El profe. Continuando con temáticas sobre géneros sexuales, Marco Berger puntillosamente dirige su segundo largo, luego de los favorables resultados alcanzados con el film Plan B. El foco sobre las diferencias sexuales y la atracción hacia personas del mismo sexo está puesto en la búsqueda e iniciación. Su anterior proyecto se encontraba vinculado más al descubrimiento casual que como un juego terminó definiendo a dos personas. Ausente narra sobre cómo un joven estudiante, durante las tardes en la pileta del colegio, vigilado y protegido por sus profesores, encuentra una salida atípica y quebranta reglas para lograr con un cometido. Implícitamente inicia un juego, maniquéa y ejecuta un plan que da comienzo al indicar una molestia física, específicamente en un ojo, para captar la atención de uno de los profesores de la institución. Este, se hace cargo de la situación, llevando al joven a una revisación, al regresar, por fortuitas razones, el profesor debe hacerse cargo una situación planteada y brindarle hospedaje al estudiante en su departamente, incumpliendo una regla escolar y dando lugar a un sugestivo vuelco punzante, colmado de tensión y suspenso. La simbiosis generada en el segundo personaje, el profesor, es magistral, producto de lo sugestivo, dando lugar a un duelo entre dos, el ausente en lista nunca más presente en la mente del otro.
Desearte duele Ausente (2011) es una película tan ambigua como su título. Lo que empieza siendo un thriller erótico entre un profesor acosado sexualmente por un alumno menor de edad se transforma en una tragedia shakesperiana con un desenlace inesperado. Contar detalles de Ausente sería casi una falta de respeto hacia el espectador y a quienes concibieron con suma maestría una de las obras más interesantes y complejas que dio el cine argentino en los últimos años. Vale simplemente decir que Martín (Javier De Pietro) manipulará a su profesor de gimnasia (Carlos Echevarría) para terminar pasando una noche en su casa. De ahí en más los roles se invertirán y será Martín quien pase a tener el poder, desestabilizando la vida emocional de un personaje que parece inmutable ante cualquier estímulo. Marco Berger ya había demostrado en Plan B (2009) un interesante manejo de la tensión dramática a partir de situaciones simples y de generar erotismo sin necesidad de mostrar demasiado, o mejor dicho casi nada. Ambos elementos vuelven a ser dos de las puntas fundamentales en la construcción de Ausente, permitiéndole a Berger definir un estilo personal a su cine. Durante los primeros minutos del film, la cámara se posa sobre las diferentes partes del cuerpo de un muchacho semidesnudo. Pero no encuadra sobre lo que podría considerarse obvio, sino sobre algunas partes del cuerpo que en la cotidianidad resultarían invisibles. La forma con la que Berger crea tensión sexual en los primeros minutos de Ausente definirá el tramo inicial de una obra que respira a sexo sin la necesidad de que lo haya. Con una fuerte presencia protagónica de Javier De Pietro –un actor a tener en cuenta-, como el gran titiritero capaz de mover los hilos de su profesor cuan si fuera una marioneta, se redefinirá la pedofilia ante la inversión de los roles, provocando un debate cuasi sociológico. Durante el segundo tramo, el film vira hacia otro ángulo y convierte en figura casi excluyente al profesor interpretado por un solvente Carlos Echevarría. La apatía e inexpresividad de ese hombre confundido en sus sentimientos, al que se lo ve agonizar por dentro sin poder expresar el dolor, es sin duda la columna vertebral de Ausente. Nivelando la balanza entre ambos personajes vemos a una Antonella Costa interpretando a la novia del profesor, personaje que sirve para romper la tensión que ocupa la mayor parte de la trama. Un rol importante es el que juega la música compuesta por Pedro Irusta. Resulta interesante cómo cada uno de los temas elegidos lleva por diferentes estados, creando suspenso y una tensión dramática incrementada por el fuera del campo y los primeros planos. El mismo recurso que Berger había utilizado en Plan B , pero ahora lo hace más eficazmente. Ausente es ambigua. Uno puede asociar el título a la relación alumno-profesor, pero va mucho más allá. Habla de las ausencias y las pérdidas, de lo que no volverá, de aquello que no es posible vivir, habla del amor, del deseo, de la confusión, de los mandatos, de la amistad, de la vida que de repente nos da sorpresas. Ausente es una película díficil que habla del presente. Un obra con mayúsculas.
EDUCACIÓN FÍSICA Ni bien termina la proyección de la película, Marco Berger, junto a su elenco, intenta convencer al público de que lo que acaban de ver no es una historia de amor homosexual sino el relato de una obsesión. Se trata de Ausente, el segundo largometraje de Berger alejado desde la historia de su anterior Plan B. Un riesgo, aclara él, que debía correr para no caer en la repetición de una fórmula. Es verdad, si Plan B podía considerarse una comedia costumbrista, con cierta añoranza por el recuerdo de los 90’s, Ausente es, claramente, un thriller de suspenso o, al menos, un buen acercamiento al género. Martín (Javier De Pietro), mezcla de enfant terrible con femme fatale en pantalón de gimnasia, encierra en una red de mentiras a su profesor de educación física para terminar durmiendo en su casa. Malentendidos que llevan adelante el relato y que ubican al espectador en el rol de juez preguntándose quién es el culpable. Quizás la obsesión de la película no se encuentre únicamente sobre el adolescente. La cámara de Berger continúa retratando en Ausente, tal como lo había hecho en Plan B y en su cortometraje dentro de la película coral Cinco, el cuerpo del hombre desde el deseo, lo masculino visto desde una mirada entre sensual y sexual. No se trata de un homenaje a. No hay guiños al cine de Almodóvar ni al de Gus Van Sant. Quizás algún acercamiento a la pasional mirada de Derek Jarman pero desde una propuesta diferente. La mirada puesta sobre la piel de De Pietro nos obliga a desearlo sin sentirnos culpables de hacerlo. Porque, que quede bien claro, Ausente no es nada más ni nada menos que una película. Una película que dialoga con el espectador. Que nos hace cómplices del juego de Martín. E implicados en su deseo esperamos que se concrete. Es ahí donde Ausente nos juega una mala pasada. Un hecho inesperado, un plot point sin sentido, da vuelta el relato y nos hace sentir estafados. Conciente Berger, se ríe desde el fondo de la sala. Sabe que Ausente es de esas películas de las que se puede decir: “Me gustó pero no se si recomendarla”. Berger sabe que el suspenso lo lleva adelante una banda de sonido perfecta pero manipuladora que la transforma en la verdadera femme fatale de la historia. Me pregunto qué dirá Doña Rosa al verla. ¿Festejará el desenlace trágico condenando el deseo homosexual del protagonista? ¿O llorará con el reencuentro del profesor y el alumno en el onírico final en los vestuarios? Tiempos modernos los que corren.
