La familia que se elige Tres chicos de diez años intentan encontrar la forma de ingresar a la casa de su maestra recientemente fallecida, para pedir perdón por haberla matado. Es que eso es lo que creen, por más que la realidad dice que ellos no hicieron nada. El mendocino Matías Rojo presenta Algunos días sin música (2013) su ópera prima, en la que unos días sin clase, por la muerte de su maestra, devienen en la curiosa y “ruburbana” –como dice el director– cosmovisión de tres amigos de la primaria. Sebastián se muda junto con sus padres a las afueras de la ciudad de Mendoza. Un nuevo entorno, un desconocido comienzo de clases. Mientras canta el himno, conoce a Guzmán y Email. Simultáneamente, los tres deciden que si las maestras se murieran ahora, nada cambiaría. Así lo desean y el antojo es hecho. Su maestra de música cae al piso y muere. Por un tiempo indeterminado, las clases están suspendidas y ahora ellos, con todo el tiempo a su disposición comienzan a preguntarse si tuvieron que ver con la muerte. Con remordimiento, pero sin angustia, caminan por los calurosos suburbios en plena lucha con los impenetrables oídos de la adultez. El trío protagónico conformado por los jóvenes intérpretes Jerónimo Escoriaza, Emilio Lacerna, Tomás Araya encarnando a Sebastián, Guzmán y Email, logra meterse en el bolsillo de hasta el más duro. Un chico que en todo momento cuenta lo que dicen las revistas científicas que lee, uno que está siempre vestido como karateca y el otro que no tiene problema en decirle “vieja loca” a la directora, en su cara. A través de sus honestos diálogos (y silencios) al caminar por las vías y las calles de tierra –la mayoría de ellas en la localidad de Luján de Cuyo– conocemos sus vidas, su desprejuiciada y entretenida manera toparse con la autoridad escolar, el seno familiar y el sexo opuesto. Vemos, en definitiva, la familia que han creado entre ellos, frente a la frustración que genera la de casa. A medida que pasan los minutos, la puesta en escena se vuelve fundamental. No sólo se trata de increíbles imágenes bañadas del seco sol mendocino, sino que lo visual influye en la más profunda esencia de la narración. Historia y locación se transforman en una única cosa. Y la impronta de la película se perdería si ambos se entendieran divisibles. Con un pequeño cuento, nos vamos con la sensación de haber conocido el estilo de vida de toda una comunidad. También, la musicalización acompaña con guitarras introspectivas que guían los ánimos del film, con un tacto muy perspicaz. En la vida, los golpes y sus misterios llegan cuando a ella se le ocurra. Tampoco existe la mejor forma de preguntarse por la muerte, reírse de algo, lidiar con el temor a crecer (físicamente, o sea el de los huesos) o transitar la culpa, por mucho que la busquemos. Porque la profundidad espiritual y la madurez mental –si es que existe– de las conversaciones humanas poco tienen que ver con la seriedad y no siempre crecen con la edad. Por eso, Algunos días sin música llega a la pantalla grande.
Cuenta conmigo Sebastián (Jerónimo Escoriaza) acaba de llegar con sus padres a los suburbios de la ciudad de Mendoza. En su primer día de colegio, conoce a Email (Emilio Lacerna) y a Guzmán (Tomás Exequiel Araya), con quienes empieza a construir una larga charla en cuyo desenlace anida una pregunta generada por el deseo de no tener clases: ¿Qué pasaría si, de buenas a primeras, falleciera la maestra de música? Menuda sorpresa se llevan cuando ella cae redonda al piso, iniciándose así un cese de actividades por duelo y, con él, el periodo al que refiere del título. Algunos días sin música es otra muestra de la gran cantidad de producciones realizadas en el interior del país, tendencia encabezada por el ya consolidado cine cordobés y los incipientes tucumanos y mendocinos. A este último pertenece la ópera prima de Matías Rojo. Nacido en la tierra del buen vino, este sociólogo y realizador narra una pequeña historia de iniciación entre los amigos, mostrándolos en el proceso madurativo que conlleva el conocimiento mutuo y el descubrir los mecanismos del funcionamiento de una dinámica grupal. Y lo hace con corrección y simpleza, dejando que sus criaturas fluyan en el devenir de la vida sin mirarlos con aire paternalista. Podrá no ser demasiado para algunos, pero que aquí alcanza para construir un más que interesante debut.
