Ambiciosa historia que tiene como epicentro la entrañable historia de amor y amistad de tres sujetos que, además, en un momento tendrán que detener un posible atentado que pondrá en vilo al país. La falta de conexión entre el elenco y los aburridos diálogos, no logran imponer su propuesta, ni siquiera con el gran elenco que posee.
El film no tiene la emoción y frescura a la que nos tiene acostumbrados y termina siendo una decepción para quienes esperábamos con ansías la nueva producción del director newyorkino.
Una canción sin sentido El director David O. Russell, conocido por The Fighter (2010), Silver Linings Playbook (2012) y American Hustle (2013), regresa con una comedia dramática, Ámsterdam (2022), sobre un intento de Golpe de Estado en Estados Unidos a poco de asumir su primer mandato como presidente Franklin Delano Roosevelt en 1933 en medio de la crisis que siguió al colapso económico, relato basado en un hecho verídico aquí protagonizado por un inusual trío compuesto por un médico y un abogado, veteranos de la Primera Guerra Mundial, y una bella artista y enfermera. La investigación de la muerte de un senador norteamericano, Bill Meekins (Ed Begley), que fuera general de una brigada compuesta en gran parte por soldados afroamericanos durante la Primera Guerra Mundial, impulsa a Harold Woodman (John David Washington), un abogado negro que representa legalmente a clientes que no tienen a quien recurrir, a solicitarle a su amigo, el Doctor Burt Berendsen (Christian Bale), un médico experimental al borde de perder su licencia y abocado a ayudar a los veteranos con sus dolores, que le realice una autopsia al que fuera su líder en el ejército, un hombre mayor pero saludable que fallece repentinamente tras regresar del convulsionado continente europeo. Tras descubrir que el general fue envenenado, la hija de Meekins, Elizabeth (Taylor Swift), es arrojada debajo de las ruedas de un automóvil por un hombre que los amenaza a la vez que los culpabiliza del hecho. En su investigación para probar su inocencia los hombres se reencontrarán con una amiga del pasado, Valerie (Margot Robbie), artista surrealista y enfermera que los cuidó y los llevó a vivir con ella a Ámsterdam después de la guerra, pero también descubrirán un complot para derrocar el orden establecido y llevar a Estados Unidos hacia el fascismo por parte de una organización secreta con afinidades hacia los regímenes dictatoriales europeos y liderada por un grupo de empresarios preocupados por las promesas de campaña de Roosevelt. Ámsterdam es una película con un gran potencial que inexplicablemente toma decisiones polémicas, un tanto absurdas, que hacen chocar a la historia con la narración, como si ante un tema muy severo el director hubiera elegido relajarse y alejarse de la seriedad de la trama para no afrontar las consecuencias de la puesta en escena de una historia que siempre corre el riesgo de repetirse. En este sentido hay una serie de caminos elegidos muy criticables. Ya desde el comienzo Russell coquetea con la comedia con escenas repletas de gags y personajes histriónicos en una película ligeramente basada en un episodio histórico sobre un intento de subvertir la democracia, una decisión que no funciona muy bien con el talante de la propuesta. Otro punto un tanto ridículo es el de la aparición constante de nuevos personajes, todos interpretados por conocidos actores que se prestan al juego de Russell como si estuviéramos ante un desfile de estrellas de Hollywood y de la televisión que nunca termina. Así aparecen Robbie, Rami Malek, Anya Taylor-Joy, Chris Rock, Michael Shannon, Swift, Mike Myers, Zoe Saldana, Andrea Riseborough y hasta Robert De Niro en este cambalache de luminarias. Tampoco hay una gran reconstrucción de época, las actuaciones son demasiado exageradas y no está de más recalcar que la comedia no siempre funciona dentro de la lógica dramática de la película. Por otra parte, la historia sobre un grupo de empresarios reaccionarios asustados por las políticas de redistribución de la riqueza que salen a convencer a un general retirado seguido por muchos veteranos, las protestas contra la ley de compensación a los veteranos que tuvo momentos muy álgidos durante la década del treinta, el pintoresco personaje compuesto por Margot Robbie de una artista inspirada por las ideas surrealistas y la estética alrededor de su personaje son elementos muy desaprovechados, dado que el film debería haber ido claramente por ese lado. Cada vez que la propuesta asoma la cabeza hacia uno de esos espacios, como una mirada a la posguerra o algún atisbo surrealista, el relato succiona la narración hacia la comedia insensata que se mezcla con el drama histórico y la investigación de un crimen símil sátira absurda que yuxtapone cuatro películas en una. El final defrauda de sobremanera y es completamente literal sobre el apoyo de ciertos empresarios a las ideas fascistas que ganaban terreno en Europa. El personaje de De Niro, el General Gil Dillenbeck, una mímesis del General Smedley Butller, anuncia su discurso casi desde que aparece en escena por lo que no hay tensión alguna en toda la conclusión. Los diálogos son pobres, demasiado rebuscados, incluso aclaratorios, un mal del cine actual muy difícil de soportar que en raras oportunidades apela a la inteligencia del espectador, como si cada escena necesitara de una explicación innecesaria, lo que impide que los diálogos interactúen con la imagen salvo como aclaración. Tampoco hay secuencias en la hermosa capital de los Países Bajos ni demasiadas tomas que denoten una intención de reconstruir las épocas retratadas, salvo en el vestuario, dado que el lenguaje es contemporáneo y casi toda la acción transcurre en espacios cerrados como por ejemplo teatros, morgues, hospitales, casas y departamentos. Ámsterdam discurre sobre la libertad de amar, la amistad y la lealtad como valores a los que el ser humano puede aspirar, contrarios obviamente a todo el sistema capitalista y a toda su cultura de la avaricia y la represión, esquema que lo impulsa al fascismo cuando su hegemonía se ve amenazada por las protestas de la gran masa de excluidos en la expropiación de los recursos. El título es relegado así a una alusión a la idea de libertad, de un lugar utópico donde todo es posible, el tiempo se detiene y la felicidad aparece de repente. La comparación con los neofascismos y la recurrencia de la teoría del eterno retorno no son solapadas ni sutiles, intentando azuzar al espectador ante la posibilidad del regreso de las ideas belicistas y dictatoriales que hoy resurgen por todo el mundo ante la insistencia de los partidos políticos tradicionales de garantizar las tasas de ganancia extraordinarias para los empresarios y la redistribución de la riqueza en favor de los intereses de los más ricos, burlándose de sus votantes. Seguramente si Russell hubiera aplicado el mismo estilo narrativo de American Hustle, Ámsterdam hubiera funcionado a la perfección con algunos retoques de época, pero la película va hacia un combo inexplicable de drama histórico y comedia que definitivamente no funciona, desaprovechando a los actores, las temáticas y las estéticas que aborda tímidamente para abandonarlas minutos después y seguir produciendo escenas ilógicas que no siempre hacen reír.
Es sin dudas una comedia alocada, llena de personajes riquísimos animados por una desfile estelar pocas veces visto, con una mirada empecinadamente optimista en un mundo lleno de injusticias, de dolor y muerte y de una de las más temibles conspiraciones fascistas. El director y guionista David O. Russell (el mismo de El lado bueno de las cosas, El ganador, Tres reyes, La gran estafa) desarrolla un argumento de un argumento tan rico en personajes extravagantes es por momento un poco confuso para el espectador, pero cuando aparece un personaje central, encarnado por Robert De Niro, todo se encarrila mejor y adquiere impulso fluido y comprensible. Por eso vale la pena esperarlo y ver la película. Todo se inicia en Nueva York en l933, donde un médico especialista en métodos indoloros y con problemas físicos (Christian Bale) se une a su mejor amigo abogado (John David Whashington) porque la hija de un general quiere que investigan el supuesto asesinato de su padre. Creador del escuadrón donde ellos pelearon. El tiempo va para atrás y ubica a los amigos cuando conocen a una enfermera que junta balas de los heridos para hacer arte, (Margot Robbie), momento en que se afianza el trío y el interés amoroso del abogado por ella, y pasan un tiempo magnífico en Amsterdan. Pero aun con este título el corazón de la película se sitúa en otro tiempo histórico: Otra vez en l933 cuando aparecen la denunciante del asesinato, el hermano filántropo (Sam Reimi), su esposa Libby (Anna Taylor Joy) y el gran De Niro. Ahí todas las fuerzas están para contener e impedir una conspiración fascista que quiere apoderarse de todos los puestos de mando de EEUU. Los hilos de las historias se retuercen, se demoran y hasta se anudan en riquísimos ingredientes que tienen que ver con denuncias de racismo enraizado (el batallón negro ni siquiera tiene uniformes de EEUU), de represión a la libertad artística, de sentimientos desatados y contenidos, de ansias y sueños rotos. Y cada integrante del elenco (sigue la lista con Michael Shannon Zoe Saldaña, Mike Myers) se esmera para sacar lo mejor de si. Talentosos y entusiastas. El camino es arduo pero llega a buen puerto y vale la pena el esfuerzo.
Una conspiración llena de estrellas, una comedia en la que abundan las ideas y queda a mitad del proceso. «Ámsterdam» llega a los cines este jueves 6 de octubre.
"No puedes manejar la verdad!" – A Few Good Men LOCOXELCINE REVIEWS ESTRENO DE LA SEMANA COMEDIAESTRENO DE LA SEMANA Estreno de la semana: Ámsterdam Olivia Regis - 6 de octubre de 2022 Un médico, una enfermera y un abogado que se habían conocido en la primera guerra mundial se ven envueltos en un problema ya que los hombres se convierten en los principales sospechosos de un asesinato. Esta historia sucede en la década del 30’ y es una mezcla entre hechos reales y ficción. “Ámsterdam” es un largometraje estadounidense y canadiense estrenado el pasado 6 de octubre en Argentina. Pertenece a los géneros misterio, comedia e histórico. Cuando comencé a ver la película no sabía con lo que me iba a encontrar y la verdad es que me sorprendí. El filme es mucho más gracioso de lo que pensé que iba a ser y si bien se me hizo algo larga creo que es entretenido. La ambientación en general está bien hecha, aunque hay algunos artefactos fuera de época. Me gustó mucho la música utilizada en las distintas escenas, eso ayudaba mucho a crear una atmósfera de misterio. Quiero destacar el guión y la naturalidad de los intérpretes hablando en francés en ciertas partes de la cinta. Otro aspecto que le agrega mucha calidad a la producción es el vestuario. Es increíblemente bello y acorde a la época que quieren retratar. Se destacan las actuaciones de Christian Bale (Burt Berendsen), Margot Robbie (Valerie Voze), John David Washington (Harol Woodsman) y Anya Taylor-Joy (Libby Voze). Si les gusta el misterio con un toque de comedia entonces no pueden perderse “Ámsterdam”.
