Las consecuencias del corralito Acorralados (2010) iba a llamarse Verano amargo y comenzó su rodaje bajo la dirección de Juan Carlos Desanzo (El polaquito, 2003) en la ciudad de Villa Mercedes, San Luís. Por motivos que desconocemos la película que se estrena en la cartelera porteña es firmada por Julio Bove, productor y guionista del film. Datos que al menos anticipan los problemas cinematográficos que el film expone en pantalla. Federico Luppi es Don Antonio, un jubilado desesperado por ver congelados sus ahorros en la crisis de 2001. Un buen día decide, granada en mano, instalarse en el banco hasta que le devuelvan “lo que corresponde”. Allí se dará una situación de toma de rehenes. El gerente del banco es interpretado por Gabriel Corrado, el jefe de policía por Gustavo Garzón y uno de los ahorristas por Esther Goris. Las producciones de San Luís Cine se caracterizan por tener en su reparto actores de renombre y enmarcarse en el cine de género, simulando un estilo propio de décadas pasadas. En esta intención noble por “llegar a la platea” los films suelen hacer agua por los mismos motivos que cayeron en desuso hacia finales de los años noventa. Acorralados no es la excepción. Las inconsistencias argumentales, la falta de pulso narrativo, la pobre elección de planos para presentar cada escena, los diálogos inverosímiles, van en sentido diametralmente opuesto a las pretensiones temáticas de la película. Acorralados pretende contar una historia con moraleja, con mensaje, dejar una enseñanza en tiempos de crisis. Nada de eso ocurre, pues ni el elenco de renombre logra salvar al proyecto de sus propios desaciertos. Lo anecdótico es que el exceso de errores es tal que la película pega la vuelta. Es decir, la utilización de clichés como por ejemplo la música de piano en los momentos supuestamente conmovedores, o las actuaciones desmedidas (¡y en primeros planos!), dejan a Acorralados al borde de la parodia. Ahora si no nos tomamos a la película en serio, sino como mero entretenimiento y tratamos de divertirnos con cada falla, hasta podemos llegar a pasarla bien frente a una representación cursi de un drama social argentino como lo fue el corralito.
Con el recuerdo casi inevitable de Plata dulce, aquella comedia costumbrista de Fernando Ayala sobre otro desquicio económico de nuestro pasado y algún toque de Caballos salvajes, Acorralados obra como una aceptable crónica de crudos momentos acaecidos en 2001. Y lo hace contando una improbable pero no por eso menos creíble historia protagonizada por un hombre mayor atravesado por el desaliento y la indignación. La emblemática figura de Federico Luppi se hace cargo de ese desahuciado Funes, que no puede ni siquiera suicidarse –muy buena escena de arranque en el cementerio- porque un cruento asalto impide que alcance a cumplir su propósito. Pero él tiene un plan para forzar a su banco amurallado a que le sean reintegrados sus ahorros en medio del corralito, aquella intempestiva medida de denominación infantil. En formato de comedia dramática con algo de thriller, el film de Julio Bove (formado en Estados Unidos) incluye fuerte material documental de la época, logrando una pieza llevadera y con momentos de tensión. Fuera del oficio de Luppi, Esther Goris, Gustavo Garzón y Gabriel Corrado, los roles de reparto no cuentan con la misma convicción y esto resiente dramáticamente la propuesta. Por otra parte hay un exceso en la utilización de las muy buenas partituras de Martín Bianchedi, que pudieron haberse dosificado mejor.
