Desde su Cataluña natal, el pequeño Nicolás Rubió y su familia debieron trasladarse al pueblito francés de Vielles, huyendo así de los estragos de la Guerra Civil Española. Aquí ese muchacho comenzó a interesarse por la pintura y a tomar contacto con los pocos habitantes de un lugar en el que la pobreza era el pan de cada día y las relaciones entre los pueblerinos estaban signadas por la calidez y la paciencia de esperar un futuro mejor. Todo ello quedó en la memoria de Rubió que, con los años, se trasladó a la Argentina, donde se destacó como eximio pintor y escultor. Aquellos cercos, praderas y senderos y aquellos amigos, parientes y boyeros de su infancia fueron los motivos de sus más de 600 cuadros que reflejan con enorme melancolía esos días en que el artista transitaba aquel lugar que quedó reflejado en sus retinas como una indeleble marca a fuego. El novel director Fernando Domínguez rescató en este documental esa obra de Rubió. Y lo hizo con enorme simpleza mostrando al pintor en su atelier frente a esas pinturas que lo trasladaban a su pasado. A veces su pincel demoraba en su trazo, ya que tenía entre brumas la cantidad de ventanas que poseía su casa, o vacilaba en dejar impreso en el lienzo las figuras de aquellos personajes que transitaban las humildes calles de Vielles. Pero esto no era un problema demasiado pesado para Rubió, quien finalmente lograba estampar aquellos recuerdos que, con mágicos colores, lo volvían a revivir los pasados años infantiles. Con este film su realizador pudo percibir que la pintura no es sólo una acción física, una mano que mueve un pincel, sino algo del espíritu mismo, y quien dice espíritu, dice ideas, sentimientos, vacilaciones y dudas. Si bien todo esto no se ve nunca, Domínguez logró filmar lo que no se ve y es la realidad del arte. Muy pocas son las palabras que se escuchan en el film. Hay alguna breve comunicación telefónica de Rubió con algún pariente catalán para que le refresque la memoria acerca de la cantidad y el tamaño de las ventanas de su casa juvenil o ciertas frases que el artista deja deslizar mientras su pincel trabaja con ahínco. Las palabras, en definitiva, son aquí casi innecesarias, ya que lo que vale son sus cuadros impregnados de esa emoción traducida en bellas imágenes. El documental queda, pues, como un emotivo homenaje tanto al artista como a su necesidad de atrapar su pasado en esas pinturas que son, sin duda, la virtud de volver a aquellos años en que fue feliz entre 75 habitantes, 20 casas y 300 vacas.
Colores con que la memoria invoca a la infancia Pintor con medio siglo de oficio y una obra que se cuenta en centenares de telas, el hombre no parece conforme con el boceto que dibuja descuidadamente a lápiz. El problema son las ventanas: dibuja una, dibuja otra, dibuja tres o cuatro, las borra y las vuelve a dibujar. Uno se pregunta por qué tanto problema con las ventanas, si es apenas un boceto. Pero Nicolás Rubió pinta recuerdos y está habituado a reconstruir su infancia entera hasta el más mínimo detalle, transcribiéndola cuadro a cuadro. Y sucede que ahora no recuerda si la pared del living-comedor de la casa de la infancia tenía tres o cuatro ventanas. Por lo cual se verá obligado a hacer un llamado de larga distancia, a un pariente que aún vive en Vielles, en la Auvernia francesa, para consultar cuántas eran aquellas ventanas. El llamado le deparará una sorpresa, producto del tiempo transcurrido desde aquel entonces. Vielles es el pueblo de menos de un centenar de habitantes y varios centenares de vacas, que el título de la ópera prima de Fernando Domínguez menciona. Seiscientos son los cuadros que Nicolás Rubió dedicó, hasta hoy, a recordar su vida allí, desde el momento en que llegó de Barcelona con sus padres, emigrados al día siguiente del fin de la Guerra Civil Española, y antes de partir a la lejana Argentina, poco después de finalizada la Segunda Guerra. Rubió pinta su vida y la de sus vecinos: hacendados, comerciantes, maestros, compañeros de escuela, personajes curiosos de pueblo. Lo hace en un estilo adecuadamente naïf, lleno de colores vivos y dado a veces a fantasías pueblerinas: alguna vaca que vuela, proporciones poco respetuosas de las de la realidad. Fantasías que recuerdan, inconfundiblemente, las de su pariente lejano Marc Chagall. La memoria fotográfica de Rubió no se manifiesta sólo en sus óleos: el hombre es uno de esos narradores orales amables y precisos, pausados y caudalosos, agradecidos y minuciosos. Tan serena y detallada como su protagonista, 