Merecidísima ganadora de la Sección Oficial Internacional. A menudo me ocurre de no coincidir con la decisión de los jurados o directamente desconozco que películas se están premiando, pero este no fue el caso. Alamar de Pedro González- Rubio es una historia que como muy bien explica el director, no necesita establecer que cosas son ficción y que otras documental; se trata de una película y ya, donde las franjas que demarcan los géneros se tornan algo insignificantes. Narrada desde la mirada de Natan, un niño que a sus cinco añitos emprende un viaje iniciático junto a su padre y su abuelo en Banco Chinchorro, un paradisíaco arrecife de coral en México. Entre la enseñanza de la pesca, el contacto con los animales, las clases de buceo y la complicidad de los mínimos sucesos cotidianos, se genera entre Natan y su padre Jorge, una comunión indestructible que imaginamos ya para siempre. Y eso nos emociona y nos reconforta, concientes como somos que la separación entre ambos es inminente (al menos geográficamente hablando). Además, la cámara de González- Rubio se empeña en cautivarnos con las escenas más bellas que podamos desear del océano y sus alrededores. Una película única y por momentos exquisitamente indescriptible.
Partiendo de una familia comprendida por una pareja conformado por una italiana y un mexicano, muy distintos en carácter, quehaceres, obligaciones y forma de vida, ella vive en la ciudad, moderna y él es muy bohemio, pasando gran parte de su tiempo en altamar, viviendo de la pesca. El fruto de su amor, es un niño, que hoy tiene cinco años, quien viaja para permanecer con su padre por el cabo de unas semanas. Las intancias que viven juntos, tres generaciones, abuelo-padre-hijo, son excepcionales, el género se entrecruza entre la ficción y el documental sin darnos cuenta, los paradisíacos lugares mostrados como así la falta de lujos, tener lo necesario y trabajar conjuntamente vinculandose, socializando y conociendose en un clan familiar abierto, invitan a repreguntarse la forma de vida individual del individuo. El mayor logro del film es la apuesta a la sensitividad, y la importante transmisión hereditaria, el cuidado de un hijo, cuyo viaje termina a medida que nos vamos acercando al final de ésta magnifica experiencia. Pedro Gonzalez-Rubio nos invitó a desconectarnos de las andanzas cotidianas de la ciudad, a observar que hay un tipo de vida mejor. Con valores, amor y responsabilidad, en una de las tantas variantes de conformación de una familia que puedan existir.
La naturaleza del amor La conocida teoría que sostiene que en los primeros minutos de una película deben quedar presentados los personajes principales y el conflicto se cumple rigurosamente en Alamar: una serie de fotografías y filmaciones caseras cuentan, rápidamente, la historia de amor entre un joven de origen maya y una muchacha italiana, el nacimiento de su hijo Natan y la posterior separación de la pareja. Pero estos hechos, que cualquier film se delectaría en desarrollar, aquí son sólo el prólogo. Lo importante será el tiempo compartido por Natan, a sus 5 años, con su padre y su abuelo, durante un viaje a tierra mexicana, sabiendo que finalmente residirá en el país de su mamá. El traslado al Banco Chinchorro (una maravillosa reserva de arrecifes de coral en la Península de Yucatán) conlleva otra aventura igualmente generosa en sensaciones, la de internarse en un espacio más íntimo que geográfico. De hecho, el buceo en el mar de Natan junto a su papá parece denotar el avance hacia el fondo de los afectos, la inmersión en otras profundidades. Nueva prueba de la manera con la que el cine contemporáneo disgrega barreras entre documental y ficción, Alamar (ganadora en la competencia internacional del BAFICI 2010 y premiada en los festivales de Rotterdam, Toulouse y San Sebastián) registra tanto el fascinante ámbito natural que exhibe esta reserva natural en el sudeste de México como los gestos y detalles que conforman la delicada pero fuerte comunión niño-padre, como si una clase de geografía o de biología se fusionara con los elementos arquetípicos de un pudoroso melodrama. Hay algo de libertario en la propuesta de Pedro González Rubio (1976, Bruselas, Bélgica): la calma con la que el padre cuida de su hijo, la relación de igual a igual con los animales (incluyendo a Blanquita, una garza blanca que Natán adopta fugazmente como una suerte de mascota), la manera de procurarse comida y sostén prescindiendo de las comodidades, la forma con la que la naturaleza –imponente pero nunca amenazante– se integra a la vida cotidiana, le imprimen a Alamar reminiscencias del hippismo y ecos ecologistas. Esto no significa que se trate de una celebración de la indolencia; por el contrario, los personajes trabajan permanentemente (pintan, serruchan, martillan, nadan, pescan), aprendiendo a subsistir afrontando los problemas de distinto tipo que se les presentan, desde perderle el miedo a un cocodrilo hasta resistir la emoción de una despedida. Si cierta atemporalidad y el protagonismo de Natan, con toda su inocencia y su alegría a cuestas, le dan a Alamar apariencia de cuento, al mismo tiempo sus piezas se despliegan con la soltura de una poesía. Con el acompañamiento de la bella música de Diego Benlliure, el film fluye liviano, luminoso y sin solemnidades, como lo manifiesta, incluso, su simpático final.
