Explorando sensorialmente la pantalla, como siempre lo hace, la nueva propuesta del tailandés Apichatpong Weerasethakul, es un viaje hacia la raíz de la civilización y sus recuerdos a partir de la historia de Jessica (inmensa Tilda Swinton), una mujer que intenta encontrar respuestas sobre su salud y que, rápidamente, entiende que se enfrenta a cuestiones que la superan a ella como humana.
El autor tailandés desafiará cualquier concepción sobre cine que tenga la audiencia en Memoria, su nueva película en la cual sale de su zona de confort para trabajar con una gran estrella del cine como Tilda Swinton y grabar en lugar lejano (Colombia). En este film es más importante lo que se escucha que se ve. Siendo un viaje sensorial único en su especie. En la primera escena lo deja bien claro. 10 minutos en los que la actriz no hace nada, pero la atmosfera que crea el sonido es la puerta a un nuevo mundo. A pesar de su complejidad, es términos generales, es fácil entender en gran parte de Memoria, Jessica (Tilda Swinton) es una inglesa que vive en Medellín donde dirige un negocio de flores. Ella se encuentra en Bogotá visitando a su hermana Karen que esta internada en un hospital por una misteriosa afección respiratoria. Una noche, Jessica se despierta asustada al escuchar un ruido atómico. Un boom sónico que se va a repetir a lo largo del film mientras camina por las calles del centro o cuando va a cenar. Lo raro, es que solo lo puede escuchar ella. Parece tratarse del recuerdo de un recuerdo. Impacientada por lo que le esta sucediendo intenta buscar respuesta con la ayuda de Hernán, un joven ingeniero de sonido que ayuda a recrear el sonido. De un momento a otro, le pierde el rastro a Hernán y termina adentrada en la selva colombiana donde conoce a un extraño personaje fuera de este mundo que la guiara por un camino de relevaciones sensoriales. Hay que decir de entrada que Memoria no es una cinta para cualquiera, si vas a ciegas, especialmente sin ver nada anterior al director, puede que te consigas una experiencia de vida o un puñetazo directo al hígado. Apichatpong trabaja con planos largo y estáticos. Todas las escenas respiran, pero no con calma, ya que crea una atmosfera en la cual el personaje y la audiencia se sienten perseguidos por algo mayor. Los pocos diálogos tienen que ver con todo. Cabe destacar el trabajo de Tilda Swinton, con un español casi perfecto, es la representación en carne y hueso de lo que esta sintiendo la audiencia en todo momento. De primeras puede pasar desapercibido, pero el director se mete en las tierras profundas colombianas por una razón especifica. Esta cinta es un recuerdo político a la victimas de la selva, indígenas o militares. Es un llamado a no olvidar. A que los huesos bajo de la tierra aun mantiene la energía de un país golpeado tantos años. Huesos que necesitan el cuidado que les daría Jessica si fuera flores. Apichatpong construye la memoria de una nación en Memoria a través del sonido. Es ahí en las selvas, lejos de la ciudad, donde proviene el latido del sonido tan buscado por la protagonista. La segunda mitad de la película es donde Apichatpong Weerasethakul saca todo su repertorio a lucir. Pero es así donde probablemente pierda la audiencia. Se convierte en una carrera contra el sueño. Pero hay que luchar, entregarse al viaje de Jessica y luego sacar conclusiones propias. Memoria será una película de la cual se hablará varios años y se estudiará en las universidades de cine. No queda más que decir, suerte en la búsqueda de sus demás significados simbólicos.
El autor tailandés desafiará cualquier concepción sobre cine que tenga la audiencia en Memoria, su nueva película en la cual sale de su zona de confort para trabajar con una gran estrella del cine como Tilda Swinton y grabar en lugar lejano (Colombia). En este film es más importante lo que se escucha que se ve. Siendo un viaje sensorial único en su especie. En la primera escena lo deja bien claro. 10 minutos en los que la actriz no hace nada, pero la atmosfera que crea el sonido es la puerta a un nuevo mundo. A pesar de su complejidad, es términos generales, es fácil entender en gran parte de Memoria, Jessica (Tilda Swinton) es una inglesa que vive en Medellín donde dirige un negocio de flores. Ella se encuentra en Bogotá visitando a su hermana Karen que esta internada en un hospital por una misteriosa afección respiratoria. Una noche, Jessica se despierta asustada al escuchar un ruido atómico. Un boom sónico que se va a repetir a lo largo del film mientras camina por las calles del centro o cuando va a cenar. Lo raro, es que solo lo puede escuchar ella. Parece tratarse del recuerdo de un recuerdo. Impacientada por lo que le esta sucediendo intenta buscar respuesta con la ayuda de Hernán, un joven ingeniero de sonido que ayuda a recrear el sonido. De un momento a otro, le pierde el rastro a Hernán y termina adentrada en la selva colombiana donde conoce a un extraño personaje fuera de este mundo que la guiara por un camino de relevaciones sensoriales. Hay que decir de entrada que Memoria no es una cinta para cualquiera, si vas a ciegas, especialmente sin ver nada anterior al director, puede que te consigas una experiencia de vida o un puñetazo directo al hígado. Apichatpong trabaja con planos largo y estáticos. Todas las escenas respiran, pero no con calma, ya que crea una atmosfera en la cual el personaje y la audiencia se sienten perseguidos por algo mayor. Los pocos diálogos tienen que ver con todo. Cabe destacar el trabajo de Tilda Swinton, con un español casi perfecto, es la representación en carne y hueso de lo que esta sintiendo la audiencia en todo momento. De primeras puede pasar desapercibido, pero el director se mete en las tierras profundas colombianas por una razón especifica. Esta cinta es un recuerdo político a la victimas de la selva, indígenas o militares. Es un llamado a no olvidar. A que los huesos bajo de la tierra aun mantiene la energía de un país golpeado tantos años. Huesos que necesitan el cuidado que les daría Jessica si fuera flores. Apichatpong construye la memoria de una nación en Memoria a través del sonido. Es ahí en las selvas, lejos de la ciudad, donde proviene el latido del sonido tan buscado por la protagonista. La segunda mitad de la película es donde Apichatpong Weerasethakul saca todo su repertorio a lucir. Pero es así donde probablemente pierda la audiencia. Se convierte en una carrera contra el sueño. Pero hay que luchar, entregarse al viaje de Jessica y luego sacar conclusiones propias. Memoria será una película de la cual se hablará varios años y se estudiará en las universidades de cine. No queda más que decir, suerte en la búsqueda de sus demás significados simbólicos.