Tras varios años de muchos escándalos personales que salen constantemente a la luz, el director David O. Russell estrena su última película. Este jueves 6 de octubre, “Ámsterdam” llega a muchas de las salas del país. Integrada por un elenco de primer nivel compuesto por: Christian Bale, Margot Robbie, John David Washington, Alessandro Nivola, Anya Taylor-Joy, Chris Rock, Mike Myers, Robert De Niro, Taylor Swift y Rami Malek entre otros. Dos amigos que se conocieron en la primera guerra mundial, uno abogado y el otro doctor, buscarán revelar cómo murió quién era su superior en la guerra. Esto los llevará a una intrincada y secreta trama en donde se cruzaran con una enfermera que supo ser amiga de uno y amante del otro. Todo durante los días previos a que se desate la segunda guerra mundial. Una vez más O. Russell, mezcla hechos reales con ficción. Generando un primer acto dinámico y atrapante. Marcado por su estilo de diálogos veloces y montaje hiperactivo. Pero apenas la trama se complejiza y entra en el terreno de la investigación, todo se estanca y se vuelve innecesariamente rebuscado. Pierde toda esa fuerza de la primera parte y se empantana entre relaciones políticas y búsqueda de respuestas al misterio. Cabe destacar que la recreación histórica que presenta el departamento de arte, es sublime. Amsterdam de posguerra como aquel Estados Unidos de entreguerras se sienten auténticos. Todo acompañado por los bellos vestuarios, peinados y maquillajes de aquella época. Por otra parte, es interesante como el personaje interpretado por Christian Bale se convierte en “The Dude” escrito por los hermanos Cohen de “The Big Lebowski”. Se pasa todo el tercer acto drogado hasta las cejas y la trama le pasa por encima de manera más que divertida. Tenemos aquí un producto que se queda a mitad de camino, no es lo suficientemente hiperbólica como para ser una comedia, ni lo suficientemente afilada para ser una sátira contundente. David O. Russell se encuentra en una etapa complicada de su carrera, aun contando con el apoyo de muchos grandes de la industria, como lo demuestra “Amsterdam”. La película se encuentra a varios años luz de lo que supieron ser sus grandes hits.
Sátira con Christian Bale, John David Washington y Margot Robbie La nueva película del director y escritor David O. Russell, reúne a un descomunal elenco de estrellas para contar una historia tan ambiciosa como pretenciosa. Sobresalen momentos de ingenio que recuerdan a la estética lúdica de realizadores como Wes Anderson y Michel Gondry, así como algunas actuaciones individuales, pero la suma de las partes no hace a un gran producto o siquiera uno coherente. El film es un desperdicio de creatividad y potencial. Los protagonistas son Burt (Christian Bale), Harold (John David Washington) y Valerie (Margot Robbie), dos soldados y una enfermera que entablan amistad en Francia a fines de la Gran Guerra, disfrutan de un idilio en Amsterdam birlado de Jules y Jim (1962), se separan al regresar a América y vuelven a reencontrarse en 1933 implicados en un asesinato y la conspiración de poderes que lo rodea. Ambientada en el punto medio entre dos guerras mundiales, Amsterdam (2022) es una comedia negra, sátira social, misterio de asesinato, thriller político y épica histórica. El malabarismo de géneros es parte del show pero no se lleva bien con ninguno. Como thriller es predecible, como sátira obvia y el misterio central depende de demasiadas coincidencias como para ser atrapante. La película agota su energía desviando la atención hacia todos lados al mismo tiempo, incapaz de concentrarse en una sola idea mientras intenta conectarlas todas aceleradamente. Quiere ser un poco de todo: graciosa, seria, portentosa, casual. Percibe al mundo a través del realismo m histérico, exagerando hechos y analizándolos en tiempo mientras los despoja de emoción o interés. La narración en primera persona (de Bale) está cargada de aforismos sobre su propia importancia, rogando explícitamente por la simpatía de un público que no sabe tratar. En esencia la película se divide entre dos extremos: uno juguetón, despreocupado por la cohesión y estructura de su historia, simbolizado por la obsesión que sienten sus héroes por el found art y la poesía dadaísta (“No tiene sentido pero nos hace sentir bien,” explica uno); otro preocupado con total seriedad por la posible e insidiosa alza del fascismo dentro de la democracia, pregonando correctamente sobre la condena que espera a quienes olvidan la historia. En efecto, Amsterdam se inspira en el llamado “Business Plot”, una conspiración fallida de golpe de estado en EEUU en 1933 que fue desbaratada tan rápido que sus partidarios le restaron importancia o directamente negaron su existencia. En la representación y discusión de este hecho histórico la película traza varios paralelismos con el asalto al Capitolio de EEUU en 2021, el cual ha recibido un tratamiento similar por sus apologistas y parece estar teñido del mismo espíritu recalcitrante. David O. Russell sabe cuál es el mensaje de su película pero no termina de elegir el tono o el género. Apuesta a mantener un déficit de atención con un ritmo acelerado y a obnubilar a su audiencia con un elenco envidiable de estrellas. En el peor de los casos es un placer verlas compartir escenas (¡como hacen en las películas!) en vez de turnarse frente a una pantalla verde. El fallecido crítico Roger Ebert una vez describió otra película de Russell, Extrañas coincidencias (I Heart Huckabees, 2004), como “una máquina infernal que consume toda la energía que genera, guardando un poquito para apagarse sola”. No se ha perdido de nada.
El filme abre con un cartel que indica: "Mucho de esto realmente sucedió", cuando termina el filme uno se pregunta ¿Que sucedió en realidad en esta sátira social ambientada principalmente en Estados Unidos a principio de los años 30?. El texto en general termina siendo menos que la suma de las partes, partes que terminan por estar mal articuladas. Circula por demasiados temas, el amor, la amistad, las ideologías, el honor, el sacrificio. Simultáneamente es una comedia disparatada, un thriller político, una policial, todo junto sin definirse. Intentando sustentarse en la proliferación de personajes
Es un filme, si se quiere, de misterio, pero también una sátira social la que protagonizan Christian Bale, Margot Robbie y John David Washington en Amsterdam. "Mucho de esto realmente sucedió", pero a diferencia de hechos que los argentinos recordamos con vivacidad, no son muchos los estadounidenses que están al tanto del intento de golpe de Estado que sufrió el presidente Franklin D. Roosevelt en los años ’30. David O. Russell (El lado luminoso de la vida, Escándalo americano, Tres reyes) se nutre de ello e imagina una historia con tres amigos que se conocen en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, en Europa. Bale es el Dr. Burt Berendsen, que perdió un ojo en el conflicto bélico, y que junto a Harold Woodman (Washington) fueron asistidos por Valerie, una enfermera voluntaria (Robbie), que les extrae la metralla de sus cuerpos. Bueno, Valerie guarda todo el metal retorcido de los cuerpos de todos sus pacientes, para luego hacer “arte” con ella: teteras. Y es en Amsterdam adonde ella lleva al dúo de soldados a una suerte de retiro bohemio. Hasta que, de pronto, ella desaparece, estamos en los años ’30 y en Nueva York, el doctor, que ahora atiende sin cargo a otros veteranos de guerra heridos, y Burt, un abogado exitoso que quiere ayudarlo a montar una Reunión de veteranos de guerra, se ven incriminados como sospechosos de un asesinato. Necesitan salvar su buen nombre, antes de terminar presos, y allí, de manera imprevista, encontrarán a Valerie y volverán a formar ese trío de amigos -bueno, habrá algún que otro beso entre ella y Howard- que tan bien la pasó en la vieja Holanda, cantando canciones inventadas y bailando y bebiendo. Como le suele gustar a Russell, tiene un elenco con muchos papeles importantes, y también como le suele suceder, está lleno de estrellas de Hollywood. ¿Tienen para anotar? Al trío mencionado súmenle a Rami Malek y Anya Taylor-Joy, como el hermano de Valerie y su esposa, Robert De Niro como un general, Michael Shannon y Mike Myers como dos agentes muy especiales, Taylor Swift, Chris Rock, Zoe Saldana, El mensaje político que da Russell, que ve en el presente señales suficientemente preocupantes como para rescatar del olvido -apoyos de empresarios estadounidenses a golpistas… y sus simpatías con Hitler y Mussolini- es otro giro sorprendente, pero siempre dentro de una sátira en la que los gags son tanto verbales como físicos, y las vueltas de tuerca bien pensadas y mejor ejecutadas. Pero es eso que une a Valerie, Burt y Howard lo que mantiene la cohesión entre tantas sorpresas y personajes nuevos, que se suman nunca para confundir, sino para alimentar más a la trama. Bale se luce como comediante, Robbie es fascinante con su personaje misterioso y Washington, que en términos de actuación, es el más medido de los tres, dentro de un elenco notable en una película divertida y atrapante.
