En el nombre del padre (II) Si con M (2007) Prividera filmaba su investigación sobre la desaparición de su madre Marta Sierra durante la última dictadura militar y con Tierra de los padres (2011), a través de la lectura de textos políticos en el cementerio de la Recoleta, intentaba exponer los discursos constitutivos de La nación y su historia, con Adiós a la memoria reflexiona sobre la memoria y las utopías tomando como símbolo al propio padre, quien sufre un deterioro cognitivo que le impide recordar ciertos hechos y personas de su pasado. Prividera intenta reconstruir a ese padre por medios de videos que lo muestran en distintos momentos familiares y personales, donde la voz en off de Nicolás va marcando su distancia (usa la tercera persona) y el uso de esas cintas mudas para un videoanálisis que va de lo personal a lo social, de lo filosófico a lo histórico. El film (dejo esta denominación genérica porque sería todo un debate indicar si es o no un documental) está compuesto por siete capítulos y un epilogo, y cada parte termina con un objeto en un fondo blanco como si detrás de ese objeto estuviera la nada misma. También a través de objetos (cámara incluida), en su film El (im)posible olvido (2016) Andrés Habegger realizaba una reconstrucción de un padre militante desaparecido y de una infancia robada por una feroz dictadura; pero en Adiós a la memoria, esos objetos están en un fondo blanco, son la ausencia de significados, son impotencia y vacio. Esa cámara que filma es el arma de la memoria, las imágenes son el residuo de un pasado que el padre no puede recordar pero es también un destino, una posta ya que la misma es cedida al hijo como parte (consciente o inconsciente) de su entrega al olvido. La cámara de Prividera es más la autopsia de una revolución que no fue que el instrumento para la insurrección que pudiera ser. El film recuerda tres grandes reclusiones, una ficticia y dos reales. El primero es del conde de Montecristo, el recordado personaje de Dumas que le pide a Dios, en su encierro, que le conserve la memoria; el otro es Antonio Gramsci, quien mientras vive en la prisión fascista escribe sus mejores textos políticos pero también le escribe a su esposa y sus hijos; y el ultimo es Louis Auguste Blanqui, uno de los ideólogos de la comuna de Paris (1871) que vivió gran parte de su vida encarcelado en Toulon sin perder la esperanza de un cambio político y social indispensable. En adiós a la memoria el encierro no es solamente físico sino principalmente mental y simbólico. Hay algo de la pérdida de la memoria del padre de Prividera que habla de nuestra historia; un país que no termina de elaborar su pasado a través del juicio y castigo a los responsables del genocidio está condenado a repetir su peor pesadilla, no ya por golpes militares sino por una política económica que sigue favoreciendo la concentración de las riquezas en una minoría privilegiada.
En la primera década del 2000 comenzamos a presenciar un fenómeno que luego se tornó moneda corriente dentro del registro del formato documental. Se trataba de películas con un claro perfil subjetivo o personal. Algunos casos emblemáticos fueron Yo no sé qué me han hecho tus ojos (Sergio Wolf y Lorena Muñoz, 2003) o Por la vuelta (Cristian Pauls, 2002). Esta voz que se involucra en el proyecto de manera directa se complejizó cuando los casos tratados implicaban una experiencia en primera persona de directores que eran hijos de desaparecidos de la última dictadura militar. Tal fue el caso de Papá Iván (María Inés Roque, 2000) o Los rubios (Albertina Carri, 2003). Pero cuando creíamos que ya estábamos habituados al formato, Nicolás Prividera lanza en el 2007 su ópera prima M y, hay que decirlo, presenciarla se sintió bastante parecido a un cachetazo de esos que hacen sentir su huella en el tiempo. En su momento el proyecto pareció inmejorable, pero Adiós a la memoria (aquí la entrevista al director) desmiente esa apreciación. En M asistíamos a una reflexión en donde lo personal -vinculado en este caso a la desaparición de Marta Sierra, madre del director-, se articula con lo colectivo y social. M resulta un ensayo contundente sobre las relaciones que se tejen entre lo privado y lo público, entre la memoria individual y la colectiva. Si en esta película, el armado del rompecabezas, que permite la construcción de una memoria personal y colectiva, utiliza como disparador la figura ausente de la madre, Adiós a la memoria se lanza a una reflexión sobre el olvido –entendido como el reverso necesario de lo que se recuerda y no su opuesto-, utilizando en este caso la figura del padre. Y una vez más, las películas familiares de la familia Prividera son la materia prima fundamental para articular este mosaico en contrapunto con las palabras del director, reflexiones, citas de pensadores y escritores, fotos de sus borradores y los de su padre. Fragmentos del pasado y fragmentos del registro de la propia narración que se está gestando. Por otro lado, el énfasis en el proceso de construcción a través de unidades que se confrontan, se alejan, se desencuentran es también el modus operandi de su segundo largometraje, Tierra de los padres (2011). M es letra inicial de Marta, montonera, memoria. Se trata de aunar fragmentos que según la perspectiva van delineando o desdibujando estas figuras. Adiós a la memoria, sin embargo, opera sobre la figura presente del padre, atravesado por el olvido. Pero no hay que confundir las intenciones de la narración. Aquí no se trata de hacer un registro del deterioro cognitivo que apremia al padre debido a su edad y que lo lleva a no reconocer en una fotografía a Marta Sierra como su esposa. Aunque, claro, algo de este registro se hace necesario para imponer la idea de que su enfermedad emerge como una ironía del destino en tanto Héctor Prividera ha olvidado su olvido. Adiós a la memoria registra, a través de innumerables videos caseros familiares –desde la década del 60 a la del 80- la configuración de una persona que se fractura después de 1976, con la desaparición de Marta y se va replegando sobre sí en piloto automático. Una suerte de contracara de El conde de Montecristo, obstinado por el pasado y en donde, en sus años de encierro, le pide a Dios que le conserve su memoria para no enloquecer y llevar a cabo su venganza. Pero tal como señala la voz en off