El buchón Resulta sumamente confortable el debut del documentalista Jorge Leandro Colás con Barrefondo, cuyo origen es la novela homónima de Félix Bruzzone, quien ha plasmado sus experiencias como piletero en una historia donde las necesidades tienen cara de hereje. También, al estar presente la geografía del conurbano bonaerense, el film de Colás agrega una atmósfera singular para el género policial, sin apartarse del registro realista y con una cuidadosa elección de actores para llegar a transmitir atmósferas perturbadoras y tensión de manera constante. Al protagonista de esta historia, Tavo, en la piel del actor Nahuel Viale, lo atraviesa por un lado una rutina laboral desgastante, que consiste en limpiar junto a su colega Bolivia (Osqui Guzmán) piletas de natación en los countries de la zona y recibir todo tipo de trato por parte de sus clientes, pero por otro una crisis con su pareja embarazada (María Soldi), producto del constante contrapunto entre la lucha cotidiana por subsistir y la sombra de su suegro, ex policía que también sobrevive con una remisería de barrio. El giro como en todo policial que se precie repite la fórmula exitosa de “hombre equivocado en lugar equivocado” y desde ese puntapié todo se enrarece cuando entra en escena un oscuro personaje apodado Pejerrey, interpretado por el siempre eficaz Sergio Boris. Por esos carriles de la ilegalidad, el apriete y el axioma del sálvese quien pueda, con la noche como telón de fondo, transita esta ópera prima que además consigue bucear con sutileza tanto en un tejido social deshilachado como en la intimidad de un ambicioso y vengativo piletero, capaz de transformarse en un abrir y cerrar de ojos en una pieza clave que une dos mundos absolutamente opuestos.
El pequeño sigue pequeño. Vez tras vez hemos visto la historia del pequeño hombre común que, por razones incontrolables, se embarca en una travesía de magnitudes mayores a las que puede manejar. Barrefondo ensaya ser parte de este linaje narrativo. Tavo es un piletero que trabaja mayoritariamente en barrios privados para gente particularmente acaudalada. Debe mantener a su mujer embarazada a la vez que debe lidiar con su suegro, que busca hacerse cargo de su joven familia. El meollo del relato acontece cuando Pejerrey, jefe de una banda de delincuentes, presiona al protagonista, buscando información sobre las casas donde Tavo trabaja para poder asaltarlas. Si bien parte de una premisa interesante, Barrefondo falla en construir una progresión dramática que sustente la transformación de Tavo de simple empleado a miembro de una banda criminal. Podría recordarse la reciente Barry Seal: sólo en América (American Made, Doug Liman) historia que, salvando las diferencias de presupuesto, forma parte del mismo linaje de historias que Barrefondo; con la diferencia de que la película de Liman logra un exitoso desarrollo de su trama tanto como de su protagonista. En este tipo de relato (emblema de directores como Capra o Sturges) resulta menester el rotundo cambio del hombre común frente a las enormes situaciones que debe afrontar (en el caso de Barry Seal, este punto se evidencia con creces). Tal concepción de historia con un diseño coherente y un personaje polifacético que se embarra cada vez más permanece inédita en Barrefondo. Aquí, Tavo es simplemente llevado de un lado a otro sin ningún destino claro. Barrefondo se afirma en espacios fácilmente identificables, siendo estos los barrios privados por un lado, y los lugares bajos que frecuentan Tavo y Pejerrey por el otro. Un problema que el film no puede evadir es el del uso de lugares comunes (estereotipos e irresolutos clisés), basta con observar a los empleadores de Tavo (una pendevieja, un solterón, unos rugbiers, una madre tacaña, etc.). Estos son, mutatis mutandis, el mismo tipo de personaje. Utilizar un tipo marcadamente particular de personaje en una narración no está mal, pero el uso desmedido (y su acumulación) estanca el desarrollo de cualquier historia, por el simple hecho de que, personaje a personaje, el protagonista no se relaciona con nada que evolucione o cambie; es decir, no entra ninguna nueva fuerza en juego. Es recién sobre el final de la película, cuando aparece el Detective, que la historia atisba a cambiar de dirección y de lo directamente anodino. Véase Barry Seal, o mejor aún, The Swimmer, film que comparte con Barrefondo un elemento constitutivo, el constante empleo de piletas. Ned, el protagonista de The Swimmer, nada por las piletas del barrio en su largo camino a casa. A través de la sucesión de piletas se irán conociendo personajes distintos que revelarán diferentes facetas de Ned, a la vez que aportarán (en cada pileta) situaciones nuevas e irreversibles llegando a la conclusión del film. Es fundamental para el diseño de The Swimmer la cuestión de cómo personajes muy diversos (pese a pertenecer a la misma clase social) interactúan con su protagonista en el devenir de los hechos. En Barrefondo nos encontramos mayoritariamente con una gran bolsa de personajes iguales e intercambiables que evitan el desarrollo de la historia tanto como el del propio Tavo. Una breve excepción a esta norma podría encontrarse en el binomio conformado por Tavo y su suegro, donde una lucha territorial por su mujer (y el bebé en camino) aporta un pequeño descanso de la insípida trama. Podría hacerse el ejercicio de imaginar, por ejemplo, qué hubiese ocurrido si el dúo Vito/Michael, de la saga El Padrino, se enfrentara únicamente con personajes del tipo de Don Fanucci. En la variedad (y algunas cosas más) reside la grandeza. El desarrollo indeciso de Barrefondo también se traslada a la relación de Pejerrey con Tavo, y a la nueva carrera de este como delincuente. Si bien la doble vida de Tavo como piletero y criminal resulta una premisa interesante, Tavo empieza a operar recién a la mitad de la película. Además, el desarrollo de esta peligrosa empresa no presenta ningún tipo de peripecia para él, ya que lo único que hace es dibujar los planos de las casas; luego entrega esos papeles y se desentiende del problema. No hay ningún tipo de iniciación delictiva y cualquier sufrimiento emocional para con el asunto es inexistente; incluso el hostigamiento que emprende Pejerrey resulta tibio para la magnitud de su emprendimiento y de lo que este podría perder de no contar con Tavo. Todos los robos ocurren fuera de campo mientras Tavo (y el espectador) se encuentran en otro lado esperando que los allanamientos de morada se materialicen frente a sus ojos. En resumen: Una película sobre robos, sin robos. Por último, la conclusión de las historias de hombre común frente a grandes adversidades necesita de un final decisivo donde las limitaciones propias de los personajes se pongan a prueba, un movimiento profundamente trágico; a tal respecto puede considerarse el binomio flimico conformado por El Secreto de Vivir (Mr. Deeds Goes to Town) y Caballero sin Espada (Mr. Smith Goes to Washington) como firme evidencia. La acción concluyente de Barrefondo parecería desarrollarse conforme a esto último. Debido al accionar de Tavo, varios personajes se encuentran en inminentes vías de colisión; solo que este enfrentamiento/clímax (nuevamente fuera de cuadro) no culmina con el esfuerzo final del protagonista para cambiar la situación o para criticar una forma estancada de ver el mundo, como sí ocurre particularmente en los films citados (el sistema judicial en Deeds y el congreso en Smith). Aquí, en cambio, el propio Tavo llega tarde al final de su propia película. El dominar los fundamentos (intencionados o no) que conforman una historia se torna necesario para su desarrollo coherente. Si no hay conciencia de tales elementos, que indudablemente aparecen una y otra vez, estos se volverán decididamente en contra. Además, luego de todas las historias de este tipo que muchas veces hemos disfrutado, resulta fundamental llegar a las últimas consecuencias. En Intriga Internacional (North by Northwest) el hombre común es arrojado a una imparable sucesión de peripecias suspendidas sobre el vació mismo (George Kaplan). ¿Que hacer luego de semejante obra? Por lo pronto, saber que existe y obrar en consecuencia.