Algunos días sin música, ópera prima de Matías Rojo, es un precioso relato sobre la amistad y la búsqueda de identidad de tres chicos. La familia es la que se elige Sebastián tiene diez años y se acaba de mudar con sus padres a la casa de su difunta abuela, en los suburbios de Mendoza. En su primer día de clases de su nueva escuela conoce a Guzmán y a Email. Guzmán vive con su malhumorada abuela, sus padres se esfumaron cuando él era tan sólo un bebé. Email lleva siempre puesta su ropa de karate y es conciente de que no debe usar sus poderes de karateca con las personas comunes. Charlando, se dan cuenta de que no tienen nada que aprender de sus maestros, tranquilamente se podrían morir y no cambiaría nada. Mientras, la profesora de música entona el himno en el escenario. “Que se muera” dicen los tres chicos. Al instante, la profesora cae muerta. La escuela se mantendrá cerrada varios dias por luto. Los chicos, entre asombrados por la muerte que “causaron” y la felicidad de no tener que ir a la escuela, pasarán los días buscando aventuras, descubriéndose a sí mismos, y creciendo. La “Cuenta conmigo” mendocina Y esto no lo digo yo, el propio director tiene a Cuenta conmigo (de Rob Reiner) entre sus referentes. Es una película de gran sensibilidad que a su vez despierta las carcajadas en el público. Los tres chicos realizan interpretaciones brillantes y frescas. A su vez, la construcción de los personajes es muy buena, no se cae en el estereotipo del gordito del grupo o el sabelotodo, sino que son personajes profundos y llenos de aristas. En lo visual es bellísima, con una fotografía preciosa. Por otro lado están muy bien manejadas las tres historias personales de los chicos, que tienen sus propios conflictos familiares que los empujan a crecer. Tiene buen ritmo y sabe alternar entre la comedia y la melancolía. Otro acierto es la ubicación de la historia, en una zona periférica de Mendoza, donde los chicos de esa edad se manejan solos y el espacio está abierto a la aventura y al descubrimiento. Conclusión La propuesta de Matías Rojo es recomendable y muy original, ya que no son frecuentes las historias situadas en los suburbios. El film retrata con gran habilidad los temas de crecer y buscar la propia identidad desde el punto de vista de los chicos. Sus protagonistas son muy queribles y logran hacernos reír como también conmovernos, sin recurrir a golpes bajos. Una hermosa película sobre la amistad.
La fantasía de la culpa “Yo elijo a los que quiero que jueguen de mi lado, como un partido de fútbol”. La frase de Guzmán, uno de los jóvenes mendocinos que protagonizan la opera prima de Matías Rojo, puede aplicarse tanto a los enemigos/aliados de la escuela como a la familia. En esos dos mundos se sumerge Algunos días sin música, centrada en la vida del curioso y frágil Sebastián (Jerónimo Escoriaza) y sus dos amigos, el mencionado Guzmán (Tomás Exequiel Araya) y Email (Emilio Lacerna), siempre vestido de karateca, un acierto artístico. Ambientada en los cautivantes paisajes de Luján de Cuyo y alrededores, todo comienza con la dificultad del primer día de clases. Algo que atormenta a Seba, “el nuevo”, que se muda a un barrio de los suburbios y desentona con el resto. El es un lector voraz, muy curioso y que a cada rato cita como un latiguillo “en las revistas de ciencia dicen...”. Y pone varios ejemplos para el asombro. La muerte y la culpa son los ejes de análisis del filme. Antes de entrar a clase, los tres chicos desean en simultáneo el fallecimiento de una maestra. Y ella, súbitamente, se desvanece. Muere. ¡Sorpresa!, la finitud aparecerá como algo cercano a ellos, los acorralará para luego meterlos en el limbo del luto escolar. Y búsquedas de por qué. Así se motorizará una fantasía de la culpa, con sonidos de guitarra, cumbias pegadizas y una hipnótica percusión de fondo que aceitará el paso del tiempo. Y donde los muchachos tratarán de descubrir el motivo del fallecimiento de la docente, a quien creen que mataron mentalmente. Otro eje jugoso es el contraste y choque con los adultos. Sebastián le dice a su padre: “No quiero crecer, no me quiero parecer a vos”. Y el realizador muestra a los más grandes como sujetos toscos, distantes, armados con la ignorancia y brutalidad. Los niños serán su tamiz, todo tendrá su filtro que puede metaforizarse en cámaras de seguridad o bien con una red de alambre que separa el viñedo de la calle. O al padre del hijo. Barreras que los chicos deberán superar para crecer en paz.