Algo parece estar pasando en la antesala del estreno de varias películas. Algunas llegan con expectativas desmedidas alimentadas por las redes sociales, los eventos de presentación, el interés por el material que las origina; otras precedidas de escándalos en el rodaje, declaraciones de críticos ofendidos, tensiones en su recorrido festivalero o por el prontuario de sus realizadores. Así pasó con Crímenes del futuro, No te preocupes cariño, Blonde. Por su parte, Ámsterdam es una película que asoma sin excesiva promoción, envuelta en las sucesivas demandas que debió afrontar David O. Russell por abusos y maltrato laboral, y adornada con los nombres de numerosas estrellas que eludieron declaraciones sobre los entretelones del proyecto. Pese a los rumores de posibles premiaciones, la crítica de Estados Unidos fue muy severa. Como suele ocurrir con el cine de David O. Russell, siempre son más grandes las aspiraciones de su ego que los resultados que ofrecen sus películas. En parte esa presunción ha sido alimentada por una corte de aduladores que lo vio en tiempos de El ganador (2010) como un émulo contemporáneo de Martin Scorsese. Russell nunca alcanzó a modelar un universo propio como el de su pretendido maestro, y menos a consolidar una sostenida amalgama entre su narrativa y las invenciones de su puesta en escena. Sus películas pecan de fragmentarias, su pulso iconoclasta nunca logra dar verdaderos avances en los géneros que aborda y sus personajes alternan magnetismo con arbitrariedades y caprichos. Pese a ello su cine tiene adrenalina, siempre quiere decir algo y no pasar desapercibido. Como lo demuestran El lado luminoso de la vida (2012) y Escándalo americano (2013), consigue escenas impactantes aún en narrativas con altibajos. Ámsterdam no es la excepción. Sin embargo, ofrece una mirada oblicua sobre aquella historia ambientada en los años 30, tras el surgimiento de los fascismos, que le permite echar luz sobre el presente. Russell nuevamente se apoya en géneros populares para alcanzar una posible alquimia: por un lado, el relato policial, agregado al noir la memoria bélica de la Primera Guerra y como corolario, el andamiaje del cine de espías, todo envuelto en el tono irónico de la sátira. Así la historia comienza en 1933 cuando Bert Berendsen (Christian Bale, un asiduo colaborador de Russell) y Harold Woodman (John David Washington), médico el primero y abogado el segundo, se encuentran tras la pesquisa del crimen de su antiguo general. Convertido en narrador, Berendsen nos conduce al pasado, a su involuntaria participación en la Primera Guerra Mundial, la pérdida de su ojo y la entrañable amistad con Harold, alianza desafiante del racismo de la época. En ese pasado está el paraíso y su nombre es Ámsterdam, ciudad que lleva el rostro de Valerie (Margot Robbie), la enfermera que curó sus heridas en el frente y unió a ese trío de bohemios en la víspera de una nueva tragedia. Inspirada en un intento de golpe de estado al gobierno de F.D. Roosevelt pergeñado por poderosos industriales, Ámsterdam utiliza el truco de los “hechos reales” menos como una validación que como una coartada. Lo que a Russell le interesa, bajo la voz de Berendson –que funciona como conciencia de la película pero al mismo tiempo como juglar de aquellas anunciaciones– es menos la revelación de la autoría del crimen del general Bill Meekins (Ed Begley Jr.), que la espesa trama que se teje para su ocultamiento. Allí la película adquiere su mayor dispersión, presentando personajes como estelares asistentes a un desfile –todos interpretados por nombres reconocidos- que llevan de un lado hacia otro la intriga, pero que resultan útiles para situarla en el ahora tanto como en la ficción del pasado. Ese camino se hace evidente con la aparición del personaje de Robert De Niro, enclave ostensible de un compromiso ético que la película busca defender. Es claro que esta vez Russell se mira en el espejo de Orson Welles. Ante semejante arrojo, ambiciones no le faltan. Aún ante el abismo que lo separa del director de El ciudadano, Russell entiende que en esta fábula de mártires y fracasados, en este oscuro tejido de intereses y conspiraciones, lo que sobrevive es el amor que mueve a sus personajes –como les ocurría a los de Welles-, que les permitió sobrevivir la guerra y el desprecio, el encierro y la injusticia. Les queda aquel paraíso perdido que fue Ámsterdam: no un anhelo imposible sino la voluntad de una lucha, un recuerdo atesorado para siempre en la memoria de los que han amado y sufrido, los que han ganado y perdido.
El segundo largometraje de David O. Russell, estrenado en 1996, se llamó Flirting with Disaster. Y ese “coqueteando con el desastre” es lo que hace 26 años después el celebrado guionista, productor y director neoyorquino. Caótica, ambiciosa, pretenciosa y decididamente fallida, Ámsterdam es una muestra más de los riesgos y las ínfulas de un cineasta al que le gusta filmar sin red. Y este salto al vacío lo hace junto a algunos intérpretes que suelen acompañarlo (desde Christian Bale hasta Robert De Niro) y otras figuras que completan un auténtico dream-team actoral: Margot Robbie, John David Washington, Anya Taylor-Joy, Zoe Saldaña, Rami Malek, Alessandro Nivola, Andrea Riseborough, Chris Rock, Matthias Schoenaerts, Michael Shannon, Mike Myers, Timothy Olyphant y la mismísima Taylor Swift. Sí, suficientes para completar un equipo titular y hasta un banco de suplentes pletórico de estrellas. “Gran parte de esto realmente sucedió”, asegura el cartel que precede a los agobiantes, extenuantes y por momentos irritantes 134 minutos del film. Es cierto que en esta maraña de romances, enfrentamientos, desgracias, asesinatos y persecuciones asoman hechos “inspirados” en la realidad (sobre todo la confabulación política que se reconstruye sobre el final con grupos fascistas tratando de hacerse con el poder), pero esta denuncia de la manipulación, la polarización y el totalitarismo (allí están las huellas concretas de Mussolini y Hitler para que no queden dudas) nunca encuentra su esencia, su corazón emotivo ni su rumbo. Parte comedia negra, parte drama romántico, parte film noir, parte fábula política, Ámsterdam pretende ser muchas cosas (o todas) a la vez y no termina por desarrollar ni explotar ninguna de sus múltiples y en principio auspiciosas aristas. Russell juega al cinismo misantrópico de los Coen, al espíritu satírico de Adam McKay y a la fábula estilizada de Wes Anderson y termina perdiendo en todos los terrenos. La película no divierte, no fascina, no conmueve. En el mejor de los casos se puede admirar el despliegue visual (la portentosa fotografía es del mexicano Emmanuel Lubezki) y los recursos de producción, pero a esta altura de la historia de Hollywood se trata de un consuelo bastante menor. Pasan muchas (demasiadas) cosas en esta historia ambientada en 1918 y 1933, y -pecado mortal- ninguna interesa demasiado. Hay algo así como un “triángulo” a-la-Jules y Jim entre Burt Berendsen (Christian Bale), un doctor que ha perdido un ojo en la Primera Guerra Mundial (y suele perder el de vidrio a cada rato), su mejor amigo y también exsoldado Harold Woodman (John David Washington) y Valerie Voze (Margot Robbie en plan morocha), una enfermera que salva la vida de Burt pero luego se enamora de Harold. Los tres bailan felices charleston en Amsterdam para 15 años más tarde reencontrarse en la mucho más sórdida Nueva York y en circunstancias bastante menos alegres. Y si ninguno de esos tres personajes protagónicos alcanza un mínimo de intensidad dramática, profundidad psicológica, carisma, encanto ni empatía al resto del multitudinario elenco le queda una participación casi testimonial en su lugar de víctimas o victimarios, de hombres rudos o mujeres fatales, de espías o mafiosos, de detectives o empresarios, de militares o políticos. Demasiado talento desaprovechado. Demasiado capricho acumulado.
David O. Russell encuentra poesía en la marginalidad. Su filmografía está llena de freaks que tienen estilo en su extravagancia: estafadores, yonquis, desocupados y sociópatas que habitan los bordes astillados del american dream y nos muestran el lado kitsch que todos llevamos adentro. Amsterdam continúa esa épica de los pobres, buscas, excluidos y silenciados que el cineasta trata como una especie exquisita y moribunda, una fauna involucrada esta vez en un misterio de asesinato, una historia de amor prohibido y un intento de golpe fascista en la década de 1930.
"Amsterdam", de la comedia policial al alegato político. El elenco multiestelar señala las intenciones de una película pensada para llevarse premios, tanto que deja sus costuras demasiado a la vista. En un contexto donde el álbum del Mundial es un asunto de estado, como demostró la reunión de hace un par de semanas entre parte del Gabinete nacional y representantes de la empresa Panini, llega la cartelera comercial Ámsterdam, una película a la que, si algo no le falta, son figuritas. Las tiene de todo tipo, desde los oscarizados Christian Bale, Margot Robbie y Rami Malek hasta otras afincadas en el ideario millennial como Anya Taylor-Joy y Taylor Swift, pasando por el legendario Robert De Niro, que sería la figu dorada. Es cierto que a lo largo de toda su obra el realizador David O. Russell (El ganador, El lado luminoso de la vida y Escándalo americano) siempre formó elencos de fuste. Tan cierto como que, durante el último lustro, las reuniones de estrellas de fuste se dan solo en películas que dicen algo sobre el mundo contemporáneo, como demostró el año pasado No miren arriba y su marquesina encabezada por, entre otros, Leo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchett y Jonah Hill. Si la película de Adam McKay era una sátira política bastante obvia sobre la mediatización de la política partidaria en la que resonaban los ecos de la Administración Trump, lo que dice, lo que grita Ámsterdam es lo mismo que surge de ojear cualquier portal informativo: guarda con los poderosos, cuidadito con quienes, en nombre del republicanismo y con muy buenos modales y formas, se quieren llevar puesto el sistema democrático para establecer un “Nuevo Orden”. Desde ya que no tiene nada de malo que una película establezca un punto de vista sobre la coyuntura. El problema es cuando ese deseo de opinar no es consecuencia de un camino narrativo previo, sino un conejo que se saca de la galera para darse ínfulas de importancia, tal como ocurre con Ámsterdam. pasó a bordo de ese barco. Justo cuando esa mujer está a punto de contarles quiénes y por qué querrían asesinarlo, un hombre la empuja bajo las ruedas de un auto. ¿A quiénes señalan los testigos? Pues a Burt y Harold, al loco y al negro, quienes deberán, mientras rastrean las huellas de los crímenes, probar que son inocentes. Un flashback retrotrae la acción hasta la Primera Guerra, donde ellos compartieron trincheras, la habitación de un hospital holandés y, durante varios meses, una hermosa amistad –y amor, en el caso de Harold– con la enfermera Valerie (Robbie). Enfermera que un día, de buenas a primeras, se evaporó sin dejar rastros. Tres criaturas muy distintas que se eligen como familia: un tópico recurrente en la filmografía de un director que ha hecho de los lazos humanos –los sanguíneos, pero también los generados por afinidades comunes– una de sus recurrencias. Menuda sorpresa se llevan Burt y Harold cuando, siguiendo las pistas, llegan hasta un millonario (Malek) cuya hermana no es otra que Valerie. Ámsterdam se quiebra con el reencuentro: lo que hasta allí era una comedia policial de enredos sobre dos descastados intentando evitar la cárcel con la crisis de 1930 como marco, empieza a mutar hacia hacía el alegato político a raíz de una conspiración que involucra distintos sectores de lo que un ala del progresismo argento llamaría “poder real”. Los créditos, que comparan un discurso ficticio con el original, coronan una película pensada como alerta.