El título de este estreno nacional no suena desconocido, ya que el libro homónimo en el cual se basa, ha tenido muy buenas repercusiones tanto el público en general como en las críticas literarias. Félix Bruzzone es el autor de la novela en cuestión, y Jorge Leandro Colás, el director que le da vida en pantalla a la historia de Tavo, un piletero adicto a la quiniela, quien trabaja a sol y sombra (en realidad, a sol puro y con temperaturas agobiantes) en las piletas de casas de barrios privados de gente de clase media acomodada. Allí lidia no solo con el calor sino con clientes de todo tipo: los que lo tratan mal, los que lo tratan demasiado bien y con uno en especial que cambiará el curso de su vida. Al limpiar una de sus piletas regulares, Tavo siente ruidos extraños en la casa contigua y decide abandonar el lugar. Esa misma noche, una camioneta lo persigue. Intenta hacer la denuncia, pero no lo toman en serio. Con la sensación que algo extraño pasa, decide seguir con su rutina diaria, que incluye soportar a un suegro algo intenso e invasivo, con el que no se lleva nada bien, y poder cuidar a su mujer embarazada, quien le tiene prohibido seguir apostando a la quiniela. Pero el juego que lo espera a Tavo no es nada azaroso. El Pejerrey, líder de una banda de ladrones de peso pesado en el barrio, lo convoca para que sea el topo; es decir, el chico que conoce todos los movimientos de esas casas de ingresos pudientes, que se transforma en un entregador ideal. Tavo, al principio se niega, pero tras un apriete y una necesidad de cambiar su diaria, accede. Aquí la película entra en un clima de policial y suspenso que mantiene siempre al espectador preso de lo que va a suceder, con un excelente manejo del clima y grandes actuaciones, en especial de Nahuel Viale en el protagónico. La propuesta resulta efectiva, adentrándonos de lleno en un mundo donde las diferentes realidades sociales chocan, y donde las opciones de una mejora de vida parecen ir siempre por el camino equivocado. Barrefondo es la primera película de ficción de Colás, responsable de los documentales Parador Retiro (2009) y Los Pibes (2015) demostrando una habilidad elocuente del director para moverse cómodo en los distintos géneros.
Opera prima en ficción de Jorge Leandro Colás (Parador Retiro, 2008 y Los pibes, 2015) presentada en la competencia del 32 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, a partir de la adaptación de una novela de Félix Bruzzone. - Publicidad - Barrefondo camina bien por la senda narrativa sosteniendo ciertos toques de observación sobre el personaje central, Gustavo, un piletero de conurbano zona norte, a quien se le presenta la oportunidad del delito casi naturalmente. Un hijo en camino, una mujer a la que cuidar y un oficio tedioso y lento que sostiene la vida del lujo ajeno. Así, el protagonista ingresa en códigos mafiosos donde la corrupción policial organiza y apaña, y ser pobre y hacer una changa como marcador de casas para robar no despierta demasiado escrúpulo y parece normal, casi como venganza o lógica de clase. Lo sórdido nace en la luz del día y se incuba en la microfísica de la humillación y del fracaso, en una sociedad donde las reglas no se dicen pero se cumplen. Hay también un intento de construcción familiar, una rivalidad de machos proveedores que no empaña cierta felicidad doméstica que parece ser todo lo que se tiene y cierto lugar de clichés que quizás aplana un poco la posibilidad de la película. El final para mi interés es lo mejor que tiene la película y la despabila un poco de tanto desarrollo lineal y previsible, con un toque arltiano, donde la moral perdida de la Struggle for Life de El Juguete Rabioso es básicamente una manera de comprender también los lazos familiares y la única interpretación social puede ser la traición, en un entorno más que rutinario y agobiante, del que se huye hacia el mítico Sur.
Tavo (Nahuel Viale, en otro papel instrospectivo) trabaja en el mantenimiento y la limpieza de las piletas de un country en el Gran Buenos Aires. Vive humildemente junto a su mujer embarazada (María Soldi) y mantiene una tirante relación con su suegro (Claudio Da Passano), que está cargo de una agencia de seguridad que custodia el barrio. Esta rutina sin demasiadas estridencias se verá alterada cuando Tavo comience a recibir presiones de un "pesado" de la zona y quede involucrado en una serie de robos.