Tres chicos y las cosas como son En esta historia sencilla, la mirada del cineasta mendocino evita romantizar, idealizar o victimizar a tres pibes que, por un incidente con la profesora de música el primer día de clases, continúan su “veranito” y salen a buscar aventuras en una bicicleta. “Mi familia es como cuando jugamos a la pelota y elegimos equipo: yo elijo a los que quiero que jueguen de mi lado”, dice Guzmán, el pibe morochito, uno de los dos amigos que se hace Sebastián el primer día de clase. El otro es Email (sic), un gordito que intenta disimular sus inseguridades haciéndose el forzudo. Todos con situaciones más o menos problemáticas en sus casas, Sebastián, Guzmán y Email conforman la familia electiva de Algunos días sin música, ópera prima del mendocino Matías Rojo, que además de cineasta es sociólogo. Y que constituye, en verdad, el cuarto integrante de esa familia: su mirada sobre los chicos, su cámara, son de las que se paran a la misma altura y tratan de ver las cosas como son. Tan inocentes para algunas cosas e irritantes para otras como un chico de 10 u 11 años puede serlo, Sebastián, Guzmán y Email no son “chicos de cine”: no están idealizados, ni romantizados, ni forzadamente victimizados. Ni, sobre todo, usados como coartada para mostrar lo lindo o feo que puede ser el mundo. Parte de la Competencia Argentina del último Festival de Mar del Plata, proveniente de una provincia como Mendoza, que hasta el momento no ha llamado la atención en términos cinematográficos (salvo que allí nació nada menos que Leonardo Favio), la breve Algunos días sin música es una de las películas más sencillas del mundo. Tan sencilla como la vida cotidiana de los protagonistas, que el primer día de clases se quedan sin clases, por cierto incidente insólito sucedido en el acto de apertura con la profe de música (de ahí el muy buen título). Incidente con el cual Sebastián, Guzmán y Email tienen mucho o nada que ver. Se sabrá disculpar el intríngulis, teniendo en cuenta que lo que sucede es de esas cosas que no conviene contar. El hecho es que por ese albur desafortunado (no tanto para ellos) a los chicos de la escuela les cae del cielo una suerte de posveranito, durante el cual Sebastián, Guzmán y Email harán lo que hace un chico de provincia en el verano: saldrán en busca de algo parecido a una aventura, los tres subidos a una única bici y disfrutando del sol mendocino, que ni en marzo afloja. “¿Enemigo o aliado?”, se preguntan Guzmán y Email cuando conocen al “nuevo”. Reflejo del contemporáneo, el de estos chicos es un mundo dividido. Los adultos muy aliados no son. Véase el caso de Guzmán. Presuntamente abandonado por unos padres chorros, el chico no sólo es tratado horriblemente por la abuela, que le recrimina ser hijo de quien es, sino que además, una noche en que el padre se aparece, lo echa a puteada limpia. Lo que da interés a la situación es el “presuntamente”: jugando muy bien con el punto de vista, Rojo sólo da del padre la versión que transmite la abuela. De modo que al espectador le resulta tan imposible como al chico conocer “la verdad”. Otro adulto repulsivo, más incluso que la abuela de Guzmán, es la mujer a la que cuida la mamá de Sebastián: una suerte de escuerzo a punto de estallar, a quien Ana María Giunta convierte, a fuerza de maltratos, ronquidos y puteadas, en un ogro de cuento de hadas. No todo es sórdido en Algunos días sin música, porque el mundo nunca lo es del todo. La mamá de Sebastián es de lo más amable con él (el papá está demasiado preocupado por su situación laboral como para prestarle demasiada atención) y otro tanto sucede con el papá de Email, extraño cruce de devoto religioso con dueño de telo (La Catedral del Placer, se llama). Lo más interesante de él es no sólo su carácter de analfabeto (aunque el tipo físico del actor da más intelectual que analfabeto), sino el hecho de que, invirtiendo roles, sea el hijo el que lo instruye. “Vamos a estudiar, hace mucho que no me das clase”, le dice el papá a Email, en la escena que a este crítico le resultó más conmovedora. La agresividad del presente se manifiesta también en el modo en que la chica que le gusta a Sebastián lo trata. Así como en la escena en la que, con tanto desparpajo como gratuidad, los tres chicos “forrean” a la directora de la escuela, un día que van a su casa. Lo dicho: Sebastián, Guzmán y Email no son como a los adultos les gustaría que fueran los chicos. Son como son, nomás.