Si hay un director que con el paso del tiempo se fue volviendo un experto a la hora de manejar elencos plagados de estrellas, es David O. Russell. Es por eso que cuando se anunció Ámsterdam, fuimos varios los que nos emocionamos. Sigan leyendo y entérense que me pareció este nuevo proyecto. La trama sigue a dos ex combatientes de la Primera Guerra Mundial, que se ven involucrados en el asesinato de quien fue su oficial superior y la hija del mismo. Ahora ambos deberán averiguar qué está pasando mientras intentan no ser los próximos en morir. Como suelen ser las películas de Russell, tenemos una comedia que toca un tema serio; que en este caso no vamos a contar mucho para no andar haciendo spoilers, pero que, en esta ocasión, terminan perjudicando a la película. Porque si de algo peca Ámsterdam, es que pareciera no saber qué nos quiere contar, hasta bien entrada una hora de metraje. Esto hace que pese a algunos chistes que si funcionan (y con un humor no apto para todo público), no sepamos bien qué pasa; sosteniéndose solo por el buen hacer de los actores principales. Pero no se confundan, no estamos diciendo que veamos actuaciones de nominación para los Oscar. De hecho, a quién más podríamos destacar es a Margot Robbie y ya; con el resto solo teniendo un aprobado. También podríamos hacer foco en la fotografía; con algunos escenarios recreando la época donde sucede la película (en el medio de ambas guerras mundiales), pero en otros momentos notándose demasiado que es un escenario, y no un lugar real. Así que hay partes que son dignas de Oscar, y otras que pareciera el primer proyecto de un estudiante de cine. En conclusión, para no extendernos de más, y aparte porque tampoco hay mucho más que decir, Ámsterdam termina dejando bastante gusto a poco. Con un gran elenco que hace lo que puede con una historia que no les exige demasiado, vemos como gracias a ellos la película logra salir adelante. Demasiado poco para la cantidad y calidad de nombres que había en este proyecto.
En el inicio, se puede leer la leyenda: "Mucho de esto realmente sucedió"...Escrita y dirigida por David O. Russell, "Amsterdam" es una comedia plagada de estrellas, que mezcla géneros: comedia, sátira, misterio... Cada una de las apariciones de las celebridades se presenta de manera exagerada, me hizo acordar a esa novelas en las que cada "estrella" giraba la cabeza para que el espectador se sorprenda. Está tan plagada de personajes, que resulta abrumadora. La historia comienza cuando en la Primera Guerra Mundial Burt Berendsen (Christian Bale) y Harold Woodman (John David Washington) son heridos (Burt pierde un ojo) y la enfermera Valerie (Margot Robbie) les salva la vida sacándoles las balas del cuerpo, que después colecciona, para hacer arte. Desde allí forjan una amistad especial. Harold y Valerie se enamoran y los tres viajan a Amsterdam adonde viven felices un tiempo hasta que Burt, decide volver a Nueva York porque extraña a su distante esposa Beatrice (Andrea Riseborough). Al poco tiempo se divorcian y su suegro le quita el privilegio de tener un consultorio en la Quinta Avenida. Allí Burt se dedica a atender veteranos desfigurados a causa de la Guerra, en cualquier lado. La vida vuelve a unirlos ante la sospechosa muerte del General Bill Meekins (Ed Begley Jr.) y para resolver el misterio recurren a Valerie que vive junto a su hermano Tom (Rami Malek) y su cuñada Libby (Anya Taylor-Joy) en un gran mansión. Juntos son testigos de otra muerte y necesitan demostrar su inocencia. En paralelo a esta situación, Tom pretende convencer al General Gil Dillenbeck (Robert De Niro), para que lea un discurso en la Gala de Reunión de Veteranos de Nueva York con el fin de derrocar al gobierno de Roosevelt. En este guion enmarañado, siguen los nombres: Chris Rock, Taylor Swift, Zoe Saldana, Mike Myers, Michael Shannon...y la lista continúa. El diseño de producción, vestuario y maquillaje son deslumbrantes. La ambiciosa historia de 134 minutos abre tantas puertas entre lo real y la fantasía que termina siendo confusa. Sólo por el cast y la recreación de los años 30', puede valer la pena.
Ámsterdam, la nueva película de David O. Russell, es la prueba de que el cine es otra cosa, y de que por más que una película tenga un elenco repleto de estrellas, una fotografía perfecta y una banda sonora exquisita, puede ser mala. El cine tiene poco que ver con la excelencia del rubro técnico y con la profesionalidad de los actores. El cine se acerca más a lo que un director hace con la historia que cuenta, lo que transmite, el efecto modificador que produce en el espectador. Russell cuenta una historia tan aburrida, enredada, vueltera, sin vuelo, sin sentido e incapaz de transmitir emoción alguna que no vale la pena verla ni cuando la pasen por el cable. Es probable que hasta los actores y actrices que participan en la película (Christian Bale, Margot Robbie, Anya Taylor-Joy, Rami Malek, John David Washington, Robert De Niro, Michael Shannon, Alessandro Nivola, Chris Rock, Mike Myers, Zoe Saldana, Taylor Swift, Andrea Riseborough, entre otros) se sientan avergonzados cuando tengan que incluirla en el curriculum vitae. Ámsterdam está hecha para el olvido, para ser rechazada por cualquier espectador que ame el cine o que tenga ganas de ir a ver algo que lo interpele, que lo emocione, que lo entretenga, que lo haga pensar, que le cambie la vida o se la haga amena por un par de horas. Si una película no logra alguna de estas cosas, no merece el tiempo del espectador. El disparador de la trama, ambientada en 1933 y en 1918, es el cadáver de un oficial importante al que Burt Berendsen (Christian Bale), un doctor con un ojo de vidrio, tiene que hacerle una autopsia porque hay sospechas, sobre todo de la hija (Taylor Swift), de que lo mataron por tener información sobre un complot fascista para derrocar al gobierno de Roosevelt. Luego aparecen el abogado Harold Woodman (John David Washington) y la enfermera Valerie Voze (Margot Robbie), quien les salvó la vida (tanto a Woodman como a Berendsen) en 1918, año en el que se conocen y se hacen amigos (entre Woodman y Voze también nace el romance). Así queda conformado el trío protagonista de la sátira conspiranoica de Russell, cuyo vaivén cómico se torna cansador y repetitivo, a tal punto que los actores empiezan a transmitir cierta incomodidad, como si se dieran cuenta de que están en una película carente de gracia y de alma. Ni siquiera el discurso antifascista que pronuncia el personaje de Robert De Niro logra transmitir la mínima emoción como para rescatarle algo a una película que no entrega nada interesante y que se enreda a cada rato en subtramas que no enganchan nunca. Russell supo hacer grandes películas, como su opera prima, Secretos íntimos (1994), en la que se anima a arriesgarlo todo con un argumento de incesto polémico, o como la maravillosa El lado luminoso de la vida (2012), en la que inmortaliza el desequilibrado romance entre los personajes de Bradley Cooper y Jennifer Lawrence. Pero en Ámsterdam el humor no hace gracia y la historia se demora muchísimo para decir algo que cualquier película decente lo dice a los cinco minutos. Da la impresión de que Russell quiso hacer su gran película norteamericana basada en la vida de un general que luchó para que en su país no se instalara el fascismo. Sin embargo, patina en una inane sátira política con elenco desperdiciado.