Un tema serio que termina siendo cómico Lo que se supone una situación dramática, con comicidad involuntaria. En Hollywood cuando un director no estaba de acuerdo con cómo estaba quedando su película terminada -por presiones, decisiones estéticas o lo que fuere- retiraba su nombre de los créditos del filme y lo firmaba como Allen Smithee . Y si hoy algunas películas animadas tienen más de un realizador, no es siempre porque sea mucho el trabajo, sino que el director original se bajó por -eufemismo- diferencias creativas. También puede ser que los productores no estén de acuerdo con lo que les entrega el director, y lo echen. Juan Carlos Desanzo rodó una historia sobre el corralito. Lo hizo en San Luis, con un elenco que contaba con Federico Luppi (un músico jubilado que necesita la plata que el corralito le birló en 2001 para comprarse insulina, y se mete en el banco con una granada: si no le dan los dólares, la hace explotar), Gustavo Garzón (el jefe de policía que trata de mediar en el conflicto), Esther Goris (algo disfrazada y enloquecida, reclama lo suyo desde adfuera del banco, con su marido, que decide hacer ahí mismo un asado, con parrilla y todo) y Gabriel Corrado (el gerente del banco que le es infiel a su esposa). Errores de continuidad, música disonante, situaciones que bordean o se instalan en el ridículo, mala elección de los planos, el dislate no tiene nombre. O sí, se titula Acorralados , llega hoy a los cines argentinos y se informa que el director ya no es Desanzo, se llama Julio Bove (coguionista y productor también). Con el ruido de los cacerolazos de fondo, o gente vitoreando a (don Antonio) Funes, el personaje de Luppi, casi todo sucede en el interior de la sucursal bancaria, cuando no se apela a flashbacks. Entre los ocasionales rehenes hay una pareja que presentó un amparo para que le devuelvan el dinero y poder llevar a su hijito a operarlo de su sordera en los Estados Unidos -la escena en que Funes le explica qué es chiquito y qué grande, arriba y abajo, no tiene desperdicio- y un agente de seguridad que es incapaz de sacarle la granada al anciano que se mueve con bastón -hay que ver lo ágil que es don Antonio bajando las escaleras-. Con muchos de los desaciertos que terminaron enterrando a cierto cine nacional en los años ‘90, Acorralados es involuntariamente cómica.
En diciembre de 2001, la Argentina cayó víctima de la peor crisis económica del país. Frente a las puertas de los bancos, los ahorristas se reunían para pedir la devolución de su dinero, entre cacerolazos, gritos y enfrentamientos con la policía. Entre este enorme grupo de desesperados está Antonio, un anciano viudo que había dejado su profesión de eximio pianista para vivir de sus ahorros y para pagar los medicamentos para su avanzada diabetes. Tras intentarlo todo, este hombre que recuerda cotidianamente a su esposa muerta decide jugar una peligrosa partida: armado con una granada de mano ingresa en el banco en el que había depositado sus ahorros y amenaza al gerente, a sus empleados y a algunos clientes, entre ellos un matrimonio con un hijo sordomundo que necesitaba ese dinero para operar al pequeño. La situación se torna cada vez más tensa. Antonio exige la devolución de sus dólares, pero en esa sucursal bancaria no hay suficiente efectivo y entonces amenaza con hacer explotar esa granada. Sin embargo ese hombre acorralado no posee instinto asesino. Deja pasar el tiempo, mima al niño sordomudo y trata de pacificar el nerviosismo de sus rehenes hasta que un escuadrón policial le exige su rendición. Pero Antonio no se da por vencido y su aventura finalizará de manera inesperada. El film se convierte así en una comedia dramática, en una alegoría, en un cuento de esperanza, de solidaridad y de amistad, de familia y de sobrevivencia. El novel director Julio Bove eligió ubicar su historia en uno de los más ríspidos episodios del país, y lo hizo con calidez y con ternura a través de ese Antonio al que Federico Luppi compone con indudable emoción, rodeado por esos rehenes que, en definitiva, terminarán convirtiéndose en sus aliados. Por momentos el relato decae en su intento de mostrar la furia de los demandantes, entre quienes se encuentra el personaje que interpreta casi como una caricatura Esther Goris, pero pese a ello la trama no decae en su propósito de retratar un trozo dramático de nuestro pasado reciente. Bien valen, además, las buenas interpretaciones de Gabriel Corrado y de Gustavo Garzón, a lo que se suma un impecable equipo técnico.