Chicos mendocinos a la deriva Es un filme que habla del maltrato en la niñez y lo hace de una manera por momentos bastante dolorosa. Corectamente contada, la película sostiene su interés a través de las actuaciones de sus "héroes": Jerónimo Escoriaza, Emilio Lacerna y Tomás Exequiel Araya. Filmada en la ciudad de Mendoza y producida por esa provincia, junto con Brasil, "Algunos días si música", es la "opera prima" de Matías Rojo, en la que describe como es la vida de tres chicos, entre ocho y diez años que concurren a una misma escuela y son amigos. La película parte de una misteriosa situación, de la que son testigos tres chicos, durante un acto escolar. Mientras la profesora de música canta el Himno Nacional junto con los niños, cae muerta inesperadamente. Esto provoca estupor y curiosidad para saber qué le ocurrió. Lo cierto es que por varios días los niños no tienen clase y se los puede ver recorriendo la ciudadr en bicicleta, ir a un local de videojuegos, o reunirse a ver televisión. El guión de Matías Rojo enfoca a cada uno de los niños con sus respectivos padres y lo curioso de estas situaciones, es que le permiten al director mostrar algunas actitudes de maltrato que los menores reciben en sus vidas cotidianas. EL SUFRIMIENTO Guzmán (Tomás Exequiel Araya), busca constantemente a su padre, a quien desconoce y solo vive con una mujer que parece ser su madre -pero esto nunca queda demasiado claro-, que lo humilla, lo insulta y le niega la comida. Sebastián (Jerónimo Escoriaza), cuyo padre está sin trabajo, es testigo de los golpes que recibe el hombre en plena calle, cuando disfrazado de ave, intenta promocionar un producto. A veces el chico también ayuda a su madre en la casa de una señora para la que trabaja como doméstica. Lo cierto es que la empleadora de su madre, a cargo de Ana María Giunta, lo insulta todo el tiempo, a la vez que le pide que le alcance sus pastillas, o le quite los zapatos antes de acostarse. Por último Email, que aprende artes marciales, es testigo de los golpes que recibe su padre por parte de su empleador, el dueño de un hotel alojamiento. Frente a cada una de estas dolorosas situaciones, los tres pequeños no parecen recibir ninguna actitud de afecto, se los ve bien cuando se encuentran y salen de paseo por esa ciudad más dispuesta a torturarlos que a protegerlos. "Algunos días sin música" es un filme que habla del maltrato en la niñez y lo hace de una manera por momentos bastante dolorosa. Corectamente contada, la película sostiene su interés a través de las actuaciones de sus "héroes": Jerónimo Escoriaza, Emilio Lacerna y Tomás Exequiel Araya.
Agradables viñetas de ritos de pasaje Después del delicioso "Road July", de Gaspar Gómez, con la nena Federica Cafferata (toda una revelación) que se estrenó el año pasado tras larga espera, se estrena ahora, simultáneamente acá y en su provincia, un nuevo film mendocino sobre niños. De similar simpatía y humildad de espíritu, lo que es un mérito, pero también de menor nivel actoral, desarrollo más disperso y mayor riesgo, esto último debido a su intención abarcativa: se trata de pintar cómo evolucionan tres chicos de grados superiores frente a temas tan complejos como la muerte, la culpa, la responsabilidad que acompaña el cumplimiento de cualquier propósito, la conciencia de las propias limitaciones, la crueldad de otros niños, la mente de los mayores, los sentimientos de amistad y la sensación de enamoramiento. Todo eso, amén del paso del pensamiento mágico al pensamiento lógico, dentro de lo posible ya que son chicos, en fin, todo eso, en apenas unos pocos días de melancólico vagabundeo debido a la suspensión de las clases. No por huelga, sino por la inesperada muerte de la profesora de música. De qué modo ocurrió, y por culpa de quiénes, eso no lo diremos. Dejemos que estos atorrantes que charlan mientras los demás cantan el Himno Nacional se sientan culpables, al menos por algunos días. Ya vendrá luego el alivio, un poquito de crecimiento, la afirmación de la amistad. El desenlace también es agradable. Dato risueño, el título de rodaje de esta película era "Adiós, mundo cruel", como cantaba Enrique Guzmán a comienzos de los 60, mucho antes de que el director naciera. Matías Rojo, se llama el director, y ésta es su primera película. Jerónimo Escoriaza, Emilio Lacerna y Tomás E. Araya, los tres niños amigos. Luján de Cuyo, Las Heras, Guaymallén y Godoy Cruz, las locaciones registradas por Máximo Becci, que también fue director de fotografía de "Road July". Productoras, Zeco Darte, de Brasil, que puso el sonido, y sobre todo Cinematres ("Buenos Aires 100 kilómetros", sobre chicos de igual edad pero de San Andrés de Giles). En resumen: una pieza chiquita, imperfecta, pero singular, bastante tierna, con algo para decir. Y lo dice en mendocino.