La nueva película del tailandés Apichatpong Weerasethakul sigue la línea de su obra anterior pese a la presencia de Tilda Swinton como protagonista. Su universo es tan poético y sensorial como el creado en sus películas más conocidas, Tropical Malady (2004) y El hombre que podía recordar sus vidas pasadas (2010). Lo curioso, en este caso, es el recorrido que nos propone el personaje de Jessica, escocesa, habitante de Medellín, de viaje en Bogotá para visitar a su hermana enferma. En esa cadena de desajustes y desplazamientos, el viaje emerge como un elemento crucial, no solo en la búsqueda interior que emprende Jessica sino en la memoria de los viajes pasados que lleva a cuestas. Todo comienza con un sonido. “Una bola de concreto que cae sobre un fondo de metal en un entorno marcado por el agua de mar”. Esa es la detallada explicación que esgrime Jessica a un joven ingeniero de sonido que intenta rastrear la experiencia sensorial en un banco de efectos especiales para películas. “¿Algo así?”, le pregunta Hernán, mientras mueve las perillas de su consola. “No, un poco más metálico”, insiste Jessica en su español lleno de acentos y musicalidades. La incansable pesquisa para hallar ese sonido persistente en su memoria, que habita en sus noches de insomnio, que aparece en lugares impensados y tiempos inoportunos, es también el impulso de su recorrido, el que la conduce de una plaza al aire libre a un mercado de electrodomésticos, de una sala de sonido a una morgue universitaria. En ese eterno desplazamiento también se producen los encuentros más inesperados, crípticos y evanescentes, contenidos en las miradas y los silencios que Jessica comparte con sus ocasionales interlocutores. Apichatpong Weerasethakul hace un culto riguroso al trabajo de la puesta en escena: la duración del plano fijo le permiten capturar los latidos del tiempo; el travelling por las calles, la prisa de la vida citadina; el sonido de una sirena, la inquietud del fuera de campo. Tampoco se priva del humor en los momentos más inesperados: la sonrisa de una médica que despliega un folleto religioso, un truco de magia al pasar durante un picnic en la plaza, la maldición de un perro que quiere vengar su accidente. Todo el universo de Memoria se nutre de esos pequeños detalles, de una experiencia cinematográfica que nunca se contiene en el sentido de un diálogo o en el ritmo de una escena. Y la interpretación de Swinton se despliega en sus pequeños gestos, siempre magníficos sin necesidad de primeros planos, intuidos en la posición de su cuerpo, la candencia de su caminar, la convicción de una escucha que no puede compartir. Jessica transita de un lugar a otro con nuestra mirada a cuestas. ¿Qué es en realidad lo que le pasa? ¿Qué hay detrás de ese sonido misterioso? ¿Es ella la única que lo escucha? Memoria expone los sentidos como un territorio complejo e insondable, que no solo expanden la razón sino que la subvierten. Sentidos que recogen creencias, tragedias ancestrales, dolores cautivos en los huesos y en las rocas. Memoria propone una experiencia intransferible pero al mismo tiempo compartida, como la epifanía de un recuerdo en el que solo creemos hasta que confirmamos que también otros lo atesoran.
Una experiencia sensorial es lo que propone Apichatpong Weerasethakul en Memoria, la película para la que Tilda Swinton no solo se metió de lleno, sino que también decidió producir. A veces, despertarse por un ruido suele ser molesto. Pero si cesa, y fue solo un golpe, se olvida. No es lo que le sucede a Jessica (Tilda Swinton), la protagonista. OK, está en una cama que no es la suya, y en Bogotá, adonde viajó desde Medellín para estar junto a su hermana, internada en un hospital. No es un estruendo, tampoco un chasquido, ni un zumbido o crujido. Pero el sonido, ese sonido, la persigue. Lo escucha en distintos momentos, y en distintos lugares. Nadie más lo oye. Solo ella. Los personajes que acompañan a Jessica a lo largo de la película también tienen sus particularidades, algunos más referidos al título de la película, Memoria. Como su hermana, quien luego del accidente por el que está internada no recuerda muchas cosas y parece olvidadiza, o la antropóloga que de una manera bastante casual y poco creíble conoce la protagonista, y está obsesionada en encontrar nuevos restos -qué es eso sino la memoria, y el recuerdo, a partir de la necesidad de reconstruir el pasado-. Y también está Hernán, el ingeniero de sonido al que Jessica acude para tratar de descubrir qué es, o a qué se parece aquel ruido, y quien misteriosamente en un momento dado desaparece. Misterio Es que el filme también podría haberse llamado Misterio. Pero se titula Memoria, y es lo nuevo de Apichatpong Weerasethakul, ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2021. Un certamen que descubrió para el gran público al director tailandés, cuando Tim Burton como presidente del Jurado le entregó la Palma de Oro por El hombre que podía recordar sus vidas pasadas (Tío Boonme), en 2010. Como en El hombre que podía…, al realizador le interesan las imágenes fenomenológicas, y plantear más cuestiones, preguntas, que dar respuestas. La manera de rodar, con planos largos, escasos cortes de montaje, haciendo que prime una lógica interna en el plano, también. Apichatpong es un “tiempista”, como todo aquel que haya visto alguno de sus largo o cortometrajes lo sabe. Rodada en Colombia, en un momento otro ruido sacude a la ciudad. No es el que escucha reiteradamente Jessica, parece producto de un disparo, cuando en verdad es el escape de un vehículo, pero un hombre presiente lo peor, y se arroja al suelo. La escena cobra un significado especial por dónde se filmó, por la realidad cotidiana del país sudamericano. Ese es uno de los pocos, escasos roces que Apichatpong tiene con “la realidad”. Porque lo suyo son las sensaciones, las impresiones. Las experiencias sensoriales. Y, como tal, importa menos la trama -que la película la tiene- que lo que percibe el espectador. La película estrena este jueves en cines en la Argentina, y estará disponible en MUBI recién el 5 de agosto.
Como decía Anibal Vinelli, un viejo critico de cine en Argentina, lamentablemente fallecido, existen las películas festivaleras, en ese orden Luciano Castillo, el director de la cinemateca de Cuba, dice en su texto “Como realizar un filme para ganar festivales” y las clasifica como “Tediometrajes”. Bien, el nuevo filme del director Apichatpong Weerasethakul, (Tengo la sensación que se llama John Smith o Juan Perez, pero que usa ese nombre artístico para complicarnos la vida a los occidentales), ganador en 2010 de la Palma de Oro en Cannes se puede calificar de tediometraje, aburre y para colmo termina siendo un disquisición discursiva totalmente aleatoria, como si se dijera “cerremos así y justifiquemos los 110 minutos anteriores”. Aunque es imposible de justificar. Construida con planos generales o enteros fijos temporalmente largos
Dirigida a un público reducido, que pueda involucrarse en una película experimental, Memoria es una verdadera experiencia que, por un lado, garantiza una calma agradable a través del susurro del viento o el suave murmullo del agua y donde, por otro lado, está la explosión aterradora que regularmente le recuerda al espectador y al protagonista que algo anda mal.
