Ese momento tras un día al sol, en donde todo es posible, en verano, de vacaciones, es tomado por Charlotte Wells para narrar los días en una tierra extraña de un padre y su pequeña hija, que mientras intentan lidiar con sus propios dolores y miserias, deben acompañarse y pensar los mejores planes para cada jornada, aunque claro, los conflictos y reclamos no faltaran a las pocas horas de iniciado su viaje. Frankie Corio brilla en una película que recuerda a la filmografía de Sean Baker y su habilidad para contar historias de la periferia.
Ya en plena segunda mitad de Aftersun, Sophie (la debutante y encantadora Frankie Corio), una niña de 11 niños, sube a cantar Losing My Religion, el popular tema de R.E.M., en una sesión de karaoke. La chica entona realmente mal y pide de forma ostensible que su padre Calum (Paul Mescal) vaya en su ayuda. Pero el hombre no solo no la acompaña sino que una vez que termina ese suplicio le tira un par de indirectas bastante hirientes que la joven capta a la perfección y retruca con sagacidad. Es un momento determinante y desgarrador de la película, que Charlotte Wells construye y maneja con una naturalidad, sensibilidad, elegancia y maestría infrecuentes en una guionista y directora que debuta en el largometraje (en el tono general hay alguna conexión lejana con La ciénaga, de Lucrecia Martel). La historia de Aftersun -de obvios rasgos autobiográficos- está ambientada a fines de los años '90, pero -como veremos después- narrada (recordada) desde el hoy por una Sophie ya treintañera (Celia Rowlson-Hall). Es, por lo tanto, un film de profunda melancolía, que revisita un momento en apariencia feliz (las vacaciones con un padre), pero que ha dejado heridas, traumas, cuentas pendientes que con el paso del tiempo se pueden dimensionar, elaborar, procesar y de alguna manera curar y saldar. Algo parecido a una reconciliación tras las inevitables frustraciones de la vida (y las decepciones con los padres). Está claro que ese padre y esa hija se han visto poco y se conocen menos. Ella vive con su madre en Glasgow, mientras que él se ha radicado en Londres. Sin embargo, pese a la evidente distancia y cierta extrañeza, hay entre Calum y Sophie no solo cariño sino incluso cierta complicidad. Pese a incomodidades e incompatibilidades, ambos dan lo mejor para que la convivencia en un resort turco (mezcla de lujo y decadencia) en plena temporada estival resulte lo más llevadero posible. No habrá grandes reproches ni golpes bajos, pero con el correr de los días las diferencias se ahondarán con el adulto teniendo actitudes inmaduras y esa niña sobreadaptada haciendo su coming-of-age, su progresiva incursión en la adultez. A partir de situaciones aparentemente poco trascendentes como una partida de pool, una cena, un paseo en lancha para bucear o una charla que va de lo superficial a algo bastante más profundo (hay una en la que suena de fondo Tender, de Blur, que termina siendo conmovedora), Wells va moldeando, esculpiendo, macerando una historia sencilla, pero de insospechadas implicancias y alcances. Hemos visto decenas de películas sobre relaciones padre-hija, también otras decenas sobre vacaciones en esos “all inclusive” donde conviven el disfrute con cierto patetismo propio del turismo de masas. Y también hemos visto muchas en las que el uso del video casero filmado por los propios protagonistas (aquí muchas imágenes en mini-DV) se resignifican con el paso del tiempo. Sin embargo, a partir de esos materiales a esta altura bastante recurrentes, Wells elude el lugar común, la complaciencia y la demagogia para conseguir algo realmente particular, con un grado de intimidad, ternura y sutileza que convierten a su primer largometraje en una de las sorpresas y revelaciones del año.
