Amor ataca éxodo Como resulta característico en la mayoría de los últimos films argentinos, el director Lucas Blanco eligió una circunstancia social del país para tener como base de su ópera prima llamada Amor en tránsito, película que narra diferentes encuentros (y desencuentros) amorosos teniendo como contexto el recurrente éxodo de jóvenes durante 2001 y 2002. Esta película, que se presentó en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y obtuvo el premio al mejor largometraje latinoamericano, cuenta la historia de Mercedes (Sabrina Garciarena), que terminando los trámites que la llevan a Barcelona para reencontrarse con su novio, se cruza casualmente con Ariel (Lucas Crespi), que se irá transformando en una compañía más que agradable. A su vez, Juan (Damián Canduci) arriba al país después de muchos años de ausencia. No puede dar con la mujer que vino a buscar pero si conoce a Micaela (Verónica Pelaccini) que, abandonada por la partida de un viejo amor, va convirtiéndose en algo tal vez posible y cercano. Tomando al TEG como referencia lúdica de las idas y vueltas de los personajes, el film desde su inicio transcurre con buen ritmo y singular originalidad, exhibiendo el panorama en el cual los jóvenes hacen largas colas para sacar pasaportes o hacen fiestas de despedidas para los amigos que se van. Pero más allá de estas situaciones, que sirven como contexto y no como núcleo de la trama, la cinta busca centrarse en las desventuras amorosas de estos cuatro personajes, que se intercalaran de manera acertada y precisa, utilizando de forma correcta los elementos de la narración coral. Con una lúcida fotografía y cierto aspecto cool, el film se sostiene en las actuaciones de sus protagonistas, dentro de los cuales se destaca Lucas Crespi, siendo el más natural y correcto en su papel. Los otros actores realizan una buena labor pero nunca logran despojarse de cierta pose, que le quita frescura y sinceridad a sus trabajos. Más allá de ser atractivo el contexto de la narración, el film transita los clásicos momentos de la comedia romántica, buscando ser cálida, sencilla y cercana, características que alcanza pero que lo convierten en un trabajo “tibio” ya que nunca penetra profundamente en las raíces de los personajes, quedándose con lo simple y pequeño. Sin embargo, esta cierta ingenuidad no resulta tan nociva porque la cotidianeidad que contiene el trabajo junto con cierta naturalidad que transmiten algunas situaciones, hacen que Amor en tránsito sea un agradable entretenimiento donde se pueden ver historias cercanas que pasaron (y pasan) en nuestro país.
Durante la reciente cobertura de la 25ª edición de Mar del Plata escribí una líneas sobre esta película de Lucas Blanco en la que expresaba lo siguiente: "No entiendo por qué esta película está en Competencia Latinoamericana. Es más, no entiendo por qué está en el festival. No sólo no tiene nada novedoso, experimental, arriesgado que proponer sino que tampoco funciona como aplicación de las fórmulas más elementales de la comedia romántica coral". Más insólito e inexplicable resultó que, pocos días más tarde, este film compartió nada menos que el premio de esa sección con la peruana Octubre, una propuesta que se ubica en las antípodas estéticas, narrativas y temáticas. Vista en el contexto del festival, Amor en tránsito me generó una reacción quizás excesivamente dura, al borde de la crispación (de hecho, ahora, ya más tranquilo, decidí subirle un punto, de 3 a 4, su calificación para esta crítica), pero sigo sosteniendo lo mismo que cuando la ví, con público (que aplaudió al final), en una función matinal en el complejo Cinema de Mar del Plata. Escribí entonces: "Cuatro personajes, (des)encuentros, cruces, contradicciones, enredos... y poco más. La narración es chata y no fluye, las situaciones (que tienen que ver también con el tema del exilio) y los parlamentos son elementales, el guión es de manual, las actuaciones son muy flojas (con la excepción de la expresiva Verónica Pelaccini), los cuatro carilindos protagonistas son fotogénicos y poco más". Cierro esta revisión de aquella reseña sosteniendo que se trata de un film que no da para la indignación. Es un producto menor, hecho con profesionalismo y buenas intenciones. Pero el resultado final está muy lejos de ser lo eficaz que una apuesta así necesitaría para que el cine argentino necesita para conectarse y reconciliarse con una audiencia masiva.