“Barrefondo” cuenta la historia de Gustavo (Nahuel Viale), un piletero que en pleno verano se dedica a limpiar y mantener las piscinas de distintas casas de barrios privados. A diferencia de los lugares donde trabaja, el protagonista no está tan bien acomodado económicamente, con una casa precaria y una mujer embarazada. Además, tiene que lidiar con su suegro que posee una presencia muy fuerte en sus vidas, menospreciando la capacidad de Gustavo para proveerle lo necesario a su familia. Todo cambiará cuando “El Pejerrey” le proponga un trabajo bien pago: entregarle detalles de las diversas casas para robar. Es así como la rutinaria vida de Gustavo se va a convertir en un policial bien argentino, el cual mantiene la tensión en todo momento. Asimismo, la película del documentalista Colás se las ingenia para ofrecer una historia donde la realidad social tiene mucho peso. Podemos observar no sólo las diferencias entre las clases (y cómo tratan a quienes no consideran sus pares), sino también la presión de los mandatos (el hombre que se tiene que hacer cargo de la economía del hogar).De esta manera, el protagonista se encontrará luchando moralmente entre lo correcto y lo sentimentalmente justo (una especie de venganza personal) para demostrar su verdadero lugar en el juego. Los personajes están muy bien estructurados, sobre todo el de Gustavo que va teniendo una transformación a lo largo del relato. Pero quienes lo secundan también muestran una perfecta radiografía de cómo se vive en el conurbano y, principalmente, en los countries, donde el lujo y la cantidad de dinero no se condice con el alma de las personas. Se nota que el film es una adaptación de la novela homónima de Félix Bruzzone, un piletero que plasmó su experiencia en forma de narración, ya que el autor y, posteriormente, el director conocen muy bien este universo poco (o cero) explorado en la pantalla grande. Un personaje que tal vez puede pasar desapercibido a los ojos de la mayoría, pero que posee mucha información y se encuentra en un eje central. En cuanto a lo técnico podemos decir que tanto la fotografía, como la ambientación y el sonido son correctos. No sobresalen, pero tampoco se encuentran en falta. En síntesis, “Barrefondo” es una película bien estructurada que presenta un policial argentino con una clara crítica social. Atrapa, es original y plasma un contexto poco conocido a través de personajes bien delineados.
Barrefondo: Agua turbia. Llega la primera incursión en el cine de ficción del documentalista Jorge Leandro Colás. Barrefondo es un policial argentino que consigue una lograda mixtura entre la venganza, la familia, la diferencia de clases y la crítica social. Barrefondo está basada en la novela homónima de Félix Bruzzone, la cual narra algunos eventos de ficción inspirados en sus experiencias laborales como piletero al igual que el protagonista de la historia. Es así que el relato tiene lugar durante un verano caluroso en el seno del conurbano bonaerense. Allí, Tavo (Nahuel Viale) trabaja como piletero en un country de la zona, formando parte silenciosa de una comunidad que lo discrimina y lo margina por una cuestión de clase, pero aun así lo utilizan a fines prácticos. En ese lugar, es testigo de una situación extraña que lo envuelve en una trama policial de la cual terminará convertido en pieza fundamental, cuando comience a intercambiar información sobre las casas en las que trabaja con una pandilla de delincuentes liderada por Pejerrey (Sergio Boris). Tavo se verá entre la espada y la pared debido a que por un lado lo tienta el dinero y el sentimiento de venganza, mientras que por otro lo presionan tanto los criminales como las autoridades en un ida y vuelta que no le permite salir de ese circulo vicioso. El director nos ofrece un relato vibrante que pese a un ritmo pausado logra insuflar a la trama de un realismo tremendo que también se atreve a entrar en el terreno de cine de género con mecanismos de suspenso y del cine policial. Se nota el pasaje del autor del documental a la ficción, ya que utiliza ciertos recursos del registro de esta modalidad audiovisual para dotar de cierta frescura a la historia. El espectador es como un testigo privilegiado de los acontecimientos narrados, por medio de un punto de vista muy cercano a Tavo. La cámara se halla en constante movimiento, siguiendo sus pasos como si se tratara de un documental de observación. Esto hace posible que el espectador genere mayor complicidad y empatía con el personaje, ya que uno atestigua los eventos en primer plano. La película se siente más viva, presente y real por todo lo mencionado y esto es un gran triunfo del director. El trasfondo social está muy arraigado al contexto que rodea al protagonista y a los contrastes que se dan con él y con el submundo criminal que lo acecha. El ambiente se siente enrarecido por medio de la dicotomía moral que rodea al personaje que se debate entre lo que está bien y la “justicia” poética que ejerce mediante la venganza. Es sumamente interesante que todo pase por la visión de Tavo. Es realmente destacable la interpretación de Nahuel Viale que navega entre la duda, el miedo, el revanchismo y la atracción ante la propuesta criminal. Sergio Boris y María Soldi acompañan muy bien al actor principal como las dos caras opuestas de la situación. Con respecto al aspecto narrativo, a pesar de algunos traspiés respecto a la construcción del protagonista (un poco rápida la progresión que lo lleva de trabajador a cómplice de los delincuentes), el film sale adelante gracias al excelente manejo de los tiempos y los climas que rodean a los sucesos. En síntesis, Barrefondo comprende un prolijo debut ficcional de Jorge Leandro Colás y un producto atractivo por su tensión progresiva y su aproximación policial. Un trepidante viaje que yuxtapone los sectores enriquecidos en contraste con las clases bajas y la delincuencia. Un film con buenas actuaciones que se nutre del realismo brindado por la utilización de ciertos fundamentos del documental.
Mundo de contrastes. Mientras el lujo, aunque un tanto decadente, se despliega en los countries en los que Tavo (Nahuel Viale) limpia piletas, él vive una realidad completamente diferente. El agua que busca todo el tiempo ser cristalina, a pesar de la inmoralidad, las exigencias del contexto, que lo llevan nuevamente a delinquir, son solo algunas de las líneas argumentales que el debutante en ficción Jorge Leandro Colás impregna a la adaptación de la novela de Félix Bruzzone.