Todo lo que nunca se debe hacer en un film Esta película fue filmada en el 2008 por el veterano Juan Carlos Desanzo, según libreto del productor Julio Bove y con el título de rodaje «Verano amargo». Alguna amargura dentro de la empresa productora habrá pasado, para que el director de «El amor y el espanto» y «El polaquito» se alejase del proyecto. El resultado final, que lleva copyright del 2010, está firmado por Bove, hombre que acusa estudios en EE,UU, pero ahora puede recibir otro tipo de acusaciones por parte del público que concurra a la sala. Es que en la pantalla se nota algo así como «el bruto» de lo que pudo ser un buen drama de suspenso enmarcado en un momento histórico. Diciembre de 2001, gente apiñada frente a la sucursal de un banco sin fondos, un matrimonio entra con amparo judicial para retirar el dinero que le consiguió el gerente, indispensable para la operación quirúrgica del hijito, y también entra un viejo cargoso a revolver cajones, reclamando sus ahorros para el pago de insulina. De pronto saca una granada, y anuncia que se jugará el todo por el todo. Encima afuera hace calor. Bien hecho, esto hubiera podido emparentarse con «Tarde de perros», y a veces se le acerca un poco. Pero no llega. Se lo impiden defectos de guión y diálogos, insertos de griterío costumbrista en la vereda, un elenco irregular, una música omnipresente, y un final confuso (pero afortunadamente feliz). Salvan su parte Gabriel Corrado como el gerente de banco y Gustavo Garzón como el comisario a cargo, aunque ambos daban para mucho más. Protagonista, Federico Luppi, en rol de pianista indignado. Disfrazada en la vereda, Esther Goris. Película útil para analizar en las escuelas lo que no se debe hacer.
Intima pesadilla del año 2001 Testimonio de un momento dramático denuestro país, ‘Acorralados’ tiene un buen equipo actoral encabezado por un emocional Federico Luppi que se lleva todos los elogios. Al pobre Don Antonio la vida le jugó una mala pasada. Siempre trabajando, para formar un hogar, para conservarlo, para ayudar a los hijos. Y cuando todo parecía ir bien, su mujer se muere, la vida se le vuelve amarga, los hijos se alejan para formar su hogar. Y ahora, después de visitar a Eva en el cementerio, debe afrontar una vez más los problemas económicos y disponerse a recibir un difícil año en la Argentina. Es 2001. Todo está patas para arriba, las cuentas bancarias han sido congeladas, y Don Antonio es una víctima más de esa pesadilla. REACCION INESPERADA Sus ahorros quedaron congelados en el banco, en la calle, el caos, los vecinos agitan y percuten las cacerolas en protesta, para que le devuelvan sus ahorros. La televisión cubre los disturbios, los presidentes se multiplican. Y Don Antonio decide tomar una medida drástica. Entra al banco con su bastón y una granada... No está solo, hay gente dentro del banco tratando de recuperar sus ahorros, y la manzana está rodeada por los vecinos que protestan. Don Antonio deberá encontrar una solución. El director Julio Bove eligió el tema de la crisis, y la reacción de un jubilado ante la situación, para dar forma a una comedia dramática. Con un tono realista, el núcleo temático pasa por el momento en que el jubilado ingresa al banco y reclama sus ahorros. A partir de eso el montaje se hace paralelo y el espectador asiste a lo que pasa en el interior del banco y a la situación que se produce en el exterior. El cacerolazo y luego la irrupción de la policía. ‘Acorralados’ es una ‘opera prima’ en la que el tema ofrece dificultades al permanecer la cámara en la calle y paralelamente siguiendo a Don Antonio en el banco. No hay demasiados incentivos dramáticos, los diálogos se mantienen en una línea de medianía general y aunque la acción exterior tiene cierta vivacidad, los escasos personajes en que se centra la acción no bastan para despertar el interés. Testimonio de un momento dramático denuestro país, ‘Acorralados’ tiene un buen equipo actoral encabezado por un emocional Federico Luppi que se lleva todos los elogios, Esther Goris como una de las mujeres afectadas, Gabriel Corrado, como un empleado bancario y Gustavo Garzón como el comisario.