La cámara retiene algunos momentos compartidos entre padre e hija durante aquellas vacaciones en un hotel de Turquía. Una cámara analógica y su imagen sucia, vibrante, verdadera. Sus destellos asoman en el pequeño televisor de tubo de la habitación y la silueta de Calum (excelente Paul Mescal) se fragmenta en su reflejo en el espejo, apenas visible en una esquina del encuadre. La memoria infantil de Sophie (Frankie Corio) se asemeja a esas postales aisladas, retenidas en una polaroid, tras el vidrio de un balcón en una tarde calurosa, en el granulado del video que guarda del pasado. Aftersun, la ópera prima de Charlotte Wells, asume la forma de esa ingente memoria, de una relación entre padre e hija que late viva en el recuerdo y llega hasta el presente adulto de su personaje para conservar perpetuo su amor y su misterio. “¿Qué imaginabas que ibas a estar haciendo ahora cuando tenías 11 años?”, le pregunta Sophie a su padre apenas llegan al modesto hotel en la playa. Sophie acaba de cumplir 11 años y esas vacaciones resultan el preámbulo del esperado regreso al colegio y la rutina, el último esplendor del verano, bailes, karaoke y buceo; pero también esos días compartidos con su padre a quien no ve tan a menudo. Las charlas en la pileta se alternan con la ceremonia del protector solar, los lejanos recuerdos de la infancia en Edimburgo con las preguntas obligadas sobre las tareas escolares, las enseñanzas algo inquietas sobre los peligros de la vida con los gestos de confianza y protección. Pero entre las risas y la complicidad, un esquiva distancia rodea a Calum, reposa en su mirada y sus silencios, flota en el ambiente como una verdad nunca puesta en palabras. ¿Qué origina su tristeza, su indefinido malestar? ¿La falta de dinero, el exceso de fracasos? Es esa atmósfera ambigua de disfrute y melancolía la que Wells captura en sus imágenes, certeras y dolorosas, seguras y esquivas. En el ánimo de Aftersun hay ecos evidentes del cine de Sofia Coppola, sobre todo de la extraña y melancólica Somewhere: un lugar en el corazón (2010) con una imagen paterna flotando entre lejanos recuerdos; también una insistente vocación documental que recuerda a la experiencia de El silencio es un cuerpo que cae (2017) de la argentina Agustina Comedi; pero sobre todo hay una dedicada exploración de ese vínculo que une a Sophie con la elusiva figura de su padre, el peso de su cuerpo herido, su sonrisa intermitente, esa adultez tan difícil de dilucidar cuando todavía somos niños. La magia de la película está en la sencillez de su apuesta, ese juego entre lo real y lo evocado, el tejido de esos recuerdos que nunca enmascaran la materia viva que les dio origen. Aftersun es una película tan íntima como universal, capaz de asumir la mirada infantil sin mistificarla, restituyendo su aguda consciencia, su firme percepción. Tanto en los momentos de soledad como en aquellos que comparte con su padre, Sophie observa y descubre, se interroga sin respuestas, abraza ese inmenso mundo que se ofrece a su alrededor. Wells inviste su puesta en escena de esa misma búsqueda, nunca agotada del todo, siempre ávida de ese encuentro posible, de esa memoria compartida.
Un relato en el que la melancolía aparece hasta natural, y no que embadurna la historia, Aftersun es una bellísima película sobre la relación entre un padre separado y su pequeña hija, en el que los diálogos, las situaciones y el clima que impera hacen salir a uno del cine con un sentimiento de regocijo.
"Aftersun": recuerdos en busca del tiempo perdido. El film de la realizadora escocesa es una inmersión sensorial en el mundo de una niña y, a través de sus ojos, de su padre. Lo primero que se ve en Aftersun, ópera prima sorprendentemente afirmada de la realizadora escocesa Charlotte Wells, es una grabación en video digital donde una pequeña filma a su padre. Son los fines de los 90, y el digital es todavía de baja calidad, por lo cual se ve borroso. La niña habla para la cámara y le pregunta al padre en qué pensaba él cuando tenía once años. El padre no contesta, reprimiendo según puede imaginarse algún recuerdo poco feliz. En esas primeras imágenes están encapsulados todos los sentidos de Aftersun, y en las que les siguen también: alguien rebobina la grabación y ésta se descompone en un montón de cuadraditos, que es lo que sucedía con aquellas primeras cámaras digitales. Esa primera secuencia establece el punto de vista desde el cual está narrada la película (el de la pequeña Sophie), el carácter borroso del recuerdo, la angustia que el padre, Calum, intenta ocultar, y alguien que rebobina. ¿Para recordar? Ganadora de un premio en