Amsterdam tiene una enorme ambición que muestra a las claras que su director, David O. Rusell, decidió volver con todos luego de siete años sin estrenar un largometraje. Desde hace más de veinte años Russell ha sido valorado por la crítica y tenido en cuenta a la hora de los premios anuales. A pesar de estar siempre entre los más prestigiosos su cine no parece particularmente memorable y de hecho todavía resulta algo confuso su universo, si acaso tiene alguno. Amsterdam cuenta la historia de dos militares y una enfermera que se conocen en un hospital durante la Primera Guerra Mundial en Europa. Unidos por el destino, deciden convivir en Amsterdam, aunque el destino los separa por un tiempo, para encontrarlos más adelante en la ciudad de Nueva York. Los hombres son Burt Berendsen (Christian Bale), un oficial obligado a ir al frente por mandato de su familia política y que años más tarde su falta de prejuicios y su solidaridad con los ex combatientes lo ha convertido en un médico respetado entre sus pares y despreciado por sus suegros y su mujer. El otro es una abogado negro, Harold Woodman (John David Washington) que sufrió y sufre la discriminación de una sociedad racista contra la que lucha tratando de hacer lo correcto y la enfermera es una joven de clase alta llamada Valeria Voze (Margot Robbie) apasionada del arte, oveja negra de su clase, acusada de estar loca, siempre buscando en las expresiones artísticas el sentido de la vida. Así que la historia transcurre en dos épocas, narrando con euforia y desprolijidad, aquellos años de entreguerras, cuando la ilusión de una paz duradera comenzaba a verse ensombrecida por el ascenso de los fascismos al poder en Europa..La película mezcla aventura con policial, drama bélico con romance, no le faltan números musicales ni escenas truculentas. Todo esta mezcla le da energía de forma esporádica y dispersa, sin encontrar de manera firme un rumbo. Porque Amsterdam es, sobre cualquier otra cosa, una sátira política sobre tres héroes imposibles que se unen para detener una conspiración para derrocar al presidente de Estados Unidos. Basada, increíblemente, en hechos reales. Algo falla en la película cuando una vez que hay personajes secundarios que pedían más protagonismo pero nunca lo alcanzan, situaciones que no se terminan de resolver y que muestran una posible duración mayor del relato, cortado tal vez para darle una duración larga pero no tanto. Algo de limitación se observa también en la forma algo inocente con que se describe la vida bohemia del trío en Amsterdam. La película promete ser atrevida pero finalmente nunca lo es. En cuanto a la conspiración, ahí sí logra el interés y la fuerza necesarias para atraer. Es una buena historia, aunque el mostrarla con humor tiene cierto riesgo. El director y guionista David O. Russell tuvo varios títulos interesantes hasta que se volvió un mimado de los críticos y los premios con Tres reyes (1999), con El lado luminoso de la vida (2012) logró popularidad y aún más prestigio y con Escándalo americano (2013) mostró los primeros indicios de autoconciencia que perjudicaron algo del encanto de su cine. Esto último se multiplica en Amsterdam. Lo que también se potencia es el elenco.. A los tres protagonistas mencionados -y donde hay que decir que Christian Bale sobreactúa de forma notable- hay que sumarle a Chris Rock, Taylor Swift, Anya Taylor-Joy, Mike Myers, Rami Malek, Timothy Olyphant, Zoe Saldaña, Michael Shannon y Robert De Niro, aunque los nombres famosos no terminan ahí. Es divertido ver como siguen apareciendo estrellas en cada escena. Esto es más divertido que la trama en sí misma. Lo que resulta algo más complicado de seguir es el afán del director por poner recursos modernos en una trama de época. No está prohibido, pero al hacerlo, aquí el resultado es emocionalmente negativo y narrativamente contradictorio. Entramos y salimos de la historia por los chistes, los carteles, los ángulos de cámara y los juegos que el director elige utilizar. Parece que le aterrara la épica de sus protagonistas, personas comunes en un entramado complejo. O al revés, un entramado común y corriente que amenaza con volver complejo a todo un país. Hay alguna alegoría política del presente y por eso la modernidad narrativa? No es posible asegurarlo, pero sí queda claro que es un discurso contra los totalitarismos europeos del siglo XX. Como regalo, la película al menos tiene una gran actuación de Robert De Niro, más sólido y firme que el resto del elenco.
Ámsterdam suma otro aporte al género de la comedia de misterio que volvió a cobrar notoriedad en el último tiempo. Hace poco tuvimos el estreno de Mira como corren que trabajaba la misma temática. La nueva película del director David O´Russelll (The fighter, American Hustle) padeció un castigo brutal de la prensa norteamericana que parece estar más relacionado con el desprecio que generó el artista en la industria de Hollywood, más que con el contenido de la propuesta. O´Russell se vio envuelto en numerosos escándalos por golpear a Christopher Nolan en una fiesta, el maltrato de los artistas con los que trabaja y una demanda por abuso sexual que inició su sobrina trans. Cuestiones que no deberían inferir en el análisis de sus filmes. Su nueva obra está lejos de ser la peor película del 2022 como dieron a entender en la crítica estadounidense y más allá de algunas debilidades consigue brindar un entretenimiento decente. Por el simple hecho de poder disfrutar a Christian Bale en un rol más cómico vale la pena darle una oportunidad. La trama está inspirada en hechos reales y se relaciona con un intento de golpe de estado que hubo en los Estados Unidos a fines de la década de 1930, orquestado por grupos de extrema derecha y el conglomerado empresarial. A partir de esa premisa el director construye un relato donde la tradicional comedia screwball hollywoodense se combina con el misterio policial. A través de un reparto de personajes excéntricos, interpretados por numerosas figuras famosas, Ámsterdam elabora un espectáculo entretenido con una impecable puesta en escena, donde sobresale especialmente la fotografía de Emanuel Lubezki. Aunque la trama se desarrolla en los años ´30 el director establece un inevitable paralelo con el resurgimiento que tuvieron en el último tiempo los partidos políticos de extrema derecha y los grupos supremacistas norteamericanos. Dentro del reparto, la buena química que gesta Bale con Margot Robbie y John David Washington representa el corazón del argumento y consigue que la película resulte llevadera. Entre las participaciones secundarias Rami Malek, Zoe Saldaña y Robert De Niro tienen el espacio para destacarse junto con las intervenciones de Mike Myers y un irreconocible Timothy Olyphant. La gran debilidad de esta propuesta, que le impide ser una mejor película, reside en la narración de O´Russell que se vuelve por momentos confusa en la intención de generar una intriga más compleja. Por otra parte, la resolución del misterio se dilata demasiado y en consecuencia la película se hace más larga de lo necesario. Aunque se olvide enseguida tras su visionado Ámsterdam es mucho más amena de lo que dan a entender sus detractores.
Una gran característica de muchos de los films de David O Russell es un elenco coral, con alternaciones e intervenciones muy precisas y rápidas. Su gran ejemplo de eso fue la nominada American Hustle (2013). Aquí intenta hacer algo similar, con una tónica un poco más humorística, basándose en un caso real pero que bajo ningún punto de vista se siente verídico porque sus personajes no lo son. Lo cual no es algo malo, el elenco es inmenso y la gran mayoría brinda actuaciones muy buenas. Pero todo el tiempo percibimos como espectadores que están en un código que no se asemeja con una realidad. A mí eso me sacaba siempre de la historia, porque por más que tiene un gran ritmo nunca pude conectar con el artificio ofrecido. Amén de eso, el elenco es brillante. Ya de por sí el trío protagónico compuesto por Christian Bale, Margot Robbie y John David Washington tiene una gran química. Y luego el gran desfile de secundarios que va desde el mismísimo Robert De Niro hasta Taylor Swift. Pero la pregunta que me hago es si el film funcionaría o no sin estas estrellas y creo que se vería bastante afectada. La historia presenta algunos giros y contra giros interesantes y la puesta está muy bien. Pero siento que me voy a olvidar de todo en breve. En definitiva, Ámsterdam en un buen film para pasar el rato y ver a tus actores y actrices favoritas, pero no mucho más que eso.
El todoterreno Christian Bale. David O. Russell/Christian Bale fueron una buena dupla de director/actor en dos oportunidades, con películas como El ganador y Escándalo americano la expectativa era demasiado alta dado los precedentes de sus filmes previos. ¿La historia? Ambientada en los años 30, tres amigos que se conocían desde la Primera Guerra Mundial se ven involucrados en un asesinato que no cometieron lo que los conduce a resolver el misterio si no quieren ser los próximos en caer. Christian Bale, Margot Robbie y John David Washington exhiben una química encomiable y funcionan muy bien como trío. Destaco a Bale, que al menos borra por completo el destrato que tuvo en Thor: Amor y trueno, mientras que la intervención de Robbie no me molestó en lo absoluto pese a que en los últimos años aparece hasta en la sopa. Y con Washington completando el triángulo protagónico tenemos una gran mezcla de géneros: misterio, historia y comedia. Aunque el género de misterio nunca deja de ser atrapante (con reminiscencias del universo de Agatha Chistie), mi principal objeción es que el filme se toma su tiempo para presentar el conflicto inicial, lo cual remonta a la hora de poner a sus protagonistas manos a la obra. Dentro del reparto tenemos también las apariciones de Chris Rock, Zoe Zaldana, Anya Taylor-Joy, Raimi Malek, Taylor Swift y Robert De Niro (presente en otros filmes de Russell como El lado luminoso de la vida y Joy: el nombre del éxito), cuyas participaciones denotan un gran manejo del director para integrarlos a la trama en su justa dosis. Otro detalle destacable es la ambientación de la época en la que transcurre la película, que ayuda a equilibrar el género de comedia y darle un tanto de seriedad en el conflicto que aborda desde el vamos. En conclusión, tenemos un gran reparto coral con buenas interacciones, a un Christian Bale bien aprovechado y una historia atrapante, pero también como dije antes la duración es un foco de conflicto. Con 15 minutos menos el resultado final sería todavía más positivo. Ámsterdam es entretenida, sin pretensiones a un Oscar (algo que contrasta con los filmes previos) que deja en evidencia que de no ser por su reparto, tendríamos una historia más que genérica.
El elenco, aclaremos, incluye más nombres y sorpresas (Taylor Swift, Robert De Niro) pero no cabe todo. Como no cabe toda la trama en esta reseña: básicamente tres personas que se volvieron muy amigos en la Primera Guerra Mundial se vuelven a reunir quince años después y de ven envueltos en un crimen y una conspiración política. David O. Russell, el realizador, no ejerce aquí por primera vez su gusto por el caos cómico: es casi un estilo de la casa, a veces más simple (Escándalo americano) a veces, decididamente esotérico (Yo amo Huckabees). Pero sí es la primera vez que mete todo: desde el romance raro de El lado luminoso de la vida hasta la ironía política de Tres Reyes. Como si Amsterdam fuera un resumen que, de paso, busca ser interpretado como metáfora del hoy. Pero detrás podemos pensar que hay otra cosa: un director recordando qué lo hacía feliz (el pasado de los personajes en ese Amsterdam idílico) y por qué hoy no puede serlo. Se pregunta -y es probable que su respuesta, por muy cómica que logre ser por momentos, esté equivocada, y lo sabe- para qué sirve hoy hacer películas. El resultado se acerca más a un collage en el que todo pasa rápido y lujoso, pero sin que sepamos exactamente dónde estamos parados. Quizás esto sea, después de todo, un ejercicio de nostalgia teñido de desesperanza: signo de los tiempos.