Un corralito de tono costumbrista Bienvenido que el cine argentino recuerde el caos económico y social de 2001, con la gente en las calles, el corralito y los afanos de los bancos. Pero tales hechos merecían otra película, menos arqueológica y vetusta en su forma, más creíble y no tan eufórica en sus tonos y contenidos. Antonio Funes (Luppi), viudo y músico de prestigio, necesita insulina justo cuando aquellas medidas económicas deciden que los bancos retengan los depósitos. El indócil Funes, que oscila entre momentos depresivos y un transparente malhumor por la situación, provisto de una granada, se refugia en el maldito banco amenazando a todo el mundo hasta que le devuelvan los ahorros. Otras historias paralelas, adentro y afuera (un matrimonio que reclama por sus ahorros junto al gentío –por ahí anda Esther Goris con peinado new wave–; una pareja que necesita retirar la plata para la operación de su hijo sordo; el comisario puteador que encarna Garzón, recordando a Rodolfo Ranni y sus performances más estentóreas), se presentan como complementos del eje central de la historia. El verosímil ochentoso estalla en cada una de las escenas, acompañadas con música desbordante, golpes bajos, diálogos que tuvieron su fecha de vencimiento hace tiempo y un grupo de actores secundarios que no aprobarían la primera ronda de casting para una (mala) película. El tal Funes, héroe o antihéroe, como importa, articula un discurso obvio y rancio, con pocas dudas e incertidumbres, salvo cuando la película recurre a un par de penosos flashbacks en blanco y negro añorando su etapa de músico junto a su esposa (la española Ana Fernández). Luppi hizo grandes trabajos y podrá omitirse el de este viejo gruñón que pelea por una causa justa. Sin embargo, el aspecto más penoso de Acorralados es que sólo pasaron diez años del tema que aborda en su tratamiento, pero en cuanto a su concepción estética, da la sensación de que se está frente a una película prehistórica.
Un pasado dolorosamente recordado, los tiempos del corralito, el rosario de terribles y dolorosas historias individuales. Con un argumento que hilvana casos arquetípicos, con una realización desigual, pero con una gran actuación de Federico Luppi, siempre conmovedor, y buen elenco.
¡Vuelve el cine “importante” de los ochenta! Acorralados promete, en su escena inicial, ahondar en la crisis social, económica y política que atravesó el país a comienzos de milenio, a partir del recurso de imágenes de archivo de la ciudad convulsionada y de los principales titulares del momento. Sin embargo, esta introducción no es más que un fácil y económico recurso narrativo para situar el “contexto” de la trama y funcionar como motor de las acciones. El resultado es un precario film de género, que lejos de reflexionar sobre el pasado reciente (y la actualidad) se queda en una problemática individual y de poca consistencia. Como consecuencia del corralito bancario, Funes (Federico Luppi) se encuentra imposibilitado para comprar la insulina que necesita diariamente para su diabetes. Con todos sus ahorros capturados por el banco, el protagonista se presenta allí, granada en mano, para exigir lo que le corresponde. Pero claro, no es el único que sufre. También reclaman lo suyo unos padres desesperados con un nene sordo, a quienes la medida impuesta no les permite viajar a Estados Unidos para intervenir quirúrgicamente a su hijo. Estas desgracias se desarrollan en un ambiente minado de estereotipos: el banquero “comprensivo” interpretado por Gabriel Corrado; el policía garca encarnado por Gustavo Garzón, quien con un cigarrillo y su arma no hace más que ignorar denuncias y putear; y como frutilla del postre, Dora, interpretada por Esther Goris y merecedora de un párrafo aparte. Representante de la voz del pueblo e inspirada en la moda “ochentosa”, Goris interpreta a una madre cuarentona con dos hijos de 5 y 8 años de edad. Como tantos otros afectados, Dora se presenta en la puerta tapeada del banco -el mismo amenazado por Funes en su interior- con vaso de cerveza, parrillita y reposera (¿?). Con su distinguida y enérgica retórica, busca a los medios para descargarse, grita, patalea y hasta revolea la cartera en las escenas que recrean las agresiones policiales hacia los manifestantes. La mayor parte del film se desarrolla entre el interior y exterior del banco, repitiendo varios de los tópicos de las películas comúnmente llamadas “de robo a bancos”: el momento previo al atraco, el asalto propiamente dicho con la toma de rehenes, negociaciones con la policía y la resolución final con la entrega del asaltante. Sólo que aquí, en todas y cada una de las escenas predomina lo insólito. Por ejemplo, cuando el protagonista visita la tumba de su esposa, es asaltado y golpeado por unos rebeldes adolescentes; en otra escena baila un vals con el niño sordo en el banco y olvida la granada en un escritorio. Para comprender la dimensión de lo absurdo, y sin intención de arruinarle el final a los posibles espectadores, ante esta situación el banquero en lugar de aprovechar el momento para entregar a Funes a la policía, le devuelve el explosivo. Como si semejantes imágenes no tuvieran “peso” propio, la música las acompaña casi ciento por ciento y sin lógica en todos sus estilos (suspenso, aventuras, vals, melodramática), en un intento de imprimirle al film una solemnidad de la que carece. La linealidad narrativa es interrumpida arbitrariamente con flashbacks en blanco y negro que representan el recuerdo de Funes en sus años de concertista o con su mujer y su hijo, que lejos de aportar algo a la narración la disgregan por completo. Acorralados podría llegar a ser adoptada en el futuro por un público amante de las películas “malas”, en el que la gente puede reírse de las elecciones estéticas del film, su pretenciosidad y sus moralejas. Dicho todo esto, uno no puede dejar de sentir pena por la presencia de Federico Luppi, otrora protagonista de El romance del Aniceto y la Francisca y Tiempo de revancha, en un film tan desafortunado.