Cannes y ocho más en los British Independent Awards, Aftersun es una busca del tiempo perdido en la que tal vez la crema para después del sol equivalga a la magdalena de Proust. Lo que recuerda la Sophie adulta (la adivinamos en una disco, bombardeada por las luces estroboscópicas) son las vacaciones que pasó junto a su padre en un resort de Turquía, que tal vez hayan sido los últimos días de felicidad de la infancia (en las escenas de la disco se la ve sumamente seria, quizás angustiada ella también). La relación con su padre (Paul Mescal, de la serie Normal People) es de compañeros. Se divierten juntos, bucean, se graban entre sí, toman sol, juegan pool, comparten pillerías infantiles. Es verdad que Calum a veces se niega a seguirla, como cuando ella se le anima al karaoke con una versión (desafinadísima) de “Losing My Religion”. Pero ¿quién dijo que la relación entre dos amigos tiene que ser perfecta, hasta en el último detalle? Sin embargo hay momentos en los que la alegría del padre se quiebra, como cuando no puede reprimir un llanto ahogado, o una noche en la que se dirige hacia el mar en medio de la oscuridad cerrada, tal vez un anticipo de lo que pueda suceder posteriormente (en la disco, la Sophie adulta fantasea a su padre tal como era entonces, quizá porque ésa fue la última vez que se vieron). Sophie (Francesca Corio) está en esa edad en que se es demasiado grande para algunas cosas (“esas son unas nenas”, dice de unas niñas que tal vez tengan apenas unos meses menos que ella, cuando Calum le sugiere “hacerse amiga”) y demasiado chica para otras. Volar en parapente, por ejemplo. La realizadora usa esas imágenes de los parapentes sobre el cielo del resort como impresiones sensoriales, y ese carácter contemplativo, en el que el tiempo parece entrar en suspenso, es común a muchas escenas de Aftersun. Incluso aquéllas que narran momentos aparentemente crasos, apartes silenciosos, como puede ser un viaje en ómnibus en el que Sophie se recuesta sobre el regazo de su padre. Ese tempo, teñido de melancolía, es probablemente el del recuerdo. Flota, como flotan padre e hija en la piscina del resort. Si no tuviera ese tratamiento, para el cual es crucial la música suavemente impregnada de Oliver Coates, la película escrita y dirigida por Charlotte Wells sería un simple relato de iniciación. En lugar de eso se trata de una inmersión sensorial (de nuevo la metáfora acuática) en el mundo de una niña y, a través de sus ojos, de su padre. Que en ciertas escenas Calum se entregue a su angustia, cuando Sophie no está presente, no representa una ruptura del punto de vista: nadie asegura que el padre que Sophie ve (el que reconstruye en la memoria) sea el padre “tal como es”, y no una creación subjetiva de Sophie (la Sophie niña o la Sophie adulta). Aftersun no produciría la impresión que produce de no ser por las notables actuaciones de Paul Mescal y, sobre todo, de Francesca Corio, uno de esos debuts luminosos, magnéticos, absolutamente plenos, que tienen lugar cada tanto.
Es la irresistible manera de materializar un recuerdo. Un viaje de vacaciones entre un joven padre de 31 años, con su hija de 11. Dos seres que fundamentalmente se desconocen, viven en distintas ciudades, se ven poco, no tienen la cotidianeidad que da el profundo conocimiento en un vínculo tan importante. Pero se quieren y en ese viaje están el uno para el otro. Ella toda curiosidad y descubrimiento, entre los gustos de una niña y los efectos deslumbrantes que otros adolescentes mayores le provocan. Él en un momento de autoconocimiento, musculoso y sensible, se obsesiona con el Tai chi y le confiesa a un desconocido un pensamiento en voz alta “nunca pensé que estaría vivo a los 30”. Esa convivencia es fundamental para lo que atisbamos en contadas secuencias: los recuerdos que atesora ya de adulta esa mujer que fue esa niña. Un momento decisivo en su vida. Para su opera prima la talentosa directora Charlotte Wells elige dejarnos con la curiosidad sobre el pasado y el futuro de esos seres. Se centra en los climas y en los momentos de cálida intimidad e inevitables alejamientos. Marcados por reflejos, mamparas, ventanas, las filmaciones que hace la hija y luego revisara en ese futuro esquivo que apenas vislumbramos. Paul Mescal, la estrella de “Normal People” vuelve a deslumbrar con actuación amasada en silencios, contensiones y torpezas, con un físico herido e imponente, con una emotividad a flor de piel. Y la pequeña Frankie Corio es una verdadera revelación en ese personaje a punto de desplegar su alas, tratando de descubrir, como el espectador, el misterio de ese hombre que es su padre.