TILDA Y JOE VAN A COLOMBIA Hay algo curioso con el nombre de Apichatpong Weerasethakul. Cuando se lo ve escrito, parece muy difícil de pronunciar. Pero es fácil, basta leerlo de acuerdo a la fonética castellana y, como por arte de magia, sale de la primera vez. El lector puede hacer la prueba y sentirse orgulloso como nos pasó a todos los que lo intentamos. Pero hay algo curioso también con su cine: también parece más difícil de lo que es. Sus películas están llenas de misterios como su nombre está lleno de letras, pero son misterios accesibles, se podría decir que transparentes. Para el director tailandés, el mundo no se agota en lo material, sino que está lleno de otras entidades: mentales, espirituales, fantásticas que se dan a conocer a su manera y se revelan cuando se les presta atención o se escucha a quienes tienen acceso a ellas. Sin embargo, sus misterios son muy poco misteriosos. Acaso Memoria, la primera película de Apichatpong filmada fuera de Tailandia sea la más clara en ese sentido. Tal vez porque, como extranjero en Colombia, Apichatpong se pone en el lugar del espectador que accede a los misterios de otra cultura. Extranjera es también su protagonista, Tilda Swinton, que interpreta exactamente ese papel: el de Jessica Holland, una inglesa que intenta entender al mismo tiempo lo que pasa en el interior y en el exterior, tanto en su mente confundida como en ese mundo extraño que le toca habitar. A partir de un extraño ruido que se repite en su cabeza y al encuentro con otros personajes, Swinton empieza a entender, podría decirse que accede a los caminos secretos que comunican distintos mundos: la conciencia con el cosmos, el pasado con el presente (e incluso con el futuro), la ciencia con la revelación, la memoria individual con la colectiva, los humanos con los animales (y con los vegetales y los minerales), la tecnología con la naturaleza, la historia con la leyenda, la música con el ruido, el arte con la adivinación, la racionalidad con la magia y hasta la vida con la muerte. En Memoria, el animismo de Apichatpong se vuelve absoluto sin dejar de ser parte de ese humanismo internacionalmente coproducido y técnicamente sofisticado que lleva las películas a la competencia oficial en Cannes. Frente a una película como Memoria es difícil saber si lo que ocurre es producto de una necesidad interna o de un capricho. Por ejemplo, nos preguntamos por qué las alarmas de los coches estacionados en un parking se ponen a sonar al mismo tiempo. ¿Tiene esto que ver con el ruido que escucha Swinton y cuyo origen puede ser la prehistoria de la Tierra y sus profundidades? En todo caso, ese concierto de ruidos molestos en el parking es parte de ese clima general en el que todo es difícil de explicar pero que la película presenta como armonioso. Uno puede preguntarse por qué Hernán, el muy urbano personaje del sonidista y músico que logra reproducir el ruido mental de Swinton con su consola de sonido high tech (y hasta mezclarlo con uno de los temas que compuso) desaparece de pronto como si nunca hubiera existido y reaparece con el mismo nombre pero interpretado por otro actor, pero y se trata ahora de un campesino que nunca salió del pueblo y, entre otros poderes sobrehumanos o parahumanos, conoce el lenguaje de los monos aulladores. Incluso, es difícil saber de cuándo son esos esqueletos que estudia la antropóloga interpretada por Jeanne Balibar, que aparecieron en medio de una gigantesca obra vial. La extraña enfermedad que padece la hermana de Jessica puede ser consecuencia de la maldición de un perro o a la de la tribu de los “hombres invisibles” que se ocultan en medio de la selva. También hay un punto en que uno se pregunta si la médica que le aconseja a Swinton que no tome Xanax porque es adictivo y “le impide apreciar la belleza del mundo y la tristeza del mundo” y le sugiere que se guíe por los cuadros de Dalí para entender el mundo es una broma que se continúa cuando Swinton le dice a Hernán que el Xanax, así como el aguardiente, son grandes inventos de la humanidad. Es muy difícil saberlo. Porque tampoco está claro si la tremenda solemnidad de Swinton y su hieratismo maximalista son una caricatura del gringo o una aventura del conocimiento. En el fondo, lo más difícil es saber si Memoria, con sus planos perfectos y su sonido cuidadísimo, es una película bella o simplemente bonita, si con sus manifestaciones sobre el dolor y la alegría del mundo, con su corrección política y su ambición cosmológica es una película profunda o simplemente pomposa, si con su deliberada lentitud es intensa o simplemente lenta. Pero, tal vez, esa ambigüedad sea la gracia de este cine que todo se lo permite. Como, por ejemplo, introducir un plato volador, acaso uno de los más injustificados (y más feos) de la historia del cine. Quiero pensar que hay humor en todo esto y que Apichatpong no es un cineasta banal sino un artista juguetón (como Dalí, digamos). Nadie se tomó nunca a Dalí al pie de la letra y creo que su mención en la película es también una advertencia en ese sentido. Me gustaría creer que Apichatpong se burla de la rigidez corporal y mental de Swinton, Hasta me gustaría pensar (aunque me resulta más difícil) que también Swinton se burla de su impostación. Y también, tal vez porque conocí a Apichatpong (“me llamo Apichatpong Weerasethakul, pero puedes decirme Joe”) hace veinte años en Toronto y me cayó bien, como un tipo modesto y dedicado a su trabajo, me gustaría pensar que, a partir de Memoria, se puede plantear una discusión sobre lo invisible en el cine. Desde su realismo católico, Bazin pensaba que el cine era el instrumento idóneo para capturar la ambigüedad de lo real y su dimensión espiritual porque la cámara mostraba incluso lo que no estaba ahí, es decir la gracia. Claro que esa era una capacidad autónoma de la cámara que los cineastas solo debían dejar que se manifieste, sin decir qué era exactamente eso que estaba allí pero no se veía. Creo que Memoria da vuelta esa idea sobre la relación del cine con lo invisible. La pantalla de Apichatpong, casi un heredero del realismo mágico, es un lienzo sobre el que el cineasta acumula sus propios trazos junto con los que aportan la naturaleza y los actores. En ese contexto, la existencia de lo invisible es una consigna, una declaración, un comentario, una construcción y el mundo un escenario colosal que el artista fusiona con su propia obra. Un escenario infinito en el espacio y en el tiempo, un escenario del que tanto el cielo estrellado, como el sonido del centro de la Tierra o la versatilidad de lo digital son apenas metáforas del todo que los confunde.
«Memoria» es la sexta película del director y guionista Apichatpong Weerasethakul con presencia en el Festival de Cannes, entre las que destaca la primera ganadora tailandesa de la Palm D’Or: «Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives». También es esta su segunda ganadora del Prix du Jury, premio del jurado del festival que se entrega a trabajos originales que representen el espíritu indagador de Cannes. Ciertamente, el de Apichatpong es un cine que siempre nos invita a indagar en lo desconocido junto a él. En este caso la curiosidad desconocida es un extraño sonido inexplicable que su protagonista comienza a escuchar de vez en cuando. Con su hermana, recuperándose en el hospital de un extraño caso de posible karma perruno o maldición indígena, decide explorar el tema por el lado artístico más que por el medicinal. El resultado, como suele darse con este cineasta asiático, es una aventura entre onírica y somnolienta que llevará a su protagonista de personaje en personaje, con sus historias y escenarios particulares. El cine de Apichatpong reta a su espectador a maximizar tanto su pasividad como introspección, ofreciéndole la propia experiencia pasiva de sus protagonistas guiándolos en la esperanza de que alcancen un cambio interno como les sucede siempre a ellos en sus filmes. Para ello resulta ideal el protagonismo de la gran Tilda Swinton como esta criadora de orquídeas con falta de sueño, que cual antena de experiencias ajenas busca en músicos, médicos, o especialistas alternativos alguna explicación para el extraño sonido que sigue escuchando. Este trabajo en particular, como el resto de su filmografía, no es para audiencias desesperadas por las tensiones artificiales a los que nos acostumbra la ficción corriente occidental. Son una suerte de paseos audiovisuales de los cuales puede sacarse mucho valor, o bien simplemente haber apreciado la experiencia. Es también la primera cinta de Apichatpong con actores, idioma y locaciones occidentales. Muchos directores sufren muchísimo el cambio de contexto o mercado, pero afortunadamente su obra es lo suficientemente personal como para mantener la esencia más allá de superficialidades. Colombia pasa a ser un anillo tan al dedo como supo ser una y otra vez su Tailandia natal, con menos mitos pero igual cantidad (y cualidad) de historias que contar. Ayuda que su protagonista esta vez es tan «turista» como él en tierras colombianas, ofreciéndole veracidad a la amabilidad característica de los personajes que interactúan con sus guías narrativos. «Memoria» no ofrece el mejor ejemplo de la experiencia de uno de los cineastas más celebrados del cine asiático contemporáneo, pero en el riesgo que traía el cambio de contexto termina revalorizando la promesa intacta de que ofrece algo que siempre vale la pena ver. Una película de Apichatpong Weerasethakul es una de esas recomendaciones cinéfilas que siempre vale la pena hacer y tomar, recompensando curiosidades audiovisuales una y otra vez.