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas es un viaje a través de la memoria de Rubió, en todas sus formas: memoria pintada, memoria oral, memoria fotográfica (por las diapositivas que el pintor atesora y consulta, como fuente para sus cuadros). Nacido en Buenos Aires en 1979 y formado en Barcelona, Fernando Domínguez filma a Rubió con un ritualismo tan paciente como el de Víctor Erice en El sol del membrillo, seguramente la obra mayor que ha dado el cine sobre su relación con la pintura. Así como allí el pintor castellano Antonio López esperaba el rayo de sol justo, a la hora justa y con la incidencia justa sobre el membrillar del patio, aquí Nicolás Rubió no puede pintar la casa de su infancia si no recuerda exactamente la cantidad de ventanas que había en el living-comedor. Con certero rigor, Domínguez no se distrae con la vida cotidiana de su personaje, no intenta “airear” la acción e irse a otras habitaciones o salir a la calle, no entrevista a conocidos, amigos o parientes de Rubió, no incluye declaraciones del propio Rubió que no sean sus recuerdos. O, lo que es lo mismo, sus cuadros. En una palabra, Domínguez no incurre en ninguno de los vicios, errores o inconsecuencias de tantos documentales que parecen no confiar en la capacidad de atención del espectador. Si algo caracteriza a 75 habitantes... es su concentración. Concentración espacial (las cuatro paredes del taller de Rubió), plástica y dramática, hecha de planos que no apuran ni presionan al personaje. En ocasiones, Domínguez “interviene” algunos óleos, haciéndolos burbujear con tintas y aguadas, de la mano del artista plástico Javier Di Benedictis. Trabajando finamente sobre aires folklóricos europeos, la música de Pablo Grinjot hace eco a esos cuadros en los que la vida pueblerina de entreguerras se anima, con los colores con que la memoria invoca a la infancia.
El exilio de la memoria Seiscientos cuadros sobre su pueblo de adolescencia en Francia, pintados a lo largo de varias décadas, son el resultado de un meticuloso y obstinado viaje de la memoria que el pintor Nicolás Rubió lleva a cabo para recuperar aquel pasado de exilio -tras la guerra civil española- que ya no está. Quizás la memoria también se exilia, ayudada por el olvido, cuando el irreversible paso del tiempo tiñe todo de una bruma y una nebulosa que quita contorno a las siluetas; destiñe los colores vivos y anquilosa los movimientos para impregnarlos en una imagen fugaz. ¿Se puede filmar la memoria?; ¿Cuál sería el color para el olvido? En su ópera prima 75 habitantes, 20 casas y 300 vacas, el director Fernando Domínguez intenta reconstruir gracias a los recuerdos del pintor una parte de su biografía, tal vez la más importante que tuvo como escenario el pueblo de Vielles (cercano a Auvernia, Francia) que sirvió de refugio a la familia del pintor, burgueses a quienes la guerra civil obligó a tomar contacto con la vida rural y una clase social distinta. Para Nicolás Rubió esa etapa de su infancia significó el descubrimiento de un nuevo mundo y el vínculo con personas que se llevan sus mejores recuerdos y anécdotas que desde la reconstrucción ficcional de aquella época reproduce incluso el registro de diálogos como si hubiese sido ayer. Sin embargo, aquellos cuadros que con tanto esfuerzo ha pintado y sigue pintando para que la historia no se pierda no pueden devolverle las sensaciones o impresiones de juventud que recrea desde una prosa fluida cuando cumple el rol de narrador desde un voz en off muy bien utilizada durante el transcurso de este documental. El trabajo que realiza Fernando Domínguez para encontrar un espacio narrativo y dar curso a este viaje de los recuerdos del pintor consiste en insertar a las vivencias narradas sus propios cuadros en los que los atisbos impresionistas se perciben desde el vamos y más aún como espectadores somos participes del proceso de la pintura y la concreción de un cuadro, que a la distancia no es más que un conjunto de manchas distribuidas sobre una superficie negra y lisa pero que al acercarnos descubre contornos, figuras, paisajes, casitas y vacas, captadas por un ojo desmemoriado pero audaz. La obsesión de Nicolás Rubió por atrapar el recuerdo de una casa con la distribución exacta de las ventanas no es más que el pretexto de la lucha desigual contra el olvido y la distancia de un exilio, tanto geográfico desde la distante Argentina como íntimo y personal desde la memoria que huye agazapada como el gato negro que aparece en algún momento del film observando a quien observa.