del director, presente durante toda la película, cuando Montecristo finalmente se dirige al reencuentro con su pasado, todo muere: las víctimas, su amor y finalmente su propio deseo de venganza. Algún que otro colega señaló, respecto de esta película, que Prividera decide hacer esta película al enterarse de que su padre tiene Alzheimer. Pero no, justamente el que padece esta enfermedad queda atrapado en el pasado, sin poder conectar con las últimas décadas de su vida, ni con el presente y el entorno cotidiano. Héctor Prividera, en cambio, solo padece deterioro cognitivo. Por ello, registra su entorno, reconoce algunos rostros familiares (como el de sus hijos) pero su pasado se ha evaporado y, con él, toda posibilidad de reconciliación. A medida que Prividera intenta narrar la transformación del padre, también al igual que en M, intenta construir la propia memoria a través de esas imágenes del pasado. Cuando uno no puede recordar, apela a una imagen, fija o móvil, y lo único que encuentra en ella es el vacío de nuestra propia memoria. Así, Adiós a la memoria traza un cruce entre la manera en que edifica y procesa su historia personal con la historia de la fotografía y el cine. Porque ver una imagen siempre es enfrentarse con el “eso ha sido” que señalaba Roland Barthes en La cámara lúcida y que siempre remite a la muerte; cada fotografía es un pequeño deceso. Pero Prividera enfatiza algo que se desdibuja un poco en las afirmaciones barthesianas y es que las imágenes contienen esa sombra pero que solo se devela con el tiempo. Efectivamente, si nos sacamos una fotografía y la observamos luego, no vemos ahí nuestra propia muerte y, sin embargo, es un cadáver de lo que yo hemos sido. Esta sombra se hace manifiesta con el devenir. El mismo sentido, aunque redoblado, tienen las grabaciones caseras de los 80 en la que, padre e hijo, juegan a filmar la muerte o su puesta en escena. El pequeño Nicolás se lanza a un auto en marcha y es atropellado. Entonces, decíamos, que se trata más de una película sobre el olvido como reverso del recuerdo, y sobre las maneras personales (la del padre en este caso), de obturar ese recuerdo. Frente a la represión de la dictadura, Héctor Prividera responde con la represión del recuerdo. Su hijo reflexiona y trata de entender si se trató de una imposibilidad de duelo o bien si ese duelo imposible deriva en una melancólica resistencia. De alguna manera, uno se pregunta, junto con el director si el colectivo argentino no se encuentra en la misma disyuntiva. ¿Está atrapada en un duelo imposible respecto de la dictadura militar? Todo duelo es posible mientras uno sepa que parte de lo que se recuerda se sostiene sobre un fragmento olvidado y que la memoria es una reescritura. Pero lo que no podemos permitir es que una parte de la población opere como sí la reescritura de la historia y la memoria pudiera funcionar como una página en blanco. Las imágenes finales de la marcha del #sisepuede están más cerca del deterioro cognitivo que del Alzheimer, el olvido total que cree que del otro lado solo hay gente atrapada en un tiempo caduco. Adiós a la memoria cierra un ciclo personal, de Prividera como realizador. Restará ver de qué manera nosotros somos capaces de hacer del olvido algo inolvidable. ADIÓS A LA MEMORIA Adiós a la memoria. Argentina, 2020. Guion, fotografía y dirección: Nicolás Prividera. Edición: Hernán Rosselli. Producción: Pablo Ratto (Trivial Media). Duración: 90 minutos.
En In Comparison (2009) Harun Farocki observa la sociedad desde sus cimientos en continuidades y rupturas a lo largo de distintos continentes. “Las casas de adobe de los pueblos de África son producto del trabajo colectivo de una comunidad”, afirma en su libro Desconfiar de las imágenes. En Adiós a la memoria Nicolás Prividera observa, con una lucidez similar, el camino opuesto. Si el ladrillo condensa la construcción social en Farocki, ahora la baldosa —partida— simboliza la destrucción, un claro mensaje de un partido político que en su idea de “cambio” propuso dar vuelta la página sin comprender, tal vez, que en esa invitación a una pérdida de la memoria, radica el deseo de perder parte de la consciencia colectiva y de la identidad nacional.
En el nombre del padre. Los une el espanto pero también el amor: Retiros (in)voluntarios, de Sandra Gugliotta, y Adiós a la memoria, de Nicolás Prividera (ambos parte de la programación del 35º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata), son dos documentales argentinos que bucean en algunas zonas incómodas de nuestra historia reciente desde las experiencias de los padres de sus realizadores. Gugliotta (realizadora de uno de los cortos que conformaron la primera y ya mítica edición de Historias breves, así como de algunos largometrajes de ficción) aborda en Retiros (in)voluntarios los dramas derivados de la perversa política empresarial de France Telecom y sus alcances en nuestro país. Se trata de un documental de tono periodístico, en torno a la cadena de suicidios y trágicos episodios provocados por los “retiros voluntarios” que sucedieron a la privatización de la empresa, con testimonios de ex trabajadores, familiares y personas afectadas o vinculadas al tema. La voz en off de Gugliotta –por momentos un poco cerrada– va guiando una suerte de investigación mientras se recorren sitios de Francia y Argentina (incluyendo Rosario) donde fueron quedando huellas de las inhumanas tácticas de la poderosa compañía. Se agradece que la directora no haya buscado recrear dramáticamente esas dolorosas historias ni subrayar detalles: le bastó con detener ocasionalmente la cámara ante los rostros pensativos y en silencio, sabiendo que sólo escuchar las terribles maneras con las que algunos trabajadores decidieron quitarse la vida, o las referencias a las crueles estrategias empresariales (el uso habitual de un “vocabulario de guerra”, por ejemplo, como advierte alguien), son suficientes para concientizar a los espectadores. Acercándose a su segunda mitad, Retiros (in) voluntarios crece en interés porque irrumpen la historia del padre de Gugliotta y los oscuros trazos de la Argentina menemista. En Adiós a la memoria, en tanto, el documentalista y ensayista Nicolás Prividera piensa en voz alta sobre el pasado y el presente de su padre y de la Argentina, valiéndose de filmaciones caseras, notas garabateadas