Atracción fatal Esta historia sobre la ambigua, contradictoria, tensa relación entre un profesor de natación (Carlos Echevarría) y uno de sus alumnos adolescentes (Javier de Pietro), que no puede volver a su casa y termina en el departamento de su maestro, está narrada con sofisticación, climas enigmáticos, combinando elementos más cercanos al thriller psicológico (es un ensayo sobre la atracción, la represión, la culpa y la manipulación), aunque con pulso de thriller hitchcockiano, mientras que sobre su desenlace adquiere incluso un sesgo casi fantástico. Más allá de que no todos los climas son igual de logrados y de que hay momentos en que los detalles y observaciones pasan de la sutileza a cierta obviedad, se trata de un muy logrado segundo trabajo de Berger, en el que además se nota un salto cualitativo en cuanto a puesta en escena y dirección de actores. Un director a seguir con suma atención.
Como un reflejo de la realidad Marco Berger hizo previamente "Plan B". En aquella ya se mostró como un director inquieto en el lenguaje narrativo y la dirección de actores. Berger es un artista inteligente y con un afán de búsqueda cinematográfica, que le permite estar siempre atento en cómo atrapar la atención del espectador. Esa es una virtud muy destacada. No todos los cineastas piensan en el público. "Ausente" tiene el formato de un thriller de suspenso, que por momentos roza el terror. Esto surge a través de cómo va hilvanando las escenas, en un estilo seco, contundente y simple a la vez. Acá se trata de una historia que ha sido muchas veces contada, pero siempre desde la visión de que es un adulto el que acosa a una chica. En "Ausente" ocurre al revés, un chico de dieciséis años se siente atraído sexualmente por su profesor de natación, e intenta encontrar las formas posibles de atraer al educando para sus fines. ATRACCION Y RECHAZO El resultado es imprevisible y sorprendente, porque en el desarrollo de la historia, el joven cineasta se permite jugar a "las escondidas" con los personajes y no siempre son los diálogos los que dan cuenta de una culpa, de un deseo, de un acto de seducción, o de una atracción que roza la obsesión. Marco Berger emplea, en las escenas que así lo requieren, planos cerrados, planos detalle o la fragmentación de objetos o de cuerpos de personas y eso colabora en subrayar esa dosis de suspenso que le hacía falta a esta historia, para lograr atrapar la atención del espectador. Igual que en "Plan B", el cineasta logra redescubrir aspectos tan íntimos, como inusitados de sus personajes y lo hace acentuando el misterio. Guía a sus actores con acierto, para que éstos logren mostrar aquellos sentimientos que a veces no alcanzan a expresarse por una cuestión de pudor, dudas, o temor a ser rechazados. Con magníficas actuaciones de Javier De Pietro, Antonella Costa y Carlos Echavarría, el filme tiene una sugestiva música y fotografía que redondean los climas que la historia requería.
Aquello que no fue La historia de un amor prohibido en Ausente, el segundo largometraje del director Marco Berger. En su opera prima, Plan B, Marco Berger jugó a la comedia: Bruno, un "pibe de barrio", le daba rienda suelta a su despecho tratando de enamorar al actual novio de su ex para sacarlo del medio y poder así reconquistarla. Pero las cosas se complicaban cuando, de pronto, se veía envuelto en un juego amoroso que poco tenía de heterosexual. Así, con un guión original que no caía en ridiculizaciones ni lugares comunes, este nóvel director exploró una temática poco transitada por el cine argentino sin morir en el intento. Y con Ausente, su segundo y recientemente estrenado largometraje, vuelve a poner sus fichas en una historia distinta aunque muy lejos del tono de comedia melodramática de aquél promisorio debut, con una trama mucho más compleja y abierta al debate. Martín (Javier De Pietro), un estudiante de 16 años, se lastima durante una clase de natación. Su profesor de gimnasia, Sebastián (Carlos Echevarría) lo lleva al hospital, y cuando salen se ofrece a dejarlo en su casa. Sin embargo, una serie de complicaciones provocará que Sebastián deba hacerse cargo de Martín y lo lleve a su departamento a pasar la noche. Aunque al día siguiente descubrirá que todo se trató de una serie de mentiras que le hará preguntarse por las verdaderas intenciones del adolescente. Las preguntas tendrán sus respuestas y las respuestas tendrán consecuencias. El deseo y la tensión sexual sobrevuelan la primera hora de la película, con momentos que bien podría haber imaginado un Vladimir Nabokov contemporáneo para una versión masculina de Lolita. Pero será un giro inesperado en la historia el que marcará el ritmo de la segunda parte de la película, que desenfoca en la pulsión juvenil de Martín y planta su eje en la duda y el dolor que -ahora- atormenta a Sebastián. Porque Ausente habla de faltas, de negaciones, de pérdidas, de eso que pudo ser y ya no es. Para contar esta historia, Berger se valió de dos actores muy interesantes: por un lado Echevarría, que da vida con maestría a este profesor de gestos adustos que ve su cotidianeidad invadida por un amor tan prohibido como inesperado; y por el otro De Pietro, que construye con sorprendente madurez a un enigmático adolescente capaz de exudar erotismo y decir mucho con miradas. También se destaca Antonella Costa como la desentendida novia de Sebastián, un personaje tan atractivo como necesario para la trama. Ausente, ganadora del premio Teddy 2011 en la Berlinale, fue presentada dentro de la sección "Corazones" de la 13ª edición del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires con sus dos funciones completamente agotadas. Un buen -y muy merecido- presagio.
