La ciudad de La Plata aun no se posicionó como faro de avanzada en el cine como sí lo hizo, por ejemplo, en el rock. Pero el debut de Mauro López -concebido y rodado en la capital provincial- resulta, como mínimo, una atendible rareza para la cartelera local. El hecho de que llegue a las salas cinco años después de su realización le suma curiosidad a la propuesta.
MANDATOS Y VIOLENCIA Una muy interesante película de Mauro Nahuel López, responsable también del guión que de manera original plantea una vida rutinaria de un profesor de música, autoritario y su hijo próximo a ser padres, frente a un hecho violento. En un momento en que la sociedad argentina parece debatir la justicia por mano propia y el tema de la inseguridad, esta reflexión del film impresiona. El hombre mayor, en una gran creación de Lorenzo Quinteros, se da a sus fantasías, enseña a los niños vecinos hasta que la violencia irrumpe en su casa. Y a partir de allí, con el delincuente encerrado, la llegada de su hijo y la ayuda que invoca la tensión se instala. Un tratamiento visual llamativo, con los fuera de campo y detalles puntuales, y diálogos bien construidos.
Misterio en la casa familiar En una casa de paredes húmedas y descascaradas viven Alberto, su hijo Fernando y Mariana, la esposa de éste. Como todos los días, el trío cumple con su ritual de desayunar frente a una mesa destartalada y son pocas o ninguna las palabras que cruzan entre ellos. Cuando su hijo y su nuera salen para sus respectivos trabajos, Alberto queda solo con sus tristes recuerdos y sus fantasías. Es un hombre amargado que perdió a su mujer y que, en esa casa empobrecida, sólo sabe cebar mate o jugar con su pájaro enjaulado. De pronto, un desconocido irrumpe y Alberto logra encerrarlo en una habitación hasta la llegada del hijo, y ambos comenzarán a trazar un siniestro plan para desembarazarse de ese individuo que rompe la monotonía de la peculiar familia. El director Mauro Nahuel López eligió darle a esta historia un clima opresivo y misterioso, y para ello se valió de una muy buena fotografía en blanco y negro y de un grupo actoral en el que sobresalen Lorenzo Quinteros y Carlos Echevarría. Por momentos no es fácil seguir el relato, ya que otro individuo se sumará para borrar todo rastro del intruso, pero este juego de idas y venidas va convirtiendo la trama en una sucesión de preguntas sin respuestas y en tétricas decisiones de este film sin dudas atípico. Los rubros técnicos aportaron calidad a este relato que se presta para la polémica y se deja llevar con silenciosas pausas hasta un final inesperado.
Una pareja en la dulce espera convive con el perturbado padre de él (un sobreactuado Lorenzo Quinteros), compartiendo un cotidiano de tensiones y silencios alrededor de la mesa de la cocina, la pava y el mate. Cuando un ladrón se meta en la casa, la historia dará un giro inesperado. Filmada en blanco y negro, con algunos toques experimentales, la puesta recuerda al miserabilismo del mal cine argentino poscrisis, que se regodeaba en la sordidez de sus personajes de hombros caídos, aquí centrada en uno que, antes que misterio, genera rechazo y patetismo. Acaso la presencia de Sergio Pángaro ilumina y airea un poco, pero no basta para alivianar una propuesta plúmbea.