Los amores cruzados Luego de ser premiada en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (Mejor Película Latinoamericana) se estrena comercialmente en Argentina la ópera prima de Lucas Blanco Amor en tránsito (2009), film coral narrado en dos temporalidades cruzadas que focaliza sobre las relaciones amorosas en aquellos que pasaron las barrera de los treinta. Como su título lo adelanta Amor en tránsito introduce en la primera escena a sus personajes en pleno tránsito por el Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Las vidas de Ariel (Lucas Crespi), Mercedes (Sabrina Garciarena), Juan (Damián Canduci) y Micaela (Verónica Pelaccini) están conectadas o se conectarán a lo largo del film de diferente manera. Con la idea de presentar el tema del amor y los encuentros desde un lugar lúdico, el director propone un paralelismo temático y visual con el juego TEG, en el cual las estrategias de conquista son la principal arma de la que se valen los jugadores. Esta idea le sirve también al director para disparar la otra temática del film: los argentinos que deciden emigrar del país en busca de un futuro mejor. El guión del film se comenzó a escribir en el 2002, momento en el cual muchos argentinos deciden irse del país hacia nuevos destinos. El estreno en el 2010 llega así con un timing un poco desfasado lo que produce que la temática pierda vigencia. Amor en tránsito empieza con un dinamismo interesante: mucho movimiento de personajes, de lugares, de cámara. El juego visual con el tablero del TEG como separador de las partes del film es original y la dosis de humor que tienen algunos diálogos hace que se pueda creer en los personajes y que todo tome un tono costumbrista amigable. Sin embargo, la agilidad del comienzo se diluye y sólo se retoma al final. En el medio queda una comedia romántica bastante convencional y por momentos un poco repetitiva, pero que en su conjunto sale airosa.
Quedándote o yéndote La opera prima de Lucas Blanco se centra en cuatro jóvenes en crisis sentimental y migratoria, tras diciembre de 2001. El amor y los aeropuertos tienen áreas de pasajeros “en tránsito”: limbos migratorios en los que uno ya partió, pero está lejos de llegar; no lugares de devenir, de ilusión y de angustia. En esta zona -más temporal y anímica que física- se mueven los personajes de la opera prima de Lucas Blanco. La (post)crisis de 2001 -el dilema de quedarse o irse- y una edad cercana a los 30 los ha puesto ante destinos indefinidos. Entonces, optan por viajar: en el deseo, en el amor, en la geografía. El cataclismo económico los impulsa y expulsa. Pero Blanco evita que este tema, tan transitado en la última década, se adueñe de su relato, más intimista, centrado en relaciones pasionales, en el encuentro/desencuentro de dos hombres y dos mujeres jóvenes, a través de un mecanismo temporal ingenioso: los cuatro se cruzan sólo en Ezeiza, un instante. Después, la película transcurre en un presente que no lo es: por momentos es pasado; por momentos, futuro. Y acá vuelve la indefinición, en este caso temporal: el reflejo del interior de los protagonistas. Se habla de comedia dramática; sólo por convención genérica. En el tono de Amor... prevalece un romanticismo lúdico. No es raro que el TEG funcione como símbolo e hilo conductor, ni que los protagonistas busquen -en sus contramarchas y extravíos- qué táctica y estrategia seguir. El director también juega: con el tiempo, los lugares y las emociones, a las que muestra, sin dramatismo, en su carácter confuso y efímero. Esto, tal vez, genera cierta distancia y mitiga posibles empatías. Pero refleja el efecto de los años postmenemismo/postAlianza en un sector juvenil con chances de irse del país. Hablamos de una película coral, amable, realizada con pericia técnica y un elenco en el que se destaca Verónica Pelaccini, que encarna al personaje de mayor arrojo y menores chances de emigrar; el que abre y cierra el círculo narrativo. La acompañan Sabrina Garciarena (antes de la fama), Lucas Crespi y Damián Canduci. Los diálogos funcionan, como es regla, cuando menos se siente su escritura; no siempre. Un filme fluido, que mantiene el interés del espectador y busca levantar vuelo levemente, como sus personajes.