El pequeño Natan descubre con el espectador la magnificencia de cada porción de naturaleza, al tiempo que aprende a ser hijo un hombre. ¿Cuánto de ficción y cuanto de documental hay en esta película que parece la celebración de un ritual de trasmisión paterno-filial? Es difícil saberlo, lo cierto es que a propósito de una historia de amor, y separación, y de distancia geográfica tan grande como Italia – México, como el hogar burgués y la vida en el mar (en el más absoluto de los sentidos), el realizador construye una historia cálida, bella y sorprendentemente universal. Jorge y Roberta, se conocieron, se amaron y tuvieron un hijo muy especial, como todo hijo, Natan. Llegado el punto de no retorno en la pareja, el niño irá a vivir con su madre a Italia, pero previamente pasa unos días con su padre a una pequeña casa en medio del mar, donde él convive, a su vez, con su propio padre. Allí, con ambos, compartirá la casa, la pesca, el bote, el cuidado aprendizaje de los rituales que hacen hombre a los hombres en esa familia. Todo está allí. González-Rubio aprovecha a su favor una naturaleza no solo bella, sino también insondable, infinita, inabarcable. El pequeño Natan descubre con el espectador la magnificencia de cada pequeña porción de naturaleza, al tiempo que aprende a ser un hijo del hombre. Sutilmente, con la acción, con las manos y el cuerpo plenamente comprometido con la vida. Lo increíble es que Jorge y Roberta y Natan, hasta la propia Blanquita son reales y esto ejerce finalmente un efecto de relectura de la película, cuya trama se sostiene por la calidez y la cercanía de los personajes.
Si hay algo que se estuvo viendo en el BAFICI son lo cruces entre el género documental y la ficción. A veces son películas de ficción utilizando los elementos del documental (entrevistas, material de archivo, etc). Pero otras veces, como en Alamar, lo que sucede es que la presencia de la cámara se olvida por completo, no se usa la voz de un narrador y uno se sumerge en una historia que nos cuentan y que, sin embargo, es un documento. Jorge Machado y Roberta Palombini se aman durante tres años y de ese amor nace Natan. Frente a la imposibilidad de mantener la cercanía (Jorge vive en el arrecife de coral de Banco Chinchorro y Roberta en Roma), padre e hijo emprenden unas vacaciones donde se estrecharán los vínculos que, quizás, duren toda la vida, aunque el contacto directo no sea posible. El abuelo "Matraca" también comparte este viaje de aprendizaje generacional, mientras le enseñan al pequeño a bucear, a pescar, a domesticar a un pájaro magnífico al que apodan "Blanquita". Alamar, es un festín para la vista, es sumergirse en un mundo desconocido y mágico, es volver a comprender que el cine crea y recrea la vida.
Apuntes para una despedida íntima Pedro González-Rubio, codirector del interesante documental Toro Negro (BAFICI 2005), debuta en la realización en solitario (y se ocupa de casi todos los otros rubros) con este relato minimalista, bello y encantador sobre la relación entre un joven padre mexicano y su hijo de cinco años durante un viaje a una isla paradisíaca en la que pararán en una cabaña rústica con hamacas y estarán en contacto directa con la naturaleza, pescando en barco, cazando langostas y buceando en unos hermosos arrecifes de coral. Ese encuentro padre-hijo tiene una fuerte carga emocional, ya que se trata de una suerte de despedida: el niño partirá luego a instalarse de manera definitiva en Roma con su madre italiana, que acaba de divorciarse del padre. Merecida ganadora de la Competencia Internacional del BAFICI 2010 y del Tiger Award de Rotterdam 2010, entre muchos otros galardones.
Un film mínimo, que se agranda en su modestia, y que explora tanto el mundo geográfico como la emocionalidad de los personajes: un chico pasa unos días en el Caribe con su padre mexicano, quien acaba de separarse de su mujer italiana. La madre es urbana, y de Roma, el padre es un pescador que vive en una cabaña sobre el mar, donde va el muchachito antes de instalarse en Italia. El hijo de pocos años vive una estadía que lo inicia en los secretos de la pesca en lancha, de la caza submarina, del buceo con snorkel, pasando del miedo inicial a la confianza que le dan un padre cálido y protector y un abuelo sabio. Los tres hombres comparten la cotidianeidad de la vida en el mar sin presencias femeninas, excepto la de Blanquita, una garza bellísima casi domesticada. La película no se ata demasiado a ninguna de las categorías tradicionales -documental, ficción, película familiar- y respira libertad, espontaneidad, amor y belleza.
Compleja sencillez En el 2010 Alamar (2009) se adjudicaba la distinción a mejor película del certamen BAFICI, que premia a las mejores producciones independientes. Primer largometraje del director belga Pedro González-Rubio , luego del documental Toro negro (2005), Alamar relata la historia de una pareja separada y de un nexo, hijo en común, que transita ambas realidades con un elevado porcentaje de entusiasmo e ingenuidad. Dos personas completamente diferentes coinciden emocionalmente durante un verano en México. Jorge (Jorge Machado ) es un pescador humilde de origen maya. Roberta (Roberta Palombini ) es una italiana que padece cada segundo lejos de las grandes metrópolis. Fruto de ese afecto vacacional nace Natan (Natan Machado Palombini ) e inmediatamente se asenta con su madre en el continente Europeo. Los años pasan y Natan viaja a México para pasar un tiempo junto a su padre que, luego de avistar el fin de su visita, decide llevarlo a recorrer el arrecife de coral de Banco Chinchorro. Para su primer largometraje, Pedro González-Rubio no termina por desenraizar de su núcleo narrativo algunos rastros de la estructura de documental. No porque sea incapaz de hacerlo, sino porque no lo necesita. En Alamar esos vestigios acompañan a un argumento esencialmente ficcional, complementan por su aspereza inherente a la línea coloquial del relato y terminan ensamblando, junto a algunos planos estáticos que sobresalen por mantenerse sobre una estricta línea de sublimidad contemplativa sin trastabillar hacia lo profuso, un producto riguroso, donde hasta sus brusquedades parecen estipuladas. Si debe definirse un elemento predominante a lo largo de la cinta es la austeridad en todos sus aspectos y variantes aplicables. Ya sea por sus diálogos acotados o la modestia en el vestuario, la película se ve exenta de ampulosidades y de interacciones innecesarias. El trayecto narrativo que desemboca en las situaciones dramáticas está tan bien acompañado por los dictámenes ambientales que el director logra guarecer su obra alrededor de una coraza de verosimilitud pocas veces vista. Incluso si hubiese forjado a sus personajes y al mundo en el cual habitan acudiendo a los recodos más fantasiosos de su imaginación, todos resultaría factible y hasta familiar. Además de su particular sensibilidad a la hora de afrontar la nostalgia que deviene del desarraigo afectivo, el director encuentra una cara atractiva a la monotonía religiosa y logra conmover sin fatalidades ni golpes bajos.