en viejos cuadernos, diversos archivos audiovisuales (incluyendo fragmentos de películas como Casablanca), citas varias (desfilan Gramsci, Bacon, Benjamin, Ranciere y otros) y un torrente de reflexiones disparadas por su historia familiar (su madre fue secuestrada y desaparecida en 1976) y por la enfermedad actual de su progenitor, vinculada –angustiosa y precisamente– a la pérdida de la memoria. A diferencia del clima de apasionante pesquisa de M (2007) y de la calculada estructura de Tierra de los padres (2011), Adiós a la memoria (si bien plantea dudas y preguntas con recursos parecidos a los utilizados en su debut documental) se propone como un ensayo confesional nutrido de cavilaciones y material audiovisual variopinto, con más sinceridad que nostalgia, atravesado por ráfagas de enojo aunque también de afecto. “Siempre es otro el que nos mira desde el pasado” dice el realizador al examinar antiguas fotos y filmaciones, en las que se mezclan cariñosos juegos del pequeño Nicolás con su padre, e incluso una graciosa película de terror amateur, hasta imágenes imprecisas de ciudades conocidas o recorridas (Buenos Aires, Mar del Plata, París), como si Prividera encontrara en la belleza algo turbia de esas texturas inestables la mejor manera de expresar el torbellino de sus pensamientos. El conjunto aparece dividido en siete capítulos y un epílogo, la primera persona se alterna con la tercera y el desahogo combina lo íntimo con lo general, que se ligan muchas veces favorablemente (la anécdota de cuando el padre compró y luego rompió cierta revista, por ejemplo, o la fotografía escolar con el significativo dato del año en que fue tomada). En un momento, el realizador menciona salas de cine porteñas que ya no existen exponiendo lo que hay actualmente en esos sitios (idea similar a la de Wolf-Muñoz con los teatros y emisoras de radio de antaño en Yo no sé qué me han hecho tus ojos); en otro, acompaña un sensato señalamiento sobre el discurso neoliberal (“allí siempre desaparecen las luchas y lo colectivo”) mostrando gente durmiendo en las calles bajo la lluvia. Cuando dice que “casi no hay registros de la dictadura” parece olvidar algunos documentos valiosos rescatados en películas como Nietos (2004, Benjamín Ávila), y al comentar cómo surgió el concepto de “clase media” en la Italia de los años ’40, se pone fugazmente didáctico. Su trabajo gana cuando provoca con declaraciones polémicas (algo que, sin dudas, a Prividera le atrae), cuando pone sobre la mesa cuestiones incómodas (la militancia por la “anti política”, el rol de los medios), cuando nos hace pensar sobre la potencia de las imágenes para soslayar el olvido, o cuando su verborragia –franca, preocupada, nunca pedante– cede ante sensibles registros de su padre en la actualidad, sentado ante un piano o intentando recordar a quien tanto amó.
Tras M (2007) y Tierra de los padres (2011), Nicolás Prividera cierra la trilogía de ensayos documentales en los que repasa su historia familiar y la Historia del país con la memoria (y el olvido) como eje principal. Si M estaba centrado en el caso de su madre (Marta Sierra), desaparecida poco después del golpe militar de 1976, y Tierra de los padres se vinculaba con las víctimas de la violencia política, Adiós a la memoria tiene como “excusa” la figura del padre del cineasta. Si la decisión de concretar el film surgió cuando Prividera se enteró de que su papá sufría de Alzheimer, cualquiera podría conjeturar a pura lógica que se trata de un desgarrador retrato de la degradación propia de una dolencia que genera un progresivo deterioro cognitivo, pero -si bien hay momentos de indudable intensidad emotiva- el director amplía los alcances de su film-ensayo para reflexionar sobre la construcción (y destrucción) de la memoria no solo en una persona sino a nivel social en tiempos de tantos estímulos e información que generan el efecto de anestesiar antes que de motivar. Si el modelo de Tierra de los padres era John Gianvito, el de Adiós a la memoria es Chris Marker. La forma en que se mixturan materiales de los más diversos orígenes, formatos, texturas y estéticas con referencias políticas, cinéfilas, musicales y literarias hacen de este viaje intelectual y visceral un ejercicio exigente y una experiencia fascinante y emotiva a la vez. Antes de ir perdiendo la memoria (es muy duro verlo cuando ya no recuerda a quien fuera de su esposa o ya no sabe cómo cargar el rollo de su Bolex Paillard, aunque todavía parece poder tocar un viejo piano), Prividera padre (un médico psiquiatra hipocondríaco, que vivió recluido y “en piloto automático” después de 1976, según lo describe el realizador) filmó entre las décadas de 1960 y 1980 horas y horas de home movies. Prividera hijo -que no ha tenido una relación precisamente cercana con su progenitor y le guarda cierto resentimiento por haberlo abandonado en varias oportunidades- recupera ese material y establece un “diálogo” con sus propias imágenes y su narración en off que por momentos un poco solemne y pretenciosa. Adiós a la memoria es, por lo tanto, una reflexión sobre una relación padre-hijo que estuvo marcada por la distancia, el dolor y cierto rencor, pero es también un ensayo sobre las diferencias generacionales, sobre la forma de vincularse con la política (la militancia, la violencia) y con el pasado. Pero, en ese camino dominado por las diferencias, también encuentra numerosas e inevitables conexiones en las situaciones, ámbitos y detalles más inesperados (como tomar notas de manera compulsiva en cuadernos). Prividera -que habla de sí mismo y de su padre en tercera persona como para mantener cierta distancia que él cree indispensable- incluye múltiples referencias (desde Casablanca hasta El conde de Montecristo, pasando por canciones como Que Reste-t-il de nos Amours?, de Charles Trenet; o Porque hoy nací, de Manal) cita a numerosos intelectuales (Baruch Spinoza, Wilhelm Reich, Antonio Gramsci, Francis Bacon, Albert Camus) y reivindica la figura de Louis Auguste Blanqui y la fallida experiencia revolucionaria de la Comuna de París en un film que escapa de los lugares comunes de las home movies y de los documentales sobre enfermedades para convertirse en un desafiante, incómodo, potente y provocador trabajo de dimensiones y alcances insospechados. De lo íntimo a lo sociopolítico. Para sentir... y pensar.
