El cantor que no se calla Melina Terribili reconstruye la vida del músico uruguayo Alfredo Zitarrosa en un apasionante documental que, como un rompecabezas, se arma con piezas, aquellas que contenían unas cajas atesoradas por la familia y que en 2014 tomaron estado público. Rollos de Super 8, manuscritos, libros inéditos de poemas, diarios personales, cartas, cintas con grabaciones de canciones y algunos pensamientos tan desordenados como lucidos se encontraban almacenados en diversas cajas que ante una propuesta del gobierno uruguayo la familia entregó en custodia compartida al Centro de Investigación, Documentación y Difusión de las Artes Escénicas del Teatro Solís, en Montevideo, a finales de 2014, cuando se cumplían 25 años de la desaparición física de Alfredo Zitarrosa. La directora tuvo acceso a ese material que terminó siendo la forma y el relato de Ausencia de mi (2018). La voz de Zitarrosa es el hilo conductor de una película que hace un recorte sobre la vida del cantautor para focalizar en el exilio. Dividida en capítulos cada uno toma los diferentes exilios a los que debió enfrentarse. El primero fue en 1976 con destino a la Argentina. Ese mismo año, con la dictadura ya en el poder, se exilió a España. Más tarde fue el turno de México para finalmente en 1984 retomar a Uruguay donde fallece en 1989 con apenas 52 años. Un exilio representativo del vivieron miles de latinoamericanos. Pero Ausencia de mi también habla sobre el desexilio, el regreso tan esperado y lo que eso conlleva. Terribili logra con Ausencia de mi una película memorable, tan política como musical. Un documental de montaje (un nuevo gran trabajo de Valeria Racioppi, montajista de El silencio es un cuerpo que cae de Agustina Comedi), que no necesita una voz off que narre los hechos, sino que lo hace a través de una serie de canciones, pensamientos e ideas que el propio Zitarrosa grabó de manera casera en los años de exilio y que terminan dándole forma a un relato que convierte lo privado en público para resguardar la memoria del olvido.
La figura del uruguayo Alfredo Zitarrosa fue clave dentro de la música popular latinoamericana. Su estilo inconfundible, su voz única, sus letras, todo eso hizo de él un artista fundamental durante las décadas del sesenta, setenta y ochenta, más allá de los años de prohibición que tuvo en el Río de la Plata durante las dictaduras militares. Su compromiso político también fue una de sus características más notables, lo que lo empujó a un largo y doloroso exilio del cual esta película da cuenta. Si él y su música son material para cualquier documental, el hallazgo de la película Ausencia de mí es encontrar una puerta de entrada más original y potente, cargada de emoción y también de valores cinematográficos. Zitarrosa dejó cientos de cajas al momento de su muerte, ocurrida en 1989. Durante más de veinte años permanecieron guardadas por su esposa y sus hijas, pero finalmente fueron sacadas a la luz. Películas, grabaciones, textos, fotos, todo eso aflora en esta película que sorprende y conmueve. Por momentos, y salvando las diferencias entre ambos films, Ausencia de mí me hizo acordar al documental dirigido por Jonas Mekas As I Was Moving Ahead Occasionally I Saw Brief Glimpses of Beauty, que poseía la belleza alborotada de quien revuelven una cajas de fotos y accede a todo tipo de recuerdos inesperados. Más clásica, sin duda, pero con esa misma ola de sentimientos que afloran sin control, este documental de Melina Terribili es más que un respetuoso homenaje a un gran artista, es una exploración de su mundo, sus ideas y sus pasiones. La búsqueda de la esencia de un ser humano, tal vez la empresa más ambiciosa que tiene el arte.