En este fascinante y bello film de Apichatpong Weerasethakul, el premiado director tailandés, filma por primera vez en inglés y castellano y fuera de su país. Eligio a la maravillosa Tilda Swinton como una mujer que parece pasar por las cuerdas del tiempo, el espacio y la sensibilidad sensorial, como única conocedora de conexiones y relaciones del mundo real, pero en planos distintos, no frecuentados. El realizador habla de la memoria del mundo, especialmente desde los sonidos que viajan para sobresaltarnos, darnos alarmas de peligro, despertarnos en la mitad de la noche, entregarnos a la ensoñación y la búsqueda. Ese sonido que la protagonista define “como una bola de concreto golpeando una pared de metal, rodeada de agua de mar” y luego redondea con estas palabras “es como un estruendo desde el centro de la tierra”. Un sonido personal que ella busca replicar con un ingeniero de sonido, mientras se mueve con la levedad del ser entre situaciones distintas. La enfermedad de su hermana y una explicación que tiene que ver con la posible maldición de un perro, un animal que en una sub trama interactúa con ella. El realizador habla también de un pueblo de la selva que se hace invisible por hechizos de los viejos de la tribu, por rituales inasibles que pueden significar horadar el cráneo de una niña para liberarla de los espíritus, o el encuentro con un hombre que es el recipiente de la memoria de su vida o la vida, como si fuera posible retener la calidez del abrazo de una madre cuando uno es apenas nacido. Un viaje metafísico único y de ensoñación permanente. Aunque con unas pocas escenas también pinta la realidad más dura de Colombia, los controles militares, el miedo a la violencia cotidiana. El mundo real atravesado por las conexiones invisibles, los hilos de la poesía y lo luminoso, con las puertas abiertas de la percepción.
"Memoria", con Tilda Swinton: el sonido de la tierra. En su film más reciente, Weerasethakul cambia las selvas de su país por las de Colombia, pero su cine sigue transcurriendo en un limbo a mitad de camino entre el sueño y la vigilia, habitado fantasmas que nunca se ven pero parecen estar allí desde el comienzo de los tiempos. Un ruido seco e intenso -¿un portazo, un intruso quizás?- despierta a una mujer en medio de la noche. Se levanta con sigilo, pero no hay nadie en su departamento. Tampoco en el estacionamiento de la planta baja, cuando de pronto las luces y alarmas de todos los autos se encienden y comienzan a sonar. Así de inquietante y misterioso es el inicio de Memoria, el esperado regreso del gran director tailandés Apichatpong Weerasethakul al largometraje después de seis años dedicados al cortometraje y las instalaciones. Figura central del mejor cine contemporáneo, con films como El hombre que podía recordar sus vidas pasadas, Palma de Oro del Festival de Cannes 2010, Weerasethakul cambia en Memoria las selvas de su país por las de Colombia, pero su cine sigue transcurriendo en un limbo a mitad de camino entre el sueño y la vigilia, habitado tanto por hombres y mujeres de carne y hueso como por presencias, espectros, fantasmas que nunca se ven pero parecen estar allí desde el comienzo de los tiempos. La mujer en cuestión es Jessica (Tilda Swinton), una botánica inglesa radicada temporariamente en Medellín y con una rara sensibilidad estética, como lo prueba su encuentro con un poeta, a quien le inspira un poema sobre los hongos, un organismo que se clasifica en un reino indeterminado, distinto al de las plantas y los animales. Todo en Memoria parecería transcurrir en una suerte de terra incognita, allí donde mueren las certezas. Como ese ruido inicial, que sólo Jessica parece escuchar, que sigue sonando en su cabeza y que escapa al dominio de la medicina y de la ciencia. Apenas si consigue reconstruirlo trabajosamente en un estudio de grabación, con la ayuda de un ingeniero de sonido, que es también músico. Y que no tardará en desaparecer, enigmáticamente. La actitud de esta mujer es la de una académica, pero también la de una artista: está a la búsqueda. Busca ese sonido, no tanto porque perturba sus sueños –hay un punto en el que Jessica deja de dormir- como porque entiende que allí hay algo de otro orden, quizás metafísico. “El murmullo del núcleo de la tierra”, lo describe cuando intenta definirlo. Y agrega: “Es profundo y redondo”. Y para encontrarlo, deberá dejar atrás la ciudad e internarse en la montaña y la selva, allí donde su hermana actriz estuvo haciendo una experiencia teatral con pueblos originarios y quedó en un extraño estado de catalepsia, un sueño profundo del que le cuesta despertar. Es notable el modo en el que Weerasethakul trabaja con la matriz del cine fantástico sin caer jamás en ninguno de sus lugares comunes. El modelo a seguir no podría ser más clásico y es el del maestro Jacques Tourneur: sugerir, insinuar, utilizar las infinitas posibilidades del sonido y del fuera de campo. No por nada el personaje de Tilda Swinton se llama Jessica, como la protagonista de uno de los mejores films de Tourneur, I Walked With A Zombie (1943), la esposa aturdida del dueño de un campo de caña de azúcar que se siente irresistiblemente atraída por el sonido de los tambores vudú en la noche de Haití. Como su homónima, la Jessica de Swinton (extraordinaria, como siempre) también es una extranjera sometida al hechizo de un llamado de otra tierra. Pero a su vez Weerasethakul no podría ser más moderno: su cine fragmenta la narración de un modo muy particular, trabajando con módulos que el espectador deberá ir uniendo entre sí, como si siguiera una línea de puntos que recién hacia el final ofrecen la figura completa. Habrá que prestar atención entonces a las pausas que Jessica hace en su camino hacia la selva, como cuando se detiene en la construcción de un inmenso túnel que horada las entrañas de la tierra. Es allí donde una amiga antropóloga (la francesa Jeanne Balibar) ha encontrado el esqueleto de una niña de miles de años atrás. Y que habría muerto en un ritual que el tiempo no permite descifrar. De los brutales taladros neumáticos, Jessica pasa al levísimo arrullo de un chorrillo de montaña, donde tiene un encuentro determinante con un pescador de la zona, un prolongado plano fijo sin cortes que será crucial para la búsqueda de Jessica. Allí finalmente la protagonista alcanza “un estado de equilibrio cuando el yo se desvanece”, en palabras del propio director. La naturaleza parece hablar, de pronto, con más elocuencia que nunca. Y si Jessica puede ser interpretada como una suerte de médium, la película misma se convierte en un tótem, en un emblema protector de la gran tribu humana, que a pesar del ruido del mundo no se resigna a perder su memoria histórica y su armonía con el universo.