Emociona documental de singular belleza Este emotivo relato de singular belleza, que hizo Fernando Domínguez con mucho riesgo y buena mano, merece ir al Malba, porque es una obra casi diríamos exquisita, sobre la vida y el quehacer de un octogenario artista plástico que vive acá desde 1948. Por ahora, se estrena en un sótano elegante de Barrio Norte, un sótano menos elegante de Constitución, y la sala menor del complejo de Congreso. Pero esto tiene su coherencia. El artista en cuestión es Nicolás Rubió, impulsor de las artes y saberes de la gente común, de pueblo. que alentó al conocimiento y prestigio de los fileteros porteños y los «primitivos» latinoamericanos. Con ellos transitó hermosas jornadas en rincones perdidos, viajando sin apuro desde el Beagle hasta el norte de México, con escala en Barracas y otros barrios queridos. Pero antes, mucho antes, se enamoró también para siempre de otro pueblo, y otras gentes. De eso trata esta película. «La Guerra Civil Española había llegado a su etapa final», cuenta, desde su tranquilo atelier en San Isidro. «Los mayores decidieron que los niños no podíamos llevarnos nada (...). Al día siguiente pasamos la frontera». Así llegaron al caserío de Vielles, en Auvergne. Y se nota que ahí recibió todo, es decir, la amistad de otros niños, la generosa aceptación de los campesinos, brindada como algo natural, sin ostentación, la sabiduría de un abuelo que le dio su confianza y con su solo ejemplo le enseñó a transmitir confianza, la posibilidad de entender cómo son de veras las cosas en materia de bueyes, estaciones, cosechas, y personas. Rubió ha pintado cerca de 600 cuadros con sus recuerdos de aquel pueblito. Recuerdos de mirada infantil, teñidos de afecto, de agradecimiento, de placer. Con voz segura y cálida, va desgranando aquí algunas anécdotas a través de sus cuadros, y nos sumerge placenteramente en ese tiempo suyo. La fotografía de pura luz natural de Natalia de la Vega, las «intervenciones» de Javier Di Benedictis sobre su obra, la música íntima y extraña de Pablo Grinjot, contribuyen al encanto. Surge un conflicto, que pudiera parecer pequeño: el pintor ha olvidado cuántas ventanas tenía la casona que habitaba. Lo vemos llamando a los amigos de entonces, tendiendo hilos, envolviendo un nuevo cuadro. De pronto algo lo sorprende y nos sorprende. No diremos más, salvo un detalle necesario: solo él aparece en pantalla, con sus recuerdos, sus labores y pinturas. Parece increíble, suena arriesgado, pero así es la pelicula. Y así, con eso solo, emociona hasta el alma. Una verdadera joyita.