“Hago falta… Yo siento que la vida se agita nerviosa si no comparezco, si no estoy… Siento que hay un sitio para mí en la fila, que se ve ese vacío, que hay una respiración que falta, que defraudo una espera”. Vale recordar los versos de Guitarra negra antes de reseñar el documental que la argentina Melina Terribili le dedicó a Alfredo Zitarrosa. De hecho, Ausencia de mí retoma las nociones de falta, de vacío, de silencio que inspiraron aquella obra poética para volver a expresar la pena y el dolor profundos que la censura y el destierro infligieron en el cantautor uruguayo. En las antípodas del formato ortodoxo que articula datos duros con entrevistas formales a seres queridos, colegas y/o estudiosos, Terribili privilegia el testimonio del propio homenajeado. Lo hace a partir de grabaciones y filmaciones que Zitarrosa realizó en la intimidad de su hogar y en casa de amigos, y que forman parte del ecléctico archivo familiar que la viuda e hijas del artista popular entregaron en comodato al Estado uruguayo. Como todo ejercicio de memoria, éste también comienza en el presente, en este caso, con la llegada de la colección privada al Centro de Investigación, Documentación y Difusión de las Artes Escénicas de Montevideo, y con las primeras tareas de curaduría. El viaje en el tiempo supone, por otra parte, un trabajo de contextualización que retoma material de archivos públicos y que propone un repaso de la historia reciente de Uruguay y de Latinoamérica. De esta manera, a treinta años de su muerte, Don Alfredo revive como vivió, es decir, íntimamente ligado a las circunstancias políticas que condicionaron su vida personal y su trayectoria artística. Los separadores formales utilizados en el film reproducen versos de Zitarrosa o marcan etapas de su vida, por ejemplo Exilio I, Exilio II, Exilio III. La tipografía elegida parece aludir a la obra escrita a máquina que convive con aquélla manuscrita. Por ésta y otras referencias, dan ganas de llamar contrabiografía a una película que además recuerda las contracanciones por encima de Doña Soledad, Crece desde el pie y otros temas que gozan de mayor difusión. La realizadora porteña le escapa tanto al lugar común que borra los límites entre destierro y repatriación. De hecho sugiere que, una vez extinguido el fervor por el regreso al paisito, el otrora locutor y periodista experimentó el desconcierto y la tristeza que provoca el llamado exilio interno. Asoma entonces la hipótesis de que ésta fue la verdadera causa del encuentro prematuro con la muerte tildada de fisgona. A través de Ausencia de mí, Don Alfredo vuelve a comparecer, a estar, a respirar, a silbar entre nosotros. Y por si hiciera falta, vale decirlo: el poeta y cantor no defrauda. Al contrario, resiste victorioso el paso del tiempo y los embates de otro cómplice de la Parca, el olvido. Un dato nada menor: Terribili les dedica el primer largometraje que dirigió sola a su padre Carlos y a Jorge Vidart. El primero fue artista plástico, nacido en Buenos Aires; el segundo, fotógrafo oriundo de la localidad uruguaya de Sauce. Ambos entendieron el arte tal como lo define Zitarrosa en un extracto del film: “un acto de amor a la Justicia, al Hombre, a la Verdad”.
La memoria de un pueblo se expresa desde la cultura, y la cultura popular, en particular, es aquella que en el recuerdo de otras épocas permite la reconstrucción de un pasado doloroso. Melina Terribili bucea en el universo que mantiene vivo a Alfredo Zitarrosa en cajas que contienen su obra, audios, fotos, y que recientemente gracias al impulso que el documental ha dado se están poniendo en valor. El exilio, el desarraigo, la lucha de un hombre con códigos y valores, son sólo algunos de los aspectos que se potencian en este apasionante documental.
En dos pasajes de este documental sobre el extraordinario cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa (1936-1989) se lo ve acompañado durante kilómetros y kilómetros por decenas de miles de personas el 31 de marzo de 1984, día en el que regresó a Montevideo tras ocho años de exilio, y luego cantando en un recital también multitudinario en el estadio Centenario. Sin embargo, para quienes crean que se trata de una película épica sobre los grandes éxitos de un artista y militante popular deberán saber que Ausencia de mí es exactamente lo contrario: un registro intimista sobre el dolor del exilio, la censura, la distancia y la decepción. Zitarrosa tuvo que abandonar su tierra en 1976 y deambuló por Buenos Aires primero y luego por Madrid y Ciudad de México. La añoranza lo convirtió en poco menos que un fantasma, un hombre que luchaba contra los efectos de la ausencia, la desesperanza y el miedo al olvido. A partir de materiales de archivo inéditos (el film comienza con la decisión de sus hijas de donar al Estado su gigantesca colección de fotos, escritos, grabaciones, objetos e instrumentos) y de una sensibilidad nunca subrayada, la guionista y directora argentina Melina Terribili expone las facetas más íntimas, frágiles, tiernas y dolorosas de ese hombre de apariencia dura, gestos solemnes y voz grave que escribió y cantó versos cargados de belleza, dulzura y verdad.