LOS RECUERDOS, EL RECUERDO Imágenes borrosas que dispara una videocámara (digital) de los 90, “cuadraditos” y pixelados por doquier para ubicar la época, una niña filma a un señor, una pequeña hija a su padre, diálogos entrecortantes que validan aquella técnica de entonces. Una película sobe un padre y su hija, Calum y Frankie, acaso una historia más por un tema transitado o más que eso en el cine. Pero no: la opera prima de la cineasta escocesa Charlotte Wells es un aluvión de ideas originales, de bordear los lugares comunes y saltar con elegancia el clisé y el estereotipo y la confirmación harto suficiente de que el tratamiento que se le da a una historia interesa más que el argumento, que la mera ilustración de un guion a través de las imágenes. Ocurre que aquello que representa Aftersun puede describirse en no más de veinte, treinta palabras. No más que eso y más que transparentes para contar una relación particular, un estado de ánimo, una serie de encuentros, complicidad y camaradería entre una niña de 12 y su atribulado progenitor. El paisaje es burgués pero no incomoda, acá no se trata de exhibir otro ejemplo de vulgaridad y exotismo turístico con los personajes (con)viviendo en un resort turco. Interesan los cruces de miradas entre ambos, el lógico crecimiento de ella, los movimientos de él donde se combinan ternura y torpeza, o acaso una forma de detener el paso del tiempo. Se habla de la madre ausente, de la separación, pero solo lo necesario: la cámara de la directora disecciona con elegancia a un par de personajes viviendo una etapa de reconocimiento mutuo. Esa empatía y ese descubrimiento del otro se manifiesta a través de pequeños trazos, de supuestas escenas sin trascendencia pero en donde se infiere mucho más que aquello que se exhibe. Un escena de karakoe con la nena cantando (mal) “Losing My Religion” de R.E.M., o por ahí otra donde suena un tema de Blur, también una partida de pool, una travesía en micro, un llanto catártico del padre, un par de miradas de la niña que dicen bastante en relación a ese encuentro que acaso sea el primero, y al mismo tiempo, el último. Pero el sujeto narrador de Aftersun es la Sophie adulta aquella que registró las imágenes y que aparece de manera fragmentada pero necesaria en el relato. Es ella la que filmó a ese padre cuarentón, quien lo observó a través del lente, quien vivió su crecimiento en pocos días, acaso el tránsito de la niñez a la adolescencia o la instancia inicial en la que se rompe o empieza a romperse la relación con un progenitor. Pero aclaro: sin nada de psicología de café y de descubrimiento edípico ni de otras variables procedentes del diván. A puro sentimiento veraz entre una niña y un padre, interpretados por un dupla inolvidable (Frankie Corio, Paul Mescal), como ese pasillo final de aeropuerto bien blanco que las imágenes del presente ya no pueden contener a esas otras que registró la cámara digital de los años 90 con sus respectivos “cuadraditos”.
La película es nostálgica, en realidad es un recuerdo de Sophie (Frankie Corio), la joven que paso sus vacaciones en un resort turco con Callum (Paul Mescal) su padre, mas temprano que tarde se intercalan imágenes de un club nocturno, impregnadas de luces estroboscópicas, las cuales son perjudiciales para la visión, causan malestar, cansancio visual y dolores de cabeza, sin intención de hacer referencia alguna al filme específicamente. Una mujer adulta, parada mirando fijamente la escena, es Sophie (Celia Rowlson- Hall) de adulta, viendo a su padre, supuestamente, ya que tiene el mismo aspecto que tenía hace 20 años. Queda claro que es pura imaginación de Shopie. El recuerdo real se instala en la ultima década del siglo XX, establecida por
Son recuerdos, pero Aftersun no es un ejercicio nostálgico sobre el pasado, sino la búsqueda de alguna certeza en el presente. Charlotte Wells hace el debut cinematográfico del año con una obra engañosamente minimalista, en el que cada plano dice más de lo que muestra y cada escena captura el momento y el estado de ánimo de unas vacaciones lumpen en Turquía para hacer una reflexión sobre el tiempo a través del retrato de una relación padre-hija filtrada por el prisma de una memoria incompleta.
Esta ópera prima de Charlotte Wells es un recuerdo de unas pequeñas vacaciones y una pregunta del que hubiera sido. Aftersun muestra como la depresión es una carga pesada con la que algunos deben llevar todos los días sin poder hacer mucho. Ambientada en los 90s, Paul Mescal interpreta a un padre soltero que naturalmente quiere hacer lo mejor para su hija. Pero hay cosas que ni siquiera el amor más puro puede contener. Sophie, de grande, revive a través de una cinta de video unas vacaciones con su papá veinte años atrás. Conoció al padre, más no al hombre. Hoy, con suficiente edad y un hijo, pareciera intentar conseguir algunas respuestas. Establecido ese tiempo, pasamos a ser testigo por una hora y media de la pequeña Sophie (Frankie Corio) y las aventuras en un hotel de Turquía con su padre. Aftersun trata éxitosamente la paternidad, la infancia marcada y la depresión. Sophie, con una mentalidad más grande de lo que parece, es casi ya independiente. Su padre, agradable y divertido hace todo lo que esta en su alcanze para que ambos tengan unas buenas vacaciones. Y aunqué si lo logra, siempre esta presente la sensación de que es ella la que lo cuida y no al revés. A pesar de tratarse de unas vacaciones, el film de A24 es una home movie. Por momentos soleada y ligera, y por otros, pesada y oscura. En realidad, está todo bien, pero la sensación que corre en la sala de cine es que algo muy malo está cerca de pasar. Una carta de amor a aquellos que no conocimos del todo. Un film nostálgico y devastador. El montaje final trae una de las mejores escenas del año que te dejara temblando. También hay una escena en la playa de noche, en la que querrás levantarte del asiento y entrar a la pantalla. Aftersun es una de las sorpresas del año. Mescal hace un grandísimo trabajo y necesitamos para ya mismo algo nuevo de la pequeña Frankie Corio.