La dimensión espiritual de Apichatpong Weerasethakul, con Tilda Swinton La película filmada en Colombia del director ganador de la Palma de Oro por “El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas”, narra el periplo de su protagonista al escuchar sonidos de otra dimensión. El tailandés Apichatpong Weerasethakul viaja a Latinoamérica para filmar en Colombia, territorio con varias semejanzas con su Tailandia natal. El entorno selvático, el clima subtropical y un pasado ancestral borrado de la memoria de los habitantes contemporáneos, son cuestiones compartidas con su país. Esos tópicos le sirven al premiado realizador para indagar en las luces y los sonidos de otros tiempos-espacios de manera sensorial pero también filosófica y poética. Memoria (2021) tiene los condimentos del cine del director de Tropical Malady (2004): Los tiempos lentos, movimientos de cámara muy leves, pocos planos; así como también la conexión espiritual del hombre -la mujer en este caso- con la naturaleza. Tilda Swinton interpreta a Jessica, una mujer acosada por un extraño sonido que sólo ella escucha. Primero busca explicaciones racionales para luego embarcarse en el viaje que esas percepciones le proponen. Un recorrido que comienza en Bogotá y termina en el Amazonas con situaciones espirituales y sobrenaturales. Memoria es un viaje al pasado, a la memoria colectiva pero no solo de la sociedad, sino de todas las culturas preexistentes en el territorio. El film establece vínculos con las culturas y pueblos exterminados, con los espíritus presentes sean de seres humanos o animales (el perro que la sigue). Ideas que parten de meditaciones budistas con mayor fuerza que cualquier otro sentido político que se quiera establecer desde la interpretación. Apichatpong Weerasethakul recorre el territorio como un extranjero (con Tilda Swinton) pero también como un buen conocedor de aquello que se percibe detrás de la civilización colombiana. Ganadora del premio del jurado de Cannes ex aequo, el realizador tailandés regresa a territorio conocido con este film contemplativo y sensorial.
La evocación de la memoria se asocia, principalmente, al poder de las imágenes; a lo visto y reconstruido en infinidad de películas. Sin embargo, plantear esa búsqueda a través del uso del sonido puede ser tan o más eficaz cuando se trata de algo trascendental como es la memoria del mundo, la cual compartimos como sujetos históricos. Aquel sonido inspirador que explora los recuerdos que nos habitan, dio lugar a la historia que ofrece Memoria, la nueva película del cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul ganador de la Palma de Oro en Cannes por El hombre que podía recordar sus vidas pasadas. Todo comienza cuando Jessica (Tilda Swinton) una botánica inglesa despierta una noche en la oscuridad de su cuarto alterada por un sonido seco y penetrante. Frente a ese desconcierto, Jessica irá tras las causas y el significado de esa resonancia que la obsesiona y la trasciende, a través de un recorrido por diversos lugares de Colombia. Durante esa búsqueda, que se acerca a una exploración subjetiva y territorial, las escenas comparten un carácter enigmático al tiempo que parecen piezas sueltas de un rompecabezas ascético y sofisticado; apreciación que se va diluyendo en el transcurrir del tiempo cuando los hechos se hilvanan de forma imperceptible. Así, presenciamos el despertar de las alarmas de los coches dentro de un estacionamiento; la paranoia de la protagonista al sentirse perseguida por un perro en las calles de Bogotá, luego de visitar a su hermana en el hospital; su encuentro con la antropóloga francesa (Jeanne Balibar) que le muestra una momia hallada en una cueva; su vínculo con el hombre misterioso (Elkin Días) que todo lo recuerda en medio de la selva colombiana; o el recurrir a un experto en sonido (Juan Pablo Urrego) para dilucidar la composición del sonido que la persigue y la aleja del sueño. La percepción de cada una de esas escenas genera un relato que trasciende el carácter representacional de lo audiovisual, para volverse una experiencia sensorial. Uno de los disparadores que originaron la película, fue la vivencia del propio realizador ante el “síndrome de la cabeza explosiva”. Ese sonido perturbador en su cabeza, es el mismo que siente la protagonista. A ese episodio, se agrega la estadía por dos meses en Colombia donde pudo viajar por distintos lugares y experimentar la violencia de su territorio como la belleza inconmensurable de su entorno natural. Una experiencia, que le permitió plasmar una mirada personal sobre la complejidad colombiana, que no resulta extranjerizante sino más bien cercana y comprensiva, debido a la similitud de situaciones en su país de origen, Tailandia. Dicha intencionalidad se intensifica con el predominio del idioma español, teniendo en cuenta que su protagonista es inglesa. Acorde a su estilo, el uso de la alusión, el simbolismo y la reconstrucción del pasado, a través de los distintos planos y capas sonoras, juegan de contrapunto con las imágenes o, en muchas escenas, las completa. El fuera de campo, también cobra un rol importante, ya que las voces, los ruidos o los sonidos tratan de dar forma y cuerpo a aquello que ella imagina o se asocia con fenómenos inexplicables que se adentran en la ciencia ficción. Bajo esa tonalidad, Weerasethakul opta por largos planos fijos o suaves travellings, los cuales generan una poética discursiva que fluye en un tiempo que no se define por lo cronológico, en la medida en que la protagonista se acerca a cierta transferencia cósmica con la naturaleza y el origen del mundo. Estética, contemplativa y exquisita en su planteo formal, Memoria, ganadora del Premio Especial del Jurado en Cannes, invita al espectador a resignificar e interpretar lo escuchado, más que lo visto, como a dejarse llevar por la estimulación continua de los sentidos. MEMORIA Memoria. Taïlandia/Colombia/México/Francia/Reino Unido/Alemania/China/Suiza, 2021. Dirección, guion, fotografía: Apichatpong Weerasethakul. Intépretes: Tilda Swinton, Agnes Brekke, Daniel Giménez Cacho, Jerónimo Barón, Juan Pablo Urrego, Jeanne Balibar, Aida Morales, Constanza Gutiérrez, Elkin Diaz. Edición: Lee Chatametikool. Música: César López. Duración: 136 minutos.