Entre sombras y a la espera La película ofrece un retrato visual de los años ’30 impactante y sombrío, con nazis norteamericanos que tejen alianzas y aguardan su hora. Guste más o guste menos, el director David O. Russell tiene una filmografía de rasgos distintivos, con personajes delirantes (interpretados por una galería notable, que siempre le acompaña), que delinean una obra a veces de rasgos sobresalientes (como en I Heart Huckabees y American Hustle) y otras tantas sobrevalorados (como quizás sucede con El lado luminoso de la vida). De todos modos, su puesta en escena llama siempre la atención, hamacada entre el retrato “serio” y un abordaje cuidadosamente caótico, según sea el caso. De esta manera puede pensarse Ámsterdam, su más reciente producción, estelarizada por un elenco impagable y personajes estrafalarios, situada en los años ’30 y en el medio de un incontenible florecimiento nazi-fascista durante el gobierno de Roosevelt. Así las cosas, el film articula la amistad entre dos veteranos de guerra que se ven envueltos en una conspiración cuyas garras asoman. Uno de ellos, Burt (Christian Bale), es médico, le falta un ojo, tiene serios problemas de espalda, y ayuda a quienes padecen horrores parecidos; pero también sufre el desconcierto de un amor no correspondido, por el que fue a la mismísima guerra con tal de probar gallardía y ser aceptado en el cenáculo social de la amada. Por otra parte, Harold (John David Washington) es el soldado negro que en el frente debió usar uniforme francés ante la vergüenza de la propia milicia, blanca y estadounidense. Los dos están atados por un pacto de cuidado mutuo, el que es médico no sabe nada de armas, el que sabe disparar no sabe nada de cuidados médicos. Ambos coinciden en una sala de emergencias, al cuidado de Valerie (Margot Robbie), una enfermera que almacena las balas extraídas de los cuerpos a la manera de un botín. Entre los tres, el equipo parece estar completo. Pero esto no es más que uno de los capítulos, por así decir, del entramado argumental de Ámsterdam. La situación que dispara el asunto para explicar el quién es quién de sus personajes, tiene que ver con una muerte sospechosa –la del militar con quien sirvieron durante la guerra– y un crimen consecuente: parece que hay intereses detrás de estas muertes y los dos amigos van a tener que correr por sus vidas. De manera simétrica, el dúo protagonista tendrá que vérselas con otras parejas igualmente rocambolescas. Por un lado, la que protagonizan los dos policías (Matthias Schoenaerts y un estupendo Alessandro Nivola, cuya estupidez no tiene rival), y por el otro, la dupla de espionaje que conforman el norteamericano Henry (Michael Shannon) y el inglés Paul (Mike Myers): a propósito, qué gusto volver a ver a Myers en pantalla, con una gestualidad precisa y refinada, a la par del temperamental Shannon; entre los dos construyen algunos de los mejores pasos de comedia de la película. El director David Rusell. Ahora bien, la comedia en cuestión se esboza de a poco y desde un tono que nunca desborda. La construcción del argumento, su puesta en juego disparatada, tiene mucho de comedia de enredos pero nada de slapstick. De este modo, Ámsterdam encuentra un tono inteligentemente sobrio y esto puede dejar un tanto desconcertado a más de uno; es decir, se trata de una notable recreación de época –prestar especial atención a la dirección fotográfica del maestro Emmanuel Lubezki– que sin embargo adquiere matices raros, de personajes que no están del todo en sus cabales porque, sencillamente, habitan en un mundo todavía más demente. Y esto es algo que bien puede rastrearse en la filmografía del director, cuyos personajes alterados deben lograr convivir en un entorno que procura normalizarlos, aun cuando sean ellos, justamente, los que pueden ver de otras y mejores maneras lo que sucede. De hecho, es gracias a la afinidad entre Burt, Valerie y Harold, que el mundo tiene todavía salvación. Porque es en virtud de las pesquisas desgarbadas del trío que el signo gráfico que cifra un misterio –hay un “Grupo de los 5” dando vueltas por allí, a la manera de un folletín pulp– será revelado y de alguna manera anunciado: hay otra guerra en camino. Desde ya, ello no equivale a ser escuchados. La lección que enseñan estos tres no es de carácter pretérito, sino que entreteje cuestiones bien actuales, entre ellas y de manera astutamente “ingenua”, la película expone la confabulación que desde las sombras llevan adelante importantes empresas norteamericanas. El objetivo se expone claro, el film así lo dice y sin vueltas: todo sea por obtener más riquezas. La complicidad entre éstas y el fascismo es tácita, y Ámsterdam la subraya a partir del encastre argumental que supone el General Dillenbeck (Robert De Niro), cuya retórica patriótica es pasible de ser utilizada para fines diversos. En este sentido, una presentación teatral, con discurso moralizante y fondos non-sanctos, enfrentará a todas las partes en busca del desenlace. Pero más allá del resultado y tal como el film sintetiza, habría que ser ciegos para no ver la esvástica que la clase alta dibuja en sus jardines de palacio.
Se estrenó en salas de cine la última película del director de “El lado luminoso de la vida” y “Escándalo americano”, una historia cargada por demás de información, tramas y personajes pero que resulta visualmente impactante, con multiples recursos que se aprecian en la pantalla grande y un elenco estelar que no defrauda. En “Amsterdam” el director sitúa al espectador en los años 30 de New York, aunque también lo hace viajar a la Primera Guerra Mundial y a la ciudad que le da el titulo a la película para contar como tres personas forjan una amistad muy particular que los lleva a desentrañar una oscura conspiración: Burt, un medico que pierde el ojo en batalla (C. Bale) y Harold, un hombre de color que luego de combatir se transforma en abogado (J.D Washington) conocen luego de sobrevivir a la Primera Guerra Mundial a Valerie, una enfermera tan hermosa como extravagante (M. Robbie). Entre ellos nace un vinculo de amor y amistad que por el devenir de los hechos queda pausado hasta su reencuentro, muchos años después en Estados Unidos. Los protagonistas del filme se ven envueltos en un misterioso asesinato que desencadena otras muertes, sospechas y conspiraciones sociopolíticas y económicas de carácter internacional. Para poder resolver los asuntos vinculados a este asesinato y descubrir que se esconde detrás necesitan la ayuda de muchos personajes, pero sobre todo del General Dillenbeck (Robert De Niro). «Amsterdam” es pretenciosa, con un exceso de información y personajes que por momentos resulta apabullante. Sin embargo Russell hila con inteligencia y mucho riesgo una historia inspirada en hechos reales con un elenco sólido y rubros técnicos de calidad. La fotografía, el diseño de producción y la música son impecables y de gran atractivo en la pantalla grande. Un filme cuya pretencioso, sin duda, pero que aporta una buena dosis de cine a la actual cartelera. Opinión: Buena.
David O. Russell director de «Three Kings» (1999), «Silver Linings Playbook» (2012) y «American Hustle» (2016), nos trae un peculiar relato basado muy libremente en una conspiración real, donde un grupo de gente adinerada buscaba manipular a cierta figura política para hacerse con el poder en EEUU e instalar una dictadura fascista. Este hecho es una excusa para mostrar los extraños y desiguales acontecimientos que rodean a los personajes de «Amsterdam». La carrera de Russell resulta muy ecléctica y heterogénea con relatos que van desde la comedia familiar como en «Flirting With Disaster» (1996) hasta el absurdo de «I Heart Huckabees» (2004), y también dramas basados en hechos reales como «The Fighter» (2010) que lo pusieron en el ojo de la academia de Hollywood y lo llevaron a coquetear más con el «prestigio». «Amsterdam» nos llega 7 años después de su último trabajo cinematográfico, «Joy» (2015), y busca aglutinar elementos de varios géneros y de prácticamente toda su filmografía para contar una historia bastante atractiva que termina sufriendo algunos inconvenientes a nivel narrativo como producto de su gran ambición. El largometraje que va desarrollándose en dos líneas temporales bien delimitadas (el presente en los años ’30 y el pasado entre los 10’ y los ’20) comienza con la muerte de Bill Meekins, un ex combatiente de la Primera Guerra Mundial y conocido del abogado Harold Woodman (John David Washington) y el médico experimental Burt Beredsen (Christian Bale). Ambos habían servido en el ejército junto a Meekins y son abordados por la hija del difunto (Taylor Swift) para ver si pueden realizar una autopsia y ver si murió por causas naturales o si se cumple la sospecha de que fue asesinado. Tras descubrir la verdad del asunto, el dúo protagónico es inculpado de un crimen y se ve obligado a escapar. Ni bien ambos se pongan a investigar en profundidad qué se esconde detrás de los asesinatos, empezarán a verse inmersos en medio de una trama enrevesada que es mucho más grande y profunda de lo que imaginan. En su investigación para probar su inocencia los hombres se reencontrarán con una amiga del pasado, Valerie (Margot Robbie), una peculiar enfermera que los asistió durante las lesiones que sufrieron en la guerra y con la cual convivieron más tarde en Ámsterdam una vez concluido el conflicto bélico. En primer lugar podríamos decir que la película busca replicar la fórmula exitosa de «American Hustle», donde también había una trama de intriga, algunos personajes excéntricos y un gran elenco de estrellas dispuesto a compartir el foco de atención para enaltecer el relato, no obstante, en esta oportunidad esta comedia dramática posee un guion un tanto accidentado que, muchas veces, se arrastra debido no solo a la gran cantidad de personajes que posee sino también a las idas y vueltas temporales, a un cambio en el enfoque narrativo (principalmente el narrador es el personaje de Bale pero por momentos cambia el punto de vista sin ningún tipo de justificación) y a una constante exposición (o evocación del conflicto principal) de información para «ubicar» continuamente al espectador. Por otro lado, el principal problema es que no termina de decidirse en qué camino tomar, el relato arranca como una especie de whodunnit o thriller de intriga, para luego pasar a ser una comedia dramática, un drama romántico y una especie de sátira con un comentario político-social que busca emparentar un hecho verídico del pasado con la actualidad de la sociedad norteamericana. El film intenta ser demasiadas cosas, producto de una gran ambición y no termina siendo ninguna probablemente. Sin embargo, hay varios elementos interesantes que no terminan de hacer tambalear al film y que son producto de la habilidad de Russell como director y narrador. La química entre el trío protagónico, el desarrollo de un grupo variopinto y extravagante de personajes, que por momentos recuerda a los diversos interlocutores que suele crear Wes Anderson o Tim Burton dándole características distintivas y acordes a una extrañeza particular, y una puesta en escena completamente inspirada hacen que uno no termine de despegarse de «Amsterdam» incluso cuando en su desarrollo se sienta algo extensa y derivativa. A su vez, la fotografía de Emmanuel Lubezki («The Revenant», «Gravity») le dan un look visual maravilloso como es de esperar en cada trabajo del Chivo. «Amsterdam» es una película interesante, ambiciosa y seductora en varios aspectos, pero también algo fallida y dispareja en otros. Un film que probablemente no sea de lo mejor que dio David O. Russell, pero donde aún se pueden observar varios elementos de su talento como narrador.