Intimo y presente El concepto de ausente es tan ambiguo como rico en significados y de amplias lecturas. El primer recuerdo que evoca esa palabra nos acerca a un ámbito escolar donde pasan lista por nombre y apellido tal como ocurre en la rutina del profesor de gimnasia (Carlos Echevarría), un hombre algo introvertido que paradójicamente parece ausente dentro de su entorno que no lo registra o simplemente distante e indiferente cuando interactúa con su novia (Antonella Costa) y ella pretende hacerlo partícipe de sus charlas o comentarios sin otra respuesta que una evasiva o el más terrible de los silencios. Sin embargo, la ausencia esconde un doble sentido: marcar la presencia de algo que ya no está, que no volverá o resaltar lo que sobra cuando es notorio que algo falta. ¿Será el amor?; ¿O tal vez la amistad sin prejuicios ni miradas inquisidoras? Afortunadamente Marco Berger no responde ninguna de estas inquietudes y se propone romper códigos tanto de género como de contrato con el espectador para sumergirnos en el sugestivo y perturbador universo de su segundo opus Ausente, ganador del premio Teddy como mejor película de temática gay en Berlín y que se estrena durante todo el mes de Agosto en el Malba los días viernes y sábados. En primer lugar, sin anticipar demasiado de la trama para conservar las expectativas, el director de Plan B construye sutilmente un relato de obsesión amorosa invirtiendo roles entre un alumno (Javier de Pietro) de 16 años que se las ingenia para invadir la privacidad de su profesor de educación física jugando el papel de muchacho desprotegido. Esta suerte de femme fatale del cine negro pero en versión masculina -interpretado soberbiamente por Javier de Pietro- es un recurso poco visto en películas de este tono y muy explotado con chicas adolescentes y atractivas en películas de clase B o mediocres intentos de cine exploitation, que por lo general mueren en el cable. A diferencia de estos productos lo de Marco Berger es doblemente meritorio porque maneja con inteligencia y mucha precisión la gradual tensión sexual y erótica que se desata a partir del encuentro azaroso de los dos protagonistas. Circunscribir el film al terreno de la temática gay exclusivamente resulta por los valores cinematográficos y estéticos de Ausente, algo vago, superficial e injusto porque las coordenadas de un thriller psicológico están presentes en la primera mitad del relato, donde la atmósfera de suspenso es creada a partir de la banda sonora de Pedro Irusta más que por las imágenes, ricas en planos cercanos en tensión con planos distantes, los cuales precisamente marcan el juego de seducción yuxtaponiendo los límites y la trasgresión de esos límites constantemente. Los espacios en los que la cámara fisgona de Berger transita -siempre evitando la asfixia de sus personajes- determinan el territorio de atracción y rechazo constante con una fuerte carga simbólica detrás. Ese microcosmos íntimo que sólo se resignifica en el ámbito onírico es el que representa con mayor énfasis la secreta contemplación entre víctima y victimario depende el punto de vista utilizado porque además encierra el aspecto oculto del deseo y por supuesto del tabú, prolijamente trabajado desde las miradas del entorno hacia el profesor. La nueva apuesta de Marco Berger seguramente a muchos espectadores les resulte un tanto manipuladora por los caminos que va atravesando la historia. Prefiero pensar con menos prejuicio y sugerir otra interpretación que apela a la confrontación directa con el espectador no desde su rol pasivo de testigo sino en su inevitable empatía con los personajes, quienes en definitiva son aquellas ausencias que nosotros buscamos y necesitamos hacer presencia en una pantalla que nos seduce y nos separa de la fantasmática de la realidad.
Un rompecabezas con final inesperado Aunque no esté tan logrado como su debut, no faltan virtudes en el segundo film del realizador de Plan B. El nudo es la compleja trama que arma un alumno para enredar a su maestro. Ganadora del Premio Teddy al Mejor Film de Temática LGTB en la última edición del Festival de Berlín, en Ausente el realizador Marco Berger (Buenos Aires, 1977) vuelve a problematizar el vínculo homosexual, tal como había hecho en su ópera prima, Plan B. En ambos casos, Berger, autor de los guiones de sus películas, pone ese vínculo en el marco de una pequeña conspiración. En Plan B, un tipo bastante psicopatón se hacía pasar por gay para levantarse al nuevo novio de su novia y destruir así la relación entre ambos. Ahora, en Ausente, para curtirse a su profesor de Educación Física, un alumno de cuarto año de la secundaria urde toda una serie de engaños, rozando la trampa, el acoso y la extorsión. No sólo la situación es más inquietante, sino que también el tono de Ausente es decididamente más oscuro que el lúdico, luminoso film previo. En verdad, Plan B era una comedia y Ausente es, en el más estricto de los sentidos, una tragedia. Lo cual no quiere decir que sea un film del todo logrado, manteniendo su interés tal vez en un plano más potencial que real. Fotografiada en digital de alta definición, desde un primer momento se impone, en Ausente, una sensación de “gato encerrado”. Chico de colegio privado, durante una clase de natación, Martín (Javier de Pietro) alega sentirse mal, por lo cual su profesor, Sebastián (Carlos Echevarría), lo lleva a un hospital. Lo revisan, no tiene nada, dice no tener la llave de su casa ni forma de comunicarse. Sebastián lo “aguanta” un rato en su departamento, invitándolo luego a pasar la noche. Alguna vecina metida y el encargado del edificio, que los ve irse juntos a la mañana, ponen el condimento paranoico. En la escuela, revelaciones mínimas pero inesperadas terminarán de complicar la situación, con la lógica persecuta por parte del profesor. De allí en más la cosa no hará más que escalar, incluyendo un brutal golpe de guión y algo parecido a una revelación final, de ésas que obligan a ver la película entera por un espejo retrovisor. Ausente no se parece en nada a Plan B. Allí donde había ambientes barriales, naturalismo y rusticidad, ahora hay una zona residencial, uniformes de colegio privado, departamentos de fría elegancia minimalista. De modo concordante, también la fotografía es “fría” y despejada. Cierta brumosidad propia del digital está aprovechada en sentido dramático. La puesta en escena fragmenta el espacio. Esto, que se hace evidente en una escena introductoria enteramente construida en planos detalle, no parece gratuito. Lo que se muestra a ojos del espectador es un rompecabezas visual al que siempre le faltan piezas (contraplanos que no están, desenfoques, fueras de campo), y eso sucede también en términos dramáticos. El espectador va descubriendo la trama que arma Martín (está magnífico el debutante Javier de Pietro) a través de los ojos de Sebastián. Tal vez esa suerte de gran subjetiva justifique que la película vaya destapando las cartas de Martín, pero se guarde las de Sebastián... hasta la escena final. En cualquier caso, se trata de una estrategia narrativa que le deja al espectador pocas cartas en la mano –para continuar con la metáfora de naipes–, quitándole chances de participación. Como a su vez el tono tiende a ser excesivamente grave y reconcentrado, con apenas un par de bienvenidas disrupciones, Ausente se ve siempre desde una distancia entre contenida y enrarecida. Enrarecimiento que incluye un buen grado de artificio (difícil saber si buscado o no), con situaciones entre forzadas y difíciles de creer (toda la trama que arma Martín, un roce improbable en casa del profe), así como algunas desconcertantes decisiones estéticas. La música, fundamentalmente. El recargado sinfonismo y el énfasis dramático de Pedro Irusta (solicitado, sin duda, por Berger) no tienen la más mínima relación con el desdramatizado minimalismo imperante. ¿Funciona acaso ese ostentoso desfase? ¿O, por el contrario, distrae? Más allá de esas dudas y cuestionamientos –a los que desde ya debe sumársele un golpazo de timón tan crucial como difícil de admitir–, no se comprende por qué todas y cada una de las figuras femeninas (la novia de Sebastián, interpretada por Antonella Costa; la de Martín; una vecina; una empleada del colegio) son tan irremediable y parejamente tontas. ¿Tal vez porque así las ven los protagonistas? De ser así, ¿por qué hacer esa asociación entre homoerotismo latente y misoginia galopante? También en ese punto parecería haber, como en otros (más allá de una buena cantidad de detalles estimables y hasta logrados), cierto grado de confusión o de capricho, cuestiones no del todo bien resueltas, algo que tal vez escapó de control.