Una de exilio cuando no hay exilios “Es un juego, y los sentimientos hacen que el juego tenga sentido”, dice una voz de escasos matices al comienzo de Amor en tránsito. Sin embargo, los cruces entre personajes que plantea la película quedan en una media agua que difícilmente genere placer (lo propio del juego) o algo siquiera lejanamente parecido al compromiso emocional. Escrita a cuatro manos por Roberto Montini y Lucas Blanco, coproducida entre ambos, que la ópera prima de Blanco empiece donde termina confirma la sensación de que esos cruces no se dirigían hacia ninguna parte. Como dice uno de los protagonistas: “Creo que entiendo lo que pasó... O no...”. Considerada una de las dos mejores películas latinoamericanas presentadas en la última edición del Festival de Mar del Plata (a esa conclusión llegó un jurado tripartito), que el tema del exilio sea uno de los ejes de Amor en tránsito suena raro, en momentos en que ésa no parece ser una opción para la sociedad argentina. La explicación es sencilla: el guión de la película se escribió en 2002, cuando sí lo era, y por lo visto quedó así hasta ahora, en que ya no lo es. De hecho, la película empieza y termina en Ezeiza, donde los cuatro protagonistas se cruzan. Alguna va, otro viene y un par de ellos sigue sin decidirse todavía. Que en la escena inicial las dos chicas no se saluden se comprende, ya que todavía no se conocen. Pero cuando la misma situación se repite, ¿no se habían conocido antes? ¿Habrá que rever Terminator para entender Amor en tránsito? Tal vez bastaría con comprender lo que se dice al comienzo y tal vez explique todo: “Esto ya pasó, pero a la vez está ocurriendo, porque lo que está pasando es siempre lo que está por venir”. Eso: habría que comprender eso. Más allá de ucronías y espejismos de hermetismos, lo que la película muestra es un juego de cruces aleatorios, de espejos tal vez. A Mercedes (Sabrina Garciarena) la espera un novio en Barcelona. Pero conoce a Ariel (Lucas Crespi) y duda. Juan (Damián Canduci) viene de Barcelona, en busca de una novia que dejó acá. Pero conoce a Micaela (Verónica Pelaccini) y duda. Entre dudas, poses y jueguitos de dominio (el TEG también parece jugar algún papel), la pareja de veintipico histeriquea tanto como la de treinta y pico. Más allá de una diferencia en la intensidad de los jadeos, daría la impresión de que en la cama ambas parejas funcionan igual. O así al menos se los muestra: con el mismo montaje de planos detalle, una total ausencia de erotismo y la misma cámara móvil que algún reglamento secreto parece imponer para todas las publicidades y algunas películas. Una única escena tiene tensión dramática. Es una en la que una de las parejas tiene una cena romántica (seguramente en un restaurante de Palermo, donde da la sensación de transcurrir toda la película), llega un intruso, se sienta a la mesa y no se quiere ir. Tensa, pero pasajera: al final el tipo se va y aquí no ha pasado nada. Eso: aquí no ha pasado nada.
El amor es casi pura casualidad Amor en tránsito es la amable ópera prima de Lucas Blanco, aunque por momentos se embrolla en sus diálogos El amor tiene sus sorpresas. Esto lo sabrá muy bien Mercedes, una joven que, cansada de la vida de Buenos Aires, decide comenzar a hacer los trámites para radicarse en Barcelona, donde la espera su novio. De pronto se cruza en su camino Ariel, un muchacho que para ella se irá transformando en una agradable y algo confusa compañía. Ambos vivirán una serie de casi infantiles peripecias mientras que Juan, un hombre que llega a la Argentina luego de permanecer varios años en España, está empeñado en hallar aquí a un amor que no pudo conservar en el pasado. La búsqueda se hace cada vez más infructuosa, hasta que se le cruza en su camino Micaela, que, abandonada por la partida de un antiguo amor, va convirtiéndose en algo que tal vez le hará olvidar a él la misión que lo trajo a esta ciudad. Ambas parejas comenzarán a conocerse y a comprenderse, hasta que los más íntimos sentimientos darán sus frutos en ese par de parejas casi taciturnas y proclives a las más angustiosas situaciones. El director y coguionista Lucas Blanco se dispuso en torno a estas historias a mezclar encuentros y desencuentros en medio de cierta soledad y penurias que hacen de las relaciones una trama coral en la que el amor será el eje y el sostén de sus existencias. Las casualidades se imponen en estas relaciones, y ellas serán la que, en definitiva, motivarán los sentimientos y esas relaciones que nacieron de pronto y a las que ninguno de los cuatro puede sustraerse. La trama, por momentos excedida en sus diálogos, habla del conocimiento de las personas frente a las más sorprendentes circunstancias y recala en lo difícil que es, a veces, enamorarse profundamente. El realizador contó en éste, su primer largometraje, con un elenco que trata de dar humanidad a sus respectivos personajes, y así Sabrina Garciarena y Verónica Pelaccini cumplen acertadamente con sus respectivos cometidos mientras, y con menor vigor, Lucas Crespi y Damián Canduci procuran dar veracidad a ese par de hombres a los que el amor se les cruzó repentinamente.