Poesía en la rutina En la vida de Fernando (Carlos Echevarría), el protagonista de Armonías del Caos (2012) de Mauro Nahuel López, todo es pesar. Pesar por su existencia, por tener que compartir vivienda con su padre (Lorenzo Quinteros), un hombre perdido en su mente, y pesar porque no ve una salida posible al tan gris presente que el destino le ha dejado en suerte. Diariamente debe esperar, a pesar de tener más urgencia que su padre, para realizar cualquier actividad, y alistarse para cumplir con su horario laboral, que éste termine sus diarios quehaceres en el baño, la cocina, hasta poder irse tranquilo, para que, al menos, al salir de su casa, tenga la creencia que nada extraño acontecerá. Su mujer (Maria Laura Belmonte), también vive ese presente lleno de carencias, y pese a que ama a Fernando, sabe que nada cambiará al menos por el momento, lo que también la agobia y la expone a una situación personal desesperante, tan desesperante como la de su marido y su padre. Alberto (Quinteros) aprovecha los momentos en que la vivienda queda para el solo como para poder, sin que los demás lo sepan, cumplir con algunas fantasías, y así, un viejo vestido puede ser una compañera de baile ideal, la misma con la que terminará concretando un encuentro furtivo en una habitación en la oscuridad de su soledad, para luego echarse a dormir abrazado a ella. López se detiene en Alberto, y explora su acontecer diario, con una cámara que busca y logra plasmar con poesía y una cuidada fotografía la decadencia de un hombre, que a pesar de todo, intenta “volar” en la soledad de su casa. Pero cuando un día Fernando regresa del trabajo, algo lo hace despertar de esa situación abúlica y tediosa de la rutina, por lo que decide contactar a un hombre (Sergio Pángaro) para que lo ayude a terminar con la sorpresa que se encuentra en la vivienda y de la que inevitablemente él no sabe cómo salir. Y así, de a poco, con esa incorporación del “extranjero”, la rutina estalla en otredad, y lo conocido se hace desconocido, y en ese extrañamiento ante el quiebre, López genera una segunda parte del filme tensa, en donde la poesía ya se transforma en tragedia. La trayectoria del realizador en el mundo de la publicidad impregna al filme con una estética cercana al clip estilizado, y eso logra que las imágenes de transición superen la disrupción que en los enlaces con títulos se avecinan horarios y momentos del día. Armonías del Caos es un filme imperfecto, pero que gracias a la entrega y el oficio de sus actores, destacando a Quinteros, la simple anécdota disparadora del conflicto, termina por generar la empatía necesaria para que el patetismo con el que el hijo trata a su padre, y el miedo con el que se relaciona con el extraño, terminen por converger en un relato intimista sobre una familia que no sabe ya qué hacer con uno de sus miembros y ve en la oportunidad de pensar una salida también una escapatoria para sus vidas.
Tiene una linda estética su desarrollo todo en blanco y negro, la fotografía de Sergio Piñeyro (Carne sobre carne) y la música de Javier Góngora. La trama tiene una serie de interrogantes, situaciones misteriosas y extrañas. Se destacan las actuaciones de Carlos Echevarría y Lorenzo Quinteros. Pero por momentos resulta monótona. Es la ópera prima de Mauro Nahuel López.
Silencios que matan El cine suele nutrirse de “Best Sellers” u obras de teatro para nuevas y constantes producciones. Generalmente estas realizaciones se traducen en la codiciosa mirada de una productora que busca explotar un boom literario, o teatral para abultar aún más su cuenta bancaria. Armonías del caos (2016), se vuelve el contrapunto perfecto de los gastos millonarios y los derechos de autor, y sumerge a sus espectadores en una película realmente atrapante, donde por momentos las butacas de la sala, se convertirán en las tablas de un teatro.