Toda la memoria del mundo Después de dos décadas de filmar en Tailandia, Apichatpong Weerasethakul deja su país para ir a Colombia. El cambio de escenario amplía el universo sensorial del cineasta con una mezcla de cine de género y experimental, instalación sonora y efectos especiales, sondeando el ritmo de la lengua, las cadencias y los silencios. Si bien encontramos los temas, las formas y los tiempos del autor, lo desconocido no se manifiesta de la misma manera que antes. Jessica se despierta en la madrugada por una detonación sorda y profunda. Se levanta de su cama alarmada y camina hacia la oscuridad en una escena inquietante donde la perdemos como en el teatro de sombras, en una transición brutal del sueño a la vigilia. En la escena siguiente las alarmas de varios autos empiezan a sonar inesperadamente en un estacionamiento. La irrupción de lo extraño es el motivo de una conmoción que anticipa nuevos rumbos. Si la película de Alan Resnais que da título a estas líneas crea el ensayo fílmico sobre los caprichos de la memoria captando e imaginando con su cámara las historias que guardan los libros, la de Weerasethakul explora la memoria como una experiencia sonora, buscando los orígenes del tiempo a través de los ecos en el presente. El resultado es la película más original, potente, bella y sorprendente que hayamos visto en mucho tiempo. Jessica deambula en busca del origen del sonido que la persigue desde aquella noche en su casa: un eco en forma de memoria inquietante que amenaza su equilibrio. Los contornos lineales de los edificios modernos de Bogotá, con columnas de concreto y grandes superficies de vidrio, forman trazos por los que la protagonista se acerca al origen de la detonación. Cuando maneja su auto por las rutas colombianas, las líneas que dibujan las montañas en el fondo parecen responder a las ondas sonoras que se han instalado en su cabeza. El misterio se intensifica en cada escena. De a poco, la heroína y la película avanzan hacia la selva, atraídos por la fuente del cine de Weerasethakul. El encuentro entre Jessica y un pescador al borde de un arroyo es un notable punto de inflexión que remite a la estructura dividida en dos partes de sus primeras obras. La película entra en ese momento en una dimensión completamente diferente, un tiempo suspendido, un giro cósmico, una invitación a abrirse a la memoria de la tierra. El personaje se vuelve cada vez más extraño, como si fuera una suerte de espíritu que resguarda la memoria sonora de los demás. Las escenas se pueblan con ecos de otros mundos, vibraciones de eventos del pasado y sonidos ancestrales de otras civilizaciones. La película se vuelve más misteriosa, hipnótica y fascinante. Los relatos orales, los viajes entre la vida y la muerte a través del sueño y las diferentes capas de sonido conforman una experiencia visual y sonora única que permanecerá grabada en nuestros recuerdos para siempre.
El realizador tailandés es Apichatpong Weerasethakul es uno de los directores más respetados del mundo de los festivales en las últimas décadas. Aunque ya no tiene la presencia que supo tener en otra época y sus recursos y estilo ya no sorprenden tanto, Memoria es la prueba de su capacidad para crear grandes imágenes. Esta película colombiana está protagonizada por la actriz británica Tilda Swinton, en una clara combinación de talentos con el fin de lograr completar un proyecto independiente. Swinton ocupa el lugar que hace unos años ocupaba Juliette Binoche, es decir la actriz famosa que gracias a su presencia permite dar luz verde a proyectos arriesgados poco comerciales. Jessica (Tilda Swinton) es una botánica británica establecida en Colombia. Una noche la despierta un sonido como de otro mundo. La protagonista emprende un viaje hasta el corazón de la selva en busca del origen de este ruido que solo ella parece oír. Apichatpong Weerasethakul tiene en este simple argumento la excusa para desplegar todas sus herramientas visuales y sonoras. Logra grandes escenas pero juega al límite de su propia autoparodia. Difícil saber si algunas escenas son humorísticas o no. Algunas ideas son interesantes y tienen resoluciones muy originales, pero otras parecen forzadamente morosas y se ven falsas y repetidas. Si el cine comercial tiene lugares comunes, hay que decir que estas películas también lo tienen. El realizador no produce el mismo impacto, aun cuando algunas imágenes de Memoria sean más bellas y profundas que la mayoría del cine actual.
Una mujer que viaja hacia su pasado y transita otro mundo Jessica no puede dormir. La despierta un ruido extraño que no solo no le impide descansar sino que tampoco le permite vivir “una vida normal”. Y por ahí pasa la mirada de este particular director nacido en Bangkok, que pone el foco en una mujer que parece estar viviendo en una tercera dimensión. Y para esto, nada mejor que el rostro de una actriz gigante como Tilda Swinton, capaz de transmitir todo con un mínimo gesto. No es fácil seguir el ritmo de esta película. Sobre todo porque Weerasethakul tiene su propio ritmo, apegado a los planos con cámara fija, donde las acciones pueden transcurrir durante varios minutos, o bien otras en las cuales la cámara se detiene en una imagen que queda detenida como si estuviésemos viendo una fotografía. Ese otro mundo visual, estético, lejos del dinamismo que proponen las más populares plataformas de streaming, se emparenta con el mundo de Jessica. Ella es una escosesa que va a Bogotá a visitar a su hermana internada y comienza un derrotero que se dispara con la búsqueda del origen de un ruido, pero en verdad es la búsqueda del autoconocimiento. Y allí encontrará a un sonidista que de pronto de- saparecerá de la faz de la Tierra y un pescador que dice ser de otra especie y le arroja una frase reveladora: “Las experiencias son dañinas, hacen que la tormenta de mi memoria se vuelva más violenta”. Es posible que estas personas sean solo producto de su imaginación, como también la escena final, que habilita una lectura sobre otro universo posible. “Cada cual tiene un trip en el bocho” canta Charly García. Jessica tiene el suyo y es muy factible que no sea tan distinto al que tiene usted, acaso sin saberlo, mientras está leyendo esta crítica.
La novedad no reside solamente en que su protagonista es inglesa, sino también en que toda la película está rodada íntegramente en Colombia y el español es el idioma predominante. El relato se circunscribe al intento de la protagonista por descifrar el sonido que escuchó por primera vez aquella noche en su casa. Sobre esa anécdota audio-perceptiva se erige un enigma que puede anidar en las calles de Bogotá, aludir a las momias que investiga una antropóloga o develarse en la selva de Colombia. Por cada escena el misterio del mundo se intensifica; por cada escena cada personaje que interactúa con Jessica aporta algo de amabilidad y también de misterio.