“Ausencia de mí” (2018) es un bio-documental dirigido por Melina Terribili que narra la historia del artista Alfredo Zitarrosa (1936-1989). Con este trabajo la directora argentina le rinde tributo a una de las figuras más destacadas de la música popular uruguaya. Por Juan Páez La cinta ofrece un interesante repertorio de temas, sin embargo, esta vez nos interesa reflexionar sobre cómo el documental, a partir de una serie de objetos personales, logra articular un viaje al pasado para reconstruir con fotografías, papeles y canciones, la vida y obra del cantautor uruguayo. Al iniciarse la película una voz en off sostiene: “En mi país cualquiera conversa sobre el sentido de las palabras”. Con estos términos, el músico se hace presente dando lugar a una retrospectiva que ahonda en la palabra como elemento poético y de lucha. Inmediatamente, el fondo oscuro de la pantalla se ve desplazado por un paisaje de la costa con sus edificaciones, olas y gaviotas. Esta imagen, como si fuera el estribillo de una canción, se repetirá en varias ocasiones a lo largo de la biopic. El punto de partida del trabajo de Terribili es el año 2014 en Uruguay, luego de que la familia del célebre artista le entregara al estado sus archivos personales que comprenden desde prendas de vestir hasta filmaciones caseras y entrevistas radiales. Es decir, una serie de testigos silenciosos que, 27 años después, deciden hablar para contarles a los espectadores lo vivido por Alfredo Zitarrosa durante su exilio en Argentina, España y México. Paisajes, geografías y hogares que se diluyen en cada nueva partida, unifican la casa del exilio. Y como no podía ser de otro modo, el registro lingüístico da cuenta de ese destierro impuesto a través de las voces de los periodistas que, en cada nueva patria, entrevistaron al compositor. En esas secuencias, se lo puede escuchar hablando acerca de sus ideas políticas, la situación de su país, pero también sobre sus procesos compositivos y de su visión sobre la música en particular y el arte en general. En este sentido, es importante resaltar que el arte constituye para el protagonista una forma de compromiso social. Esta manera de comprender todo acto creativo le otorgó una popularidad que se vio manifiesta, por ejemplo, en la masiva asistencia de admiradores al concierto que brindó, una vez finalizado su exilio, en 1984. Respecto al tiempo, la narración se sitúa en un presente donde acontece la entrega, la clasificación y la conservación de los objetos, pero alterna con el pasado que emerge de los propios archivos. De esta manera, la temporalidad construye una memoria que es, a la vez, individual y compartida. En cuanto a los espacios, las escenas cotidianas y familiares se intercalan con otras que pertenecen a la esfera de lo público: fotografías de las fuerzas armadas, anuncios de boletines oficiales e imágenes de la represión en los tiempos dictatoriales. En suma, el film pone en diálogo diferentes artefactos –imágenes, filmaciones, entre otros objetos– para construir una narrativa que articula compromiso social y belleza artística. Este viaje al pasado permite recorrer la vida de Alfredo Zitarrosa y redescubrir la potencia de su voz. El desplazamiento temporal diagrama un recorrido por una memoria que es individual y colectiva, poniendo en valor a una de las figuras más importante de Uruguay.
Alfredo Zitarrosa era de juntar recuerdos. Tiempo atrás, su esposa e hijas donaron casi todo al Estado uruguayo. Charlas radiofónicas, grabaciones caseras, material gráfico, papeles sueltos con pequeñas frases, guitarras, caracoles, nostalgias. Ahora gente especializada los va restaurando, con poco presupuesto y gran cariño. En tiempos difíciles, él fue el último cantautor que armó las valijas para irse. Y el primero que murió de tristeza tras la vuelta. Buena parte de lo restaurado es lo que nos permite ahora conocer los últimos capítulos de su vida, en su propia voz. Respetuosa y atenta, la documentalista Melina Terribili hilvana la donación y las tareas de restauración con las etapas del exilio, primero en Buenos Aires, luego en Madrid y México, ese “no hallarse” en ningún lugar mientras las hijas van creciendo a su lado, ese “andar explicando” quién es uno y qué lo lleva, siempre con expresión poética y dolida, o explicar cómo nacieron sus canciones cuando hace años, desde que se fue de su tierra, no logra componer nada. Es tocante oír de nuevo sus silbidos, su guitarra acriollando una pieza barroca que acaba de oír por radio. Y emociona ver los noticieros del regreso, con la enorme multitud de gente que fue a recibirlo y acompañarlo en el camino, y el momento en que cantó el “Adagio a mi país” en un estadio. Pero ya no era su país. La última imagen lo muestra en el cumpleaños de 15 de la hija mayor, contento y triste al mismo tiempo. Solo 20 días después murió. Tenía 52 años.