Drama y suspenso poco creíbles "Nos van a devolver todo" dice uno de los ingenuos personajes de este relato situado en la época del corralito argentino. Un jubilado (Federico Luppi) necesita el dinero para poder aplicarse insulina, toma una granada y se encierra en un banco para reclamar lo que es suyo. Acorralados juega con una época caótica alternando algunas imágenes de archivo con personajes afectados por el desastre económico: una familia que necesita sus ahorros para poder operar a su pequeño hijo; un directivo del banco (Gabriel Corrado) presionado por una de sus empleadas y un matrimonio en crisis. Ni el modo de abordar el tema, ni la manera de hacer suspenso se tornan creíbles a lo largo del metraje a pesar de la presencia de Federico Luppi y de Gustavo Garzón, en el rol del jefe de policía. Entre el tono costumbrista (con una Esther Golris cercana a Esperando la carroza) y el espíritu de denuncia, el film acumula actuaciones y diálogos lavados, la trama avanza como puede. Tampoco resulta verosímil cómo los personajes quedan atrapados a merced del anciano dentro del banco (¿una puertita de hojalata que ni siquiera tiene candado impide que los manifestantes la rompan?). La música subraya los momentos de más emoción y le quita clima al desenlace de la historia basada en eventos reales. Esta película comenzó de la mano del director Juan Carlos Desanzo, pero luego recayó en Julio Bove.
Todavía está fresca en la memoria de los argentinos la incertidumbre de aquellos días del verano de 2001-2002, cuando todos los depósitos bancarios fueron congelados en lo que se denominó "el corralito". Nadie podía sacar su dinero, ya fuera mucho o poco. Aprendimos de qué se trataba un recurso de amparo, y muchos dejaron su salud golpeando las chapas que escondían los vidrios de los bancos a los que no se podía entrar, al unánime grito de "justicia". Años más tarde, el director Julio Bove recrea en su película esos días a través de varios personajes cuyas historias convergen en la sucursal bancaria donde sus ahorros habían quedado retenidos. Sin embargo hay un protagonista, el viejo Don Funes (interpretado por Federico Luppi), un jubilado diabético y viudo que, como tantos otros, perdió los ahorros de toda su vida en ese momento. La primera llamada que hay que hacer es que el film lo inició Juan Carlos Desanzo, pero bastante avanzado el rodaje, desconforme con los resultados (vaya a saber uno porqué), decidió abandonar el proyecto. Bove, quien era productor y guionista del film, entonces terminó firmando los créditos como director. Volvemos al tema. Teníamos a Funes, pasando un mal momento. La desesperación lo lleva a tomar una medida extrema: se presenta en la sucursal armado con una granada, que amenaza detonar si no le devuelven inmediatamente su dinero. Pero no es el único en situación terrible: dentro del banco hay una familia con su pequeño hijo en brazos, y en la mano el amparo que le ordena al banco a devolverles su dinero. Y seguimos sumando: también hay un gerente de sucursal (Gabriel Corrado), empleados varios, y un hombre de la empresa de seguridad, que dada la situación actúa más de portero que otra cosa. Fuera del banco, la horda de ciudadanos golpeando las vallas. Entre ellos, una familia que se va de camping a la puerta del banco todos los días, cuya madre (Ester Goris)parece estar perdiendo la razón a medida que avanzan los reclamos. También están los periodistas, representados por una movilera que (incomprensiblemente) se burla de sus entrevistados, y, finalmente, la policía con el comisario Bonati (Gustavo Garzón) a la cabeza. Con este planteo, el film podría haber resultado muy interesante, sin embargo, no lo es. Y el problema es el tono que se le dio a la narración. Por alguna razón, el director (también co-guionista) optó por una ligereza cuestionable teniendo en cuenta el tema a tratar. Si bien todos recordamos esta cuestión como