La mujer sin certezas. Viendo sus anteriores películas (Tropical Malady, Síndromes y un siglo, El hombre que podía recordar sus vidas pasadas, Cementerio de esplendor), era cómodo para los espectadores de este lado del mundo asociar a Weerasethakul con lo fantasmal, lo insondable y lo exótico, por el limitado conocimiento que se tiene de distintos aspectos de la cultura y la historia de los países orientales. Pero Memoria desmonta el prejuicio de que el cineasta tailandés se vale de esos elementos para generar misterio: transcurre en Colombia –con varios actores (incluso la protagonista, la inglesa Tilda Swinton) hablando casi siempre en español–, es decir, en un territorio más cercano a la realidad cotidiana de los latinoamericanos, y sin embargo conserva ese halo de extrañeza que recorre su obra. La palabra del título, además, suele ser aplicada entre nosotros para aludir a la necesidad de que ciertos episodios de nuestra historia no caigan en el olvido, o, en todo caso, para referirse a problemas de aprendizaje durante la vida estudiantil o enfermedades en la vida adulta: de nada de esto trata Memoria, al menos no directamente. Es la memoria de los seres humanos, y el peso de la misma en la naturaleza, lo que inquieta en este film en el que Jessica (Swinton), una estudiosa de las plantas, empieza imprevistamente a escuchar un fuerte y repentino sonido que la desvela, llevándola a interrogantes que intenta dilucidar atendiendo a lo que va encontrando a su paso (un aparente accidente en la calle, raras pinturas en un museo, huellas en un túnel excavado bajo la tierra, piedras al costado de un bucólico paraje) durante una recorrida mansamente errática, en la que entabla conversación con desconocidos interlocutores (un joven sonidista, una médica forense que investiga restos humanos de miles de años de antigüedad, otra doctora más campechana, un pescador que la introduce en un estado de trance). A través de extendidos planos fijos y sobrios movimientos de cámara, un admirable trabajo con el sonido, locaciones muy bien elegidas y la presencia de Swinton (una vez más imponiendo su imagen andrógina y una expresión desapacible), Memoria produce un efecto perturbador a la vez que hipnótico, deslizándose por las dudas que pueden despertar los contactos de lo moderno con lo salvaje, los vivos del presente y del pasado, el conocimiento intelectual y las resonancias míticas, el plano físico y el intuitivo o espiritual. Desde ya que el film puede impacientar a quien se resista a lo contemplativo o espere de toda película vértigo de montaña rusa, pero vale aclara que el sosiego de Weerasethakul no implica solemnidad, como lo demuestran algunas de sus decisiones como guionista y director: no hay música clásica que imponga gravedad (solo una sesión de jazz al registrar un ensayo, en una secuencia), insinúa trazos de humor (por ejemplo al mostrar a Jessica obsesionada con un perro, después que su hermana le dice haber soñado con él, o cuando durante una cena compartida intenta disimular que escucha los ruidos que la desconciertan) y hasta se permite la irrupción de algo que conduce directamente al film hacia el género fantástico, haciéndolo sin pudor y con elegancia. Entre los personajes que rodean a la protagonista se encuentra su cuñado, un médico que escribe poesías sobre temas relacionados con su profesión, encarnado por Daniel Giménez Cacho, el actor de Zama (2017, Lucrecia Martel). Y es precisamente otra película de Martel la que trae a la memoria –valga la redundancia– Memoria: como en La mujer sin cabeza (2008), aquí también una mujer sufre por algo que no sabe qué es, tal vez un desorden mental, un profundo miedo, una sensación de soledad o la incomprensión que encuentra a su alrededor, evidente cuando dialoga encontrando a veces respuestas cortantes o ligeramente absurdas. La Jessica de AW, en todo caso, traslada al espectador a un espacio más benigno, en el que las sensaciones y las preguntas conforman un melancólico bálsamo. Por Fernando G. Varea
El director tailandés Apichatpong Weerasethakul, auténtico mito contemporáneo para el paladar cinéfilo, nos sorprende gratamente con esta película nominada a la Palma de Cannes. Un tamaño impacto para la cartelera vernácula actual, sabemos que este formidable autor no es, precisamente de la apetencia de un público masivo. En “Memoria” priman las pretensiones artísticas de un autor que estructura su obra en el apartado del arte y ensayo como plataforma a explorar dramas personales y sociales. Aquí, un personaje navega un contexto determinado, la extrañeza se filtra en los intersticios de su propia realidad. Podría tratarse de un espectador pasivo que no se involucra en conflicto alguno. El enigma se enciende ante nuestros ojos, la belleza de “Memoria” nos abruma. Un halo de misterio recubre un viaje emprendido en búsqueda de descifrar un interrogante que no pareciera pertenecer a este mundo. Una estructura semi documental jamás lineal temporalmente prefigura las bases conceptuales de una obra cuya narrativa nos demanda altísima atención. La mirada intima del director, a menudo críptica y sutil, cobra forma simbólica mediante una construcción visual y sonora a través de la cual identificamos un coqueteo entre la fantasía y la realidad. Su carácter pionero es incesante, recurriendo a herramientas estéticas que deslindan al film de toda pertenencia genérica. Técnicamente, es habitual en el cine de Weerasethakul una serie de variables que otorgan identidad: planos sostenidos, ambientes que cobran vida, paisajes evocadores amparados en la maravillosa fotografía de Sayombhu Mukdeeprom, tomas largas y velocidad en extremo reducida. De manera que, podemos claramente apreciar estructuras alejadas del cine comercial. En la orginalísima “Memoria”, el tiempo se detiene, los recuerdos se confunden con sueños ancestrales y la carga dramática se concentra sobre las actuaciones de un elenco liderado por nombres de relevancia internacional como Tilda Swinton y Daniel Giménez Cacho. Fascinado por el entorno colombiano, el realizador de las laureadas “Tropical Malady” y “Cemetery of Splendor” explora territorios más abstractos que bordean fronteras místicas. Reconocibles en el gusto del autor, desde cortometrajes experimentales o instalaciones multimedia emprendidas en estadios más tempranos de su carrera. Aquí, el paisaje rural y urbano existe solo dentro de los límites de la ficción y en la manera que es habitado. Tramando un verosímil fascinante en extensas dos horas de duración, acaso una nueva configuración de la ciencia ficción. Con más de dos décadas de trayectoria a sus espaldas, se valora la ambición de un artista de la imagen dispuesto a indagar en inagotables juegos audiovisuales
ETÉREO E IMPREVISIBLE El personalísimo cine de Apichatpong Weerasethakul sobrepasa en Memoria un reto: filmar en un país que no es el propio, en una cultura y una lengua absolutamente diferentes a la suya como la colombiana. Pero si el tailandés ha erigido una filmografía sobre la base de filmar lo infilmable, lo extraño, lo fantástico oculto detrás de la más ramplona materialidad de lo real, la experiencia de una extranjera en tierras lejanas es una forma inteligente de traducir sus propias incertezas como director. Se podría decir entonces que Weerasethakul pone en imágenes su propia dificultad para comprender lo que lo rodea, y también lo imposible de las coproducciones si quisiéramos ver la película con un dejo de ironía. Por primera vez, el director, se pone al mismo nivel del espectador: Ya no es su universo desplegado ante los ojos del que mira, sino él mismo metiéndose en un asunto que se va bifurcando a medida que avanza y sobre el que no parece tener demasiadas certezas. La protagonista es Jessica (Tilda Swinton), una británica especialista en botánica que reside en Colombia. Allí, durante una madrugada, se despertará sobresaltada por un ruido que retumba como el golpe de un objeto contra otro. Es desde ese mínimo incidente que Weerasethakul edifica un relato centrado en lo extraño como alteración de la vida cotidiana: es que ese sonido, que solo Jessica parece oír, se volverá una constante y la protagonista saldrá a buscar explicaciones, entre especialistas de la salud o incluso con un ingeniero de sonido. Será el comienzo de un viaje que llevará al personaje a algo parecido al origen de la civilización, y es que en Memoria se imbrican elementos materiales con espirituales, en una metafísica y un surrealismo que parecen no pertenecer tanto a lo religioso como a la sensibilidad del cine. Planos largos y estáticos, un trabajo expresivo con el sonido, encuadres lejanos que toman a los personajes casi por completo y despojados del subrayado de lo gestual, imágenes con poder icónico dispuestas para que los espectadores decodifiquen su significado, si es que hay alguno o se trata tan solo de una pura experiencia lúdica. Memoria es como una película burbuja, que como todo el cine de Weerasethakul funciona dentro de sus propias reglas. Uno no entiende muy bien qué está pasando, pero comprende cómo está pasando, y en eso se diferencia de la mayoría del cine festivalero donde en ocasiones no se comprende lo que debería entenderse. Cine festivalero, también, del que el director tailandés es una suerte de referencia desde hace un par de décadas. Y como toda referencia, a veces se lo sigue de forma un poco incomprendida. Cine experimental alojado dentro de las reglas del cine argumental (porque hay un recorrido y un sentido que nos llevan a pensar en instancias clásicas del relato), Memoria es también un tipo de cine que enamora más por sus aspectos formales que por la manera en que logra emocionar al espectador. Ahí radica, un poco, la distancia que siento particularmente como espectador y que no me permite disfrutar al 100% de la experiencia: algunas escenas se notan estiradas, algunas ideas se repiten, algunas cosas podrían no estar y no afectarían en lo más mínimo el relato. Se podrá decir que eso sucede en la mayoría de las películas, pero lo cierto es que en un film como Memoria lo que se vuelve reiterativo es su propio concepto. De todos modos uno observa en Apichatpong Weerasethakul a un autor con un preciso control de su cine, que a fuerza de registrar lo inmaterial se vuelve etéreo e imprevisible.