Un documental personal de Nicolás Prividera Pareciera un oxímoron el título de la nueva producción del realizador y pensador del cine Nicolás Prividera, quien tras "M" (2007) y "Tierra de los padres" (2011) una vez más apela a la memoria, en este caso la suya y la de su padre, para configurar en "Adiós a la memoria" (2020) una épica sobre cómo los recuerdos determinan la historia, la propia, y también la de un país, que prefiere fundar, en el olvido, un nuevo relato cada día. Resignificando materiales grabados por su propio padre, quien un Alzheimer le arrebató en sus últimos años la posibilidad de seguir sabiendo quién era, qué había pasado con su esposa, con su familia, y quién es aquel hombre que frente a él, con una fisonomía casi exacta en similitud, le trae el pasado en palabras e imágenes, Prividera reflexiona, con valentía y con sapiencia, sobre como el olvido puede fundar, en algunos casos, los peores estadíos y procesos históricos nacionales y personales. La narración en off, contundente, pensada, milimétricamente estudiada, envuelve, y el sonido potencia el relato, sentido, a veces tautológico, sobre cómo la otredad, sean vínculos, familias, recuerdos, terminan significando y resignificando aquello que se cree válido desde la construcción misma de la memoria (otro relato). Sabiendo que es algo fugaz, y que a largo plazo puede construir ideas que nada tienen que ver con la verdad, lo más interesante de una propuesta como Adiós a la memoria, es su capacidad para trascender el hecho cinematográfico y convertirse en una verdadera experiencia para quien se para frente a ella, la espera, la acompaña y finalmente vuelve, transformado, a su cotidianeidad. “Siempre es el otro el que nos mira desde el pasado”, dice, y automáticamente el espectador imagina el lugar que ocupa en una larga cadena de significantes y posiciones que la propuesta consolida, en ese preciso momento, exigiendo una activa expectación y mirada ante las imágenes y reflexiones que se suceden, las que, como en un primer momento, pasan velozmente, son inasibles. Y en ese juego, que interpela y propone, la imagen capturada por una cámara, que, curiosamente maneja aquel que hoy no sabe cómo utilizarla, deviene el trazado de la película, superando lo particular para construir un relato sobre la memoria colectiva, la clase media, la dirigencia política, entre otros tópicos. La edición de Hernán Rosselli (Mauro), precisa, justa ante la multiplicidad de materiales, permeabiliza el retrato familiar, fotográfico o audiovisual, de una universalidad que a su vez dialoga con una idea central de la película que es que “la memoria no es un depósito, es un campo de batalla”. Así es como se atraviesa la película, por zonas minadas de sentido, por otras bombardeadas por recuerdos, por algunos refugios momentáneos (con unas imágenes de Buenos Aires de antaño únicas), pero siempre con la sensación de estar indefenso y a la intemperie, provocando, positivamente, una decantación que habilita la profusión de ideas y la multiplicación de sentidos. Y allí, precisamente, en donde la acumulación comienza a sentir en el relato, en donde cada esquiva mirada de los protagonistas al registro fotográfico resignifican la palabra, una de las capturas, en donde un infante Prividera dispara a la cámara, cuando ese golpe certero, revolucionario, aparece y termina por cristalizar la propuesta como una potente tesis sobre el pasado, la fundación del presente, y el paso de la memoria a otro estadío.
Este interesante experimento o ensayo cinematográfico representa la relación de un hijo con su padre a través de la película que arma este último, utilizando las películas caseras que filmaba su progenitor durante sus años de juventud. El padre ha perdido la memoria debido al Alzheimer y su hijo intenta reconstruir el recuerdo imposible de su madre desaparecida durante la ultima dictadura militar, al mismo tiempo en que busca de alguna forma acercarse a la figura paterna con la cual siempre tuvo diferencias. «Adiós a la Memoria» es un film inusual, atrapante debido a ese contraste entre la vida familiar y la historia de argentina a través de los años y en cómo una es condicionada por la otra. A su vez se plantea la idea del cine o la representación audiovisual como una herramienta para combatir el olvido, y se pone en el tapete como a veces las imágenes no representan fehacientemente el detrás de escena de una familia (ni mucho menos de un país cuando por ejemplo se llega a la conclusión de que no quedan imágenes representativas de la dictadura). El documental de 90 minutos de duración pasa por un montón de estadíos y planteos bastante atractivos como desafiantes para un espectador que sirven para poner en tela de juicio bastantes cuestiones. Por un lado, se establece esa sensación cíclica del padre registrando la vida de su hijo para que este último, más adelante, vuelva a reciclar esas imágenes para armar una película que dé cuenta de la conflictiva relación entre ellos. Asimismo, esto contrasta con una misma sensación de repetición o ciclo en el marco sociopolítico de la Argentina donde parece que se vuelven a cometer ciertos errores o desatinos. Todo esto llevado a través de la mirada de Prividera que de alguna forma investiga o intenta teorizar sobre la realidad del país y su vida personal. Es probable que el Alzheimer de su padre sea presentado como una excusa sobre la cual se erige el film, pero no se puede negar la inteligencia con la que es construida la película y la emoción con la que carga la misma. Quizás, algunos puedan no comulgar con ciertas opiniones políticas o con ciertas ideologías, pero el director se las ingenia para presentar un relato coherente, por momentos sensible y muy elocuente sobre uno de los grandes dilemas del documental en sí, lo que se cuenta y lo que se elige omitir, aquello que la cámara decide mostrar y lo que queda afuera haciendo que sea difícil ocultar la intención, el punto de vista y el comentario de sus artistas. «Adiós a la Memoria» es un relato que pone el foco sobre la frágil mente humana y cómo el cine y/o las imágenes sirven para prolongar el proceso de recordar. Todo eso mientras se pasa de lo particular o lo global. Un ensayo bastante elocuente.