dramática (y angustiante, sin dudas), por alguna extraña decisión del libro, aquí se busca ubicar la trama "pseudo coral", dentro de un registro irónico. Amalgama difícil de lograr. La película entonces no logra reflejar el dramatismo de la situación (lo intentaba?), ya que el relato que hace de los hechos es tan inverosímil que aleja al espectador de cualquier posible identificación con los personajes. Se niega la opción de la empatía: no sufrimos con ellos (y tampoco nos causa gracia, si ese es el efecto buscado). Se cae en una ridiculización quizás planteada, pero que no le queda bien al film y genera desconcierto en la platea. No queremos contar más de "Acorralados", quizás como espectadores deberían aportar otra visión a la nuestra. A nosotros, nos cuesta acordar con su registro y la manera en que va cerrando las historias que presenta. Nos invadió el desconcierto al salir de la sala, debemos reconocer. Muy buenos actores, de renombre, en lucha solitaria para sacar adelante sus personajes, a pesar de todo. En esa vuelta, rescatamos a Luppi y a Goris, quienes son los que mejor llevan adelante sus roles. Apostamos por retomar este tema tan actual (y no me digan que no lo es en estos días!!!), desde otro lugar y alentar otras propuestas que trabajen por reconstuir esa página de la historia con otras visiones. Indudablemente, el tema lo merece.
Demasiadas debilidades para creer La idea es de lo más sencilla y ya desde su título propone un juego de palabras (no muy brillante) que lo deja claro. Ambientada antes de la Navidad de 2001, en ese Acorralados se funden las millones de víctimas que padecieron la retención de sus ahorros con el corralito –gentileza de Domingo Cavallo y Fernando de la Rúa– y un grupo de personas más reducido que a partir de aquella circunstancia se ve envuelto en una situación sin salida. El centro lo ocupa Don Antonio, que en la primera escena le confiesa a la tumba de su mujer que ha tomado una decisión, y se pone una pistola en la cabeza. El intento de suicidio se ve frustrado por dos pibes chorros que le roban los zapatos, el cinturón y la boina. Todo ocurre dentro de un cementerio parque: en sólo dos escenas, Acorralados muestra sus debilidades argumentales. Como ocurre con otras producciones nacionales recientes, esta está construida desde una idea de cine avejentada, que ni en su mejor época produjo buenas películas. Montada torpemente y musicalizada de modo explícito, la trama acumula golpes de efecto: Antonio llega al banco que retiene sus ahorros y, granada en mano, exige que se los entreguen. Para ese momento ya se sabe que además de viejo, viudo y estafado, también es insulinodependiente. Y entre los rehenes hay una pareja con un hijito sordo, un joven noble y suicida cuya novia enferma se mató para no ser una carga, y los empleados del banco, que son más cándidos que aquel de Voltaire (lo cual es mucho). Ante un panorama semejante, no es extraño que los deus ex machina se vayan acumulando para inventar un insólito final feliz, allí donde en la historia no lo hubo. La idea de jugar con los hechos a la vez trágicos y traumáticos de un pasado reciente, en principio no tiene nada de malo. El problema es la absoluta falta de recursos (o la mala selección de ellos) para contar el cuento elegido de una manera convincente. La elección del elenco no ayuda a definir el tono narrativo del film. Mientras Federico Luppi entrega una de sus clásicas actuaciones realistas –y hay que reconocer que hace hasta donde el guión se lo permite–, Esther Goris se maneja en un registro farsesco y el comisario de Gustavo Garzón parece salido de un policial de esos que mezclan comedia con intrigas. Es decir, tres películas distintas según el personaje que ocupe la pantalla. Y no es un film que cruce géneros para causar un efecto narrativo, sino uno que no sabe cómo quiere contar su historia. El resultado es que no hay película.