El pincel que habla y tiene muchas cosas para recordar El director Fernando Domínguez tiene una afinidad especial con la pintura de caballete, porque su cámara es capaz de extasiarse con las imágenes que pinta el artista plástico Nicolás Rubió. "75 Habitantes..." refiere a un ciclo en particular de la vida de Rubió, quien durante la Guerra Civil Española, se refugió con su familia en Vieilles, un pueblito de la Auvernia francesa. Nacido en Barcelona en 1928, Rubió luego de su infancia en Francia, se trasladó a la Argentina y acá vive desde hace muchísimos años. En su taller, Rubió decidió dedicar parte de estos últimos años a pintar lo que vivió, escuchó y lo impresionó, durante su infancia en Vieilles. Mientras pinta en su taller, cuenta anécdotas, recuerdos y a través de ellos, va definiendo las costumbres de una época en ese aislado pueblo de Francia. RETRATO INTIMISTA El director hace un retrato en extremo intimista del artista. Casi todo el tiempo, la cámara se detiene en la mano del pintor y las pinturas terminadas. Se incluyen unas pocas y viejas fotos del lugar que se retrata, pero a lo que apunta el documental es a dejar que la pintura hable por sí misma. El que ve la película por momentos quisiera ver más fotografías de Vieilles y poder confrontarlas con la obra terminada, a veces ese fenómeno se produce y a veces no. Lo cierto es que seguir las imágenes del artista desde que ubica su bastidor en el caballete, traza las primeras líneas a las que luego le añadirá el color del óleo, por momentos resulta algo monótono. Es cierto que a veces se prefiere no conocer la "cocina" de los artistas, sino su resultado, en "75 habitantes..." coinciden los dos aspectos. No obstante al ver la película se tiene la sensación que el lugar adecuado de proyección del filme sería el de un museo, donde un público más afín al arte, podría establecer una mejor y más marcada empatía con Nicolás Rubió.
Durante décadas Nicolás Rubió ha pintado óleos de sus recuerdos del exilio, de sus años en un pequeño pueblo al que huyó junto a su familia durante la Guerra Civil Española. Su cotidianidad está anclada en su pasado, si bien pasaron más de 70 años de esa etapa, él la sigue retratando con la misma pasión, poniendo en cada cuadro el mismo esfuerzo que dedicó en los 600 anteriores. Con 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas, el director Fernando Domínguez reconstruye dos períodos de la vida del artista, el actual, obsesionado con un recuerdo que se ha desvanecido, y el de la infancia tan presente. Un detalle menor como la cantidad de ventanas del frente de su casa en Vielles, aspecto vital para Rubió que es el único que lo podría notar, impide que pueda seguir adelante con su último cuadro. El realizador documenta este bloqueo y las consecuentes llamadas del pintor a sus conocidos en el extranjero para que lo ayuden a rememorar. Allí reside uno de los platos fuertes del film de Domínguez, el retrato de la impersonalidad con que el otro se comunica con sus amigos, con su interés concentrado en nada más que su cuadro. El logro en ese sentido se contrarresta en parte con la otra cara de la película, que es la intención de contar la historia de Rubió a través de sus pinturas. La riqueza visual con sus óleos vivos, en movimiento, pierde fuerza por su modo de narrar, con un texto escrito y leído por el propio pintor. De esta forma, la historia contada a través de las pinturas se ve subordinada al relato del artista, subrayando con cuadros cada tema que aborda en su lectura. El trabajo de Rubió es vasto, incluso ha tenido un período como realizador de cortometrajes. El recorte de Domínguez permite un apreciable acercamiento a su obra, pero en la construcción del relato no se termina de compartir la fascinación por su pasado.
Dice Fernando Domínguez en relación a su primer largometraje documental: “Hace diez años conocí a Nicolás Rubió y me contó que había invertido las últimas décadas de su vida en pintar un pueblito francés de 75 habitantes y 20 casas, donde había pasado su adolescencia como exiliado de la Guerra Civil Española, y que llevaba pintados de memoria más de 600 cuadros retratando ese pueblo“. Interesado por esta historia, Domínguez nos ofrece un retrato no sólo de ese proceso artístico sino también del juego entre la memoria y el trabajo del pintor. Este arriesgado y original documental está estructurado en planos fijos sobre las diversas obras de Rubió, sobre los cuales la voz en off del artista describe las anécdotas que motivaron cada obra, alternando imágenes de él mismo en sus momentos de trabajo. El esquema se rompe cuando el pintor realiza el boceto de la casa de su infancia, en el pueblo de Vielles, y se detiene ante la imposibilidad de completar ese recuerdo...