Nicolas Prividera construye a partir de su historia personal y de filmaciones caseras que realizó su padre, una profunda y original reflexión sobre olvidos y recuerdos que no solo se ciñe a su destino y su pasado, sino que se extiende certero a las circunstancias históricas e ideologías liberales que pretenden vaciar de contenido al tiempo colectivo. A nuestra historia. Con su voz en off, con sus precisos y lúcidos razonamientos, sus citas poéticas, sus dolores personales y de nuestro tiempo pasado reciente, nos lleva por un camino de contenido filosófico sobre lo que elegimos recordar, y lo que aun inconscientemente dejamos atrás, en el territorio del olvido. Pero que pone acento en el compromiso o la falta de él, para dejar pasar luchas y reivindicaciones, que muchos se toman el atrevimiento de poner en duda. Esas filmaciones caseras que realizó su papá le permiten dialogar de alguna manera con su padre enfermo de Alzheimer, que ya no sabe como armar su cámara para volverá a empuñarla. En esos registros están los rostros familiares, su madre desaparecida, y el documento escrito en clave que iba a revelar mucho sobre lo que ocurrió, pero fue imposible descifrar. Todo un símbolo de lo imposible.
"Adiós a la memoria": elegir el olvido A partir de la enfermedad de su padre, el realizador de "Tierra de los padres" despliega una larga y arbórea reflexión sobre la memoria y su pérdida, a las que entre otras cosas inscribe como centrales a la historia y política argentinas. Tras el paréntesis representado por Tierra de los padres (2011), que se sumergía en la historia del país, Adiós a la memoria, el nuevo film de Nicolás Prividera, retoma, aunque más no sea como disparador, la interrogación sobre el pasado familiar iniciada en M (2009). Si en aquel caso el realizador funcionaba casi como detective privado, intentando develar la verdad sobre su madre desaparecida, ahora la figura que asoma es la del padre. Pero sólo asoma; no tiñe el relato entero, como en aquel caso. Como el propio realizador aclara desde el off, el reencuentro es casi de compromiso, en tanto el padre está enfermo y por algún motivo no se ven desde hace décadas. La enfermedad de la que padece Héctor Prividera no es Alzheimer pero se le parece. Se trata, stricto sensu, de deterioro cognitivo, lo cual genera una pérdida progresiva de la memoria. A partir de la enfermedad de su padre Prividera despliega una larga y arbórea reflexión sobre la memoria y su pérdida, a las que entre otras cosas inscribe como centrales a la historia y política argentinas. Pero también las vuelca en una caja de resonancias, en la que esos dos polos --la memoria y el olvido-- no cesan de entrechocarse al infinito. Allí donde M iba a la busca de una figura perdida pero omnipresente, Adiós a la memoria -premiada en la Competencia Oficial en la última edición del Festival de Mar del Plata y exhibida días atrás en el DocBuenosAires- se construye a la medida de la relación del realizador con su padre. La relación se quebró en la juventud, cuando ambos abandonaron la casa familiar y Prividera (el hijo) no volvió a ver a Prividera (el padre). ¿Qué es lo que le reprocha, lo que determinó el corte brutal, lo que hasta el día de hoy no perdona? El realizador dosifica la información de modo de generar cierto suspenso. A diferencia de M, donde el suspenso se desprendía casi naturalmente del carácter en cierta medida detectivesco de la investigación, aquí su incidencia narrativa es menor, en tanto el relato se expande. La figura del padre funciona como núcleo de un sistema de anillos concéntricos, como los que se forman cuando se arroja una piedra al agua. El padre es la piedra. Lo que importa, en tal caso, es que, según la voz del realizador en off, la enfermedad de Héctor preexistía: antes de perder la memoria había elegido olvidar. “¿Cómo se llama ésta?”, pregunta Héctor Prividera ante una foto en la que se halla acompañado de una mujer. “Marta Sierra… Marta Sierra…”, se esfuerza en recordar. “¿Era mi hermana?”. En términos de serie cinematográfica, la respuesta también preexiste: Marta Sierra es el origen de la investigación de M. Marta Sierra es la madre de Nicolás. “Tu esposa” es la única respuesta al padre que el hijo da en todo el film: su voluntad de silencio es (casi) absoluta. Que ese abismo sigue incólume lo señala el efecto de distanciamiento que el off construye desde un principio. Nicolás se nombra en tercera persona: “el hijo”. Héctor es obviamente “el padre”. “Construcción” es una palabra clave para describir la estructura y la forma de Adiós a la memoria. Hilado por la voz narradora que es la verdadera protagonista del film, el relato se expande por un sistema de asociaciones, ecos y simetrías. Una cita de Borges hace referencia a un hombre apresado en una ruina circular. De allí en más el aprisionamiento, el círculo y Borges incluso serán algunos de los leitmotifs que reaparecen una y otra vez, conectando al Conde de Montecristo con Antonio Gramsci y a los tiempos lineal y circular con el modo en que el relato de Adiós a la memoria avanza y se vuelve sobre sí mismo, para avanzar y volver otra vez. La red de referencias, citas y asociaciones que el relato teje es imprevisible, erudita y fatal. M era un documental en primera persona, Adiós a la memoria es un ensayo cinematográfico. Un film que piensa. M era rabiosa, Adiós a la memoria es, en términos personales, amarga. Políticamente parece responder, en cambio, a una cita de Walter Benjamin: melancólica de izquierda.