El trabajo minucioso de este documental nos permite el reencuentro con el pensamiento, las ideas, el dolor y las canciones de un intérprete excepcional. La directora Melina Terribili logra con los registros de relatos que dejó el músico, y con un precioso material fotográfico reinterpretado por la realizadora, que nos permite asomarnos al mundo de el cantante, en especial de su exilio, de los dolores de la vida cotidiana, de la falta de inspiración para escribir canciones, de la resistencia silenciosa y coherente de un hombre que no quería adaptarse a otro lugar que no fuera el suyo. El trabajo de su esposa y su hija sacando a la luz cientos de cajas con recuerdos minuciosos anotados en papelitos y cuadernos, con objetivo de contrarrestar el olvido. Con ese soporte de fotos desgastadas, y esa voz en registros que el manda desde el exterior a familiares y amigos, Terribili reconstruye nada menos que el dolor de la ausencia, en su dimensión poética y desgarradora. Una realización llevada a cabo desde la admiración y la ternura para un gran artista.
“Ausencia de mí”, de Melina Terribili Por Gustavo Castagna La voz de Zitarrosa actúa como separador entre recuerdo y recuerdo. Las filmaciones caseras y familiares se anteponen a la música, a los temas más reconocidos, al lugar común de un documental de estas características. Es la voz del elegido, más la trascendencia que adquieren esos objetos históricos, ahora encerrados en cajas para la entronización del mito. De un mito con los pies en la tierra, en su tierra uruguaya, aquella que añorara tanto en sus años de exilios, incluyendo a este paisaje a punto de estallar. Ausencia de mí, documental de Melina Terribili, explora al hombre fuera de su lugar de pertenencia a través de esa voz que rememora, poetiza, sufre, padece y convive con el desarraigo. No hay espacio para otras voces que no sean las cercanas, las hijas y la esposa de Zitarrosa, cuestión que se agradece al circunscribir el relato hacia lo esencial, sin necesidad de glorificar al personaje con elogios ni alabanzas extremas. En ese punto, Ausencia de mí converge a fijar la atención en cómo Zitarrosa describe diversos hechos y reflexiona sobre su Uruguay y aquella Latinoamérica de los 60 y 70. Las imágenes de archivo, con ese blanco y negro de noticiero político, acompañan a la voz, desde Montevideo al Obelisco de Buenos Aires, hasta otros exilios pautados como bienvenidos separadores estilísticos (Exilio I, Exilio I, Exilio III). Está el hombre y su contexto. También el artista y su momento histórico. Pero en los últimos minutos prevalece cierta desazón y descreimiento por ese Uruguay que no es el mismo de antes del destierro. La ovación, los aplausos y proclamas cuando Zitarrosa retorna a su Uruguay se fusionan a esa mirada melancólica en la fiesta final de su hija. Esa mirada observa y se percibe que extraña a un paisaje que se había ido para siempre. Quedan las canciones, queda su obra, permanece el silencio junto a esos ojos ocultos detrás de los anteojos. AUSENCIA DE MÍ Ausencia de mí. Argentina, 2018. Dirección, guión y fotografía: Melina Terribili. Música: Alfredo Zitarrosa. Duración: 82 minutos.
Canciones del exilio y del desexilio Con valiosísimos materiales de archivo, el documental de Terribili reimplanta al cantautor uruguayo en la contemporaneidad, después de una larga ausencia. Escrita y dirigida por Melina Terribili, Ausencia de mí no es un documental musical, por eso faltan varias de las canciones más icónicas de Alfredo Zitarrosa, como “Doña Soledad” o “El violín de Becho”. Por el contrario, ese devastador concentrado de belleza que es “Adagio en mi país” se oye dos veces, una durante el transcurso del film y la otra sobre los créditos finales, tal vez porque a la realizadora le encante o quizás porque maride bien con la idea que anima el documental. ¿Qué idea? En principio, la de la exhumación: Ausencia de mí empieza a tomar forma a partir del momento en que la viuda del músico, Nancy Marino Flo, y sus dos hijas, Moriana y Serena Zitarrosa, entregan al Estado uruguayo, un lustro atrás, los