Algunos días sin música es de esas películas que faltan en el cine argentino, y de esas que si tuviesen un aparato grande de difusión atrás podrán llegar a mucho más porque tiene todos los elementos fundamentales para triunfar y destacar: una linda historia bien narrada y ejecutada y, por sobre todo, bien actuada. Las aventuras de tres amigos preadolescentes durante unos días de verano han sido llevadas infinidades de veces a la pantalla grande de Hollywood, pero es con una sola mano con la que podemos contar las experiencias nacionales y este estreno es más que un digno exponente de que un relato intimista y simple puede ser muy bueno y profundo. La identidad argentina que se le impregna al film a través de lo que viven estos tres amigos que desean al mismo tiempo que se muera una maestra (y que sucede) está muy bien lograda y actuada por el trío compuesto por Jerónimo Escoriaza, Emilio Lacerna, y Tomás Exequiel Araya. Al principio puede hacer un poco de ruido, pero una vez que el espectador entra en sintonía con los códigos de los chicos la película fluye. Un gran acierto del guionista y director Matías Rojo es que los personajes sean de clase baja de un pueblo mendocino, porque esto da la sensación de película atemporal en donde la tecnología -salvo por unos videojuegos- no juega un rol en la historia y permite que el entretenimiento sea “a la antigua”. Algunos días sin música es una película independiente a la cual no será muy fácil acceder, pero si este tipo de propuesta gusta e interesa es una gran oportunidad para buscarla y descubrir lo que ya hemos visto varias veces pero con un sello argentino bien marcado.
De Matías Rojo, refleja el mundo de tres chicos que buscan encontrar las claves para entender el mundo adulto pero que desconcertados expresan el deseo de no crecer nunca. Interesante aproximación al imaginario de los varones de diez años.
Desvaído retrato infantil En un pequeño pueblo mendocino, un grupo de alumnos está a punto de comenzar su día escolar. De pronto, la profesora de música muere frente a los aterrados ojos de los integrantes del coro. Entre ellos está Sebastián, que a los 10 años acaba de mudarse a un barrio suburbano junto a su familia, y quien muy pronto comenzará una amistad con Guzmán y Email, un par de pícaros compañeros siempre dispuestos a las más audaces travesuras. Las autoridades disponen que la escuela cierre por luto y así, libres de las obligaciones, el trío comenzará a recorrer el pueblo; los chicos coinciden -con alguna puntada de culpa- en la opinión de que todas las maestras podrían morir en ese instante y nada cambiaría. El film, con algunos tintes dramáticos, transita por las vivencias de esos tres chicos que van conociendo, de a poco y durante esos días sin música, un micromundo pleno de amistad, de necesidad de forjarse un porvenir alejado de la pobreza y de sentirse inundados por la muerte, ese algo del que ninguno de ellos había pensado. El director Matías Rojo intentó insertarse en una trama universal con acento local y con gran sencillez siguió el derrotero de los protagonistas en un momento crucial de sus vidas, pero no logra evitar la monotonía en su narración. Con un elenco que trata de hacer creíbles a los personajes -algo que ocurre sólo en contadas ocasiones- Algunos días sin música queda, finalmente, como poco más que una obra bien intencionada.