Nos habíamos desencontrado tanto... Todo cine de género “fatto in casa” tiene en un principio el encanto inocultable de lo autóctono pero, a veces, ese plus tiende a desvanecerse gradualmente al quedar en evidencia el desconocimiento del tema o la simple impericia para entregar un producto decoroso por parte de sus creadores. Esta idea puede conectarse con otro aserto repetido hasta el hartazgo aquí y allá pero que pese a ello no deja de ser una gran verdad: en el cine argentino sobran directores y faltan buenos guionistas. Algunas escuelas de cine implantaron a claquetazos el erróneo postulado de que un cineasta debe escribir su propio material si pretende alcanzar el estatus de autor. Como si se persiguiera a ultranza aquel viejo romanticismo surgido de la nouvelle vague en una época irrepetible y con talentos también irrepetibles. Está más que claro que un director debe entender de guión para hacer su trabajo. De ahí a reunir las condiciones para desempeñarse como un escritor profesional parece un tanto extremo… Fred Zinneman -el realizador austríaco que triunfó en Hollywood con obras como A la hora señalada, De aquí a la eternidad o Julia- era partidario de una máxima que comparto en un 100%: “Los tres elementos más importantes de un filme son el guión, el guión y el guión”. Con esta introducción se imaginará el lector cuál es el principal problema de Amor en tránsito, la fallida ópera prima del joven Lucas Blanco. En más de una oportunidad he lamentado no poder defender con mayor asiduidad un cine argentino con el que me identifico, aquel que procura captar su target con lícitos filmes de género. Para darle ese marco de “legalidad” es esencial que aún dentro de los lógicos márgenes que conforman a un producto comercial exista una búsqueda narrativa, conceptual o estética (¿y por qué no las tres juntas?) que lo despegue de tantos otros similares confiriéndole un carácter único, personal, diferente… Hablo de un cine comercial de calidad, lejos de esos subproductos bastardeados por anti-autores como Rodolfo Ledo que, por lo general, se aprovechan de la popularidad de algunas figuras televisivas para atraer público en masa a las salas. No es Pol-Ka precisamente adonde apuntamos –después de todo Adrián Suar siempre se queda a mitad de camino de lo que esperamos de él- sino más bien a las huestes de Damián Szifrón (Los simuladores en tevé; El fondo del mar y Tiempo de valientes, como fundamentales paradigmas cinematográficos) o a lo sumo algún Pablo Trapero tardío (Leonera puede ser visto como un exploitation carcelario con ínfulas artísticas y Carancho sin dudas califica como otro adecuado modelo de lo que pretendemos). Cualquiera de ellos está capacitado para entregar una película equilibrada en la que arte e industria confluyen armónicamente. Para empezar a ir al grano podría decirse sin exagerar que Amor en tránsito está bastante bien dirigida pero bastante mal escrita. El resultado de esta fricción es que como comedia romántica en su conjunto no funciona. Se advierten pequeños momentos o microescenas con algún que otro detalle rescatable (tanto desde la puesta en escena, como desde lo actoral) pero la suma de las partes está lejos de ser convincente dejando en uno una sensación ambivalente pero invariablemente más amarga que dulce. La línea argumental involucra a dos parejas con el clásico cruce amoroso de encuentros y desencuentros. Algunas intersecciones entre los personajes de Micaela (Verónica Pelaccini), Juan (Damián Canduci), Mercedes (Sabrina Garciarena) y Ariel (Lucas Crespi) no terminan de ser explotadas con sorpresa e imaginación por los libretistas (el mismo Lucas Blanco y Roberto Montini; ambos, además, productores responsables del