LOS RECOVECOS DE LA MEMORIA (Y LA DESMEMORIA) Existe algo así como las intervenciones de Nicolás Prividera. Es un género discursivo que incluye su participación en diversos sitios, sus opiniones y discusiones sobre cine argentino/política/representación y, por supuesto, sus películas. Es difícil discernir cada esfera en tanto y en cuanto forman parte de un pensamiento que avanza, interpela, propone y polemiza. Adiós a la memoria es una gran película que abarca varias aristas y completa una especie de trilogía ensayística con M (2007) y Tierra de los padres (2011), aunque cada una de ellas tiene su propia fuerza. La diferencia, tal vez, es que en esta oportunidad hay una suma de capas y se resuelve a través del excelente montaje algo muy difícil: un justo equilibrio entre las partes. El punto de partida es la memoria (“ese arte del olvido” decía el autor de un estudio sobre la autobiografía), planteada en dos escenarios principalmente. Por un lado, el olvido del padre, quien padece Alzheimer; por el otro, el olvido colectivo de un país que aún no resuelve su complicidad con la existencia de dictaduras y embates neoliberales feroces. A lo largo de la película, el vaivén entre lo privado y lo público es el resorte sobre el que se apoya una voz en off que aguijonea, pregunta y postula un diálogo con los espectadores. El fantasma de Gramsci (más insomne que nunca) atraviesa gran parte de los argumentos a los cuales se suman Benjamin, Deleuze, Freud, entre otros. Sin embargo, más allá del mosaico de citas que se pone en escena, también la cuestión afectiva es muy fuerte si se considera que es el hijo quien ahora filma al padre. No obstante, a diferencia de una cantidad considerable de relatos en primera persona que son recurrentes en el regodeo sentimental o repiten fórmulas de ciertos horizontes de referencias, Prividera opta por un acercamiento interrogativo hacia el cuerpo del padre y a su propia historia. Nada es conclusivo, todo se transforma, como la película misma que vemos, armada con diversos registros, archivos y texturas. Hay un uso de la pantalla para dar cuenta de los recuerdos velados, como si las imágenes pudieran llenar los vacíos de la memoria. Pero al mismo tiempo, son también esas imágenes observadas a la distancia un campo de exploración que no descansa, y un puente para que la experiencia individual conduzca también a un examen generacional. Esos conductos son uno de los puntos más estimulantes del documental, porque no se trata solo de indagar en el misterio de lo real sino en interrogar qué pasó con un país que eligió mirar a un costado mientras otros eran secuestrados y torturados. Y la interpelación también alcanza al llamado Nuevo Cine Argentino. Se escucha por allí “¿por qué no hay política en todas estas películas caseras?”, una pregunta cuyo alcance excede al contexto particular en que se formula y que podría extrapolarse a tantos films con los que el mismo Prividera ha discutido en su labor como crítico y polemista. Y si el lenguaje se torna un laberinto, la película también recorre varios pasadizos y estantes de libros, citas, referencias, buscando acaso un centro que no necesariamente aparece entre una cantidad de signos perdidos: el Conde de Montecristo, la biblioteca, los libros, las alucinantes anotaciones del padre en los cuadernos. En definitiva, la acumulación, pero también la vinculación con los actos en la vida. Uno de los aspectos más delicados y honestos es la manera en que el hijo intenta comprender el olvido del padre y sus reacciones ante la desaparición de su esposa. ¿Hizo lo que pudo, fue algo deliberado, fue miedo? ¿Es el Alzheimer la crónica de una muerte anunciada, el triunfo del olvido? A medida que transcurren las imágenes, la incertidumbre es lo que reina. Hay una honestidad brutal en este planteo que elige desplazar fuera campo las emociones personales y en ese momento clave en el que el padre, médico, hipocondríaco, ateo y existencialista, deteriorado por la enfermedad, no reconoce la foto de su mujer Marta. ¿Pero acaso ya no la había querido reconocer antes? Borges aparece citado por Prividera en dos ocasiones al menos. En una es “el viejo que le dio la mano a Videla”; en la otra, el autor de genialidades como El jardín de senderos que se bifurcan. La alusión, más allá de si uno está de acuerdo o no, no significa un gesto de clausura y es, en todo caso, una invitación más a pensar en los límites siempre difusos entre la vida y la obra de un intelectual, un debate cuyas resonancias en el presente no pasan inadvertidas. Es uno de los ejes candentes que se suma a las posiciones de cualunquismo, criticadas abiertamente por el sujeto de enunciación: “odio a los indiferentes” se escucha, la voz de Gramsci a través de la mediúmnica voz en off. La secuencia final, con el triunfo final de la derecha en el país, parece funcionar como consecuencia de un largo proceso de pocas victorias y muchas derrotas. El bacilo de Camus en La peste vivito y coleando. Memoria histórica. Memoria afectiva. Memoria fílmica. Memoria mnemónica. Todas confluyen en la idea de fragilidad, de la vulnerabilidad en las que el tiempo les provoca, a menos que existan quienes estén dispuestos a no olvidar. Adiós a la memoria es una película que nunca acaba de decir lo que está diciendo, una interpelación incesante, como las mismas intervenciones de Prividera.
Adiós a la memoria (Competencia Internacional). Otra de las buenas película que acaban de pasar por el Festival de Mar del Plata. De la mano del director, Nicolás Prividera, asistimos a un ensayo fílmico acerca de la memoria, el olvido y las implicancias de nuestro pasado. "Adiós a la memoria" viaja a través de recuerdos fílmicos del padre del director hacia un pasado complejo que debido a su deterioro cognitivo, el padre no puede explicar. A partir de esas películas familiares, interrumpidas por la dictadura militar del '76, Prividera va creando su propio camino, más político e interesado en la (des)memoria histórica del colectivo social. Dos mundos se conjugan en uno, se pierden e interrelacionan entre sí. A veces con más atino, otras con menos, pero nunca descuidando las implicancias de la memoria como lo que nos falta o nos acecha. Valiosa y recomendable reflexión intimista, apoyada por un sólido trabajo de guión.