Una notable experiencia de vida La película de González-Rubio hereda lo mejor del cine documental y antropológico y lo hace con recursos cinematográficos muy austeros y muy precisos. La "opera prima" del cineasta belga Pedro González-Rubio habla de una experiencia intransferible, la de un padre y un hijo. El hombre le enseña al niño algunos de los secretos de la vida a través de la convivencia diaria con la naturaleza. Se dice que en los primeros años de vida han cosas que dejan marcas para siempre y esta historia desde ese punto de vista es una apuesta inigualable al amor y a la vida humana. En "Alamar" todo parece coincidir para que el espectador pueda creerse partícipe de una sensación única: que es posible sentirse uno más dentro de la inmensidad del universo. Como cuando se observa a los protagonistas viviendo en un lugar tan paradisíaco y agreste, como el Banco Chinchorro, en México, una zona en la que los corales, en el fondo del mar, resultan un espectáculo de belleza conmovedora. TRES GENERACIONES Hasta ese lugar, para visitar al abuelo, van Natan de cinco años y su padre, un descendiente de mayas, que se enamoró de una italiana y juntos tuvieron ese pequeño. Este vivirá el tiempo que muestra el filme, con su padre y ya sobre el final, aparece en Italia con su madre. ¿Por qué se separaron estos padres? Porque el amor parece resultar muy efímero, cuanto se da entre culturas tan distintas y una vez pasado el rato de novedad, de descubrimiento del uno hacia el otro, eso que parecía para toda la vida, llega rápidamente a su fin. Pero lo que intenta reflejar González-Rubio es una herencia de vida, la de un abuelo a su hijo y la de éste a su retoño. Tres generaciones de hombres que viven en una casucha de madera en mar abierto y casi desnudos salen todos los días a pescar para vivir. Cuando llueve es simple: el abuelo lee viejos libros y el padre y su hijo juegan. TESORO UNICO El pequeño Natan en esos primeros años de su vida junto a su padre, adquirirá un tesoro único, que nadie le podrá arrebatar. El hombre le enseña al pequeño a comunicarse con los animales (la escena de la pequeña garza blanca es un hallazgo cinematográfico, por su simpleza y su significado), a amar a la naturaleza y a no temerle a un mar, que es para disfrutar y convivir con él, como si fuera un miembro más de la familia. "Alamar" parece un documental de National Geographic, tiene una fotografía del mismo director que resulta avasallante y exquisita por los escenarios elegidos y a la vez sus protagonistas actúan con tal naturalidad, que la cámara parece ausente en el rodaje. La película de González-Rubio hereda lo mejor del cine documental y antropológico y lo hace con recursos cinematográficos muy austeros y muy precisos.
La exquisita película del mexicano Pedro González-Rubio va más allá del documental sin traicionarlo: relato cercano, dramatizado, basado en hechos y situaciones reales Alamar es una película azul, con muchos tonos de ese color. El mar, desde arriba y desde abajo, el agua y sus colores a diferentes profundidades, y con el sol desde diferentes ángulos. Y el cielo. Alamar es una película sobre un padre (Jorge) y un hijo (Natan) que tienen esa relación en la realidad. Natan es hijo de Jorge, mexicano, y Roberta, italiana. Jorge y Roberta se conocieron en México, se enamoraron, tuvieron a Natan y luego el amor se terminó. Natan vive ahora con Roberta en Italia. Alamar narra algunos días que Natan pasa con su padre en México, sus días juntos en un palafito (casa en el agua, sobre pilares): el hogar de Jorge en Banco Chinchorro, caribe mexicano, Quintana Roo, zona maya, cerca de Belice. La belleza del lugar es esplendorosa, así, literalmente: esplendor de la naturaleza, del agua cristalina, de su color, del sol, de la barrera de coral, de los animales; esplendor de las imágenes, generadas con cámara de alta definición digital, lo que motivó mayores contrastes lumínicos y, seguramente, una intensificación de los azules, que permanecen en la memoria. El director Pedro González-Rubio construye -como en la también recomendable Toro negro , 2005, codirigida con Carlos Armella- una notable cercanía con sus retratados, y así Alamar va más allá del documental sin traicionarlo: relato cercano, dramatizado, basado en hechos y situaciones reales; vidas vividas y filmadas. El relato de la relación entre un padre y un hijo se impone con emoción, grandeza y apertura hacia el mundo, en la tradición de El hombre de Arán, de Robert Flaherty (1934): la pesca como actividad principal, con la amable diferencia de que el clima en Banco Chinchorro es benévolo. La ternura presente en la relación de Natan, de cinco años, con su padre -de extraordinario, fluido contacto con la naturaleza- jamás se enfatiza sino que se deriva de lo que muestra y narra esta película, que no necesita definirse ni como ficción ni como documental. Alamar es el producto de una combinatoria singular, difícil de repetir por más que se intente perseguir con una fórmula. ¿Cómo repetir que el cocodrilo coma con tanto sentido del ritmo esas cabezas de pescado que le tiran como si fuera el perro de la casa? ¿Cómo conseguir otra garza como Blanquita, pura gracia emplumada? ¿Cómo filmar otra vez la inocencia y el asombro en los ojos de Natan? Si ven Alamar , no se preocupen por entender todas las palabras que dicen los personajes (la dicción del viejo Matraca es particularmente difícil). No son las palabras las que guían la lógica emocional de esta película pequeña y distinta sino la comunicación de los sentimientos más profundos, que se dejan observar -bajo la extática magnificencia del mar y del cielo- en el hogar paterno, allí donde hay refugio, cuidado, lazos: un espacio que añorar.