proyecto). Los juegos temporales que pretenden sofisticar una historia coral per se por demás previsible y directa, simplemente no cuajan generando más confusión que impacto. Se percibe el esfuerzo de actores y equipo pero, aunque duela reconocerlo, la película en ciertas escenas bordea el amateurismo. Esta sensación es potenciada por un elenco demasiado desparejo en el que la increíblemente fotogénica Verónica Pelaccini es el punto más alto seguida por un Lucas Crespi con un look desaliñado a lo Nico Cabré; en cuanto a Sabrina Garciarena no da señales de mucho compromiso aunque la culpa no es sólo suya; por último, el eslabón más débil: Damián Canduci físicamente quizás dé la talla como galán (no se le puede negar cierta presencia) pero el rol protagónico que le tocó en suerte deja a la vista de propios y extraños sus limitaciones como actor (al menos en esta oportunidad). Para cerrar la nota nada mejor que una frase que dejó caer al pasar Nicolás Goldbart -el montajista, guionista y director de la muy festejada Fase 7- durante una charla con los espectadores luego de proyectar su película en el reciente 25º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Más o menos Goldbart dijo que “Fase 7 surge de mi necesidad de generar un proyecto propio; es muy poco probable que alguien me convoque para dirigir un material ajeno: de ahí mi inquietud por plasmar esta idea y llevarla a la pantalla grande”. Honestidad brutal. Ni Goldbart ni Blanco habían escrito y/o dirigido un largometraje hasta entonces. La diferencia es que a uno le salió algo realmente original e interesante y al otro no. Más allá de lo meramente subjetivo es justo mencionar que Amor en tránsito se presentó en Mar del Plata en la Competencia Latinoamericana obteniendo el primer premio ex aequo con el film peruano Octubre, de Daniel y Diego Vega. Respetuosa moraleja: formemos más guionistas y menos directores. ¡Los necesitamos!
Parafraseando a uno de los personajes del film, la ópera prima de Lucas Blanco puede resumirse en mitades que lamentablemente no logran amalgamarse nunca más allá de los forzados intentos que pretenden hacer del azar y del destino dos energías que motorizan la acción. Mitad drama intimista con climas logrados; mitad ensayo sobre el tiempo y las ucronías; mitad cine de autor con fuertes influencias nouvellevagueanas...
Partiendo del aeropuerto se presentan los personajes: el joven escritor Ariel ( Lucas Crespi ) que cada vez que un amigo anuncia su partida al exterior ensayan una suerte de fiesta ludica en su honor, este se deslumbra con la bonita y enigmatica Mercedes ( Sabrina Garciarena ) recien llegada de Barcelona. Juan ( Damián Canduci ) llega de España en busca de una mujer, en cambio se encuentra con la frontal Micaela ( Verónica Pelaccini ). Se supone que todo transcurre en la Argentina año 2002, plena crisis, pero el acento no esta puesto ahi, sino en los encuentros y desencuentros, los problemas que acarrea el enamorarse y los tiempos del amor. Con un buen ritmo al principio, va decayendo y perdiendose el interes por lo reiterativo de los dialogos y los primero planos a media luz . Se destaca la introducción a los personajes utilizando el tablero del TEG, prometiendo un film interesante y diferente.Se trata de una comedia romantica bien lograda a modo de rompecabezas. La poca profundidad de los personajes hace dificil que el espectador se sienta totalmente identificado o se encariñe demasiado. Se rescata Juan, el cual se encuentra con un amigo del barrio (el siempre efectivo Carlos Kaspar). Amor en Tránsito es el primer largometraje de Lucas Blanco que nos trae estos relatos de amor entrecruzados enmarcados en la duda del irse o quedarse en el pais.