cientos de cajas donde desde hace casi treinta años guardan carpetas, escritos, notas mecanografiadas, apuntes, casetes, cartas de AF, destinados a perdurar. Ausencia de mí trae de nuevo al presente aquella voz, aquella figura, aquel modo de ser que ya en los años 70 resultaban anacrónicos. Ni qué hablar ahora. El traje y la corbata, el pelo peinado para atrás, la voz varonil, los modales respetuosos, las ideas claras, las milongas y camperas, acompañadas por una escuetas guitarras. Fallecido a los 52 años como consecuencia de una peritonitis, Zitarrosa es un criollo educado e inspirado que le habla a la modernidad desde un paisito que hace rato no existe más. Desaparecido de radios y librerías, a pesar de haber editado en vida catorce LPs y en forma póstuma cuatro libros (en ambos casos en su país), el documental de Melina Terribili lo reimplanta en la contemporaneidad, después de tan larga ausencia. La película imita el movimiento de poner en imágenes lo que viuda e hijas van extrayendo de las cajas, lógicamente dándole un orden. El hilo se tiende desde febrero de 1976, cuando, tras tres años de dictadura en su país, Zitarrosa y los suyos parten al exilio en Argentina, España y México. Febrero 1976: mal momento para llegar a la Argentina. Por eso durará tan poco su estada aquí. Para ayudar a la organización del material, Terribili lo divide en capítulos. El tiempo del exilio está escandido en tres, a marzo 1984 le corresponde el “desexilio”, término acuñado por Mario Benedetti. En el exilio, este coloso de la música latinoamericana no puede componer un solo tema, en algún momento mujer e hijas no aguantan más y se vuelven. Se reencontrarán más tarde. “Hay muchas canciones esperando allá”, dice Zitarrosa en off, y en cuanto puede toma el avión de vuelta. En Uruguay, un militar promete que el ejército no va a volver a dar un golpe “si no lo obligan a ello, como ocurrió en 1973”. Recibido como un héroe (se lo ve exultante, asomado a la ventanilla del auto que lo trae), el autor de “Guitarra negra” canta más por solidaridad que por contrato. En algún momento anuncia que deberá cambiar de política, porque los suyos necesitan comer. Esta es, a grandes rasgos, la historia. ¿Cómo la cuenta Terribili? Echando mano sobre todo del abundante arsenal de películas caseras, que muestran un Zitarrosa impensado: distendido, sonriente, entrando al mar de la mano de una de sus hijas o jugando con ambas. Ellas, las imágenes lo demuestran, se deshacen por el papá, a quien no se ve nada distante. Zitarrosa con sombrero playero, Zitarrosa con el pelo largo y suelto, bien 70’s, Zitarrosa con anteojos, ya de vuelta en Uruguay, bailando con la hija mayor en el cumple de 15. Zitarrosa en un aparte con su bella mujer, Nancy. Lo que las imágenes caseras no proveen lo facilitan las fotos de archivo, muchas de ellas entre las más conocidas. Teniendo en cuenta que el autor de “Crece desde el pie” dejó una enorme colección de casetes caseros, el sonido en off no habrá sido tan difícil de resolver. El hombre no sólo grababa música: conversaciones privadas y telefónicas, entrevistas radiales, reflexiones en tono lírico, melodías silbadas. “Dejó dos casetes llenos de silbidos”, confirma la viuda. “Me levanté a la mañana, puse la radio y escuché una melodía que, supongo, sería marroquí”, dice Zitarrosa durante su estada española. Y silba la melodía. “Aspiro a no morirme antes de que el continente sea socialista”, anhela este consecuente militante del Partido Comunista de su país. Por suerte no llegó a enterarse del todo que los rumbos eran muy otros.
Cuando Zitarrosa regresa a Montevideo después de un largo exilio, el 31 de marzo de 1984, una multitud lo recibe en el aeropuerto y lo acompaña en la calle. No se trata aquí de una forma de idolatría característica de la era del espectáculo, sino de una expresión de reconocimiento de las consecuencias que tiene un puñado de canciones en el alma colectiva de un pueblo. Cuando Ausencia de mí incluye ese material en su relato consigna el secreto de la vida del personaje que ha elegido retratar.