Cuántas veces hemos escuchado a nuestros padres decir: “Ya me vas a entender cuando te toque”. Algo de esta sensación esconde Aftersun, el primer largometraje de la escocesa Charlotte Wells, que se estrena el próximo 24 de noviembre en cines. La película ganadora del premio del jurado en la Semana Internacional de la Crítica del último Festival de Cine de Cannes muestra cómo Sophie (Frankie Corio) recuerda , a través de grabaciones caseras, unas vacaciones a Turquía con su padre (Paul Mescal) años atrás, mientras reflexiona sobre cómo era él, tanto como padre y también como persona. Lo primero a destacar es la química entre ambos protagonistas, ellos son el film y lo llevan adelante con una naturalidad impresionante. Paul Mescal -Normal People, La Hija Oscura- no es ajeno a este tipo de roles y hasta el momento, es un actor que no falla cada vez que la cámara lo enfoca y es increíble su expresividad en los momentos más silenciosos. En base, es el espejo de dos generaciones que tienen sus miedos y dudas al momento de ser padres, y la Sophie del presente se reconcilia con ese recuerdo a través de las grabaciones. Aunque quizás le falte ser un poquito más explícito para llegar a las conclusiones más profundas, no es complicado para el espectador lograr conectarse emocionalmente con los personajes. Un mimo al corazón.
Los sueños rotos de Charlotte Wells Las vacaciones de un padre treintañero y su hija de 11 años en un resort de Turquía es desde donde parte "Aftersun" (2022), ópera prima de la notable realizadora escocesa Charlotte Wells, que recibió el Premio del Jurado en la Semana de la Critica del Festival de Cannes. En la pequeña habitación de un modesto hotel de Turquía, una niña filma a su padre mientras le pregunta sobre sus sueños infantiles. Él le pide que detenga la grabación. La cámara se pausa con la cara negra de él inmóvil. Una grieta se abre en el lugar menos pensado. Sophie (Francesca Corio) y Callum (excelente actuación del ascendente Paul Mescal), ella 11 y él 31, comparten unos días de vacaciones en Turquía. Callum lleva varios años separado de la madre de Sophie, ya no vive junto a ella en Edimburgo, sino que se mudó a Londres, pero detrás de la imagen de padre atento y compinche, que se preocupa en demostrar, se esconde una profunda tristeza. Callum está perdido en los laberintos de la adultez, de una paternidad no planeada y en una existencia que tampoco lo era. Tristeza que ella descubrirá con el correr de los días, mientras se asoma a las primeras experiencias de la adolescencia. A través de actuaciones perfectas y una refinada puesta en escena con sentido del tempo, la iluminación y el entorno, la ópera prima de Wells, una home movie, se pregunta que hubiera sido, pero no es un ejercicio nostálgico sobre el pasado, sino la búsqueda de alguna certeza en el presente. Sophie, en la actualidad, con suficiente edad y un hijo, pareciera encontrar las respuestas a las preguntas que alguna vez se hizo 30 años atrás. Por momentos luminosa y sutil, por otros, densa y sombría. Nostálgica y devastadora. Aftersun, un viaje al final de la noche de los recuerdos, es una de las grandes sorpresas del año. Un notable estudio sobre los sueños rotos y los futuros cercenados. Una película que impresiona por su sensibilidad y madurez narrativa.
a guionista, productora y directora escocesa Charlotte Wells estrenó el pasado octubre en EE.UU por A24 su último largometraje, que tuvo su estreno en Argentina el 24 de noviembre. Protagonizada por Paul Mescal y Frankie Corio, la película retrata con sensibilidad y simpleza la relación entre un padre treintañero y su hija de once años. Ambientada en un complejo hotelero en Turquía, «Aftersun» recorre los días de vacaciones que Sophie pasa junto a su padre, con quien tiene una relación entrañable. Ambos encuentran en el otro un confidente, un gran compañero. El se separó de la madre de Sophie y no volvió a formalizar pareja, cuida con amor a su hija y le hace saber que va a estar ahí siempre, pase lo que pase. Sophie crece libre e independiente. Pasa el tiempo con chicos más grandes. Es segura y dice lo que siente sin preámbulos. Una pregunta permite reflexionar sobre este vínculo, ella le pregunta a su padre: «¿Qué pensaste que estarías haciendo ahora cuando tenías once años?» El la mira, hay un silencio y no se formula ninguna respuesta. En lo que no se dice «Aftersun» se vuelve aún más valiosa. Charlotte Wells recrea con humanidad y ternura un vínculo entre padre e hija que logra momentos preciosos en la gran pantalla, con la playa y el cielo azul de fondo. La utilización de cámaras aproxima más al espectador a esa relación. La fotografía y la música acompañan cada escena y complementan los climas que la película recrea sin pretensiones ni golpes bajos. La ganadora a mejor película en los British Independent Film Awards 2022 es una historia conmovedora cinematográficamente bella y sin fisuras.