Un mundo hostil Jorge Leandro Colás (Parador Retiro, Los pibes) realiza su primera incursión en la ficción al llevar a la pantalla grande la novela de Félix Bruzzone, cuyo universo oscuro y cargado de violencia implícita trastocan la imagen placentera detrás de los barrios privados. Tavo (Nahuel Viale) trabaja limpiando piletas en una zona de countries. Un mundo de lujos y tensiones de clase reflejadas en un clima enrarecido, en el que la menor conversación esconde resentimiento y violencia entre los personajes. Con su mujer embarazada (María Soldi) y su suegro (Claudio Da Passano), con quién tiene una pésima relación, marcándole sus carencias, Tavo encuentra la manera de duplicar sus ingresos: pasar datos sobre casas a ser robadas al Pejerrey (Sergio Boris) y su banda de delincuentes. La historia adquiere forma de policial. La literatura de Félix Bruzzone está plagada de personajes negativos. Nadie está libre de pecado en un mundo donde las diferencias de clase denotan un resentimiento que se vuelve violencia ante la primera oportunidad. El punto de vista es el de Tavo, propio de la clase trabajadora que brinda servicios a quiénes viven dentro de los countries. Felix trabaja limpiando piletas incluso hoy en día, en paralelo a su trabajo de escritor. Conoce el ambiente y utiliza su oficio de forma metafórica para trasladarlo a un mundo no tan lejano a la realidad. Jorge Leandro Colás estructura el relato en su protagonista y utiliza a los demás personajes de satélite: Su suegro, su mujer, su ayudante boliviano (Oski Guzmán), sus clientes y el capo mafia del lugar con quién no tiene otra chance que “transar”. A partir de su vínculo con el delito se topa también con un inspector de policía que lo acosa. Lo más interesante de Barrefondo es que modifica la imagen idílica acerca de los barrios de lujo, espacio de múltiples comedias familiares (Cara de queso) en el cine argentino, que aquí adquieren una fisonomía mucho mas interesante. Y no se trata de entrar en una lógica binaria de buenos y malos, sino de exponer la complejidad y tensiones dentro de ese universo, en apariencia normal pero que esconde, en el fondo que limpia el protagonista, el lado siniestro debajo de las relaciones humanas.
Barrefondo: desigualdad social y trampa Basado en una novela de Félix Bruzzone, este primer largo de ficción del rionegrino Leandro Jorge Colás tiene como protagonista a Gustavo (Nahuel Viale), un joven piletero que termina envuelto en una serie de delitos más por indolencia que por convicción. Aun bajo el peso de cierto esquematismo, el film filtra con eficacia un diagnóstico social contundente: en lugar de poner el acento en el juicio moral sobre las decisiones de sus personajes, traza un mapa cuya morfología está claramente determinada por la desigualdad. Propietarios insufribles, laburantes que son presa fácil para las manipulaciones, grises ladronzuelos y policías negligentes son, más que culpables, materia necesaria de una misma trampa, cuyos hilos se mueven en alguna otra parte y a una escala mucho más amplia.
Tras notables documentales como Parador Retiro (2008) y Los pibes (2015), Colás debuta en la ficción con resultado igualmente estimulantes en esta película que tuvo su estreno en la Competencia Argentina del reciente Festival de Mar del Plata. Gustavo (Nahuel Viale) es un “piletero”, un abnegado trabajador que se dedica al mantenimiento de piscinas en countries o casas de clase media. En medio de un verano agobiante debe lidiar con todo tipo de clientes: los (demasiado) amistosos, los patéticos, los irritantes, los que lo desprecian. Con su asistente boliviano van de lugar en lugar cargando pesados bidones llenos de cloro, pero el negocio no da más que para subsistir. Hasta que un día, un “pesado” al que todos llaman Pejerrey (Sergio Boris) lo tienta -y luego ya directamente lo aprieta- para que se transforme en informante/entregador para que la banda que él lidera pueda cometer diversos robos. Al fin de cuentas, nadie mejor que un “piletero” para conocer la dinámica interna de cada hogar, la existencia o no de personal doméstico, de cámara de seguridad, etc. Cómo un tipo común y sencillo se va convirtiendo en un soplón al servicio de unos delincuentes es la principal búsqueda de Colás (que se ocupó también de la transposición de la celebrada novela de Félix Bruzzone), quien a su proverbial mirada documentalista le suma aquí un atinado manejo narrativo y actoral (por el film desfilan María Soldi, Claudio Da Passano, Osqui Guzmán y un policía no menos pesado que interpreta Adrián Fondari). La ley del conurbano (esa en la que el pez mediano se come al pequeño y luego el grande al mediano) está reflejada sin subrayados en una película que maneja bien los distintos niveles: el íntimo, el familiar (la relación con su perro es bastante más armónica que la que mantiene con su esposa Gabriela, que está embarazada y con la que no se tratan demasiado bien; y ni qué hablar con su invasivo y manipulador suegro), y el más ligado al cine de género con un suspenso, una intensidad y una tensión construidas con sólidos recursos. Película pequeña y sustanciosa, Barrefondo es una incursión en ese universo de las pequeñas humillaciones cotidianas, de los resentimientos acumulados y de las tentaciones desmedidas. Una combinación que, se sabe, suele explotar de la peor manera.
Barrefondo, de Jorge Leandro Colás Por Ricardo Ottone Tavo es piletero, un trabajo bastante poco glamoroso pese a que se desarrolla en casas y mansiones de countries y barrios exclusivos. Tavo limpia las piletas de la gente adinerada en una suerte de observación no participante. Es un outsider que sin embargo, en medio de su actividad que incluye un mantenimiento periódico, se entera con precisión de las vidas, relaciones, características sociales, nivel económico y rutinas diarias de sus clientes. Y también de la fortaleza o debilidad en la seguridad de sus propiedades. Este conocimiento, que le llega por añadidura y sin buscarlo, es valioso para El Pejerrey, el jefe de una banda de la zona que se dedica a asaltar casas. El Pejerrey encara a Tavo para proponerle que le de la información que necesita para hacer los golpes más prolijos y menos riesgosos a cambio de una tajada del botín. Tavo se resiste pero no mucho y entra en el juego como informante, rol que, dado que viene como adjunto a su trabajo principal, no le cuesta nada, o eso cree él. Jorge Alejandro Colás ya tiene en su haber tres largos documentales: Parador Retiro (2008), Grisel, un amor en tiempos de tango (2012), y Los pibes (2015). Algo de la observación, del registro paciente propio del documental, está presente también en este, su primer largo de ficción. La cámara sigue todo al tiempo a Tavo, su cotidianeidad, sus rutinas y la monotonía de su actividad que es también propicia para que su cabeza trabaje, para que se alimenten sus dudas, sus inseguridades y sus resentimientos. Este trabajo de observación que hace creíble la realidad del personaje también está reforzado por el hecho de estar basado en una novela de Félix Bruzzone, escritor que a su vez trabajó como piletero y aquí cuenta algunas de sus experiencias en el rubro. Mejor no saber cuáles son inspiradas en hechos reales y cuales son pura invención. A pesar de la trama propia del policial, Barrefondo no es tanto un film del género sino que se sirve de algunos de sus elementos para mostrar aquello que le interesa, que tiene que ver más con cierta observación social. Mostrar el conflicto de clase que se desarrolla de manera poco estridente y más bien asordinada pero igualmente despiadada