Relaciones y transparencia La historia de un chico que se interna mar adentro con su padre y su abuelo pocos días antes de irse a vivir a Roma con su madre es como un islote ficcional dentro del océano documental sobre una zona de la Península de Yucatán. Transparencia. Si alguna impresión produce Alamar –ganadora del Premio a la Mejor Película en el Bafici 2010– es ésa. No sólo por las aguas color turquesa del Caribe mexicano, donde la primera película dirigida en solitario por el mexicano Pedro González-Rubio transcurre casi enteramente. En Alamar la transparencia es producto de la relación que la cámara establece con aquello que filma: lugares, personajes, relaciones entre ellos. No sólo entre los personajes sino, casi más, de éstos con los lugares que habitan. En verdad, si hay un verdadero protagonista en Alamar es esa zona de la Península de Yucatán que parecería puro mar. Mar adentro se internan un hombre de mediana edad, su hijo y el abuelo, para no hacer nada distinto de lo que el primero y el último de ellos hacen cotidianamente. Pescar, bucear, arponear langostas a mano, comer lo que pescan. El chico está por poco tiempo: son los últimos días con el padre antes de irse a vivir bien lejos con la mamá. El, la historia que gira alrededor de él, es como un pequeño islote ficcional en medio del inmenso mar documental que es Alamar. “Bañate si querés en la orilla, pero tené cuidado con el cocodrilo”, le aconseja el papá a Natan (libremente traducido al argentino en este texto) cuando el chico le pide permiso. Y hay un cocodrilo nomás asomando las mandíbulas, a metros de la orilla. Nadie se asusta, ni corre, ni se escapa. ¿Emblema de la comunión entre hombre y naturaleza que Alamar aspira a celebrar? No es el único caso. Otro notorio es el de Blanquita, la garza que aparece un día en el bote de Jorge y del abuelo (así sucedió en el rodaje; ver entrevista), picotea con toda confianza las cucarachas y otros insectos que padre e hijo le alcanzan y vuelve al día siguiente. Hasta que no vuelve. Tal vez sobrevalorando las potencialidades alegóricas de la situación, González-Rubio se muestra convencido, en alguna entrevista (no en la de aquí al lado), de que la desaparición de Blanquita anticipa la de Natan, teniendo en cuenta que el espectador no ignora que el chico está en Banco Chinchorro por un plazo breve. No parece que sea para tanto. Si lo fuera, lo interesante no sería esa pretendida simbología, sino antes bien la presencia real de la garza y su relación real con Jorge y su hijo, que la cámara capta en toda su espontaneidad. De lo otro que González-Rubio habla en alguna entrevista es de Dios. De la presencia de Dios que la naturaleza en plena potencia permitiría sentir. O intuir. O imaginar. No parece necesario creer en Dios, sin embargo, para percibir el modo en que Jorge, su padre y –producto de la transmisión de conocimientos padre-hijo– Natan interactúan con el ecosistema que los incluye. Ecosistema que, por muy virgen e intocado que luzca aquí, se halla en peligro, tal como un cartel final advierte. Con similar fluidez interactúan, al interior de la película, la línea de ficción que representa esa relación casi mítica, ancestral, entre padre e hijo (ver al respecto el juego de lucha libre al que ambos se entregan en un momento), y lo real que la cámara capta dentro de los límites del encuadre. Y fuera de él, ciertamente: si algo llama al fuera de campo en el cine es el mar. Esa interacción arranca a Alamar de un posible destino de National Geographic, del que la semilla de mito que González-Rubio planta la aleja. ¿Es Alamar una película machista y/o misógina, en tanto el padre representa la aventura y la madre, la falta de ella? Podría pensarse, más simplemente, que la naturaleza dividida de Natan, entre la ciudad y el atolón, entre lo civilizado y lo salvaje, entre el padre y la madre, representa la de todo ser humano. Es en tal caso en términos de representación cinematográfica donde más se siente la diferencia de trato: mientras que todas las escenas junto al padre, en Yucatán, transmiten una fuerte sensación de verdad, las del comienzo y el final, en las que se ve a Natan en Roma con su mamá, no dejan la misma impresión. Y ya que se habla de impresión, la del espectador local frente a la película se verá necesariamente disminuida. Difícil percibir la sensación de transparencia que se menciona al comienzo de esta nota frente a una proyección en DVD ampliado, como la de dos de las salas en las que Alamar se estrena, o, en el mejor de los casos, en blu-ray ampliado, como sucederá en una tercera sala.
Y el mar los unirá Finalmente llega a las salas porteñas el estreno de este multipremiado film del realizador Mexicano Pedro Gonzalez Rubio que establece un contacto con la naturaleza y su aspecto salvaje con tanta naturalidad como aquella que logra establecer con sus personajes para quienes la cámara prácticamente no existe. Alamar apela a generar conciencia y empatía con la vida y la naturaleza bajo el pretexto del reencuentro de un padre con su hijo en unas vacaciones donde el muchacho de ciudad descubrirá un mundo completamente diferente. El protagonista de este extraño documental -¿o ficción?- es Natan, un niño de apenas cinco años, nacido en Italia, quien tras la separación de sus progenitores viajará con su padre Jorge al arrecife de coral de Banco Chinchorro en México, donde además compartirá junto a su abuelo una estadía en la que tomará contacto con la naturaleza y con el oficio de la pesca. Ese contraste entre dos realidades, la citadina donde el confort anula todo tipo de aventura y la de la hostilidad de la naturaleza donde la carencia de confort es manifiesta pero la riqueza del aprendizaje de cosas diferentes la suplanta; entre dos modos de vida que se encuentran en las antípodas de lo cultural, forma parte de la riqueza de la película de González Rubio, que se contagia del viaje y avanza con el ritmo lento que la naturaleza propone. Un cúmulo de bellas imágenes en las profundidades del océano cuando Jorge se zambulle en busca de crustáceos con su arpón, sumado a aquellas escenas en que enseña a su hijo el respeto por las aves son, sin duda, grandes momentos de un film que si bien se agota en sí mismo por su temática, no deja de sorprender por sus descubrimientos de espacios completamente escondidos; por generar una ternura entre los personajes a fuerza de naturalismo y despojo de artificio que coquetea en forma permanente con las fronteras del documental de observación y la ficción minimalista, sin tomar partido por ninguna.