Atracción Fatal Ausente, segunda obra de Berger funciona como un thriller a lo De Palma (Vestida para Matar, Obsesión, Femme Fatale) como pocas veces se suele ver en el cine nacional. Respetando una preocupación autoral en su temática, Berger, esta vez confluye el suspenso con el drama (en Plan B se mezclaba la comedia con el drama) para construir una obra climática que habla de obsesiones y amores no correspondidos… y también, porque no de sacar para afuera las inhibiciones y sentimientos reprimidos. Martín es personaje extraño, ambiguo, acaso mucho más seguro de lo que quiere aparentar frente a los demás, mientras que el profesor (suprema interpretación de Echeverría) es un hombre en crisis emocional. Los primeros 40 minutos aproximadamente de film son sublimes. La creación de climas, creados a partir de diálogos secos, sutilezas, construcción simétrica de encuadres y una banda de sonora con inserciones corales que bien podría pertenecer a una obra de Argento, construyen una película, inmensa, minimalista, intensa y atrapante. Acaso lo que muchos esperábamos ver en La Niña Santa y La Mujer sin Cabeza, pero no terminamos por encontrar. Porque no tengo miedo de admitirlo. El cine de Martel es meticuloso y perfeccionista en lo que significa puesta en escena y creación de climas, pero fluctúa en lo narrativo. Hacen agua realmente los relatos de Martel (excepto La Ciénaga, aunque tenía personajes más interesantes que la historia en sí). Berger logra reproducir algo del universo Martel, pero de forma menos pretenciosa por suerte, y mucho, mucho más accesible para el público general. Acá el tema de la homosexualidad reprimida no es tomada cinematográficamente como tabú y de hecho Berger construye un relato sexual sensual apelando a varios tópicos de De Palma, como el uso fragmentario de partes del cuerpo o la ducha en cámara lenta. Por otro lado, el director tampoco pierde del todo una óptica costumbrista, que nos adapta fácilmente al universo de los personajes. Los recursos extra cinematográficos a los que apela para manipular al espectador, se disfrazan cuando vemos calles conocidas de Capital y el conurbano o domicilios de clase media. La (falta de) comunicación es un tópico muy interesante. Lo que se dice no resulta tan verosímil como lo que no se expresa. A Berger parece no importarle si los diálogos tienen un tono realista, son atractivos como termina siendo el poder de la mirada y la expresividad mínima de los actores agrandada gracias al montaje y los encuadres. Lo que se sugiere solapadamente es muy poderoso. Y si no fuera por un elenco sólido, esto no sería posible. El mayor problema que tiene Ausente es que la primera mitad es demasiado auspiciosa y dinámica, pero la segunda parte se hace un poco larga y densa. El relato se torna un poco repetitivo y redundante, las imágenes pierden poder de sugestión. El ritmo, si bien siempre es lento, constante, los planos secuencia largos (algunos fijos) y la acción interna de cada uno, reducido; no logra sostenerse durante esta segunda mitad por mucho tiempo. Los personajes femeninos, toman mayor protagonismo y no son demasiado explotados. De hecho están un poco caricaturizados. Berger se burla de ellas. La película vuelve a levantar cerca del final, cuando Berger apela a un golpe de efecto sorpresivo, pero que le hace bien al film, para encontrar un nuevo rumbo emotivo, y provocar sensaciones ambiguas en el personaje y el espectador. A partir de este momento el film nuevamente tiene escenas tan intensas como inteligentes en su concepción. La persecución final se convierte en una clase maestra de montaje no diegético. El guión es profundo. No nada en la superficie, y temas como la identidad, ocultar los sentimientos, la represión burocrática, el despertar sexual, son abarcados de forma sutil, sin subrayados ni metáforas tontas. Sino un lenguaje directo, pero puramente visual. Tensionante y sólidamente interpretado, Ausente es un film de climas, sentimental pero no demagógico ni manipulador. Inteligente y atrapante, a pesar de algunas escenas alargadas innecesariamente. Nuevamente, Marcos Berger confirma que es un nombre a seguir muy de cerca dentro del cine nacional contemporáneo.
Publicada en la edición impresa de la revista.