y cruel. Tavo tiene un permanente roce con una clase que no es la suya, una no pertenencia que sus clientes le hacen sentir diariamente con pequeñas muestras de desprecio o humillaciones concretas. Su vida familiar tampoco es muy alentadora, con una esposa embarazada que le hace también diarios desplantes y muestras de desvalorización y un suegro ex-policía que interfiere más de la cuenta en la vida de la pareja. Tavo es más bien un tipo silencioso y las únicas relaciones con cierta intimidad que le conocemos son su esposa, su suegro y una suerte de empleado que no califica como amigo. El único interés que demuestra esta en el juego aunque ni eso llega a ser una pasión. El protagonista no hace más que ir aguantando y todo ello confluye para que cuando llegue la propuesta de El pejerrey, le de cauce de manera no muy profesional, movido más por el resentimiento y la venganza. Aquello que tiene que ver con la trama policial se juega en el fuera de campo. El único disparo que escuchamos, que Tavo escucha, proviene de un episodio confuso que no alcanza a registrar ni comprender. Este no participa presencialmente de los asaltos (aunque eso no significa que sus consecuencias no le vayan a llegar) y de los mismos nos enteramos una vez cometidos con la información que le llega el protagonista, único punto de vista que el realizador elige mostrar ya que de lo que se trata es de mostrar su cotidianeidad, su rencor y su relaciones nocivas que llevan también su carga de violencia implícita. Es por eso que, aunque no vemos la acción más dura, la tensión igual está presente. Barrefondo podría armar un buen doble programa con El cauce (2017) de Agustín Falco, otro film argentino, donde el elemento de género está más explícito, pero que también muestra como cierta desesperación (social, económica, personal) puede llevar a un tipo común a a relacionarse con el mundo del delito y la marginalidad, en el cual no se mueve pero que de todos modos lo atrapa. Un par de interesantes muestras del cine argentino reciente que quizás estén dando cuenta de un cierto (mal) clima de época. BARREFONDO Barrefondo. Argentina. 2017 Dirección: Jorge Leandro Colás. Intérpretes: Nahuel Viale, Sergio Boris, María Soldi, Claudio Da Passano, Osqui Guzmán. Guión: Jorge Leandro Colás. sobre la novela de Félix Bruzzone. Fotografía: Leonel Pazos Scioli. Edición: Karina Expósito. Duración: 76 minutos.
Tirarse a la Pileta Gustavo trabaja como limpiador de piletas en varias casas de un country del conurbano bonaerense. Este es el trabajo con el que mantiene a su mujer, quien está embarazada. Ellos son ayudados por el padre de esta última, un ex-policía dueño de una agencia de seguridad, que ningunea a Gustavo. Las cosas empezarán a cambiar cuando reciba una propuesta de El Pejerrey, un cabecilla del crimen organizado de la zona, para que le entregue información sobre las casas donde trabaja. Barrefondo es un policial negro puro y duro de manual, que toma los modismos de los mejores exponentes norteamericanos del género y los adapta perfectamente a la usanza argentina, sin que parezca en ningún momento artificial. Es una historia perfectamente desarrollada de cabo a rabo sobre alguien que es empujado a la vida delictiva, no tanto por una ambición de ser rico, sino por la necesidad de demostrar que no es un don nadie. No obstante, también hay mucho de crítica social, y hasta podríamos decir sátira: casi todas las casas que entrega Gustavo son de gente que le falta el respeto, salvo la de un hombre que es más condescendiente que irrespetuoso (y cuyas “poesías” aportan una cuota de comedia) En el costado actoral, Nahuel Viale entrega una prolija actuación, medida, calma, que le escapa a todos los clichés. Sergio Borisentrega una carismáticamente siniestra interpretación del capomafia de la zona. Por el costado técnico no hay mucho que decir: la fotografía y el montaje no atraen atención sobre sí mismos, limitándose a apoyar al apartado interpretativo. Conclusión Barrefondo es un policial bien negro y bien argentino. Fluido, con gancho, sosteniendo el interés del espectador y haciéndolo preocuparse por lo que le ocurre al protagonista. Adaptando la novela de Felix Bruzzone, Jorge Leandro Colás pisa fuerte y seguro en su primera incursión en el cine de ficción. Que sea la primera de muchas.
Es el primer largometraje de ficción del documentalista Jorge Leandro Colás. Con un guión basado en la novela de Félix Bruzzone. El protagonista, un paletero que trabaja por su cuenta en viviendas de barrios privados, pero que de esas casas donde viven dueños adinerados, solo atisba un mundo ajeno. El vive modestamente, acuciado por un suegro que se desvive por su hija, a la que colma de regalos. Dádivas que son como insultos para este cuentapropistas que ve una oportunidad y con mucho temor se involucra con una banda delictiva para pasar datos fundamentales para futuros robos. Claro que las coincidencias no se le escapan a algunos policías, a diferencia de otros que lo invitan a la vista gordo frente a hechos fuera de lo común. La existencia de ese trabajador se complica, se espesa, en un suspenso muy bien logrado por el director y muy bien interpretado por Nahuel Viale, que le da el punto exacto de desesperación, miedo y codicia que posee su personaje.
Luego de tres documentales, llega a su ópera prima de ficción, Jorge Leandro Colás. Y lo hace con una adaptación de un relato de Félix Bruzzone, sobre la historia de un piletero que trabaja en los countries de la zona norte de nuestro Gran Buenos Aires, atendiendo las necesidades de un sector pudiente, que se muestra tentador a la vista del mundo criminal. Tavo (Nahuel Viale), hace su actividad diaria sin demasiado entusiasmo. Vive una vida ajustada, se lleva mal con su suegro (Claudio Da Passano), quien maneja una agencia de seguridad que protege a los vecinos de esos barrios cerrados. Y está esperando un hijo con su mujer (María Soldi), quien le reprocha algunos excesos en el juego, y su falta de solución para los problemas económicos que los acosan. La verdad, es un caldo bastante espeso el que tiene Tavo desde los primeros minutos. Imaginarse su trabajo, bajo altas temperaturas, con gente que no valora lo que hacés con tanto esfuerzo, debe ser difícil. Y sentir en el cuerpo tanta diferencia con su mundo, también. Un ladrón de la zona (el legendario ya Sergio Boris) lo contactará para ofrecerle ser el "topo" en ese lugar. Transmitir la información sobre entradas, salidas, accesos, seguridad, presencias. Y si bien Tavo al principio duda sobre esto, la presión que ejerce el grupo mafioso, sumado a otras cuestiones personales, lo impulsan a seguir el juego, en una dirección claramente peligrosa. A partir de allí se generará un escenario de tensión contenida que tendrá su resolución, en tiempo y forma precisos, quizás sorprendiendo al espectador que espera finales corrientes. Desde lo narrativo, la historia es potente y sencilla. Austera en recursos pero correctamente interpretada. Colás lleva adelante un relato austero, pero transmite con claridad lo que quiere expresar. Quizás nos hubiese gustado un tono más en el personaje de Tavo, o algo más de tensión en la primera parte, cuando se establecen los roles. Entiendo que no se quiere caer en estereotipos y se sigue el guión adaptado de la obra, pero tal vez podría ofrecer un ritmo más decidido en la primera media hora, de manera de captar el interés con mayor premura. Un buen paso de Colás en su ópera prima y un relato que aborda las diferencias sociales (lejos de "Corralón", eso sí) con convicción y sin estridencias.