Más que una película sobre un músico, Ausencia de mí de la directora Melina Terribili es un documental político, que desde la figura de un Alfredo Zitarrosa exiliado, censurado y nostálgico, propone un acercamiento al vacío y una interesante manera de edificar la memoria. De esta forma lo musical queda en un segundo plano. Las canciones suenan de fondo, de hecho, hacen de esqueleto mediante la banda sonora, pero el verdadero hilo conductor está dado por las tribulaciones y reflexiones que el cantautor uruguayo grabó en las más de mil horas de cintas de audio que fueron recuperadas junto a cientos de papeles, cuadernos, borradores, registros audiovisuales, objetos y pertenencias suyas. Para evitar el olvido, la familia optó entregar todo ese archivo al Centro de Investigación, Documentación y Difusión de las Artes Escénicas del Teatro Solís, en Montevideo y así dar inicio a un proceso de clasificación y conservación. Las imágenes de las cajas bajando del camión y abarrotándose en una habitación funcionan como prólogo para el documental. Una vez que se empieza a inventariar los archivos en una especie de ejercicio de autopsia y exhumación, los límites del tiempo se difuminan y de pronto, la voz de Zitarrosa aflora de las grabaciones para que sea el propio homenajeado el que arme su homenaje. La llegada de la dictadura militar en 1973 fue un antes y después en la vida del músico. Debido a su fuerte compromiso político, no tuvo más opción que exiliarse y vivir durante más de una década como cosmopolita forzado en Buenos Aires, México DF y Madrid hasta su vuelta en 1985. Así, el dolor por el desarraigo que reverbera en los miles de exiliados de los diferentes países del continente, su preocupación por la falta de creatividad atribuida la tristeza por la circunstancia política y su esperanza intacta en Latinoamérica son algunas de las confesiones que escuchamos del poeta, todas son grabaciones hechas durante sus años de exilio. En este sentido, la directora Melina Terribili prescinde de toda épica y ensalzamiento de la figura del artista para abordarlo desde su costado más humano. No lo vemos tocando la guitarra, no lo vemos cantando, casi no lo vemos. La presencia de Zitarrosa se manifiesta entonces de un modo espectral. A partir de su voz grave, profunda y en off sincerando sus lamentos e inquietudes, a través de material fotográfico que lo muestra mayormente a contraluz, solo, con gomina, traje y ese porte tanguero que resultaba algo antiguo para la época o mediante grabaciones en Super 8 filmadas por él mísmo. Todo un devenir de archivos que discurre poética y copiosamente, que nos acerca desde ese sentimiento agridulce y fantasmal propio del found footage a una idea personal y global de destierro. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Pocas veces se presenta una oportunidad de asomarse a la intimidad de un genio como la que ofrece Ausencia de mí. La mujer y las hijas de Alfredo Zitarrosa conservaron el archivo del cantor: en 2014, a 25 años de su muerte, le entregaron al Estado uruguayo la custodia de ese material invaluable. De ese tesoro surge este documental, que cuenta a través de grabaciones, filmaciones y cartas inéditas, el periodo 1974-1986 en la vida de Zitarrosa: sus años en el exilio durante la dictadura militar y su regreso al Uruguay con el restablecimiento de la democracia. Hay aquí un gran trabajo de selección para mostrar al gran cantor uruguayo en sus distintas facetas, y siempre en sus propias palabras. Cada una de sus definiciones, con esa voz de uruguayísima gravedad, es de una claridad asombrosa; como si cada frase y cada acto, hasta los más cotidianos, fueran una toma de posición. Aparece, desde ya, la figura del cantor comprometido: “La canción, diga lo que diga, como toda obra de arte se trata de un acto de amor. En el caso de la canción testimonial, de amor a la justicia, al hombre, a la verdad. Yo aspiro a no morirme antes de que el continente sea socialista”. Pero también lo vemos y escuchamos en su rol de padre, marido, amigo: jugando a las cartas, compartiendo un asado, zambulléndose en el mar, hablando al pasar de su lucha contra el alcoholismo. Lejos del Uruguay, Zitarrosa es, ante todo, un hombre dolido, quien hasta ha perdido la inspiración para componer pero no la lucidez para pensarse a sí mismo (se define como “un producto típico” del “Uruguay democrático, la Suiza de América”) y a su país. Un país que lo recibió como un héroe a su regreso, pero cuya decadencia socioeconómica post dictadura le amargó sus últimos años.