Hay dos cosas que son ciertas sobre Amsterdam: es una película que vale la pena ver y que no sabe qué quiere ser. Si miran el trailer, probablemente piensen que Amsterdam es una comedia de época sobre una graciosa banda de criminales. Pero nada que ver: relata el descubrimiento de un complot fascista en Estados Unidos durante los años 30. La conspiración, tramada por banqueros y financistas, habría pretendido derrocar al presidente demócrata Franklin Delano Roosevelt, conocido por sus planes sociales y política progresista, e instalar, en territorio americano, a un dictador de derecha como Mussolini o Hitler. No es un invento de Amsterdam. El guión se basa en un alegato real, que el general retirado Smedley Butler presentó ante el Congreso estadounidense en 1934. Si bien el comité congresional que investigó el tema no pudo comprobar las acusaciones del general, tampoco las desestimó. De hecho, el comité advirtió que, aunque la conspiración no avanzó, sí fue contemplada. (No nos olvidemos que, en 1939, se organizó un festival Nazi en pleno Madison Square Garden. Así que el fascismo estaba más que presente en Estados Unidos). Amsterdam toma este alegato histórico para construir una ficción. Quienes revelan el complot son tres personajes inventados: el doctor Burt Berendsen, el abogado Harold Woodsman y la enfermera, artista y falsificadora Valerie, cuyo pasado y conexiones familiares son un misterio. Los tres se conocen durante la Primera Guerra, cuando Burt y Harold son heridos y caen bajo el cuidado de Valerie. Ahí entablan una amistad que profundizan durante la inmediata posguerra, en el taller bohemio de Valerie en la capital holandesa. Por eso el nombre de la película: Amsterdam es el sueño de los protagonistas, el escenario de sus momentos más felices, su edén. Pero como todo sueño, eventualmente termina y la tríada se quiebra. Burt vuelve a Estados Unidos, donde lo espera su esposa. Harold lo sigue, pero Valerie se borra del mapa. En Nueva York, Burt funda una clínica para tratar los dolores crónicos y problemas de salud de otros veteranos, algo que lleva a cabo siempre al borde de la ilegalidad, probando nuevos y peligrosos analgésicos y narcóticos. También se mantiene en contacto con Harold, quien empieza a desempeñarse como abogado. Así siguen las cosas hasta 1933, cuando los dos amigos reciben un pedido extraño. Resulta que murió el comandante de su antiguo regimiento, un tal Bill Meekins, ahora senador nacional, y su hija quiere realizar una autopsia al margen de la policía. Ella no cree que su padre haya fallecido por causas naturales. Y como Burt y Harold son outsiders y marginales —al ser uno mitad judío y el otro, afroamericano—, ella siente que puede confiar en la discreción de ambos. (Pesa, además, el vínculo personal entre ambos y su padre). Lo cual es clave, porque ella sospecha que hubo un asesinato. Y tiene razón: en la autopsia —que Burt ejecuta con una enfermera y futura amante, Irma— se descubre que Meekins fue envenenado. Acto seguido, la hija del comandante es empujada bajo un auto. Y para no quedar como los principales sospechosos, Burt y Harold tendrán que resolver el doble crimen. Su búsqueda de los culpables los llevará hasta la adinerada familia Voze, cercana a Meekins, y los reunirá con Valerie, quien —para sorpresa de ambos— pertenece a esta dinastía neoyorquina. ¿Qué tiene que ver todo esto con la conspiración fascista que mencioné antes? Tiene todo que ver, porque, luego de muchas idas y vueltas, aparece el hecho histórico entre las piruetas de la ficción. Para guiarnos a través de la trama, hay un cúmulo de estrellas. Un hiperquinético Christian Bale en el papel de Burt, un correctísimo John David Washington como Harold, una vivaz y energética Margot Robbie en el rol de Valerie, y una larga lista de figuras en papeles secundarios, desde Rami Malek hasta Anya Taylor-Joy, Zoe Saldaña, Chris Rock, Mike Myers, Michael Shannon, Taylor Swift y Robert De Niro, como un ex-general condecorado basado en Smedley Butler. Que todos sean tan inmediatamente reconocibles es parte del juego narrativo. Entre los nombres y peripecias, los rostros familiares nos marcan el camino y nos ayudan a entender la trama enrevesada. Amsterdam es ágil y divertida, pero también es frustrante y no termina de cumplir su potencial. A partir de la sinopsis, podríamos imaginar que Amsterdam es un neo-noir, como Barrio Chino, Los Ángeles al desnudo o Huérfanos de Brooklyn, películas que reinterpretan, no solo el género del policial negro, sino también el pasado de los Estados Unidos, a través de un revisionismo histórico que pone entre comillas la historia oficial. Pero Amsterdam no es eso, no se toma nada en serio. El director y guionista David O. Russell apuesta por la comedia y la aventura. Se acerca más al tono de, digamos, un Ocean’s Eleven, donde lo atractivo es ver cómo George Clooney, Brad Pitt, Matt Damon y Julia Roberts, entre otros monstruos, la pasan bien juntos. Lo cual no está mal, pero la trama y los personajes de Amsterdam reclaman algo más, piden otro tipo de tratamiento. Amsterdam es una confusión de tonos y registros. Hay muchas películas en una. Robert De Niro actúa en un drama, Margot Robbie en una comedia romántica, Zeo Saldaña en una tragedia, Mike Myers y Michael Shannon en una parodia, Rami Malek y Anya Taylor-Joy en una de terror, John David Washington en un policial y Christan Bale, pues, actúa en su propia película. Lo cual no está lejos de ser la verdad: Bale y Russell bocetaron la historia de Amsterdam juntos, reuniéndose en barcitos y cafés durante cinco años. Y al ver el resultado final, da la sensación de que Bale existe en otro plano, que aborda su propia interpretación del guión, como si plasmara una contrapelícula frente a la cámara de Russell y su director de fotografía, Emmanuel Lubezki. La cámara, de hecho, es un personaje más, se acerca a los actores, los filma desde abajo, no exactamente en contrapicado, pero justo debajo de la línea de los ojos, como si fuéramos adolescentes observando el extraño mundo adulto al que nos encaminamos. Hay una intimidad claustrofóbica y constante. La cámara da vueltas, recorre las habitaciones, nos presenta detalles curiosos e irrelevantes, como si hubiera probado una de las drogas experimentales del doctor Burt. El guión es vertiginoso. Tira líneas sobre el racismo y la lucha de clases, frases sobre la amistad inquebrantable de los protagonistas, notas al pie sobre el fascismo oculto en la sociedad estadounidense, paréntesis sobre los efectos de la guerra y el abandono de los veteranos, oraciones subordinadas acerca de la Gran Depresión y los años 30, agregados sobre la vida parasitaria del cuco (y esto no es joda), tangentes sobre la bohemia de la posguerra y el modernismo en el arte, y varias cosas más. Todo este festival de temáticas, géneros y registros evita que la película haga anclaje en algo. Todo se vuelve demasiado liviano, incluso lo que no debería serlo. Todo es una farsa, todo es gracioso y resbala. Quizás el objetivo de Russell, al orquestar este quilombo narrativo y estético, sea plantear una postura ante la vida. Sus personajes son sobrevivientes en más de un sentido. Valerie, Burt y Harold sobreviven a la guerra, primero, y a la injusticia social, segundo. Y no se dejan arrastrar por la solemnidad y la tristeza. Avanzan con energía y con ganas. La misma movilidad de la película es, entonces, un reflejo de esta postura, de este rechazo al desgano y a la renuncia. Pero el problema es que no terminamos de sentir el peso que arrastran los protagonistas y que convierte su dinamismo en un esfuerzo heroico. A pesar de todo lo que ellos enfrentan, nunca dudamos de que seguirán adelante. No hay chances de que algo o alguien los detenga porque la trama es irrefrenable. La misma movilidad de la película se vuelve reconfortante. En vez de llevarnos al borde del precipicio, nos mantiene flotando en el aire. La indecisión y fugacidad de Amsterdam se nota hasta en el título. Porque casi toda la trama de Amsterdam sucede en Nueva York. Ahora bien, este titubeo geográfico puede ser un chiste deliberado. Nueva York —y más precisamente Manhattan— antes de ser Nueva York fue New Amsterdam, una colonia holandesa. En la segunda mitad del 1600, los ingleses capturaron la isla y le dieron el nombre que tiene hoy. Podríamos ver, entonces, un paralelismo poético en la historia de tres neoyorquinos que sueñan con Amsterdam, la ciudad de su pasado. Amsterdam, a fin de cuentas, es una película sobre el desarraigo y la nostalgia por el Viejo Continente. Todos los personajes, a su manera, sueñan con Europa: los protagonistas con la bohemia holandesa y sus antagonistas, con el fascismo alemán e italiano. Y la película misma sueña con dos, tres, cinco géneros cinematográficos a la vez, sin echar raíces en ninguno. Tanto los personajes como la película están a la deriva. Hay que concederle lo siguiente a Amsterdam: será despelotada, indecisa, confusa y muchas cosas más, pero no es genérica, aburrida y olvidable. Tiene cosas para decir, quizás demasiadas. Lo cual es infinitamente mejor que no tener nada.