Todo sigue igual Sobre esta premisa trabaja la ópera prima del director platense Mauro Nahuel López. Desde su título, Armonías del Caos, adelanta, en términos semióticos, que la temática de la historia será una contradicción de estos dos estados. La génesis del proyecto, que comenzó a rodar en 2011 y finalizó en 2015, surgió a raíz de un robo que López vivió en carne propia y lo impulsó a crear esta especie de documental que apunta netamente a denunciar la ausencia del Estado argentino en materia de políticas públicas. El concepto principal de la trama es lineal, muestra un hecho de inseguridad que ocurre a plena luz del día en un barrio humilde de Buenos Aires, y aunque pivotea con cuestionar la figura del responsable del robo (un menor de edad), no aclara ni aporta una solución a cómo debería ser tratado por la justicia. En este sentido, el relato totalmente unidireccional enfatiza en plantear una idea: cuando los derechos del individuo son vulnerados violentamente y la vida de la víctima, Alberto (Interpretado por Lorenzo Quinteros) corre peligro, no hay tiempo para dudar si se debe, o no, matar al ladrón para salvarse. Cabe destacar que, pese a la falta de giros, el film se enriquece a medida que los minutos avanzan y ningún elemento es casual ni elegido al azar. Es interesante cómo Mauro, en los 83 minutos de duración, con tan solo una locación (un PH de dos ambientes) y cuatro personajes, logra que el público empatice con la decisión que toma su personaje principal pese al enorme trasfondo psicológico en el que deviene su caótica vida. La artística de las escenas en blanco y negro marca a las claras que en esta historia no hay espacio para los grises: cuando la realidad apremia, estás de un lado o estás del otro. Literalmente: cielo o infierno, vivo o muerto. La atemporalidad del film es otro elemento clave. No marca ninguna década específica, sólo sugiere con la utilería presente en algunas escenas, como la radio y la televisión, que transcurre en los años 90. Esto también parece adrede con la intencionalidad de remarcar que aún hoy el Estado argentino está ausente en estas cuestiones. Por último, el plano detalle sobre el pergamino que contiene la frase “El hombre es el tono de la música que lo rige”, además de aportar un dato (Alberto es profesor de música), busca persuadir al espectador a tal punto que le sugiere que no juzgue los actos porque cada persona acciona en función a sus necesidades y con los valores coexisten en la realidad que le tocó vivir. En síntesis, Armonías del Caos es un relato de cine independiente que moviliza e incómoda al espectador y, al mismo tiempo, lo entretiene. Está claro que la intención del director fue mostrar la negatividad del caso en una sociedad donde el rol de la justicia parece ser nulo cuando el que comete el robo es un niño, pero hubiese sido ideal mostrar una posible solución en la materia para que no quede solamente como una simple denuncia al sistema estatal argentino. Tal vez, para no caer en la tradicional retórica del mero arte de cuestionar el todo por el todo, podría haberse incursionado en qué garantías del ciudadano pueden legitimarse cuando sus derechos son vulnerados por un menor de edad en dirección al progreso social. No obstante, este film es una clara muestra que si se tiene una buena historia para contar se llega a buen puerto.
Cine de autor que no se parece en nada a la realidad "Armonías del caos" gira en torno de un tema terriblemente actual, pero lo hace de un modo que simplemente no funciona. Y es que es posible que el director haya intentando una disquisición personal que no tiene mucho que ver con la realidad. Lorenzo Quinteros es un profesor de música de barrio, alcohólico y totalmente decadente. Cuando un pibe chorro entra a su casa para robar, las cosas salen de manera extraña al punto de que el ladrón queda encerrado en una pieza sin poder salir. El hijo del profesor no quiere llamar a la Policía, porque sabe que el intruso quedará libre en unos días y tomará venganza. Tampoco lo pueden liberar sin más por miedo a que éste vuelva a atacarlos, por lo que la otra opción que queda es tomar la justicia en sus manos y asesinarlo. Con este objetivo en mente, el hijo (Carlos Echevarría) llama a un viejo amigo (Sergio Pángaro) que parece tener las cosas claras, al punto de poder dar una charla esotérica sobre qué animal refleja la personalidad de cada persona, para luego ponerse manos a la obra. La película parece más que un largo, un corto estiradísimo. Para que la trama llegue a mostrar su conflicto, el director deja pasar casi media hora, lo que es prácticamente la mitad de la duración de una película muy breve que se hace larga. Los encuadres y la fotografía blanco y negro están muy cuidados, igual que las actuaciones (se destaca Pángaro), pero el ritmo es lento y la falta de acción es notable (basta decir las escenas de violencia transcurren en off). A pesar del tema, esto no es un policial ni un drama social, antes que nada es cine de autor demasiado pretencioso para resultar sustancioso.