Historia inquietante, ensamble de suspenso, amor y tragedia Martín (Javier De Pietro) tiene dieciséis años y es alumno de un colegio secundario. Durante la clase de natación, observa con particular atención a Sebastián (Carlos Echevarria), su profesor, no se sabe en principio porqué. Hay en su mirada algo de lascivia. Al rato, dice que algo le lastima el ojo y pide ayuda. El docente le ofrece llevarlo en su automóvil hasta un hospital. Una serie de obstáculos que aparecen uno tras otro en el relato del joven le impedirían regresar a su casa y fuerzan a Sebastián a invitarlo a la suya. Aquello que se mostraba sugerente se explicita. Nada será igual desde entonces para ninguno de los dos. La mínima exposición y la mentira empiezan a hacer ruido. La situación se va definiendo, se tensa. Uno, esquivo; el otro, decidido; hasta que un simple hecho, un golpe y la reacción, cambian la perspectiva del relato que pasa de encuadrar al alumno a seguir definitivamente al docente. El título del relato deviene, valga la paradoja, presencia. Marco Berger, con su anterior Plan B había demostrado ser un cineasta debutante prometedor, capaz de encuadrar la homosexualidad desde un ángulo diferente, aquí va por más, confirmando su talento para contar historias, en este caso una que se presenta como thriller y deviene en drama terminal de amor. No hay excesos en la exposición ni de dichos ni de hechos, solo un juego de miradas, unas pocas idas y venidas que son suficientes como para inquietar primero por la duda y angustiar una vez pasada la primera hora de relato, lo suficiente como para aferrar al espectador a acompañar a uno y otro personaje hasta el final. Para Sebastián, la ausencia de Martín que vuelve fantasmal, presente al fin, es la revelación de algo, una verdad que le cuesta reconocer, una culpa que no parece poder eludir. Más allá de los aciertos de Berger, hay además buenos trabajos, no obstante es el de Echevarría el que tiene mayor peso, en especial cuando el relato lo pone en primerísimo plano, una composición que incluso logra superar a la de De Pietro como el alumno ambiguo que acaba de descubrir quién es y lleva su pasión hasta las últimas consecuencias y pone en jaque las convicciones de maestro aparentemente seguro de sí mismo. La acertada descripción y participación de los personajes femeninos (el deAntonella Costa como la novia de Sebastián y Constanza Boquet como la que parece ser de Martín) completan el elenco de una película de cámara que básicamente inquieta y no descuida los detalles, en especial su ritmo, un tiempo por momentos casi real que permite compactar unos pocos días angustiantes en un hora y media que estremece. Berger madura en todo sentido (en lo que cuenta y en cómo lo hace), un buen signo para los tiempos que corren.
La ley del deseo, y del misterio Thriller de lograda tensión sexual y psicológica. Los dos primeros tercios de este thriller traccionado por el drama psicológico dan batalla, tal vez, entre lo mejor que se vio este año en el cine nacional. En Ausente , el misterioso, angustiante, tenso vínculo entre un profesor y un alumno en torno de la sexualidad está abordado con sostenido nervio narrativo y una estética, fragmentaria, que nos atrapa con su ambigüedad. El segundo filme de Marco Berger ( Plan B ) superpone, en sus mejores pasajes, algo del estilo Alfred Hitchcock con algo del estilo Lucrecia Martel, sobre todo en sus atmósferas recargadas, enigmáticas, asfixiantes. Una pileta de natación en un ámbito cerrado (como en La niña santa ). Un alumno de 16 años -de una escuela de clase media-alta- que se queja de una molestia en un ojo. Un profesor que decide acompañarlo a un centro de atención. Al regreso, el chico explica por qué no puede volver a su casa y, en una suerte de después de hora, el profesor lo invita a que pase la noche en la suya... El estudiante y el docente son interpretados por Javier De Pietro (Martín) y Carlos Echevarría (Sebastián) con extraordinaria solvencia. Martín, que por edad debería ocupar el lugar de la ingenuidad, parece ser manipulador. Sebastián, cuya pareja (Antonella Costa) no va a dormir esa noche con él, nos transmite -a través de pequeños gestos- su sensación de incomodidad y, tal vez, de deseo reprimido a punto de convertirse en realidad. Sentimos, cada vez más, que está atrapado en su propia casa, en sus impulsos, en una serie de prejuicios suyos y ajenos, instalados con sutileza -con mucho uso del fuera de campo- por el director. En el último tercio, la trama da un giro brusco, inesperado, que nos empuja al análisis retrospectivo, al replanteo lógico y a cierta sensación de artificio, aunque éste sea deliberado. Los personajes femeninos, secundarios, no se muestran muy lúcidos: la misoginia podría estar en la subjetividad de Sebastián, el que marca el punto de vista, aunque no siempre veamos a través de sus ojos. El resultado, de cualquier modo, es muy satisfactorio. Berger ya ha dejado de ser una promesa.
Singular intriga, con estilo moroso Sin música, ciertas escenas de esta película serían de un aburrimiento extremo. La inquietante composición de Pedro Irusta potencia muy bien tales escenas, y convierte el conjunto en una película casi de suspenso. Contra ese suspenso conspiran, lamentablemente, el estilo actoral casi atonal impuesto por el director, y su propia puesta en escena minimalista, con demasiados planos de relleno que parecen colocados sólo para estirar a 90 minutos lo que hubiera estado mejor en 75. Por suerte hay una intriga muy singular, que entretiene bastante con unas pocas incógnitas bien desarrolladas. En primer término, la del profesor de natación que se deja invadir el departamento por un alumno de 16 años con carita de canchera y excusas nada convincentes. Lo que busca ese chico parece bastante claro. Lo que va haciendo el profesor, en cambio, suena medio raro, pero se supone que está relacionado con sentimientos y perplejidades que ni él mismo sabía que tenía, y ahí empiezan a aflorar. Después la cosa se estira en situaciones de malhumor y melancolía, pero hay una inesperada vuelta de tuerca y ahí empieza otra incógnita, que lleva a otro buen momento musical, culminando en un remate ilusorio que, además de original, dejará probablemente una sonrisa de satisfacción en su público. Buen estilo, refinado, en esta última parte. Buena idea, la de alterar los roles, poniendo al profesor de natación en el lugar de posible víctima. Y buen avance del autor, Marco Berger, respecto a su obra anterior, la comedia gay «Plan B». La de ahora ya ganó el premio Teddy, que entrega la International Gay & Lesbian Film Festival Association durante la Berlinale, y seguramente ganará otros. De todos modos, según sus propias declaraciones, la futura película de Berger se alejará un poquito de la temática gay. Puede ser, aunque en este caso el título permita cierta suspicacia: «Mariposa».