El sol, el agua, el cielo y la Tierra Bello relato sobre padre e hijo conviviendo con la naturaleza. Un filme que mezcla ficción con documental, Alamar , de Pedro González-Rubio, es la clase de películas que consiguen impactar a los jurados de los más exigentes festivales y al público por igual, algo muy poco habitual, al menos en los últimos años. Ganadora del premio del jurado y del público en el BAFICI 2010, el “milagro” del filme mexicano está en presentar una historia sencilla, con formato de documental observacional, pero que hace centro en una muy universal (y, a la vez, particular) relación entre padre e hijo. Y, especialmente, porque transcurre en un bellísimo arrecife de coral donde esta familia pasa una temporada viviendo, literalmente, en el medio del agua, entre peces, aves y un mar turquesa. La historia parte de un hecho real y está filmada como tal, pero son varios los elementos ficcionales que la enmarcan. Natan es el hijo de la relación entre Jorge, un mexicano, y Roberta, una italiana que, después de un tiempo juntos, se han separado. Natan vive en Italia, con su madre, y viaja a México a pasar una temporada con su papá, un verdadero hombre de mar: pescador, medio hippie, relacionado con la naturaleza de una manera que es inédita para el chico de ciudad. El filme contará su experiencia en conjunto, con un hombre mayor (¿el abuelo?) también siendo parte del grupo familiar que vive en esa suerte de choza algo precaria en el medio del agua. Natan deberá aprender a bucear, a pescar, compartirá comidas y juegos con su padre, se “enganchará” con una paloma, Blanquita, que circula alrededor de la casita permanentemente. Pero, básicamente, forjará una relación con su padre en ese marco que seguramente será inolvidable a lo largo de su vida. Por momentos la película se torna algo National Geographic, casi mostrando un paraíso abandonado en el medio de la Tierra, con sus personajes bajo el agua celeste seguidos por una cámara subacuática. Pero pronto queda claro que no todo es sencillo ni simple ahí, y que la naturaleza tiene sus costados oscuros. De cualquier manera, el centro es la relación que Natan y Jorge tienen entre sí y en contacto con esos elementos. No tienen necesidad de hablarse ni decirse mucho (salvo alguna excepción, que es tocante por eso, por ser excepcional). Lo que hacen es estar juntos y compartir experiencias. El mundo que arman alrededor suyo siempre será de los dos.
Buena excusa para ver lindos paisajes Para quien tenga dólares a mano y todavía no sepa dónde ir de vacaciones, esta película le muestra un lugar ideal: la reserva de Banco Chinchorro, Yucatán, un cinturón de arrecifes sobre el mar Caribe a 30 kms. de Quintana Roo, pura tranquilidad, cielo azul, arena blanca, peces a la vista en el agua limpia y tibia, todo un poco primitivo, es cierto, sin internet ni comodidades, pero otra que Cabo Polonio. Y para quien no tenga dólares y pase el verano acá nomás, con mayor razón puede disfrutar la película. La historia que nos cuenta es muy sencilla, y apenitas la cuenta, porque es una obra más bien contemplativa. Una profesional italiana se ha vuelto a su tierra, un hombre joven sigue en la suya, en una choza rústica tipo palafito, y el pequeño hijo de ambos debe estar un tiempo con cada uno. En este caso, el niño está con el padre, aprendiendo a gozar de la naturaleza y la ternura y enseñanzas que le dan los mayores, como nadar bajo el agua, andar en lancha, acercarse a una garza, vivir al día, irse a jugar a otro lado cuando el cocodrilo está cerca, bueno, ese tipo de cosas que aprende y disfruta un niño junto a su padre y su abuelo en cualquier pueblito de pescadores. Eso es todo, pero se disfruta a gusto, y antes que uno empiece a aburrirse ya se termina, porque es una película cortita, como las vacaciones. El lugar exacto es Cayo Centro, una pequeña isla de la reserva. El protagonista es, en la vida real, un joven ornitólogo que trabaja ahí mismo como naturalista y guía turístico. El niño es su hijo. Y la mujer es su mujer, sólo que acá, para hacer un poquito de tensión dramática, dicen que están separados, pero en la vida real ella ni loca piensa volverse a Italia. Autor, guionista, productor, cámara, montajista, Pedro González-Rubio, que dedica esta obra a la memoria de su abuelo el veracruzano Servando González, que también fue director de cine. La primera del abuelo, «Yanco», 1961, es sobre un viejo músico y un niño que quiere aprender el violín, y por ahí todavía se consigue. Son obras muy diferentes, pero ambas valen la pena.
En México, un hombre está a punto de ver partir a su pequeño hijo a Italia, a vivir con su madre. Realizan ambos, como forma de la despedida, un viaje a mar abierto que se revelará una aventura tanto exterior como interior. Ganadora del Bafici 2010, este film del realizador Pedro González-Rubio utiliza un registro documental -de hecho eso es lo que parece- para narrar algo que se vuelve un momento extraordinario. Lo más interesante del film es cómo equilibra el protagonismo del paisaje, del movimiento y de la pura acción física, con las emociones intensas de sus criaturas sin que el resultado final en pantalla se sienta forzado o una mera manipulación. Hay en el film momentos contemplativos y de enorme belleza, que funcionan en la medida en que reflejan de modo transparente lo que sucede con los personajes. Carece -y esto es una gran virtud teniendo en cuenta que el punto de partida presenta esta tentación de modo evidente- de cualquier clase de pintoresquismo. Lo que vemos y lo que se experimenta es lo justo y necesario. Esa precisión se agradece de manera absoluta.