Un momento dramático de nuestro país que para muchos resulto la peor de las pesadillas: el 2001. Está ambientada en una época reciente. Argentina, diciembre de 2001 cuando muchos ciudadanos quedaron atrapados en la peor crisis económica en el país, varios de ellos creyeron en los bancos y allí guardaron sus ahorros. Mediante un decreto del gobierno deciden congelar todas las cuentas bancarias, generando la restricción a la extracción de dinero en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorro denominada “Corralito”, y quienes tuviesen dólares no volverán a obtenerlos. En esos tiempos comienzan a suceder varios problemas internos, la inseguridad, el desempleo, deuda pública y pobreza, que crece fuertemente e impidiendo al país alcanzar el progreso y donde todo se torna problemático socialmente; en lo político se acusan unos a otros y comienza un desfile de la asunción de cinco presidentes en tan solo tres semanas. Esto haciendo una pequeña referencia a la situación, en esta historia ficcionada vemos a un jubilado enfermo agobiado por sus problemas financieros y no puede comprar ni sus remedios decide robar un banco armado con una granada construida por él mismo; en dicho establecimiento se encuentra una pareja con su hijo este debe ser operado en Europa y necesitan su dinero, por otro lado se encuentran los empleados y el gerente del banco (G. Corrado). Mientras en la puerta del banco un grupo de personas reclaman sus ahorros, estos golpean, gritan, acampan allí, surge la desesperación y la impotencia, todo esto se van mezclando con imágenes reales de la época. Muchos ciudadanos fueron víctimas de la corrupción y la violencia, del hambre, la desesperación, la impotencia, saliendo a las calles y luchas sus derechos, sin poder ver ninguna salida y ante la pérdida de todos sus bienes, optaron por el suicidio y también algunos de estos hechos se suponen que fueron subvencionados. La idea es buena, el tema daba para mucho mas aprovechando ese momento histórico, el problema es que está mal realizada, una lástima, falla en: su montaje, situaciones ridículas y absurdas, la fotografía, intenta apoyarse en flashbacks y en la música, seguramente está relacionada con personas que vivieron situaciones similares y la trama está asociada con la protesta del corralito y los cacerolazos, con un flojo guión y dirección, un film fallido.
Veamos: corralito, jubilado que va con granada al banco para hacerse con sus ahorros, un caso más o menos real, y el “qué mal que estábamos entonces”. No mucho más en una película que, para ser de suspenso, se pasa de didáctica y, para ser didáctica, se ve lastrada por la necesidad de ser un film de género. Más allá del correcto desempeño de los actores, una producción más televisiva que cinematográfica, que parece terminada de modo apresurado y desprolijo.
Fábula sobre la retención de ahorros Plantear hoy un cacerolazo en la vía pública puede tener mayor o menor éxito, dependiendo de varios factores, como el motivo del reclamo, el clima político, o el grado de compromiso de los ciudadanos. Hacer una película sobre un conflicto que marcó a fuego a los argentinos hace una década atrás, parece casi un acto de temeridad de parte de un director, que tal vez haya tenido razones muy personales para rodar este filme, y que debe conocer la resistencia que el espectador local siente por revivir el pasado traumático de este país en un cine, pero que aún así siguió adelante con este proyecto. Qué lástima que no haya conseguido algo más importante. Una buena película siempre mejora, enriquece o purifica nuestros conocimientos o percepciones sobre algunas cosas. Pero aquí lo que ocurre son varias cosas. Una de ellas es la poca consistencia del planteo dramático. El protagonista es un jubilado que, durante el corralito financiero de 2001, ingresa a un banco y toma a varios rehenes con una granada en la mano, demandando que le devuelvan su dinero. ¿Ante qué estamos? ¿Ante un thriller? ¿Ante un drama? ¿Ante una comedia absurda? Por cierto que la trama se pasea por todos esos géneros, y bien podría incluirlos a todos, pero queda muy lejos de una actitud que a veces es muy necesaria en estos casos: aferrarlos y jugar con sus reglas. Ejemplos hay de sobra en el relato. Pero uno llama especialmente la atención. El tratamiento que le dan al personaje del jubilado/Luppi. El sujeto es convertido en héroe por la película, cuando ha infringido él también las leyes que reclama que se cumplan. Como mensaje para una sociedad que pretende madurar cívicamente, no es de lo más recomendable. Otra de las más notorias es la falla en la dirección de actores. En el elenco hay figuras como Federico Luppi, Esther Goris, Gustavo Garzón o Gabriel Corrado, que gracias a su oficio tapan un poco los errores, pero que así como aciertan, fallan cuando los obligan a decir frases fuera de contexto, los dejan en el aire cuando deben redondear una situación, o los llevan a adoptar posiciones corporales poco naturales o incómodas. Falencias que se acumulan y le confieren a este filme, quizá, un interés sociológico más que artístico. Última recomendación: llevar tapones para los oídos.