Marco Berger se dio a conocer como director argentino hace apenas dos años con su opera prima “Plan B”. En “Ausente”, su segunda realización vuelve a reunir a un reparto de jóvenes intérpretes, algunos ya consagrados, para plantear una temática mezcla de géneros con buenos resultados. En su primera parte la acción está centrada alrededor de Martín Blanco, un joven de dieciséis años que interpreta el debutante Javier De Pietro, en vida real algo mayor. Durante una clase en una piscina, el joven le pide ayuda a Sebastián (Carlos Echevarría), su profesor de natación, diciéndole que se ha lastimado un ojo y éste lo acompaña a un hospital. Cuando regresan, el compañero de Martín en cuya casa se iba a quedar a dormir ya se ha retirado. El “profe” ofrece llevarlo a la casa de la abuela, que es donde normalmente vive, pero ésta tampoco está presente por lo que termina cobijándolo en la suya. Lo que acontece de aquí en más no conviene revelarlo, siendo preferible que el propio espectador vaya descubriendo que hay detrás de esta serie de circunstancias, hay algo más que una situación fortuita. Lo interesante es que todo está planteado a manera de un thriller o film de suspenso. Además en la segunda mitad del film la balanza se inclina hacia el segundo personaje masculino, quien sostiene una relación aparentemente estable con una bella joven, muy bien interpretada por Antonella Costa. Será ésta quien empiece a sospechar que no todo anda bien entre ambos y a no comprender la irrupción de Martín en la casa de su pareja. Hay otros dos ámbitos donde las sospechas sobre algún tipo de vinculación entre ambos personajes masculinos empiezan a acumularse. Por un lado el colegio, particularmente entre colegas del profesor. Por el otro, una vecina del departamento donde éste vive e inclusive el portero del edificio. El desenlace, ya centrado en la figura del profesor, reserva algunas sorpresas pero es coherente con el resto del relato. A resaltar los excelentes climas logrados que curiosamente tienen alguna similitud con el último film de Kiarostami, que es posterior a “Ausente”. Y por sobre todo los actores con dos jóvenes “veteranos” como Antonella Costa y Carlos Echevarría que coincidieron en su primer protagónico: “Garage Olimpo”. Javier De Pietro compone acertadamente al perturbador adolescente, bien acompañado por Rocío Pavón (Analía) y Alejandro Barbero (Juan Pablo), sus compañeros de estudio y diversión
¿Qué ves cuando me ves? Filme austero y logrado de profunda humanidad. Martín (un sobresaliente Javier De Pietro), un alumno de cuarto año de colegio privado, toma su clase de natación y de repente una molestia ocular obliga a Sebastián (gran trabajo de Carlos Echevarría), su profesor, a que lo acompañe a una guardia. Ese percance origina una seguidilla de desencuentros que dejan, por ese día, al adolescente fuera de su casa, sin llave, sin celular y sin mayor responsable que se haga cargo de él. El docente, con todos los inconvenientes que puede ocasionarle semejante decisión, lo lleva a su departamento a pasar la noche. Ausente, la segunda película de Marco Berger (que se dio a conocer con la interesante Plan B), se desenvuelve como un thriller que aporta datos sesgados, oblicuos, indirectos y va sumiendo al espectador en una inquietante trama que parece, a pesar de su simpleza, decir más de lo que dice, contar más de lo que muestra. Y de repente el primer quiebre devela y vuelve a ocultar -anticipando la ausencia (en este caso premeditada, finalmente involuntaria) definitiva-, para dejar colocado al público en otra tensión que ya no tiene que ver con el suspenso de lo que vendrá sino con el devenir de la relación establecida que ahora fluirá en los terrenos de cierto drama existencialista. La ambigüedad es esencial tanto como eje conductor en la filmografía de Berger cuanto como eficaz herramienta interpretativa para la deconstrucción crítica. Nada más transparente que los vidrios que parecen multiplicarse en la puesta en escena de la película y sin embargo nada más opaco que esa imagen que se proyecta en o a través de ellos. Nada más ausente que quien ya no está y a la vez nada más presente que esa ausencia. Nada más placentero que el deseo y al mismo tiempo nada más mortificante. Martín se mira en cuanto espejo encuentre en su camino. Es una constante. Se arregla el pelo, hace algún que otro mohín, pero no se podría afirmar que lo suyo es veleidad o narcisismo. Más bien todo lo contrario. Hay una búsqueda en su mirada reflejada. Como si quisiera asirse, como si confiara en que esa imagen le dará la razón de ser. Más allá del freudismo o el lacanismo (pero sin olvidar su poder simbólico) que dieron forma al “estadio del espejo” como instancia formadora del yo, el simple mecanismo de la cotidianeidad visual (exacerbada) de estos tiempos es a la vez llamativa y no. Martín se muestra como un adolescente común y corriente, algo parco, un poco tímido, y de repente asoman gestos mínimos, pequeños detalles que siembran dudas sobre esta apreciación. ¿Qué quiere? ¿Qué busca? ¿Qué persigue? En ese camino el cruce con su profesor será revelador. Para ambos. Berger saca provecho de un elenco acertado y construye una puesta en escena clásica y plástica (donde la iluminación y la música intensifican los climas), pero también fragmentada tanto en forma como en fondo, y vuelve a encuadrar la cámara a determinadas alturas corporales que inevitablemente llaman la atención (genitales y culos, no necesariamente desnudos pero tampoco evitándolos) sorteando la delgada línea que separa el morbo de la naturalidad sexual y colocando al espectador en una productiva incomodidad visual. Abundan los planos de ojos y miradas y los cruces de éstas resultan fundamentales para completar lo que las palabras no pueden (y no sólo en la relación de los protagonistas sino además en la que aportan los terceros: el encargado del edificio, la vecina, las docentes). La importancia de los códigos no verbales (posturas corporales, gestuales, etc.) se aúnan con la palabra para mostrar ese intrincado camino que debe atravesar quien ha optado por una sexualidad diferente. Si la identidad sexual está puesta en juego, o más aún la elección del objeto de deseo no responde a la heteronorma, más difícil encuentra la manera de expresarse y más complicada la identificación. Pero nada de esta teoría se declama en parlamentos o frases altisonantes, simplemente se desprende de la trama narrativa, de la (in)determinación de los personajes, del decurso de los hechos. De ahí su universalidad. Por eso duele el cachetazo, por eso nos conmovemos por lo que “ocurre” en ese vestuario final. Porque nada de lo humano puede sernos ajeno. Y si de algo (entre otras tantas cosas) puede hacer ostentación Ausente es de su profunda y sincera humanidad.