Tenía ganas de ver "Alamar". En el BAFICI 2010 la dejé pasar (y, son casi 400 films los que se despliegan en la grilla, es imposible ver la mayoría) y me extrañó que ganara el premio a la mejor película en la sección internacional. Conocía la discusión que planteaban los espectadores y críticos, acerca de si era un documental o una ficción y decidí que cuando fuera el tiempo de su estreno comercial, abordaría el análisis de la misma, junto a una visión más relajada. El tiempo pasó y la ópera prima del mexicano Pedro González Rubio (en solitario) llegó a la cadena Arteplex y nos decidimos a descubrir sus comentados valores desde la butaca misma. La copia no era fílmico, pero bastó para apreciar su propuesta... "Alamar" es la historia de unas vacaciones. Jorge (Machado) y Roberta (Palombini) fueron pareja durante un tiempo. Se amaron a pesar de sus diferencias y vivieron juntos durante un tiempo. El es mexicano y la madre italiana. De su relación nació Natán (viendo la ficha técnica pareciera que son una familia real, ya que su apellido es Machado Palombini, aunque no hay información en la red ni de prensa que lo confirme), quien de pequeño se fue a vivir con su madre a su tierra. Jorge, su padre, lo recibe para compartir con él su descanso anual en Banco Chinchorro, uno de los lugares más bellos de esa zona, famoso arrecife de singulares corales. La mayor parte de lo que sería el marco de la historia, está planteada al principio, con una muestra de fotos de los tres donde se ubica al público sobre las condiciones en que Natán y su padre vivirán este reencuentro: no se ven hace tiempo y la geografía será protagonista principal de este espacio. El director González Rubio junto con un par de ayudantes y una cámara HD rodó esta cinta con un registro que, a partir de lo que presentamos, se despliega como... un padre junto a su hijo, en el mar, simplemente eso. Jorge es guía de la zona, un hábil nadador y pescador, por lo que durante los 73 minutos (menos, quitandoles un par de secuencias a la entrada y al cierre) que dura la película los veremos compartir actividades en balsas, canoas,... Hacer su vida y compartirla con su vástago. A su relación se le sumará el abuelo del niño y los tres compartirán el paso del tiempo y algunos eventos menores que se dan durante el transcurso de esas vacaciones. Y eso es todo. Su registro, luego de establecido el marco ficcional, es puramente documental. No parece actuada y por lo que leímos, esa era la intención original del director. Hay una fotografía prolija y una buena edición de audio que permite ponernos rápidamente en clima, apreciando la naturaleza donde se rodó en todo su esplendor. Dentro de los aspectos positivos, hay que destacar que la cámara está bien puesta y siempre nos sentimos inmersos en la atmósfera marina, elemento que ayuda a sostener el metraje, que a pesar de su corta extensión se hace árido por momentos... Como espectador, me parece (debo decirlo), que pintaba como muy rico este tema del hijo de padres de distintas latitudes y cómo el mismo manejaba los vínculos con ámbos, planteo que se muestra pero que no se profundiza. Natán luce simpático y parece amar a Jorge, pero, cuál será su visión del mundo una vez que crezca? Cómo irá elaborando ser ciudadano de dos lugares totalmente opuestos? El niño no vive con angustia su separación y la distancia con su padre? Por qué su adaptación a un ámbito tan diferente al suyo en Italia (donde vive en una urbe) es tan simple? Interrogantes que debo disparar y que sólo me generaron material que quedó flotando, como la botella del final, en alta mar... "Alamar", lamento decirles, es una película festivalera. Doy un vistazo a la opinión de mis colegas, y seré el único que bajará su pulgar a la hora de evaluarla. Su mayor acierto es poder caminar sobre el invisible límite que supone no ser una ficción ni un documental y negarse a recibir ninguna de ámbas denominaciones. Después, es un relato casi corriente, de los que pueblan la infancia de muchos chicos... (no tenés en tu casa VHS donde aparecés jugando con algún miembro de tu familia?)... Donde un padre pasa tiempo con su hijo (filmar eso es tan inusual en este tiempo como para alabar esta realización?)... Agregale si, un paisaje colorido e inusual. Y listo, si lo filmaste en la Costa Atlántica, ya podrías pensar en editarte "Alamar 2"...
Una pareja, Roberta (Roberta Palombini) y Jorge (Jorge Machado), se separa luego de una relación muy intensa que dejó buenos momentos, mucha pasión y un hijo Natan (Natan Machado Palombini). Jorge, que tiene sus raíces en el pueblo Maya, lo pasará a buscar para llevarlo de viaje a un lugar de la costa mexicana. Esto que sucede en los primeros cinco minutos de “Alamar” oficia de simple presentación, para luego adentrarse en lo que aparentemente le importa al realizador, la relación que se construye entre padre e hijo antes de que éste último emprenda el camino de regreso a Roma, lugar donde Roberta ha decidido radicarse post separación y de donde es oriunda. Todo, desde la dirección de arte a la compaginación, desde la fotografía a los encuadres (sobre todo los planos generales de Banco Torrico donde tiene lugar la acción), tiene un formato netamente televisivo, independientemente de abordar la relación entre Natan y Jorge como si fuera un documental. Los diálogos son circunstanciales, simplemente porque no están guionados. Es como si el director hubiera decidido estar más próximo a un reality show que al cine. El padre lleva a su hijo lejos del mundanal ruido para mostrarle su forma de vida. Vemos a ambos yendo a pescar (langostas, peces, etc), bucear en la zona de corales, cocinar, conectarse con la naturaleza, etc. Todas las actividades que se desarrollan van construyendo un vínculo que se da de forma muy natural dado que los protagonistas hacen de ellos mismos. En este sentido se produce una ambigüedad: por un lado, el realizador no toma riesgo alguno al encarar el proyecto en ficción en pleno o en documental puro, pero por otro, logra lo que se propone, es decir presentar y describir los lazos afectivos desde una visión simple y lineal. Escenas en las que el padre le enseña a sacar las escamas a un pez, hacer un estofado, o aprender a respirar para ver la vida debajo del agua, son pequeños destellos que ayudan al espectador a entender rápidamente como funciona la dinámica de la propuesta. “Alamar” no tiene más pretensiones que eso, y logra su objetivo. Básicamente no hay nada para reprochar. Eso sí, en lo particular, prefiero pensar que el cine trata de algo más que de una experimentación por la experimentación en sí misma. En este aspecto la obra resulta más cercana a alguna emisión del Discovery Channel que del lenguaje cinematográfico.