El nuevo documental-ensayo del realizador de «Tierra de los padres» toma filmaciones caseras para cruzar su historia familiar –ligada, fundamentalmente, a su padre– con la de la Argentina del último medio siglo. Desde el jueves 4 en la Sala Lugones y desde el 11 en MALBA. Las historias familiares se componen de retazos y de imágenes capturadas en el tiempo. No hay periódicos que sigan las vidas de un padre, una madre, un hijo. No hay libros que cuenten sus historias ni canciones que recuerden sus gestas que, no por cotidianas, dejan de ser épicas. Los recuerdos familiares se deshacen y rehacen en leyendas apócrifas engordadas por el tiempo y la melancolía. Y por las fotos, que capturan momentos específicos que cobran una excesiva importancia con el paso de los años. Y más aún en los casos en los que el video ya es parte de la ecuación. Seguramente cualquier chico que creció en este siglo, o en algunos casos aún antes, hoy tiene su historia documentada hasta el hartazgo y quizás en sus casos estas referencias pierdan todo sentido. No para las personas, como Prividera, que crecieron en tiempos de Super 8 familiares y que vieron películas de su infancia o de la vida previa de sus padres como parte de algún ritual casero. En ADIOS A LA MEMORIA el director de M realiza dos operaciones complementarias. Por un lado, desde lo personal, intenta analizar más que rememorar la complicada historia de su familia a través de esos retazos de material fílmico, tratando de entender qué es lo que su padre decidió filmar y qué es lo que prefirió evitar. En paralelo, Prividera extrapola esas filmaciones a la situación social y política que las enmarcaron. Son películas de los años ’60 y la primera mitad de los ’70, en su mayoría, y tan solo una mínima cantidad posteriores. Su padre, un observador nato (y cinéfilo) tendía, además de los clásicos retratos familiares de fiestas, cumpleaños y otras reuniones de ese tipo, a retratar a personas de la calle, observar el mundo que lo rodeaba en su vida cotidiana. Pero raramente se dedicaba a meterse en los cambiantes y movilizadores eventos políticos que tenían lugar entonces. Y ese encierro no hizo más que crecer a partir de 1976, por motivos que ya descubrirán los que no conocen la historia de la familia del realizador (o no vieron M). También son dos los disparadores de las reflexiones que Prividera hace, mediante la voz en off, a partir del material filmado por su padre. Por el lado íntimo, el hombre ya mayor ha empezado a tener una enfermedad degenerativa que le ha hecho perder buena parte de sus recuerdos. Hay cosas que no olvidó (tocar el piano y hablar en italiano, entre otras cosas), pero muchas más centrales a su vida se les han borrado por completo. Casi no se recuerda a sí mismo ni a los suyos. En paralelo –el proyecto se inició y filmó unos años atrás– algunos sectores del gobierno del entonces presidente Mauricio Macri ponían en cuestionamiento ciertos hechos claves de la memoria histórica del país, empezando por los desaparecidos. En palabras de Prividera, además de las políticas neoliberales específicas de ese gobierno, lo que también resulta imperdonable es el intento de vaciar de la historia argentina sus luchas políticas más recientes. De cuestionarlas, primero, para después negarlas. ADIOS A LA MEMORIA es una mixtura de todo esto: un padre que olvida a su mujer desaparecida, una sociedad que niega a sus muertos, un mundo que parece correrse cada vez más a la satisfacción de lo instantáneo en desmedro de reconocer su lugar en un recorrido histórico marcado por conflictos sociales específicos. La analítica voz de Prividera –similar en su tono al de muchos de los textos que habitualmente escribe en distintos medios y foros de debate– tiene un objetivo claro: devolver la razón social de existencia de las imágenes insertándolas en el mundo que las genera y sacarlas del gusto burgués de reducirlas a «la experiencia personal». La memoria íntima y familiar es también la memoria del mundo en el que se han insertado esas vidas. Y, concluye Prividera, lo que ha venido haciendo el neoliberalismo es, por un lado, vaciarlas de sentido y, por otro, reconvertir esas imágenes en autorretratos o selfies, haciendo que la cámara le de la espalda al mundo y se regodee en el ego de quien graba. Son las imágenes del Yo en una trama histórica que parece cada vez más desprendida de la idea de comunidad. El de ADIOS A LA MEMORIA es un discurso (en el sentido más amplio de la palabra) que Prividera ha venido manteniendo con convicción a lo largo de ya unas décadas, acusando muchas veces a buena parte de los cineastas locales de ombliguismo, de mirar sus vidas privadas y muy raramente incorporar los conflictos del país a sus películas. Si bien esa es una discusión larga que excede los límites de esta crítica, intentaré pensar como esta película se inserta en esa discusión. En general coincido con la postura de Nicolás respecto al cine argentino de las últimas décadas aunque a veces la veo un tanto esquemática. De hecho, uno podría pensar que ADIOS A LA MEMORIA realiza una operación similar a la de muchas de esas películas que Prividera critica, ya que pone su mirada, fundamentalmente, en una experiencia familiar. Lo que el director y crítico sí hace es extrapolar esa historia contextualizándola, integrándola al mundo en el que transcurrió, algo que buena parte del cine argentino tiende a evitar. A veces por un desinterés ideológicamente motivado. Otras, por desconocimiento de las conexiones. Pero en otras por una decisión consciente de dejar que sea el propio espectador el que trace esos lazos que las propias películas disparan. Más allá de esa discusión, el documental de Prividera es un inteligente y complejo análisis del rol de las imágenes en las vidas privadas de las familias y en las sociedades en las que esas vidas se insertan. Esa memoria conservada en aparatos mecánicos, analógicos o digitales pueden, o no, resistir a los embates del tiempo, pero la memoria humana es más frágil, impredecible y elige lo que quiere recordar y lo que quiere olvidar. Cuando eso mismo le pasa a un país, como la Argentina, que hoy parece sofocado por un llamativo impulso a negar gran parte de la memoria histórica reciente, el asunto puede volverse mucho más peligroso.