Hace un par de semanas se estreno un terrible bodrio argentino, de lo peor que se haya visto en las pantallas argentinas en mucho tiempo, el filme en cuestión ”Un Buen Día” (2010), producto del clan Del Boca, con Nicolás y Andrea incluidos, era un pastiche pretencioso tratando de copiar, plagiar, emular (las tres juntas o tache lo que no corresponda) a dos pequeñas joyitas del director Richard Linklater, “Antes del Atardecer “ (2004) y “Antes del Amanecer” (1995). Ahora nos enfrentamos a otro intento fallido de emulación de filmes extranjeros, en este caso es un cruce de parejas. La síntesis argumental sostiene de la manera más vacua y banal que, en el amor, lo que está pasando es siempre lo que está por venir. En Buenos Aires Mercedes termina los trámites que la lleven a Barcelona (y a un novio que la espera), pero se cruza casualmente con Ariel, quien se irá transformando en una compañía más que agradable (y confusa). Juan arriba al país después de muchos años de ausencia. No puede dar con la mujer que vino a buscar pero si conoce a Micaela que, abandonada por la partida de un viejo amor, va convirtiéndose (al igual que la ciudad) en algo tal vez posible y cercano. Amores contrariados, cruzados, provisorios o precarios. Tratando de presentarse como un film poco convencional, termina siendo un film de formula, pero que no funciona, ni como comedia, ni como drama, utilizando recursos gastados, y esto también debido a la chatura del guión, sin profundidad en los temas que intenta establecer, como el desarraigo, el desencuentro amoroso. En cuanto a estructura también fracasa, una voz en off presentifica al principio como un relato coral que se cierra en sólo cuatro personajes, muy mal desarrollados. De los rubros técnicos, muy poco para decir por su corrección formal. Respecto de las actuaciones, sólo sale airosa Verónica Pelaccini, un escalón más abajo Lucas Crespi, que parece ser algo más que un carilindo, Sabrina Garciarena que no puede sostener un personaje anodino, y por último Damian Ganducci que intenta un trabajo actoral tratando de imitar a Paul Muni, esto es casi inexpresivo verbalmente, pero mucha mirada y mucho rostro, pero a kilómetros de distancia del genial actor de ”Soy un fugitivo” (1932), “La Buena Tierra” (1937), entre otras.
De amores y encuentros Lucas Blanco debuta en el largo y lo hace con una comedia romántica tan simple como relajada, si bien puede aparecer algún rasgo histérico entre las dos parejas que conforman la trama argumental, la pregunta es cuando acaso el amor no es histérico...?. Aquí hay encuentros y desencuentros al inicio en el Aeropuerto de Ezeiza entre los protagonistas, y a seguir como se irán desenrollando ambas historias con apasionamientos y rechazos, con idas y venidas, con deseos y alguna mentira, es decir ni más ni menos que lo que no suele a pasar a muchos de nosotros, sin quizás pretender que nuestras cotidianeidades sean volcadas en la pantalla. La pareja que compone la moza del bar y el argentino de vuelta en el país es más sostenida de guión y actuación que la de los más jóvenes, ergo los varones son facheros, y las chicas muy bellas, y en todos los casos dan buenisima fotografía en sus primeros planos. Una pregunta capciosa podría ser .....y si hacemos una donde no sean tan atractivos, tipo aquella "Marty" con Ernest Borgnine, que fué además sumamente realista en los años 50..?. Con algún que otro bache en el guión -seamos contemplativos ya que estamos hablando de una ópera prima-, y alguna lentitud por ratos, "Amor en tránsito" es una opción correcta sobre los avatares del controvertido acto de enamorarse y/o quererse.
Primer largometraje de Lucas Blanco, Amor en tránsito combina con buenos recursos dos historias de amor urbanas en medio de éxodos y migraciones. Idas y vueltas de argentinos nómadas e indecisos, porque tanto Mercedes (Sabrina Garciarena) como Juan (Damián Canduci) se debaten entre irse o quedarse en el país ante nuevas y desafiantes circunstancias afectivas. Ella termina los trámites que la llevarán a Barcelona donde un novio la espera y él arriba al país tras muchos años de ausencia, y ambos se cruzarán con dos personas que representarán un cimbronazo en sus vidas. Diálogos interesantes en el guión elaborado por Blanco y Roberto Montini, en los que el humor y la melancolía están presentes, van marcando una línea expresiva y dramática que sufre un corte algo abrupto. Porque la última porción del film ofrece una vuelta de tuerca inesperada pero confusa, en un intento de remedar la cinta de Moebius. Más allá de ese cierre no del todo logrado. Amor en tránsito ofrece un aceptable espíritu romántico y porteño, sostenido en parte por un cuarteto protagónico carismático a pesar de ciertos desniveles interpretativos y de marcación. Se destaca la creíble y sensible Verónica Pelaccini, la química entre Lucas Crespi y la bella Garciarena y la participación del siempre eficaz Carlos Kaspar.
Publicada en la edición impresa de la revista.