Silencio compartido La radio prendida con la fritura de los informativos de la AM, los manteles individuales tejidos debajo de los adornos añejos, la pava y el mate estacionados en la mesa de la cocina que se superponen a la botella de licor abierta. Una escena casi detenida en el tiempo que se desarrolla en una de esas casas olvidadas por la inmensidad de Buenos Aires. De este tipo de instantáneas impasibles, pero recargadas de tensión latente, es que se compone Armonías del caos para insinuar los conflictos que quedan fuera de plano. Con pocos elementos visuales y un elenco reducido, liderado por el veterano Lorenzo Quinteros, el debutante director Mauro López se vale del filtro en blanco y negro y los planos secuencia para lograr una atmósfera a la vez cotidiana y opresiva, capaz de reflejar las decisiones morales que los personajes se debaten a lo largo del film. De forma escalonada, la historia es narrada a lo largo de un día en la vida de una pequeña familia de clase media-baja. Durante la primera mitad del film el eje central se sitúa en Alberto (Quinteros), un parco jubilado que vive junto a su hijo Fernando (Carlos Echavarría) y su nuera (María Laura Belmonte), y en el carácter dominante basado en insultos y actitudes agresivas que este ejerce sobre su núcleo familiar. Algo que se condice con la dificultad que posee para relacionarse con el mundo exterior, y que se ve representado a través de su alcoholismo y fetichismos. Sin embargo, la irrupción fallida de un ladrón en la casa será un quiebre fundamental en la tormentosa relación de padre e hijo, mientras deciden qué hacer con el delincuente que lograron reducir. Las consecuencias de este incidente bisagra en el argumento dan pie a diversas reflexiones sobre la ética, la religión y hasta de la naturaleza instintiva del ser humano en su concepción del bien y el mal (especialmente durante las intervenciones de Sergio Pangaro como una suerte de deus ex machina del universo mafioso). Aquí es donde el buen despliegue actoral y la profundidad de los diálogos (y oportunos silencios) terminan replanteando una polémica impensada en cuanto a la justicia por mano propia y las distintas realidades sociales que pueden llevar a la delincuencia. Mauro López juega con la carga simbólica de determinados planos y dualidades en escena que van más allá del mero manifiesto ideológico, sino que además brindan una libertad interpretativa aún mayor de lo que se puede apreciar a simple vista. De esta manera Armonías del caos se define mejor desde la sencillez con la que deja entrever que varias preguntas del argumento carecen de una respuesta clara, precisamente porque es intencional que dependa del público darles una solución. El debate está servido.
Un intruso en casa La película de Mauro Nahuel Lópezgrafica la amarga vida de un hombre mayor que vive con su hijo y su nuera, complicada cuando un intruso irrumpe en su casa. El blanco y negro de Armonías del caos (2016) parece ser la consecuencia directa del modo de vida de sus personajes. Sobre todo de Alberto (Lorenzo Quinteros), un hombre gruñón que pasa su día sin demasiados sobresaltos. Apenas un momento para “rezongar” frente a su hijo Fernando (Carlos Echevarría) y su esposa, las clases de guitarra que le da a una niña, y un tiempo dedicado a la bebida y al fetichismo sexual marcan espacios disruptivos, que culminan –adivinamos- con un nuevo día más. Réplica del anterior. En medio de esa amarga cotidianeidad (con un tono negro, equiparable a la de los films del mexicano Amat Escalante), un día llega un ladrón que –pelea mediante- termina encerrado en una habitación. Desde allí se suceden los pedidos de liberación e insultos, con los que Alberto no sabe cómo lidiar. De eso se encargará un personaje igualmente revulsivo pero con una curiosa facilidad por la reflexión moralizante (que incluye la comparación entre una cebra, un león y una hiena…), muy bien interpretado por el músico Sergio Pángaro (Visto en El Artista, de Mariano Cohn y Gastón Duprat). Además del blanco y negro como mérito formal, la decisión de no apartarse de la casa es otra elección correcta, pues ubica a la mirada del espectador dentro de ese círculo endogámico del que parece no haber salida. Al menos para el dueño de casa, quien no sale durante todo el metraje. La película puede parecer demasiado encerrada en su trama y en el dilema que genera la llegada del ladrón y la amarga resolución, como si parte de ese ambiente adquiriera sentido en el contenido y en la ideología del relato y, por ese motivo, lo redujera al cuento, a la moraleja, sin demasiada apertura hacia otros niveles de sentido. Desde ese punto de vista, Armonías del caos se posiciona como una fábula moderna, sólo que sin final positivo. Queda una interesante mirada generacional sobre la violencia y la inseguridad (tema con actualidad apabullante), que se consolida en la escena final; funciona como una coda, la pregunta por cómo mirar a quien se revela como víctima y al mismo tiempo victimario.