Sebastián (Jerónimo Escoriaza) is a 10 year-old boy who’s just moved with his parents to a neighbourhood to the suburbs of the city of Mendoza. On the very first day of school, he befriends two of his classmates: Guzmán (Tomás Exequiel Araya), a chubby boy with a love of karate, and Email (Emilio Lacerna) a dark-skinned boy who has lived with his despicable grandmother since his parents abandoned him when he was born, some 11 years ago. After introducing themselves, the three kids start talking while everybody else sings the national anthem. Jokingly (or not) they say that all teachers could die at that exact moment and nothing at all would change in their lives. Why would they say that out of the blue it’s hard to know. It feels more like a precarious screenplay gimmick than anything else. Anyway, as expected, the music teacher drops dead right on the spot, with no warning whatsoever. So the kids feel guilty, believing they caused her death. However, that doesn’t prevent them from spending the following days — no school because of mourning — playing, talking and walking through the vineyards and dusty roads of Mendoza — in a pretty good mood, that is. Argentine filmmaker Matías Rojo’s debut film Algunos días sin música is first and foremost a coming of age story of three kids with three different stories, each of them facing unexpected challenges and hardships as they go about their everyday lives. You could say it’s also a portrait of provincial life. And, of course, it’s about friendship at a time when the world seems against you — here the grownups at large mistreat the kids and seem unable to understand what being a pre-teen means. Moreover, it’s a film made with the best intentions, there’s no doubt about that. But if the necessary expertise to make a film is missing, then best intentions won’t get you anywhere at all. Regrettably, Algunos días sin música is a case in point. Despite the boys’ efforts, their performances range from poor to mediocre — and the same goes for the rest of the cast. They even have a hard time saying their lines, let alone sounding natural or convincing. Not that the very, very elementary screenplay is of much help either. Absolutely all the characters and conflicts broadly sketched here are so one dimensional and stereotyped that they become risible in a matter of seconds. If this were a parody — which it is not — then it would all make sense — which it doesn’t. Consider that Algunos días sin música aims to be a naturalistic feature portraying life in a somewhat realistic manner. So it’s hard to figure out why there are so many clichés thrown left and right. The third huge flaw — to put it mildly — is the dialogue. Sometimes it wants to be witty and smart and so it fences with words, but the result is pitiful. The thing is that if you fence with words you have to be somewhat surprising or creative, but here as soon as one line is delivered you instantly know what lines will follow. It just so happens that you’ve heard this kind of dialogue endless times before. So if there’s no imagination or verisimilitude in how any of these characters speaks, how can they come across as real people? When it comes to the camerawork and overall photography, the panorama is not that bad. Every now and then there are some shots with a certain degree of a poetic atmosphere, and some much-welcomed appeal. At times, you get the feel some qualities of provincial life, especially when it comes to large shots depicting the environment in all its dimensions. And that’s as far as it goes. It’s not the story itself that makes Algunos días sin música such an easily forgettable film — it’s how that story is told and shot. Just think that many simple stories often give way to superb films: it’s all in the making.
Crecer de golpe… y también de a poco Hay algunas películas con las cuales uno se podría regodear en todos sus defectos, pero terminaría siendo injusto, porque lo que termina resaltando son las virtudes, su voluntad inquebrantable por seguir adelante con su narración, aunque sea a los tropezones. Algo de esto pasa con Algunos días sin música, ópera prima de Matías Rojo, que incluso luego de su primer visionado, durante el último Festival de Mar del Plata, hasta acrecienta sus méritos. La premisa disparadora de Algunos días sin música coquetea con el inverosímil, pero a la vez conserva perfecta lógica respecto a sus tres protagonistas. Sebastián, quien acaba de mudarse a un barrio en los suburbios de Mendoza junto a sus padres, en el primer día de clases conoce a dos de sus nuevos compañeros de escuela: Guzmán, obsesivo del karate, a tal punto que lleva el uniforme bajo su guardapolvo, y Email, quien vive con su abuela desde que sus padres desaparecieron del mapa. Mientras los demás responden a la típica rutina de cantar el himno, ellos responden a la típica rutina de no hacerlo y conversar de cualquier otra cosa. Por ejemplo, sobre el hecho de que si todas las maestras murieran en ese mismo instante, nada cambiaría demasiado. Apenas llegan a esa conclusión, la maestra de música cae fulminada, como para poner a prueba sus