Verano caliente al borde de la pileta En su primer film de ficción, el director del notable documental Los pibes se interna en varias fronteras difusas alrededor de los countries y que tienen que ver tanto con el roce de clases como con los límites entre un lado y otro de la ley. “¿Cuánto es, Tavo?”, pregunta la señora al piletero. “600”. “¿Tanto? La última vez fue menos”. Y lo mira de soslayo, con cierta desconfianza. “Pagale, nene”, le dice finalmente al hijo, que saca los seiscientos del bolsillo y se hace cargo del pago. Lo que el piletero de esa zona de countries (en la novela es Don Torcuato, aquí no se explicita) cobra por una sesión de limpieza, el hijo preadolescente de cualquiera de sus clientas lo lleva en el bolsillo. Lo que podría llamarse “roce de clases” (roce paradójico, hecho al mismo tiempo de confianza, proximidad, recelo y resentimiento) es uno de los temas que trata Barrefondo, primer film de ficción del hasta ahora documentalista Leando Colás (Parador Retiro, Gricel y la notable Los pibes), basado en la novela homónima de Félix Bruzzone. Otro tema, vinculado con el anterior, es el de la fina línea que en ocasiones puede separar la “normalidad” del delito. De allí la condición genérica de novela y película, que montan la doble cabalgadura del realismo y el policial, sin forzar ninguno de ambos campos. Hace calor, mucho calor en ese verano del Gran Buenos Aires, y por más que Tavo (Nahuel Viale, de La sangre brota y la reciente El aprendiz) tiende a mantenerse impasible, a su alrededor los factores de tensión no escasean. Su esposa (María Soldi, una de las hijas de los Puccio en la serie Historia de un clan) está molesta con su primer embarazo, demandante, y dice tener antojos de frutillas, tal como indicaría algún manual de la embarazada tradicional. El suegro, que es ex militar y tiene una agencia de vigilancia que parecería reducirse a él solo, cuida a la hija como una mamá, y no le saca el ojo de encima al yerno, como si lo tuviera vigilado. A la esposa de Tavo no le gusta mucho que él confíe en la lotería, el póker y el Bingo, y cuando él se va a la noche hay discusiones. Para peor, algunos clientes son insoportables, como el concheto con rinoplastia que escribe poemas que le publica la esposa, y se tira a la pileta envuelto en una toallita que se le sale al entrar en contacto con el agua. En esta situación, basta que una clienta lo despida y cierto “poronga” de la zona que se hace llamar el Pejerrey (Sergio Boris) le “pida” (es de esa clase de favores que no se pueden rechazar) que le pase algunos datos de las casas de los countries del lugar, para que todo lleve a Tavo a tener dos trabajos. Da toda la sensación de que en el segundo, aunque más peligroso, le pagan mejor. Y de paso se puede vengar, directa o indirectamente, de esos clientes indeseables. O indeseablemente ricos. Policial “de clase”, si se quiere, Barrefondo, la película, hace parte de un mismo cuerpo fílmico con la mencionada El aprendiz, El otro hermano de Israel Adrián Caetano y la serie Un gallo para Esculapio, de Bruno Stagnaro. Todas las narraciones mencionadas tratan sobre la zona limítrofe entre el mundo del delito y el de la “normalidad”, y en todas ellas, curiosamente, el que pasa de uno a otro (de modo singular, Nahuel Viale lo hace en ésta y en El aprendiz) no es un representante de la clase baja sino de la clase media empobrecida o postergada. Son mundos radicalmente distintos a los de la serie El marginal, por poner un ejemplo notorio, cuyos protagonistas son profesionales del delito, gente que ya no tiene vuelta atrás. Los protagonistas de este otro grupo de films, en cambio, recién están ingresando, o probando a ver qué pasa. En ninguno de estos films se presenta, desde ya, una opción moral a sus protagonistas, por la sencilla razón de que todos ellos dejan claro que la “normalidad” no es moralmente superior al delito, sino apenas una opción distinta. En el caso de Barrefondo, este carácter intercambiable se resuelve mediante la indefinición que signa el final, y que deja al protagonista en una zona indeterminada. Para él cualquier opción sería posible, parece decir el final de Barrefondo. Aunque no da la sensación de que Tavo puede desenvolverse con éxito del otro lado de la ley.