Un mar de sensaciones Como el mensaje que recorre el mundo en una botella en el mar, va un niño buscando su lugar. Son varios los planteos que trabaja Pedro González Rubio en la película que dirige. Pero por sobre todo sabe imponer su estilo y experiencia de vida tanto en el sonido como en las imágenes. Alamar es una pequeña historia que provoca un cúmulo de sensaciones. El film transcurre con la serenidad que tiene el mar, pero así como este es impactante e imponente. Uno de los grandes dilemas del Siglo XXI es los hijos de padres separados. Esta película trabaja sobre este punto pero se le agrega algo más. Natan con sólo 5 años vive la separación de sus padres quizás un poco más extraña que cualquier chico. Su padre vive en México y su madre en Francia, distancias que hacen que el niño tenga que hacer el trastornado viaje y separarse no sólo de su padre, sino de una cultura y un país. Asimismo, a la madre y al padre los diferencia algo físico, ella una mujer de ciudad y él un hombre de mar. La película encara la llegada de Natan a México. El pequeño conocerá un mundo totalmente distinto al que había vivido hasta ahora. Pasará del asfalto a dormir en una cama paraguaya en una casa en el mar. De todos los lujos y ruidos de cuidad pasará a entretenerse con los animales y despertar con el cantar de los pájaros. Y una más, dejará de ser quien consuma el producto terminado y pasará a pescar y preparar el alimento para su distribución (no hablo de trabajo infantil, Natan sólo es observador de esto). Difícil es precisar cuál es su mayor acierto. Posiblemente es porque sea una combinación de cosas. Por un lado, ese constante y hermoso sonido de fondo que funciona casi como un somnífero. Es alegre y bella la combinación del sonido del mar con el de los animales. Después, las imágenes son fantásticas. La delicadeza con la cual se toma enfoque a los pies pequeños de Natan junto de los de su padre es genial. Todo el tiempo logra mostrar con las imágenes de una manera muy dulce el afecto padre e hijo. Así como también la demostración de protección. De más esta decir que el lugar donde acontece la película es muy hermoso y beneficia por los colores y la vitalidad. Un pequeño siempre llama la atención, en este caso Natan es ideal para el film porque muestra una personalidad tan serena como el mar; una sonrisa más bella que el desplegar de los pájaros; la tenacidad y paciencia de una tortuga. Natan es una especie de guía para el espectador que nos lleva a la infancia, al disfrute máximo de cada momento. La sonrisa con la que mira el mundo es la mejor imagen que trasmite la película. Sin duda, Pedro González Rubio logra explotar al máximo el lugar de la filmación. Realiza una combinación de imágenes y sonidos excelente. Pero así también el guión es importante. Los diálogos no son demasiados. Es como si volviéramos a la teoría de por qué sirven los sonidos y por qué el cine empieza a tener sonido. Rubio demuestra en su film que la imagen y el sonido no se pisan sino que se complementan. Entiende que con los dos recursos está trasmitiendo su mensaje.
Un mensaje sencillo y profundo El amor es un sentimiento que trasciende fronteras, es un idioma universal accesible para todos y cuando se presenta, no es posible escapar de él. El amor es el tema central de la película “Alamar” del joven realizador mexicano Pedro González-Rubio. Basada en una historia real, tratada con características de documental, la narración adquiere una dimensión casi metafísica. Jorge es un joven buceador que vive en el Caribe mexicano, en la zona del Banco Chinchorro, uno de los arrecifes más grandes del planeta. En un verano, conoció a una turista italiana, Roberta, se enamoraron y tuvieron un hijo, Natan. Después de un tiempo, ella quiso volver a su país y se fue con el niño. Jorge siguió con su vida en el mar. Cuando Natan tiene cinco años, va a México a pasar una temporada con su padre y todo lo que ocurre durante su estada con él es el desarrollo principal de la película. Jorge vive en una casa de madera sobre pilares, un palafito en la orilla del mar, como otros pescadores. Durante el día, en una pequeña embarcación, navega mar adentro hacia los lugares propicios para la pesca, que se realiza bajo el agua y con harpón. Tímidamente, Natan va tomando contacto con ese mundo tan diametralmente opuesto a su universo cotidiano en una ciudad europea. En el Caribe impera la sencillez, la pobreza de recursos materiales, pero encuentra un mundo natural maravilloso, totalmente a su disposición. La cámara de González-Rubio va registrando cada detalle que el niño descubre, cada experiencia nueva, siempre junto a su padre, que lo cuida, lo protege y le enseña a entender y a disfrutar del entorno. En el relato escasean las palabras, no hay mucho para decir, apenas lo elemental, y sí mucho por experimentar. Desde las tareas en la casa hasta el cuidado de las embarcaciones y lo más emocionante, las aventuras bajo el agua, entre los arrecifes, en medio del mar. Natan toma contacto y aprende a reconocer cada producto que su padre extrae desde las profundidades, los peces y frutos de mar que se irán acumulando sobre la embarcación y que significan el sustento diario de Jorge y de su padre, quien lo acompaña cada día. Una tradición familiar, que pretende transmitir a su pequeño hijo, a pesar de que la mayor parte del tiempo vivan distanciados. La seducción Y el espectador, seducido por las elocuentes imágenes, cargadas de belleza y de significaciones, aprenderá a conocer esa parte del mundo a la par de Natan y se dejará llevar, con absoluta confianza, como el niño se entrega al cuidado de su padre y de su abuelo. Lo que consigue González-Rubio es reunir en unos 70 minutos un mensaje sencillo y profundo a la vez, que habla de las diferencias pero también de la convivencia, y al mismo tiempo, aprovecha para mostrar uno de los lugares más bellos del planeta, de gran interés no sólo para el turismo sino para la comunidad científica y la conservación de la naturaleza. Un cúmulo de información en un largometraje, tomando como eje la relación fundamental padre-hijo-naturaleza, en un viaje iniciático. Una belleza.