dichos. Obviamente la culpa los invadirá (¿habrán sido ellos causantes de esa muerte?) pero también aprovecharán la suspensión de las clases por luto. Y en esos días inesperadamente libres pasarán unas cuantas cosas relevantes en sus vidas. Lo que empieza siendo un mero retrato de la rutina de estos pibes, se va convirtiendo en algo más profundo. En Algunos días sin música también tiene un peso específico importante el análisis de sus vínculos familiares, caracterizados en todos los casos por las presencias-ausencias de figuras paternas en crisis. Sebastián, Guzmán y Email comparten esa carencia de un hombre adulto en quien referenciarse y lo que mostrará el film es el principio del camino para ellos, que pasa por hacerse cargo y empezar de una vez por todas esa búsqueda, aunque eso signifique confrontar y pelearse con sus seres más cercanos. De Algunos días sin música podríamos cuestionar unas cuantas cosas, como el nivel desparejo de las actuaciones, cierta impostación en algunos diálogos -en los que escuchamos a algunos personajes decir cosas que no corresponden con su carácter y/o edad- o el ritmo de la narración. Pero lo que termina prevaleciendo es un pequeño y dulce retrato de iniciación, en el que los personajes arrancarán de una manera y terminarán de otra, parados en lugares distintos, con miradas diferentes. Todo esto enmarcado en una exploración (o más bien revelación para el ojo de un porteño como el que escribe) del paisaje suburbano mendocino, que a través de simples pero contundentes planos generales se muestra en toda su dimensión, con una identidad propia y sólida. El director Matías Rojo puede sentirse contento de sí mismo: en su primera película ya hace pie con una personalidad propia, como un cineasta con una visión cálida, respetuosa hacia el mundo infantil y sus permanentes colisiones con el universo adulto. Lo hace desde un lugar propio e identificable, que es Mendoza, contando evidentemente lo que conoce, sin poses ni distanciamientos improductivos. A partir de esto, Algunos días sin música es un film que hasta crece pasado un tiempo luego de su visión. Nada mal para el comienzo de una carrera como realizador.
Un deseo de tres estudiantes se puede transformar en una pesadilla. Los protagonistas de la historia son tres chicos de unos 10 años Sebastián, Guzmán y Email (Jerónimo Escoriaza, Emilio Lacerna y Tomás Araya) y se desarrolla en un pueblo de la Provincia de Mendoza (casualmente donde nació el director Rojo). Sebastián es el chico que acaba de mudarse, concurre a una escuela pública y en su primer día conoce en la fila a los otros dos, no dejan de hablar mientras todos entonan el Himno Nacional Argentino, y dicen si ellos desean fuertemente que la maestra de música muera, nada cambiaría y los tres piden que se cumpla su pedido, y en ese momento frente a todos esta maestra muere repentinamente. Ante este terrible hecho las clases quedan suspendidas, la escuela se encontrará varios días cerrada por luto, quedan a la deriva, tienen más tiempo libre, pero con el correr de los días comienzan a sentir cierta angustia, remordimiento y culpa, ingresando a un mundo más adulto ante la pérdida, tratando de comprender la muerte, algo similar sucedía en “La inocencia de la araña” (2011) donde se ingresa a la vida de dos adolescentes de 12 años que se enamoraran perdidamente del docente, acuden a una serie de delirantes tácticas para lograr su deseo casualmente también es una ópera prima pero de Caulier. Esta es una historia sencilla y todo gira alrededor de la mirada de estos tres chicos, relacionando sus hogares y personalidades. Sebastián es un chico que está obsesionado con las revistas científicas; Guzmán es un chico que vive con su abuela y sus padres lo abandonaron y Email es un chico que hace karate y vive solo con su papá. Viven la complejidad con los problemas de los adultos, todo acompañado por la música, imágenes, pocos diálogos, aprovechando los distintos planos y la fotografía. El director Rojo además de ser cineasta es sociólogo e ingresa minuciosamente a mostrar la inocencia de estos niños pueblerinos con sus hábitos, el jugar, andar en bicicleta, caminar por las vías muertas. En conclusión una rutina, donde también se ve el compañerismo, el primer enamoramiento hacia alguna chica del lugar, todo envuelto por un bello paisaje, con toques de comedia y de drama, y de como estos chicos sienten esa necesidad de pedir perdón. Es una historia sin pretensiones, honesta y con algunas reflexiones positivas, no todos los integrantes son actores, exceptuando la participación especial de Ana María Giunta (su último trabajo en cine “El abismo... todavía estamos” data del 2011).
Un film infantil en el mejor sentido del término: el mundo visto por chicos de diez años. Una muerte -la de una maestra- es la que desencadena ciertas tristezas y cierta culpa en estos chicos que están, como cualquiera en cualquier lugar del mundo, hartos de la escuela. El realizador Matías Rojo trata su material con la sensibilidad y la dfistancia justa como para que comprendamos a estas criaturas y nos pongamos en su lugar. Un bello film en clave menor.