Un artista que vive de sus recuerdos El filme se centra en el pintor Nicolás Rubió. En base a los recuerdos del pintor Nicolás Rubió, el cineasta Fernando Domínguez construyó una suerte de documental que se divide en dos partes muy claramente diferenciadas y no igualmente logradas. Por un lado, y un poco a la manera de El sol del membrillo u otros filmes sobre artistas plásticos trabajando, Domínguez muestra a Rubió con sus telas y pinturas, encontrando formas y figuras. Luego sabremos que su obra trabaja incansable y obsesivamente sobre sus recuerdos en el pequeño pueblo de Vielles, en Auvergne, Francia, donde su familia se refugió durante la Guerra Civil española cuando Nicolás era pequeño. Ese trabajo de traer a la luz el pasado, la obsesión por encontrar, retener y hasta averiguar detalles de aquel lugar (durante una buena parte del filme el hombre quiere recordar cuántas ventanas tenía la casa en la que vivía) conforma la mejor parte de la película. El problema está en la otra mitad, en la que Nicolás, usando un tono de abuelito contando un cuento infantil (y con música en ese estilo) narra su historia en Vielles mientras se suceden las imágenes excesivamente figurativas de sus cuadros. Así, mientras la voz en off dice “llovía”, la cámara muestra gotas de lluvia en los cuadros, y mantiene ese grado de referencialidad y subrayado a lo largo de toda esa parte del relato. Por suerte, los momentos en los que 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas abandona el cuentito de cuna, el interés renace. No alcanza, claro, para convertirla en la muy buena película que podía haber sido. La convierte, en realidad, en una narración algo esquizofrénica entre un documental de arte y ensayo, y un cuento “animado” para llevar a la cama a los niños.
Un tesoro fuera de competencia en el 26 Festival de Cine Internacional de Mar del Plata. Me tocó tener la suerte de conocer, junto al equipo de la FADU al director de la pelicula, Fernando Dominguez. La relacion se dio como una camaraderia desde el estreno del film en el festival. Tanto él como su Directora de fotografía me cayeron muy bien desde el principio. Eso no significa que opine igual de su película. Si hay que criticar hay que ser justos. La pelicula es impecable. A lo largo de los 70 minutos que dura nos cuenta superficialmente a través de las imagenes tomadas desde el taller del pintor Nicolás Rubió a un hombre que de niño tuvo que exiliarse de su pueblo natal en España debido a la dictadura dejando atrás sus juguetes y su memoria. La familia fue adoptada por un pequeño pueblo en Francia en el que, como narra el pintor durante la pelicula, habian 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas. Su vida en el exilio ha sido retratada por el pintor a lo largo de 600 cuadros ,(pensar que la mayoria no alcanzo en su vida ese numero de las figuritas). Es una historia muy tierna y conmovedora que vale la pena conocer. Sin embargo, la pelicula nos interpela a lo largo de los 70 minutos que dura acerca de los recuerdos y de como son estos retratados. Y no sólo los recuerdos, sino las historias en general. He aquí lo fenomenal del film. Recortando partes de los cuadros la cámara va trasponiendo la historia del pintor mientras este busca recordar la cantidad exacta de ventanas que tenía su casa de la infancia. Esta búsqueda lo llevara a pedir que le envien desde Europa fotografías del lugar porque la casa ya ha sido demolida. Sin embargo la busqueda es en vano ya que ninguna foto le puede dar la respuesta que él necesita. ¿Cuál es valor de los recuerdos? ¿La exactitud fría y científica de una foto o la calidez que los sentimientos le imprimen? Rubió y la pelicula parecen llegar a un acuerdo hacia el final. Ojala ustedes tambien puedan cuestionárselo al verla.