Reencuentro en el Paraíso Filmar el amor filial, tan sólo registrarlo sin enunciarlo, evitar el subrayado, la emoción prefabricada, es posible. ¿No es el tema por excelencia del cine norteamericano? En Alamar, la segunda película de Pedro González Rubio, el reencuentro entre un padre y su hijo elude la metáfora y el sentimentalismo. ET jamás está invitado a la cita, aunque la película, hipnótica y sencilla, transcurre literalmente en otro planeta. ¿O existe el paraíso en la Tierra? Al comienzo se suministran los datos necesarios. Roberta, una mujer italiana de clase media conoció en algún viaje a Latinoamérica a Jorge, guía turístico de Yucatán, oriundo de Banco Chinchorro, un pueblito de pescadores . Atracción física o amor multicultural a primera vista, de esa relación nació Natán. Algunas imágenes de archivo dan cuenta de la pretérita felicidad, pero el amor dura tres años. Hoy la unión es un recuerdo, y Natán, Jorge y Roberta constituyen una típica familia moderna. No sólo se trata para Natán de saber que sus padres están separados sino que entre su padre y él existe una distancia casi infinita. González Rubio registra el reencuentro del padre con su hijo. Son vacaciones, acaso una temporada en un universo alternativo. Las similitudes entre Roma y Banco Chinchorro son equivalentes a las que existen entre una jirafa y un basquetbolista. Es por eso que González Rubio procura mostrar con exactitud el viaje de ida rumbo a Banco Chincorro. Primero avión, después lancha. Una panorámica aérea de esta isla sintetiza este lugar en el mundo. Se trata de un paraíso en miniatura situado en el medio del océano. Lo que sigue de ahí en adelante es preciso: la introducción “pedagógica” a un estilo de vida para el niño (y los espectadores) y la validación del inmenso amor entre Natán y Jorge. Ser testigos de todo eso es casi un privilegio. Pescar, bucear, dormir, flotar, cazar y amar. Alamar es una película de acción submarina y afectiva. Las langostas, los cocodrilos, las cucarachas y los peces son extras extraordinarios en este set y ecosistema esplendoroso. Una misteriosa garza es la que se lleva los aplausos y, en comparación con el perro de El artista, esta ave jamás sobreactúa.
Esta notable película de Pedro González Rubio asienta su mirada sobre Natan, un niño de seis años que oscila entre dos mundos: el de su madre Roberta que vive en Italia, y el de su padre Jorge que lo hace en Banco Chinchorro (caribe mexicano). En una época los tres vivieron juntos, pero por varias razones Jorge y Roberta decidieron separarse. Antes de instalarse en Roma junto a su madre, Natan viaja a Banco Chinchorro para pasar dos meses junto a su padre y su abuelo. En ese tiempo Natan pesca, bucea y se baña en la costa. La narración es mínima: González Rubio se interesa por recuperar los rincones de este paraje que constituye la segunda barrera de arrecifes de coral más grande del mundo. Casi como un símbolo del proceso de desplazamiento que Banco Chinchorro está experimentando a causa de la urbanización, Jorge vive en un palafito, esas pequeñas viviendas que se asientan sobre pilares a centímetros del nivel del mar. Allí, Natan se contagia de una atmósfera que funciona como contraste de la vida que le espera en Italia. Al otro lado del Atlántico, Alamar presenta un espacio de convivencia. Los cuerpos semidesnudos se amalgaman con el paisaje y encuentran cierta armonía en los quehaceres cotidianos. Jorge acerca a Natan hacia el entorno desconocido para que le pierda el miedo. Las imágenes muestran una realidad donde los cocodrilos están a unos metros y eso no genera pánico ni alarma. El padre le dice a su hijo mientras este se baña en la costa: fijate que el cocodrilo se está acercando mucho. El niño lejos de escaparse lo observa, asimilando su presencia, y sigue con lo que estaba haciendo. En otro momento, una garza entra en la vivienda e inmediatamente se transforma en mascota. El animal genera una relación tan cercana con los protagonistas que por momentos adquiere la presencia de un personaje. Es por eso que la repentina desaparición del animal genera angustia en el niño y los motiva a emprender su búsqueda. La cercanía que une a los personajes-animales y los personajes-humanos en un mismo plano funciona como revelación de un espacio. Ellos están ahí, anclados en un paisaje con tiempo propio que inventa sutiles narraciones conforme pasan los días. La cámara hace lo suyo, integrándose al puente que se construye entre el pequeño espacio de la vivienda y la inmensidad azul que los rodea. El murmullo del mar impone un peso contemplativo que González Rubio absorbe confirmando las sospechas del espectador más distraído; el realizador vivió en el lugar y quiere rescatar sus rincones antes de que el cemento se las lleve. De la misma manera, la relación de Jorge y Natan no gira en torno a la despedida sino al legado que se va impregnando en el rostro del niño. “Tú pronto vas a volar a Roma con mamá, pero papá te va a estar cuidando desde cualquier lugar donde estés. No importa lo que pase, papá te va a cuidar siempre”, dice Jorge mientras Natan seca sus lágrimas. La entrega de los actores, el ritmo cansino del montaje y el respeto casi transparente del director, tanto con los personajes como con el lugar, hacen de Alamar una obra presente y perdurable.