LO PEQUEÑO Y EL AZAR Armonías del caos, un estreno postergado por cinco años del debutante platense Mauro Nahuel López, llega a las carteleras como una rareza a destiempo. El film es sencillo, en lo que atañe a los recursos de producción y los medios estilísticos: dispone de una única locación, de unos escasos cuatros personajes fuertemente delineados, el uso de un opresivo blanco y negro, la eliminación de sonidos que no pertenecen al mundo ficcional que se está retratando, la sustracción casi total de acciones que no aportan al único suceso que se está desplegando, son algunos de los rasgos que López elige para enmarcar su historia mínima. Alberto (Lorenzo Quinteros), Fernando (Carlos Echevarría) y Mariana (María Laura Belmonte) comienzan su jornada a las 5:30 de la mañana. Pareciera ser una situación anodina e iterativa, el espacio de un ritual en el que el desayuno al que accedemos bien vale por los restantes que les depara esa vida juntos. Padre, hijo y nuera se preparan para su diminuto tránsito cotidiano de padecimiento y compadecimiento al prójimo. La única aspiración, de los integrantes de esta casa, es la de salvar el día; no convirtiéndolo en significativo sino calcándolo del anterior. Así y todo, el azar ingresa sin permiso y lo extraordinario acontece. Armonías del caos es sin duda un film sobre lo pequeño, lo rutinario, lo insignificante, como sostén de la existencia, pero también sobre la ruptura de este mínimo de vivencia gracias a lo eventual; el azar invade y revierte comportamientos. En este suceso que hay que resolver -y que no mencionaremos aquí- interviene Ariel (Sergio Pangaro), un viejo amigo de Fernando que interesadamente le ofrece su ayuda y servicio. Ariel, haciendo uso de algunas metáforas inhumanas, le explica a Fernando que hay tres comportamientos en los hombres. Fernando, al igual que el resto de su familia, es una cebra porque su única aspiración es obtener la comida del día. Lo extraordinario solo puede ser resuelto por un león porque tiene ansias de poder, es fuerte e implacable y fundamentalmente, egoísta. ¿Cómo lidiar con la hiena? Cómo resolver el azar de la intromisión del que vive de los otros, del carroñero, del que “tiene las ansias del león reprimidas por la conciencia débil de la cebra”? Armonías del caos es un film pequeño, de pocos recursos, que habla sobre la insignificancia que roza lo inefable y la historia de este film no tiene otro objetivo que el foco en ese encuentro. La rutina no es más que una armonía, que podría ser obturada por el caos, al tiempo que este tiene una lógica que reequilibra lo anodino. ARMONÍAS DEL CAOS Armonías del caos, Argentina, 2016 Dirección: Mauro Nahuel López. Intérpretes: Lorenzo Quinteros, Carlos Echevarría, Sergio Pangaro, María Laura Belmonte. Fotografía: Sergio Piñeyro. Duración: 83 minutos.