Gris de Ausencia Martín (Javier De Pietro, en su debut cinematográfico, un verdadero hallazgo) siente una molestia en un ojo y suspende su clase de natación. Su profesor (Carlos Echevarria a quien hace poco vimos en "Desbordar") trata de ayudarlo. Pero al seguir refiriendo una molestia, decide acompañarlo a una revisión de rutina. No hay de qué preocuparse, la médica no encuentra problema alguno, sólo que una vez finalizada esta revisación, las cosas parecen complicarse: un arreglo de ir a dormir a la casa de un amigo parece haber quedado trunco por irse antes de la clase y aparentemente Martín no tiene dónde ir a dormir. Su profesor quizás presionado por darle una solución al tema y después de algunos mínimos "rodeos" lo invita a ir a dormir a su casa. Martín acepta gustosamente. Todo parece casual pero nada lo es. Y ahí comienza a desplegarse la verdadera historia de "Ausente". Al día siguiente, cuando la madre se presente en el Colegio para preguntar si alguien tiene algún dato del paradero de su hijo, porque no ha ido a dormir a su casa ni tampoco estaba en la casa del compañero donde le había dicho que iba a ir a dormir, el profesor comenzará a darse cuenta de la mentira intencional de Martín y sus efectos. A partir de ese momento, la trama establece una permanente tensión entre los dos protagonistas, un juego de acercamientos y rechazos, de seguridades y de dudas, terreno en el que Marco Berger, aún con una cierta morosidad que le imprime al relato, logra hacer entrar en el juego al espectador, y en ese espacio de lo no dicho, es en donde el guión se mueve más acertadamente. Después de su ópera prima "Plan B", el director continúa en el mismo sentido que en su opus anterior, con su exploración de géneros y terrenos poco visitados en el reciente cine argentino. Es evidente que "Ausente" no es una película que precisamente siga las reglas del cine mainstream o más comercial sino que Berger logra establecer un ritmo particular, que si bien no es apto para todos los públicos, tiene un estilo claramente definido que será seguramente la marca registrada del realizador y sus seguidores. Pero justamente en esa delicada estructura, en el misterio que se va develando muy lentamente, en la indefensión que le provoca el juego de inseguridades a ese profesor cuyo alumno lo pone en jaque, reside la particularidad y la riqueza de esta pequeña gran película de casi dos personajes en búsqueda de su identidad. Es interesante la mutación que se produce en los roles de poder como es el de docente-alumno, donde aquí se ve subvertido justamente por un alumno que pretende avanzar sobre su profesor. Dos figuras masculinas fuertes y débiles a la vez, solamente interceptadas por los roles femeninos del film (a cargo de Antonella Costa y Rocío Pavón) quienes operan desde un rol más formal que afectivo para hablar de los sentimientos de los protagonistas. Una historia que va desde momentos con tintes de thriller psicológico, otros donde cuenta una historia de amor con un deseo "prohibido" hasta tomar algunos ribetes de drama pasional -aunque sin la exhacerbación sexual- al estilo Almodovariano. También comparte con este director el detenimiento en la desnudez de los cuerpos, que van enhebrando diversos detalles de la historia, van trazando por si solos ciertos diálogos y relaciones, miradas y gestos, que comunican y expresan quizás mucho más que lo que los protagonistas pretenden poner en palabras. Hay un lenguaje corporal que Berger maneja perfectamente y la marcación de los actores apunta a ese juego de miradas, escarceos, insinuaciones e incógnitas que incluso hacen dudar por algunos momentos de lo que siente ese profesor profundamente confundido ante el descubrimiento de las verdaderas intenciones de su alumno. Sobre la recta final, un hecho puntual que no conviene revelar, redefine el drama de los personajes y quizás cada uno vaya encontrando su propio camino. Berger ya ha encontrado holgadamente el suyo dentro de una nueva corriente del cine nacional, que trata de subrayar menos y de ahorrar palabras para que la imagen pueda hablar por si misma. Que en definitiva la ausencia se haga, paradójicamente, una fuerte presencia, que ayude a cerrar el rompecabezas de identidades y sentimientos. Ganadora del Premio Teddy 2011 a la 'Mejor Película LGTB' de la Berlinale, "Ausente" se convierte en un estreno nacional diferente tanto por su temática como por la cadencia narrativa con la que el director elige contar la historia.
Yo no sé si habrá que irse acostumbrando a que en la Argentina, el mal llamado cine de autor y peor relacionado con el cine independiente, será el característico de nuestro país. Como fuere, sería interesante una mejor distribución, pero este tema es harina de otro costal. El estreno de la segunda realización de Marco Berger, “Ausente”, supone un subrayado de esta tendencia, pero luego ¿qué es el cine argentino hoy? Amalgamarlo como industria resulta imposible, y películas como esta hace raro un análisis si no se la coloca en un contexto especial. La producción viene acompañada del dudoso premio Teddy a la mejor película de temática gay. ¿Hace falta esta diferenciación a esta altura del siglo? “Ausente” es un interesante drama psicológico decorado con algunos elementos del misterio. Narra la historia de Martín (Javier De Pietro), un alumno secundario enamorado de Sebastián (Carlos Echevarría) su profesor de gimnasia. Martín se lastima en clase de natación y el profesor lo lleva al hospital. Aquí hay que comprar la idea de que en un colegio privado sea el profesor quién debe "hacerse cargo" del chico, sino todo resultará inverosímil. Digamos que, involucrado por la circunstancia, Sebastián se siente obligado a no dejar a su alumno solo y lo lleva a la casa pero, como aparentemente su abuela no está, siguen juntos hasta el día siguiente. En todo este contexto se va sugiriendo una mezcla de erotismo sutil con aires de thriller que llevan al espectador a sospechar en todo momento que algo raro hay en esta atmósfera. La narración se mete en un embrollo cuando roza peligrosamente el estado de verosimilitud de sus personajes como, por ejemplo, la mencionada responsabilidad del colegio, o cuando Martín se acerca al profesor mientras duerme. Es clara la intención de jugar a las fantasías sexuales en medio de un clima incierto, y es de hecho el factor en donde la realización se apoya para tratar la temática en cuestión. Desde el punto de vista cinematográfico, hay decisiones de la puesta en escena que hacen pensar más en un capricho del director que en un verdadero trabajo de la dirección de arte, por ejemplo las fotos pegadas en las paredes del dormitorio de Martín Por eso, la psiquis del personaje principal sólo tendrá sentido si el espectador se focaliza únicamente en la relación de ambos. Una vez que el espectador compre la idea, la película irá profundizando la incertidumbre proponiendo una dualidad entre la inocencia del despertar sexual y una leve psicopatía. El final abrirá otras posibilidades de lectura, pero para entonces la decisión del gusto personal estará tomada. Los rubros técnicos cumplen bien. En especial la fotografía. El sonido en la proyección del Malba fue correcto, pero llama la atención un molesto subtitulado en inglés que puede resultar una distracción para quienes tienen el acto reflejo de mirar la zona inferior de la pantalla cuando aparecen letras. Esto último lo menos es que resulta insólito por tratarse de una producción Argentina, país donde el único idioma oficial es el español.