El lenguaje desarticulado, el dispositivo documental imbricado. El pasado de un hombre que es el olvido de una nación. O viceversa. Quizás, el pasado entendido como una serie de momentos. Eslabones perfectos. El pasado no nos persigue, somos nosotros quienes perseguimos fantasmas que encontrar. Apenas una cuenta en el collar del tiempo. “Adiós a la Memoria” apuesta a un guión de orfebrería, un trabajo artístico que es también una hoja de ruta de vida. El tema de los recuerdos como fragmentos de un todo y sus múltiples capas de análisis representan el núcleo central del reciente estreno del cine nacional. Nicolás Prividera reconstruye una relación paterno filial hecha de imágenes y registros caseros. De aquellas películas familiares azarosamente realizadas. ¿Cómo imaginar, en aquel entonces, su destino, tiempo después? Allí están las huellas luminosas de un recuerdo menguante; también la presencia de un pasado que regresa. Vivo, cambiante, transformador. Material filmado a lo largo de veinte años otorga sentido a un producto fílmico poliédrico y retrospectivo, que también funciona como diario personal de corte ensayístico, donde el realizador concluye su propia trilogía personal. Cuadernos familiares y archivos de cine omnipresentes saldan cualquier tipo de deudas con aquella verdad difusa. Participante del último Festival de Cine Internacional de Mar del Plata, “Adiós a la Memoria” ejercita una mirada irónica sobre el destino, cuestionándose porqué un país apuesta a la amnesia, conformando también, una mirada sociopolítica. Allí está la propia identidad del director, reconstruyendo su propia esencia y tejiendo lazos indivisibles con anteriores abordajes documentales, como en “M”, donde siguiera el camino de su madre desaparecida. Emotiva, reflexiona acerca de la memoria selectiva sobre aquellos eventos que decidimos olvidar, acaso la memoria puede ser aquel animal salvaje imposible de domesticar.
Adiós a la memoria revela todavía algo más y lo expone sin explicitarlo: la memoria es una operación de montaje. Esto no significa que la reconstrucción de la memoria sea antojadiza o esté deslindada de la verdad. He aquí una de las razones por la cual el cineasta no habla en primera persona en el off y prefiere el empleo de la tercera persona; es un matiz gramatical que también modifica la gravitación de la enunciación en el film sin por eso desconocer la responsabilidad subjetiva del propio montaje frente a los hechos del mundo. Es el principio poético elegido por el cineasta, del que se predica una posición política. De ese modo los materiales filmados por Héctor, las películas caseras, las citas bibliográficas o cinematográficas u otros materiales de archivos son subsumidos en una reconstrucción por la cual la Historia argentina deviene el espejo deformante donde se refleja la historia de los Prividera.
«Cuando a mi padre le diagnosticaron una enfermedad degenerativa, esa burla del destino tuvo algo de «justicia poética». Porque mi padre había hecho todo lo posible por olvidar. Y ahora que todos los últimos recuerdos familiares se han perdido con él, busco en esas viejas películas caseras para tratar de entender cómo se heredan los recuerdos, como se construyen… “, señala Nicolás Prividera (M, Tierra de los padres), acerca de su tercera película, un lúcido y punzante documental que se llevó el Premio Astor a Mejor Guión y el Premio SEAE a Mejor Edición a en el Festival de Mar del Plata. Mientras en Argentina en los 70s se impone un régimen dictatorial, que hace del olvido un requisito insoslayable para (dis) continuar la Historia – negándola, borrándola, distorsionándola – el padre de Prividera comienza a perder la memoria, poco a poco. El hijo, entonces, revisa las películas caseras que ha visto tantas veces, pero quizás nunca como las vio ahora. Porque quiere encontrar las huellas de su propia memoria. En esa búsqueda, en ese vínculo entre padre e hijo, existe una ausencia que, de hecho, es una gran presencia: la de la madre y esposa desaparecida. Se hace difícil sacar conclusiones inteligentes sobre una película que es tan inteligente. Quizás el mejor camino sea el de señalar algunos de sus grandes logros, alabar su mirada inclaudicable y así después dar cuenta de los pensamientos y, sobre todo, de los sentimientos y emociones que experimenta el espectador. Porque, en definitiva, pareciera que a Prividera le interesa tanto narrar una (su) historia como sacudir a la audiencia y crear una conciencia nueva. Incluso revivir aquella que quedó cómodamente adormecida. Una de las características esenciales que separa a Adiós a la memoria de tantos otros proyectos similares es que no está concebida como un testimonio desde el yo del cineasta, en singular, sino en cambio a través de una tercera persona en la cual Prividera narra en off su historia y la de los otros. No se trata de narrar la anécdota. Eso solo le importaría al cineasta. No es el caso. No hay, entonces, ningún atisbo de un narcisismo inconsecuente. Inteligentísima decisión. Acá lo que sí importa es que en esta operación discursiva de lo particular a lo general, la traumática dimensión política y social de un país se convierte en objeto de estudio examinado, una y otra vez, desde una perspectiva muy aguda. Pensemos que aquí el discurso del autor, siempre en un tono contundente y de furia contenida, interpela al espectador sin darle oportunidad de esconderse. No deja indiferente a nadie. Ni a los negadores de siempre. Claro que la película es dolorosa y angustiante. ¿Cómo no podría serlo? Cómo olvidar, qué olvidar, cómo recordar y qué recordar son ejes que atraviesan toda la película. Del mismo modo, la madre desaparecida y el padre que es una sombra de lo que era siempre están. Y todo está planteado sin respuestas fáciles. Sin nada que nos tranquilice. Es que algunas de las respuestas ya las conocemos y la tristeza que las acompaña, también. Otras las buscará cada espectador, a su buen saber y entender. Claramente, Prividera propone una discusión y una postura crítica activa entre su película y su audiencia. Exactamente como lo hizo con M y Tierra de los padres. Se podría decir que es un tríptico que se completa y resignifica después de cada visionado. Un tríptico más que necesario. No debería sorprender que de acá a diez años Adiós a la memoria se haya convertido en una película de culto, de esas que no se olvidan nunca.