SILENCIO SUBURBANO Armonías del caos es una película que se focaliza en crear climas, dar a entender el infierno que subyace en una casa sobre la cual, con escasas referencias, podemos sentirnos familiarizados. Esta es una forma de sintetizar los méritos del film de Mauro Nahuel López, una ópera prima que construye desde la interrupción al orden doméstico un relato no exento de irregularidades que, sin embargo, no dejan de mostrar en algunas pinceladas a un realizador fresco con interesantes elecciones de puesta en escena. La historia es sencilla: tenemos a una familia de clase media baja conviviendo en un hogar compuesto por Fernando (Carlos Echevarría) y su esposa (María Belmorite) junto a su padre Alberto, interpretado por Lorenzo Quinteros. Casa de rutinas, silencios y rituales que esconden una profunda tristeza y soledad. De repente, esta aparente tranquilidad se ve conmovida por un asalto que termina con el joven asaltante atrincherado en la habitación donde duerme Alberto. La impotencia por no saber cómo resolver la situación lleva a Fernando a tomar medidas extremas que garanticen el equilibrio alterado de la familia. El medio para tal fin implica la inserción de un personaje que resulta ser un viejo compañero de la infancia de Fernando, un tipo bastante turbio interpretado por Sergio Pángaro. Cómo se resuelve la cuestión es el eje de la secuencia final y el silencio de las miradas que intentan esconder el oscuro secreto. Como dijimos, Armonías del caos es una película de climas: a menudo arriesga el verosímil para depositar todo el peso de una secuencia en las miradas o gestos utilizando planos largos. Se trata de un registro que es prácticamente teatral en su ritmo aunque obviamente no lo es en las elecciones de encuadre, resultando por momentos de una densidad artificiosa que no fluye con la sutileza que se pretende en las expresiones de los actores. Esto se torna problemático por cómo se subraya la carga dramática en momentos que sólo ralentizan el curso de las acciones. Es así que los 70 minutos pueden tornarse algo extensos sin que la búsqueda estética tenga algún peso en esta cuestión. Donde el film sí logra capitalizar el clima sórdido a través de la puesta en escena es con el manejo del fuera de cuadro en escenas claves como el momento en que el asaltante ingresa a la casa. Por otro lado, el tono decadente del blanco y negro otorga intensidad a una fotografía donde la sangre o los ojos del personaje de Pángaro piden un tratamiento así, además del trabajo de ingeniería de sonido que marca la tensión claustrofóbica de que algo está a punto de estallar. Un problema que atenta contra la sutileza que se pretende manejar radica en algunos de los diálogos que sobrevuelan el guión: en particular la charla de Fernando con el asaltante que se encuentra astutamente fuera de cuadro, donde algunas de las líneas subrayan el tono crítico que pretende tener el film al reflexionar sobre la violencia. Basta escuchar la autoconsciencia que maneja el asaltante al decir cosas como “yo soy menor y así como entro salgo”, que parece sacado de la pesadilla de alguien con sobredosis de informativo periodístico, antes que del personaje que se pretende exponer. Con riesgos en las elecciones estéticas que dan frescura a este drama, Armonías del caos sin embargo es un film con irregularidades a las que el realizador no siempre termina de resolver para que el relato fluya entre la historia doméstica y el subtexto de lo que se pretende decir.