INOCENCIA INTERRUMPIDA Varios planos detalle de diversas partes de un cuerpo joven semidesnudo se presentan junto a los créditos iniciales: un muslo, un pie, un hombro, un pecho, un abdomen, una entrepierna…; pero no se trata de una escena sensual, sino de la revisación médica de Martín, un joven de 16 años que está por entrar a la clase de natación. En rueda de compañeros, antes de entrar a la piscina, parece escuchar lo que dicen los demás, pero en realidad, mira a su profesor de educación física que, sentado en un banco y con la cabeza apoyada contra la pared, parece ausente, ido… Con la excusa de haberse lastimado el ojo, el jovencito acepta que su “profe” lo lleve al hospital, para luego, por cuestiones de la trama, terminar en la casa de éste para quedarse a dormir. A partir de allí, el mundo de ambos personajes tambaleará (aunque módicamente, al menos por lo que se mostrará). El protagonista adulto parece estar ausente en prácticamente toda la narración. Si bien puede ser una marcación actoral, lo que más vemos del personaje es su estado letárgico, adormilado. Poco conocemos de su vida, a pesar de verlo mucho en pantalla: con su novia (Antonella Costa) habla poco (habla ella sola); con sus alumnos, lo vemos pasar lista y nada más; en la intimidad de su hogar sólo parece leer un libro o acostarse boca arriba a pensar…. ¿Le pasa algo o es así? En cambio, la vida del adolescente parece ser más natural, ya sea estudiando en su habitación con una compañera “que le tiene ganas”, o jugando y charlando con un amigo (eso sí, la relación con sus padres no se muestra, sólo se los nombra). En su ópera prima, “Plan B”, Marco Berger había logrado un mejor trabajo de los actores, más natural y fluido. Aquí las escenas dialogadas entre los dos protagonistas parecen más artificiales, con largos silencios algo antinaturales, incómodos (¿la idea era que pareciera a propósito para mostrar la incomodidad entre ambos?). Al estar proyectada en DVD, poco puede apreciarse de la fotografía de Tomás Pérez Silva, que luce descolorida, oscura, sin brillo; a lo sumo se perciben buscados fueras de foco o el uso del foco selectivo. La historia planteada es interesante, da para el debate, resulta original porque un adolescente se aprovecha de un adulto y no al revés, y evidencia cierto “peligro” en las aulas (sólo por el hecho de que, en este caso, el alumno es un menor de edad; no porque no pueda existir una relación consensuada, pasional o amorosa, entre un alumno y un profesor). Pero lamentablemente, tal vez, la elección de Carlos Echevarría como el docente no haya sido la más feliz, porque si bien podemos pensar que el personaje debe tener un tono gris o apagado, cierta inexpresividad de la actuación de éste no suma para resultar creíble o querible, no permitiendo una identificación con él. No es el caso del joven Javier De Pietro, que aporta una inocente (?) sensualidad y cierta desenvoltura en su rol. Al margen, es buena la intención del director y guionista de contar esta historia que genera suspenso (mención especial para los tonos graves de la música de Pedro Irusta) y cierto desconsuelo en el drama vivido por el protagonista, pero, a pesar de haberse hecho con el premio a la mejor película de temática gay de la Berlinale, esta vez no alcanza para crear una obra de lo más acabada.
Como en un laberinto, la nueva película de Marco Berger se desplaza entre el misterio, los escondites y las sorpresas; elementos clave que se perciben en su uso de la puesta en escena y con los cuales logra momentos de un clima de tensión y erotismo notables. La cámara sigue los gestos mínimos de dos hombres: uno de ellos es Martín (Javier de Pietro), un adolescente que, con la excusa de no tener lugar donde pasar la noche, intenta acercarse a Sebastián (Carlos Echavarría), el profesor de natación que lo invita a quedarse en su casa y quien peor enfrenta las consecuencias que ese hecho produce. Esta historia sobre la atracción homosexual está contada en un tono de suspenso que la hace muy particular y que se manifiesta especialmente en los ambientes que crea a partir de las actuaciones, los primeros planos y la gran banda sonora que acompaña a muchas escenas. Así mismo, el ritmo se apoya y construye sobre la concepción (laberíntica) del espacio: son numerosas las situaciones en que los personajes interactúan a través de pasillos, ventanas, puertas o paredes que los dividen o los unen. Entre los corredores del vestuario, escuchando detrás de la puerta, mirando a través de la ventanilla o corriendo entre dos edificios: esas son apenas algunas de las situaciones en las que los protagonistas se encuentran en algún momento y que también sirven al propósito de esa constante búsqueda en el film. Quizás no sea casualidad, entonces, que uno de los hechos más importantes se produzca, justamente, cuando hay un quiebre de esa lógica: uno de los personajes salta a través de un tapial. De todas formas, como lo que principalmente regula este recorrido es ante todo la mirada ajena, los grandes acontecimientos y la acción están contenidos en los pequeños gestos, movimientos y palabras entre disimulados e intensos que, a través de elementos (la interpretación, la música, la disposición espacial, etc.) se potencian y dejan entrever una trama oculta que es guiada por el deseo entre personajes. Así, el apretón de dientes que le hace contraer la mandíbula a Sebastián y que genera un hueco en su mejilla es constantemente notorio, y se vuelve enorme en ese momento fugaz pero único en que debe pasar lista y nombrar al alumno que no está. Así, Ausente funciona casi todo el tiempo como una bomba que parece estar siempre a punto de estallar pero que nunca lo hace: la moral, la pasión y la culpa van y vienen, se pasean entre gestos y miradas de desconfianza y deseo, que sin dudas dan vida a una historia atrapante. No obstante, el momento trágico que pinta todo el desenlace produce un efecto extraño, la historia se vuelve levemente lejana y a la vez angustiante. Hasta la inverosimilitud –que, como parte de la bomba, está fallada y nunca llega a explotar– se da el gusto de invadir por unos momentos la pantalla. El final solo es insatisfactorio, sin embargo, hasta cierto punto; como muchos laberintos, Ausente encuentra una única salida a su recorrido; con tragedia y angustias de por medio, el último tramo le revela una verdad, aquella que era intuida pero (quizás de otro modo) inimaginada.