Demonios internos grabados en cámara digital El televisor muestra la entrevista que la pequeña Sophie (Frankie Corio) le hace a su padre Calum (Paul Mescal) sobre sus deseos a los once años, edad de ese momento de la joven protagonista. Sin embargo, la grabación se corta y el reflejo de una adulta Soph (Celia Rowlson-Hall) nos demuestra que estamos ante los recuerdos –registrados digitalmente y esparcidos en la memoria de la protagonista- de un viaje vacacional que esconde más que eso. La ópera prima de Charlotte Wells, Aftersun (2022), fue una de las producciones más disruptivas y destacadas del 2022 con reconocimientos a la propia directora –también guionista- y al film en diversos festivales y premios. Hace menos de un año tuvimos otro estreno en la silla de dirección como fue La hija oscura (The Lost Daughter, 2021) donde Maggie Gyllenhaal retrataba, a través de pequeños gestos o flashbacks, el rol como madre de Leda (Olivia Colman). Para este caso tenemos una postura invertida, pero que se posiciona en el mismo terreno: las intrincadas relaciones entre padres/madres e hijos, el crecimiento y cambios de etapas en la vida, y la problematización respecto a figuras que inocentemente se las ve como heroicas o en un pedestal, pero que se terminan humanizando. En la producción de Adela Romanski, Amy Jackson, Barry Jenkins y Marca Ceryak –con la impronta de A24– la mirada está puesta desde la joven, que además de abordar la relación con el personaje de Mescal, también plantea una especie de age of coming de la propia protagonista –el ingreso a la preadolescencia no es ninguna casualidad y le da mayor riqueza a la trama- y la depresión representada en su padre, con un tratamiento muy cuidado y con altura. A través de cuentagotas –y de manera abstracta- sabemos el contexto en el que se mueven ambos personajes, ya que el foco está puesto principalmente en la interacción entre ambos durante dicho receso y desde allí se nos permite observar las inquietudes y sensaciones de los protagonistas, no recurriendo necesariamente a flashbacks y el encuadre solamente está puesto previo a la vuelta a las actividades. Solamente el reflejo en la etapa de adultez a través de la interpretación de Rowlson-Hall es otro escenario, aunque de modo simbólico y relacionado indirectamente. La directora escocesa también sabe crear climas que pueden disparar para diferentes espacios sin la necesidad de concretar, en el buen sentido. El drama nos crea situaciones de suspenso –a través de la musicalización de Oliver Coates– creado por la psiquis de sus propios personajes donde podemos intuir aspectos más turbulentos, pero que no se materializan necesariamente. Aftersun, una de las sorpresas del año ya está en cartelera –próximamente en Mubi– y es una interpelación concreta a la relación padre-hijo, los miedos y deseos frustrados. *Review de Ignacio Pedraza
Crítica publicada en Youtube.