Una historia de vida expresada a través de imágenes muy sentidas Nicolás Rubió observa fijamente algo. Su mirada está queriendo penetrar aquello que mira con tanto detenimiento, como si quisiera descifrar el enigma de la memoria. El crayón choca y traza, una y otra vez. Es en su sonido donde se escucha la inspiración creativa del hombre de ojos cansinos y mirada profunda. Nicolás Rubió habla. Nos cuenta... y cuando comienza su relato su arte pictórico cobra vida. Se mueve, fluye y vuelve a acomodarse dentro del marco. El artista no está explicando sus cuadros, nos cuenta cuentos como si fuera un abuelo solitario y deseoso de expresar la riqueza de sus conocimientos y su vida. Mientras tanto, las imágenes de su obra se integran como texto cinematográfico y conforman una pieza única. Como una sinécdoque de su vida. La Guerra Civil Española, la familia y una suerte de exilio a Vielles, un pueblito de “75 habitantes, 20 casas y 300 vacas”. El cartero, un arriero, su amiguito Claudio, el cura... La voz del artista destila una experiencia hipnótica. Escucharlo es irresistible. ¿Por qué todo esto? ¿Por qué este deseo de contar y mostrar su vida y sus cuadros análogamente a un museo narrado? Por inquietud, por búsqueda. Para componer una nueva pintura Rubió trata de recordar su casa de la infancia desde su atelier en Buenos Aires, y con ello el Fernando Domínguez propone escuchar el recuerdo y sonorizar la memoria. Pájaros, vacas, caballos, guerra, la infancia y, por qué no, el mundo pintado a través de una aldea. Domínguez realizó una preciosa obra cinematográfica. Propone imágenes lúdicas con la vida y el arte. Subjetivamente sugiere pestañeos con el fade y una mixtura de sueño y realidad tan emotiva como intrigante, acompañada de la extraordinaria música de Pablo Grinjot; un diseño de sonido meticuloso fundamental y trascendente de Javier Farina, y el talento de Natalia de la Vega que no es sólo la fotografía; sino los encuadres mucho más sentidos con el corazón que con el intelecto.. “75 habitantes, 20 casas y 300 vacas” supera el concepto de un documental. Presentarlo como tal, termina por encasillarlo más que por definirlo. Es una historia de vida expresada a través de imágenes muy sentidas y un profundo respeto por lo que representan las generaciones anteriores y su influencia sobre nuestro presente. Inolvidable.
Un hombre que pinta su aldea, lo pinta todo. Lo sabemos porque es una reflexión de hombres sabios, como el creador Nicolás Rubió que abre las puertas de su creación y sus motivos para su inagotable obra. Un mundo secreto al descubierto.
El artista, la obra y su historia Desde la Argentina, el pintor Nicolás Rubió pinta la vida de Vielles, un pueblito francés donde alguna vez estuvo refugiado. Este es el material base de 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas, documental de Fernando Domínguez, que recurre a los cuadros y el relato del artista plástico para describir cómo fue su infancia y adolescencia en aquel pueblito francés, cuya delineación se encuentra en el nombre de este trabajo. Con singular cadencia -lento pero firme- el documental se transforma en un cuento destacadamente narrado a través de un preciso trabajo de edición y una virtuosa labor visual, que permite conocer la historia singular de este artista que pasó por dos guerras (la Civil Española y la Segunda Guerra Mundial) antes de llegar a la Argentina. Como inspiración básica para sus cuadros, Rubió expresa el profundo amor y pertenencia que posee con aquel pueblito francés, elementos que se transmiten durante los setenta minutos del film. 75 habitantes, 20 casas, 300 vacas se asemejan a esa instancia en la que un abuelo le cuenta a su nieto sobre su infancia y adolescencia: en este caso, Rubió es el abuelo y los espectadores los nietos.
Publicada en la edición digital de la revista.