Escrita y dirigida por el documentalista Jorge Leandro Colás, su primera película de ficción, Barrefondo, es la adaptación de la novela homónima de Félix Bruzzone. Un policial del conurbano protagonizado por un piletero interpretado por Nahuel Viale. Es verano y el calor es agobiante. Tavo trabaja de piletero. Vive o sobrevive de limpiar y cuidar piletas de gente con una posición económica bastante mejor que la suya. Su trabajo es tranquilo y silencioso y tiene que tratar con todo tipo de personas: desde los demasiado simpáticos hasta los que lo tratan como si fuese alguien inferior. Mientras en su casa su mujer transita un ya avanzado embarazo y le toca lidiar con un suegro que suele invadir su hogar de manera manipuladora, territorial, también haciéndolo sentir inferior por no poder brindarle a su familia un más sólido sustento económico. Hasta que aparece la figura del Pejerrey, un delincuente que lo contrata (sin otra opción realmente) para que le brinde información sobre las casas donde trabaja: horarios, entradas, en fin, lo que sirva para poder asaltarlas sin problemas. Así, de a poquito, la economía de Tavo -un personaje que al principio no parece tener grandes ambiciones hasta que ve que es posible llegar un poco más lejos que donde está- comienza a crecer y puede brindarle a su familia necesidades tan simples como la de un aire acondicionado. Pero a medida que los “trabajitos” se van sucediendo, aparece un detective que no tarda en notar que las casas asaltadas suelen tener en común una cosa: el piletero. Barrefondo también se percibe algo impregnada del cine documental, retratando estos mundos de un modo siempre muy realista y naturalista. Tomas largas, cámara en mano, como una observación y seguimiento de estos personajes. Todo esto de una manera simple, sin artificios y prolija. Un policial en el cual se suceden robos pero no los vemos, en el cual no hay tiroteos. Un policial donde lo que, generalmente, hace al policial, acá sucede en un fuera de campo. Ahí radica también parte del encanto de esta película chiquita pero no por eso simple, donde la trama de los robos da lugar a un retrato social. Y tampoco es un film muy oscuro, de hecho en la caracterización de los personajes que viven en estas casas -todos muy distintos entre sí-, hay una sátira que le brinda frescura al relato y lo saca de la monotonía. Las actuaciones también ayudan a imprimirle este tono realista. Nahuel Viale interpreta a su Tavo de manera calma y contenida. El Pejerrey de Sergio Boris es algo más desenvuelto pero nunca sobreactuado ni excéntrico.
La revancha del piletero Basada en la novela de Félix Bruzzone, tiene una intrigante trama policial con un sutil trasfondo social. Adaptación de la novela homónima de Félix Bruzzone, Barrefondo es la primera incursión del documentalista Jorge Leandro Colás en la ficción, con un policial que tiene como protagonista a un personaje socialmente invisible: un piletero. En efecto, Gustavo (Nahuel Viale) es un actor de reparto en las vidas de los dueños de quintas y casas de country, que casi no reparan en su existencia y sólo requieren sus servicios en verano, el momento del año en que necesitan tener sus piscinas a punto. Casi como para el personaje de El nadador, el célebre cuento de John Cheever, para Gustavo la conexión entre una casa y otra, y otra más, es la pileta. Y si Cheever sacaba una radiografía de la amarga decadencia de la clase media-alta estadounidense, aquí -salvando las enormes distancias- también hay crítica social: Gustavo es, en general, despreciado, tratado como un siervo, llamado no por su nombre sino por el genérico “piletero”. Gustavo, además, está en los márgenes de la sociedad de consumo: todo un problema, sobre todo porque está por ser padre y su suegro tiene una billetera mucho más cargada que la de él. Pero en el horizonte aparece una hipotética solución a sus problemas financieros, a la vez que una posible revancha por las humillaciones que su orgulloso ego debe soportar. El pequeño detalle es que ese remedio está fuera de la ley. Realista, la película muestra sin subrayados los contrastes socioeconómicos que existen ya no en una misma ciudad, sino en un mismo barrio. Y consigue crear suspenso alrededor de las andanzas de este personaje imprevisible que es Gustavo, más allá de que por momentos hacen agua algunas actuaciones, con ciertos diálogos que suenan artificiales en el uso del lunfardo, y de que algunas de las ideas esbozadas no tienen el desarrollo que merecían.
Creíble y emotivo retrato de un piletero Un piletero de carácter reservado debe soportar a la esposa embarazada, el suegro que ayuda pero es "metido", los clientes fastidiosos y, de pronto, la "amable" presión de un capo zonal para que le marque las casas más factibles de robo. Tentadora ocasión de tener unos pesos, desquitarse de esos clientes y calmar a la familia. Pero luego también debería soportar la presión, no tan amable, de un inspector policial. Con esta historia de asunto reconocible y tensión creciente, el documentalista J.L. Colás se prueba en el cine de ficción. Aunque más bien diríamos escenificación documentada, ya que toma como base la novela realista de un piletero escritor, el ya reconocido Félix Bruzzone. A partir de esa base, Colás nos presenta un panorama bien creíble y comprobable de la vida, las personas, y los valores actuales. La puesta en escena es sencilla pero efectiva, los intérpretes calzan justo, y el final es tan preciso como inquietante. Todo transcurre en el Gran Buenos Aires, pero seguramente pasa lo mismo en muchos otros lugares.
La película entremezcla el policial y el suspenso con varios momentos tirantes, a medida que continúa la cinta va creando buenos climas, cuenta con buenas interpretaciones, va dejando un poco que el espectador juzgue a los personajes, pero su desarrollo es previsible y algo pausado. Esta es la ópera prima en ficción de Jorge Leandro Colás (Los pibes, 2015) fue presentada en la competencia del 32 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
DEGRADACIÓN SOCIAL Hay un elemento distintivo en las películas anteriores de Colás: no miran al costado ni se hacen las sonsas. Films como Parador Retiro o Los pibes, más allá del dispositivo observacional, permitían leer el contexto, el momento social en el que se habían gestado. La primera, durante el ocaso de estos lugares de resguardo para personas en situación de calle, gracias a los drásticos recortes de la gestión macrista en la ciudad. La segunda, exacerbaba la cuestión del fútbol como experiencia de fortalecimiento social, pero con un dejo de enriquecedora ambigüedad: detrás del proceso de selección de los miles de chicos que se presentan con un horizonte de sueños económicos, también hay una feroz exclusión. Es decir, Colás observa con agudeza, se cuela por todos los recovecos de los espacios que escoge, sin embargo, deja intersticios para llenar. Esta sutileza, si se quiere, se diluye en Barrefondo, primera incursión del director en el territorio de la ficción a partir de una novela de Félix Bruzzone. Si en los documentales la visión estaba depositada sobre grupos humanos en marcos institucionales, aquí la historia gira en torno a Gustavo, un piletero que trabaja (en realidad soporta) a los chetos de los countries. El director no escatima en el trazo grueso a la hora de mostrar los gestos y las actitudes de esta gente, pero también es cierto que alguien lo tiene que hacer en el cine argentino, más propenso últimamente a las elipsis acomodaticias. El protagonista en cuestión aparece encerrado entre dos mundos, el de los ricachones con delirios de poder y de grandeza (uno de ellos, que se cree poeta) y una estructura delictiva que no es otra cosa que el resultado de lo anterior. El factor en común es el desprecio de clase y la degradación en una sociedad que está podrida en la mayor parte de sus rincones. Tamaña sordidez es equilibrada por la pericia narrativa de Colás y el timing que despliega en la sucesión de secuencias, como en la inclusión de momentos de humor colocados con dosis justas. Todo el tramo final es alucinante. Pero además escalofriante, tan escalofriante como un país que naturaliza la ilegalidad y el atropello, empezando por los de arriba.