Basada en la propia infancia y en los recuerdos de la directora, Charlotte Wells construye una ópera prima más que interesante, emotiva e inteligente sobre el vínculo entre un padre y una hija durante unas vacaciones en Turquía. Aftersun se centra en Sophie (Francesca Corio), quien reflexiona sobre la alegría y la melancolía de unas vacaciones que realizó con su padre (Paul Mescal) 20 años atrás. Los recuerdos reales e imaginarios van llenando los espacios entre las imágenes mientras intenta reconciliarse con ese padre que fue y trata de encontrar algún tipo de explicación con las partes que no conoció de él. A través de material filmado con una cámara e imágenes que no siempre siguen una línea cronológica (o al menos es lo que podemos percibir una vez avanzada la historia), la cinta se sostiene por la buena química que construyen Paul Mescal y Francesca Corio, que muestran a este padre e hija que tratan de sacar provecho del tiempo que tienen juntos, como también por los diálogos sinceros, maduros y entrañables que tienen entre sí. El personaje de Sophie tiene 11 años pero es de esos niños que parecen más grandes de lo que son y que tienen una relación bastante adulta con un padre que se muestra más fuerte de lo que es pero que poco a poco vamos a ir dándonos cuenta de sus falencias. Sin dudas «Aftersun» es una película llena de sutilezas, a primera vista es una historia linda sobre los vínculos pero a medida que va avanzando podemos ver algunos indicios de que en realidad la directora nos está contando algo más, dándole lugar al tratamiento de las enfermedades mentales, tal como la depresión o los deseos suicidas, algo que se nos brinda a cuentagotas pero que después podemos ver en el panorama general. Además, es de esos films que siguen dando vueltas en nuestra cabeza una vez finalizado, porque tiene muchas capas para analizar y repensar. Tal vez algo que entendimos de una manera cuando lo vimos, después nos damos cuenta de que en realidad tenía un motivo totalmente opuesto. En esos detalles es en donde se esconde la directora para contarnos su historia y no darnos todo servido, sino que espera que un espectador atento y activo pueda descubrirlo solo e, incluso, le dé su propio significado juntando todas las piezas del rompecabezas. Otro aspecto a destacar es la parte técnica, la fotografía, el uso de los colores para demostrar la contraposición entre la luminosidad y la oscuridad de ambos personajes, la belleza de los planos y el ingenio que utiliza la directora para mostrar a los protagonistas sin que necesariamente la cámara los tome (por ejemplo mediante reflejos en espejos o televisores). También la banda sonora acompaña muy bien a la trama y está perfectamente seleccionada para decir cosas que los personajes están sintiendo o transitando pero que no se expresan explícitamente. Acá nuevamente podemos resignificar estas canciones en pos de la historia. Y finalmente el montaje también le otorga un valor agregado al film que, como decíamos anteriormente, parece no estar narrado de forma cronológica, sino que va contando distintos fragmentos que aparecen en la mente de la protagonista y que con el correr del relato y a medida que vamos entendiendo más la historia va tomando un significado distinto. En síntesis, «Aftersun» es una película bella en su forma y en su contenido que puede generar una gran cantidad de sentimientos (ya sean agradables, tristes o emotivos) pero que sin duda va a movilizar al público. Uno de esos films que nos hace reflexionar sobre la vida, la familia y los vínculos a través de una historia llena de matices, buenas interpretaciones y una parte técnica muy trabajada donde nada está librado al azar. Esas tramas plagadas de sutilezas que calan en lo profundo del alma y la mente y se quedan con nosotros durante un tiempo.
La ópera prima de la directora escocesa Charlotte Wells ofrece un clima particular, con el cual se recrea un muy infantil y vacacional estado de semiabulia, alternado con momentos de grandes regocijos. Para un hijo de padres separados, la convivencia el día entero con su progenitor, al que no ve muy seguido, supone una circunstancia atípica que puede oscilar entre el descubrimiento, la diversión desatada y quizá, por momentos, hasta el hartazgo.
Paradojas de la gloria del cine, este film transporta una pena que desgarra el alma. Funde ficción y realidad a la hora de tramar un retrato familiar en donde convergen el amor, la nostalgia y la aflicción. Ópera prima de la escocesa Charlotte Welles, duele saber que hay tantas cosas no dichas que jamás diremos. Escudriñamos una imagen tratando de traer al presente un recuerdo, mientras la autora juega inteligentemente con los silencios. Lo que callamos es una metáfora acerca de la relación paternofilial en manos de una cineasta hacedora de planos en donde se palpa el sentimiento. Premiada a nivel internacional en numerosos festivales, explora temáticas que refieren a un recorrido por el dolor hecho carne, dando vida a una niña de once años y padres separados. Una cámara de video atrapa cada recuerdo, herramienta que proporciona un punto de visto directo de un personaje hacia otro; también un punto de anclaje entre el presente y el pasado. La memoria y la imaginación harán su parte restante para completar el recuerdo a veces borroso. La relación con nuestros progenitores es esencial mientras formamos nuestra identidad, es así como la presente obra explora recovecos, desde el lado más oscuro y su reverso más noble. Padres que nos llenan de la falta que tuvimos, parte de nuestro crecimiento es heredar mucho de lo que tenemos, más allá del apellido. Transición de la infancia a la vida adulta, el primer beso no se hace esperar en un verano que va a cambiarlo todo. Porque reír, amar, gozar y llorar forman parte del camino. Entre canciones de culto, atraviesa el tamiz de los instantes fragmentarios. Puntos difusos sobre lo que no es sencillo arrojar luz. Paul Mescal, nominado al Oscar, luce fantástico, mientras el sonido del silencio se convierte en un personaje más: el peso de la respiración, como elemento de conexión entre partes y entre escenas, nos habla a las claras de la lucidez de esta pieza.