«Ámsterdam» es un drama histórico, en donde suspenso, acción y comedia se mixturan. David O. Russell trae a la gran pantalla la adaptación de un hecho real: el complot para derrocar a Franklin Roosevelt, tramado por altas esferas del mundo de los negocios en 1933. El director de “American Hustle” (2013) y “Joy” (2015) lleva a la gran pantalla un ejercicio cinematográfico que no se parece en nada a lo abordado previamente durante su trayectoria. Para ello, se reúne de un elenco de ensueño, compuesto por Christian Bale, Margot Robbie, John David Washington, Chris Rock, Anya Taylor-Joy, Zoe Saldaña, Mike Myers, Michael Shannon, Timothy Olyphant, Taylor Swift, Matthias Schoenaerts, Alessandro Nivola, Rami Malek y Robert De Niro. Un acto de conspiración atenta contra el régimen democrático más sólido del mundo, un imperio tambalea a las puertas de la Segunda Guerra Mundial. En el Viejo Continente, en nacionalsocialismo asciende, y el film prefigura cierto mensaje social, impostando una seriedad que no acaba de consolidarse en medio de una propuesta que, ni estética ni conceptualmente, consigue conformar uniforme identidad. Subtramas enrevesadas exploran una vertiente del whodunit literario: se busca el culpable de un crimen y la exoneración de inocentes acusados. Hay corrupción por doquier, pero la maldad humana es mostrada con torpeza y patetismo. El tono de absurdo verosímil intentará justificar lo forzado de una narrativa concebida a medio camino entre diálogos que flaquean y confusos episodios. Quien mucho abarca poco aprieta, los casi ciento cuarenta minutos de metraje se dejan sentir. Un excesivamente extenso flashback se convierte en excusa para refrendar los valores de una amistad por la cual la búsqueda de la justicia se torna menester. El nacimiento del estrecho vínculo amistoso no acabar de cuajar. La suma de las partes no siempre da rédito favorable. Una galería de personajes desfilan ante nuestros ojos; la avenida de exploración se ensancha imaginando un formato seriado. Es de destacar que Russell se muestra sumamente inventivo con la cámara y presume de su buen gusto estilístico: persigue ángulos que pretenden originalidad y virtuosismo, mientras una gran recreación de época nos sitúa en coordenadas históricas precisas. Daniel Pamberton compone la acertada banda sonora, mientras que Emmanuel Lubezki es un nombre propio del mundo de la fotografía que eleva el nivel técnico de la propuesta. Puede que en manos de Wes Anderson “Ámsterdam” hubiera resultado más ambiciosa que caprichosa. Resulta inevitable no encontrar analogías en ciertas escenas. Pero, elegancia y retórica no igualan a ingenio, no en esta ocasión. El potencial es inconcluso. No alcanza con que Robert De Niro siga cautivándonos. Tampoco con ver crecer a John David Washington en tiempo real, y para orgullo del gran Denzel. Si bien Margot nació para seducir plano por plano, a la película le falta ese plus. A oscuras elegimos creer, y que no es descuido lo que prima. Pero sí…Christian Bale guiña su ojo de vidrio luego de evitarlo con bastante esmero. ¿Es que el director ha olvidado la regla básica? Sucede que en el cine casi todo es posible…
Las películas de David O. Russell se han vuelto cada vez más grandilocuentes en cuanto a elenco significa. Enumerar la cantidad de rostros conocidos que hay en esta última sería una tarea casi tan aburrida como ver la película. Es que si bien Amsterdam empieza con una apuesta por el humor, algo quizás parecido a una sátira de una historia real, la trama pronto se empantana en una serie de situaciones y personajes que no logran transmitir nada. La película empieza con una muerte, en realidad con una muerte que ya pasó. Su protagonista, el doctor Berendsen (Cristian Bale), es llamado por su amigo y abogado Harold Woodman (John Washington) para realizar una autopsia. La hija del muerto, una joven muchacha interpretada por la cantante Taylor Swift, cree que alguien lo mató y necesita que a contrarreloj encuentren algún tipo de evidencia. No pasa mucho más tiempo hasta que estos dos amigos se ven involucrados en una nueva muerte que se sucede frente a sus ojos y por estar presentes en el acto son acusados. Esto luego de encontrar evidentemente algo fuera de lugar en la autopsia pero sin llegar a tiempo de contarlo. Y pronto el destino los cruza junto a una vieja conocida, una enfermera y artista interpretada por Margot Robbie. La película va y viene entre tiempos y escenarios y presenta constantemente nuevo personajes (como adelanté, todos rostros conocidos). El triángulo protagónico está marcado por una fuerte historia pasada en el lugar que da título a la película, donde la enfermera los escondió y vivieron una especie de tiempos idílicos a escondidas de la situación mundial. Entre los tiempos y la galería interminable de personajes, todo queda desarrollado a medias. Apenas la historia romántica entre Washington y Robbie consigue por momentos transmitir algo de dulzura y esperanza, en cambio la excentricidad a la que se entrega Christian Bale se siente descolocada. Pero en general estamos ante un rejunte de situaciones que se suceden entre sí de manera abúlica. Es como si no sólo la película no consiguiera nunca encontrar su tono, sino como si nunca pudiese encontrar UN tono al menos. Es atonal y entonces no es una comedia pero tampoco es un drama ni un thriller político y oscuro como su historia original podría haberla convertido. Aunque hay decisiones que podrían acercarla a lo absurdo, se queda tan a medio camino, con un humor que no siempre funciona, que a la larga… no es nada. En aspectos más técnicos, se despliega un buen diseño de arte y la fotografía de Emmannuel Lubezki también logra destacarse. Pero el guion escrito por el propio Russell parece empecinado sólo en demostrar el increíble elenco al que tiene acceso sin preocuparse por desarrollar personajes dimensionales y así sólo consigue un puñado de momentos que valen la pena a lo largo de poco más de dos horas. Los diálogos y las actuaciones apuestan por lo exagerado en medio de una producción prolija pero que se parece más a un decorado de teatro que a una reconstrucción de época para cine. Todos los actores lucen desaprovechados y en especial el de Robert De Niro, que tiene un papel que podría haber sido más y mejor explorado. Es el que mejor se conecta de todos modos con la parte más histórica de la trama, la posibilidad de detener un inminente golpe de estado que recae en manos de este singular trío. Aburrida y desprolija, da la sensación de que si en lugar de tomar tantas decisiones formales y narrativas juntas O. Russell hubiese optado por menos podría haber encontrado una historia atrapante y construido personajes creíbles y carismáticos. El más es más, la ambición desmedida, acá fue contraproducente y ni siquiera su oda al amor y la libertad salvan el anodino resultado. Una producción despampanante pero carente de contenido.
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
EL GRAN SIMULADOR Hace unos años, cuando se estrenó Escándalo americano, escribí una crítica titulada (la pueden leer acá) El mejor pescado podrido de la historia. Lo que intentaba decir sobre aquella película de David O. Russell era que estábamos ante la obra de un director que nos pasaba gato por liebre, pero que lograba el objetivo: una historia sobre personajes falsos que era pura falsedad, que a través de los premios y la crítica alcanzaba el prestigio sin ser demasiado relevante. Pero Escándalo americano era consciente de eso, era casi un juego grosero y en el que se habían gastado varios millones para que Russell pudiera cumplir su capricho. Con Amsterdam, Russell llega al mismo lugar, una película vacía y sin alma, puro artificio, pero que perdió en el camino todo el sentido lúdico. Por eso mismo, no hay autoconciencia que le aporte un poco de interés, apenas un director consagrado y un elenco multiestelar mostrando su talento a reglamento, en una película que simula ser muy divertida pero lo es solo en ocasiones. O puede también que yo haya caído en la trampa de Escándalo americano y tarde, con Amsterdam, estoy dándome cuenta que Russell no es más que un chanta con cierto poder en Hollywood. Si en las últimas películas de Russell las comparaciones con el cine de Martin Scorsese surgían directamente a partir de temas y formas que el director conjugaba sabiamente, como un imitador con algo de talento que presenta su show en un casino de Las Vegas (y que hasta había heredado al fetiche Robert De Niro), Amsterdam es otra cosa. Es Russell jugando a ser los hermanos Coen, con algo del sentido pictórico para la puesta en escena y el encuadre de Wes Anderson. Y de fondo, como en Escándalo americano, la recreación de otra historia increíble, solo posible en ese parque de diversiones hecho país que son los Estados Unidos: aquí un complot que en los años 30 del siglo pasado intentó terminar con el gobierno de Roosevelt. Con este material, lo que hace Russell es construir una sátira, como si el trío protagónico (Christian Bale, Margot Robbie, John David Washington) fuera una suerte de tres chiflados metidos en una de Hitchcock. Pero el resultado no es fallido por todo lo que intenta meter aquí dentro, sino más bien porque esa apuesta por un espíritu lunático en clave deadpan nunca es efectiva. El delirio supuesto se convierte en deriva narrativa, y cada vez que la película parece encontrar un centro y un tono, se dispara hacia lugares insustanciales en los que nos resulta imposible conectar con algún personaje. Y la sucesión de voces en off tampoco ayuda para cohesionar el relato, porque el punto de vista se hace más disperso aún. Claro que Russell tiene talento y cada tanto, entre el elenco multiestelar que posee, encuentra algo de oro en el barro en el que él solito se metió: aquí son Michael Shannon y Mike Myers, como dos espías que quieren pasar como fanáticos de las aves, los únicos que parecen entender la clave sardónica del relato y nos regalan algunos momentos de comedia real. Y precisamente eso, el humor extravagante, algo que es marca de estilo de Russell, es lo que le falta a esta película, que el director finalmente supone que construyó para poder decir algo sobre el mundo. Hacia el final, comete el peor de los pecados: querer buscar el tono sensible y ordenar la película detrás de un sentido nostálgico y evocativo. Ese epílogo luce como manotazo de ahogado que más que cerrar el relato, lo abre hacia un lugar que nos hace ver el desperdicio que fueron las dos horas previas.
Reseña emitida al aire en la radio.