MEMORIA DE MI EXILIO TRISTE La década de 1970 fue una época sangrienta, injusta y dolorosa para toda la región de América del Sur. Gracias a la nunca pedida intervención de la mano invisible de EE.UU., la mayor parte de los países de esta parte del mundo comenzaron en esta década una carrera cruenta para ver quien poseía el régimen más fascista de la región: dictaduras signadas por censuras, torturas, asesinatos, violación de los derechos humanos, todo un aparato represivo y asesino impulsado por los estados desplazados de la lógica democrática. En el imaginario colectivo de Latinoamérica resuenan los nombres de Pinochet o Videla, como ejemplos de los más oscuros momentos, pero países como Uruguay también sufrieron regímenes totalitarios que escaparon de toda legalidad. Atravesada por la música, el arte, la militancia y la nostalgia del exilio que inunda toda la región del Río de la Plata, Ausencia de mí, de Melina Terribili, expone cómo vivió el músico y activista político Alfredo Zitarrosa su exilio forzado del Uruguay entre los años 1976 y 1984. Desde su voz en off, Zitarrosa narra en primera persona cómo fue la idea, la concreción y el padecimiento de sus años de exilio y desexilio posterior. Narrada desde un lenguaje poético, la película registra a modo de diario intimo histórico charlas telefónicas, pensamientos, reflexiones artísticas y políticas de la situación que atraviesa su país y el mundo en general, lo que hace necesario destacar que la década de 1970 y 1980 estuvieron signadas por el terrorismo de Estado y una violencia intrínseca entre fracciones políticas e ideológicas opuestas a todo lo ancho y largo del mundo. Con imágenes de archivo extraídas de filmaciones caseras del devenir familiar en la dinámica del exilio, el film nos enmarca en un viaje en el tiempo donde el malestar político, el activismo ideológico, la militancia por un mundo mejor y la creencia en un arte en pos de la justicia social eran moneda corriente. Zitarrosa nos ofrece desde una voz de antaño reflexiones más que interesantes y oportunas de la labor de los artistas, y de las causas y consecuencia de las políticas internacionales de intolerancia que hicieron factible su exilio forzado a diferentes países del mundo. A estas apreciaciones subjetivas que el cantautor nos ofrece desde su voz en off y sus filmaciones caseras, el documental le suma un registro del trabajo de investigación y conservación de estos cuadernos de notas, cintas fílmicas, volantes, pósters y demás que el archivo Zitarrosa cuida de forma dedicada. Esto nos da cuenta de la importancia de la perpetuación y cuidado de la memoria histórico-política de un país sobre los sucesos de su pasado, y cómo dentro de este archivo colectivo, el arte y las expresiones artísticas en general devienen en un material de suma importancia histórica. Sencillo, honesto y nostálgico, Ausencia de mí se suma a la lista de producciones necesarias para el mantenimiento y la reflexión de nuestro pasado reciente, porque un pueblo sin memoria está destinado a cometer los mismos errores. Yo quiero creer que algún día dejaremos de hacerlo, y que el arte ahí, habrá jugado un rol más que importante.
El documental Ausencia de mí es una mirada sobre el dolor de vivir en el exilio, construida a partir de fotos, películas y grabaciones de sonido inéditas dejadas por el célebre músico uruguayo Alfredo Zitarrosa. Utilizando como columna vertebral del relato la entrega de objetos y materiales de archivo íntimos del cantautor popular al Estado uruguayo por parte de sus hijas y mujer, nos adentramos a un punto de vista personalísimo de Zitarrosa, recorriendo entonces su historia de exilios a través de capítulos que son celosamente numerados por la realizadora pero curiosamente fieles a la forma obsesiva del artista que tenía de autoarchivar cada fragmento de su vida, como si fueran pruebas fidedignas de su existencia; no sólo en base a su virtuosismo sino como cuestionamiento a su ser individual, aunque posiblemente se autopreservaba de forma inconsciente. Desde este lugar de guardado minucioso nace dicho tesoro oculto desde hace 27 años, el cual su familia trata de rescatar cuidadosamente para la posteridad de la memoria colectiva. En base a la realización, la elección del formato 4:3 acierta desde la perspectiva histórica y nostálgica, atravesando diferentes materialidades y soportes, visuales y sonoros. Aunque el mayor logro de la directora con relación a dicha elección fue poder invisibilizar el marco típico a lo largo del film para transformarlo en la única mirada posible, la del propio Alfredo Zitarrosa. Decisión que también ejecuta durante el registro observacional de las hijas y de la esposa en el tiempo presente. No seremos la mosca en la pared, teóricos abstenerse, pero esa no intervención se agradece en este tipo de retratos. Tengan presente el plano del comienzo donde vemos a la hija de Alfredo tratando de contener sus lágrimas para que no desborden sus ojos, pues si al finalizar el documental, tenemos una expresión y sensación similar, nos hemos acercado al hombre detrás del artista.