Un retrato intimista que por momentos peca de volverse un poco pretencioso. El error hubiese sido recurrir al golpe bajo constante, pero en su cometido de condensar un drama melancólico entre padre e hija logra salir airoso.
El horizonte de expectativas que auguran estas primeras imágenes remite inmediatamente al boom contemporáneo de documentales autobiográficos donde archivos familiares se convierten en pistas que realizadores (devenidos en una suerte de detectives de la intimidad) indagan alrededor de intrigas del pasado –Esquirlas en Argentina o la irlandesa The Image You Missed son ejemplos resonantes–. Pero Charlotte Wells aprovecha la ley del arte que dicta que todo puede ser ficcionalizado y entrega una narración puramente ficcional donde incluye esos videos de aparente cariz documental como una de sus partes. La propia realizadora advierte en una carta dirigida a los espectadores: “Esta película es inequívocamente ficción, pero dentro de ella hay una verdad que es mía; un amor que es mio”. Una verdad y amor que tienen que ver, según también dice, con dos viejas fotos que fueron punto de partida para la película. En estas están ella y su padre, él con 30 y pico y ella con 11. Están juntos, es verano y son unas vacaciones en un resort de Turquía.
Reseña emitida al aire en la radio.
CÓMO CAPTURAR ÚLTIMOS MOMENTOS No sabemos bien si aquel verano que recuerda la Frankie adulta a través de viejas cintas de VHS fue el último instante que vivió con su padre, pero sí que fue uno muy particular en el que se quebraron varios momentos de esos que dan pasos a otros momentos, los de la pérdida de la inocencia y los de la llegada de la adultez. Calum y Frankie pasan unos días noventosos con canciones de R.E.M. y Blur, en uno de esos resorts algo grasosos donde un animador sube al escenario vestido con un saco con brillitos. Esos días de verano que comparten padre e hija y que son un aprendizaje en presente sobre aquello que los distancia y, en futuro, sobre aquello que en definitiva los unía. Tal vez Frankie evoque con dolor o con tristeza, pero la directora debutante Charlotte Wells evita en Aftersun hacer explícitos los sentimientos y nos invita a presenciar recortes, pedazos de un instante que se rompe ante nuestros ojos. Posiblemente hablar de pérdida de inocencia y llegada a la adultez nos ancle la historia en el relato adolescente, mientras que la película de Wells es un dispositivo bifronte que sostiene tanto el punto de vista del padre como de la hija, más allá de que sea la hija la que mira al padre constantemente a través de la cámara y través del VHS. Pero bien es cierto que en la mirada de Calum -padre joven al que se lo ve perdido en la cercanía de los treinta- hay algo de la inocencia de su hija que se le escurre entre los dedos. Mientras Frankie ve que la seguridad de su infancia se empieza a ir al demonio con las inseguridades de la adolescencia, para Calum el terror es descubrir que su hija comienza a transitar un camino que para él ha sido frustrante. Entre el deseo de ella por descubrir nuevos caminos y la pulsión conservadora de él por aprehender un tiempo y un espacio, la película elige un cruce entre ambas posibilidades a través de las grabaciones caseras que inconscientemente guardan la ilusión de congelar el tiempo para recuperarlo cuando se haya perdido. En definitiva el cine, la imagen grabada, como resguardo de la memoria. En cierta forma Aftersun es una película simple: un padre y una hija de vacaciones, mientras surgen reproches típicos de la relación. Pero el film de Wells se vuelve complejo a partir del uso de la imagen y del montaje, del registro de instancias puntuales en las que la mirada de la directora se corre del lugar común. Wells juega con la textura del digital al VHS, recurre a las canciones para definir los estados de ánimo de sus criaturas, apela a los silencios, extiende algunos planos hasta que el clima opresivo, aun en un paraje paradisíaco como ese, se vuelve palpable para el espectador. Aftersun es un juego de cajas chinas en las que en primera instancia tenemos a un padre observando a una hija, pero más adelante a una hija mirando a ese padre en retrospectiva y finalmente a un espectador que los observa a ambos. La mirada es clave en Aftersun porque Wells sabe entregarnos un relato que vale la pena mirar. Y finalmente es la película la que nos mira a nosotros para interpelarnos. Aftersun logra todo esto sin hacer explícito sus recursos, sin caer en diálogos grandilocuentes, ni en metáforas banales, pero con dos actuaciones consagratorias (Paul Mescal y la también debutante Frankie Corio) y en un compromiso por un tipo de relato donde lo que se imponen son las emociones sin trampas.