Música con algunas disonancias. Película de encierro sin salida, de clima que oscila entre lo depresivo y lo opresivo, de crimen sin castigo, la ópera prima Armonía del caos no es precisamente una celebración de la existencia. La fotografía en blanco y negro (con más de lo segundo que de lo primero, desde ya) y la ausencia de música completan un panorama que tal vez admita algún parentesco con el universo ficcional de Juan Carlos Onetti. Pero sin el consuelo que la conquista amorosa asume en la obra del autor uruguayo. Aquí, lo más parecido a eso es un acercamiento en la cocina de un hombre anciano a su nuera embarazada mientras ésta lava los platos. Acercamiento que por suerte queda sólo en eso. De otro modo hubiera sido patético. “El hombre es el tono de la música que lo rige”, se lee de entrada, anunciando una grandilocuencia que es de agradecer que no pase de allí (y del título). La alusión a la música viene dada por el hecho de que el personaje de Lorenzo Quinteros, Alberto, da clases de esa materia. O de lo que antes se llamaba teoría y solfeo. En su casa, por supuesto: aquí todo ocurre en esa casa chorizo de la que la cámara no saldrá en los 83 minutos de proyección. Alberto vive con su hijo, Fernando (Carlos Echevarría) y su nuera (María Laura Belmonte), que trabajan afuera y, por lo visto, no tienen plata suficiente para alquilar por su cuenta. Porque bien no la pasan en compañía del viejo, que los trata lisa y llanamente como el culo. Alberto vive sumido en una profunda depresión, con la cual algo tiene que ver su condición de viudo. Su vida sexual consiste en armarse un simulacro de la finada con una almohada y un vestidito floreado, y frotarse contra ella a la hora de la siesta. Esta sórdida rutina será alterada una tarde con la intrusión de un pibe chorro al que Alberto logrará encerrar en una habitación (de modo algo improbable), y Fernando decidirá, en lugar de llamar a la policía (“¿para qué, para que lo larguen al día siguiente y vuelva?”), llamar a un pesadito medio de tres por cuatro al que conoce de la infancia (Sergio Pangaro), y que se comporta como una especie de gurú de la violencia por mano propia. Armonías del caos logra lo que se propone, que es incomodar. Todo es aquí molesto, abrumador, indeseable. Tanto, que se vuelve unilateral, excesivamente monocorde, y eso debilita la ópera prima de Mauro Nahuel López. Las actuaciones son sumamente ajustadas, con sendos picos en Lorenzo Quinteros –en un papel muy ingrato– y Sergio Pangaro, componiendo un personaje que quiere ser temible y por eso mismo está más cerca de lo ridículo.
Teatro hecho cine, o cine abstracto. La ópera prima de Mauro Nahuel Lopez prescinde de todo tipo de recursos y adornos para crear la atmósfera necesaria desde una locación, contados personajes, y una situación puntual. No se puede adelantar mucho respecto a la historia, contada de modo muy detallista, peo intrigante en su esencia de premisa pequeña. Alberto (Lorenzo Quinteros), Fernando (Carlos Echevarría), y Mariana (María Laura Belmonte) son padre, hijo y nuera. Los tres conviven en la armonía típica de la rutina. Alberto es profesor de música y se pierde así mismo inserto sus alumnos, mientras que Fernando y Mariana parten a sus quehaceres. Pero sucederá un hecho disrruptivo, un hecho de inseguridad (real, vivido por el realizador), pondrá en jaque a Alberto y Fernando, y aparecerá un nuevo personaje compuesto por Sergio Pángaro. La historia virará hacia las decisiones que tomamos frente a esos hechos, y hasta puede llegar a descolocar al espectador, que puede ser juzgado. Lopez tardó varios años en concluir y poder estrenar esta obra que bien puede ser vista como teatro filmado, pero habrá que agradecer el exquisito trabajo en cámara y fotografía que lograron. La narración, que un primer momento no parece decir demasiado, atrapa, y una vez que nos introduce en el hecho, tensiona en buena ley. El elenco luce correcto frente a lo que se nota como una férrea dirección actoral, cada uno jugará sus fichas para sacarse chispas sin salirse del contexto. Pero será Quinteros, quizás por simple oficio, quien se adueñe de la escena, su interpretación es carnal y detallista. Armonías del Caos toma riesgos estéticos interesantes que quizás en un primer momento, o desde los papeles, puedan alejar a un espectador más convencional. Pero a la hora de plasmarlo en la pantalla, aquellas decisiones parecieran ser las correctas, permiten plantear la cotidianeidad necesaria de un conjunto de vidas que viven en el abstracto. Más allá de poder observar como una familia puede ver quebrada su simpleza frente a un imprevisto, el guion de Lopez permite varias lecturas, extrapolarlo y trasladarlo a una estructura mayor. No son muchas las veces que se logra un resultado con tantas capas partiendo de un hilvanado simple y directo, Armonías del Caos nos permite vislumbrar un futuro interesante para una filmografía que recién parece comenzar.