El mundo aparte de las casas quintas y countries que se intenta imponer ante los ojos de la sociedad, promoviendo una vida más saludable y tranquila, puede ser tan sólo, una ilusión, porque el aislamiento no es total y el mal puede estar adentro o fuera de esa comunidad. Esta película trata un poco sobre ese tema, y otro poco sobre los que están afuera de esos barrios privilegiados. Porque, en definitiva, los habitantes de ambos sectores se necesitan mutuamente, aunque se miren con recelo. Como es el caso de Gustavo (Nahuel Viale), quien trabaja limpiando las piscinas de estas propiedades, por e4nde está en contacto directo con las personas de la clase social acomodada que lo contrata, pero lo maltrata o desprecia llamándolo “piletero” aunque él cumple responsablemente con su labor para que nadie se queje. El director Jorge Leandro Colás, en su primer largometraje de ficción, nos cuenta las vivencias de éste hombre que tiene a su mujer, Gabriela (María Soldi), embarazada, y al padre de ella, (Claudio Da Passano), un ex policía viudo que tiene una agencia de seguridad, y está demasiado presente porque se entromete en las decisiones de la pareja y, además, ayuda con dinero a su hija, que lo acepta con gusto. Las diferencias económicas están presentes a lo largo del todo el relato, bien marcados. Todo se arregla con plata. Por eso, ante las primeras intimidaciones del cabecilla de una banda de delincuentes, llamado Pejerrey (Sergio Boris) para que les “marque” algunos inmuebles donde trabaja, así ellos pueden ir a robar, no lo duda demasiado y se convierte en un eficaz “entregador”. La narración tiene momentos intrigantes, otros, irritantes, como cada vez que aparece su suegro o su nuevo “jefe”. La historia mantiene el suspenso en prácticamente toda la proyección. Incomoda ver al protagonista tironeado y presionado desde varios sectores. Se encuentra entre la espada y la pared, él es consciente de ello pero acepta el desafío, porque sabe que está en una época importante que tiene que transitar y que no puede darse el lujo de claudicar.
NADIE ES INOCENTE Barrefondo, la última película de Leandro Colás y primera incursión suya en el terreno de la ficción pone en evidencia la trama secreta del accionar de dos grupos en teoría enemigos, por un lado, la mafia delictiva de las bandas que roban barrios cerrados, y por el otro la policía, la ley, los responsables de velar por la seguridad de los ciudadanos. Sin embargo, en este filme que está basado en la novela homónima de Felix Bruzzone, lo que queda expuesto es cómo ninguna persona es del todo inocente. Tavo (Nahuel Viale), el piletero, está a punto de ser padre. Abatido no sólo por el calor sino por el constante hostigamiento que recibe a diario por parte de sus refinados clientes, sus días pasan sin pena ni gloria aún, teniendo que regresar a casa y encontrarse con la presencia insoportable de su suegro, un ex seguridad con un pasado bastante turbio. Tavo también levanta quiniela, y eso a Gaby, su mujer, no le gusta para nada. Pero más allá de esta rutina desgastante lo que más le pesa a Tavo es pensar en su futuro: un hijo por nacer y la incertidumbre de saber que no cuenta con un trabajo fijo ni seguro social. El verano sólo dura 3 meses, época en la que tendrá que dar lo mejor de sí para recaudar fondos para pasar el invierno, larga y cruda temporada en la que hay que rebuscársela con otra changuita. La tentación está latente y en este caso la encarna “El Pejerrey” (Sergio Boris), el capo de la banda que asalta countries quien le propone a Tavo un negocio ineludible: ser el informante de la organización delictiva, pues quien más que el piletero puede conocer con detalles exactos el movimiento interno de cada casa. El negocio es perfecto, y Tavo no tendría que ensuciarse las manos, sólo ganar dinero fácil y también un poco de respeto, principalmente el de su suegro. El negocio comienza, pero algo sale mal, y como producto del karma o justicia poética el futuro de Tavo estará signado por la compañía inevitable de su mayor adversario. Barrefondo tiene una narración sencilla que avanza sin cesar y es este ritmo el que permite disfrutar del filme a la vez que decepcionarse al pensar el grado de corrupción al que estamos expuestos a diario. Nuestra seguridad parece ser la moneda de cambio perfecta que se debate en los rincones más turbios de los espacios en los que creemos vivir seguros. Nadie es inocente y la película se hace cargo de este mensaje cuando no busca representar personajes del todo buenos o malos, intentando poner en escena una problemática tan actual como preocupante.
El director de muy buenos documentales como LOS PIBES y PARADOR RETIRO se mueve hacia la ficción en este filme que adapta la novela policial homónima de Félix Bruzzone. La trama se centra en Tavo (Nahuel Viale), un joven que trabaja limpiando piletas en un country del Gran Buenos Aires, siempre un poco necesitado de dinero y sutil pero continuamente humillado por los dueños de las casas en las que trabaja. A Tavo las cosas se le complican cuando un grupo de delincuentes prácticamente lo pone entre la espada y la pared para que funcione “avisando” qué casas (y cuándo) están vacías para que este grupo pueda entrar a robarlas. Tavo lo hace a regañadientes pero luego empieza a disfrutar de sus nuevos ingresos económicos, aunque su mujer sospecha de él. El problema, claro, es que la policía no tarda en ver un “patrón” sistemático en los robos y empiezan a perseguirlo, poniéndolo en otra situación igualmente complicada en el que se devela un sistema de corrupción generalizado. Con un muy buen elenco que incluye, además, a María Soldi, Sergio Boris, Adrián Fondari, Claudio Da Passano y Osqui Guzmán, el filme no logra sin embargo crear la tensión necesaria que promete su interesante premisa. Más allá de los esfuerzos actorales o ciertos apuntes sociales del guión, nunca parece crearse del todo la atmósfera y el clima de suspenso que necesita la historia para funcionar, como si la apuesta estuviera más virada a describir lo que pasa alrededor del policial que en el policial en sí. En ese sentido, y acaso revelando su pasado como documentalista, la película mejora cuando analiza el funcionamiento clasista del sistema, pero falla cuando fuerza ciertas situaciones narrativas de una manera poco creíble.
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Crítica emitida por radio.