Tan solo una canción de paz. Muchos fueron los artistas de América Latina que tuvieron como única salida el exilio debido al régimen de la dictadura. Melina Terribili es la directora de este valioso documental que retrata el sufrimiento que acompañó al cantante Alfredo Zitarrosa mientras estuvo lejos, quedando claro que lo único que se llevó en la valija, es su corazón, al que no lograron apagar jamás; y su voz, a la que no lograrán callar nunca. Alfredo Zitarrosa (1936-1989), ilustre músico uruguayo y activista político, pasó por tres países durante su exilio de la dictadura en la década de 1970, precisamente en el ´76, Argentina, España y México. Ausencia de mí (2018) es un documental que revela el contenido de innumerable cantidad de cajas dejadas por él, las cuales no habían sido tocadas desde su muerte hace 30 años. Su esposa e hijas están tratando de conservar los recuerdos, las películas, la música y las grabaciones de sonido atesoradas en esas cajas para siempre. A pesar de la pena que albergó su pecho, este artista pudo regresar a su amado Uruguay al volver la democracia en 1984 y murió a los 52 años. Melina Terribili creó este film valiéndose de un extenso y misceláneo material sonoro y fílmico que el mismo Zitarrosa dejara como documento inédito y que en su momento, quizás, funcionó como motor de descarga emocional. Esto posibilita narrar la historia de su exilio en primera persona y, en paralelo, el pasado y el presente se entrecruzan gracias a sus hijas Serena y Moriana, y su esposa Nancy, quiénes emprenden un minucioso rescate de este material, ayudadas por un equipo de archivólogos, quebrando la historia y dando por terminado al largo y doloroso período de silencio, ellas aportarán recuerdos con la finalidad de brindar luz a tanta oscuridad. Una valiente voz que representó y representa las voces censuradas del pueblo… un padre, un esposo… un hombre simple e íntegro que amaba a su perro y a la verdad… un artista que no toleró la pobreza de su gente, de su tierra y cantó hasta el último de sus días con el alma quebrada por la injusticia generada por el hombre egoísta y débil ante el imperialismo… simplemente un hacedor de canciones, un poeta y soñador, que nos dejó como aprendizaje y legado, además de sus canciones, el utilizar el arte como herramienta para defendernos de causas que consideremos justas y siempre buscar la paz, no la guerra.
Sueños elementales. Dos exilios atravesaron casi toda la vida de Alfredo Zitarrosa, artista uruguayo que primero buscó a su tierra en Buenos Aires en plena época de dictaduras militares y listas negras. Dos destierros, el del propio país y el de sus canciones prohibidas. Desde la voz del poeta y el silbido que se cuela entre las cintas de casete que Zitarrosa dejó a sus hijas como si de alguna manera presagiara que ellas debían contar su historia una vez que él no estuviese para hacerlo, lo primero que se puede percibir es esa tristeza inconmensurable de no estar presente en su suelo, repleto de las injusticias sociales que aquejaban a ese mundo que dista muy poco del presente, al espejismo de la revolución castrista que Zitarrosa abrazaba y utilizaba como punta de lanza de su convicción política. Escucharlo con atención es un ejercicio de memorabilia necesario porque desde su relato en la lejanía; de los tantos exilios en Argentina, México y España, se aprende y aprehende otra historia. Incluso la propuesta de Melina Terribili hace hincapié en aquel exilio no forzado luego de haber vuelto esperanzado al Uruguay democrático, que tras el consuelo de ganar el gobierno sucumbió a los vicios del poder de siempre y por ende la balanza siguió pesada y no equitativa como prometía el momento histórico, ni tampoco se logró la tan ansiada justicia con la puesta en marcha de una ley de amnistía para aquellos que habían cometido crímenes de lesa humanidad, suficientes derrotas acumuladas en pocos años y tantas mudanzas para aquellos que siempre luchaban como Zitarrosa por sueños elementales. La directora Melina Terribili genera desde su propuesta Ausencia de mí un dispositivo de la memoria que busca recrear en la idea de exilio su horizonte y encontrar en el protagonismo de uno de los exiliados latinoamericanos más importantes de la historia el testimonio desgarrador de un habitante sensible para un mundo completamente cínico. La selección de fotografías intercaladas con la cadencia cansina de Alfredo Zitarrosa es un espacio que parece no necesitar del tiempo para que la poesía fluya y acompañe el paso de la historia gris, aunque el cielo y los pájaros que acompañaban al poeta en sus destierros y encierros cuando carecía de sus árboles, su gente, su país, su historia no alcanzaban a llenar ese vacío en el corazón. Y todo eso en el revoltijo de los objetos, las letras, los silencios, le dan cuerpo y alma en un sentido y conmovedor homenaje a un verdadero artista que desde su guitarra y su voz pintó al Uruguay de la tristeza y la pobreza como pocos.