Lo nuevo del realizador tailandés, filmado en Colombia y protagonizado por Tilda Swinton, se centra en la obsesión de una mujer por encontrar el origen de un fuerte y extraño sonido que la atormenta. A partir del 5 de agosto, por MUBI. Un sonido fuerte en medio de una noche en apariencia tranquila. Eso es lo que escucha Jessica Holland (Tilda Swinton) mientras duerme. El shock la despierta (un sonido así en una película de Apichatpong es casi como una bomba nuclear), pero nada parece haber cambiado a su alrededor: ni en su casa ni en la calle. Hasta que un rato después, casi como una reacción aletargada o adecuada a los tiempos del relato, las alarmas de los autos empiezan a sonar al unísono, casi como en un concierto de sonidos urbanos. Y así como suenan, se apagan sin que nadie haga nada. Ella asume que hay algún tipo de construcción matutina tempranera pero luego le aseguran que no, que no hay nada así cerca de su casa. Jessica vive en Medellín, Colombia, pero está de paso por Bogotá. La mujer, que ha enviudado hace poco tiempo, visita a su hermana que está internada en un hospital –clásico escenario de muchas películas del tailandés– y sufre de algún tipo de trastorno respiratorio y ligado también al sueño, similar quizás a los de CEMETERY OF SPLENDOR, su anterior película. Allí se encuentra también con Juan (Daniel Giménez Cacho, el protagonista de ZAMA), su cuñado, un médico del hospital al que se le da por hacer poesías sobre virus y bacterias. Las explosiones siguen, en las calles, provocando extrañas reacciones de algunos transeúntes, pero nadie parece saber muy bien qué está pasando. Quizás sea algo que solo ella (o algunos pocos) escucha, alguna suerte de llamada. Weerasethakul filma todas estas escenas respetando su habitual ritmo narrativo: planos largos, silencios extensos, dejando una sensación de extraña «calma chicha», de esas que quizás en algún momento se romperán brutalmente. ¿Será a través de esas explosiones? Jessica va al estudio de grabación de Hernán, un músico y sonidista, para tratar de que la ayude a entender qué es ese sonido, a reproducirlo, a encontrarlo en una galería de efectos sonoros. «Es como un estruendo desde el centro de la Tierra», le trata de explicar. Finalmente encuentran algo que se le parece a lo que ella oye y Jessica queda como tildada, parece poseída. De allí en adelante da la impresión es que Jessica empieza a entrar en un mundo casi paralelo, de obsesión personal por encontrar el origen de ese sonido enigmático, recorriendo la ciudad como una especie de detective en busca de resolver ese o algún otro misterio. ¿Hay algo que la conecta con los perros quizás? En sus recorridos conoce a Agnes (Jeanne Balibar), una antropóloga que trabaja en la morgue de la universidad. Y se descubre intrigada por las historias de los cuerpos que allí observan. La mezcla de inquietud, angustia y curiosidad de Swinton conducen una primera hora de película que se desarrolla con el habitual modo pausado del realizador y que se centra en esas «depths of delusion» que Jessica parece estar transitando. De hecho, cuando la mujer va a buscar a Hernán al estudio para un encuentro programado entre ambos, nadie parece saber quién es. Y tras la aparente, aunque un tanto inquietante, mejoría de su hermana, la mujer se convence de que un posible origen de las raras dolencias de ambas (Jessica también tiene graves problemas para dormir) puede estar ligada a los hechizos de una tribu perdida en el medio de la selva, de esas que prefieren no ser «contactadas» por la civilización. ¿Alucinaciones, quizás? ¿O hay alguna otra cosa ahí? La curiosidad de Jessica –que siente esos sonidos de manera más y más persistente y le dice a Agnes que cree estar volviéndose loca– derivará en un viaje que ambas harán hacía esa región (las escenas se filmaron en Pijao, en el departmento de Quindío), recorriendo rutas militarizadas en extremo y pasando por sitios de excavaciones en los que aparecen huesos y artefactos históricos que, de alguna manera, también parecen reflejar una memoria de violencia en el país. De a poco, la noción de lo que es real y lo que no lo es se empieza a volverse borrosa. Para ella primero y para los espectadores después. Y en ese plan continuará MEMORIA, entrando cada vez más en un terreno entre realista y místico, entre humano y metafísico, puro Apichatpong. Se trata de un film calmo, bello y enigmático sobre la misteriosa conexión que tenemos con el mundo, sobre las líneas complejas que separan la percepción de la realidad y la idea de que la Tierra, en un sentido filosófico, tiene depositada la historia humana en sí misma, en sus elementos. La memoria de los hombres y las mujeres es la memoria del planeta. En algún momento MEMORIA bordeará a un cierto misticismo que a algunos les sonará un tanto indescifrable, entre pretencioso y propio de ciertas religiones esotéricas o terapias alternativas. Y es probable que ahí aparezca, al menos para el espectador latinoamericano, el fantasma del realismo mágico, elemento que el cine del tailandés siempre tuvo pero que, encuadrado en el marco de cierta fascinación por las culturas orientales, tendía a ser más fácilmente aceptado por el espectador de este lado del planeta. Acá esa distancia cultural se esfuma y nos vemos enfrentados a una versión más reconocible (hablada, además, en castellano) de esas mismas y misteriosas conexiones entre el mundo real y el fantástico, entre la naturaleza y el sueño, entre la sanidad y la locura. Lo que atraviesa esa barrera un tanto infranqueable es el virtuosismo de Weerasethakul para la puesta en escena siempre reposada, a partir de la cual logra circular alrededor de estos temas en situaciones cotidianas, incorporando momentos de humor y de belleza sin jamás quebrar esa barrera ni entrar –salvo hasta un sorprendente hecho poco antes del final– en el terreno de lo fantástico. Dos personas mirándose a los ojos y tomadas de las manos quizás sean capaces de conectarse, como antenas, con la memoria del mundo. Quizás la respuesta sea eso. O enfrentarse al más eterno de los silencios. El de la soledad ante el rumor abrumador de la existencia.